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biblias y miles de comentarios
La soberanía de Dios – Confiando en Dios aunque la vida duela
Jehová
hace nulo el consejo de las naciones, y frustra las maquinaciones de
los pueblos. El consejo de Jehová permanecerá para siempre; los
pensamientos de su corazón por todas las generaciones. Salmo 33:10-11
En 1902, un joven inglés bajó a desayunar
y se encontró con que su padre estaba leyendo en la prensa la noticia
de los preparativos para la primera coronación británica en sesenta y
cuatro años. Durante el desayuno el esposo se volvió hacia su esposa y
le dijo: “Oh, siento ver esto expresado así”. Ella le preguntó: “¿De que
se trata?” El le respondió: “Aquí hay una proclamación de que en una
fecha determinada el príncipe Eduardo será coronado rey en Westminster, y
no hay Deo volente, es decir, no expresa si es la voluntad de Dios”.
Las palabras impactaron al joven porque en la fecha indicada el futuro
Eduardo VII se enfermó de apendicitis y la coronación se tuvo que
posponer.
En esa época, a finales del mandato de la
reina Victoria, el poder político, económico y militar del imperio
británico estaba en todo su apogeo, pero a pesar de eso Gran Bretaña no
pudo llevar a cabo su planeada coronación en la fecha indicada.
¿Fue la omisión de “si es la voluntad de
Dios” en la proclamación y la subsiguiente postergación de la
coronación, sólo una coincidencia, dos eventos sin ninguna relación
entre sí? O ¿Dios hizo que al príncipe Eduardo le diera apendicitis para
mostrar que El tenía “el control?” No sabemos por qué ocurrió así, pero
una cosa sí sabemos y estamos seguros: Sea que reconozcamos si es la
voluntad de Dios o no, no podemos llevar a cabo ningún plan separado de
la voluntad de Dios. La Biblia no deja duda acerca de ese hecho, y
Santiago lo expresa muy claramente: ¡Vamos ahora! los que decís: Hoy y
mañana iremos a tal ciudad, y estaremos allá un año, y traficaremos, y
ganaremos; cuando no sabéis lo que será mañana. Porque ¿qué es vuestra
vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y
luego se desvanece.
En lugar de lo cual deberíais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello (Santiago 4:13-15)
El control absoluto de Dios
Dios tiene el control; El es soberano. El
hace lo que a El le place y determina si nosotros podemos hacer lo que
hemos planeado. Esta es la esencia de la soberanía de Dios; su absoluta
independencia para hacer lo que le satisface y su total control sobre
las acciones de todas sus criaturas. Ninguna criatura, persona o imperio
puede frustrar su voluntad o actuar fuera de sus límites.
En el capítulo uno establecí que para
confiar en Dios en tiempos de adversidad, debemos creer en su soberanía,
en su amor y su sabiduría. De estas tres verdades, la soberanía de Dios
parece ser cuestionada con mayor frecuencia y fuerza. Parece que le
permitiéramos a Dios estar en cualquier parte, excepto en su trono,
gobernando su universo según su buen placer y soberana voluntad.
Hasta los devotos escritores cristianos
cuyos libros sor útiles para muchos, pueden en sus escritos, bajar a
Dios de su trono. Una de sus afirmaciones más comunes, es que Dios se
limitó a sí mismo voluntariamente a las acciones de los hombres para
darles su libertad.
Otros escritores cristianos no reconocen
la mano controladora de Dios, ya sea dirigiendo o permitiendo cada
acontecimiento de nuestras vidas. Uno, por ejemplo, dice que algunas
veces el sufrimiento llega por el infortunio o accidente, que son cosas
“que suceden”, y que el dolor se atraviesa en nuestro camino “debido a
circunstancias que están más allá de nuestro control”.
Nuestra respuesta a tales afirmaciones es
más que simple discusión teológica. La confianza en la soberanía de
Dios en todo lo que nos afecta es crucial para nuestra fe en El.
Si hay un
evento particular en todo el universo que pueda ocurrir sin su control
soberano, entonces no podemos confiar en El. Su amor puede ser infinito,
pero si su poder y su propósito pueden frustrarse, no podemos confiar
en El. Usted me puede confiar sus más valiosas posesiones, y yo puedo
amarlo, y mi deseo de respetar su confianza puede ser sincero, pero si
no tengo el poder o la habilidad de proteger sus objetos de valor, usted
en realidad no me los puede confiar.
Sin embargo, Pablo dijo que nosotros le
podemos confiar nuestra más valiosa posesión al Señor. En 2 Timoteo
1:12, él dijo: “Por lo cual asimismo padezco esto; pero no me
avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es
poderoso para guardar mi depósito para aquel día (énfasis del autor).
“Pero”, alguien dice, “allí Pablo está hablando de la vida eterna”. Es
decir, que podemos confiar nuestro destino eterno a Dios, pero, ¿podemos
confiarle problemas de esta vida?. Sin embargo, debería ser evidente,
que la soberanía de Dios no empieza en la muerte. Como veremos en un
próximo capítulo, su dirección soberana en nuestras vidas precede aun a
nuestro nacimiento. Dios gobierna tan seguramente en la tierra como en
el cielo, y permite, por razones que sólo El conoce, que las personas
actúen en contra y desafiando su voluntad revelada, pero nunca les
permite actuar en contra de su voluntad soberana.
Para apoyar la anterior afirmación, de
que Dios nunca permite que las personas actúen contrariamente a su
voluntad soberana, tenga en cuenta los siguientes pasajes de la
Escritura: El corazón del hombre piensa su camino; mas Jehová endereza
sus pasos (Proverbios 16:9).
Muchos pensamientos hay en el corazón del hombre; mas el consejo de Jehová permanecerá (Proverbios 19:21).
No hay sabiduría, ni inteligencia, ni consejo, contra Jehová (Proverbios 21:30).
Mira la obra de Dios; porque ¿quién podrá enderezar lo que él torció? (Eclesiastés 7:13).
¿Quién será aquel que diga que sucedió algo que el Señor no mandó? (Lamentaciones 3:37).
En lugar de lo cual deberíais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello (Santiago4:15).
Escribe al ángel de la iglesia en
Filadelfia: Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de
David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre
(Apocalípsis 3:7).
Hacemos planes, pero éstos sólo pueden
tener éxito cuando están de acuerdo con el propósito de Dios. Ningún
plan en contra de su propósito puede tener éxito. Nadie puede enderezar
lo que El ha torcido o torcer lo que el ha hecho derecho. Ningún
emperador, rey, supervisor, profesor o entrenador, puede hablar y hacer
que digo suceda si el Señor primero no lo ha decretado o permitido.
Nadie puede decir, “haré esto o aquello”, y hacer que suceda si no es
parte de la voluntad soberana de Dios.
¡Qué desafío, qué estímulo para confiar
en Dios debería ser para nosotros este aspecto de su soberanía! ¿Alguien
te quiere hacer daño? Esa persona no puede absolutamente ejecutar su
malicioso plan, a menos que Dios lo haya ordenado primero para un
propósito para tu bien que solo Dios sabe. En una ocasión hablé con un
capellán militar quien tuvo un enfrentamiento con un supervisor por un
acto ilegal que éste le propuso que realizaran.
Como resultado, el capellán supervisor
escribió una carta muy crítica al jefe de capellanes, lo cual puso en
peligro la carrera de mi amigo. ¿Es él simplemente la víctima de un acto
de venganza cruel? De acuerdo con la Escritura no. El perverso capellán
puede escribir docenas de cartas, pero no puede en absoluto terminar
con la carrera militar de mi amigo a menos que Dios lo permita. Y si lo
permite, es porque la acción perversa, es parte del plan de Dios para
él. Nadie puede hablar y hacer que suceda si el Señor no lo ha ordenado
(Lamentaciones 3:37).
La experiencia de mi amigo no es la
única. Miles de cristianos han experimentado injusticias similares en
manos de profesores, entrenadores, compañeros y supervisores en el
trabajo. Tal vez usted también las ha experimentado, y cuando esas cosas
ocurren siempre causan dolor. Dios tiene el control pero El permite que
experimentemos el dolor , el cual es muy real, (aunque a veces es solo
por un tiempo). Nos sentimos heridos y sufrimos; pero en medio de
nuestro sufrimiento debemos creer que El tiene el control y que es
soberano.
Como la escritora Margaret Clarkson
bellamente lo ha expresado: “La soberanía de Dios es esa impenetrable
roca de la cual el sufriente corazón humano se aferra”. Las
circunstancias que rodean nuestras vidas no son accidentes: Ellas pueden
ser el trabajo del diablo pero éste es sostenido firmemente por la
poderosa mano de nuestro Dios soberano…
Todo
el mal está sujeto a El, y el diablo no puede tocar sus, hijos a menos
que El lo permita (para algún buen propósito final). Dios es el Señor de
la historia humana y personal de cada uno de los miembros de su familia
redimida”
No sólo están los malévolos actos
voluntarios de los demás bajo el control soberano de Dios, sino también
los errores y fallas de otras personas. Por ejemplo: ¿Un conductor se
cruzó el semáforo en rojo, chocó su carro y lo mandó a usted al hospital
con múltiples fracturas? ¿Un médico no detectó su cáncer cuando se
estaba iniciando, y se hubiera podido tratar? ¿Se encontró con un
incompetente instructor en un curso muy importante en la universidad o
un inepto supervisor que bloqueó su carrera en los negocios? Todas estas
circunstancias están bajo la mano controladora de nuestro Dios
soberano, quien las utiliza para nuestro bien.
Ni los actos malintencionados y
maliciosos, ni los errores involuntarios de las personas pueden impedir
el propósito que Dios tiene para nosotros. “No hay sabiduría, ni inteligencia, ni consejo, contra Jehová” (Proverbios 21:30).
El gobernante Félix, cometiendo un acto completamente injusto, porque
quería congraciarse con los judíos, mantuvo a Pablo en prisión durante
más de dos años (Hechos 24:27). José estuvo en prisión dos años porque
el copero del Faraón se olvidó de él (Génesis 40:14,23; 41:1). Aquellos
dos santos hombres fueron dejados en prisión para languidecer; uno por
una deliberada injusticia, y el otro por un inexcusable olvido. Pero las
dos situaciones difíciles estaban bajo el control soberano de un Dios
infinitamente sabio y amoroso, y era parte de un buen propósito de Dios.
Nada es tan pequeño y trivial para
escapar de la atención del control soberano de Dios, ni tan grande como
para estar más allá de su poder para controlarlo. El insignificante
pajarillo no puede caer al suelo sin su voluntad. Así mismo, el poderoso
imperio romano no podía crucificar a Jesús a menos que Dios le diera
ese poder (Mateo 10:29; Juan 19:10-11). Y lo que es válido para el
pajarillo, y lo fue para Jesús, también lo es para usted y para mí.
Ningún detalle de su vida es demasiado
insignificante para el cuidado del Padre celestial, y ninguna
circunstancia demasiado grande para que El no la pueda controlar.
En dos días recibí noticias de
acontecimientos desastrosos en las vidas de dos de mis amigos. La esposa
de uno de ellos murió de repente cuando aparentemente su carro se
atascó en el cruce de la carrilera de un tren que se aproximaba. El otro
amigo es un conductor de camión independiente que está luchando para
establecerse en ese negocio. En un viaje reciente, su vehículo se dañó,
necesitando repuestos tan caros que costaron casi todo lo que había
ganado en ese viaje.
Por supuesto, las consecuencias de estos
dos eventos, no se pueden comparar. El conductor del camión estaría de
acuerdo en que ninguna cantidad del ingreso perdido se puede comparar
con la pérdida de una preciosa vida. ¿Pero qué le decimos a cada uno de
ellos acerca de la soberanía de Dios, mientras luchan con su singular
conjunto de circunstancias? ¿Será que apenas le hablamos a uno de su
“trágico accidente”, y al otro acerca de su “mala suerte?”
¿Estamos en realidad abandonados a merced
de carros atascados, de camiones que se dañan, de personas que están en
posición de hacernos daño, y que intentan hacerlo? ¡No, y mil veces no!
Estamos en manos de un Dios soberano que controla todas las
circunstancias de nuestras vidas para nuestro bien eterno (Jeremías
32:41).
No siempre la soberanía de Dios es manifiesta
Uno de nuestros problemas con la
soberanía de Dios, es que con frecuencia no parece que El tuviera el
control de las circunstancias de nuestras vidas. Vemos personas
injustas, descuidadas y hasta evidentemente malas, haciendo cosas que
nos afectan. Experimentamos las consecuencias de los errores y fallas de
otras personas. Incluso hacemos cosas tontas y pecaminosas, teniendo
que cosechar con frecuencia el amargo fruto de nuestras acciones.
Es difícil ver a Dios trabajar por medio
de causas secundarias o en frágiles y pecadores seres humanos. Pero es
su habilidad de organizar diversas acciones humanas para cumplir su
propósito, lo que hace que su soberanía sea maravillosa y misteriosa.
Ningún cristiano que crea en la Biblia tiene dificultad para creer que
Dios puede y ha hecho milagros como ejemplos de su intervención soberana
pero directa en los asuntos de las personas. Pero creer en la soberanía
de Dios cuando no vemos su intervención directa, cuando está, por
decirlo así, trabajando completamente detrás del escenario a través de
circunstancias y personas comunes, es aún más importante, porque esa es
la forma en que con frecuencia El trabaja.
Un escritor del siglo XIX, Alexander
Carson, en su libro Confianza en Dios en Momentos de Peligro, dice: Por
la sabiduría del hombre no se puede ver cómo la providencia de Dios
puede arreglar las acciones humanas para cumplir su propósito sin ningún
milagro”. Por ejemplo, una escritora al comentar sobre un accidente en
el que su carro fue golpeado por otro que se cruzó un semáforo en rojo,
supuso que para que Dios la hubiera protegido, debería haber hecho que
al otro vehículo de repente le hubieran salido alas para volar sobre
ella, y que así no la habría estrellado. Lo que tal afirmación implica
es la idea de que al estar Dios enfrentando repentina ni ente una crisis
en la vida de uno de sus hijos, el único recurso que tiene es hacer un
milagro o permitir que la crisis ocurra.
Dios permitió que en su situación la
crisis ocurriera, pero no fue porque El no pudiera prevenirla. En su
soberanía El pudo haber cambiado el instante de la llegada al cruce de
uno de los conductores, o desviado a uno de ellos por otra ruta que El
hubiera escogido.
Ninguno de nosotros sabe de eventos en
nuestras propias vidas tales (tal vez cientos) como cuando inadvertida
mente hemos sido librados de la adversidad o la tragedia por la soberana
e invisible mano de Dios. Como bien dijo el salmista: “No dará tu
pie al resbaladero, ni se dormirá el que te guarda. He aquí, no se
adormecerá ni dormirá el que guarda a Israel” (Sal. 121:3-4).
Sin duda, una de las razones por las
cuales el libro de Ester fue incluido en las Escrituras es la de
ayudarnos a ver la mano soberana de Dios trabajando invisiblemente tras
bambalinas para cuidar de su pueblo. Es interesante que en ese libro el
nombre de Dios no se menciona ni una sola vez, pero el lector atento ve
su mano en toda circunstancia, liberando a su pueblo así como lo hizo en
Egipto a través de poderosos milagros siglos atrás. Dios estaba obrando
tan soberanamente a través de circunstancias comunes y corrientes en la
época de Ester como lo hizo a través de milagros en la de Moisés. El
aspecto fundamental de este libro está en el capítulo 6. Anterior a los
acontecimientos de la noche registrada en ese capítulo, las vidas de
todos los judíos del imperio del rey persa Jerjes estaban en peligro
debido al esquema diabólico de un hombre malvado, Aman, quien acababa de
ser ascendido a una posición más alta que la de otros nobles del reino.
Pero en este capítulo, los eventos empiezan a dirigirse finalmente a su
caída y muerte, la salvación física de los judíos, y el ascenso de
Mardoqueo (el héroe de la historia) a la segunda posición más alta del
reino.
Puesto
que la serie de eventos registrados en el capítulo 6 del libro de
Ester, revelan de manera sobresaliente cómo usa Dios soberanamente las
circunstancias más comunes para lograr su propósito, las veremos más
detalladamente.
Una fatídica noche, el rey Jerjes no
podía dormir, por lo cual pidió que le trajeran y le leyeran el libro de
las crónicas de su reino. En el transcurso de la lectura, salió a la
luz que Mardoqueo quien estaba en peligro de ser ahorcado a la mañana
siguiente, tiempo atrás había informado de un complot para asesinar al
rey. Al preguntar qué reconocimiento se le había otorgado, encontró que
no se le había hecho nada. Entonces el rey decidió honrarlo de inmediato
y, resultó que el mismo hombre que había determinado colgar a
Mardoqueo, terminó haciendo efectivo el edicto del rey para honrarle
públicamente.
Considere qué tuvo que suceder para
salvar a Mardoqueo de la horca. ¿Por qué el rey no durmió esa noche? Por
qué, entonces, pidió que le leyeran un simple registro de hechos en
lugar de pedir que le tocaran música suave para arrullarlo y dormirse? Y
cuando le leyeron el libro de las crónicas de su reino ¿por qué se le
ocurrió al lector leer esa sección en particular donde se registraban
las acciones de Mardoqueo? ¿Acaso no había incontables posibilidades de
que aquél hubiera escogido cualquier otra porción de los anales del
imperio persa? El rey escuchó acerca del servicio que Mardoqueo había
prestado, y preguntó cómo se le había recompensado. ¿Por qué el rey no
recompensó a Mardoqueo en el momento en que le salvó la vida? ¿Por qué
de repente decidió hacer algo? ¿Por qué el malvado Amán apareció en ese
momento para pedirle permiso de colgar a Mardoqueo? ¿Por qué Jerjes le
preguntó a Amán qué se debería hacer para honrar al hombre de tal manera
que él no se diera cuenta, haciendo que Amán pensara que él era quien
iba a ser honrado?
La respuesta a todos estos interrogantes
es que Dios estaba dirigiendo soberanamente los eventos de esa noche
para salvar a su pueblo. Sin embargo, la pregunta que naturalmente surge
es: “¿Dirige Dios siempre los sucesos de mi vida para mi bien?” Si
aceptamos que el resultado poco usual de los sucesos de Ester se debió a
la mano soberana de Dios, ¿estamos justificados al concluir que Dios
siempre dirige las circunstancias de nuestras vidas para cumplir su
propósito? De acuerdo con Romanos 8:28, la respuesta es un fuerte SI. El
versículo dice: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”
(énfasis del autor). Esa garantía de que Dios trabaja en todos los
eventos de nuestras vidas es lo que le da sentido a la exhortación de
Pablo “Dad gracias en todo” (1 Tesalonicenses 5:18).
¿Cómo le podríamos dar gracias a Dios por
todas las circunstancias de nuestras vidas, si El no estuviera obrando
en ellas para nuestro bien?
Dios hace lo que a El le place
Por lo tanto nadie puede actuar, ni
ninguna circunstancia puede ocurrir fuera de los límites de su voluntad
soberana. Pero este es sólo un lado de su soberanía. El otro, que es de
igual importancia para nuestra confianza en El, consiste en que ninguno
de sus planes se puede frustrar. Dios hace lo que quiere, sólo como El
lo quiere, y nadie puede frustrar sus planes o truncar sus propósitos.
De nuevo, puesto que es un concepto
difícil de aceptar, y con frecuencia muy discutido, será útil considerar
varios pasajes de las Escrituras que tratan este tema. Yo conozco que
todo lo puedes, y que no hay pensamiento que se esconda de ti (Job
42:2).
Nuestro Dios está en los cielos; todo lo que quiso ha hecho (Sal. 115:3). Porque
Jehová de los ejércitos lo ha determinado, ¿y quién lo impedirá? Y su
mano extendida, ¿quién la hará retroceder? (Isaías 14:27). Aun antes que
hubiera día, yo era; y no hay quien de mi mano libre. Lo que hago yo,
¿quién lo estorbará? (Isaías 43:13). …que anuncio lo por venir desde el
principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi
consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero… (Isaías 46:10).
Todos los habitantes de la tierra son
considerados como nada; y él hace según su voluntad en el ejército del
cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano,
y le diga: ¿Qué haces? (Deuteronomio 4:35).
En él asimismo tuvimos herencia,
habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las
cosas según el designio de su voluntad… (Ef. 1:11).
Ningún plan de Dios se puede impedir;
cuando El actúa, nadie puede echarlo atrás, detener su mano o pedirle
cuenta de sus actos. Dios hace lo que quiere, sólo como El quiere, y
resuelve cada evento de acuerdo a su voluntad. Dicha afirmación total y
absoluta de la soberanía de Dios nos aterraría si fuera lo único que
supiéramos de El. Pero El no es solamente soberano sino perfecto en el
amor e infinito en sabiduría.
Como vimos en el capítulo 2, el rabino
Kushner le atribuyó una parte de la soberanía a la naturaleza. El dijo:
“La naturaleza está moralmente ciega, sin valores ésta se agita
siguiendo sus propias leyes, sin importarle a quién o qué se lleva a su
paso”. Pero Dios sí se preocupa y ejerce su soberanía para la gloria
suya, su bien y el de su pueblo.
Pero, ¿cómo se relaciona este aspecto de
su soberanía (es decir, que Dios hace lo que le place) con nuestra
confianza en El? ¿Por qué es algo más que una simple afirmación
abstracta acerca de Dios para ser debatida por los teólogos, una
afirmación que tiene poca relevancia en nuestras vidas diarias? La
respuesta es que El, tiene un propósito y un plan para usted, y tiene el
poder para llevarlo a cabo. Una cosa es saber que ninguna persona o
circunstancia fuera de su control soberano puede tocarnos; y otra es
saber que nadie, ni ninguna circunstancia, pueden frustrar su propósito
en nuestras vidas.
Dios tiene un gran propósito para todos los creyentes: “Hacernos conformes a la imagen de su Hijo Jesucristo” (Romanos 8:29).
También tiene un propósito específico para cada uno de nosotros, el
cual constituye su plan único y a la medida para nuestra vida individual
(ver Efesios 2:10); y su voluntad cumplirá ese propósito. Como dice el
salmo 138:8: “Jehová cumplirá su propósito en mí”. Puesto que
sabemos que Dios está dirigiendo nuestras vidas a un fin, y que El es
soberanamente capaz de dirigir los eventos de ellas hacia ese fin,
podemos confiar en El. Podemos encomendarle no sólo el resultado final
de nuestras vidas, sino también todos los eventos y circunstancias
intermedios que nos llevarán a ese resultado.
De nuevo, es difícil para nosotros
apreciar la realidad de Dios actuando soberanamente en nuestras vidas,
porque no lo vemos haciéndolo. En cambio sí nos vemos a nosotros mismos o
a otras personas actuando, los acontecimientos sucediendo, y evaluamos
esas acciones y eventos de acuerdo con nuestras preferencias y planes.
Nos vemos influenciando, o tal vez, controlando o siendo controlados por
las acciones de otras personas, y no vemos a Dios obrando. Pero sobre
todas las acciones y eventos de nuestras vidas, Dios tiene el control
haciendo lo que El quiere entre dichos eventos a pesar de ellos, o a
través de ellos. José fue vendido como esclavo por sus hermanos. En sí
ese fue un acto maligno, pero, a su debido tiempo, José reconoció que
Dios estaba obrando por medio de las acciones de sus hermanos. Por eso
él les pudo decir: “Así pues, no me enviasteis aquí vosotros, sino Dios”
(Génesis 45:8). José reconoció la mano de Dios en su vida dirigiendo
soberanamente todos los eventos para originar su plan para él.
Tal vez usted y yo nunca tengamos el
privilegio en esta vida de ver un resultado tan obvio del plan de Dios
para nosotros, como lo vio José. Pero su plan y su resultado para
nosotros, no es menos firme, ni menos cierto de lo que fue para José.
Dios no nos dio el relato de su vida sólo para informarnos, sino también
para animarnos. “Porque las cosas que se escribieron antes, para
nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la
consolación de las Escrituras, tengamos esperanza” (Romanos 15:4 ).
Lo que Dios hizo por José, lo hará por nosotros, pero para conseguir el
consuelo y estímulo de esta verdad que Dios ha provisto, debemos
confiar en El, y aprender a vivir como El dijo: “Porque por fe andamos, no por vista” (2 Corintio 5:7).
Uno de los pasajes bíblicos que ha sido muy significativo para mí por varios años es Jeremías 29:11: “Por
que yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová,
pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis”.
Aunque estas palabras fueron dirigidas a la nación de Judá en su
cautiverio, expresan un principio acerca de Dios, el cual es reafirmado
en otras partes de la Biblia. Dios tiene un plan para usted, y puesto
que es su plan, y nadie puede desviarlo, entonces puede tener la
esperanza y el valor. Usted puede confiar en Dios.
Desde nuestra posición limitada, nuestras
vidas están marcadas por una infinita serie de posibilidades. Con
frecuencia en lugar de actuar como planeamos, nos encontramos
reaccionando mal ante una inesperada serie de eventos. Hacemos planes y
con frecuencia somos forzados a cambiarlos. Pero con Dios no hay
eventualidades, pues el cambio inesperado de planes es parte de su plan.
El nunca se sorprende, y nunca lo cogemos fuera de guardia o frustrado
por sucesos inesperados. El hace lo que quiere, y eso siempre es para su
gloria y nuestro bien.
Nuestras vidas también son obstruidas con
muchos “si solos”: “Si sólo hubiera hecho esto” o “si sólo no hubiera
sucedido”. Pero de nuevo, Dios no tiene “si solos”. Dios nunca comete
errores; El no tiene excusas; por eso el Salmo 18:30 expresa: “En cuanto a Dios, perfecto es su camino”. Podemos confiar en Dios; pues El es merecedor de nuestra confianza.
Así como vimos en el libro de Ester el
soberano cuidado de Dios para su pueblo, también el corto libro de Rut
nos muestra a Dios obrando con el fin de llevar a cabo el plan trazado
para un miembro de su pueblo. En un sentido, Rut es más ilustrativo que
Ester, porque nos da una idea del obrar soberano de Dios en
circunstancias más cotidianas que las descritas en el libro de Ester.
Como usted recordará, Rut era la nuera viuda de Noemí, quien pronunció las conocidas palabras: …”a
dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré.
Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios” (Rut 1:16). El pasaje de Rut 2:1-10 nos ayuda a ver a Dios obrando en la vida de ella: “Tenía
Noemí un pariente de su marido, hombre rico de la familia de Elimelec,
el cual se llamaba Booz. Y Rut la moabita dijo a Noemí: Te ruego que me
dejes ir al campo, y recogeré espigas en pos de aquel a cuyos ojos
hallare gracia. Y ella le respondió: Ve, hija mía. Fue, pues, y
llegando, espigó en el campo en pos de los segadores; y aconteció que
aquella parte del campo era de Booz, el cual era de la familia de
Elimelec. Y he aquí que Booz vino de Belén, y dijo a los segadores:
Jehová sea con vosotros. Y ellos respondieron: Jehová te bendiga. Y Booz
dijo a su criado el mayordomo de los segadores: ¿De quién es esta
joven? Y el criado, mayordomo de los segadores, respondió y dijo: Es la
joven moabita que volvió con Noemí de los campos de Moab; y ha dicho: Te
ruego que me dejes recoger y juntar tras los segadores entre las
gavillas. Entró, pues, y está desde por la mañana hasta ahora, sin
descansar ni aun por un momento. Entonces Booz dijo a Rut: Oye, hija
mía, no vayas a espigar a otro campo, ni pases de aquí; y aquí estarás
junto a mis criadas. Mira bien el campo que sieguen, y síguelas; porque
yo he mandado a los criados que no te molesten. Y cuando tengas sed, ve a
las vasijas, y bebe del agua que sacan los criados. Ella entonces
bajando su rostro se inclinó a tierra, y le dijo: ¿Por qué he hallado
gracia en tus ojos para que me reconozcas, siendo yo extranjera?”
Para concluir rápidamente el relato, Rut
se casa con Booz, llegando a ser la bisabuela del rey David, y una de
las cuatro mujeres mencionadas en el relato donde Mateo presenta la
genealogía de nuestro Señor (Mateo 1:1-16).
Observe en el pasaje citado, cuatro
eventos clave para empezar el proceso de Rut y convertirse en la esposa
de Booz. Cuando ella salió a cosechar en los campos, hubiera podido
hacerlo en cualquiera de ellos. El versículo 3 dice:…”y aconteció que aquella parte del campo era de Booz”. Es decir, Dios la llevó al campo correcto. Pero todavía tenía que conocer a Booz; entonces el versículo 4 dice: “Y he aquí que Booz vino de Belén”.
Dios, quien controló la dirección de Rut para que se le ocurriera ir al
campo de Booz, controló a su vez el tiempo de Booz para que fuera a
revisar su cosecha justo en el momento en que Rut estaba allí.
Pero
todavía Rut debe ganar la atención y el favor de Booz. Indudablemente
muchos pobres recogieron del campo de Booz desde que él dejó el grano
que sobraba, pues era parte de la ley Mosaica (Levítico 19:9-10) y por
lo tanto, un evento común en la vida de Israel. Nosotros supondríamos
que un terrateniente como Booz normalmente no se daría cuenta de una
pobre mujer que estaba recogiendo los granos sobrantes. Pero él ve a
Rut, versículo 5, “Y Booz dijo a su criado el mayordomo de los segadores: ¿De quién es esta joven?”
Finalmente, vemos que Booz responde favorablemente a Rut (vs. 8-10). El
lugar y el tiempo correcto, ser vista y ganar el favor de Booz, todos
fueron eslabones claves en la cadena de eventos que finalmente
resultaron en el matrimonio de Rut y Booz.
Ninguno de éstos fue extraordinario, y
todos aparentemente “sólo sucedieron”, pareciendo apenas coincidencia en
una historia romántica. Pero los lectores respetuosos de la Escritura,
no pueden dejar de ver la mano soberana de Dios organizando aquellas
circunstancias cotidianas para cumplir su propósito. Noemí, aunque en
el momento no era consciente del plan futuro de Dios para Rut y Booz, le
atribuye los eventos a El (Rut 2:20).
Los relatos de Ester, Mardoqueo, Rut y
Booz, tienen el mismo feliz término, y vemos la mano de Dios obrando en
esos eventos. Pero, ¿qué sucede cuando el relato no tiene un final
feliz? ¿Ahí también es Dios soberano? Esta es la pregunta crucial. Es
fácil confiar en El cuando el proceso de los eventos resulta como
deseábamos, y aun así, con frecuencia, nuestra fe titubea durante el
proceso hasta que conocemos el resultado.
Considere por ejemplo, el relato de
Hechos 12, sobre los apóstoles Jacobo y Pedro cuya estrecha relación
precedió su apostolado porque eran socios en el negocio (le la pesca
(Lc. 5:10). Fueron llamados al mismo tiempo por Jesús para que dejaran
su negocio, y lo siguieran Mateo 4:18-22). Ambos, juntamente con Juan,
eran parte del círculo de Jesús.
Pero en Hechos 12, les sucedieron eventos
radicalmente diferentes. Jacobo es condenado a muerte, y a Pedro
milagrosamente le es perdonado el mismo destino. Póngase en el lugar de
la esposa de Jacobo y la de Pedro. La una se lamenta por la muerte de su
esposo; la otra se regocija por la liberación milagrosa del suyo, y en
la soberanía de Dios, pero ¿qué de la esposa de Jacobo? ¿Sería que Dios
era menos soberano en la muerte (le Jacobo que en la liberación de
Pedro? ¿Será que Dios es soberano solamente en las circunstancias
“buenas” de nuestras vidas? ¿No es soberano también en los tiempos
difíciles, y cuando nuestros corazones están afligidos por el dolor? La
Biblia nos enseña que Dios es soberano en lo “bueno” y en lo “malo”.
Considere lo siguiente: En el día del bien goza del bien; y en el
día de la adversidad considera. Dios hizo tanto lo uno como lo otro, a
fin de que el hombre nada halle después de él (Ecclesiastés 7:14)….que
formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad.
Yo Jehová soy el que hago todo esto (Isaías 45:7). ¿De la boca del Altísimo no sale lo malo y lo bueno? (Lamentaciones 3:38)
Estos tres pasajes establecen claramente
lo que se enseña en principio en todo el resto de la Biblia. Dios
controla el bien y el mal. Dios no mira de lado o es tomado por sorpresa
cuando la adversidad nos golpea. El tiene el control de esa adversidad,
dirigiéndola para su gloria y nuestro bien.
Volvamos a la esposa de Jacobo. Ella
también debo confiar en Dios y su control soberano sobre la vida y
muerte de su esposo. Confiar en Dios no significa que no sufra dolor,
que su corazón no esté dolido. Significa que en medio de su dolor y
angustia pueda decir: Señor, yo sé que tú tenías el control de este
espantoso evento. No entiendo por qué permitiste que sucediera pero
confío en ti”
Fácilmente admito que es difícil creer
que Dios tenga el control cuando estamos en medio de la ansiedad, el
dolor o la angustia, pues he luchado con esto muchas veces. Debido a mi
trabajo muchos de mis escritos se han realizado en forma intermitente,
“unas horas aquí y otras allá”. Por eso, este capítulo en particular fue
escrito y reescrito en un período de seis semanas o más, y durante ese
tiempo tuve que experimentar la soberanía de Dios en dos ocasiones. En
cada una de ellas me di cuenta de que sabía la verdad con respecto a su
soberanía. Lo que tuve que hacer fue decidir si iba a confiar en Dios,
aun cuando mi corazón sufriera. De nuevo noté que así como debemos
aprender a obedecer a Dios una por una nuestras elecciones, también
debemos aprender a confiarle una por una nuestras circunstancias.
Confiar en Dios no es cuestión de mis sentimientos sino de mi voluntad.
No siento deseos de confiar en El cuando la adversidad me golpea, pero
puedo elegir hacerlo aun cuando no lo desee. Sin embargo, ese acto de
voluntad, se debe basar en la creencia, y esta en la verdad.
La verdad en la que debemos creer es que
Dios es soberano. El hace su buen propósito sin ser frustrado, y dirige y
controla todos los eventos y todas las acciones de sus criaturas tal
forma que nunca pueden actuar fuera de su voluntad soberana. Debemos
creer y aferrarnos a esto cuando enfrentemos la adversidad y la
tragedia, si queremos glorificarle confiando en El.
Diré lo siguiente tan amable y
compasivamente como pueda. Nuestra prioridad en momentos de adversidad
es honrar y glorificar a Dios confiando en El. Tendemos a hacer que la
prioridad sea obtener alivio de nuestros sentimientos de dolor,
desilusión o frustración. Este es un deseo natural, y Dios ha prometido
darnos gracia suficiente en las pruebas, y paz para nuestras ansiedades
(2 Corintios 12:9, Fil. 4:6-7). Pero así como su voluntad es tener
prioridad sobre nuestra voluntad (Jesús mismo dijo:…”pero no sea como yo quiero, sino como tú” Mateo 26:39)
también su honor es tener prioridad sobre nuestros sentimientos.
Honramos a Dios al escoger confiar en El aun cuando no entendemos lo que
está haciendo o por qué ha permitido que algunas circunstancias
adversas ocurran. Cuando buscamos la gloria de Dios, debemos estar
seguros de que El tiene como propósito nuestro bien y que no se detendrá
para cumplirlo.
Una palabra de precaución
Este capítulo es “duro”, y por lo tanto
se debe leer, estudiar y orar cuando la vida es más o menos rutinaria, y
se debe almacenar o guardar en nuestros corazones (Sal. 119:11) para
eltiempo de adversidad cuando tengamos que recurrir a esa verdad. Sobre
todo, debemos ser muy sensibles para instruir a alguien acerca de la
soberanía de Dios, y animarlo a confiar en El en medio de la adversidad y
el dolor. Es mucho más fácil confiar en la soberanía de Dios cuando es
otra persona la que está sufriendo. Necesitamos ser como Jesús de quien
se dijo:…”la caña cascada no quebrará” (Mateo 12:20). No nos sintamos
culpables de romper una caña cascada (un corazón duro) con un
tratamiento insensible sobre la fuerte doctrina de la soberanía de Dios.
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