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viernes, 21 de agosto de 2015

¿De dónde le vienen a éste estas cosas? ¿Qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¡Cuántas obras poderosas son hechas por sus manos!

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
Información 


CONSTRUYAMOS UN SERMÓN
Base Bíblica
Marcos 6:1-6

Jesús es rechazado en Nazaret 
1Salió de allí y fue a su tierra, y sus discípulos le siguieron. 2 Y cuando llegó el sábado, él comenzó a enseñar en la sinagoga; y muchos quedaban atónitos cuando le oían, y decían: 
—¿De dónde le vienen a éste estas cosas? ¿Qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¡Cuántas obras poderosas son hechas por sus manos!  3 ¿No es éste el carpintero, hijo de María y hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón? ¿No están también sus hermanas aquí con nosotros? 
Y se escandalizaban de él. 4 Pero Jesús les decía: 
—No hay profeta sin honra sino en su propia tierra, entre sus familiares y en su casa. 
5 Y no pudo hacer allí ningún hecho poderoso, sino que sanó a unos pocos enfermos, poniendo sobre ellos las manos. 6 Estaba asombrado a causa de la incredulidad de ellos. Y recorría las aldeas de alrededor, enseñando. 
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Marcos 6:1–6
LA MALDAD DEL CORAZÓN HUMANO

Este pasaje nos muestra a nuestro Señor Jesucristo en “su tierra”, en Nazaret. Es una triste ilustración de la maldad del corazón humano y merece especial atención.

Vemos, en primer lugar, la tendencia del hombre a infravalorar las cosas con las que está familiarizado. Los hombres de Nazaret “se escandalizaban” de nuestro Señor. No creían posible que alguien que había vivido tantos años entre ellos y a cuyos hermanos y hermanas conocían podía merecer que se le siguiera como maestro público.

Nunca lugar alguno sobre la Tierra tuvo privilegios como los de Nazaret. Durante treinta años, el Hijo de Dios residió en esta ciudad y fue de un lado a otro recorriendo sus calles. Durante treinta años caminó con Dios ante los ojos de sus habitantes viviendo una vida intachable, perfecta. Pero no les sirvió de nada. No estaban dispuestos a creer el Evangelio cuando el Señor iba a ellos y enseñaba en su sinagoga. No podían creer que alguien cuyo rostro conocían tan bien y que había vivido durante tanto tiempo con ellos, comiendo, bebiendo y vistiéndose como uno de ellos tuviera derecho alguno a reclamar su atención. “Se escandalizaban de él”.

No hay nada aquí que tenga por qué sorprendernos. Lo mismo ocurre a nuestro alrededor cada día en nuestro propio país. Las santas Escrituras, la predicación del Evangelio, las ordenanzas religiosas públicas y las abundantes muestras de misericordia de que disfruta Inglaterra son continuamente infravaloradas por los ingleses. Están tan acostumbrados a todo ello que desconocen los privilegios que tienen. Es una terrible verdad que en la religión, más que en ninguna otra cosa, la familiaridad engendra desprecio.

Para algunos de los pertenecientes al pueblo de Dios hay consuelo en esta parte de la experiencia de nuestro Señor. También para los ministros fieles del Evangelio que son rechazados por la incredulidad de su congregación o de sus oyentes habituales. También para los verdaderos cristianos que están solos en sus familias y ven que todo lo que les rodea se aferra al mundo. Recordemos que están bebiendo la misma copa que su amado Maestro. Deben recordar que Él también fue despreciado principalmente por aquellos que le conocían mejor. Deben aprender que la conducta más coherente no hará que otros adopten sus ideas y opiniones más que el pueblo de Nazaret. Que sepan que las palabras más tristes de nuestro Señor generalmente se cumplirán en la experiencia de sus siervos: “No hay profeta sin honra sino en su propia tierra, y entre sus parientes, y en su casa”.

Vemos, en segundo lugar, lo humilde que era la clase de vida que nuestro Señor condescendió a llevar antes de comenzar su ministerio público. La gente de Nazaret decía de Él con desprecio: “¿No es este el carpintero?”.

Esta es una expresión singular que se encuentra solo en el Evangelio de S. Marcos. Nos muestra claramente que, durante los treinta primeros años de su vida, nuestro Señor no se avergonzó de trabajar con sus manos. ¡Hay algo maravilloso y sobrecogedor en este pensamiento! Aquel que hizo el cielo, la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos —Él, sin quien nada se hizo de lo que fue hecho— es el Hijo de Dios mismo, adoptó la forma de un siervo y comió el pan con el sudor de su rostro, como trabajador. Este es verdaderamente el amor que sobrepasa todo entendimiento. Aunque era rico, sin embargo, por nosotros se hizo pobre. Tanto en la vida como en la muerte se humilló para que, por medio de Él, los pecadores pudieran vivir y reinar eternamente.

Recordemos cuando leemos este pasaje que la pobreza no es ningún pecado. Nunca debemos avergonzarnos de la pobreza a menos que nuestros pecados nos la hayan acarreado. Nunca debemos despreciar a otros porque sean pobres. 

Es una deshonra ser ladrón, borracho, avaro o mentiroso; pero no lo es trabajar con nuestras manos o ganar el pan por medio de nuestro trabajo. La idea de la carpintería de Nazaret debe acabar con pensamientos de grandeza de todos lo que convierten las riquezas en un ídolo. No puede ser deshonroso ocupar la misma posición que el Hijo de Dios y Salvador del mundo.

Vemos, por último, lo terrible que es el pecado de la incredulidad. Se utilizan dos expresiones curiosas para enseñar esta lección. Una es que nuestro Señor “no pudo hacer allí ningún milagro” a causa de la dureza del corazón de las personas. La otra es que “estaba asombrado de la incredulidad de ellos”. La primera de ellas muestra que la incredulidad tiene el poder de privar a las personas de las mayores bendiciones. La otra muestra que el pecado es tan suicida e irrazonable que hasta el Hijo de Dios lo observa con sorpresa.

Nunca estamos suficientemente alerta contra la incredulidad. Es el pecado más viejo del mundo: Comenzó en el huerto de Edén, cuando Eva escuchó los consejos del diablo en vez de creer las palabras de Dios de que morirían. Es el pecado que trae peores consecuencias: Trajo la muerte al mundo y mantuvo a Israel durante cuarenta años fuera de Canaán. 

Es el pecado que más abunda en el Infierno: “El que no creyere será condenado”. Es el más necio e incoherente de todos los pecados: Hace que el hombre rechace la más clara evidencia, cierre sus ojos ante el testimonio más claro y, sin embargo, se crea mentiras. Y lo peor de todo es que se trata del pecado más habitual en el mundo: miles de personas son culpables de él en todas partes; profesan ser cristianos; no saben nada de Paine o de Voltaire; pero, en la práctica, son verdaderos incrédulos, no creen la Biblia sin reservas ni reciben a Cristo como su Salvador.

Vigilemos nuestros corazones en cuanto a la incredulidad. El corazón, y no la cabeza, es la sede de su misterioso poder. No es ni la necesidad de evidencia ni las dificultades de la doctrina cristiana lo que hace que las personas sean incrédulas. Es la voluntad de creer. Aman el pecado. Están casados con el mundo. En este estado mental nunca carecen de razones especiosas para afirmar su voluntad. El corazón que cree es humilde como el del niño.

Continuemos vigilando nuestros corazones aun tras haber creído. La raíz de incredulidad nunca es destruida por completo. Solo tenemos que dejar de vigilar y de orar para que aflore una nueva cosecha de incredulidad. Ninguna oración es tan importante para nosotros como la de los discípulos: “Señor, aumenta nuestra fe”.

Podemos además agregar que en este pasaje bíblico vemos al Señor Jesús: 
a. Enseñando (v. 1, 2). No debemos confundir esta visita a Nazaret con la registrada en Lc. 4:16—que tuvo lugar casi un año antes, cerca del comienzo de su ministerio en Galilea, oportunidad en que había ido solo. Regresó a su tierra cuando su fama se había extendido más, y como para darles una segunda oportunidad. Lamentablemente, otra vez el resultado sería negativo, mostrando la verdad de que “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (Jn. 1:11). De modo que no volvería más allí.

El Señor pasó de Capernaum a Nazaret en compañía de sus discípulos, que le seguían. Eso es, precisamente, lo que se supone que un discípulo debe hacer: seguir a su maestro.

Los habitantes de Nazaret se admiraban de cómo enseñaba porque Jesús no se había graduado en ninguna de las conocidas escuelas rabínicas. Sin embargo, realizaba la instrucción con una profundidad tal que ellos no llegaban a comprender, y por eso lo rechazaban. Quedaron admirados por el Señor, pero no fueron ganados por su mensaje.

Había cuatro cosas que llamaban la atención de la gente:

(i) La fuente de la sabiduría de Jesús: de dónde procedía.

(ii) El carácter o la naturaleza de su sabiduría tan especial.

(iii) El significado de su poder, manifestado en los milagros que realizaba.

(iv) La majestad de su persona.

Como predicadores, recordemos que nuestro deber es presentar a Jesús de tal manera que los oyentes admiren al Señor por esas mismas cuatro características.

b. Escandalizados (vv. 3, 4) ante el Señor:

(i) El desprecio evidente (v. 3) en la forma en que hablaron del Señor.
* “¿No es éste el carpintero?” 
Esta es la única referencia en la Biblia a la ocupación terrenal de Cristo antes de iniciar su ministerio público. Esto no debió haberles extrañado porque muchas veces Dios ha empleado instrumentos sencillos y humildes para sus propósitos (ver Am. 7:14, 15; 1 Co. 1:27–29).

Cuando el Señor de la gloria se humilló y descendió a este mundo, no escogió un palacio sino un sencillo taller de carpintería. Con esto dignificó el trabajo secular.

En días del Emperador Diocleciano, un obispo cristiano fue llevado ante su presencia. El monarca se dirigió al obispo y burlonamente le preguntó: “¿Qué está haciendo ahora vuestro carpintero?” La respuesta fue: “Está ocupado fabricando el ataúd para su majestad y su imperio.” Como podemos imaginar, la respuesta le costó la vida al osado obispo.

* “Hijo de María” era una forma extraña para referirse a Jesús pues normalmente se mencionaba el nombre del padre. 
Algunos creen que lo llamaron así porque José había muerto. En cambio otros aseguran que, tomando en cuenta la actitud que demostraron, era más bien una alusión al carácter ‘ilegítimo’ de su nacimiento, y que era una manera de insultarlo (ver Jn. 8:41).

* “Sus hermanos y hermanas.” Aquí se nombra a cuatro hermanos varones, y se menciona también que tenía hermanas. Ninguno de ellos creía en él (Jn. 7:5). Luego Jacobo llegaría a ser un dirigente de la Iglesia en Jerusalén (Hch. 15:13–21) y Judas escribiría una epístola (Jud. 1). En cuanto a José, Simón y sus hermanas, Lucas los menciona junto a María—sin especificar nombres—unánimes en oración luego de la resurrección y la ascensión (Hch. 1:14).

(ii) La distinción ausente (v. 4): 
El profeta habitualmente tiene una mejor recepción lejos de su casa. Por lo general sus parientes y amigos están demasiado cerca de él como para apreciar el valor de su persona o de su ministerio. Por eso, como bien se ha dicho, “No hay lugar más difícil para servir al Señor que la propia casa”. No obstante, nuestro testimonio debe comenzar en nuestra Jerusalén particular (Hch. 1:8).

A pesar de que los mismos nazarenos eran despreciados por otros, miraron despectivamente al Señor cuando apareció entre ellos.

Sin embargo, al citar estas palabras, el Señor implícitamente estaba reclamando para sí el oficio de profeta, y estaba demostrando que la función principal del profeta era proclamar la verdad y no tanto predecir el futuro.

c. Efecto de la incredulidad de ellos (vv. 5, 6):

(i) La actitud de incredulidad (v. 5) producto de su envidia y escepticismo. 
Tan intensa era la incredulidad de los nazarenos que el Señor no pudo hacer allí mayores obras, salvo sanar a algunos enfermos que acudieron a él en su necesidad. No es que Jesús no tuviera el poder y la capacidad para obrar milagros ya que no había limitación de su parte. Sucedía que ellos restringieron la manifestación de ese poder por su falta de arrepentimiento y, más aún, su falta de fe. Recordemos que Dios obra en respuesta a la fe. La incredulidad tiene el poder de robarnos las bendiciones más elevadas. Esto nos recuerda las palabras del salmista (Sal 78:41, RV 1909): “Y pusieron límite al Santo de Israel”. Hoy en día lo hacemos cada vez que contristamos al Espíritu (Ef. 4:30) o lo apagamos (1 Ts. 5:19).

(ii) El asombro del Señor (v. 6). 
Sólo se registran dos oportunidades en que el Señor se haya asombrado. Una vez por la fe que demostró un centurión romano (Mt. 8:10 y Lc. 7:9), y en esta ocasión ante la falta de fe. ¿Hay algo en nosotros hoy que le cause asombro?

Luego de este rechazo, no hay datos de que Jesús haya regresado a Nazaret. Sin embargo, hubo otros lugares donde recibieron al Señor con gusto y apreciaron su ministerio.

BOSQUEJO

  LA DISPOSICION DE RECHAZO (6:1–6)
  a.      Enseñando (1–2)
  b.      Escandalizados (3–4)
    (i)      El desprecio evidente (3)

    * “¿No es éste el carpintero?”
    * “Hijo de María”
    * “Sus hermanos y hermanas”

    (ii)      La distinción ausente (4)
  c.      Efecto (5–6)
    (i)      La actitud de incredulidad (5)
    (ii)      El asombro del Señor (6)
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