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miércoles, 6 de abril de 2016

Antes que viniese la fe, estábamos custodiados bajo la ley, reservados para la fe que había de ser revelada. La ley ha sido nuestro tutor para llevarnos a Cristo, para que seamos justificados por la fe. Como ha venido la fe, ya no estamos bajo tutor.

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




La verdadera descendencia de Abraham
Gálatas 3:15-29
3: 15 Hermanos, hablo en términos humanos: Aunque un pacto sea de hombres, una vez ratificado, nadie lo cancela ni le añade. 16 Ahora bien, las promesas a Abraham fueron pronunciadas también a su descendencia.  No dice: "y a los descendientes", como refiriéndose a muchos, sino a uno solo: y a tu descendencia,  que es Cristo. 17 Esto, pues, digo: El pacto confirmado antes por Dios no lo abroga la ley, que vino 430 años después, para invalidar la promesa. 18 Porque si la herencia fuera por la ley, ya no sería por la promesa; pero a Abraham Dios ha dado gratuitamente la herencia por medio de una promesa.

19 Entonces, ¿para qué existe la ley? Fue dada por causa de las transgresiones, hasta que viniese la descendencia a quien había sido hecha la promesa. Y esta ley fue promulgada por medio de ángeles, por mano de un mediador. 20 Y el mediador no es de uno solo, pero Dios es uno.

21 Por consecuencia, ¿es la ley contraria a las promesas de Dios?  ¡De ninguna manera! Porque si hubiera sido dada una ley capaz de vivificar, entonces la justicia sería por la ley. 22 No obstante, la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa fuese dada por la fe en Jesucristo a los que creen. 23 Pero antes que viniese la fe, estábamos custodiados bajo la ley, reservados para la fe que había de ser revelada. 24 De manera que la ley ha sido nuestro tutor para llevarnos a Cristo, para que seamos justificados por la fe. 25 Pero como ha venido la fe, ya no estamos bajo tutor.

26 Así que, todos sois hijos de Dios por medio de la fe en Cristo Jesús, 27 porque todos los que fuisteis bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo. 28 Ya no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. 29 Y ya que sois de Cristo, ciertamente sois descendencia  de Abraham, herederos conforme a la promesa.

Cristo en la Promesa a Abraham
La verdadera relación de la promesa
fe frente a la ley mosaica

Gálatas 3:15–29

No es muy fácil a veces leer y comprender los asuntos concernientes a la doctrina. Preferimos una experiencia excitante, una ilustración llamativa o una jornada de entretenimiento, pero vale la pena perseverar, porque a largo plazo sólo la verdad sólida de la gracia de Dios resulta en la transformación de vida que es la promesa de Cristo.

Hoy en día la alabanza está muy de moda y se oye por todas partes; sin embargo, muchas veces no es más que la efervescencia del momento. Es común en algunos ambientes despreciar la doctrina, olvidando que sólo así se crece a la imagen de Cristo.

En esta segunda sección doctrinal de Gálatas 3–4, Pablo sigue el tema de la gracia del evangelio frente a la enseñanza peligrosa de los judaizantes --un énfasis erróneo en guardar aspectos de la ley. Esta mezcla constituye una verdadera amenaza a la obra consumada de Cristo. Pablo ha establecido más allá de cualquier duda que la ley sólo condena y maldice al pecador: “Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas” (Gálatas 3:10).

La ley no puede más que condenar al infeliz pecador. Además, “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero), para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu” (vv. 13, 14).

Pero todavía queda la pregunta: ¿Cuál es la verdadera función de la ley? ¿Tiene algún propósito ante Dios? Pablo toca este tema para apoyar el papel distintivo de la ley, pero sólo según el expresado propósito de Dios al enviarla.

Pablo analiza los límites de la ley de Moisés frente a la promesa a Abraham (Gálatas 3:15–18) Pablo llama la atención de sus lectores con estas palabras: “Hermanos, hablo en términos humanos…” (Gálatas 3:15). Así, con una nota de cariño, les hace una proposición muy lógica a sus hijos en la fe. Un pacto al ser ratificado es inviolable. No se agrega ni se quita nada. Este punto es muy importante --sigue el argumento “a fortiori”, es decir, una verdad a la fuerza. Si así es en el pacto/arreglo humano, cuánto más será en la intervención de Dios en gracia a favor de Abraham. En cierto sentido un pacto humano es un arreglo humano con dos entidades más o menos iguales.

Pero Dios le hizo una promesa --algo muy diferente de un pacto; la gracia dependía exclusivamente, no de Abraham sino de Dios en su propia persona inmutable. Para establecer su argumento Pablo se vale de la inspiración bíblica plenaria y verbal usando una palabra en singular: no dice a las simientes, sino que se valdría de una simiente.

Una vez hecha la aclaración, Pablo interpreta correctamente el enfoque espiritual de la promesa en Cristo, en la simiente mesiánica a final de cuentas, no tan sólo en la tierra y el pueblo prometidos sino en el Mesías mismo en quien todas las naciones serían bendecidas (Gálatas 3:16)

De manera muy razonable, la aplicación es que la promesa dada tempranamente a Abraham tiene estricta prioridad sobre la ley. Dios ha hecho la promesa y Hebreos dice: “Por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta” (Hebreos 6:18). De tal modo la promesa se mantiene en pie y en plena vigencia. La ley que vino más tarde bajo diferentes circunstancias y fue dada a diferentes personas con diferente fin, por lo tanto no puede de ninguna manera abrogar ni invalidar la promesa. Así Pablo mantiene la superioridad de la gracia de Dios y el oír con fe ante el concepto erróneo de los judaizantes.

La promesa es de otro parámetro, de otra índole, es decir, es por la pura gracia de Dios. Por un solo argumento incontrovertible Pablo pone la promesa a Abraham en otra categoría muy superior a la ley. Pablo saca la conclusión inevitable, la consecuencia lógica y doctrinal: “Porque si la herencia es por la ley, ya no es por la promesa; pero Dios la concedió a Abraham mediante la promesa” (Gálatas 3:18). No puede haber otra conclusión posible. La ley y la gracia son incompatibles con respecto a la salvación.

La ley sirve sólo para condenarnos y prepararnos a oír con fe (Gálatas 3:19–21)
Bishop John Lightfoot analiza bien la superioridad de la promesa o la inferioridad de la ley bajo cuatro puntos: 

  1. la ley condena, no da vida; 
  2. la ley fue temporaria; cuando la simiente vino, se anuló; 
  3. la ley no vino directamente de Dios al hombre sino a través de dos mediadores, ángeles y Moisés; 
  4. la ley dependía de la obediencia de los contratantes. Por el contrario, la promesa dependía sólo de Dios mismo sin entrar para nada el elemento humano. Fue el decreto soberano de Dios el que estableció la eterna validez de la promesa.


Pero el autor inspirado reconoce la validez de la pregunta: “Entonces, ¿para qué sirve la ley?” (Gálatas 3:19). Su respuesta responde de golpe a la pregunta, porque nadie dudaba de que la ley era la personificación de la santidad y la justicia de Dios. La ley nos revela quien es Dios y por ende quienes somos nosotros en muy agudo contraste. 

La respuesta es sucinta: 
“Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese la simiente (Cristo) a quien fue hecha la promesa; y fue ordenada por medio de ángeles en mano de un mediador” (Gálatas 3:19).

De hecho el pecado (la naturaleza del mal) en forma de los pecados (los delitos mismos) se oponía a las demandas estrictas de la santidad de Dios. Así, el pecado quedó definido de una vez, y se veía y juzgaba de tal manera por la ley mosaica. De esta forma, el ser humano –en su estado de condenación-- no hubiera tenido la más mínima esperanza de ganar su propia salvación. La ley logró condenar impunemente al pecador sin Cristo (Romanos 3:20, 23).

Este Pacto Mosaico era condicional desde el principio. Dios exigía la obediencia en todo momento, pero el ser humano no pudo ni quiso responder así. “Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas” (Gálatas 3:10). “Y la ley no es de fe, sino que dice: El que hiciere estas cosas vivirá por ellas” (Gálatas3:12).

La ley era inferior porque un contratante se rebeló y así quedó abrogada la ley al llegar la simiente, Cristo (Gálatas 3:16). Otro factor limitante era que les llegó la ley por medio de dos mediadores, ángeles (Deuteronomio 33:2; Hechos 7:53) y Moisés (Éxodo 20:19; Deuteronomio 5:2). El otro contratante era Dios mismo, el único fiel, constante e inmutable.

Otra cuestión queda por contestar. Pablo no quería socavar o despreciar la validez de la ley en sí. La ley era indispensable para la obra salvadora final, pero no como el agente de la salvación. 

La ley desempeñaría un papel preparatorio y muy necesario. Surge entonces la pregunta: “¿Luego la ley es contraria a las promesas de Dios?” (Gálatas 3:21). 

De ninguna manera no eran contrarias porque procedían las dos de Dios mismo; así la promesa y la ley no eran principios hostiles ni contradictorios. Más bien en orden cronológico servían al mismo fin, el de preparar al pecador para la venida de la fe.

En general la palabra “fe” tiene varios usos en las Escrituras. Aquí se da la preferencia a la persona de Cristo menos que al evangelio o lo que se creía; aquí no se puede referir a la fe subjetiva y personal. El contexto nos guía a la interpretación más adecuada.

Este hecho subraya lo temporaria de la ley, socavando los argumentos de los judaizantes que querían imponer de nuevo la ley en los gálatas. Lejos de quedar vigente la ley, quedó caduca y abrogada (véanse Hebreos 8:13–9:10). Éste es el argumento decisivo para establecer la introducción de la promesa de fe.

Según la Escritura, es decir, el Antiguo Testamento, la ley logró el propósito divino de encerrarlo todo bajo la condena del pecado (Gálatas 3:22). Pablo usa el neutro “lo” para hacer lo más inclusiva posible la referencia al mal de ser humano.

Pablo resume todo el argumento de Romanos 9–11 usando el mismísimo verbo: “Porque Dios sujetó a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos” (Romanos 11:32). La ley sí sirve al propósito de Dios sólo cuando se usa según su plan perfecto para hacer resaltar el mal y quitarle al ser humano toda esperanza de lograr su propia salvación.

Pablo usa la ilustración de uno de menor edad bajo restricciones fuertes (Gálatas 3:22–25)

Es muy interesante como Pablo ilustra el papel de la ley para con los israelitas frente a la amenaza de los judaizantes. El apóstol vuelve a tocar la misma ilustración en Gálatas 4:1–3 y luego en la alegoría de Agar, el monte de Sinaí y Sara y la Jerusalén de arriba en Gálatas 4:21–31.

La analogía es gráfica; Pablo recordaba su propia posición: “Pero antes que viniese la fe (Cristo, el Mesías), estábamos confinados bajo la ley, encerrados para que aquella fe que iba a ser revelada. De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe” (Gálatas 3:23, 24).

Pablo escoge bien la palabra “ayo” que era un tutor o un esclavo de cierta categoría que tenía a su cargo la supervisión moral del heredero joven. Su papel fue diferente al del maestro o pedagogo; pues debía imponer la disciplina de manera estricta. Así la ley era inferior como el esclavo, aun de cierto rango con el deber de limitar y poner restricciones a favor de criar cierta moral en el heredero menor. Fue una etapa temporaria esperando la libertad futura de llegar a ser el auténtico heredero.

Echada a un lado la ley, Cristo introduce un nuevo ‘estatus’: libertad (Gálatas 3:26–27)

En este párrafo Pablo amplía la gloriosa libertad del creyente, libre de la ley pero unido a Cristo, acabadas todas las distinciones de la ley. Lo que servía por un rato, ya no sirve más. Con la llegada de la fe o Cristo, la simiente a quien le dio Dios la promesa por pura gracia, entramos de inmediato en el pleno disfrute de los hijos de Dios bajo la única condición del oír con fe (Gálatas 3:2, 5).

Pablo ahora describe la herencia del creyente. Tal lleva la marca del hijo de Abraham por fe. La ley no aportó nada; sólo condenó al pecador y preparó al creyente para recibir por fe la promesa. La primera característica es “porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos” (v. 27).

La primera característica es una plena co-crucifixión o identificación con Cristo en muerte al pecado --lo negativo—y revestido inmediatamente de Cristo. En este pasaje se oye el eco de Romanos 6:3: “Fuimos todos bautizados en su muerte” y la cita de Colosenses 2:12: “Sepultados con él en el bautismo”.

Dios toma cartas desde el primer minuto de nuestra salvación uniéndonos a su Hijo en la Cruz. Éste es el mensaje de la Cruz. Sabemos que la referencia al “bautismo” se refiere a nuestra incorporación en el cuerpo de Cristo por el Espíritu Santo, el verdadero bautismo en/con/por el Espíritu: “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (1 Corintios 12:13). Es seguido ese bautismo espiritual de la ordenanza que da testimonio público a tal verdad abrazada y comprendida ahora de todo corazón por el creyente.

Pablo vuelve a puntualizar esa verdad fundamental de nuestra unión con Cristo. No se puede entender la salvación por la gracia sin regresar incansablemente a ese punto de partida, nuestra identificación con Cristo en la Cruz. Como resultado de ese acto divino el creyente está revestido de Cristo (Gálatas 3:27).

La justificación que nos dio cobertura bajo la justicia de Cristo viene siendo nuestra vestimenta espiritual. Nuestra posición en Cristo llega a ser el principio de nuestra nueva condición o santificación. Pablo en Efesios 4:23, 24 nos reta de la misma manera: “Y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad”.

Por la gracia, no por la ley, el creyente ya es nueva criatura (Gálatas 3:28, 29)
Ahora viene un versículo muy radical que puntualiza lo distintivo de ser hijo de Abraham con el oír por fe. La ley nunca nos aportó nada; sólo nos preparó el camino por sacar a luz y definir el pecado nuestro. Es la pura gracia de la promesa en una gloriosa transformación que rompió tajantemente todas las barreras que se pudieran imaginar.

Por lo tanto “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa” (Gálatas 3:28, 29). El espectro o la gama del creyente nos deja pasmados. Estos dos versos son la piedra de ángulo, la piedra de toque del creyente. De un solo golpe la Cruz derrumba todo lo que nos separa y nos une a todos en los lazos del Crucificado.

El concepto del judaizante era que la ley agregaba algo necesario al creyente en Cristo. Quería devolverlo a la servidumbre de la ley. Pablo lo veía como un ataque frontal en contra de la absoluta suficiencia y superioridad de la gracia disponible del oír con fe. Pero en Cristo, en cambio, no hay distinción alguna, ni de sexo, ni de nivel social, económico y religioso. Todos somos “herederos con Dios y coherederos con Cristo” (Romanos 8:17).

Ya que somos herederos espirituales en plena posesión de Cristo; no hay por que buscar un don que nos magnifique, ni una experiencia que nos separe de los demás hermanos en Cristo. No hay búsqueda ni atracción que nos prometa enriquecernos como se oye en la Teología de la Prosperidad. No hay poder sobre otros por el “dizque” obispo, apóstol o profeta que crea tanta carnalidad hoy día.

Todo esto es eliminado por la Cruz de Cristo y nos deja humildes y santos delante de Dios. Veamos la suficiencia de Cristo crucificado a quien Pablo predicaba: “Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y éste crucificado” (1 Corintios 2:2).

Verdades poderosas para tomar en cuenta
  1. La promesa dada en gracia a Abraham y a nosotros por el oír con fe está en pie y vigente en la vida de todo creyente.
  2. La ley sirvió como “ayo” para llevarnos a Cristo. Ahora ya no sirve porque en Cristo quedamos perdonados y aceptos como herederos con Dios y coherederos con Cristo.
  3. La ley y el legalismo nos separan, pero unidos a Cristo no hay ni judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni varón ni mujer; “porque todos vosotros sois uno en Cristo” (Gálatas 3:28).
  4. La verdadera marca del creyente es que está bautizado en Cristo y revestido de él (Gálatas 3:27).
  5. La gracia que nos llega por el oír con fe es tan completa que no buscamos nada menos que más de Cristo y Cristo crucificado. Éste es el mensaje de la Cruz.
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