martes, 8 de septiembre de 2015

Juzguen si es justo delante de Dios obedecer a ustedes antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído.

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
Información 


PEDRO Y JUAN HABLAN VALIENTEMENTE 
(Hechos 4:13–22)

13 Entonces viendo el denuedo de Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se maravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús. 
14 Y viendo al hombre que había sido sanado, que estaba en pie con ellos, no podían decir nada en contra. 
15 Entonces les ordenaron que saliesen del concilio; y conferenciaban entre sí, 16 diciendo: ¿Qué haremos con estos hombres? Porque de cierto, señal manifiesta ha sido hecha por ellos, notoria a todos los que moran en Jerusalén, y no lo podemos negar. 
17 Sin embargo, para que no se divulgue más entre el pueblo, amenacémosles para que no hablen de aquí en adelante a hombre alguno en este nombre. 
18 Y llamándolos, les intimaron que en ninguna manera hablasen ni enseñasen en el nombre de Jesús.
19 Mas Pedro y Juan respondieron diciéndoles: Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; 20 porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído. 
21 Ellos entonces les amenazaron y les soltaron, no hallando ningún modo de castigarles, por causa del pueblo; porque todos glorificaban a Dios por lo que se había hecho, 22 ya que el hombre en quien se había hecho este milagro de sanidad, tenía más de cuarenta años.

Los sacerdotes y ancianos se maravillaban (se asombraban) al ver el denuedo (libertad para hablar) de Pedro y Juan, especialmente porque se daban cuenta de que eran hombres sin letras (sin instrucción, en el sentido de no haber asistido a una escuela rabínica, ni haberse sentado ante un gran rabí como Gamaliel) y del vulgo (hombres no profesionales, laicos). 

Esto no quiere decir que fueran personas totalmente iletradas. Ellos habían asistido a las escuelas de la sinagoga en sus pueblos natales, pero no eran maestros profesionales, ni conferencistas entrenados, como los escribas y los doctores. Los laicos de ordinario no hablaban con esa autoridad.

Debe haber sido difícil para Pedro y Juan enfrentarse a semejante presunción. Pero la clave de su denuedo y su libertad para hablar era, por supuesto, que habían sido llenos del Espíritu nuevamente. El fue quien les dio las palabras que debían decir.

Entonces, algo más estremeció a estos líderes judíos. La expresión “les reconocían” no significa que les hacían más preguntas. El griego significa más bien simplemente que fueron reconociendo de forma gradual que habían estado con Jesús. Quizá las palabras de Pedro les trajeran a la memoria lo que Jesús había dicho. A medida que pensaban en su enfrentamiento con Jesús, iban recordando que El tenía discípulos consigo. Ahora reconocían que Pedro y Juan se hallaban entre ellos.

Jesús también había hablado con autoridad. Deben haber estado asombrados, porque creían que se librarían de Jesús crucificándolo. Pero ahora los discípulos, entrenados por El, hablaban de la misma forma. Jesús había hecho milagros como señales. Ahora los apóstoles estaban haciendo lo mismo.

A continuación, los ancianos se enfrentaron con algo más. El hombre que había sido sanado se hallaba allí de pie, junto a Pedro y a Juan. De pronto, los sacerdotes y los ancianos se hallaron sin nada más que decir. ¿Qué podían decir contra un milagro así?

Entonces los dirigentes les ordenaron a Pedro y a Juan que saliesen del concilio (el Sanedrín), esto es, del cuarto donde se estaban reuniendo. Después los líderes del Sanedrín conferenciaban entre sí. No sabían qué hacer con Pedro y Juan. No podían negar que una señal manifiesta (una obra reconocida como sobrenatural) había sido hecha por (a través de) ellos, y se hallaba ante la vista de todos los habitantes de Jerusalén.

Esto podría implicar que ellos no negaban la resurrección de Jesús. Lo que les molestaba era el hecho de que los apóstoles la estuvieran usando para enseñar que había una resurrección futura para todos los creyentes. Anteriormente, para salir de este problema, habían sobornado a los soldados para que dijeran que el cuerpo de Jesús había sido robado (Mateo 28:12, 13). 

Aún hoy hay algunos que discuten que las mujeres y los discípulos fueron a mirar a una tumba equivocada. Pero las mujeres se habían fijado bien en dónde colocaban a Jesús (Lucas 23:55). En realidad, estos dirigentes judíos no eran tontos ni tenían nada de simples. Sabían lo difícil que es deshacerse de un cuerpo. Por lo tanto, hubieran realizado una búsqueda intensiva del cuerpo si no hubieran sabido que El había resucitado de entre los muertos. Pero para ser salvo hace falta más que creer con la cabeza o aceptar mentalmente la verdad de la resurrección de Cristo (Romanos 10:9, 10).

Puesto que no tenían forma lógica de replicarles a Pedro y a Juan, decidieron que el mejor curso de acción era suprimir su enseñanza sobre Jesús y la resurrección. Sabían que no podrían sobornar a los discípulos. Por consiguiente, los amenazarían para que no hablasen más en este nombre (basados en él) a nadie.

Cuando hicieron regresar al cuarto a Pedro y a Juan, les ordenaron que no hablaran (no abrieran la boca ni dijeran una sola palabra) en ninguna manera o enseñaran en el nombre de Jesús. Pero estas amenazas no intimidaron a los dos apóstoles. Cortés, pero firmemente, volvieron a poner en ellos la responsabilidad: les pidieron a los dirigentes judíos que juzgaran (o decidieran) si era justo delante de Dios oírlos a ellos y no a El. Entonces declararon valientemente que no podían dejar de hablar sobre lo que habían visto y oído.

Los miembros del Sanedrín querían encontrar alguna forma de castigar a Pedro y a Juan. De hecho, lo que se sugiere es que trataron por todos los medios. Pero no pudieron por causa del pueblo. Todos estaban glorificando a Dios por lo que se había hecho, especialmente porque este hombre que había nacido lisiado, ya tenía más de cuarenta años. Debido a esto, se limitaron a añadir más amenazas a sus advertencias anteriores y los dejaron ir.

Esto fue un gran error por parte de ellos, porque le hizo saber al pueblo que Dios podía librar del Sanedrín. Dio a conocer que los dirigentes judíos no tenían acusación que hacerles a estos apóstoles, ni tenían forma alguna de refutar su mensaje.

El mensaje de Pedro encontró respuestas muy variadas. Hubo una diferencia pronunciada entre la reacción de los líderes religiosos y la del pueblo en general (4:1–4). Los primeros rechazaron el mensaje inmediatamente y los metieron en la cárcel. Estaban enojados porque los apóstoles proclamaban la resurrección del Señor Jesucristo a quien ellos habían crucificado (4:1–3).

No obstante, muchos otros lo recibieron y confiaron en Cristo. Se nos dice que el número de oyentes varones que profesaron públicamente su fe en el Señor fue aproximadamente de cinco mil. Nadie sabe cuántas mujeres y niñ os lo hicieron también (4:4).

La reacción popular asustó tanto a los dirigentes, que convocaron a una sesión urgente el día siguiente para estudiar el caso (4:5–6). Al estar todos presentes, preguntaron a los apóstoles quién les había dado autoridad para realizar este ministerio (4:7). Sin embargo, no había ningún secreto al respecto. En su sermón del día anterior, los apóstoles ya habían declarado que lo hacían en el nombre de Jesús (3:13–16). Seguramente los que fueron a llamarles lo habían reportado así. No obstante, tenían que investigarlo oficialmente.

Cuando Pedro tomó la palabra una vez más, el autor afirma que respondió estando controlado por el Espíritu Santo, quien le dio la capacidad de responder sabiamente, de tal manera que se maravillaron de su respuesta (4:8, 13). Sin embargo, antes de contestar, Pedro quiso aclarar la pregunta. Les habían llevado presos, no para investigar la verdad de su doctrina, sino para tratar de explicar el milagro y hallar algún motivo para impedir que siguieran predicando.

El apóstol les recordó que algo extraordinario había acontecido: un hombre había sido sanado. Dios había enviado un beneficio maravilloso e inexplicable a un enfermo. Puesto que no podían entenderlo ni imitarlo, al menos debían intentar averiguar su significado (4:9–10a).

Esto demostraba que la persona que ’ellos habían menospreciado y crucificado, había resucitado y todavía estaba actuando y ofreciendo salvación a Su pueblo. Ellos lo rechazaron pero Dios lo aprobó (4:10). La piedra que ellos habían desechado había sido exaltada por Dios, convirtiéndola en la cabeza del ángulo, donde se apoya el edificio (4:11). Pedro afirmó además, que El es el único medio de salvación. Por eso, debían confiar en El (4:12). El nombre por el cual habían hecho esta obra es el único por el cual podrían ser salvos. Si no se volvían a El, estarían perdidos para siempre.

La reacción de los acusadores manifestó que no tenían interés en conocer la verdad, ni hacer la voluntad de Dios. Sin embargo, reconocían la grandeza del milagro que habían realizado y la maravillosa capacidad que Dios les había dado para comunicar la verdad. No pudieron decir nada en contra ni negar la evidencia (4:13–16). A la vez, aceptaron la respuesta favorable del pueblo; inclusive les dio miedo que se divulgara más entre ellos este asunto (4:16–17a). Por lo tanto, les advirtieron que no hablaran más del nombre de Jesús y los dejaron ir (4:17b–18).

Los apóstoles los escucharon y mostraron respeto a la autoridad que tenían como representantes del pueblo, pero les hicieron saber que su obligación era obedecer a un mandato superior, el de Dios mismo. Tenían que darle prioridad antes que a ellos y dar testimonio público de lo que habían visto y oído (4:19–20). Así que no tuvieron más remedio que soltarles. El pueblo admitió que Dios había hecho una obra significativa y le glorificaban por causa de ella (4:21–22).
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