lunes, 12 de enero de 2015

La manifestación en el creyente del creciente conocimiento de Cristo, evidencia su llamado y elección

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
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Alcanzando el fruto
2 Pedro 1:5–11

Un curriculum vitae del apóstol Pedro incluiría una gran variedad de “vocaciones”. Algunos críticos señalan únicamente su trabajo anterior a conocer a Cristo y lo llaman, “el pescador”. 

En cierto sentido, la manera en que usan el término da la impresión de que desprecian a su persona (inclusive a veces se agrega el adjetivo “ignorante”), o su ocupación, como que dicho trabajo no era muy noble. Bueno, los evangelios no catalogan esa vocación así ni emplean su ocupación anterior como designación, título o apodo.

Unos escogen todavía otro capítulo de su vida para hacer hincapié en su hora oscura, recordándolo como el discípulo que negó a Cristo. Pues, sí, dicha actuación cobarde es parte de la crónica evangélica. La Biblia nunca califica algo como bueno si no lo fuera.

Por otro lado, en la historia de la iglesia primitiva, tal y como relata el libro de los Hechos de los Apóstoles, no se hace referencia a esa ocasión sombría. Fue un evento triste de la biografía petrina, pero obviamente hubo otro acontecimiento aun más trascendental en el cual se perdonó su error, y le restauró de tal manera, que los eventos de aquella noche no llegaron a ser la pauta para recordar a Pedro, por lo menos, en el Nuevo Testamento.

El apóstol Pedro, autor de la carta que estudiamos, sí pasó por lo arriba mencionado y, aunque difícil sería decir que todos los eventos de su vida anterior han pasado al olvido total, algo, más bien, “alguien”, vino a reemplazar dichos recuerdos. En cierto sentido, a eso se refiere la frase de 2 Pedro 1:3: “…mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia”. 

Pedro sentía la atracción de la persona divina, disfrutaba del poder divino, y se deleitaba en las promesas divinas. Así era el apóstol Pedro, ya maduro, el mismo que escribió la carta, que ya estaba preparado para hablarnos del fruto de una vida expuesta a, y ocupada por la persona y obra de nuestro Salvador Jesucristo.

De acuerdo con el tema y bosquejo general de la epístola, y habiendo visto en el primer estudio la fuente del conocimiento, Pedro sigue elaborando el desarrollo de su carta.


DESARROLLO DEL CONOCIMIENTO EN EL CREYENTE 1:5–11

El cómo. La escalera que conduce al fruto 1:5–7
Por mucho que el horticultor pode un árbol para que su fruta sea fácil de cosechar, parece que la mejor fruta siempre está en las ramas más altas. Alcanzarla requiere de una escalera. En esta sección, el autor describe siete virtudes como si fueran los peldaños de una escala que conducen al fruto (1:8). Aquí se nota la gran diferencia que había entre la filosofía griega y el Nuevo Testamento.

Los filósofos también admiraban la virtud, pero no podían ofrecer a sus discípulos el método para adquirirla. Más bien, aparentemente pensaban que una vida verdaderamente santa era imposible de alcanzar.

En cambio, aun antes de hacer una lista de las virtudes cristianas, Pedro expuso la base para adquirirlas en los vv. 1:3b–4a: “…mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina… (1:3b–4a).

A continuación, el autor dice directamente a los destinatarios de la carta y por ende, a nosotros: “vosotros también”. Por las mismas razones ya presentadas, siendo la principal entre ellas que un creyente participa de la naturaleza divina, todo cristiano debe incorporar las siguientes virtudes a su vida. Esa actuación es lo normal y corresponde al crecimiento, desarrollo y madurez de un hijo de Dios. Además, la entrega a la tarea demanda todo nuestro esfuerzo, por lo que debemos poner “toda diligencia”.


PEDRO NO ESTARÍA DE ACUERDO
CON EL CÍNICO QUE DESCRIBIÓ
AL CRISTIANISMO COMO
“UN ESPASMO INICIAL
SEGUIDO POR UNA INERCIA CRÓNICA”.


El autor pone en claro que la fe es fundamental (por haber sido “llamado” el creyente v. 3) y que es a ella a la que se tienen que agregar las virtudes. Se podría concebir la fe como el hilo en el cual se tienen que ensartar las joyas preciosas que son las virtudes.

La etimología (historia de la palabra) del término “añadir” es fascinante. Viene de un vocablo (joregos) tomado del teatro y de las fiestas de drama que se celebraban en la antigua Atenas. 

Dos famosos poetas trágicos del cuarto siglo a.C. (Sófocles y Eurípides), creaban y presentaban dramas que requerían de coros cada vez más grandes y costosos. Los ciudadanos ricos y prominentes (joregos) de aquel entonces, parece que competían por mostrar su generosidad, con objeto de patrocinar las extravagantes puestas en escena.

Posteriormente, la misma palabra (joregos) dejó de referirse a los ciudadanos ricos o prominentes y tomó el significado de “muy generoso”. Aquí Pedro emplea la forma verbal que se deriva de ese sustantivo (a propósito, esta es la única vez que se usa en el Nuevo Testamento). Traducida como “añadid”, la palabra señala que el creyente no puede satisfacerse con sólo hacer lo mínimo, tiene que ser “generoso” (fértil, muy productivo, abundante) en su adquisición de las virtudes.


EL CREYENTE DEBE SER PRÓDIGO EN EL USO DE
SU TIEMPO Y SU ESFUERZO PARA INVERTIRLOS
EN EL DESARROLLO DE SU VIDA CRISTIANA



¡RAZONEMOS!

 Se ha dicho que la salvación es instantánea y ocurre en el momento que uno acepta a Cristo, pero que la conversión requiere de tiempo. Sin duda, la última frase se refiere al proceso de crecimiento hacia la madurez. 

Uno no nace de arriba y simultáneamente se hace maduro; se necesita tiempo. Por supuesto, algo más que tiempo es necesario, porque el tiempo por sí sólo envejece. La madurez requiere de la obra del Espíritu Santo actuando sobre el conocimiento creciente de la palabra de Dios. El proceso se ilustra en Judas 20: “edificándoos sobre vuestra santísima fe”.

Ahora pasamos a considerar las virtudes mismas, los peldaños de la escalera. Las cinco primeras tienen que ver con la vida interior del creyente y con su relación con Dios.

“La virtud” v. 5. Este término, que no es muy frecuente en el Nuevo Testamento, quiere decir “mérito” o “valor”, y es el mismo que se emplea en el v. 3 donde se refiere a Cristo, y se traduce “excelencia”. La palabra se usaba para expresar el uso correcto o apropiado de algo. Es decir, la “excelencia” (o uso apropiado) de un cuchillo está en su capacidad de cortar. Si no corta, no sirve. La “excelencia” de una buena vaca está en la cantidad y calidad de leche que produce. Si no cumple con esos requerimientos, no sirve.

Ahora bien, la virtud (la “excelencia”) de un creyente, o sea el propósito que Dios tiene en mente para cada hijo de Dios, es que llegue a ser parecido a Cristo. Su vida debe reflejar algo del atractivo de Cristo (v. 3). Los maestros falsos hablaban muy bonito y tocaban un montón de temas, pero su vida no demostraba lo que es el propósito de Dios para los creyentes. Al verdadero hijo de Dios le corresponde agregar a su fe “la virtud”, el pleno conocimiento de lo que es el propósito de Dios y el cumplimiento de ello, reflejando así la excelencia de Cristo.

“Conocimiento” v. 5. Gracias a Dios por las emociones, pero el cristianismo es mucho más que sólo sentimientos. Es sabiduría, sagacidad, conocimiento obtenido en el ejercicio práctico del primer peldaño, “la virtud” o “excelencia”. Es una sabiduría que discierne entre lo bueno y lo malo y evita lo último. Es la capacidad de manejar la vida con éxito y tomar decisiones correctas a la vista de Dios. Quiere decir que es posible vivir la vida sin cometer errores graves.

Pero, y este es un “pero” muy grande y muy fuerte, no se puede lograr todo eso sólo por medio de las emociones. El “conocimiento” requiere el uso de la mente. Hay cosas que debemos aprender. Ya era tiempo que los que ocupaban el púlpito se dirigieran a la mente de sus oyentes y no sólo a sus emociones. Una cabeza vacía es muy susceptible de cometer errores, y de aceptar las falsas doctrinas que prevalecían entonces y en la actualidad.

El apóstol Pablo nos informa que los judíos “tienen celo de Dios (¡emoción!), pero no conforme a ciencia” (Romanos 10:2). También habló de su petición ante Dios a favor de los filipenses: “…que vuestro amor abunde aun más en ciencia y en todo conocimiento” (Filipenses 1:9). No debemos entrar en la pelea en ignorancia, sino que debemos agregar a la fe y la virtud, el conocimiento.

“Dominio propio” v. 6. La palabra que aquí se traduce como “dominio propio” es la misma que usó Pablo en la famosa e importante lista de virtudes que componen el fruto del Espíritu (Gálatas 5:22–23), solamente que allí se traduce “templanza”. El sentido básico del vocablo original tiene que ver con el control de nuestros apetitos en todas las áreas, tanto del raciocinio, como de las emociones y de la voluntad. Como en el caso de la referida ilustración de la escalera en donde cada peldaño depende del anterior, el “dominio propio” contempla la adquisición del “conocimiento”. Se tiene que poner en práctica lo que ya se ha aprendido mediante la obra educativa del Espíritu Santo a través de la palabra de Dios.

Cualquier sistema religioso que separa la ética de su doctrina, es herético. La demanda del dominio propio era bastante fuerte, puesto que Pedro estaba enfrentando a los maestros falsos, muchos de los cuales postulaban que su conocimiento avanzado los libraba de la necesidad de ejercer semejante control.

“Paciencia” v. 6. Pedro agrega todavía otro ingrediente más al cuadro de lo que es un creyente maduro, otro peldaño en la escalera que lo conduce a dar fruto. La palabra “paciencia” enseña que el creyente debe portarse con valor, aguantando la prueba, no dejando que nada le fuerce a rendirse. Es la actitud y estado mental, que no se mueve por la dificultad, sino que puede resistir los ataques tanto de afuera (del mundo) como de adentro (la carne). El creyente maduro no se da por vencido.


LA VERDADERA FE PERDURA.
POCAS SON LAS PRUEBAS DE LA FE MEJOR
ACREDITADAS QUE ÉSTA.



¡RAZONEMOS!

 Se ha dicho que esta clase de paciencia es más semejante a una estrella que a un cometa, porque tiene que ver con la perseverancia. Sin embargo, esta virtud no se le otorga al creyente automáticamente. 

No es una de las bendiciones que acompañan a la salvación, que se entregan al nuevo hijo de Dios en el momento en que cree. La adquisición de la paciencia no es un evento sino un proceso, y Santiago 1:2–3 lo presenta en forma bien clara: “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia”. Se dice que cada dificultad tiene un dividendo y le corresponde al creyente hacer que su dificultad se lo pague.

“Piedad” v. 6. Literalmente quiere decir “rendir culto o adorar bien”. Es la actitud reverente que busca complacer a Dios en todo, y que establece su lealtad a Dios como una prioridad. La palabra no se usa mucho en el Nuevo Testamento, tal vez porque los paganos también la utilizaban. En 1 Timoteo 6:6, Pablo usa el mismo vocablo: “Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento”.
Las dos últimas virtudes de la lista tienen que ver con las relaciones de un creyente con otros.

“Afecto fraternal” v. 6. Convendría aquí insertar las palabras que se encuentran en 1 Juan 4:20: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso”. El amor fraternal era señal del verdadero discipulado y una cualidad que estaba totalmente ausente en los falsos maestros. El peldaño anterior, la piedad, ha de llevar al creyente hacia el “afecto fraternal”. Pedro mismo aprendió esa virtud enfrentando discusiones, argumentos y disgustos con los mismos discípulos. Por eso, pudo escribir: “Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro” (1 Pedro 1:22).

“Amor” v. 6. Ahora Pedro presenta la corona de todas las virtudes. Agape es el “amor” deliberado, basado en nuestra decisión, que siempre busca y anhela lo mejor para el objeto de él. Parece ser una palabra forjada especialmente para comunicar la actitud que Dios ha tenido para con el hombre y que demanda de sus hijos. El amor divino no se basa en lo que el hombre es, sino en lo que Dios es. Primera Corintios 13:13 dice: “Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor”.
Es así como Pedro nos ha llevado desde la raíz, que es la fe, hasta el peldaño más alto, donde se encuentra el fruto, que es el amor.


¿Para qué? 1:8–11
Hay una razón de ser de las virtudes, los peldaños ya mencionados; hay un propósito, o sea, una meta que el creyente debe alcanzar al ir ascendiendo por esa escalera. Efectivamente, Pedro nos provee en 1:8–11 una lista de los resultados de ocuparse continuamente en adquirir las virtudes citadas. Es de notarse que “la diligencia” (v. 5) con la que el creyente sigue agregando virtud sobre virtud, producirá la abundancia o aumento a que se refiere el v. 8.

Activos y fructíferos v. 8. Esta es la expresión en forma positiva, aunque la manera exacta en que Pedro la presenta es negativa: “No os dejaran estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo”. La idea es que si atendemos con diligencia a las mencionadas virtudes, el creyente será efectivo y productivo en el conocimiento de Cristo. El conocimiento experimental y creciente de la verdad referente a Cristo producirá lo que debe producir, es decir, llenará su cometido en cada uno.

Es así como de nuevo se ve en la epístola la importancia del conocimiento de la verdad revelada. El creyente tiene que ser fortificado con ese conocimiento para poder resistir el ataque inminente del error.

“Ciego” v. 9. Por otro lado, “el que no tiene estas cosas”, las virtudes o excelencias comentadas a principios del capítulo, se describe como si estuviera ciego. El texto explica más específicamente esto, diciendo que es miope, pues “tiene la vista muy corta”. La metáfora de la ceguera, representando la incapacidad de ver (entender) la verdad, es muy frecuente en las Escrituras. Aquí Pedro aclaró su referencia aún más, usando la frase “habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados”. El contexto tiene a la vista a un creyente, no a un pagano totalmente ignorante de la palabra de Dios. Es un creyente que aunque conoce algo de la palabra, tiene en su corazón nada más una luz vacilante. Es como si alguien o algo le produjera amnesia en cuanto a lo que es importante, el perdón.
Objetivos a corto y largo plazo (vv. 10–11). A la luz de las excelencias que el creyente debe adquirir y experimentar, y más a la luz del creciente conocimiento de Cristo, Pedro dice: “…hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección…” (v. 10).

En primer lugar, el autor aclara que se está dirigiendo a los verdaderos creyentes porque usa el término “hermanos”, la única vez que aparece dicha palabra en sus epístolas. Se agrega así una nota de ternura y relación familiar.

Luego, el verbo de la oración “tanto más procurad” (v. 10) y el sustantivo “diligencia” del v. 5, tienen la misma base, o sea, que por segunda vez Pedro exhorta a sus lectores a la diligencia. Antes señaló la necesidad de ella al subir la escalera de las excelencias. En el v. 10 demandó la diligencia para “hacer firme vuestra vocación y elección”. Es importante notar que el creyente no es el autor de la vocación y elección. Tampoco puede, mediante su esfuerzo, hacer más seguras su vocación y su elección. Sin embargo, la manifestación en el creyente del creciente conocimiento de Cristo y de sus excelencias o virtudes, son evidencias de haber sido llamado y elegido. La seguridad es el fruto. Naturalmente que ese desarrollo, esa madurez espiritual, es producto del Espíritu Santo. Con semejantes puntos de apoyo, es imposible tropezar como dice Pedro.


¡LA SALVACIÓN ES DE JEHOVÁ!
VIENE DEL CIELO Y NOS CONDUCE AL CIELO.


En cierto sentido, lo anterior tiene que ver con el tiempo; lo que sigue se proyecta hacia la eternidad: “Porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (v. 11). Naturalmente se refiere al cielo y al hecho de que Dios suple generosamente (el mismo término que se emplea en el v. 5) todo lo necesario para lograrlo.

Meditemos:

 La salvación que vino del cielo se logró mediante el Señor Jesucristo, quien también vino del cielo. En esta seeción de 2 Pedro se notan varios títulos de Cristo: “…nuestro Dios y Salvador Jesucristo (v. 1); “…de Dios y de nuestro Señor Jesús” (v. 2); “…nuestro Señor Jesucristo” (v. 8). Él es “Dios”, “Salvador”, “Señor” y gracias a Dios, “es nuestro”.

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