jueves, 2 de agosto de 2012

Colosenses - Leccion 1 - 4: Capacitacion Biblica Nivel Instituto Biblico





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ESTUDIO DE LA CARTA A LOS COLOSENSES

Información de Introducción
General

Como Efesios, Filemón y Filipenses esta carta también es una de las que escribió Pablo de la prisión en Roma. Con Filemón está íntimamente ligada por ser éste un miembro de esta congregación, tanto como Onésimo, el personaje principal de la carta a este cristiano prominente en la iglesia en Colosas. La fecha de su escritura es aproximadamente 62-63 años después de Jesucristo. El portador de la carta es Tíquico (4:7), quien acompañado de Onésimo fue a esta ciudad no sólo para llevar la carta, sino también la consolación que Pablo les enviaba por palabra.

La Iglesia En Colosas
A. Pablo nunca la había visitado (2:1).
B. Estaba en el país antiguo de Frigia (compare Hechos 2:10; 16:16; 18:23).
C. Todos en Asia oyeron el evangelio mientras Pablo estuvo en Éfeso (Hechos 19:10).
D. Aprendieron el evangelio de Epafras (1:6,7).
E. Epafras había trabajado también en Laodicea y en Hierápolis (4:13).
F. Epafras aún estaba interesado en la Obra en Colosas cuando Pablo escribió (1:7; 4:12,13).
G. Estaba compuesta mayormente de gentiles (1:21,27; 3:5-7).
H. Estaba infestada de doctrinas falsas.
I. Epafras había visitado a Pablo en Roma y le había contado de la situación de la iglesia en Colosas (1:7-9).

Bosquejo De La Carta
INTRODUCCIÓN (1:1-8).
A. La salutación (1:1,2).
B. Pablo da gracias (1:3-8).

I. LA SECCIÓN DOCTRINAL: LA PREEMINENCIA DE CRISTO (1:9 - 2:7).
A. La oración por crecimiento espiritual (1:9-14).
B. La preeminencia de Cristo en la creación y en la iglesia (1:15-23).
C. El ministerio de Pablo: la edificación de la iglesia (1:24 - 2:7).

II. LA SECCIÓN POLÉMICA: CRISTO ES LA RESPUESTA A LA DOCTRINA FALSA (2:8-23).
A. La filosofía (2:8-10).
B. El judaísmo (2:11-17).
C. La adoración de los ángeles (2:18,19).
D. El ascetismo (2:20-23).

III. LA SECCIÓN PRACTICA: CRISTO ES LA BASE DE LA VIDA NUEVA (3:1 - 4:6).
A. Dedíquese a las cosas espirituales (3:1-4).
B. Haga morir lo terrenal en usted (3:5-11).
C. Vístase de las obras de Cristo (3:12-17).
D. Haga todo como para el Señor (3:18 - 4:6).
1. Casadas y Maridos (3:18,19).
2. Hijos y Padres (3:20,21).
3. Siervos y Amos (3:22 - 4:1).
4. Cristianos con Incrédulos (4:2-6).

CONCLUSIÓN (4:7-18).
TEMA: LA PREEMINENCIA DE CRISTO
VERSÍCULO TEMÁTICO: COLOSENSES 1:18
El Problema En Colosas
A. El método de Pablo al enfrentar la amenaza.
1. El método preventivo.
a. Parar la amenaza antes que se desarrolle.
b. Compare las enfermedades físicas.
2. Empezó felicitándoles sinceramente y dejó las amonestaciones hasta después.
B. La naturaleza de la falsa doctrina:
1. Era engañosa (2:4).
2. Era una filosofía (2:8).
3. Estaba basada en tradiciones humanas (2:8).
4. Cambió la religión en un sistema de reglamentos. Hizo externa la piedad (2:20).
5. Ese espíritu legalista exigió ciertas prácticas con referencia a comidas y bebidas (2:16,21).
6. Exigió la observación de días especiales (2:16).
7. Ascetismo (2:23).
8. Exigió la circuncisión (2:11).
9. La adoración de ángeles (2:18).
10. Básicamente negó que Cristo Jesús es Supremo y Adecuado en todo (1:15,19; 2:2,9).
11. Un espíritu de superioridad (1:21,28).
12. La inmoralidad (3:1-17).
C. Estaba Parecida Con La Filosofía GNÓSTICA.
1. Gnosis = conocimiento. Para ellos la salvación consistió en saber cierta información mística más que en la fe, la obediencia o la santidad.
Tomaron un punto de vista intelectual hacia la vida y la religión.
2. La materia y el espíritu son opuestos DECÍAN. La materia es supuestamente mala y el espíritu bueno.
3. Creían que la materia es eterna.
4. Dios, siendo espíritu, es completamente BUENO. No puede tener contacto con las cosas materiales. Dios no podría ser el Creador por este motivo. El Dios Supremo a veces fue llamado la pleroma (griego) que significa la plenitud (vea Colosenses 1:19).
5. Razonaban que Jesús, siendo Divino, no podría venir en cuerpo humano (así mezclando el espíritu bueno y la materia mala en forma imposible conforme a su filosofía). Sólo pareció tener un cuerpo físico decían. Contraste Colosenses 2:9; 1:22; comparando I Juan 4:2,3; II Juan 7.
6. Alegaban que entre Dios y los hombres hay una serie larga de seres intermedios. Los que están más lejos de Dios son menos y menos espirituales y más y más materiales. Cristo fue uno de estos seres intermedios, pero uno do los más espirituales. El más material creó la tierra (Contraste Colosenses 1:15-19 que enseña que Cristo es la imagen de Dios y el Creador de todo).
7. Pensaban que el cuerpo (materia) es malo. Dos ideas opuestas resultaron:
a. ASCETISMO - hay que abusar el cuerpo y subyugarlo por negarse ciertas cosas materiales como algunas comidas (contraste Colosenses 2:20-23).
b. LIBERTINAJE - haga lo que quiera con el cuerpo pues lo importante es el espíritu y éste no es afectado por las acciones del cuerpo. (contraste Colosenses 3)
8. Resultó en una actitud de superioridad que destruyó la comunión en la iglesia (vea Colosenses 1:28; 3:11).
EL MENSAJE DE COLOSENSES PARA HOY
A. La revelación de Dios en Jesucristo es ÚNICA y PERFECTA. No podemos comprometer esta revelación con las de otras religiones. Esta religión sí ES PERFECTA. No necesita de modificaciones ni cambios. Si no agrada a ciertas personas, siempre agrada a Dios y esto es lo importante. No debemos ceder a la presión moderna de aceptar a toda religión sin dar importancia al origen de sus enseñanzas. Tenemos que insistir que Jesucristo y Su palabra perfecta son la ÚNICA VERDADERA y PERFECTA revelación de Dios y Su voluntad para los hombres de toda época. No necesitamos de más revelaciones. Necesitamos volver a la perfecta revelación de Dios en Cristo.
B. Nos advierte contra el peligro de convertir la religión cristiana en una mera filosofía. La diferencia básica entre la religión cristiana y la filosofía es que ésta es únicamente una búsqueda intelectual. Trata de verdades en forma de teorías intelectuales. El cristianismo trata de la PERSONA de Cristo y Su efecto en la VIDA COTIDIANA de otras personas. Debemos recordar que la invitación de Cristo para Sus discípulos es: ¡"Sígueme"!, No solamente ¡"Estudia acerca de mí"!
C. Nos advierte contra la tendencia de pensar que somos mejores que los demás. En Cristo no hay lugar para ninguna jerarquía, ni en la organización de la iglesia ni en la mente de los cristianos. El cristianismo no es un secreto o misterio que pueda ser descubierto o entendido por solamente unos pocos como decían los  gnósticos. No hay clero en el pueblo de Dios. Todos tenemos a nuestra disposición TODA la sabiduría de Cristo.
D. No podemos separar la religión cristiana de la norma de moralidad establecida por Cristo. Cristo no trae solamente nuevo conocimiento. También trae una vida nueva, una vida de santidad. La luz de Cristo no es meramente una luz intelectual, es también la luz de buenas obras que glorifican a nuestro Padre Celestial. Si bien es cierto que no somos salvos por obras de justicia que hacemos, también es cierto que somos salvos PARA hacer muchas obras que Dios ha preparado de antemano.
E. No podemos separar la iglesia del mundo. Es decir que no debemos aislarnos del mundo. No debemos temer el contacto con el mundo. Al contrario debemos buscar este contacto para poder tener la influencia cristiana en él. No debemos pensar que el cristianismo sea limitado a ciertas circunstancias, ciertos lugares, ni solamente ciertas actividades que denominamos "religiosas". Lo importante para el cristiano es su cambio de vida en la oficina, en el taller, la fábrica, el campo, el colegio, y el hogar. El cristiano vive una VIDA diferente, una VIDA ETERNA conformándose a la VIDA que es Cristo. No se trata de solamente algunos aspectos de la vida sino de la vida misma en todos sus aspectos, en todas sus relaciones, en todas sus actividades. El desafío para el cristiano es que su VIDA sea un acto de adoración para Dios.
F. El apóstol Pablo presenta estos principios eternos de mucha importancia para nuestro tiempo y muchos otros en esta breve carta a los cristianos en Colosas.
Recuerde que si no hacemos la aplicación de estos principios a nuestro tiempo y a mí vida y la de mis hermanos, será muy poco el beneficio de haber escudriñado esta epístola del apóstol Pablo. Fue escrita para responder a una necesidad urgente en la vida de estos cristianos primitivos. A nosotros nos toca no sólo
escudriñar el mensaje sino también ver cómo responde a nuestras necesidades como cristianos modernos.L
a tradición eclesiástica ha venido atribuyendo la epístola a Pablo de Tarso, y sólo desde el siglo XIX se ha cuestionado esta idea. En la actualidad, las opiniones están divididas.
Los autores modernos partidarios de la autenticidad de la epístola se basan sobre todo, aparte de la tradición unánime de la Iglesia desde la época de Ireneo, en la presencia en ella de ideas características del pensamiento teológico de Pablo, y en la afinidad de la situación en ella descrita con la Epístola a Filemón, cuya autenticidad no se ha cuestionado: en ambas epístolas, el autor está en prisión, y en las dos figuran los mismos colaboradores.
Quienes descartan que la epístola sea auténticamente paulina se basan en:
  • Diferencias de vocabulario.
  • Diferencias de estilo literario.
  • Concepciones teológicas diferentes. Señala Antonio Piñero especialmente dos: el énfasis que se hace en la creación del universo a través de Cristo (cf. 1,16), y el concepto cósmico de Iglesia, como cuerpo de Cristo (cf. 1,18-24), cuando en el resto de las epístolas paulinas la palabra "iglesia" tiene siempre el sentido de comunidad cristiana local.
  • La imagen que la epístola presenta del apóstol: más que a un personaje vivo, parece reflejar a un personaje del pasado.


El Problema de los Inmigrantes: Un problema que debe resolverse

miércoles, 1 de agosto de 2012

Sermones Magistrales: La Inmutabilidad de Dios

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Alguien ha dicho que “el estudio apropiado de la humanidad es el hombre”. Yo no voy a oponerme a esa idea, pero creo que es igualmente cierto que el estudio apropiado de los elegidos de Dios, es el propio Dios. El estudio apropiado del cristiano es la Deidad. La ciencia más elevada, la especulación más sutil, la filosofía más poderosa que puedan jamás atraer la atención de un hijo de Dios, es el nombre, la naturaleza, la Persona, la obra, los hechos y la existencia de ese grandioso Dios, a quien el cristiano llama Padre.
En la contemplación de la Divinidad hay algo extraordinariamente beneficioso para la mente. Es un tema tan amplio que todos nuestros pensamientos se pierden en su inmensidad; tan profundo, que nuestro orgullo se ahoga en su infinitud. Nosotros podemos abarcar y enfrentar otros temas; en ellos sentimos una especie de autosatisfacción y proseguimos con nuestro camino pensando: “he aquí que yo soy sabio”. Pero cuando nos aproximamos a esta ciencia de las ciencias y encontramos que nuestra plomada no puede medir su profundidad y que nuestro ojo de águila no puede ver su altura, nos alejamos pensando que el hombre vano quisiera ser sabio, pero que es como un burrito salvaje y entonces exclama solemnemente: “soy de ayer y no sé nada”. Ningún tema de contemplación tenderá a humillar la mente en mayor medida que los pensamientos de Dios. Nos veremos a obligados a sentir:
“¡Gran Dios, cuán infinito eres Tú,
y nosotros somos sólo unos gusanos sin valor!”
Pero si el tema humilla la mente, también la expande. Aquel que piensa en Dios con frecuencia, tendrá una mente más grande que el hombre que simplemente camina con pesadez alrededor de este globo estrecho. Quizás se trate de un biólogo que hace alarde de su habilidad para hacer la disección de un escarabajo, estudiar la anatomía de una mosca o clasificar a los insectos y a los animales en grupos que tienen nombres casi imposibles de pronunciar. Puede ser un geólogo, capaz de disertar sobre el megaterio y el plesiosauro y todos los demás tipos de animales en extinción. Él puede pensar que independientemente de cuál sea su ciencia, su mente se ve ennoblecida y engrandecida. Me atrevo a decir que así es, pero después de todo, el estudio más excelente para ensanchar el alma es la ciencia de Cristo, y Cristo crucificado, y el conocimiento de la Deidad en la gloriosa Trinidad.
Nada hay que pueda desarrollar tanto el intelecto, nada hay que engrandezca tanto el alma del hombre como la investigación devota, sincera y continua del grandioso tema de la Deidad. Y mientras humilla y ensancha, este tema es eminentemente consolador. ¡Oh, en la contemplación de Cristo hay un ungüento para cada herida! ¡En la meditación sobre el Padre, hay descanso para cada aflicción y en la influencia del Espíritu Santo hay un bálsamo para cada llaga! ¿Quieres liberarte de tus penas? ¿Quieres ahogar tus preocupaciones? Entonces, ve y lánzate a lo más profundo del mar de la Deidad; piérdete en su inmensidad, y saldrás de allí como cuando te levantas de un lecho de descanso, renovado y lleno de vigor.
No conozco nada que pueda consolar tanto al alma, que calme las crecientes olas de dolor y tristeza, que hable de tanta paz a los vientos de las pruebas, como una devota reflexión sobre el tema de la Deidad. Esta mañana, invito a todos a considerar este tema. Les voy a presentar una sola perspectiva, y es la inmutabilidad del glorioso Jehová. “Porque yo”—dice mi texto—“Jehová” (así debe ser traducido) “Porque yo Jehová no cambio; por esto, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos.”
Tenemos tres puntos sobre los que vamos a reflexionar. Primero que nada, un Dios que no cambia. En segundo lugar, las personas que se benefician de este glorioso atributo, “los hijos de Jacob”. Y en tercer lugar, el beneficio que obtienen, “no habéis sido consumidos”. Vamos a tratar ahora estos puntos.
I. Antes que nada, tenemos ante nosotros la doctrina de LA INMUTABILIDAD DE DIOS. “Porque yo Jehová no cambio” Voy a tratar de explicar o, más bien, ampliar el pensamiento y luego presentar unos pocos argumentos para demostrar su verdad.
1. Para ofrecerles una exposición de mi texto, primero voy a decirles que Dios es Jehová y que Él no cambia en Su esencia. No podemos decirles qué es la Deidad. No sabemos qué sustancia es esa que llamamos Dios. Es una existencia, es un Ser. Pero no sabemos qué es eso. Sin embargo, cualquier cosa que eso sea, nosotros la llamamos Su esencia y esa esencia nunca cambia. La sustancia de las cosas mortales siempre está cambiando. Las montañas cubiertas de coronas de blanca nieve se deshacen de sus viejas diademas durante el verano, en ríos que se deslizan por sus costados, mientras la nube de tormenta les da una nueva corona. El océano, con sus poderosas corrientes, pierde agua cuando los rayos del sol besan las olas que disuelven en una espuma que se eleva al cielo. Aun el propio sol requiere de combustible fresco de la mano del Infinito Todopoderoso para alimentar su horno ardiente.
Todas las criaturas cambian. El hombre, especialmente en lo relacionado a su cuerpo, siempre está experimentando una revolución. Muy probablemente no hay una sola partícula en mi cuerpo que haya estado allí hace unos pocos años. Esta estructura ha sido desgastada por la actividad, sus átomos eliminados por la fricción, partículas frescas de materia se han acumulado constantemente en mi cuerpo y así ha sido renovado. Su sustancia ha cambiado. Este mundo está hecho de un material que siempre está discurriendo como un arroyo. Unas gotas están huyendo mientras otras las están persiguiendo, manteniendo siempre lleno el arroyo, pero siempre cambiando en sus elementos.
Pero Dios es perpetuamente el mismo. No está hecho de ninguna sustancia o materia, sino que es puro espíritu, un espíritu esencial y etéreo y, por tanto, Él es inmutable. Él permanece por siempre el mismo. No hay arrugas en Su frente eterna. La edad no lo ha debilitado ni los años lo han marcado con los recuerdos de su vuelo. Él ve que pasan las edades, pero en lo que a Él concierne, es siempre ahora. Él es el gran Yo Soy, el Gran Inmutable. Observen que Su esencia no sufrió un cambio cuando se unió con la naturaleza humana. Cuando Cristo en años pasados Se vistió con un cuerpo mortal, la esencia de Su divinidad no fue cambiada. La carne no se volvió Dios, ni Dios se volvió carne por medio de un cambio real de naturaleza.
Las dos naturalezas fueron unidas en una unión hipostática, pero la Deidad permaneció siendo la misma. Era la misma cuando Él era un bebé en el pesebre, como era la misma cuando extendió las cortinas del cielo. Era el mismo Dios que colgó de la Cruz y cuya sangre se derramó en un torrente púrpura. El mismo Dios que sostiene al mundo sobre Sus sempiternos hombros, sostiene en Sus manos las llaves de la muerte y del infierno. Nunca ha sufrido cambios en Su esencia, ni siquiera en Su encarnación. Él permanece para siempre, eternamente, como el único Dios inmutable, el Padre de las luces, en quien no hay variabilidad, ni siquiera la sombra de un cambio.
2. Él no cambia en Sus atributos. Cualesquiera que hayan sido los atributos de Dios en el pasado, son los mismos atributos ahora. Y podemos cantar acerca de cada uno de ellos: Como era en el principio, es ahora y será por siempre, mundo sin término, Amén. ¿Era Él poderoso? ¿Era Él el poderoso Dios cuando con Su voz mandó que se hiciera el mundo desde el vientre de la no-existencia? ¿Era Él el omnipotente cuando encumbró las montañas y excavó las cavernas del profundo océano? Sí, era poderoso entonces y Su brazo no se ha debilitado ahora. Él es el mismo gigante con todo Su poder. La savia de Su alimento aún está húmeda y la fortaleza de Su alma permanece firme para siempre.
¿Era Él sabio cuando constituyó este poderoso globo, cuando puso los cimientos del universo? ¿Tenía sabiduría cuando planeó el camino de nuestra salvación y cuando desde toda la eternidad Él diseñó Sus tremendos planes? Sí, y Él es sabio ahora. Él no es menos hábil, Él no tiene un menor conocimiento. Sus ojos que ven todas las cosas no se han debilitado. Sus oídos que oyen todas las exclamaciones, suspiros, sollozos y gemidos de Su pueblo, no se han endurecido con los años que Él ha escuchado todas sus plegarias. Él es inmutable en Su sabiduría. Sabe tanto ahora como siempre, ni más ni menos. Tiene la misma habilidad consumada, y la misma previsión infinita.
Él es inmutable, bendito sea su nombre, en su justicia. Justo y santo fue Él en el pasado. Justo y santo es Él ahora. Él es inmutable en Su verdad. Él lo ha prometido y Su promesa se ha convertido en realidad. Él lo ha dicho, y se hará. Él no cambia en la bondad y generosidad y benevolencia de Su naturaleza. No se ha convertido en un tirano Todopoderoso después de haber sido un Padre Todopoderoso. Su amor poderoso permanece firme como una roca de granito, inconmovible ante los huracanes de nuestra iniquidad. Y bendito sea Su amado nombre, Él es inmutable en Su amor. Cuando al principio escribió su Pacto, cuán lleno de afecto estaba Su corazón hacia Su pueblo. Sabía que su Hijo debía morir para ratificar los artículos de ese acuerdo. Sabía muy bien que debía arrancar de Sus entrañas a Su bienamado a fin de enviarlo a la tierra para que se desangrara y muriera.
No dudó en firmar ese poderoso pacto. Ni se evadió de su cumplimiento. Él ama tanto ahora como amó entonces. Y cuando los soles dejen de brillar y las lunas cesen de mostrar su tenue luz, Él todavía amará por toda la eternidad. Tomen cualquier atributo de Dios, y yo voy a escribir semper idem sobre ese atributo, es decir, siempre igual. Tomen cualquier cosa que puedan decir de Dios ahora, y esto puede decirse no solamente en el oscuro pasado, sino que también en el brillante futuro. Siempre será lo mismo: “Porque yo Jehová no cambio.”
3. De la misma manera, Dios es inmutable en Sus planes. Ese hombre comenzó a construir, pero no tuvo la capacidad de terminar y, por lo tanto, cambió su plan, al igual que lo haría cualquier hombre sabio en su misma situación. Entonces, procedió a construir sobre un cimiento menor y recomenzó su obra. Pero, ¿acaso se ha dicho alguna vez que Dios comenzó a construir mas no tuvo la capacidad de terminar? De ningún modo. Teniendo recursos sin límites a Su plena disposición, y cuando Su propia diestra podría crear mundos tan numerosos como las gotas del rocío matutino, ¿se detendrá alguna vez porque no tiene poder? ¿Acaso tendría que invertir, alterar o descomponer Su plan, porque no lo puede llevar a cabo?
“Pero”—dirá alguno—“tal vez Dios nunca tuvo un plan.” ¿Piensas que Dios es más insensato que tú, amigo? ¿Te pones a trabajar sin un plan? “No”—dices tú—“siempre tengo un esquema.” También Dios. Todo hombre tiene su plan, y Dios también tiene un plan. Dios es una mente maestra. Él planeó todo en Su gigantesco intelecto mucho antes de hacerlo, y una vez establecido el plan—observen bien—Él nunca lo modifica. “Esto se hará”—dijo Él—y la mano de hierro del destino tomó nota y esto se realiza. “Éste es mi propósito”, y permanece firme, y ni el cielo ni la tierra pueden alterarlo. “Éste es mi decreto”—dice Él-. Ángeles, promúlguenlo; aunque los demonios traten de arrancarlo de las puertas del cielo, no podrán alterar el decreto; éste se cumplirá.
Dios no altera sus planes. ¿Por qué habría de hacerlo? Él es Todopoderoso y, por lo tanto, puede realizar Su deseo. ¿Por qué habría de alterar Sus planes? Él lo sabe todo y, por lo tanto, no se puede equivocar en Sus planes. ¿Por qué habría de alterarlos? Él es el Dios eterno y, por lo tanto, no puede morir antes que Su plan se lleve a cabo. ¿Por qué habría de cambiar? ¡Ustedes, átomos de existencia sin ningún valor, cosas efímeras de un día; ustedes, insectos que se arrastran sobre la hoja del laurel de la existencia; ustedes pueden cambiar sus planes, pero Él nunca, nunca cambia los suyos! Puesto que Él me ha dicho que Su plan es salvarme, por eso, yo soy salvo.
“Mi nombre de la palma de Su mano
la eternidad no podrá borrar;
impreso en Su corazón permanece,
con la marca de la gracia indeleble.”
4. De la misma manera Dios es inmutable en Sus promesas. ¡Ah! nos agrada hablar acerca de las dulces promesas de Dios; pero si pudiéramos suponer alguna vez que una de ellas pudiera cambiar, no las volveríamos a mencionar más. Si yo pensara que los cheques del Banco de Inglaterra no se pudieran cambiar la semana entrante, no aceptaría recibir un cheque. Y si yo pensara que las promesas de Dios no se van a cumplir, si yo pensara que Dios no tendría ningún problema en alterar alguna palabra de Sus promesas, ¡entonces adiós a las Escrituras! Yo necesito cosas inmutables: y encuentro que tengo promesas inmutables cuando abro la Biblia y leo: “para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta”, Él ha firmado, confirmado y sellado cada una de Sus promesas.
El Evangelio no es “sí y no”, no es prometer algo hoy y negarlo mañana. El Evangelio es “sí, sí”, para gloria de Dios. ¡Creyente!, hubo una promesa muy motivadora que recibiste ayer; y esta mañana cuando abriste tu Biblia la promesa no era dulce. ¿Sabes por qué? ¿Piensas que la promesa cambió? ¡Ah, no! Tú cambiaste. Ése es el problema. Te habías estado comiendo algunas uvas de Sodoma y tu boca no tenía la capacidad de saborear adecuadamente lo espiritual y no pudiste detectar la dulzura. Pero la misma miel estaba allí, puedes estar seguro de ello, la misma esencia preciosa. “¡Oh!”—dice un hijo de Dios—“yo una vez construí mi casa firmemente sobre algunas promesas estables; vino un viento y yo dije: Oh Señor, estoy abatido y estaré perdido.”
¡Oh!, las promesas no fueron abatidas; los cimientos están allí; fue tu pequeña cabaña de “madera, heno, hojarasca” que habías estado construyendo. Fue eso lo que se cayó. Tú eres el que has sido sacudido estando sobre la roca, no la roca que está debajo de ti. Pero déjame decirte cuál es la mejor manera de vivir en el mundo. He escuchado que un caballero le dijo a un hombre de piel negra: “no puedo entender cómo tú siempre estás tan contento en el Señor, mientras yo estoy a menudo deprimido.”
“Pues bien, mi amo”—dijo él—“me tiendo completamente sobre la promesa; allí permanezco. En cambio usted está de pie sobre la promesa, si el equilibrio es débil y si sopla el viento, usted se cae y luego exclama ‘¡Oh!, me he caído’; en cambio yo me tiendo enteramente sobre la promesa desde el principio y es por eso que no temo caer.”
Entonces debemos decir siempre: “Señor, allí está la promesa; te corresponde a Ti cumplirla.” ¡Yo me tiendo enteramente sobre la promesa! No debo permanecer de pie. Eso es lo que tú deberías hacer: postrarte sobre la promesa. Y recuerda, cada promesa es una roca, una cosa inmutable. Por lo tanto, arrójate a Sus pies, y descansa allí para siempre.
5. Pero ahora viene una nota discordante para arruinar el tema. Para algunos de ustedes Dios es inmutable en Sus amenazas. Si cada promesa se mantiene firme, y cada juramento del pacto se cumple, ¡escucha tú, pecador! Pon atención a la palabra. Oye los tañidos fúnebres de tus esperanzas carnales. Observa el funeral de tus confianzas en la carne. Cada amenaza de Dios, así como cada una de Sus promesas se cumplirán. ¡Hablemos de decretos! Te diré un decreto: “Mas el que no creyere, será condenado.” Ese es un decreto, y un estatuto que nunca puede cambiar. Puedes ser tan bueno como quieras, ser tan moral como puedas, ser tan honesto como desees, caminar tan derecho como puedas. Sin embargo, allí está la amenaza inmutable: “Mas el que no creyere, será condenado.”
¿Qué dices a eso, moralista? Oh, quisieras poder alterarlo y decir: “Aquel que no viva una vida santa será condenado.” Eso podrá ser cierto; pero no es lo que dice. Dice: “El que no creyere.” Aquí está la piedra de tropiezo y la roca que hace caer; pero eso no lo puedes alterar. Debes creer o ser condenado, dice la Biblia; y fíjate bien, esa amenaza de Dios es tan inmutable como Dios mismo. Y cuando hayan transcurrido mil años de tormentos en el infierno, mirarás a lo alto y verás escrito en letras ardientes de fuego: “Mas el que no creyere, será condenado.”
“Pero, Señor, yo soy un condenado.” Sin embargo, dice “será” aún. Y cuando un millón de edades se hayan desplegado, y estés exhausto en medio de tus dolores y agonías, volverás tus ojos hacia lo alto y todavía leerás “SERÁ CONDENADO”. Este decreto es inmutable, inalterable. Y cuando tú habrás podido pensar que la eternidad ya ha tejido su último hilo, que cada partícula de eso que nosotros llamamos eternidad deberá haberse extinguido, tú todavía verás escrito allá arriba: “SERÁ CONDENADO”. ¡Oh, qué terrible pensamiento! ¿Cómo me atrevo a decirlo? Pero debo hacerlo. Ustedes deben ser advertidos, señores, “para que no vayan ustedes también a este lugar de tormento”. Se le debe decir cosas ásperas a ustedes; pues si el Evangelio de Dios no es una cosa áspera, la ley es una cosa áspera; el Monte Sinaí es una cosa áspera. ¡Ay del atalaya que no amoneste al impío! Dios es inmutable en sus amenazas. Ten mucho cuidado, oh pecador, pues “¡horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!
6. Debemos sugerir otro pensamiento antes de proseguir, y es: Dios no cambia en los objetos de su amor. Es inmutable no solamente en Su amor, sino en los objetos de su amor.
“Si alguna vez sucediera
que alguna oveja de Cristo se perdiera,
ay, mi alma débil y voluble,
se perdería mil veces al día.”
Si un amado santo de Dios pereciera, todos lo harían; si alguien bajo el pacto se perdiera, todos podrían hacerlo, y entonces la promesa del Evangelio no sería verdadera. La Biblia sería una mentira y no habría nada en ella digno de mi aceptación. Yo me convertiría en un infiel de inmediato, si pudiera creer que un santo de Dios pudiera perderse para siempre al fin. Si Dios me ha amado una vez, entonces Él me amará para siempre.
“Si Jesús brilló sobre mí una vez,
entonces Jesús es para siempre mío.”
Los objetos de un amor eterno nunca cambian. A quienes Dios ha llamado, los ha de justificar; a quienes ha justificado, los ha de santificar; y a quien Él santifica, lo ha de glorificar.
7. Así, habiendo dedicado mucho tiempo, tal vez, para simplemente explicar el concepto de un Dios inmutable, voy a tratar de demostrar ahora que Él no es cambiable. Yo no soy un predicador argumentativo, pero voy a formular un argumento, que es: la misma existencia, y el ser de Dios, me parece a mí que implican inmutabilidad. Permítanme reflexionar por un momento. Hay un Dios. Este Dios rige y gobierna todas las cosas; este Dios creó el mundo y Él lo sostiene y lo mantiene. ¿Cómo será este Dios? Me parece ciertamente que no podemos pensar en un Dios mutable. Concibo que el pensamiento es tan repugnante al sentido común, que si nosotros pensamos por un momento en un Dios que cambia, las palabras parecen chocar entre sí, y estamos obligados a decir: “Entonces debe ser un tipo de hombre”, y llegar a la idea de un Dios de la misma manera que lo han hecho los mormones.
Me imagino que es imposible concebir a un Dios cambiante. Al menos lo es para mí. Otros podrán ser capaces de pensar eso, pero yo no podría considerarlo ni por un momento. Yo no podría pensar que Dios es mutable, de la misma manera que no me puedo imaginar un cuadrado redondo o ninguna otra cosa absurda por el estilo. Ese concepto de un Dios cambiante es tan contradictorio, que estoy obligado a incluir la idea de un ser inmutable tan pronto digo Dios.
8. Bien, pienso que un argumento será suficiente, pero podemos encontrar otro en el hecho de la perfección de Dios. Creo que Dios es un Ser perfecto. Entonces, si Él es un Ser perfecto, Él no puede cambiar. ¿Pueden ver esto? Supongan que yo soy perfecto hoy. Si fuera posible que yo cambiara, ¿sería yo perfecto mañana después de la alteración? Si yo cambié, debí haber cambiado de un estado bueno a uno mejor. Y entonces, si puedo mejorar, no puedo ser perfecto ahora. O también pude haber cambiado de un estado mejor a uno peor, y si estuviera en una peor condición no hubiera sido perfecto al principio. Si soy perfecto, no puedo ser alterado y no volverme imperfecto. Si soy perfecto hoy, me debo mantener igual mañana, si voy a mantener mi perfección. Así, si Dios es perfecto, Él debe ser el mismo; pues el cambio implicaría imperfección ahora o imperfección después.
9. También está el hecho de la infinitud de Dios, que elimina completamente el concepto de cambio. Dios es un Ser infinito. ¿Qué significa eso? No existe un hombre que te pueda decir lo que entiende por un ser infinito. Pero no puede haber dos infinitos. Si una cosa es infinita, no hay espacio para nada más, pues infinito quiere decir todo. Quiere decir sin límites, no finito, que no tiene fin. Bien, no puede haber dos infinitos. Si Dios es infinito hoy, y después cambiara y siguiera siendo infinito, habría dos infinitos. Pero eso no puede ser. Supongamos que es infinito y después cambia. Entonces debe volverse finito, y no podría ser Dios. O Él es finito hoy y finito mañana, o es infinito hoy y finito mañana, o finito hoy e infinito mañana. Todas estas suposiciones son igualmente absurdas. El hecho de que Él es infinito de inmediato sofoca el pensamiento de que Él es un ser cambiable. La palabra “inmutabilidad” está escrita sobre la propia frente de la infinitud.
10. Ahora, queridos amigos, miremos al pasado: y allí vamos a recoger algunas evidencias de la naturaleza inmutable de Dios. ¿Ha hablado Jehová y no lo ha cumplido? ¿Lo ha jurado y no ha sucedido? ¿Acaso no puede decirse de Jehová: Él ha hecho toda Su voluntad y ha cumplido todo su propósito? Miren a las ciudades de los filisteos. Dios dijo “Lamenta Asdod, y ustedes puertas de Gaza, pues ustedes serán derribadas”; y ¿dónde están ahora?, ¿dónde está Edom? Pregunten a Petra y a sus murallas en ruinas. ¿Acaso su eco no repetirá la verdad que Dios ha dicho: “Edom será una presa y será destruido”? ¿Dónde está Babel y dónde está Nínive? ¿Dónde Moab y dónde Amón? ¿Dónde están las naciones que Dios dijo que destruiría? ¿Acaso Dios no las ha arrancado de raíz y las ha arrojado lejos del recuerdo de los que habitan en la tierra? ¿Y acaso Dios ha echado fuera a Su pueblo? ¿Alguna vez se ha olvidado de Su promesa? ¿Alguna vez no ha cumplido Su juramento o Su pacto, o se ha apartado alguna vez de Su plan? ¡Ah, no! ¡Señalen alguna instancia en la historia en la que Dios haya cambiado! No podrán hacerlo, señores; pues a través de toda la historia, resalta el hecho de que Dios ha sido inmutable en Sus propósitos. Me parece que oigo que alguien dice: “¡Yo puedo recordar un pasaje de la Escritura donde Dios cambió!” Y yo mismo pensé eso una vez. El caso al que me refiero es ese de la muerte de Ezequías.
Isaías entró y dijo: “Ezequías, tú vas a morir, tu enfermedad es incurable, ordena tu casa.” Él volvió su rostro a la pared y comenzó a orar. Y antes que Isaías saliese hasta la mitad del patio, se le ordenó que regresara y le dijera: “Vas a vivir quince años más.” Ustedes podrían pensar que eso demuestra que Dios cambia. Pero yo no puedo ver en el relato la menor prueba de cambio que pueda existir. ¿Cómo sabes que Dios no conocía eso? ¡Oh!, Dios sí lo sabía. Él sabía que Ezequías viviría. Por tanto, Él no cambió, pues si Él sabía eso, ¿cómo podía cambiar? Eso es lo que yo quisiera saber.
Pero, ¿conoces un pequeño detalle? Que el hijo de Ezequías, Manasés, no había nacido entonces, y que si Ezequías hubiera muerto, no hubiera existido Manasés, y no hubiera existido Josías, ni tampoco Cristo, porque Cristo vino precisamente de ese linaje. Ustedes podrán comprobar que Manasés tenía doce años cuando su padre murió, de tal manera que debió haber nacido tres años después de estos hechos. ¿Y no creen ustedes que Dios había decretado el nacimiento de Manasés, y lo conocía de antemano? Ciertamente. Entonces, Él decretó que Isaías fuera y le dijera a Ezequías que su enfermedad era incurable, y que después le dijera, en el mismo aliento, “he aquí que Yo te sano y tú vivirás”. Él dijo eso para incitar a Ezequías a la oración. Habló, en primer lugar, como hombre: “De acuerdo con las probabilidades humanas tu enfermedad es incurable, y te vas a morir.” Después esperó hasta que Ezequías orara; y luego vino un pequeño “pero” al final de la frase. Isaías no había terminado la frase. Él dijo: “Debes ordenar tu casa, pues no hay humana cura; pero” (y después salió, Ezequías oró un poco, y después entró de nuevo y dijo) “pero he aquí que yo te sano.” ¿Acaso hay alguna contradicción allí, excepto en el cerebro de quienes luchan contra el Señor, y desean convertirlo en un ser cambiante?
II. Ahora, en segundo lugar, permítanme decir una palabra sobre LAS PERSONAS PARA QUIENES ESTE DIOS INMUTABLE ES UN BENEFICIO. “Porque yo Jehová no cambio; por esto, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos.” Entonces, ¿quiénes son “los hijos de Jacob”, que pueden gozarse en un Dios inmutable?
1. En primer lugar, son los hijos de la elección de Dios; pues está escrito: “A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí; pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal.” Está escrito: “El mayor servirá al menor.”
“Los hijos de Jacob
son los hijos de la elección de Dios,
que por gracia soberana son creyentes;
por un eterno designio
ellos reciben gracia y gloria.”
“Los hijos de Jacob” son los elegidos de Dios. Son los que Él conoció de antemano y ordenó de antemano para salvación eterna.
2. “Los hijos de Jacob” quiere decir, en segundo lugar, personas que gozan derechos y títulos especiales. Jacob, ustedes saben, no tenía derechos por nacimiento; pero él pronto los adquirió. Él cambió un guisado de lentejas con su hermano Esaú, y así ganó la primogenitura. Yo no justifico los medios; pero él también obtuvo la bendición, y así adquirió derechos especiales. “Los hijos de Jacob” quiere decir personas que poseen derechos y títulos especiales. A los que creen, Él les dio la potestad y el derecho de ser hechos hijos de Dios. Ellos tienen un interés en la sangre de Cristo. Ellos tienen un derecho “para entrar por las puertas en la ciudad”. Tienen un título para recibir honores eternos. Poseen una promesa de gloria eterna. Tienen un derecho de llamarse hijos de Dios. ¡Oh!, hay derechos y privilegios especiales que pertenecen a los “hijos de Jacob”.
3. Luego, estos “hijos de Jacob” eran hombres de manifestaciones especiales. Jacob había tenido manifestaciones muy especiales de su Dios, y así había sido honrado grandemente. Una vez, una noche se acostó y durmió; tenía los setos del camino por cortinas, y el cielo por su pabellón, una piedra por almohada, y la tierra por cama. ¡Oh!, entonces él tuvo una manifestación peculiar. Había una escalera y él vio a los ángeles de Dios que ascendían y descendían. Así tuvo una manifestación de Cristo Jesús, como la escalera que llega de la tierra hasta el cielo, y los ángeles subían y bajaban trayéndonos misericordias. Posteriormente, qué manifestación tuvo lugar en Mahanaim, cuando los ángeles de Dios se encontraron con él. Y también en Peniel, donde luchó con Dios, y vio a Dios cara a cara. Esas fueron manifestaciones especiales. Y este pasaje se refiere a aquellos que, como Jacob, han tenido manifestaciones peculiares.
Ahora, ¿cuántos de ustedes han tenido manifestaciones personales? “¡Oh!”—dicen—“eso es entusiasmo; eso es fanatismo.” Bien, es un bendito entusiasmo, también, pues los hijos de Jacob han tenido manifestaciones peculiares. Han hablado con Dios como un hombre habla con su amigo. Han susurrado al oído de Jehová. Cristo ha estado con ellos para cenar con ellos, y ellos con Cristo. Y el Espíritu Santo ha iluminado sus almas con un poderoso brillo radiante, de tal manera que no podían tener dudas acerca de esas manifestaciones especiales. Los “hijos de Jacob” son los hombres que gozan de estas manifestaciones.
4. Asimismo, son hombres de pruebas muy especiales. ¡Ah!, ¡pobre Jacob! Yo no elegiría la suerte de Jacob, si no tuviera la expectativa de la bendición de Jacob, pues su suerte fue muy difícil. Tuvo que huir de la casa de su padre, llegando a la casa de Labán. Y luego ese viejo y rudo Labán lo engañó todos los años que permaneció allí. Lo engañó con lo relacionado con su esposa, lo engañó en materia de sueldos, lo engañó con los rebaños, y lo engañó a lo largo de su historia. Eventualmente tuvo que huir de Labán, quien lo persiguió dándole alcance.
Enseguida vino Esaú con cuatrocientos hombres para vengarse y descuartizarlo. Después siguió un espacio de oración, y después Jacob luchó y tuvo que seguir el resto de su vida con el hueso de su cadera dislocado. Pero un poco más adelante, Raquel, su amada, murió. Después su hija es llevada a descarriarse y los hijos asesinan a los de Siquem. Muy pronto su amado hijo José es vendido y llevado a Egipto, y viene la hambruna. Luego Rubén se sube al lecho de Jacob y lo contamina. Judá comete incesto con su propia nuera. Todos sus hijos se convierten en una plaga para Jacob. Finalmente, Benjamín es llevado lejos. Y el viejo Jacob, con su corazón quebrantado, exclama: “José no parece, ni Simeón tampoco, y a Benjamín le llevaréis.” Nunca algún hombre sufrió más tribulaciones que Jacob, todo por el pecado de engañar a su hermano.
Dios lo disciplinó a lo largo de toda su vida. Pero creo que hay muchos que pueden sentir simpatía por el querido anciano Jacob. Han tenido que sufrir pruebas tal como él. ¡Bien, todos ustedes que llevan una cruz! Dios dice: “Yo no cambio; por esto, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos.” ¡Pobres almas atribuladas! Ustedes no son consumidas a causa de la naturaleza inmutable de su Dios. Ahora, no vayan por ahí inquietas diciendo, con el orgullo que proporciona la miseria, “yo soy el hombre que ha conocido la aflicción”. Ciertamente “el Varón de Dolores” fue afligido mucho más que ustedes. Jesús fue ciertamente un hombre que conoció las aflicciones. Tú, en cambio, sólo ves las faldas de los vestidos de la aflicción. Nunca has tenido pruebas como las de Él. Tú no entiendes lo que significan los problemas. Tú apenas has dado unos sorbos a la copa de problemas. Sólo has sorbido una gota o dos, pero Jesús apuró la copa hasta las heces. No teman, pues dice Dios: “Porque yo Jehová no cambio; por esto, hijos de Jacob”—hombres de pruebas peculiares—“no habéis sido consumidos.”
5. Y ahora, un pensamiento acerca de quiénes son los “hijos de Jacob”, pues yo quisiera que ustedes averigüen si ustedes mismos son “hijos de Jacob”. Ellos son hombres de un carácter muy especial. Si bien es cierto que en el carácter de Jacob hubo ciertas cosas que no podemos alabar, hay una o dos cosas que Dios alaba. Allí estaba la fe de Jacob, gracias a la cual Jacob calificó para que su nombre fuera escrito entre los nombres de ilustres hombres poderosos que no recibieron lo prometido en la tierra, pero lo obtendrán en el cielo. ¿Son ustedes hombres de fe, amados hermanos? ¿Saben ustedes lo que es caminar por fe, obtener su alimento temporal por fe, depender del maná espiritual para vivir, todo esto por fe? ¿La fe gobierna sus vidas? Si así es, ustedes son “hijos de Jacob”. Continuando, Jacob era un hombre de oración, un hombre que luchaba y que gemía y que oraba. Por allá veo a un hombre que no oró antes de venir a la casa de Dios. ¡Ah!, tú, pobre pagano, ¿acaso no oras? ¡No!, responde él, “no se me ocurrió tal cosa; durante años no he orado”. Bien, espero que lo hagas antes de que mueras. Si vives y mueres sin oración, tendrás mucho tiempo para orar cuando llegues al infierno. Veo allá a una mujer: ella tampoco oró esta mañana; estuvo tan ocupada arreglando a sus hijos para que fueran a la escuela dominical, que no tuvo tiempo de orar. ¿No tuviste tiempo de orar? ¿Tuviste tiempo para vestirte? Hay un tiempo para cada propósito bajo el cielo, y si te hubieras propuesto orar, hubieras orado.
Los hijos de Jacob no pueden vivir sin oración. Son luchadores como Jacob. Son hombres en los que el Espíritu Santo obra de tal manera que ya no pueden vivir sin oración, como yo no puedo vivir sin respirar. Ellos deben orar. Señores, presten mucha atención, si ustedes están viviendo sin oración, ustedes están viviendo sin Cristo. Y si mueren así, su porción será en el lago que arde con fuego. ¡Que Dios los redima, que Dios los rescate de una suerte tal! Pero ustedes son los “hijos de Jacob”, estén tranquilos, pues Dios es inmutable.
III. En tercer lugar, me queda tiempo para decir sólo una palabra acerca de otro punto: EL BENEFICIO QUE RECIBEN ESTOS “HIJOS DE JACOB” DE UN DIOS QUE NO CAMBIA. “Por esto, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos.” “¿Consumidos!” ¿Cómo? ¿Cómo puede ser consumido un hombre? Pues, hay dos formas. Podríamos haber sido consumidos en el infierno. Si Dios hubiera sido un Dios cambiante, los “hijos de Jacob” que están aquí esta mañana, podrían haber sido consumidos en el infierno. Si no fuera por el amor inmutable de Dios yo debería haber sido una gavilla de heno en el fuego. Pero hay una forma de ser consumido en este mundo. Existe tal cosa como ser condenado antes de morir: “será condenado”. Existe tal cosa como estar vivo, pero sin embargo estar absolutamente muerto. Pudimos haber sido abandonados a nuestros propios medios. Y entonces, ¿en dónde estaríamos ahora? Parrandeando con el borracho, blasfemando contra el Dios Todopoderoso. ¡Oh!, si Él te hubiera dejado, amado hermano, si Él hubiera sido un Dios que cambia, tú estarías entre los más inmundos de los inmundos, y entre los más viles de los viles.
¿Acaso no puedes recordar en tu vida temporadas similares a las que yo he sentido? He ido directo hasta llegar a los límites del pecado; alguna tentación muy fuerte me ha tomado de mis dos brazos, de tal forma que no podía luchar con ella. He sido empujado, arrastrado por un terrible poder satánico hasta el propio borde de algún hórrido precipicio. He mirado hacia abajo, abajo, abajo, y he visto mi porción. Me he estremecido al borde la ruina. Me he horrorizado con mis cabellos de punta, al pensar en el pecado que he estado a punto de cometer, el horrible hoyo en el que he estado a punto de caer. Un brazo poderoso me ha salvado. Me he replegado exclamando ¡Oh Dios! ¿Cómo pude acercarme tanto al pecado y, sin embargo, he podido evitarlo? ¿Cómo pude haber caminado directo al horno y no haber caído, como los hombres vigorosos de Nabucodonosor, que fueron devorados por la llama del fuego? ¡Oh! ¿Es posible que yo esté aquí esta mañana, cuando pienso en los pecados que he cometido, y en los crímenes que han pasado por mi perversa imaginación? Sí, yo estoy aquí, sin ser consumido, porque el Señor no cambia.
¡Oh!, si Él hubiera cambiado, ya habríamos sido consumidos en una docena de formas. Si el Señor hubiera cambiado, tú y yo deberíamos haber sido consumidos por nosotros mismos; pues, después de todo, el señor Yo es el peor enemigo que tiene el cristiano. Ya habríamos demostrado que somos suicidas de nuestra propia alma. Ya habríamos preparado la copa del veneno para nuestros propios espíritus, si el Señor no fuera un Dios que no cambia, que arrojó la copa lejos de nuestras manos cuando estábamos listos para tomar el veneno. También ya hubiéramos sido consumidos por el propio Dios si no fuera un Dios inmutable. Llamamos a Dios, Padre. Pero no hay ningún padre en este mundo que no hubiera matado a todos sus hijos hace mucho tiempo, harto de la provocación con que lo hostigaban, si hubiera recibido la mitad de los problemas que Dios ha recibido de Su familia. Dios tiene la familia más problemática de todo el mundo: incrédulos, desagradecidos, desobedientes, olvidadizos, rebeldes, descarriados, murmuradores y de dura cerviz. Qué bueno que Él es misericordioso, pues de lo contrario ya hubiera tomado no solamente la vara, sino la espada contra algunos de nosotros desde hace mucho tiempo.
Pero no había nada en nosotros que pudiera ser amado al principio, así que no puede haber menos ahora. John Newton solía contar una rara historia, e invariablemente se reía al contarla, de una buena mujer que decía, para demostrar la doctrina de la Elección: “¡Ah! señor, Dios debe haberme amado antes de que yo naciera, pues de lo contrario no habría visto nada en mí posteriormente que Él pudiera amar.” Estoy seguro que eso es válido en mi caso, y cierto en relación con la mayoría del pueblo de Dios. Pues hay tan poco que amar en ellos después que han nacido, que si no los hubiera amado antes de nacer, no habría visto ninguna razón para elegirlos después.
Pero, puesto que los amó sin obras, todavía los ama sin obras. Puesto que sus buenas obras no ganaron Su afecto, las malas obras no pueden suprimir ese afecto. Puesto que la justicia de ellos no sirvió de lazo para Su amor, así la perversidad de ellos no puede cortar esos lazos dorados. Él los amó por Su pura gracia soberana, y los va a amar aún. Pero nosotros deberíamos haber sido consumidos por el diablo, y por nuestros enemigos; consumidos por el mundo, consumidos por nuestros pecados, por nuestras pruebas, y en cientos de formas más, si Dios hubiera cambiado alguna vez.
Bien, se nos ha terminado el tiempo, y ya no me resta decir mucho. Sólo he tocado el tema de manera superficial. Ahora se los entrego a ustedes. Que el Señor les ayude a ustedes “hijos de Jacob” a llevar a su casa esta porción de alimento. Digiéranlo bien y aliméntense de él. ¡Que el Espíritu Santo aplique dulcemente las cosas gloriosas que están escritas! ¡Y que ustedes disfruten de “un banquete de manjares suculentos, banquete de vinos refinados, de gruesos tuétanos y de vinos purificados!” Recuerden que Dios es el mismo, independientemente de lo que se quite. Sus amigos pueden perder el afecto, sus ministros pueden ser cambiados, todo puede cambiar. Excepto Dios. Sus hermanos pueden cambiar y clasificarlos como viles: pero Dios de todas maneras los va a amar. Su situación en la vida puede cambiar, y pueden perder sus propiedades. Toda la vida de ustedes puede ser sacudida y se pueden volver débiles y enfermizos; todas las cosas pueden abandonarlos, pero hay un lugar donde el cambio no puede poner su dedo; hay un nombre sobre el cual no se puede escribir mutabilidad; hay un corazón que no sufre alteraciones; ese corazón es el corazón de Dios: ese nombre es Amor.
“Confía en Él, nunca te va a engañar.
Aunque con dificultad creas en Él;
Él nunca, nunca te abandonará,
ni permitirá que tú lo dejes.”



¿Predicas a un Cristo dividido en Señor y Salvador?: Errores en la Predicacion


biblias y miles de comentarios
 
Lamento la manera negativa en que se trata este tema. Creo que la mayoría de nosotros tenemos suficiente sentido común para abordar el tema a nosotros mismos, y por lo tanto, concluir que este ensayo expondrá las debilidades de nuestro ministerio de predicar. Yo hubiera deseado que el título fuera un poco más positivo. Quizás hubiera sido más adecuado, ‘Consejos para mejorar la predicación contemporánea.’ Sin embargo, este es el tema que me ha sido asignado, así que procuraré a investigarlo dentro de su propio marco.
A manera de introducción, déjeme decir algo acerca de las fuentes de mi observación. Uno tendría que ser omnisciente para ser capaz de pronunciar declaraciones finales y absolutamente precisos, acerca de lo que está fallando en la predicación de hoy en día. También, demandaría que uno se expusiera a toda predicación, que se hubiera investido con dones infalibles de análisis, y que en base de ello, hiciera pomposos y oficiales pronunciamientos. Obviamente, no reclamo ninguna de estas cosas. Por lo tanto, no obstante las fuentes de mi información pueden ser limitadas, confío en que las observaciones hechas serán válidas. He tenido el privilegio de ocupar cinco años de mi vocación en un ministerio itinerante de tiempo completo en el cual prediqué a grandes secciones del espectro de vida evangélica en los Estados Unidos y Canadá. Durante los siguientes seis años como pastor, he ministrado en un gran número de iglesias y conferencias de varias denominaciones. La base para mis comentarios son las cosas que he visto y oído en estos respectivos ministerios.
También, debo decir algo acerca de la norma de evaluación. Se juzga una cosa como buena o mala en los términos de su aproximación a una norma absoluta. Por supuesto, en la esfera de lo que es bueno o eficaz en la predicación, no hay una norma comprensiva y única. No obstante, creo que podemos tomar de las Escrituras una norma precisa de lo que es la buena predicación, a través de examinar la predicación de los profetas, de los apóstoles, y de nuestro Señor Jesucristo. Otra base de evaluación se puede encontrar en la vida, el ministerio y los sermones de los grandes predicadores de las épocas pasadas. Cuando uso el término ‘grandes predicadores’, no estoy hablando de los hombres que son reconocidos principalmente por su habilidad para embellecer la verdad de Dios con grandes efectos retóricos, o de hombres que son reconocidos por su habilidad en el arte de la elocuencia. Más bien, me refiero a hombres que fueron instrumentos de Dios para dirigir y llevar a otros a El. En esta categoría yo pondría a hombres tales como Whitefield, McCheyne, Spurgeon, Edwards, Baxter y Bunyan. Usando sus sermones y el efecto de sus ministerios como una norma básica, espero que podremos hacer algunas comparaciones válidas entre sus ministerios y los ministerios de hoy en día. De este modo, podamos ver la gran escasez de buena predicación en nuestros días, así como descubrir algunas de las causas de esta deplorable situación.
Entonces ¿cómo abordaremos este amplio propósito? Yo sugiero que todas las fallas en la predicación de hoy radican básicamente en dos áreas: El hombre que predica y el mensaje que él entrega. No nos atrevemos a separar estas dos cosas, el hombre y su mensaje, porque hay una unidad profunda entre el hombre y el mensaje en la obra de la predicación. Consideraremos lo que está fallando con la predicación hoy en día, primero en los términos del hombre que predica, y luego en los términos del mensaje que se comunica.
EL HOMBRE QUE PREDICA
Así pues, considerémonos primero este asunto de las fallas en la predicación, en los términos del hombre que predica. Al principio, quiero establecer un principio patente de la Escritura, y luego lo aplicaré en varias áreas específicas. El principio es éste: Para que no degrademos la predicación al mero arte de la elocuencia, nunca debemos olvidar que la base en que la predicación poderosa surge es la propia vida del predicador. Eso es lo que distingue la predicación de cualquier otro arte de la comunicación. Por ejemplo, una actriz famosa puede destacarse por su inmoralidad escandalosa, viviendo como una ramera común. Y aún así, ella puede entrar al teatro cada miércoles a las 20:00 hrs, y actuar en el papel de Juana de Arco de una manera tal, que llevara a toda a la audiencia hasta las lágrimas. La manera en que ella vive no tendrá relación directa con el desempeño de su papel profesional. Un protagonista, igualmente libertino en su vida personal, puede presentarse en el mismo teatro y actuar el papel de Martín Lutero de una manera tal, que escalofríos recorrieran nuestra espina dorsal, y saliéramos determinados a ser mejores hombres y mejores predicadores. Sin embargo, otra vez, puede no haber una relación directa entre la conducta del actor antes de subir al escenario, y su actuación subsecuente.
Se admite pronto que las Escrituras enseñan que hay tiempos cuando aparecen hombres bien dotados para el ministerio, pero que están desprovistos de la gracia salvadora (vea Mat. 7:21–23). La historia de la iglesia también relata los hechos de hombres que fueron usados en la soberanía de Dios, en el desempeño de dones ministeriales, y al fin manifestaron que estaban desprovistos de gracia santificante. No obstante, yo creo que este problema particular de engaño se encontrará principalmente en aquellos ministerios donde los ministros no moran entre sus oyentes el tiempo suficiente para afectar su ministerio por el bien o el mal de su vida personal. Por lo tanto, limitando este principio al contexto de la predicación del pastor, yo creo que es una regla válida (con algunas pocas excepciones), que la predicación poderosa está arraigada en la tierra de la vida del predicador. Se ha dicho que ‘la vida del ministro es la vida de su ministerio.’ Si la predicación es la comunicación de la verdad a través de instrumentos humanos, entonces la verdad así comunicada se puede aumentar o disminuir en su poder para efectuar cambios espirituales, por la vida que la transmite. El secreto del poder de la predicación de Whitefield, McCheyne y de otros hombres que ya he mencionado se encuentra principalmente, no en el contenido de sus sermones o en la manera en que ellos lo predicaban; más bien, la clave se encontraba en sus vidas. Sus vidas estaban llenas de poder y vivían en tal comunión con Dios, que la verdad llegó a ser un principio viviente porque fue transmitida por tales vasos. Sus vidas ungidas fueron la tierra donde creció su ministerio igual. Este principio es particularmente válido en la vida del pastor residente. Entre más que ustedes y yo seamos conocidos por nuestra gente, nuestra influencia crecerá o disminuirá de acuerdo con el tenor de nuestras vidas.
A fin de ilustrar este principio con la Palabra de Dios, permítame presentar varios pasajes para su consideración, no a la manera de una exposición detallada, sino entendiendo la idea predominante de cada pasaje. Escribiendo a la iglesia de Tesalónica, la cual él tuvo el privilegio de fundar a través de su ministerio entre ellos, Pablo dice: “Porque conocemos, hermanos amados de Dios, vuestra elección; pues nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre, como bien sabéis cuáles fuimos entre vosotros por amor de vosotros” (1 Tes. 1:4–5). El establece una relación directa entre el evangelio viniendo en poder, y en el Espíritu Santo y en plena certidumbre, con la clase de hombre que lo predicaba. Encontramos la misma enseñanza presentada en el capítulo dos de la misma carta, donde Pablo dice en el versículo diez: “Vosotros sois testigos, y Dios también, de cuán santa, justa e irreprensiblemente nos comportamos con vosotros los creyentes.” Luego en el versículo trece, él dice: “Por lo cual, también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes.” Hay una relación vital entre estas dos cosas. Por un lado él dice, “Ustedes saben cómo nos comportamos,” y por el otro, “Nosotros sabemos cómo recibieron la palabra.” Estas dos cosas no pueden divorciarse. Pablo y sus compañeros se presentaron como modelos vivos del poder de la Palabra de Dios incorporado en sus conducta y de este modo, cuando predicaron la Palabra, ésta vino con autoridad a sus oyentes. Fíjese que el apóstol no está renuente de usar su testimonio vivo como una prueba de la validez de su ministerio de predicación.
En Tito capítulo dos hay instrucciones detalladas sobre lo que él debería predicar y enseñar. Pablo le mandaba en el versículo siete, “Presentándote tú en todo como ejemplo de buenas obras.” En otras palabras, como ministros de Dios, no solamente hemos de proclamar la sana doctrina por precepto, sino que debemos encarnar esta misma doctrina por la sana conducta. Luego también, hay el pasaje clásico de 1 Tim. 4:16: “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello; pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren.” En otras palabras Pablo está diciendo, “Timoteo, el descuido de tu propia vida personal resultará en alguna medida, en el mal desempeño de tu responsabilidad para con las almas, con las cuales el Espíritu Santo te ha encargado como pastor. Fallar en tener cuidado de ti mismo, en alguna medida resultará en fallas para ver el propósito salvador de Dios, forjándose en el corazón de aquellos a quienes tú ministras.” Hago estos comentarios como uno que cree sin reservas en la postura de Pablo tocante a la inmutabilidad del consejo de Dios y la certeza de la salvación de todos sus elegidos. No obstante, no debemos quitar de este pasaje en 1 Timoteo las obvias implicaciones: que Timoteo no podría ser el instrumento de Dios que él debería ser, a menos que tuviera cuidado de sí mismo y luego de su enseñanza.
Es interesante que en consideración de los requisitos para el pastorado, se señala en 1 Timoteo 3:1 y en Tito 1:6, que el primer requisito para todo aquel que aspira al ministerio no es doctrinal, sino experimental. “Si alguno anhela obispado, buena obra desea. Pero es necesario que el obispo sea …” ¿Y cuál es la primera palabra?—“Irreprensible”. El aspirante debe ser un hombre conocido por su piedad constante y práctica. En el pasaje que se encuentra en Tito, la última parte habla de uno de los requisitos como “retenedor de la Palabra fiel” (vers. 9). No obstante, el primer requisito señalado se encuentra en la esfera de la vida del ministro. ¿Porqué? Por la mera razón de que Pablo vivía y ministraba con esta misma convicción, que la vida del ministro era la vida misma del ministerio.
Yo creo que estos pasajes son suficientes para enunciar el principio, aunque muchos más se podrían citar para establecer este punto en particular. No me sorprende que la predicación haya caído en días malos cuando las prioridades para esta obra ministerial se han echado a un lado. En los concilios de ordenación, los hombres son interrogados por horas en minuciosos puntos teológicos con el intento de descubrir sus habilidades para refutar herejías, mientras que rara vez alguno es cuestionado en relación con sus avances en la piedad personal y familiar, factores que el apóstol Pablo colocó en primer lugar en la lista de requisitos para el ministerio.
VIDA DEVOCIONAL PERSONAL
Por la observación personal de mi propia debilidad y la debilidad de mis hermanos en el ministerio, me veo forzado a concluir que la predicación de hoy en día es defectuosa debido a que fallamos en velar varias áreas. En primer lugar, me refiero al área de nuestra vida personal de devoción. En el principio, dije que algunas de estas conclusiones fueron basadas en mis observaciones como un ministro itinerante, mientras iba de iglesia en iglesia. Uno de los descubrimientos más inquietantes hechos durante este tiempo fue el hecho de que muy pocos ministros tienen hábitos devocionales personales y sistemáticos. Era mi práctica reunirme con el pastor anfitrión para orar y compartir asuntos comunes de interés y preocupación. Cuando finalmente pudimos quitarnos la mala fachada del profesionalismo, y comenzamos a ser honestos con el Señor y entre nosotros, confesando nuestros pecados uno al otro y orando uno por otro, entonces la confesión sacó a la luz una y otra vez que la Palabra de Dios había dejado de ser un Libro Viviente de compañerismo devocional con Cristo, para convertirse en manual oficial para la administración de deberes profesionales. ¿Resulta sorprendente que el ministerio de tales hombres sea marcado por el desequilibrio doctrinal? ¿Resulta sorprendente que haya tanta frialdad en sus corazones? ¿Resulta sorprendente que haya muy poca aplicación personal y penetrante de las Escrituras, cuando la gran mayoría de predicadores contemporáneos admiten que no se exponen sistemáticamente a sí mismos a la Palabra de Dios, con el fin de tener la iluminación y santificación personal?
En 2 Timoteo 3, un capítulo al cual nos referimos frecuentemente cuando estamos demostrando la verdad de la inspiración y la autoridad de las Escrituras, hay una palabra dicha a nosotros como siervos de Dios que es muy penetrante. El apóstol Pablo dice a Timoteo en el versículo 15, “que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras”. Y luego encontramos su primera función, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús.” Pablo dice, “Ellas te han conducido a la fe en Cristo Jesús y a la salvación que está en El; pero Timoteo, ésta no es la única función de las Escrituras.” “Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar (doctrina), para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.” Fíjese que explícitamente se establece que las Inspiradas Escrituras son para el perfeccionamiento y maduración del Hombre de Dios. En otras palabras, la totalidad de la revelación divina debería tener, como la función principal para los siervos de Dios, un efecto santificador en su vida personal. Ningún predicador está equipado para predicar simplemente porque tiene el don para analizar un texto y posee la capacidad para explicarlo con su boca. Si la palabra que él propone predicar a otros no ha sido primeramente el instrumento para su propia instrucción en justicia para su santificación, entonces no está preparado para declararla a otros.
Así es la función de la Palabra de Dios en la vida del predicador, y siempre debe ser primaria. Aun siendo predicadores usted y yo, primero que todo, somos creyentes y en segundo lugar, ministros cristianos. Y este orden nunca se debe invertir. Usted y yo debemos de cuidar de nosotros mismos y luego, y solo hasta entonces, de nuestra doctrina. Hemos de salvarnos primeramente a nosotros mismos, y luego a todos aquellos que nos oyen. Jeremías declaró: “Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón” (Jer. 15:16). Tristemente muchas veces tenemos que confesar: “Fueron halladas tus palabras y yo las examiné, y tales palabras fueron para mí, la forma y sustancia del sermón en mi mente”. En contraste, el profeta llorón podía decir, “Fueron halladas tus palabras y yo las asimilé personalmente para mí mismo, y experimenté su estimulante poder en mi propia vida”. Es precisamente lo que Pablo está diciendo a Timoteo: “Deja que la Palabra te enseñe. Obten tu instrucción doctrinal sobre tus rodillas y con las Escrituras abiertas. Solamente así los principios de la verdad vendrán a ser no meramente proposiciones frías que descansen en la superficie de tu mente, sino verdades vivientes y patentes, herradas en las fibras interiores de tu corazón. Deja que la Palabra te enseñe, Timoteo. Deja que ella te regañe. Deja que ella te discipline y te corrija. Deja que ella te instruya en el camino de la santidad, para que puedas estar completamente preparado para toda buena obra.”
Mi propio corazón se siente sacudido una y otra vez cuando pienso en las palabras de nuestro Señor a los efesios, en el capítulo 2 de Apocalipsis. Primero, El les da una palabra de elogio: habla de su bien doctrinal y de su fidelidad en el desempeño de la disciplina. Mas en seguida El dice: “Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido” (Apo. 2:4–5). Sus mentes sostenían la doctrina correcta; ocuparon bien sus manos en el servicio, pero sus corazones se habían vuelto fríos en sus afectos. El Señor Jesús les dijo que ciertamente mantener una doctrina correcta en sus mentes, así como el sufrimiento y el trabajo por su nombre eran necesarios para un testimonio efectivo, pero que el mantener un corazón ardiente y amante era también una indisputable necesidad. Nada les faltaba en la mente o en las obras. El defecto estaba en el corazón, y el Señor Jesús trataba este asunto diciéndoles, “A menos que esto sea corregido, Yo vendré y quitaré el candelero de su lugar.”
A la luz de estos pasajes de la Palabra de Dios, se puede ver claramente la indispensable necesidad de mantener una vida personal de devoción por parte de cada ministro. Dios ha ordenado que por este medio efectuamos el constante cultivo de nuestros corazones. Para nosotros la Palabra de Dios debe ser un libro en el que nos deleitemos, primeramente porque allí podemos ver el rostro del Dios que amamos, y que nos ha reconciliado consigo mismo a través de Cristo Jesús. Deberíamos leer sus páginas detenidamente y con gran entusiasmo, porque anhelamos conocer Su voluntad y adorar Su persona. Deberíamos hallarnos frecuentemente y por mucho tiempo escudriñando las páginas de las Santas Escrituras porque anhelamos servirle, y porque deseamos en todo lo que hacemos y lo que somos, ser moldeados y conformados con la Palabra viva del Dios viviente.
LA ORACION SECRETA
La predicación ha caído en un mal tiempo, no solo debido a la falla de los ministros en la aplicación personal de la Palabra de Dios, sino también a la falla en el asunto de la oración privada. En el libro de “Discursos A Mis Estudiantes”, un libro que trato de leer periódicamente, Spurgeon dice:
‘Apenas me parece necesario recomendaros los gratos usos de la oración privada, y sin embargo, no puedo dejar de hacerlo. Para vosotros, como embajadores de Dios, el trono de la gracia tiene una virtud inestimable, mientras más conozcáis la corte celestial, mejor desempeñaréis vuestra misión celestial. Entre todas las influencias formativas que tienden a hacer a un hombre favorecido de Dios en el ministerio, no conozco ninguna más eficaz que su familiaridad con el trono de la gracia. Todo lo que un curso universitario puede hacer por un alumno es rudimentario y externo, comparado con el culto espiritual y delicado obtenido a través de la comunión con Dios. Mientras el ministro no formado está girando en la rueda de la preparación, la oración es el instrumento del gran alfarero, por medio de la cual El moldea la vasija. Todas nuestras bibliotecas y cuartos de estudio son vacíos, en comparación con el aposento secreto. Es allí donde crecemos, donde nos hacemos fuertes y donde prevalecemos, en la oración secreta.’
‘La oración os auxiliará de un modo singular en la predicación de vuestro sermón; ninguna otra cosa puede poneros tan gloriosamente en aptitud de predicar, como acabando de descender fresco del monte de la comunión con Dios, habláis con los hombres. Nadie está tan preparado para hablar a los hombres, como quien ha estado luchando con Dios en favor de ellos. De Joseph Alleine se dice: “Derramaba su corazón en la oración y en la predicación. Sus súplicas y exhortaciones eran tan amorosas, tan llenas de santo celo, de vida y de vigor, que sus oyentes eran completamente vencidos por ellas. Se enternecía tanto por ellos, que deshelaba, ablandaba y a veces derretía los corazones más endurecidos.” De la manera humana, la oración no os hará más elocuentes, pero os hará elocuentes en verdad, porque hablaréis desde el corazón. ¿Y acaso no es este el verdadero significado de la palabra elocuencia? La oración hará descender fuego del cielo sobre vuestros sacrificios, haciéndolos de este modo aceptables al Señor.’
‘Así como durante la preparación del sermón, con frecuencia brotan abundantes pensamientos en respuesta a nuestras oraciones, así también pasará durante la predicación. Muchos de los predicadores que dependen continuamente del Espíritu de Dios testificarán que sus mejores y más vivos pensamientos no son los que fueron premeditados, sino los que venían a ellos como traídos por alas de ángeles; eran tesoros inesperados traídos repentinamente por manos celestiales, eran como semillas de las flores del paraíso arrastradas por el viento, provenientes de los montes de mirra.’
Cuando los rayos divinos vienen sobre los siervos de Dios, todas sus facultades mentales son aumentadas, su poder de expresión y su capacidad de sentir la verdad de Dios son incrementados más allá de su capacidad natural. Cuando es vestido por el Espíritu, se convierte en otro hombre. El Espíritu en una manera que resulta un misterio para nosotros, es derramado en respuesta a la oración. La promesa de nuestro Señor nunca se ha negado: “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (Luc. 11:13). Como Pablo declara en Filipenses 1:19: “Porque sé que por vuestra oración y la suministración del Espíritu de Jesucristo, esto resultará en mi liberación”. Es en el contexto de la oración secreta que las verdades eternas, a las cuales damos constante asentimiento mental, se convierten en realidades vivientes.
Encuentro que a menudo (y esto es a la vez una confesión y una exhortación) mis propias palabras me regañan cuando predico, y puedo decir la palabra “infierno” sin sentir el horror de este lugar al mismo tiempo; cuando puedo hablar del cielo sin ser calentado por sus rayos santos, a la luz de que ese es el lugar que mi Señor Jesucristo está preparando para mí. Veo que no hay respuesta para este problema, sino el meditar largamente sobre los pasajes que hablan de estas realidades espirituales, y pedir a Dios el Espíritu Santo que se hagan arder dentro de mi corazón. Ruego a Dios que haga real para mí el hecho de que muchas de las personas que veo a mi alrededor podrían oír estas terribles palabras: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno” (Mat. 25:41). Debo rogar a Dios que haga real para mí el hecho de que muchas de las gentes cuyas voces me dicen, “Gracias, pastor, por su sermón,” podrán ser las mismas que un día en forma totalmente diferente, estarán llorando y gimiendo en la condenación. Debo pedir a Dios que me ayude a creer estas cosas, que me ayude a predicarlas de tal manera que otros conozcan que yo verdaderamente creo en ellas. La verdad que ardía e hizo impacto en el día domingo, puede ser hielo frío para el lunes. La verdad que ardía e impresionaba en la preparación del sábado, puede quedarse sin vida para el domingo. La verdad recibida en el crisol de la oración, solo se puede mantener con su calor cuando se entrega en la misma manera. Si yo leo correctamente las biografías de los grandes hombres de Dios, encuentro que éste fue su unánime testimonio. Todos están de acuerdo en declarar que si hubo alguna clave en sus ministerios, fue ésta: el hombre mismo, el hombre cultivando su vida interior en la presencia de Dios. Por lo tanto, en este tema que hemos considerado acerca de lo que está mal en la predicación de hoy en día, yo pongo a su consideración que ésta es la raíz del problema.
¿Cómo podrían jamás los hombres enseñar algunas de las cosas que enseñan en el nombre de la ortodoxia, si ellos realmente estuvieran sobre sus rodillas escudriñando las Escrituras? No, ellos no se han puesto de rodillas a escudriñar las Escrituras, y por lo tanto simplemente parlotean lo que sus contemporáneos han dicho. ¿Cómo podemos nosotros, si decimos creer en las doctrinas bíblicas, hablar de ellas en una manera tan superficial, si estamos recibiendo estas verdades de Dios en el contexto de una comunión viva con El? Hablaremos de ellas con el brillo y el fuego celestial sobre nuestras almas, si estamos recibiéndolas en el fulgor de Su presencia. Por lo tanto, el problema de la predicación hoy en día se encuentra en el hombre que predica, en primer lugar en el área de su vida de devoción personal.
PIEDAD PRACTICA
Otra área de falla en el hombre, es la falta de piedad práctica. El ministerio de muchas iglesias está estorbado terriblemente por la ausencia de la piedad práctica en los ministros. Es significativo que en 1 Timoteo 3, habiendo mencionado que el hombre debe ser irreprensible, Pablo inmediatamente lo aplica en forma específica al líder potencial, a su vida doméstica. “El que fuere irreprensible, marido de una sola mujer, y tenga hijos creyentes que no estén acusados de disolución ni de rebeldía.” (Tito 1:6; 1 Tim. 3:2) “Pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?” (1 Tim. 3:5) Y yo digo, no con censura sino con verdadera preocupación, que el ministerio de muchos púlpitos está siendo negado, debido a la falta de piedad práctica en la vida doméstica. Recientemente, esta situación captó mi atención cuando se le pidió a un ministro que renunciara a su iglesia debido a la lengua incontrolable de su esposa. En esencia, el problema no radicaba en el mensaje del hombre o su ministerio, sino la falla en el gobierno de su propia casa, y en la sujeción de su esposa con respecto a su imprudencia y chisme.
¿Cómo pueden los ministros atreverse a llamar a otros a ser obedientes a la Palabra de Dios, si ellos son desobedientes en este asunto? Dios dice claramente que para calificarse para la posición de obispo, nuestros hogares se deben gobernar bien. Esto no quiere decir que tenemos que ser perfectos en este gobierno; no significa que tengamos el poder para infundir gracia en las almas de nuestros hijos. Pero, si nosotros no demostramos principios claros, y nuestras propias vidas no son lo suficientemente relevantes por su ejemplo piadoso para gobernar nuestros hogares, ¿Cómo podremos gobernar la Casa de Dios? Este es el punto vital. Es mi convicción personal que si un hombre fallara en cumplir con este requisito, no tendría más derecho a permanecer en el ministerio, que si fallara en cumplir cualquiera de los otros requisitos. No estoy juzgando casos individuales, porque ésta es la obra de Dios, pero ciertamente no puede ser de Dios, el hecho de que en una iglesia tras otra, haya púlpitos carentes de poder divino debido a la vida ociosa del ministro, particularmente en los asuntos domésticos.
Otra área de la piedad práctica que contiene un peligro peculiar para el ministro, es el de su lenguaje no profesional. Un querido siervo de Dios me dijo una vez, ‘No puedes ser payaso y profeta al mismo tiempo. Tienes que hacer una elección.’ Espero haber hecho la elección correcta. Esto no significa que dejemos de ser humanos y que sintamos que hay algo pecaminoso en la capacidad natural de reír, y en el estímulo natural que viene de una risa sana. Pero, el esfuerzo especial para ser un “bromista” en nuestra congregación se debe eliminar. La transición de un payaso a un profeta es una metamorfosis muy difícil. Si la seriedad en el contacto normal con nuestra gente no es una marca de nuestras vidas (y me refiero no a la sobriedad fingida sino a la verdadera seriedad) no esperemos entonces que cuando subamos al púlpito, inmediatamente surgirá alguna clase de proceso mágico haciendo que ellos se sienten y tiemblen ante la Palabra de Dios. Creerán que no somos más que actores. Si nunca nos vean tratando los asuntos de la eternidad seriamente en su presencia y en circunstancias “no profesionales” (fuera del púlpito), difícilmente les veremos afectados por la sobriedad de estos asuntos cuando se los comuniquemos ministerialmente. Hermanos, el problema con nuestra predicación es nuestra falla cotidiana en la aplicación de la piedad práctica, lo cual queda manifiesto en nuestra vida doméstica y en nuestro discurso.
Permítanme mencionar otra área de la piedad práctica: el uso de nuestro tiempo. Si usted da ocasión para que su gente le crea perezoso, aunque usted convocara una oración que durara toda la noche para suplicar por el poder en la predicación, esto no surtirá efecto. Si usted da motivos para que su gente le crea perezoso, entonces el respeto que es una parte esencial del poder del púlpito se le acabará. A la luz de que no tenemos que checar una tarjeta de entrada y salida, entonces tenemos que ser hombres de una gran disciplina personal. Quizás haríamos bien en hacer nuestro propio control personal, y guardar un record de cuánto tiempo hemos ocupado en “la oración y el ministerio de la palabra” (Hech. 6:4). También nos hemos vuelto muy hábiles en el impío arte de desperdiciar mucho tiempo en cosas de mínima importancia. Se podría describir este arte como la capacidad de ocuparse en asuntos no esenciales y en trivialidades, de tal manera que nos engañamos a nosotros mismos y a nuestra gente, pensando que estamos muy ocupados en el trabajo del reino de Dios.
LA PUREZA DE NUESTROS MOTIVOS
Cuán frecuentemente cuando he tenido que predicar en algunas iglesias, los pastores han venido (disculpándose debido a que yo creo que se dan cuenta que su cobardía fue manifiesta con lo que dijeron) y dicen, “Bien, hermano, estoy muy contento de que usted se encuentre aquí en esta semana. Hay un par de situaciones las cuales, yo confío en que el Señor le dará libertad para mencionarlas en su predicación. Tenemos algunos jóvenes que se sientan en la hilera del fondo y bromean mucho, y yo nunca les he dicho nada. Quizás usted podría hacerlo. También hay otra situación …” Y así siguen y siguen, expresando asuntos con los cuales ellos saben que deberían tratar, pero que han tenido mucho miedo de abordarlos. Oh, hermanos, ¡cuánto necesitamos la pureza en nuestros motivos, si queremos experimentar poder en el púlpito!
Déjeme sugerirle tres áreas que involucran una motivación apropiada:
Primero y primariamente, el temor de Dios. La mejor definición del temor de Dios que yo conozco, se encuentra en el Comentario de John Brown a la Primera Carta de Pedro, donde se ocupan dieciocho páginas para exponer la pequeña frase “temor de Dios”. El resumen de esta sección en su comentario es que el temor de Dios es una actitud y disposición en la cual uno considera como su meta más importante y su deleite más grande, la sonrisa de Dios, y el fruncimiento de Su ceño como la cosa más temida. Una persona que anda entre los hombres en el temor de Dios, anda como el siervo de los hombres, pero con su mirada puesta en la sonrisa o el fruncimiento de Dios. Es el hombre cuyos motivos son tales que su lengua se soltará para hablar la voluntad de Dios. Dios dijo a Jeremías: “Hábleles todo cuanto te mande; no temas delante de ellos, para que no te haga yo quebrantar delante de ellos … Y pelearán contra ti, pero no te vencerán; porque yo estoy contigo, dice Jehová, para librarte” (Jer. 1:17, 19). Jeremías ya había dicho al Señor, hablando de su llamamiento al oficio profético, “¡Ah! ¡ah, Señor Jehová! He aquí, no sé hablar, porque soy niño.” A lo cual contestó Dios: “No digas: Soy un niño; porque a todo lo que te envíe irás tú, y dirás todo lo que te mande” (Jer. 1:6–7). En otras palabras, Dios estaba diciendo que su llamamiento al oficio profético no era cuestión de experiencia o edad, sino que Dios le llamaba como una vasija que fuera donde El le enviara, y que dijera lo que El le mandara. En 1 Tesalonicenses 2:4 el apóstol Pablo declara: “Sino según fuimos aprobados de Dios para que se nos encargase el evangelio, así hablamos; no como los que agradan a los hombres, sino a Dios, el cual prueba nuestros corazones”. (Versión antigua)
Uno de las claves de la predicación con poder es predicar tal como una persona liberada. Pero ¿liberada de qué? De la trampa del “temor de los hombres”. Usted nunca será libre para ser un instrumento de bendición para su gente, a menos que sea libre de los efectos de su sonrisa y su oprobio. La gente sabe si usted se puede comprar por sus sonrisas o derrotar por su desaprobación. No les requerirá mucho tiempo para saber si usted es o no, una persona afectada por sus juicios. Tal hombre no es un hombre libre en Cristo. La Palabra de Dios declara: “El temor de los hombres pondrá lazo” (Prov. 29:25). Tal temor impedirá su lengua, y así cuando esos rayos de luz espiritual vengan a usted en el púlpito, y haya aplicaciones que sabe aguijonearán y ofenderán a algunos miembros de la congregación, entonces si usted tiene los ojos puestos en el hombre, será incapaz de declarar lo que sabe que debería decirles. Pero cuando es libre de las sonrisas o desaprobación, usted estará en libertad para ser un instrumento de bendición para ellos. Yo afirmo que si se ha de incrementar el poder en el púlpito, entonces debemos volver a la pureza de motivos comprendidos en el temor de Dios.
El segundo motivo de pureza se referirá al amor por la verdad. Somos llamados a declarar todo el consejo de Dios (Vea Hechos 20:27). Pablo declara que él habiendo hecho esto, solo así estaba limpio de la sangre de todos los hombres. El predicaba la totalidad de la revelación divina. Hay una sola razón por la cual predicamos que los hombres están perdidos, hundidos en sus pecados y bajo la condenación de Dios; es porque Dios así dice que es la verdad, y por amor a su verdad lo proclamamos. Si es una verdad agradable o desagradable, nuestro amor de la verdad nos constriñe a que el mundo entero conozca todo lo que Dios ha revelado.
La tercer área respecto a la pureza de nuestros motivos es el amor al hombre. Estoy convencido, hermanos, de que esto es lo que nos conducirá a la predicación “aplicatoria” (es decir una predicación escrutadora y personal, llena de aplicación a la vida práctica). Debemos tener tal amor por los hombres que no podamos aguantar verles dormitando bajo nuestro ministerio. Debemos tener un amor tal por los hombres que nos conduzca a un gran sentido de responsabilidad para hacer todo lo que esté a nuestro alcance, para hacer que la verdad de Dios more en sus corazones. Robert M. McCheyne dijo: “El hombre que más te ama es el hombre que te dice más de la verdad acerca de ti mismo.” En 2 Corintios 7:8–9, Pablo dice: “Porque aunque os contristé con la carta, no me pesa, aunque entonces lo lamenté; porque veo que aquella carta, aunque por algún tiempo os contristó. Ahora me gozo, no porque hayáis sido contristados, sino porque fuisteis contristados para arrepentimiento.” En otro lugar también dice: “¿Me he hecho vuestro enemigo por deciros la verdad?” (Gál. 4:16). El estaba diciendo, “Lo siento, pero voy a seguir amándoles de cualquier manera, y voy a continuar diciéndoles la verdad aunque ustedes no me amen.” Es decir, cualquier cosa que nos impida ser fieles a los hombres, en realidad es una forma de amor egoísta. Amamos tanto nuestros propios sentimientos que no queremos correr el riesgo de quizás ofenderles y que ellos lo tomen a mal contra nosotros. Pues, ellos pueden perecer en el infierno, pero ¿todo está bien siempre y cuando perezcan amándonos? He oído decir a la gente de ciertos ministros, “Verdaderamente este hombre predicó de una manera muy audaz.” Hermanos, esto se debería decir de cada uno de nosotros, porque nuestro amor por los hombres debe ser tal, que nos obligue de buena voluntad comunicar la verdad, verdad que ellos pudieran no reconocer y disfrutar, pero la cual es para su bien y para su salvación.
¿Qué es lo que pasa con la predicación hoy en día? Bien ciertamente, parte del problema descansa en el hombre que predica, en el área de sus hábitos personales de devoción, en el área de su piedad práctica, y en el área de la pureza de sus motivos.
EL MENSAJE
Vamos a considerar ahora lo que está mal en la predicación de hoy en día, con respecto al mensaje que está siendo predicado. Es perfectamente posible que un hombre esté marcado con un eminente grado de devoción personal y piedad práctica, y aún así fallar grandemente en el ministerio de una predicación poderosa y efectiva. Por supuesto, parte de este problema se puede acreditar al hecho de que algunos hombres nunca fueron dotados por el gran Jefe de la Iglesia, con los dones necesarios para el ministerio de la enseñanza y la predicación. En tales casos, la única solución es que estos hombres reconozcan que no están en el lugar señalado y dotado por Dios. Sin ningún sentido de vergüenza, ellos deberían dejar la actividad de la enseñanza y el ministerio de la predicación para buscar un trabajo secular en el mundo, o en alguna otra obra de la Iglesia de Cristo en donde no se requiera en alguna medida un don de Dios para la comunicación oral.
Sin embargo, estoy dirigiendo mis comentarios a los hombres que tienen una base razonable para concluir que han recibido los dones necesarios para ser predicadores de la Palabra de Dios. En cuanto a esta clase de hombres, hablaré de varias áreas en las cuales la predicación contemporánea es manifiestamente defectuosa.
CONTENIDO BIBLICO
Primero, hemos de decir que mucha de la predicación en la actualidad, aún en las buenas iglesias reformadas y evangélicas, carece de contenido bíblico substancial. Una cosa destacada acerca de los grandes predicadores del pasado, algo que los hace vivir sus sermones cientos de años después de que fueron escritos, es que estos se distinguían por su gran fuerza doctrinal y contenido bíblico. ¿Cuál es la clave que daba a los sermones de estos grandes embajadores su fuerza espiritual? Era precisamente esto: su fuerte contenido bíblico. Sus sermones estaban llenos de contenido bíblico sólido, de tal manera que uno siente que se levanta entre él y el predicador, una pared de verdad divina. Así que el asunto no queda entre el oyente y el predicador, sino entre el oyente y la Palabra de Dios que está siendo comunicada a él por el predicador. Esta es la manera en que los hombres deberían de sentirse cuando nos escuchan predicar. Por supuesto, (aquí debemos fijarnos nuevamente en la relación existente entre el hombre y su mensaje) mucho del problema de la predicación actual con respecto a su falta de contenido bíblico, se debe al hecho de que muchos ministros están muy ocupados en manejar la “maquinaria de sus iglesias”, como para tener tiempo de empapar sus mentes y sus espíritus en la verdad de las Santas Escrituras. Es solamente cuando la mente de los predicadores esté saturada con las Santas Escrituras, que El Espíritu Santo traerá a ellos la verdad de Dios mientras predican, y les hará capaces a estos siervos de Dios para blandir la espada del Espíritu con poder y con autoridad. Así que, aún las ilustraciones y referencias serán en gran medida bosquejos de las palabras y principios de la Sagrada Escritura.
CONTENIDO DOCTRINAL
Segundo, mucha de la predicación contemporánea es defectuosa porque carece de un sólido contenido doctrinal. Hemos sufrido de una mentalidad que ha considerado la doctrina y la teología como si fuera un espectro medieval. La realidad es que la verdad es hermosa en su unidad y simetría. La predicación doctrinal es la que siempre está delimitada por el marco de todo el consejo de Dios. Esta predicación rechaza el mensaje desequilibrado y desbalanceado, y busca presentar cada faceta individual de la verdad en el contexto de todo el consejo de la verdad divina. Estos dos primeros factores deben fusionarse en una medida creciente en la vida de todos los verdaderos siervos de Cristo. La predicación doctrinal que no esté exegéticamente fundada y textualmente orientada, conducirá a una creencia filosófica aunque correcta. Por otra parte, tratar con los textos y la exposición de ellos sin relacionarlos con la totalidad de verdad, conducirá a un entendimiento fragmentado y desunido de la verdad divina.
APLICACION PRACTICA
La tercera área marcada por una clara debilidad en la predicación contemporánea es la falta de la aplicación práctica de la enseñanza. En muchos ministerios donde puede haber un sólido contenido bíblico y una gran medida de contenido doctrinal, todavía hay muy poca aplicación práctica, por la cual los hombres puedan ver las implicaciones del contenido y la doctrina (y de este modo puedan conocer la forma de adornar la doctrina de Dios nuestro Salvador en todas las cosas). En cuanto a este principio general, quiero tocar tres áreas donde fallan las iglesias reformadas. Lo que voy a decir ahora se aplica a todos nosotros que abrazamos sin vergüenza, aquel sistema de doctrinas señalado en los grandes credos provenientes de la Gran Reforma.
En primer lugar, nuestra predicación falla debido a que no anuncia abiertamente la necesidad y la naturaleza del arrepentimiento evangélico. En nuestra reacción contra “la salvación por obras” y contra “el activismo arminiano”, creo que algunos de nosotros hemos caído en la trampa filosófica de pensar, ‘¿Cómo puedo predicar la responsabilidad humana de arrepentirse, si yo sé que el hombre no tiene la capacidad moral para hacerlo?’ Aparentemente este problema no preocupó al apóstol Pablo. Nadie habló más claramente que él acerca de la total incapacidad humana para realizar cualquier bien espiritual aparte de la obra soberana de Dios en su vida. Pero aún, él habló claramente acerca de la responsabilidad humana de arrepentirse. Cuando él pasó revista a su ministerio entre los ancianos de Efeso, dijo: “Y como nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas, testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo” (Hech. 20:20–21). En Hechos 26:20 también dijo a los que estaban en Damasco, en toda Judea y a los gentiles, “que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento”.
Yo he tenido la amarga experiencia de predicar en iglesias que sostienen la doctrina del arrepentimiento en su credo oficial, en sus confesiones y en sus catecismos, pero evidentemente no era una doctrina predicada y creída por la base de los miembros de estas iglesias. A menudo al concluir una serie de sermones acerca del arrepentimiento, mucha gente ha venido a mí expresando un gran asombro, y diciéndome que nunca habían oído acerca de estas cosas, a pesar de haber estado por varios años dentro de una buena y sólida iglesia Reformada. Pues, no estoy diciendo que ellos no hayan escuchado la palabra “arrepentimiento”. Ellos la han escuchado, pero debido a que no les fue anunciado claramente el deber, la naturaleza y los frutos del arrepentimiento, ellos no fueron convencidos lo suficiente de su propio pecado y su necesidad de arrepentirse. Todas las personas que nos escuchen predicar por algún tiempo deberían llegar a la conclusión bajo nuestro ministerio de que a menos que se arrepientan y produzcan los frutos del arrepentimiento, perecerán aunque tengan sus mentes llenas de sana doctrina y ortodoxia cristiana. Una de las marcas más claras de los ministerios de los hombres usados por Dios en los tiempos pasados, es que todos ellos sin excepción anunciaron con claridad la necesidad, la naturaleza y los frutos del arrepentimiento cristiano.
La segunda área donde el contenido de nuestra predicación es débil en su aplicación específica, es en la cuestión de presentar a un Cristo completo que involucra al hombre completo. Es de temerse que en nuestros días hemos regresado al concepto Católico de la fe. Nunca debemos olvidar que una de las cuestiones más importantes que los Reformadores aclararon fue esta: que la fe era más que un simple “asentimiento” y más que una mera inclinación de la cabeza al conjunto de creencias presentadas por la iglesia como “la fe”. Los Reformadores enfatizaron el concepto bíblico de la fe como “fiducia”. Ellos dejaron claro que la salvación por la fe involucraba confianza y compromiso; una confianza y compromiso que implicaban al hombre completo (mente, emociones y voluntad) con la verdad creída y con el Cristo que esta verdad enfocaba. Ha llegado el tiempo cuando es necesario que nosotros enseñemos claramente con declaraciones explícitas estos conceptos, a fin de que la gente se de cuenta de que un simple asentimiento o inclinación de cabeza a las doctrinas escuchadas no es la esencia de la fe salvadora. Ellos necesitan ser enseñados para comprender que la fe salvadora involucra el compromiso del hombre completo (mente, emociones y voluntad), con un Cristo completo (es decir, como Profeta, Sacerdote y Rey) tal como El es anunciado enfáticamente en el Evangelio.1
Si nosotros predicamos de esta manera, en poco tiempo ya no escucharemos hablar de tal cosa como “creer” sin “someterse” o “aceptar al Señor” sin “rendirse a El”. Nuestras iglesias evangélicas están llenas de conceptos y prácticas no bíblicos que intentan a dividir a Cristo presentándolo solo como Salvador y no como Señor. Mucho de esta herejía engañosa, basada en este concepto de presentar a un Cristo dividido, podría ser eliminada por una predicación que presentara claramente a un Cristo completo, dirigido al hombre completo.2
Hay una tercera área de debilidad en el contenido de nuestra predicación. Esta es un área muy delicada y en la cual somos desgraciadamente muy débiles en los círculos Reformados (protestantes y evangélicos) contemporáneos. El área a la cual me refiero es a la necesidad de enfatizar los rasgos distintivos de los verdaderos creyentes. Implícito en esto, necesitamos declarar claramente la diferencia entre la base de la salvación y la seguridad de la salvación, la diferencia entre llegar a ser salvo y tener la certeza de nuestra salvación. En mi experiencia y circulación entre los círculos reformados y evangélicos, me he encontrado con que en el momento que algunas personas comienzan a realizar un auto-examen escritural, cuando comienzan a obedecer 2 Cor. 13:5, “Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos,” tales personas llegan a ver este ejercicio espiritual casi como si fuera la blasfemia contra el Espíritu Santo. Consideran el cuestionar de su propia salvación (es decir, de si son realmente personas convertidas o no) como la cosa más terrible del mundo. Lo que fallamos en darnos cuenta es que las dudas producidas por un honesto auto-examen efectuado a la luz de la norma objetiva de la Palabra de Dios, pudiera ser la mejor cosa que jamás le haya ocurrido a alguna persona.
Frecuentemente he dicho que las dudas no condenan a los hombres, pero la presunción pecaminosa de una falsa seguridad de salvación si lo hará. Puesto que las Escrituras dicen una y otra vez, “Mirad que nadie os engañe,” “nadie se engañe a sí mismo,” “No os engañéis,” (vea Mar. 13:5; 1 Cor. 3:18; Gál. 6:7) no debamos de suponer o conducir a otros a suponer que nunca debemos cuestionar nuestra salvación. ¿Para qué son estas exhortaciones? Si el auto-engaño no es una posibilidad real, entonces ¿por qué la Biblia está llena de exhortaciones acerca de este peligro de engañarse a sí mismo? Todas estas advertencias carecerían de significado si el auto-engaño fuera solo una posibilidad hipotética. Así si la gente adentro de la membresía de la iglesia neotestamentaria podía ser engañada aún bajo el ministerio de los apóstoles, y sin embargo ellos consideraron necesario decir, “Hermanos, procurad tanto más de hacer firme vuestra vocación y elección,” (2 Ped. 1:10) mucho más nosotros necesitamos enfrentarnos a la realidad de que pudieran ser algunas personas engañadas, las que han entrado o están entrando a la iglesia bajo nuestro anémico ministerio. Cuando una convicción como ésta nos constriñe, entonces predicamos a tales personas, exhortándoles para que hagan firme su llamamiento y elección, y para que se examinen y prueben ellos mismos si están en la fe.
Conforme a esta preocupación, nosotros debemos señalarles antes la diferencia bíblica entre un verdadero creyente y uno falso, tal como se encuentra en la parábola del sembrador. He encontrado que tal clase de predicación nunca hace daño a los verdaderos hijos de Dios. Una predicación aplicatoria y penetrante en esta área servirá para traer a los verdaderos hijos de Dios a una certeza de salvación más sólida. Así pues, en santo auto-escrutinio, el verdadero nada ha de temer, mas sí el hipócrita. Suponga que tuve que ir a mi banco a depositar dos billetes de veinte dólares. Si el cajero tomara los billetes y me dijera, “Un momento Sr. Martin, creo que pudiera haber algo falso aquí.” Si los billetes son genuinos, no les pasaría nada por el hecho de que el cajero del banco los escudriñara cuidadosamente; de hecho, ganarán en autenticidad. Si el cajero los tomara y los pusiera bajo una lupa para examinar su genuinidad y resultaran tales, yo me sentiré más seguro de tal autenticidad si es que fueran escudriñados de nuevo. Entonces, la única cosa que queda con pérdida es la hipocresía y la falsificación. Este principio es igualmente cierto respecto a la predicación aplicatoria y penetrante que enfatiza las marcas distintivas de los creyentes verdaderos. El único que puede perder algo bajo una predicación escritural y balanceada de estas cosas es el creyente falso. Tal persona debería turbarse y preocuparse ahora, mientras que el día de salvación aún esté vigente. Si nos equivocamos haciendo distinciones no bíblicas y ponemos dificultades innecesarias en el camino de los piadosos, ¡que el Señor abra nuestros ojos para sacarnos del error y traernos de vuelta al camino correcto! Sin embargo, éste no es el peligro común de nuestros días. Al contrario, nosotros estamos durmiendo a las personas dándoles un falso sentido de seguridad, al fallar en poner delante de ellos en una manera práctica las evidencias de la fe verdadera en oposición a la fe de los demonios (Vea Stg. 2:19).
Hermanos, la Biblia nos da muchas afirmaciones explícitas, las cuales podemos poner delante de nuestros oyentes. Jesús dijo: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen” (Jn. 10:27). Nosotros no debemos temer decir a nuestra gente que si ellos no le oyen y le siguen, no tienen ninguna base para decir que son sus ovejas. Atrevámonos a decirles que a pesar de que ellos puedan conocer todo acerca de El, saber que el Señor tiene sus ovejas en el corazón desde la eternidad en el pacto de redención; a pesar de que ellos puedan conocer toda la doctrina de cómo El murió por sus ovejas con un designio e intención particular en su muerte; y aunque conozcan la manera como el Espíritu Santo hace el llamado eficaz, la cuestión penetrante que debemos de enfatizar aquí es ésta: ¿Están escuchando su voz? ¿Le están siguiendo? Nosotros no debemos de dejar de urgir tales asuntos. Debemos insistir en estos puntos tal como se señala en la Primera Epístola de Juan donde el apóstol declara: “Estas cosas he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna …” (1 Jn. 5:13). ¿Qué cosas puso Juan delante de ellos? ¿Les dio acaso una serie de textos que podían buscar y agarrar para asegurarse? No, mas bien, les colocó una serie de pruebas para examinarse, mediante las cuales podían evaluar sus propias vidas. Dijo, “Y en esto sabemos que nosotros le hemos conocido, si guardamos sus mandamientos.” (1 Jn. 2:3). Y dice otra vez, “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos” (1 Jn. 3:14). La consciencia de nuestros oyentes se necesita herir, a fin de que ellos se hagan esta pregunta: A la luz de las normas objetivas de la Palabra de Dios, ¿Estoy verdaderamente en la fe?
¿Qué está mal con la predicación de hoy en día? Estoy convencido de que en estas áreas del contenido de nuestra predicación, hay una gran necesidad de regresar a las verdades bíblicas mencionadas anteriormente, y predicar sobre ellas con un fervor renovado.
LA MANERA DE PRESENTAR EL MENSAJE
Habiendo hablado acerca del contenido de nuestro mensaje, quiero hacer algunas aplicaciones breves respecto a la manera de presentarlo. Las tres cosas que deberían caracterizar la comunicación de la verdad divina son: la urgencia, la forma en que ordenamos el mensaje, y la manera directa en que lo comunicamos.
La urgencia genuina es la madre de la elocuencia verdadera. Un hombre que quiere despertar a unas personas que se encuentran en un peligro inminente de un edificio incendiado, tendrá poco éxito si simplemente camina por los pasillos cuidadosamente afirmando algunas palabras con relación al peligro en que se encuentran. Por otra parte, si este hombre está convencido de que aquellas vidas se encuentran verdaderamente en peligro y de que su liberación depende de su capacidad de despertarles para que tomen medidas inmediatas, entonces tal hombre no fallará en despertar a las personas de su sueño y motivarles a tomar las medidas necesarias. La urgencia de tal hombre no nace primordialmente de su capacidad de hablar elocuentemente, sino mas bien, nace del seno de una preocupación urgente y genuina. La urgencia en algunos, debido a su personalidad, carácter o capacidad vocal, puede expresarse por el volumen de su voz. En otros, pudiera expresarse en otras formas en las cuales la urgencia encuentra su propio tono.
La urgencia nos motivará a esforzarnos para obtener y mantener un contacto directo con la audiencia mientras que predicamos. Si hemos subido al púlpito no simplemente para entregar un discurso, sino para comunicar la verdad urgente a hombres y mujeres necesitados, entonces no estaremos contentos a menos que hayamos conseguido su atención. Spurgeon confesó que cuando veía a un niño que no le estaba escuchando, le inquietaba tanto que contaría una anécdota especial para atraer su atención antes de continuar con su sermón. Spurgeon sería el primero en confesar que solamente Dios puede causar que la verdad llegue a los corazones de los hombres con poder salvador. Sin embargo, él sabía que su trabajo como predicador consistía de lograr que esa verdad llegara a sus oídos, y a menos que esto se consiguiera, estaría fallando en su deber. Hermanos, es su trabajo y su tarea llegar a los oídos de los hombres. Solamente Dios puede poner esa verdad en sus corazones, mas usted debe entregarse para ganar sus oídos.
La urgencia producida por el Espíritu Santo nos obligará a laborar cultivando la capacidad de comunicarnos con los hombres en el lenguaje popular. Si usáramos cierta palabra en el contexto de la predicación, y de inmediato los oyentes nos miran confundidos, entonces deberíamos entender que no han comprendido el uso de esta palabra. Y si somos sensibles ante este problema, entonces usaremos una palabra distinta (o daremos una explicación pertinente). Un autor dijo lo siguiente: ‘La vanidad hará que un hombre hable y escriba como un erudito, pero la piedad motivará a un buen erudito a simplificar su manera de hablar por causa de los indoctos. Tal predicador aunque sea ahora menospreciado por aquellos que no tienen discernimiento, algún día tendrá un nombre sobre todo nombre, no importa si sea filósofo, poeta, orador o aún el más honrado entre hombres.’
Otro autor dijo: ‘No es difícil hacer que las cosas fáciles parezcan difíciles, pero hacer que las cosas difíciles sean fáciles de entender es la parte más difícil para un buen orador o predicador.’ Oh mis hermanos en el ministerio, clamemos a Dios por la gracia de la humildad y la urgencia del Espíritu Santo que nos lleve a modificar nuestro vocabulario al nivel de nuestros oyentes.
También, esta cuestión de la urgencia nos motivará a trabajar en hacer una buena aplicación práctica en la predicación. Quizás la parte más difícil del ministerio de la predicación constante es la parte de la aplicación práctica. Pero tal como un buen médico que se preocupa por la salud de sus pacientes, no se contentará hasta que conozca las enfermedades específicas de su pueblo y les aplique los tratamientos específicos, así también el verdadero siervo de Dios hará lo mismo. El verdadero siervo predicará más allá de las necesidades generales del pueblo y la disposición de Dios para suplirlas; se esforzará para conocer las enfermedades espirituales específicas y luego aplicará los remedios específicos que se encuentran en la plenitud de nuestro Señor Jesucristo.
Segundo, nuestros sermones deberían caracterizarse por un plan y orden lógico. Al predicar la verdad de Dios a los hombres, nunca nos debemos olvidar de que son hombres cuyas mentes están diseñadas para recibir las razones en una forma lógica y ordenada. La mente no puede recibir la verdad cuando le es presentada sin forma o bien, en una forma desordenada y confusa. Debemos tratar de lograr que nuestros oyentes vuelvan a sus casas con algunas estacas bien clavadas en sus mentes, y con algunos aspectos de la verdad de Dios atados a tales estacas.
Finalmente, consideremos la necesidad de entregar el mensaje predicado en una manera directa. Hay una sección excelente sobre la predicación del evangelio en el libro “El Ministerio Cristiano” por Charles Bridges en que él comenta sobre esta necesidad diciendo: ‘Debemos mostrarles desde el principio hasta el fin que no estamos simplemente diciendo cosas buenas en su presencia, sino que estamos dirigiéndonos a ellos personalmente con asuntos que son de importancia primordial.’ Cuando leemos los sermones de los grandes predicadores del pasado, somos impresionados con su denuedo santo. El lector se siente como si estos sermones de los viejos maestros le estuvieran arrinconando, exigiendo una respuesta a la verdad con la que está siendo confrontado. Joseph Alleine en su libro “Un Alarma a los Inconversos” sirve como una ilustración clásica de este principio. Una y otra vez pone al pecador contra la pared, confrontándolo con preguntas directas que le obligan a reflexionar sobre su camino y su condición ante Dios. Joseph Alleine le pregunta: “¿Está usted en paz con Dios? ¿Cuál es la base de su paz? ¿Es una paz bíblica? ¿Puede usted manifestar los rasgos distintivos de un creyente verdadero? ¿Tiene usted más evidencia de salvación que la de los hipócritas en al mundo? Si no, usted debería temer esta paz más que alguna tribulación, entendido que una paz carnal frecuentemente resultará ser un enemigo mortal del alma. Mientras que esta paz falsa nos besa y nos sonríe, al mismo tiempo nos hiere mortalmente. Ahora, que la consciencia haga su obra y hable.” Desde este punto, Alleine sigue aplicando la verdad en una forma más directa a sus lectores.
Con tantos ejemplos como éstos de los cuales podemos aprender, que Dios nos libre de simplemente decir buenas cosas en la presencia de la congregación, y nos ayude a predicar de tal modo que los oyentes se den cuenta de que estamos hablándoles de asuntos eternos en una forma personal.
¿Qué está mal con la predicación de hoy? Estoy seguro de que muchas de las fallas son manifiestas en mi propia vida y en mi ministerio de igual manera como en la de otros. Pero sugiero que podemos considerar el problema de la predicación de hoy en día como un problema principalmente centrado en el hombre, el predicador (en su devoción personal, en su piedad práctica y en la pureza de su motivación). ¿Qué es lo que está mal con la predicación de hoy? Una parte del problema radica en el mensaje, es decir en el contenido de lo que se predica y también en la manera en que se comunica. Entonces, si algunas de estas cosas tienen aplicación legítima a nosotros, ojalá que Dios nos ayude a recibir la palabra de exhortación, y por su gracia esforzarnos para ser más eficaces comunicadores de la verdad de Su Palabra a nuestra necesitada generación.
1 La fe salvadora implica al hombre como un todo. La persona debe venir a Cristo (confiar) como su Sumo Sacerdote, como su único Mediador; debe recibirle (conocimiento) como su Maestro y Profeta, como la fuente de todo conocimiento y verdad; y debe someterse (sumisión) a El como el Rey de su vida. Estos tres aspectos de la fe salvadora (conocimiento, confianza y sumisión) se encuentran relacionados con los tres oficios de Cristo (Sacerdote, Profeta y Rey), en el pasaje de Mat. 11:28–30. Note las frases: “Venid a mí” que se refiere a su oficio sacerdotal, “aprended de mí” que se refiere a su oficio profético y “llevad mi yugo” con relación a su oficio real. Obviamente, estos tres aspectos involucran al hombre completo: su mente, sus afectos y su voluntad, a través de los cuales conoce, confía y se somete a Cristo como su Salvador (Profeta, Sacerdote y Rey).
2 El autor se refiere al error espantoso que ha invadido muchos púlpitos evangélicos, donde se predica a un Cristo dividido en Señor y Salvador. Es decir, se predica de tal manera el evangelio que los oyentes se imaginan que pueden venir a Cristo para salvarse, aunque permanezcan rebeldes a su gobierno y señorío. Esta desviación ha conducido a que cientos de iglesias evangélicas se llenen de personas que “han venido a Cristo como Salvador”, pero que no están dispuestas a someterse a El como Señor (una dicotomía que no se observa en la fe bíblica) y por lo tanto continúan viviendo en abierta rebeldía a las más elementales normas bíblicas. Tienen una fe que supuestamente les alcanza para salvarse del infierno, pero que es insuficiente para obedecer y amar a Cristo, y que conforme a El es una fe falsa. (Vea 1 Cor. 13:2; 1 Jn. 2:3; Stg. 2:20)


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