sábado, 7 de julio de 2012

Excesos alimentarios Vs. Bulimia: Transtornos de tipo espiritual - Liberacion por medio de Jesucristo

biblias y miles de comentarios
 
Libertad de los trastornos alimentarios
Recibí una llamada de Jennifer preguntándome si estaría dispuesto a darle un poco de tiempo para venir en avión a verme. Aparté un lunes por la mañana y tuve el privilegio de llevarla a través de los pasos hacia la libertad. Un mes más tarde recibí la siguiente carta:
Estimado Neil:
Le escribo porque quiero agradecerle el tiempo que pasó conmigo. Al parecer, en el momento en que oramos no sentía nada y creía que quizás no era un problema demoníaco el que tenía. Pero estaba equivocada. De verdad que algo sucedió y desde entonces no he tenido ni un sólo pensamiento, acción o compulsión autodestructivos.
Creo que el proceso de liberación empezó mediante mis oraciones de arrepentimiento en los meses siguientes a mi intento de suicidio. No lo comprendo del todo, pero sé que hay algo verdaderamente diferente en mi vida y hoy en día me siento libre. No me he cortado en un mes, lo cual es un verdadero milagro.
Tengo unas cuantas preguntas que me gustaría que contestara, si tiene tiempo. Se relacionan con mis problemas sicológicos. Se me dijo que tengo un trastorno maniacodepresivo, esquizoafectivo crónico y que me tienen con litio y con un medicamento antisicótico. ¿Necesito estas drogas? ¿Es realmente crónico mi problema?
Durante mis ratos de hiperactividad, sobre los cuales basaron mi diagnóstico, siempre sentí que no era yo, sino alguna tremenda fuerza externa que me obligaba a actuar de manera autodestructiva y loca. Las últimas tres veces que dejé de tomar litio volví a tener impulsos de suicidio y fui a parar al hospital. No quiero que vuelva a suceder, pero … ¿era eso demoníaco? Además, con las pastillas tuve muchos cambios de temperamento, ¡pero desde que le visité no he vuelto a tener ni uno! Esto me hace preguntar si ya estoy bien y no necesito las pastillas.
Además, desde pequeñita jamás pude orar: siempre parecía haber una pared entre Dios y yo. Nunca fui muy feliz y siempre tuve un sentido de temor y de inquietud, como que algo andaba mal.
Jennifer
La historia de Jennifer es importante porque aclara la necesidad que tenemos de conocer quiénes somos como hijos de Dios y de saber cuál es la naturaleza de la batalla espiritual en la que nos encontramos. Esa única mañana en que nos reunimos logramos desarrollar muchas cosas y obtuvo una sensación de libertad. Pero, ¿sabrá quién es como hija de Dios, y cómo mantener su libertad en Cristo?
Seis meses después Jennifer empezó de nuevo a experimentar dificultades. Transcurrió otro año antes de que estuviera lo suficientemente desesperada como para llamar. Decidió volver a hacer el viaje, pero esta vez asistió a un congreso completo. He aquí su relato.
*     *     *
La historia de Jennifer
Todo parecía un sueño y todo el mundo simplemente un personaje.
En el séptimo grado empezó mi trastorno de alimentación: comía demasiado y luego me obligaba a pasar hambre. Cuando iba a alguna casa a cuidar niños, me comía todo lo que había en el refrigerador y luego pasaba tres o cuatro días sin comer nada. Toda mi atención se concentraba en el peso; la necesidad de verme delgada me obsesionaba.
Alrededor de mí, todo parecía un sueño y todo el mundo simplemente un personaje. Pensaba: Algún día me despertaré pero no conoceré a la soñadora. Nada me parecía real. Vivía como en la luna, sin poder pensar. Cuando la gente hablaba, simplemente la miraba perpleja porque estaba en contacto con mi mente.
Durante el día parecía ser normal y en la escuela actuaba bastante bien. Las noches eran extrañas y llenas de pesadillas y terror. Lloraba muy a menudo debido a las voces en mi cabeza y a las imágenes y pensamientos tontos que a menudo saturaban mi mente. Pero jamás le conté nada a nadie. Sabía que la gente pensaría que estaba loca, y me aterraba la posibilidad de que nadie me creyera.
Mis años universitarios fueron durísimos, repletos de mis rutinarios excesos en comer para luego purgarme. Perdí treinta libras y empecé a desmayarme y a tener dolores en el pecho. Como me encontraba patéticamente flaca debido a la anorexia, literalmente la piel me colgaba de los huesos. Al fin estuve de acuerdo en que me hospitalizaran porque estaba totalmente exhausta, tanto física como mental y espiritualmente.
Casi me muero. Cuando me internaron tenía un pulso de cuarenta y con dificultad me encontraron la presión arterial. Mis padres me dieron mucho apoyo. El hospital era bueno y tuve terapeutas cristianos, pero jamás tocaron conmigo el tema espiritual. Me cortaba con navajas y cuchillos y todavía tengo cicatrices en las manos del daño que me hacía con las uñas.
Gateaba por el corredor tratando de escapar de las cosas que volaban alrededor de mi cuarto.
Las voces y las noches eran horribles, con visitaciones demoníacas y algo que me violaba sexualmente, sosteniéndome para que no me moviera. A veces me iba a gatas por el corredor, tratando de escapar de las cosas que volaban alrededor de mi cuarto. Estaba aterrorizada; en mi mente dominaba la idea de sacarme el corazón con un cuchillo. Una vez hasta hice el intento de atravesarme el pecho con cuchillos porque creía que mi corazón era veneno y que tenía que deshacerme de este para quedar limpia.
Cuando empezaron a salir a la superficie los recuerdos de mi niñez, me descontrolé. Otra vez me internaron en el hospital, totalmente descontrolada. Algunos días requerían cinco o seis personas para calmarme. Observaba desde fuera de mi cuerpo a esta gente que me sostenía mientras luchaba y pataleaba, hasta que me sedaban. Me diagnosticaron maniacodepresiva. Durante los seis años siguientes tomé litio y seguí con los antidepresivos, medicamentos que lograban calmarme un poco.
Mientras estaba en el hospital una amiga me sugirió que hablara con Neil Anderson, pero le dije que no. La idea de que hubiera algo demoníaco me aterraba, y le dije: «Dios dijo que si dos o más personas oran, Él escucha. ¿Por qué simplemente no vienen varias personas aquí al hospital a orar conmigo? ¿Por qué tengo que recibir a algún hombre?» Hablé con mis consejeros cristianos quienes me dijeron: «Lo que tus colegas quieren es hacer de esto un problema espiritual porque no quieren lidiar con el dolor en tu vida». Este año los consejeros habían logrado mi confianza por lo que les creí a ellos y no acepté ver a Neil. Esa fue la primera vez que escuché el nombre de Neil, pero no lo llegué a conocer hasta tres años después. Me daba demasiado miedo; todo el asunto me alarmaba sobremanera.
Desempeñaba una labor fantástica; luego me metía al auto y sacaba mis cuchillas de afeitar.
De algún modo me gradué y empecé a trabajar. Desempeñaba una labor fantástica y luego me metía al auto, sacaba mis cuchillas de afeitar y por dieciséis horas vivía en un mundo totalmente distinto. Después regresaba a mi trabajo, hablaba a todas mis «amistades» que tenía en la cabeza y ritualmente me cortaba para obtener sangre. Simplemente quería sentir algo; sabía que no estaba en contacto con la realidad.
De noche, a menudo me quedaba despierta, con la esperanza de morir antes del amanecer. Escribía notas de suicidio y conocía toda casa vacía en la zona: casas que estaban a la venta, donde podría meter mi auto al garaje, dejar el motor prendido y así matarme. También conocía todas las armerías de la ciudad y el horario en que atendían, en caso de que necesitara un arma. Guardaba en casa unas doscientas o trescientas pastillas como «escape» para cuando no pudiera aguantar más. Tenía muchos planes para suicidarme.
Le rogaba a Dios que me ayudara a sobrevivir una noche más.
Pensaba constantemente: El Señor tiene que sacarme de esto. Sabía que Él era mi única esperanza y que había una razón para vivir, por lo que seguía clamándole. Recuerdo que en la noche me iba a gatas a un rincón de mi cuarto y dormía allí en el piso. Trataba de escaparme de todo y le rogaba a Dios que me ayudara a sobrevivir una noche más. Le pedía que me diera fuerza y me protegiera de mí misma. Me culpaba por todo esto.
Temía por mi vida, al igual que muchas de mis amistades. Fui a ver a un pastor, le dije que creía tener un problema espiritual y que además sentía que me iba a morir. Me dijo:
—Estás visitando a uno de los mejores siquiatras de la ciudad; no sé por qué me vienes a buscar.
—¿Estás tomando tu medicina?—me preguntó después.
Me tenía miedo y no sabía cómo ayudarme.
Una vez pasé varias horas hablando con algunas amistades preocupadas por mí. Una sugirió:
—Jennifer, simplemente debes entrar a la sala del trono de Jesús.
—¡Eso es!—me dijeron las voces dentro de mí.
Para mí «entrar a la sala del trono» significaba morir. Me fui en auto a un hotel, tomé una habitación y me tragué doscientas pastillas. Me acosté junto a una nota sencilla que decía: Voy para mi casa a estar con Jesús. Ya no aguanto más.
No quería estar sola cuando muriera.
Llamé a alguien porque no quería estar sola cuando muriera. Creía que si al menos tenía a alguien al teléfono me sería una ayuda. Al principio no quise darle el número de teléfono a mi amiga, pero más tarde estaba tan adormecida y fuera de todo que se lo di para poderme dormir y para que mi amiga me llamara más tarde. A las dos horas y media me encontraron y me llevaron a un hospital en donde me hicieron limpieza de estómago. Me pusieron en la unidad de cuidados intensivos. Debí haber muerto, pero por un milagro de Dios eso no pasó.
Me hospitalizaron de nuevo en una clínica cristiana distinta. Jamás se mencionó la posibilidad de que mi problema fuera espiritual. Me diagnosticaron como esquizoafectiva y bipolar. Me dijeron que no sabía lo que era la realidad, y que debía basar mi confianza en lo que decían los demás y no en lo que me pasaba por la mente. Me dijeron que tendría que depender de los medicamentos el resto de mi vida. Los efectos secundarios de los antisicóticos y de los antidepresivos eran horrendos. Me daban temblores tan fuertes que hasta me costaba usar la mano para escribir mi nombre, y se me nublaba la visión. Estaba tan drogada que ni siquiera podía mantener abierta la boca.
Nunca exploraron la posibilidad de lo demoníaco.
En mis sesiones de consejería les dije que estaba oyendo voces, pero jamás exploraron la posibilidad de que fueran demoníacas. Me dijeron que como ya había tenido mucha terapia, ellos querían tratar conmigo a nivel espiritual. Me trajeron un hombre muy piadoso que era bueno, pero no pude oír ni recordar una sola palabra de lo que dijo. Apenas abría su Biblia y empezaba a hablar, yo oía otras cosas y planeaba matarme. Pensaba que si al menos pudiera salir de allí, lograría hacerlo y esta vez con éxito.
Un día me llamó un amigo a la clínica y trató honestamente con el pecado en mi vida. Básicamente me dijo que yo era manipuladora, deshonesta, odiosa, egoísta y que buscaba ser el centro de atención. Fue duro oírlo, pero lo hizo con cariño y yo estaba lista para escucharlo. Me arrodillé y escribí en mi diario una carta a Dios pidiéndole perdón. Esos pecados eran parte de mí que me avergonzaba, y había convivido con la culpabilidad de ellos toda mi vida. Experimenté un poco de alivio y sé que allí empezó mi sanidad.
Las voces hablaban tan alto que no podía escuchar una palabra de lo que él decía.
Unos amigos de California me invitaron a visitarles y decidí aprovechar para conocer a Neil Anderson. Fui a su oficina y hablamos cerca de dos horas. Abrió su Biblia y empezó a repasar algunas Escrituras, pero las voces resonaban tan fuerte que no podía escuchar ni una palabra de lo que me decía. Era como si estuviera hablando en jerigonza: sus palabras eran como de otro idioma. Siempre que la gente usaba la Biblia conmigo, me pasaba esto.
Realicé los pasos hacia la libertad, pero no sentí nada diferente cuando al salir. Me preguntaba si las palabras habrían pasado directo de mis ojos a mi boca sin interiorizar lo que leía. Pero entonces mejoraron dos aspectos de mi vida. Mejoró la lucha con la comida y no me volví a cortar más. Las voces también se alejaron durante dos semanas, pero luego volvieron. No recordaba qué debía hacer cuando volvieran las voces y los pensamientos según las instrucciones de Neil, y jamás se me ocurrió que no tenía que escucharlos. No sabía que tenía esa opción, por lo que me golpearon más fuerte que nunca.
Seis meses más tarde estaba de nuevo en el hospital, tanto por lo de suicida como por lo de lo sicótico. Estaba descontrolada y hacía todo lo que me ordenaban las voces. Mis amistades me animaron a que fuera a ver de nuevo a Neil, pero si eso no daba resultados, sabía que iba a morir. Todo esto sucedió durante siete años terribles, los efectos secundarios de los medicamentos eran tan horribles que lo único que hacía era trabajar cuatro horas, para luego dormir o sentarme frente a la televisión. No podía seguir una conversación que tuviera sentido ni tampoco me importaba nada. Me sentía desesperada, exhausta y desanimada.
Asistí al congreso sobre Cómo resolver conflictos personales y espirituales. De nuevo me reuní con Neil y en un momento dado me enfermé tanto que vomité. Me presentó una señora con un pasado similar al mío, quien se sentó a mi lado y oró por mí. Así logré escuchar y comprender lo que decía Neil.
Aprendí muchísimo sobre la batalla espiritual que se estaba librando en mi mente y lo que debía hacer para mantenerme firme. Una vez que tuve en claro esa parte, quedé libre. Sabía lo que tenía que hacer y cómo hacerlo. Antes no sabía cómo mantenerme en libertad y andar en esta, aunque fui criada en un buen hogar cristiano. A pesar de que acepté a Cristo cuando tenía cuatro años, nunca supe quién era en Cristo y no entendía la autoridad de la que gozaba como hija de Dios.
Mi siquiatra no estaba de acuerdo en que dejara los medicamentos.
Le conté a mi siquiatra que ya estaba libre en Cristo y que quería dejar de tomar mis medicamentos.
—Ya lo has hecho antes y mira tu historia—me dijo.
—Pero ahora es distinto—repliqué—. ¿Me va a apoyar?
—No, no puedo—respondió.
—Bueno—repliqué—, lo haré de todos modos. Asumo toda la responsabilidad.
Me dijo que me vería en un mes. Cuando al cabo de un mes regresé, estaba tomando la mitad de los medicamentos, en dos meses más la había suprimido totalmente. Me preguntó cómo me sentía, y cuando le dije que estaba muy bien, me dio la mano y me comunicó que ya no tenía que volver. Fue como si estuviera descubriendo la vida por primera vez y me sentí motivada a escribirle la siguiente carta a Neil.
Querido Neil:
Estuve leyendo mis diarios de los años pasados y fue un recuerdo cruel y duro de las tinieblas y del mal en que estuve sumida por tantos años. Escribí a menudo acerca de «ellos» y de cómo me controlaban. A menudo creí que antes de sentirme dividida entre Satanás y Dios, prefería descansar en la oscuridad. No me había dado cuenta de que era hija de Dios y que estaba en Cristo, no pendiendo entre dos espíritus. Muchas veces sentía que me controlaban y que estaba loca, perdiendo todo sentido de mi propia identidad y de la realidad. Creo que de algún modo había aprendido a amar las tinieblas. Me sentía segura allí, y me engañaban las mentira de que moriría si dejaba el mal y de que Dios no supliría mis necesidades ni me cuidaría como yo deseaba.
Por eso no pude hablar con usted la primera vez. No quise que me quitara lo único que tenía, y la simple idea me aterrorizó. Supongo que el maligno tuvo algo que ver con esos pensamientos y temores, pues estaba muy engañada. Me esforzaba mucho para orar y leer la Biblia, pero no tenía sentido. Una vez traté de leer el libro The Adversary [El adversario] de Mark Bubeck, y literalmente no pude lograr que mi mano lo levantara. Sólo me quedé mirándolo.
En un intento de mejorar las cosas, los siquiatras probaron muchos medicamentos y dosis (incluyendo antisicóticos). Tomaba hasta quince pastillas diarias sólo para mantenerme en control y un poco en acción. Estaba tan drogada que no podía pensar ni sentir casi nada. ¡Era como un cadáver ambulante! Los terapeutas y los médicos estaban de acuerdo en que padecía de una enfermedad mental crónica, y que lidiaría con ella el resto de mi vida, ¡fue un pronóstico derrotante!
En el congreso pude ver el cuadro total. Sólo pocas semanas antes había tomado la decisión de no entretener más las tinieblas, y que realmente deseaba estar sana, pero sin la menor idea cómo dar ese paso. Bueno … aprendí, y de nuevo mi mente se tranquilizó. Pararon las voces, se levantaron las dudas y la confusión; estaba libre. Ahora sé cómo enfrentarlo.
Me siento como una niñita que ha pasado por una tormenta horrible y aterradora, perdida en la confusión y la soledad. Sabía que mi Padre amante estaba al otro lado de la puerta y que era mi única esperanza y alivio, pero no podía pasar por esa puerta tan pesada. Entonces alguien me enseñó cómo darle vuelta a la cerradura y me dijo que tenía todo el derecho y la autoridad para abrirla por ser hija de Dios. He levantado mis manos y he abierto la puerta para correr hacia mi Padre y ahora descanso en sus brazos fuertes y amorosos. Tengo toda la seguridad y la fe de que «ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo porvenir, ni poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Romanos 8:38).
Ahora me siento en paz y satisfecha por dentro.
Ahora trabajo en un ministerio, y saco horas para leer y orar y ser amada por el Dios, del cual tanto había oído pero jamás experimentado. Doy, y sirvo como siempre soñé. En mi esclavitud, nunca pude extenderme más allá de mi desesperación. Ahora me siento en paz y satisfecha por dentro, en cierto modo como una niña, con propósito, dirección, gozo y esperanza.
Ahora cuando tengo pensamientos acusadores o negativos, simplemente rebotan porque he aprendido a atar a Satanás con una frase rápida, haciendo a un lado sus mentiras y escogiendo la verdad. ¡Y realmente funciona! Gracias a mi fuerte Salvador, Satanás me deja casi instantáneamente. He tenido unos cuantos días bastante malos, pero entonces decido recordar quién soy y le digo a Satanás y a sus demonios que se vayan. Es un milagro … ¡se levanta la nube!
Me da tristeza pensar que he estado gran parte de mi vida en cautiverio, creyendo mentiras. Trato de recordar: «Por esto mismo te he dejado con vida, para mostrarte mi poder y para dar a conocer mi nombre en toda la tierra» (Éxodo 9:16). Sé que Dios usará poderosamente mis experiencias en mi vida, así como también en la de los demás. Las cadenas han caído; me he decidido por la luz y la vida.
Debido a los cambios tan evidentes en mi rostro, la gente me ha estado buscando para conocer la luz y la verdad. Son tantos los casetes suyos que he dado a otros que también se encuentran en esclavitud y necesitados, que no puedo seguir la pista a todos.
Tuve que ver que no soy la persona enferma.
Todavía estoy visitando a un consejero cristiano, lo que me ha sido muy útil. Es espantoso dejar atrás mi pasado y es una lucha aprender a vivir. La tentación más grande que siento es estar enferma, porque lograba recibir mucha atención. Tuve que ver que no soy esa persona enferma sino que soy una hija de Dios y que Él desea que yo esté libre. Me fue difícil aceptar esa nueva identidad, y unas cuantas veces he tenido días «locos». Pero reconozco que no es lo que quiero y llamo a mi amiga para que ore conmigo, y con su apoyo renuncio a las tinieblas.
La batalla más grande que tengo es permanecer estable porque mi tendencia es dejar que mi mente se divida. Mi oración diaria es que Él me ayude a permanecer centrada y que lo ame con todo mi corazón y mi alma, no a medias.
Otra amiga importante hace cinco años fue liberada como médium de la Nueva Era. Me ha sido de ayuda inmensa, pero mi apoyo principal es la amiga que conocí en su congreso. Nuestras cuentas de teléfono son enormes y nos vemos tres o cuatro veces por año. Verdaderamente creo que no habría sobrevivido ni permanecido libre en esos primeros meses sin la ayuda que ella me brindó.
Mi familia hizo todo lo posible por amarme.
Mi familia y el tratamiento que recibí fueron de lo mejor. Hicieron todo lo que pudieron por amarme, ayudarme y salvarme la vida. He recibido mucho amor en el transcurso de mi vida por parte de tantas amistades y familiares. Siento que es por sus oraciones, amor constante y apoyo que hoy estoy viva.
Creo firmemente que las drogas que me recetaron no me permitían pensar ni luchar. Me dejaban en un estado tan pasivo y semialerta, que no me podía concentrar. No podía escribir por el fuerte temblor de mis manos … no podía ver a veces por la visión nublada … no podía orar porque no había concentración … y jamás tuve la energía para discernir pensamientos o recordar verdades de las Escrituras … y no podía seguir el hilo a una conversación. Era como si estuviera tomando entre doce y quince antihistamínicos a la vez, quedando en condición desamparada sin ninguna calidad de vida.
Saco mis tarjetas y las leo en voz alta, hasta que la luz ahuyente a la oscuridad.
Tengo gran cantidad de tarjeticas en las que he escrito versículos conteniendo la verdad, y las llevo a todas partes. Ha habido momentos en que la oscura nube de la opresión es tan arrolladora que saco mis tarjetas y las leo en voz alta, hasta que la luz ahuyente a la oscuridad y logre volver a orar. Entonces descubro la mentira que había estado creyendo, reclamo la verdad, anuncio mi posición en Cristo y renuncio al diablo. Ya el proceso se ha vuelto tan automático que me encuentro reclamando y renunciando en voz baja, casi sin tener que pensarlo.
Mi amiga y yo hemos hablado mucho respecto a lo que es rendirse activamente. ¿Cómo reconozco mi dependencia total de Dios y sigo a la vez luchando? No lo comprendo totalmente pero es la entrega activa la que nos libera.
El mayor conflicto que tengo hasta la fecha es querer ser libre. Siento la tentación de usar mis «otros yo» o amigos desvinculados. Ocupaban los compartimientos en mi ser donde yo iba para escaparme de la realidad y para encontrar alivio. Satanás se aprovecha de esos escapes mentales, causando caos en mi mente y en mi vida.
Ahora deseo encontrar mi seguridad en Dios.
Literalmente enterré piedras que representaban cada parte de mi mente en las que persistía. En un sentido, fue una pérdida enorme. Por otro lado, sabía que tenía que hacerlo porque esas identidades y esos compartimientos tipo sicótico fueron las habitaciones de Satanás y de sus secuaces. Todavía me tientan, e incluso he regresado a ellas cuando me he sentido bajo mucha presión, pero lucho en contra y logro enderezarme. Me agarro del amor de Dios y de su fortaleza de una manera que jamás antes había podido. Ahora deseo encontrar mi seguridad en Él.
Jamás podré expresar la diferencia que he sentido en mi corazón y en mi vida. Donde residía un corazón hecho pedazos, ahora hay uno sano. Donde mi mente estaba vacía, ahora hay un canto y un intelecto muy superior a lo que jamás antes comprendí. Donde antes hubo una vida irreal y de desesperación, ahora hay gozo, libertad y luz. A Dios sea la gloria, porque lo único que he hecho es al fin decir «sí» a su oferta de libertad. ¡Estoy muy agradecida de estar con vida!
Jennifer
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Cómo obtener la libertad y mantenerse libre
Cuando Jennifer se reunió conmigo por primera vez, la conduje a través de los pasos hacia la libertad. El hecho de que hubiera cierta resolución se pudo notar claramente en la primera carta que envió. Sin embargo, no hubo tiempo suficiente en una sesión de tres horas de consejería para que yo, ni nadie, pudiera educarla lo suficiente acerca de su identidad en Cristo, mucho menos respecto a la naturaleza de la batalla espiritual. Además, en ese entonces yo no tenía la base de experiencia que ahora tengo. Como Jennifer no tenía el conocimiento volvió a caer en sus antiguos patrones y hábitos. En su segunda visita participó en todo un congreso diseñado con el fin de darle la información que necesitara para obtener su libertad y mantenerse libre.
La mayoría de los pastores no disponen de tiempo suficiente como para sentarse con la gente, uno por uno, para darles sesiones extensas de enseñanza. Normalmente pido a la persona antes de la primera entrevista, que al menos lea Victory Over the Darkness [Victoria sobre la oscuridad]. Cuando se tiene que luchar para poder leer como le sucedía a Jennifer, a menudo hay un síntoma de hostigamiento demoníaco. Entonces los dirijo primero por los pasos hacia la libertad y les doy seguimiento con tareas como leer el libro o escuchar casetes sobre el mismo tema.
Permítame destacar de nuevo que no doy nada por sentado respecto a los conflictos espirituales. Se necesita un medio, seguro para evaluar las cosas a nivel espiritual. No difiere de lo que hace un médico cuando pide primero un examen de sangre y de orina. La iglesia debe responsabilizarse del diagnóstico espiritual y de la resolución.
Si se ve la liberación como algo que uno puede hacer por una persona, normalmente habrá problemas. Quizás logre conseguir su libertad al echar un demonio, pero es muy posible que este regrese y que el estado final sea peor todavía. Cuando Jennifer confesó, renunció, perdonó, etcétera, aprendió cuál era la naturaleza del conflicto al experimentar todo el proceso. En vez de desviarla, apelé a su mente, donde se estaba librando la verdadera batalla, y la ayudé a asumir la responsabilidad de escoger la verdad.
Son muy apropiados los comentarios de Jennifer sobre los medicamentos recetados. El uso de drogas para curar el cuerpo es recomendable, pero para curar el alma es deplorable. Estaba tan dañada su capacidad para pensar que no podía elaborar nada a nivel mental. Veo a menudo personas en esta condición y es sumamente frustrante, sin embargo, jamás contradigo el consejo de un médico. Tengo muchísimo cuidado de advertirle a la gente que no dejen sus medicamentos demasiado pronto, para evitar los graves efectos secundarios que puedan resultar. Es cierto que Jennifer dejó de tomar sus medicamentos demasiado pronto después de su primera entrevista, y eso quizás contribuyó a que tuviera una recaída.
Algunos no quieren ser libres
A la gente espiritualmente sana le es muy difícil comprender a quienes no siempre quieren ser libres de la esclavitud de su estilo de vida. He conocido a muchos que no quieren librarse de sus «amigos». Una vez, después de conducir por los pasos hacia la libertad a la esposa de un pastor, sentí que no estaba completa su libertad. Me miró y me dijo:
—¿Y ahora qué?
—Dígale que se vaya—respondí después de una pausa.
Con una mirada perpleja, reaccionó:
—En el nombre del Señor Jesucristo, le ordeno que se vaya de mi presencia.
Inmediatamente recibió su libertad. Al día siguiente me confesó que la presencia le estaba diciendo a la mente: «¿Me vas a echar después de todos los años que hemos vivido juntos?» Apelaba a sus sentimientos de compasión.
Un joven me dijo que oía una voz que le rogaba que no lo obligara a irse porque no quería ir al infierno. El demonio quería quedarse con el joven para poder ir con él al cielo. Le pedí al muchacho que orara, pidiéndole a Dios que le revelara la naturaleza real de esa voz. Apenas había terminado de orar, exclamó con gran disgusto. No sé lo que vio ni escuchó, pero era obvio que era algo malévolo. Estos no son unos inofensivos guías espirituales: son espíritus engañadores que buscan desacreditar a Dios y promover alianzas con Satanás. Son destructores que destrozan una familia, una iglesia o un ministerio.
Excesos de comida seguidos de purgas
Es una condición inquietante de nuestra época la de los trastornos en la alimentación. Las filosofías enfermizas de nuestra sociedad han asignado al cuerpo humano un estado endiosado. Las muchachitas a menudo se obsesionan con su apariencia como norma para medir su propio valor. En vez de encontrar su identidad en el ser interior, la buscan en el exterior. En vez de centrarse en el desarrollo del carácter, lo hacen en la apariencia, y prestigio. Satanás aprovecha esta búsqueda equivocada de la felicidad y autoestima.
Agregado a ese problema vemos el aumento del abuso sexual y de la violación. Muchas niñas y muchachas adictas a los trastornos en la alimentación han sido víctimas de delitos sexuales. Como las agencias seculares no tienen el evangelio, no saben cómo liberar totalmente de su pasado a esta gente. Lo que las libera totalmente es conocer quiénes son en Cristo y reconocer lo imprescindible que es perdonar, aunque siempre deben lidiar con las mentiras que Satanás usa con ellas.
Una señorita tomaba setenta y cinco laxantes diarios. Se graduó en una excelente universidad cristiana y no era tonta. Sin embargo, fue inútil razonar con ella. Las unidades para el tratamiento de trastornos en la alimentación lograron detener su tendencia de perder peso usando fuertes controles de conducta. Cuando hablé con ella le pregunté:
—Esto no tiene nada que ver con tus hábitos de comer, ¿verdad?
—No—respondió.
—Estás defecando para purgarte del mal, ¿no es cierto?—le dije.
Asintió con la cabeza y le pedí que repitiera mis palabras:
—Renuncio a la defecación para purgarme del mal y declaro que únicamente la sangre de Jesucristo me limpia de toda maldad.
Por un corto tiempo dejó de tomar laxantes, pero en este caso, como en el de Jennifer, no tenía el cuadro total y no logró aprovechar el apoyo que necesitaba.
Otra mujer dijo que se había purgado toda la vida, igual que su madre. Dijo que no planeaba hacerlo conscientemente y que era un chiste entre sus hijas adolescentes poder vomitar en un vaso desechable mientras conducía el auto, sin jamás cruzar la línea media de la carretera. Cuando le pregunté por qué vomitaba, me respondió que se sentía limpia después. Le pedí que repitiera mis palabras: «Renuncio a la mentira de que vomitar me va a limpiar. Creo únicamente en la obra purificadora de Cristo en la cruz».
Después de repetirlo, inmediatamente exclamó: «Ah Dios mío, eso es, ¿verdad? Sólo Jesús puede lavarme de mi pecado».
Me contó que en su mente tuvo una visión de la cruz.
Por esa misma razón se corta la gente: trata de purgarse del mal. Es un engaño espiritual, una mentira de Satanás, de que podemos ser el dios de nuestra vida y lograr nuestra propia purificación. ¿Recuerda a los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal que se levantaron contra Elías? Ellos se cortaron (1 Reyes 18:28). En muchas religiones paganas alrededor del mundo se cortan la piel, cosa que para el que viaja es fácil corroborar. Es importante desenmascarar esa mentira y renunciar a ella. En muchos casos la persona ni siquiera sabe por qué lo hace, así que pedirle la razón podría ser contraproducente. Jennifer trataba de extraerse el corazón porque creía que era maligno. También expuso que se cortaba la piel para mantenerse en contacto con la realidad, creyendo que las personas vivas sangran. La joven que tomaba laxantes empezó a llorar inmediatamente después de renunciar a la mentira. Apenas se logró calmar, le pregunté en qué pensaba y me dijo: «No puedo imaginar que creía tantas mentiras».
Es importante recalcar aquí que no todos los que se cortan tienen trastornos en su alimentación, ni que muchos de los que los tienen no se cortan.
Recibí una carta muy perspicaz de una señora que experimentó un alivio tremendo al seguir los pasos hacia la libertad, pero en ese momento el pastor no había tratado con ella el asunto de su trastorno en la alimentación. Me escribió:
Estimado Neil:
Acabo de leer The Seduction of Our Children [La seducción de nuestros hijos], que me iluminó bastante en muchas áreas. En el capítulo 13 leía los pasos para los niños cuando noté la sección aparte sobre los trastornos de alimentación. Conforme la leía, un dolor agudo me atravesaba el corazón, pero también hubo un suspiro de alivio. Sus palabras describían mi vida desde la escuela primaria.
Al principio de este año seguí los pasos hacia la libertad con un pastor y cambié radicalmente. Pero no me parecía bien la lucha que seguía librando en cuanto a mi apariencia física. Ese tema no había surgido en mi sesión de consejería.
A medida que leía su descripción de la persona típica que padece un trastorno en la alimentación, me puse a llorar delante del Señor. Empecé cortándome, luego me volví anoréxica, bulímica y finalmente una mezcla de los tres.
Repasé todas las renuncias y los anuncios que usted declaró y me puse de acuerdo con una amiga en orar al respecto. Dios es muy bueno conmigo. No importa por qué se pasó por alto en mis sesiones, el punto es que el enemigo quiso que fuera por mal, para mantenerme esclavizada en una área que había controlado gran parte de mi vida. Dios usó el libro suyo para agregarle a mi vida este paso de libertad. Muchísimas gracias.
La necesidad de que le crean a uno
Esta gente busca desesperadamente quién les crea y entienda lo que les sucede. Conocen lo suficiente como para no hablar con quienes no entienden de pensamientos extraños e imágenes raras. En el caso de Jennifer, cuando finalmente expuso su relato la gente no le quiso creer y algunos todavía dudan. Ven su sanidad como una casualidad. Los consejeros deben reconocer la realidad de las maniobras de Satanás, de que realmente no «luchamos» contra sangre y carne, «sino contra principados, contra autoridades, contra los gobernantes de estas tinieblas, contra espíritus de maldad en los lugares celestiales» (Efesios 6:12).
El seguimiento
Los pensamientos de Jennifer respecto al seguimiento son selectos. No se puede recalcar lo suficiente la importancia de tener una amistad con quien contar. Jamás fue la intención de Dios de que viviéramos solos; nos necesitamos unos a otros. Y Jennifer necesitaba seguir con una consejería que la ayudara a adaptarse a su nueva vida. En muchos aspectos no se había desarrollado lo mismo que otros y ahora necesita madurar hasta lograr la sanidad completa. En sí, la libertad no es madurez. Las personas como Jennifer están en proceso de desarrollar nuevos patrones de pensamiento y necesitan tiempo para reprogramar sus mentes.
Sus consejeros le proporcionaron el apoyo que necesitaba para sobrevivir, y son personas buenas que hubieran hecho cualquier cosa por ayudarla. Nadie tiene todas las respuestas. En primer lugar, y sobre todo, necesitamos al Señor, pero también nos necesitamos unos a otros.
La oración eficaz a favor de otros
Pienso en los pastores que tratan de ayudar a la gente como Jennifer. La mayoría no ha tenido preparación formal en consejería y muy pocos han estudiado en un seminario que los equipe a tratar con el reino de las tinieblas. Lo buscan personas desesperadas con necesidades arrolladuras, sabiendo que su única esperanza es el Señor. A veces, la única arma disponible al pastor es la oración, y así lo hace. Pero a menudo ve muy poca respuesta a su oración de fe, lo que puede desanimarlo.
La mayoría de los cristianos están conscientes del pasaje en Santiago que instruye al que está enfermo a llamar a los ancianos a que oren y los unjan con aceite. Creo que la iglesia debería estar haciendo esto, sin embargo creo que hemos pasado por alto algunos conceptos muy importantes, además del orden implícito en Santiago: «¿Está afligido alguno entre vosotros? ¡Que ore!» (5:13). Quien más debe orar es quien está sufriendo. Las personas con dolores que me veían cuando era pastor, me pedían oración. Por supuesto que oraba por ellos, pero quien realmente tenía que orar era la persona que me pedía oración.
Fue tan notable el cambio en el rostro de una trabajadora social después de llevarla a través de los pasos hacia la libertad que la insté a ir al cuarto de damas para que se mirara en el espejo. Al regresar a mi oficina brillaba de la felicidad. Reflexionando en la resolución de sus conflictos espirituales, me dijo: «Siempre pensé que otra persona tenía que orar por mí. Este es un concepto equivocado muy común. En los pasos hacia la libertad el aconsejado es quien hace casi toda la oración.
No podemos tener una relación de tipo secundario con Dios. Quizás necesitemos un tercero para facilitar la reconciliación de dos personas, pero no la van a lograr por lo que haga el mediador. Se reconciliarán sólo por las concesiones que hagan las partes principales. En la resolución del conflicto espiritual Dios no hace concesiones para que nos podamos reconciliar con él. Más bien, los «Pasos hacia la libertad» describen las «concesiones» que debemos hacer nosotros para aceptar nuestra responsabilidad.
«¿Está enfermo alguno entre vosotros? Que llame a los ancianos de la iglesia» (5:14). De nuevo vemos que la responsabilidad de sanarse siempre recae sobre el enfermo. Dudo que jamás seamos eficaces en nuestros intentos de sanar a una humanidad doliente que no quiera sanidad. Los pasos hacia la libertad funcionarán únicamente si la persona desea ser sanada y acepta su propia responsabilidad.
Marcos registra el incidente en que Jesús envió por delante a sus discípulos en un barco. El viento empezó a soplar fuerte y los discípulos se detuvieron en medio del mar y «se fatigaban remando». Mientras caminaba sobre el mar Jesús, «quería pasarlos de largo» (Marcos 6:48). Creo que el Señor quiere pasar de largo al autosuficiente. Cuando todo lo queremos hacer nosotros mismos, Él nos lo permite. Cuando los discípulos le clamaron a Jesús, Él fue donde ellos. Cuando el enfermo llama a los ancianos, ellos también deben acudir.
Sigue diciendo Santiago: «Por tanto, confesaos unos a otros vuestros pecados, y orad unos por otros de manera que seáis sanados. La ferviente oración del justo, obrando eficazmente, puede mucho» (5:16). Creo que las oraciones de nuestros pastores serán eficaces cuando la gente esté dispuesta a confesar sus pecados. Los pasos hacia la libertad son un inventario moral feroz. He oído a la gente confesar atrocidades increíbles conforme los van cumpliendo. Mi papel es darles la seguridad de que Dios contesta la oración y perdona a sus hijos arrepentidos.
Siento mayor confianza en la oración después de conducir a la persona por los pasos hacia la libertad. Juan escribe: «El que practica el pecado es del diablo, porque el diablo peca desde el principio. Para esto fue manifestado el Hijo de Dios: para deshacer las obras del diablo» (1 Juan 3:8). Creo que estamos dentro de la voluntad perfecta de Dios cuando le pedimos que restaure una vida dañada por Satanás, daño que puede ser físico, emocional o espiritual.
La orden es: «Buscad primeramente el Reino de Dios» y luego todo lo demás nos será añadido. Una joven se me acercó en una conferencia con un saludo muy alegre:
—¡Hola!
—¡Hola!—le respondí.
—No me reconoce, ¿verdad?—me dijo.
No la reconocía ni siquiera después que me recordó que la había aconsejado hacía un año. Había cambiado mucho. Como Jennifer, su apariencia y su rostro se veían totalmente distintos, una manifestación bellísima del cambio en la persona que «busca primeramente el Reino de Dios». ¡Qué distinto es todo cuando Cristo nos da la libertad!

Sectas, ocultismo, denominaciones: Esclavitud satanica

biblias y miles de comentarios
 
Libertad de la esclavitud de sectas y del ocultismo
Conocí a Sandy cuando huía llena de temor de una sesión en congreso. Es una mujer linda de poco más de unos cuarenta años, normalmente tiene una personalidad llena de vida y suficiente energía como para dos. Tiene un marido cristiano comprometido con el Señor, varios hijos y vive en una hermosa comunidad en las afueras de la ciudad.
Durante toda su vida Sandy había ocultado muy bien la batalla que se libraba en su mente. Pocos, tal vez ninguno, sospechaban la guerra que tenía por dentro hasta que misteriosamente empezó a desaparecer de su mundo unos dieciocho meses antes de que nos conociéramos. He aquí su historia:
*     *     *
La historia de Sandy
Casi siempre vivía dentro de un minúsculo rincón de mi mente.
Al fin puedo creer que soy hija de Dios. Ahora estoy segura de mi lugar en el corazón de mi Padre. Él me ama. Mi espíritu da testimonio con su Espíritu de que esto es cierto y ya no me siento fuera de la familia de Dios; ya no me siento huérfana.
La presencia malévola que tenía adentro desde el momento que pasamos juntos en el congreso se fue, al igual que las muchas voces que me persiguieron durante treinta y cinco años. Siento que toda mi mente luce limpia, amplia y bella.
Antes de encontrar mi libertad en Cristo vivía casi siempre en un minúsculo rincón de mi mente. Aun así, jamás pude escapar de las voces que me ordenaban, de las expresiones obscenas ni de la ira acusadora. Así que trataba de separarme de mi mente y llevar una vida lejos de todo eso.
En 1979 me convertí a Cristo, y desde entonces fue una lucha constante poder creer que Dios realmente me aceptaba, me quería y yo le importaba. Pero por fin, ya, se acabó esta lucha de toda una vida. Nunca antes pude escuchar esa apacible y delicada voz de Dios en mi mente sin recibir castigo de parte de las otras voces. Hoy sólo está allí la apacible y delicada voz.
Esperaba que mi padre tuviera la razón y que Dios no existiera.
Todo empezó cuando yo era muy niña. Mi padre profesaba ser ateo y mi madre era muy religiosa, por lo que hubo mucho conflicto y confusión en nuestro hogar. Asistía a escuelas religiosas, pero cuando llegaba a casa escuchaba a mi padre decir que la religión era una tontería sólo para los débiles. Realmente esperaba que él tuviera la razón y que no existiera ningún Dios, porque le tenía miedo a la religión de mamá. Temía que Dios me castigara si no me comportaba correctamente. Aun así, buscaba respuestas espirituales a pesar de rechazar las soluciones de mis padres.
Me comunicaba con la bola, usándola como un medio para predecir el futuro, y creía que era mágica.
Mi familia, tanto mis padres como mis abuelos, estaba plagada de creencias supersticiosas y de amuletos. Recuerdo que cuando visitaba a mis abuelos maternos sentía que su casa era un lugar tranquilo donde lograba escaparme del caos del hogar en que me criaba. El único juguete que mi abuela tenía para mi era una bola mágica negra. La bola tenía una ventanita y pequeñas fichas adentro que daban quizás cien respuestas distintas. Le hacía una pregunta a la bola, como «¿lloverá mañana?» y flotaba a la superficie una respuesta como «probablemente».
Me encantaba esa bola y pasaba largo rato donde mi abuela jugando con ella y creyendo que tenía poderes mágicos y respuestas para todo los aspectos de mi vida. Le comunicaba a la bola los problemas de mis padres y de lo que estaba sucediendo en mi vida, usándola como un medio de predecir mi destino. Después de un tiempo me fui dando cuenta que muchas de las respuestas que me daba eran correctas confirmando mi creencia de que tenía poder especiales.
Supongo que los adultos creían que era simplemente un juguete con el que podían jugar los nietos. Sin embargo, cada vez que yo tenía problemas, los guardaba hasta llegar a casa de mi abuela donde trataba de resolverlos con la bola mágica.
Cuando visitaba a mis abuelos paternos, me llevaban a su muy legalista iglesia, y empecé a tenerle terror al infierno. Con temor a Dios y a la religión, me volqué hacia la bola mágica para tratar de pronosticar hechos. De esa manera podría estar preparada por adelantado a los desastres que Dios enviara a mi camino.
Explotaba de ira por cualquier cosa. Al mismo tiempo me sentía como una temerosa niñita triste y sola.
Cuando cumplí catorce años, ya me había convertido en una persona muy religiosa en la iglesia católica, donde por alguna razón me sentía muy segura. En casa no había paz porque el alcoholismo de papá y los pleitos entre él y mamá se intensificaron. Probablemente ellos dirían que el problema era yo, una niña problemática. Mi madre trataba de separarnos, a mi padre y a mí, porque él era muy abusador y yo no era muy pasiva. Me encantaba pelear y siempre me entremetía cuando él estaba enojado con alguien. Cada vez que me veía me echaba de la casa, por lo que al fin sólo volvía cuando él no estaba o cuando dormía.
Yo era iracunda, rebelde y odiaba a toda autoridad hasta el punto que la gente pasaba a mi lado cuidadosamente debido a mi cólera explosiva. Lo que no sabían era que por dentro me sentía como una niñita temerosa, triste y sola. Simplemente quería tener a alguien quien que me cuidara, pero jamás pude hablar de esto con nadie. Cuando alguien intentaba acercarse a mí, escondía mi inseguridad volviéndome agresiva.
En la escuela y en la comunidad era un problema, y llegué a ser sexualmente promiscua, haciendo básicamente todo lo que pudiera para quebrantar los diez mandamientos. Una vez entré a una iglesia católica, miré al crucifijo y dije: «Amo todo lo que odias y odio todo lo que amas.
Estaba retando a Dios para que me golpeara y ni siquiera tenía miedo de que lo hiciera.
Deseaba simplemente estar en una familia y sentirme segura.
A los diecinueve años fui a una gran ciudad y durante dos años viví con otras dos muchachas. A las dos de la mañana en un bar un barman nos dio una pequeña tarjeta y nos preguntó:
«¿Por qué no van a mi iglesia? Tal vez allí encuentren las respuestas a algunos de sus problemas y no tendrán que estar aquí a media noche.
Sentí que debería por lo menos intentar el asunto de «iglesia» una vez más, creyendo que todas eran iguales. Simplemente quería estar en una familia y sentirme segura; por lo que al día siguiente asistimos a esa iglesia. No tenía la menor idea de que era una secta … ¡y por diez años participé en ella!
Al principio me sentí amada; era mi «familia». Se interesaron por mi vida, nadie me había prestado antes tanta atención. Nadie se ocupó lo suficiente de mí como para decirme: «Queremos que duermas nueve horas por las noches. Queremos que comas tres veces al día. Queremos saber dónde estás». Me hicieron rendir cuentas de mi estilo de vida y yo interpreté su interés por mí como amor y preocupación por mi bienestar. Hubiera dado mi vida por ellos.
Acepté su filosofía de que todos somos dioses. Esto se ajustaba a la visión atea de mi padre de que realmente no existe un Dios supremo y que la religión es un invento de alguien para controlar a la gente. También me explicaron quién era Jesucristo, lo cual parecía satisfacer la religión de mi madre. Dijeron que él era simplemente un buen maestro, como Mahoma o Buda, pero que no era ni supremo ni Dios, porque de serlo no hubiera tenido que morir en una cruz.
Mi mundo entero giraba alrededor de las enseñanzas de la secta
Mientras más me metía en la secta, más me consumía la vida. Creía todo lo que me decían, y consideraba una mentira cualquier cosa que leyera en los periódicos o viera en la televisión. Así que no leía nada que no hubiera redactado la secta, y no creía nada a menos que su firma estuviera en ello. Mi mundo entero giraba en torno a su enseñanza.
Recibí bastante instrucción personal en que me indicaban lo que tenía que hacer para convertirme en un «ser espiritual totalmente libre». Como enseñaban la reencarnación, creía que había tenido varias vidas anteriores. «Aprendí» nombres anteriores, cuántos hijos tuve, hasta el color de mi cabello. Esto incluía vidas en otros planetas. Como yo confiaba en ellos, les creía; la razón por la que nadie más conocía esta «verdad» respecto a sí mismos era que no estaban dispuestos a conocerla.
Vivía en dos mundos
Traté de vivir en dos mundos. Desde los siete años de edad he oído voces en mi cabeza y he tenido amigos invisibles, por lo que en la escuela vivía en un mundo y en mi casa tenía otro. Las voces en mi cabeza me seguían hablando, y los líderes de la secta me decían que eran voces de mis vidas anteriores. Mi esperanza inútil era que cuando estuviera plenamente instruida, esas voces se aquietarían y no me molestarían más.
Mientras sucedía esto, mi familia se trasladó a otro estado donde mi madre fue invitada a asistir a un estudio bíblico en el vecindario y aceptó a Jesucristo. No lo dijo a nadie porque mi padre todavía era ateo y no la habría dejado asistir al estudio. Sin embargo, pidió a sus amigos que oraran por la conversión de su marido y de sus hijos. Si hubiera sabido que estaban orando por mí, también habría intentado detenerla.
Fui a visitar a mi madre en su lecho de muerte con la idea de que un miembro de la secta pudiera convertirla.
Cuando mi madre enfermó de cáncer, fui a visitarla en su lecho de muerte con la idea de que un miembro de la secta pudiera convertirla y así cuidar de su espíritu en la próxima vida. En esa próxima vida ella viviría en la secta y yo podría estar consciente de ella; entonces tendría una mejor vida que la que tuvo con mi padre.
Mientras estaba con ella sentí un odio tremendo por sus amistades que visitaban su cuarto, le hablaban de Jesús y oraban por su sanidad. Yo ridiculizaba sus intentos, pero estaba asombrada de ver la fuerza de las convicciones de mi madre. Fue una batalla entre su mente y la mía, pero una noche estaba con tanto dolor y tan agotada emocionalmente que hizo conmigo una oración de compromiso para entregar su espíritu a la secta. Al día siguiente regresé a casa sintiéndome satisfecha, y ella murió a los pocos días.
Recuerdo una tarde a las tres, mientras hacía crucigramas con una vecina, que de repente sentí la presencia de mi madre en el cuarto. Le dije: «¿Qué haces aquí? Supuestamente deberías estar en la sede de la secta».
Más tarde ese mismo día me llamó mi hermano y me dijo que mamá había muerto esa tarde.
Mi amiga en la secta me contó que todo estaba muy bien, que habían recibido el espíritu de mi madre. Con el tiempo me llamarían apenas naciera la bebé que iba a recibir el espíritu de ella, para que yo la fuera a visitar.
Eso me enojó tanto, que robé una Biblia para resaltar todas las mentiras.
Cerca de una semana más tarde, recibí carta de una de las amigas de mamá que había estado con ella cuando murió. Dijo que mi madre se había ido a estar con Jesús, lo que me enojó tanto que fui a una iglesia local y me robé una Biblia. Iba a subrayar todas las mentiras en ella para luego enviarla a esta señora y mostrarle lo confundida que estaba, y para convertirla a la secta.
Abrí la Biblia en la mitad y empecé a leer en el libro de Isaías. En vez de subrayar las «mentiras» me vi subrayando palabras como «Venid, pues, dice el Señor, y razonemos juntos[…] si volviereis a mí, yo me volveré hacia ti». Descubrí que el libro estaba lleno de pasajes acerca de que uno no se debe involucrar con médiums ni con astrólogos. Cuando terminé de leer estaba confundida respecto a cuál era la verdad.
Jamás había leído una Biblia, mucho menos había poseído una, por lo que fui al final del libro para ver cómo terminaba todo. Cuando leí el libro de Apocalipsis me asusté, porque la secta enseña ese libro al revés. Ellos dicen que las personas son realmente «dioses» que regresan y toman el lugar que les corresponde en el cielo.
Me senté allí y traté de comunicarme con el espíritu de mi madre.
Regresé a la iglesia de donde había robado la Biblia y traté de comunicarme con el espíritu de mi madre. Razoné que si ella había sido cristiana, entonces yo debía poderla contactar en un lugar cristiano. Cuando llegué a la iglesia, dije que estaba tratando de comunicarme con mi madre, dijeron muy amorosamente que no creían que la encontraría allí, pero me invitaron a desayunar con ellos y a conversar del asunto. Resultó ser un desayuno de comunión cristiana, donde por primera vez en mi vida me encontraba entre un grupo de personas cuyas vidas parecían ser especiales debido a su relación con Jesucristo.
En los siguientes meses aumentó mi confusión conforme iba y venía entre mi lectura bíblica y la de mis libros de la secta. Visité la iglesia donde había conocido a la pareja y ellos iban a mi casa simplemente para leer las Escrituras conmigo. Los considero mi madre y mi padre espirituales. Jamás me hicieron sentir mala; simplemente me amaron y me aceptaron. Cada mes me recogían para llevarme a su desayuno cristiano y a otros servicios de la iglesia.
Si ella había ido realmente a estar con Jesús, yo también quería estar allí.
Durante esta época recuerdo que oraba y le decía a Dios que yo quería estar dondequiera que estuviera mi madre. Si había sido la causa de que ella hubiera perdido su entrada al cielo, entonces no quería ser cristiana porque quería estar con ella. Pero si realmente se había ido con Jesús, como me lo había dicho su amiga, deseaba estar allá también. No podía escoger.
Una noche en sueños vi a mi madre caminando hacia mí junto con otra persona vestida de blanco, me dijo: «Te perdono por lo que hiciste y quiero que te perdones a tí misma y ores por tu padre». Eso me despertó como un tiro y desperté a mi marido diciendo: «Ya sé donde está ella». Me enojé por haberme pedido que orara por mi padre, pero así supe que era mi madre. Nadie más se atrevería a pedirme que hiciera eso.1
La siguiente semana asistí a la iglesia con esa pareja, entregué mi vida al Señor y renuncié a mi participación en la secta. Entregué a la pareja todos mis libros y los avíos de la secta, y ellos se lo llevaron de mi casa. En los dos años siguientes me discipularon y me llevaron a su grupo de comunión.
A las seis semanas de ser cristiana me di cuenta de que estaba embarazada, por lo que me enojé con el Señor. Ya había tenido tres abortos y había decidido que no debía seguir con el embarazo sólo porque era cristiana. Pero mi marido, me dijo: «Yo pensaba que tú, como cristiana, no aceptarías un aborto porque los cristianos no creen en el aborto». Me enojé porque Dios me hablara a través de mi marido, quien ni siquiera era cristiano, pero Dios parecía decirme: «Mira, tu casa tiene suficiente espacio para un bebé. ¿Pero qué tal tu corazón? ¿Habrá campo en él?» Entonces me decidí a tener el bebé.
A los nueve meses de haber nacido el bebé mi esposo entregó su vida al Señor. Me dijo: «Cuando te decidiste en contra de un aborto me impresionó la intervención de Dios y su impacto en tu vida».
Un sacerdote supo mi trasfondo y sugirió que probablemente yo necesitaría liberación.
Me preguntaba si debería ser católica como había sido mi madre. Mis padres espirituales me dijeron que estaría bien que asistiera a la iglesia católica, por lo que empecé a asistir a un grupo de oración de católicos carismáticos. Cuando el sacerdote supo mi trasfondo sugirió que probablemente necesitaría liberación, por lo que me reuní con él. Empezó a hablar con lo que había dentro de mí, pidiéndole su nombre. La «cosa» le daba un nombre y luego se ponía iracunda y violenta; me asusté y le di una paliza al sacerdote.
Esto me asustó tanto que decidí mantenerlo en secreto. Quise creer que si realmente era cristiana, Dios espantaría de mi vida esa horrible presencia. Como no sucedió así, no pude creer que en verdad tenía una relación con Dios. La gente me decía que yo estaba salva ya que había entregado mi corazón al Señor, pero nadie me podía ofrecer la seguridad que buscaba. Me sentí medio mala, medio buena y no me podía imaginar cómo iría al cielo sólo la mitad de mí.
Iba a la iglesia, pero cuando llegaba a casa, las voces me atormentaban; ya no eran mis amigas.
De nuevo nos mudamos, tuvimos más hijos y nos involucramos en una iglesia nueva y en sus estudios bíblicos, pero todavía experimentaba esa vida dividida. Iba a la iglesia, pero apenas llegaba a casa las voces empezaban a atormentarme. Ya no eran mis amigos: me acusaban, gritaban, se enojaban y profanaban. Me decían: «Crees que eres cristiana, pero no lo eres. Eres inmunda y pecadora».
Mientras más cristiana me hacía, peor actuaban las voces.
Me hice legalista, pensando que tenía que asistir a todo estudio bíblico y a toda actividad de la iglesia. Iba los domingos por la mañana y las noches de domingos y miércoles, con la idea de que si estaba presente cada vez que la iglesia abría sus puertas podría comprobar que era cristiana.
Salía en viajes de misiones y enseñaba en la escuela dominical. Cuando enseñaba los estudios bíblicos y hablaba con otros los peligros de las sectas, todo se intensificaba dentro de mí. El enojo se transformaba en ira, el dolor en tormento, las acusaciones me hacían sentir suicida. Pensé: ¿Por qué no me mato? Jamás voy a alcanzar la perfección para ser una verdadera cristiana.
Cuando salí en un programa radial y hablé de los peligros de las sectas, me plagaba el temor de que mataran a mis hijos. Me volví paranoica hasta de enviarlos a la escuela, por lo que me salí de todo. Me sentí entonces mejor por un tiempo y las voces disminuyeron su actividad, pero me convertí en una persona solitaria que no iba a ningún lado ni hablaba con nadie, deseaba simplemente estar sola todo el tiempo. Me sentí cada vez más atada, y mi vida interior se convirtió en una cárcel en donde no brillaba la luz.
Me diagnosticaron un TPM (trastorno de personalidad múltiple).
Asistí a un centro cristiano de consejería que me ayudó a aclarar algunos maltratos de mi infancia. Me diagnosticaron un trastorno de disociación debido a las voces y a las personalidades múltiples, porque muchas veces decía: «Bueno, nos sentimos de tal manera». Mi consejero me preguntaba: «¿Por qué dices “nos”?» «No lo sé», contestaba.
Esto me asustaba pero también sentía alivio al saber que por fin alguien creía que habían voces dentro de mí. Asistía dos veces por semana a sesiones de consejería para aliviar el dolor y el tormento. Si en algún momento habían aciertos aparentes me daba pavor y luego sentía la necesidad de castigarme haciendo algo peligroso o doloroso. No había nada que apaciguara la cólera dentro de mí, excepto los casetes de alabanza y adoración. Solamente cuando los escuchaba sentía que no me volvía loca, pero sólo podía escucharlos: no los podía cantar.
Los consejeros me amaban y estaban dispuestos a ayudarme cada semana. Oraban por mí y se comprometían a acompañarme en todo mi peregrinaje, cosa que les parecía que iba a durar mucho tiempo pues tenía que integrarme de nuevo. Me dieron esperanza, asegurándome que Dios me quería sana y que Él lo lograría, a pesar de que yo vacilaba entre la esperanza y la desesperación como si estuviera en una montaña rusa. Estos consejeros cristianos fueron como un salvavidas para mí, y me transmitieron el amor y la aceptación de Dios en la manera en que me escuchaban, me comprendían y se preocupaban por mí.
Sin embargo, cuando tenía siete años ocurrió un hecho tan traumatizante que me produjo terror y que incluso impidió seguir los consejos. Cada vez que llegaba a la edad de siete años, en el proceso de consejería, me daba demasiado temor seguir adelante. Razonaba: Si es tan terrible, no quiero saber de qué se trata. Una voz dentro de mí decía que me haría daño recordar el asunto.
Tenía una vecina amiga que conocía mis luchas. Un día me pidió que la ayudara a preparar una «Conferencia sobre la resolución de conflictos personales y espirituales» que se iba a dar en su iglesia en unas seis semanas. La idea era que yo le ayudara a visitar iglesias, colocar carteles y vender los libros. No quería hacerlo. Estaba segura de que la conferencia era simplemente una reunión más como tantas en las que había estado. Siempre regresaba a casa muy sola y desanimada, sabiendo que me esperaba el castigo por haber intentado buscar una cura. Aunque temía que mi vida fuera aún más desgraciada. De mala gana le dije que la ayudaría.
Después de ver el primer video durante diez minutos, decidí odiar a Neil Anderson.
Mi vecina me dio varios videos del congreso para que los viera con el fin de poder responder a las preguntas sobre los materiales. A los diez minutos de ver el primer video ya había decidido odiar a Neil Anderson, pues él no tenía nada que decirme. Sentí deseos de advertir a la gente que no asistiera y le dije a mi vecina:
—No me gustó el hombre. ¿Estás segura de que quieres que venga a dar esta conferencia? Me parece que hay algo malo con él.
—Bueno—me respondió—, eres la única que me dice eso entre unas treinta y cinco personas con quienes he conversado.
En la cruzada aumentó mi resistencia y no escuché todo lo que se dijo. Tampoco recordé las noches en que Neil habló de nuestra identidad en Cristo, y me senté en la segunda fila sin poder cantar ni uno de los himnos. Mientras él hablaba, parte de mí decía: Eso no es nada nuevo. Lo sabíamos de todos modos. Otra pequeña voz dentro de mí decía: Quisiera que todo lo que dice fuera cierto y que me pudiera ayudar. Sin embargo, no revelé mi parte que tenía esperanza, sino más bien la que criticaba. Al conversar con los demás, les decía:
—¿Qué piensas de la conferencia? No es tan buena, ¿verdad?
Me empecé a ahogar y a sentir enferma, me dirigí al auto para ir a casa.
Casi al final de la semana nos mostraron la grabación de una sesión de consejería de dos horas. No pude mirar a la mujer del video mientras encontraba su libertad. Sentí terror y cólera a la vez. Me empecé a ahogar y a sentir enferma, y me dirigí al auto para ir a casa, decidida a no aparecer el sábado. Pero en el pasillo me encontré con Neil.
Pasamos a una sala adjunta donde Neil me ayudó a hacer algunas renuncias, que repetía en voz alta y que me permitieron tomar mi posición en contra de Satanás y de sus influencias en mi vida. También le pedí a Dios que me revelara qué era lo que me había impedido sentarme a mirar el video, y fue entonces que recordé lo que sucedió cuando tenía siete años de edad. Era como si se hubieran apartado las nubes: me pude ver como una niñita aterrada por una presencia oscura y negra.
Jugaba con muñecas en el dormitorio al fondo de la casa. Era de día y no sucedía nada que produjera temor, ni había nadie más en el cuarto. De repente sentí que me consumía el terror. Recuerdo que dejé de jugar y me acosté boca arriba y dije: «¿Qué quieres?» a una presencia gigantesca y negra que estaba sobre mí. La presencia me dijo:
—¿Puedo poseer tu cuerpo?
—Sí, si prometes no matarme—le respondí.
Literalmente sentí aquella presencia infiltrarse totalmente desde la cabeza hasta los pies. Fue tan opresivo sentir que esa cosa invadiera todos los poros de mi cuerpo que recuerdo que pensé: Me voy a morir. Tenía sólo siete años, pero recuerdo que fue tan sexual y sucio, que sentí tener un gran secreto que debía ocultar y que jamás se lo podría contar a nadie. Desde entonces me parecía que tenía más de una personalidad y creía natural que otros seres invisibles tomaran mi cuerpo. A veces hacía cosas que luego no recordaba cuando la gente hablaba de ellas. Entonces pensaba: Bueno, no fui yo; fue mi «amigo» invisible el que lo hizo.
Jamás volví a jugar con la bola negra. Nada más tenía que hablar con mi amigo invisible y este me sugería lo que debía hacer. Unas veces eran sugerencias malas, pero otras eran buenas. Dada mi gran necesidad de compañerismo por los maltratos en mi infancia, jamás se me ocurrió que esa voz fuera otra que la de una amistad.
Cuando le contaba, Neil decía: «Es mentira». Apaciblemente me conducía a través de los pasos hacia la libertad.
Cuando Neil me condujo a la liberación, dándome las palabras que debía decir, renuncié específicamente a todos los guardianes satánicos que se me habían asignado. En ese instante me asustó la presencia malévola y temía que nos diera una paliza a los dos. Me recordó que yo había jugado con esa bola mágica por años.
Neil me instó a que no tuviera miedo y me preguntó qué decía la presencia a mí mente. Cada vez que le contaba lo que decían las voces, él respondía: «Eso es mentira», y me iba conduciendo muy apaciblemente por los pasos hacia la libertad. Recuerdo el mismo instante en que la presencia ya no estaba. Sentí como que la personita que era yo verdaderamente se estaba inflando como un globo dentro de mí. Al fin, después de treinta y cinco años de una vida fraccionada, yo era la única persona dentro de mi cuerpo. He dedicado el lugar desocupado por la presencia malévola a mi nuevo inquilino: el Espíritu limpio, apacible y tranquilo de Dios.
El sábado por la mañana temí despertarme, pensando: Esto no es real. No quería abrir los ojos porque normalmente la voz me decía algo como: «¡Levántate, ramera estúpida! Tienes que trabajar». Entonces me levantaba y hacía todo lo que me indicara. Pero esta mañana no habían voces y mientras reposaba en cama pensé: Aquí no hay nadie más que yo.
Cuando regresé al congreso y entré por la puerta, la gente me veía distinta. Les conté cómo me había sentido siempre una huérfana en el cuerpo de Cristo, pero que ahora me sentía libre y parte de la familia de Dios.
Llegué a convencerme de que Dios quería tanto como yo que eso se fuera.
Pensé que apenas se fuera Neil, esa cosa volvería. Sin embargo, la paz perduró porque Jesucristo fue el que me liberó. Cada vez que volvía el temor, repasaba sola los pasos hacia la libertad, cosa que hice por lo menos cuatro o cinco veces más. Llegué a convencerme de que Dios quería tanto como yo que eso se fuera y jamás volvió desde entonces.
Una semana después tuvimos un choque frontal en el auto. Temí que la voz estaría allí de nuevo para decirme: «Voy a destruirte porque crees que estás libre». Pero más bien sentí que Dios me decía: «Aquí estoy para protegerte y siempre estaré contigo así».
Cuando una de mis hijas me preguntó si el choque había sido por su culpa, me pregunté por qué podría pensar así. Recordé que uno de los pasos hacia la libertad es romper con las ataduras ancestrales porque las fortalezas demoníacas se pueden pasar de una generación a la siguiente (Éxodo 20:4, 5). Mi niña de diez años de edad me dijo:
—A veces sé lo que va a pasar antes de que suceda y a veces miro por la ventana y veo cosas que nadie más ve.
Inmediatamente supe que había que liberarla de esa atadura. Entonces hice que tomara los pasos, traduciendo las palabras más complicadas a un lenguaje que ella podía entender. Oró para cancelar todas las obras del mal que sus antepasados le hubieran transmitido, rechazando toda forma en que Satanás podría estar reclamándola para sí. Se declaró estar eterna y completamente identificada con el Señor Jesucristo y comprometida con Él. Desde ese momento jamás volvió a sentir esa presencia demoníaca.
Mi marido estaba fuera de la ciudad durante el congreso y cuando regresó a casa le conté todo lo sucedido. El domingo siguiente en la clase de la escuela dominical, el líder preguntó si había alguien que quisiera decir algo respecto a la conferencia. Mi esposo se paró y dijo:
—Yo quiero hablar de algo, aunque no logré asistir, porque a mi regreso el Señor me regaló una nueva esposa.
Ahora siento la sonrisa de Dios y su rostro oculto hacia mí.
Antes, no tenía autoestima. Sentía diariamente que Dios tenía cierta medida de gracia para mí que en algún momento se acabaría, y que incluso Él mismo se preguntaría por qué me había creado. Sabía que algún día iba a decir: «Estoy cansado de Sandy». Por lo tanto, oraba todos los días:
«Por favor, Señor, no dejes que sea hoy. Permíteme terminar esto último antes de que lo hagas».
Fue algo muy liberador saber, cuando Neil nos enseñó, que Dios y Satanás no actuaban de la misma manera, sino que Dios va más allá de toda comparación y que Satanás está tan por debajo de Él, que no deberíamos equivocarnos y pensar que tiene atributos divinos. Siempre había creído que Dios y Satanás eran iguales, luchando por nosotros, y que Dios básicamente le decía: «Te regalo a Sandy».
Desde mi conversión había clamado constantemente al Señor:
¡Crea en mí un corazón puro!
¡Renueva un espíritu firme dentro de mí!
¡No me eches de tu presencia!
¡No quites de mí tu Santo Espíritu!
Una y otra vez había hecho esa oración, agonizando y anhelando conocer al Señor en persona y con afecto, pero sintiendo que mi relación era con la espalda de Dios. Ahora siento su sonrisa y su rostro vuelto hacia mí.
Ya no vivo en un minúsculo rincón de mi mente o fuera de mi cuerpo. Vivo por dentro, con mi mente en mi único y precioso Señor. ¡Qué diferencia más profunda! No hay palabras para expresar adecuadamene la tranquilidad y la ausencia de dolor y de tormento que ahora experimento a diario. Es como si viera después de haber estado ciega todos esos años. Todo es nuevo, precioso y lo atesoro porque no se ve negro. Ya no vivo con el miedo al castigo por cada movimiento que haga. Ahora soy libre para tomar decisiones y tengo alternativas. ¡Tengo la libertad de cometer errores!
El último año y medio me había sido imposible dejar que alguien me tocara sin sentir dolor o sin tener pensamientos sexuales terribles. Durante el acto sexual yo miraba desde fuera de mi cuerpo. Cuando esa presencia malévola decía ser mi «esposo», sabía por qué me sentí siempre como una prostituta, aun siendo cristiana.
Una vez desenmascarada esa mentira, y después de renunciar a ella, he llegado a comprender el significado de «novia» por primera vez en mi vida después de veinte años de matrimonio, y también siento el amor del Novio a quien veré algún día.
El Señor me ha enjugado mis lágrimas y respondido al clamor de mi corazón. Al fin siento un Espíritu recto dentro de mí; la presencia que salió de mí no era de Dios sino del maligno. Siempre temía que la presencia de Dios me dejara. Ahora me siento limpia por dentro. Sigo asistiendo a la consejería cristiana y estoy progresando. Estoy aprendiendo a enfrentar y rechazar el maltrato del pasado. Estoy aprendiendo a vivir en comunidad y a confiar de nuevo en los demás, después de haberme sentido traicionada por mi experiencia con esa secta.
Creo que Dios en su misericordia se encontró conmigo en mi necesidad, y ordenó la reunión que finalmente desenmascaró y echó fuera la opresión satánica en mi vida. Ahora puedo seguir creciendo en la familia de Dios. Estoy segura de pertenecer a esta familia y de ser amada en ella. Dios me ha mostrado que Él es fiel y capaz, no sólo de llamarme de las tinieblas hacia la luz, sino también de guardarme y de sostenerme hasta que termine mi peregrinar y me encuentre cara a cara con Él. Todavía me encuentro con pruebas, tentaciones y el dolor de vivir en un mundo perdido, pero camino sintiendo dentro de mí el fuerte latido del corazón de un Padre amoroso. Ya se ha ido la interferencia satánica.
Gloria al Señor.
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Los padres deben conocer las artimañas de Satanás
Lo horrible de Satanás se revela en la vida de Sandy. ¿Será capaz de aprovecharse de una niñita con padres disfuncionales y con abuelos que en su ignorancia, ofrecen a sus nietas juguetes de las ciencias ocultas? Sí, lo haría, y en realidad, lo hace.
He investigado el origen de muchos problemas de adultos en las fantasías infantiles, en los amigos imaginarios, en los juegos, en lo oculto y en los maltratos. No basta con advertirle a nuestros hijos respecto al extraño que se podrán encontrar en la calle. ¿Qué hacer con el que les aparece en su dormitorio? Nuestra investigación indica que la mitad de nuestros adolescentes que profesan ser cristianos han experimentado en sus propios dormitorios algo que los ha asustado. Más que cualquier otra cosa, eso fue lo que nos impulsó a Steve Russo y a mí a escribir el libro The Seduction of Our Children [La seducción de nuestros hijos]. Deseamos ayudar a los padres a saber cómo proteger a sus hijos y a vencer la influencia de las tinieblas. Al final de ese libro he anotado algunos pasos hacia la libertad de manera simplificada para los niños y los jóvenes al comienzo de la adolescencia.
Verdad, no enfrentamiento de poderes
En el área de liberación, el intento noble pero desastroso del sacerdote de realizar un exorcismo con Sandy me da razón para no promover un enfrentamiento de poderes. El hecho de que el consejero se dirigiera directamente al demonio podría ser como meter y menear un palo de escoba en un nido de avispas proclamando: «¡Aquí hay demonios!» Esa experiencia dejó a Sandy aterrorizada y totalmente indispuesta a enfrentar el asunto otra vez. Mi interacción fue únicamente con Sandy y no con los demonios.
El cerebro es el centro de mando, y debido a que Sandy estaba dispuesta a hablar conmigo de lo que le sucedía, nunca perdimos el control. Pensamientos acusadores y aterradores le bombardeaban la mente. Apenas ella revelaba lo que escuchaba, yo simplemente exponía el engaño diciendo: «Es mentira», o si no le pedía que no lo aceptara y le dijera que se fuera. El poder de Satanás está en la mentira; al exponerla se rompe el poder. La verdad de Dios libera a la gente. De vez en cuando insto a la persona a pedirle a Dios que le revele lo que la mantiene atada, y es muy corriente que los hechos pasados muchas veces, recuerdos bloqueados vuelvan a la memoria de la persona para que pueda confesarlos y renunciar a ellos. En el caso de Sandy, no tenía recuerdo consciente de lo que sucedió cuando tenía siete años (el capítulo diez expone los medios bíblicos de descubrir esos recuerdos).
Ejercer la autoridad en Cristo
La preocupación que Sandy expresó por mi salida de su ciudad es otra razón por la que me gusta tratar solamente con la persona. Cuando me preguntó qué podría hacer cuando yo no estuviera, respondí:
No hice nada. Usted hizo la renuncia y usó su autoridad en Cristo al decirle a la presencia malévola que se fuera. Jesucristo es su libertador y siempre estará con usted.
Renunció a su invitación a dejar que el demonio poseyera su cuerpo. Más adelante renunció a toda experiencia de sectas y de lo oculto. No se puede recalcar lo suficiente la importancia de este paso, pues está ligado al concepto total del arrepentimiento.
A través de toda su historia la Iglesia ha declarado públicamente: «Renuncio a ti, Satanás, a todas tus obras y a todos tus caminos». La mayoría de las iglesias católicas, ortodoxas y litúrgicas todavía hacen esa profesión, pero no sé por qué razón no lo hacen las iglesias evangélicas. Esa afirmación general se debe aplicar de manera muy específica a cada individuo. Este debe confesar y renunciar a todo lo que sea jugar con lo oculto, todo contacto leve con las sectas y toda búsqueda de dirección falsa. Conforme Dios nos los traiga a la memoria, debemos renunciar a todas sus obras y a todos sus caminos. Toda mentira y todo camino de engaño se deben reemplazar con «el camino, la verdad y la vida» (Juan 14:6). Lo que se hace en el primero de los pasos hacia la libertad: Lo falsificado en contraste con lo real».
Las ataduras de Satanás
Sandy nunca tuvo una relación sexual «normal» y se percibía a sí misma como una prostituta porque la presencia malévola decía ser su marido. La libertad de esa atadura le permitió entrar en una relación amorosa e íntima con su esposo. Tendré mucho más que decir sobre las ataduras sexuales después de otros testimonios.
La batalla mental que sufrió es bastante típica en los que están esclavizados. La mayoría de la gente implicada en un conflicto espiritual hablará de su origen familiar disfuncional o de otros abusos, pero rara vez revelarán la batalla que existe en sus mentes. Temen que se estén volviendo locos y no les gusta la idea de que alguien se lo confirme, ni tampoco les gusta la posibilidad de tener que usar medicamentos.
Sandy se sintió aliviada cuando su consejero cristiano le creyó. El mundo secular no tiene otra alternativa que buscar una cura física, ya que la enfermedad mental es el único diagnóstico posible. La tragedia de los medicamentos antisicóticos, en caso de que el problema sea verdaderamente espiritual, es drogar al paciente. ¿Cómo la verdad podrá liberar a quien esté tan intoxicado que casi no pueda hablar, mucho menos pensar?
Los consejeros cristianos con quienes he podido dialogar agradecen mucho cuando les hago considerar el conflicto espiritual y cómo resolverlo. Esto les permite dar una consejería mucho más integral y eficaz.
En medio de una conferencia una señora me dijo que yo la estaba describiendo hasta el último detalle. Dijo que iría a un centro de tratamiento por treinta días. Le pregunté si podría verla antes, pues yo sabía que ese centro era conocido por el uso de drogas en la terapia. Estuvo de acuerdo, y después de nuestra reunión me escribió lo siguiente:
Luego de conocerlo el lunes por la noche mi marido y yo estábamos absolutamente eufóricos. Él estaba muy contento de verme feliz. Al fin había podido tomar mi posición en Cristo y renunciar al engañador. El Señor me ha liberado de la esclavitud.
La gran nueva que tengo es que no me desperté con pesadillas ni gritos. ¡Más bien me desperté con cantos en el corazón! El primer pensamiento que entró a mi mente fue «aun las piedras clamarán», seguido de un «Abba, Padre». Neil, ¡el Espíritu Santo está vivo en mi ser! ¡Alabado sea el Señor! No puedo empezar a contarle lo libre que me siento, ¡pero de algún modo creo que ya lo sabe!
Aceptar la responsabilidad
Las voces y pesadillas tienen una explicación espiritual en cuanto a su origen, y la Iglesia tiene la responsabilidad de investigarla. Creo que todo pastor y consejero cristiano debe ayudar a las personas que las padecen.
Usted no tiene nada que perder al tomar los pasos o guiar a otros hacia la libertad. Es simplemente una limpieza de la casa al estilo antiguo, tomando en cuenta la realidad del mundo espiritual. Lo único que pretendemos es ayudar a la gente a responsabilizarse de su relación con Dios. Nadie está acusando a nadie de nada. Si no hay nada demoníaco sucediendo en esa vida ¡lo peor que puede suceder es que ahora la persona esté realmente lista para participar en la Santa Cena la próxima vez que se ofrezca!
El relato de Sandy destaca muy bien las dos metas más codiciables en este tipo de consejería Primero, que las personas sepan quiénes son como hijos de Dios y que forman parte de esa familia para siempre. Segundo, que tengan paz y tranquilidad mental, la paz que guarda nuestros corazones y nuestras mentes, la paz que sobrepasa todo entendimiento (Filipenses 4:7).

1 En la parábola del hombre rico y Lázaro se nos habla claramente del gran abismo que separa a los vivos de los muertos. No creo que fuera realmente la madre de Sandy la que apareció en su sueño. No hay ninguna manera de saberlo con certeza, pero quizás Dios usó la sensibilidad de Sandy para con su madre como un medio de comunicarse con ella y de atraerla a él.

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