Tipo de Archivo: PDF | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
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Para todo estudiante y maestro de la Biblia, dos preguntas son de gran importancia: ¿Qué dice la Biblia sobre algún asunto?, y ¿qué quiere decir la Biblia cuando lo dice?
La respuesta a la primera pregunta puede encontrarse por medio del estudio cuidadoso de la Biblia, o investigando en los libros de consulta indicados; o bien, haciendo las dos cosas.
La segunda pregunta puede ser contestada en parte, leyendo el texto bíblico en una de las versiones recientes. Los traductores han hecho un esfuerzo por hacer que el texto sea claro y al alcance del lector de poca preparación académica. Aun así, el significado de algún texto puede seguir siendo difícil por una de varias razones. De manera que esta segunda pregunta viene a ser la más importante de las dos. El estudio llamado “la interpretación bíblica” trata el asunto del significado del texto bíblico.
La necesidad de entenderlo data desde el tiempo del libro de Deuteronomio. En este libro Moisés repitió las leyes que Dios dio a Israel en el Sinaí, cuarenta años antes. Pero cuando las repitió, cambió la forma de muchas de ellas. Lo hizo, sin duda, para hacerlas más claras, incapaces de ser mal entendidas. La segunda redacción de la ley debe entenderse como la interpretación bíblica. Quizá esta redacción fue el primer intento por interpretar las Escrituras.
Siglos más tarde, el escriba Esdras y otros leyeron la ley de Dios en el texto hebreo para todo el pueblo: “Y leían en el libro de la ley de Dios claramente, y ponían el sentido de modo que entendiesen la lectura” (Neh. 8:8). La palabra “claramente” significa “con interpretación”.
La disciplina moderna de la interpretación bíblica, tal como se explica en muchos seminarios e institutos bíblicos, se ha reconocido como estudio científico sólo en siglos recientes. Tiene sus raíces en la historia del pueblo de Dios de hace miles de años. Pero sólo en el siglo XVI Martín Lutero propuso una serie de reglas para guiar toda interpretación seria de la Biblia. Desde entonces esta ciencia ha crecido tanto que ahora demanda atención entre los otros estudios bíblicos y teológicos.
La interpretación bíblica se llama hermenéutica, palabra derivada de la voz griega hermenéuō, que significa interpretar. Como disciplina, incluye cualesquiera reglas necesarias para explicar el significado de algún texto literario; pero se aplica especialmente a la Biblia. Las reglas que ayudan a entenderla y explicarla, tomadas de cualquiera fuente, constituyen la materia de este estudio.
Si en la práctica aplicáramos esta descripción a la hermenéutica, tendríamos que incluir muchas cosas que propiamente no corresponden a ella. Al mismo tiempo, la hermenéutica reconoce la contribución de estos otros estudios, y trata de incluirlos en la preparación del intérprete.
El doctor Vernon C. Grounds, antes presidente del Seminario Teológico Bautista Conservador en Denver, Colorado, hizo la siguiente observación sobre la necesidad de estudiar las muchas materias que no corresponden directamente a la hermenéutica:
Para interpretar y comunicar con pericia el Libro, el estudiante debe obrar recíprocamente con otros libros—libros sobre el hebreo, el griego, la arqueología, las misiones, la historia, la teología, la educación, el arte de aconsejar, la ciencia, la homilética, la literatura, la música—todas estas materias contribuyen al entendimiento de la Biblia y de las personas que necesitan su mensaje.1
Respecto al valor de conocer los idiomas originales, dice A. Berkeley Mickelsen:
Si el estudiante no conoce el griego, el hebreo o el arameo, debe consultar un buen comentario (sobre los asuntos que puedan afectar el significado).2
Cuando el estudiante no tiene acceso a tal comentario, la mejor alternativa será leer el texto bíblico en varias traducciones para entender bien su sentido.
El intérprete debe esforzarse por aprender todo lo que pueda de las materias antes mencionadas. Sin embargo, la hermenéutica examina especialmente las reglas de interpretación relacionadas con las características del lenguaje humano; no importa si proceden de la literatura sagrada o secular.
La necesidad de estudiar la hermenéutica
Cada idioma tiene sus propias expresiones que no se prestan para la traducción literal en otros idiomas. Los modismos, los proverbios, las singularidades gramaticales y las referencias a las costumbres o circunstancias locales, pueden causar dificultades para el intérprete cuyo idioma no sea el hebreo o el griego. Aun para los que hablan uno de estos idiomas, algunos usos especiales pueden ser difíciles de entender.
Cuando tratamos de explicar la Biblia nos enfrentamos con un grupo de problemas especiales. Algunos de éstos se deben a que la Biblia fue escrita en otra época, separada de la nuestra por unos dos mil años. La parte del mundo donde sucedieron los eventos registrados está separada de nuestro mundo por un océano y un continente. Dos de los idiomas en que fue escrita fueron por mucho tiempo lenguas muertas. No pertenecen a la familia de lenguas romances. El hebreo, el arameo y el griego tienen poca conexión con el español.
Cuando empezamos a estudiar el hebreo, vemos que ésta hace uso de un alfabeto extraño y que se escribe desde la derecha hacia la izquierda, y en un principio tenía solamente una o dos vocales escritas. En años posteriores le fueron añadidas algunas marcas especiales llamadas puntos vocálicos. Estos se componen de puntitos, rayas, etc.
Generalmente no tenemos literatura en hebreo sino el Antiguo Testamento. Los escritos apócrifos, los rollos del Mar Muerto y unos pedacitos de ollas rotas son casi todo lo que existe.3 Nuestros estudios del hebreo tienen que ser basados en el texto bíblico. Aun los israelíes modernos tuvieron que estudiarlo de la misma manera, con la ayuda de eruditos que hablaban el idioma.
El caso del griego del Nuevo Testamento es muy diferente. Se había hablado el griego anterior al siglo IV antes de Cristo, sin interrupción. El griego del Nuevo Testamento es entendido entre los que tienen una amplia educación en aquel idioma. Mientras que los hebreos nos dejaron muy pocas copias de sus Escrituras, hay cientos de manuscritos del griego popular de la época del Nuevo Testamento.
Aunque la mayor parte de los manuscritos que existen hoy fueron escritos en pergamino, todavía se encuentran algunos fragmentos hechos en el frágil papiro. En la primera parte del siglo XVIII, se descubrieron en Egipto algunos documentos importantes, escritos en papiro. Estos se habían conservado como por accidente en la atmósfera árida de aquel país. Estos papiros han arrojado mucha luz sobre las características del griego popular de aquellos tiempos, conocido hoy como el griego koinē (común, o popular).
Sin embargo, estos papiros no contienen ningún manuscrito del Nuevo Testamento. Los papiros son de dos clases: obras literarias y documentos, tanto particulares como oficiales. Los estudios del koinē han aumentado mucho nuestro conocimiento del Nuevo Testamento.
Por estas razones el estudio del griego está mucho más al alcance del estudiante que el hebreo. También es de más valor para la mayor parte de los que estudian la Biblia. Sin embargo, el acceso a la información acerca de los dos idiomas es básico para el intérprete. Además, no queremos pasar por alto las partes de las Escrituras escritas en arameo. Este idioma se estudia como parte del hebreo, porque era un dialecto muy usado en el Medio Oriente desde los principios de la historia de Israel.
El intérprete
Si reconocemos que el estudio de la hermenéutica es necesario para entender bien la Biblia, podemos ver también que una interpretación adecuada está al alcance de aquel que quiere esforzarse por aprender sus reglas y ser diligente en su aplicación. Pero requiere que el intérprete mismo comience su trabajo siendo preparado para él espiritualmente.
En este punto muchos católicos romanos difieren de los cristianos evangélicos. Aquella iglesia reserva para sí el derecho exclusivo de interpretar las Escrituras. Los teólogos romanistas pretenden que la Iglesia verdadera del Señor Jesucristo es la que ellos sirven. Por esta razón, creen que sólo ellos poseen el Espíritu Santo, con la ayuda del cual puedan interpretar las Escrituras.
Es interesante observar al principio que ese argumento fue rechazado por el erudito holandés humanista Erasmo. El afirmó que:
La Iglesia no es el único intérprete que tenga derecho de determinar y definir el significado verdadero de la Escritura. Al contrario, la Escritura determina lo que debe enseñar la Iglesia.4
Aquí no queremos discutir el asunto, sino solamente afirmar que aquellos que identifican la Iglesia de Jesucristo como la Iglesia Católica Romana se equivocan, ya que excluyen a todos los que no sean parte de ella. En cambio, los evangélicos creemos, más bien, que todo creyente verdadero es poseedor del Espíritu Santo y que éste mora en aquél. Estamos de acuerdo, sin embargo, en que para ser intérprete verdadero de la Escritura, éste debe cumplir este requisito.
El tener al Espíritu Santo no es el único requisito para entender correctamente la Biblia. El intérprete tiene que aplicar con pericia las reglas de la hermenéutica. Sobre este asunto escribe Mickelsen:
El equilibrio (en la interpretación de la Biblia) involucra no solamente reconocer los elementos de ella, sino una coordinación de estos elementos. Si quiero nadar usando los varios estilos correctamente, puedo sentarme con un manual de instrucción sobre la natación para saber exactamente lo que deben hacer los brazos y las piernas. Pero cuando me meto en el agua y procuro coordinar mis músculos para que pueda deslizarme fácilmente a través del agua, descubro que la coordinación es un arte que tiene que ser dominada, y no solamente una serie de reglas que debo memorizar. Así es con la interpretación. Demanda la pericia para reunir todos los elementos necesarios para interpretar algún texto correctamente.5
El libre examen de las Escrituras
Aparte de la necesidad de tener al Espíritu Santo para interpretar bien la Biblia, es evidente la verdad de que existe una capacidad universal de captar su mensaje; bien que esta verdad parece contradictoria. Es verdad que el propósito de Dios es que toda la gente ponga atención a su mensaje, aun antes de creerlo. Los evangélicos creemos que toda la gente tiene no solamente el derecho de leer y entender la Biblia para sí, sino que es su obligación delante de Dios leerla y entenderla lo mejor que puedan. Generalmente, esta obligación abarca la de leerla personalmente y estudiarla, siempre que el individuo pueda hacerlo. Es decir, que toda persona que tenga acceso a un ejemplar de la Biblia, y que sepa leer, está obligada a hacerlo.
Esta verdad no elimina la necesidad de tener maestros en la iglesia. La Biblia no fue escrita para guiar sola a la iglesia sin tener a nadie que la enseñe. Tampoco pretendemos que todo laico deba instruirse con ella sólo y completamente, independientemente de los demás creyentes. En primer lugar, es dudoso que ningún cristiano pueda recibir toda la instrucción necesaria sin que otros le ayuden. En segundo lugar, ninguna instrucción humana es completa ni perfecta; el único Maestro perfecto es Jesús mismo. Y en tercer lugar, el Espíritu Santo escoge a ciertos individuos para ser maestros de la Palabra de Dios y les ayuda a llevar a cabo su obra por medio de los dones necesarios del Espíritu.
Pero la razón más evidente por qué toda persona debe de leer la Biblia y entenderla para sí misma, es que la Biblia lo enseña en lenguaje inequívoco:
Escudriñad las Escrituras (Jn. 5:39).
Y éstos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así (Hch. 17:11).
Os conjuro por el Señor, que esta carta se lea a todos los santos hermanos (1 Ts. 5:27).
Y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra (2 Ti. 3:15–17).
El principio de la libertad expresado en estos textos, fue proclamado al comienzo de la Reforma con el nombre de “Libre Examen” (de las Escrituras). Toda confesión evangélica lo afirma o lo da por sentado. En un espíritu contrario, la Iglesia Católica Romana sólo permite la lectura de la Biblia “a los fieles”.6
Los que se oponen al “libre examen” con frecuencia tuercen el significado de la frase. Dicen que este principio consiste en el derecho de interpretar libre y particularmente según “las ideas, pasiones y prejuicios” del lector, o según la “inspiración individual”.7
Sin embargo, el principio se llama “Libre Examen”, no “Libre Interpretación”. La libertad que declara existe para todo individuo porque Dios se la ha dado, y porque nadie tiene la autoridad de prohibirle que lea las Escrituras, ni de tener señorío sobre su fe (2 Co. 1:24). La libertad que gozamos es con respecto a otras personas. Pero con respecto a Dios, cada lector está obligado a examinar la Biblia para sí mismo. Al mismo tiempo, no tiene la libertad de interpretarla según su propio gusto. Pedro lo dijo claramente:
Entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque … [en estas profecías] los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo (2 P. 1:20, 21).
La Palabra de Dios tiene el significado que Dios le dio, y los hombres deben procurar entenderla según él quiso en un principio.
La responsabilidad personal
La libertad de leer y entender la Biblia lo mejor que pueda uno, no debe tomarse ligeramente; porque cada uno de nosotros responderá derá por sí mismo delante del trono de Cristo (2 Co. 5:10). Cada maestro debe enseñar con cuidado. Si alguno ha sido falso en el manejo de la Palabra de Dios, recibirá mayor condenación (Stg. 3:1).
Los evangélicos enseñamos que la ciencia de la hermenéutica bíblica requiere la interpretación reverente, dada en el temor de Dios y guiada por el Espíritu Santo; porque él es nuestro Maestro divinamente nombrado para serlo (Jn. 14:26).
Como creyentes cristianos dedicados al fiel manejo de la Palabra de Dios, nos vemos obligados a aprender las reglas de interpretación para desempeñar el ministerio al cual Dios nos ha llamado, lo mejor que sepamos. Al hacerlo, gozamos de la iluminación y de la ayuda del Espíritu de Dios. No debe de haber duda sobre este punto, porque realmente tenemos su presencia en virtud del don del Espíritu desde cuando nacimos de nuevo.
Si algún alumno o maestro piensa que puede sacar conclusiones satisfactorias solamente después de dominar completamente esta materia, debe recordar que el Espíritu Santo es su maestro y guía. Aun cuando el lector no sea un gigante intelectual, esto tiene poco que ver con su capacidad de sacar algunas conclusiones correctas por medio de su lectura de la Biblia. Hasta el lector más humilde normalmente goza de la iluminación del Espíritu mientras lee. Algún texto que no había entendido antes, de repente está iluminado. O algún otro pasaje, poco comprendido, puede brillar con nuevo significado por medio de la ayuda del Espíritu que vive en él.
Todo esto no indica que el alumno no debe aplicarse al estudio. El estudiante descuidado o moroso no debe contar con la ayuda divina como para pasar por alto el estudio diligente que Dios ha ordenado para su progreso en las Escrituras.
La aplicación de las reglas
Aquí debemos indicar que no toda regla de interpretación tendrá aplicación en todos los casos. Las varias reglas deben aplicarse sólo cuando juzga que puedan resolver un determinado problema. Juntas todas las reglas fomarán parte del equipo intelectual con el que puede interpretar el texto bíblico.
Claro es que la pericia del intérprete ha de afectar su interpretación de algún texto; pero no con respecto a la originalidad que muestra, sino en el cuidado con que aplica sus conocimientos.
No todo texto demandará alguna interpretación especial, ya que la mayoría de ellos serán claros para la gente de inteligencia normal. Algunos textos han de requerir una interpretación sólo para los que hayan tenido una preparación limitada. Para tales personas el intérprete verá necesario explicar algunos hechos que otros ya conocen. O bien, puede ser necesario solamente simplificar su lenguaje. Otros textos serán difíciles para la gran mayoría, y todavía otros seguirán como misterios aun para los intérpretes más peritos.
Las reglas de la hermenéutica pueden compararse con una caja de herramientas. Cuando el maestro carpintero comienza a construir una casa o un mueble, o a hacer alguna reparación, primero considera los problemas que el proyecto presenta. Luego escoge las herramientas que cree que le han de ayudar más. Esto es exactamente lo que hace el intérprete. Considera el problema o problemas presentados por el texto y luego escoge las reglas que le parecen ser más indicadas para resolverlos. En algunos casos el intérprete verá que es necesario probar a manera de ensayo varias reglas antes de encontrar aquella que mejor se aplica; algo así como el carpintero que usa el formón, el cepillo y la lija, así como el martillo y el serrucho.
Dos divisiones de la hermenéutica
Esta materia comúnmente se divide en dos partes: la hermenéutica general y la especial. La hermenéutica general incluye todas las reglas que pueden aplicarse a la Biblia, pero especialmente como literatura La mayor parte de estos principios pueden ser aplicados también a la literatura en general. La hermenéutica especial incluye todas las reglas y consideraciones necesarias para interpretar ciertas categorías especiales de la literatura, que pueden contener el lenguaje figurado, la poesía o la profecía, y una variedad de problemas especiales. Este estudio seguirá este plan.
1 Extractado de un folleto editado en Denver en 1980.
2 A. Berkeley Mickelsen, Interpreting the Bible (Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans Publishing Co., 1963), p. 16.
3 Aunque los Rollos del Mar Muerto son conocidos mejor por los textos bíblicos que se encontraron allí, hay entre ellos algunos escritos no bíblicos. Estos incluyen las reglas de disciplina de varias comunidades religiosas, salmos e himnos, y algunos escritos apocalípticos. Aunque se han publicado algunos de los textos no bíblicos, éstos casi no se pueden usar para el estudio del idioma.
4 Funk & Wagnalls New Encyclopedia, editado por Kurt Aland et al (New York: Funk & Wagnalls, 1971), Tomo III, p. 400.
6 Hasta años recientes cuando un católico romano interpretaba la Biblia de manera contraria a la enseñanza oficial, dejaba de ser de los fieles, y no gozaba ya del privilegio otorgado a aquellos que aceptaban el punto de vista de aquella iglesia. El autor fue misionero en México desde 1942 al 1967 y vio el resultado de esta actitud en algunos de sus amigos personales. Pero en 1962 el obispo de Cuernavaca consiguió que esta regla dejara de aplicarse.
7 Tomado de la “Introducción General” de la versión de la Biblia de Torres Amat, publicada por Revista Católica, primera edición, 1946.
El espíritu
correcto
correcto
Hace muchos años mientras que mi hermana y yo estábamos curioseando entre unas cajas viejas en una bodega, encontramos unas cartas de amor que un novio rechazado había escrito a nuestra madre. Nos divertían sus afirmaciones de amor y la forma anticuada en que se expresaban en aquel entonces, así como la idea de que nuestra madre se sintiera atraída por un hombre con apellido extranjero como el suyo.
Nuestra falta de aprecio por aquellas cartas se basaba en una actitud equivocada y antipática. Para apreciarlas debidamente, hubiéramos tenido que conocer personalmente al escritor y comprender la relación que existía entre los dos.
Los que leen la Biblia sin tener una actitud correcta hacia ella, la iglesia, Dios y su Hijo Jesucristo, y un aprecio adecuado de sus expresiones de amor y preocupación por un mundo perdido, han de caer en semejante trampa. Un espíritu correcto es uno de los requisitos básicos para todo intérprete de la Escritura.
El espíritu correcto sigue a la presencia personal del Espíritu de Dios en el que piensa interpretar su Palabra. Sin él, el individuo no debe considerarse cristiano, según la enseñanza de Pablo en Romanos 8:9. Los que quieren enseñar a otros sin tener al Espíritu de Dios, serán “ciegos guías de los ciegos”. Fue para que los seguidores de Cristo pudieran entender las cosas de Dios que él les dio su Espíritu (1 Co. 2:12). La lista de los textos bíblicos que apoyan estas verdades es larga; pero véanse especialmente los siguientes: Juan 14:17, 26; 20:22; Hechos 2:38; 1 Juan 2:20, 27.
Como fruto de este primer don del Espíritu de Dios, el intérprete debe manifestar un espíritu de humildad y una mente lista para recibir las enseñanzas del Señor. Ya que lee la Palabra de Dios, el lector debe respetar a su Autor, y escuchar su voz como criatura delante de su Creador, como siervo ante su Amo o como vasallo en la presencia de su Rey.
El intérprete debe exhibir también la humildad delante de otras personas, en vista de que ellas también pueden tener la mente dotada por el mismo Espíritu. Con frecuencia otros lectores de la Biblia tendrán mejor comprensión de algún texto, y solamente la humildad permitirá al intérprete aceptar la verdad que Dios le ha revelado a otro. El intérprete nunca debe pensar de sí mismo como infalible, aun cuando esté seguro de que ha descubierto alguna verdad que el Señor le ha revelado.
El apóstol Pablo nos ha dado un hermoso ejemplo de este espíritu en Gálatas 1:11, 12. Pablo había recibido su evangelio directamente de Dios. Sin embargo, fue a Jerusalén, movido para hacerlo por el Espíritu mismo, para poner delante de los demás apóstoles el mensaje que predicaba. Esto lo hizo, dice, “para no correr o haber corrido en vano” (2:2). Tal actitud de humildad, aun delante de otras personas, es otro requisito básico para el intérprete de la Biblia.
También le es requerida la reverencia ante la revelación divina. Muchas veces querríamos sujetar algunas enseñanzas a nuestro propio juicio, o buscar la manera de desvanecerlas, pretendiendo tener una comprensión intelectual del mundo. Pero ese intelectualismo muchas veces no es más que la incredulidad disfrazada como algo respetable.
A veces las doctrinas de otras denominaciones son el blanco de algún chiste, ridiculizadas en un espíritu irreverente. La forma de bautizar, la interpretación de la cena del Señor, de la predestinación, del pecado, o la conducta democrática de las sesiones de negocios son objeto de burla en algunos círculos. Aun cuando el intérprete no pueda estar de acuerdo con tales doctrinas, el espíritu reverente es el único adecuado para tales situaciones. Aun es posible que Dios no nos dé su luz sobre estos puntos mientras no tengamos la reverencia frente a las enseñanzas de otros creyentes.
En ciertos casos raros, el lenguaje anticuado de la Biblia puede ocasionar pensamientos irreverentes. Esto sería más posible en el caso del Cantar de los Cantares. Las versiones modernas han hecho mucho para eliminar tales expresiones. Pero solamente la lectura de los pecados cometidos por las personas bíblicas puede dar comienzo a algunos pensamientos contrarios al propósito para el cual fue escrita aquella historia. En todos los casos de este tipo, el lector de la Biblia debe esforzarse para leer, pensar y enseñar con la debida reverencia.
Junto con el espíritu de simpatía, humildad y reverencia, y una mente apta para aprender, el estudiante debe esforzarse por mantener el espíritu de obediencia a Dios cuando lee. Sin él, el intérprete no podrá comunicar justamente el mensaje de Dios a sus oyentes. Quizá la verdad no llegue a los oídos de ellos con la fuerza de la convicción; o acaso cambie el mensaje de acuerdo con su propia desobediencia.
En Juan 5:39, 40 encontramos un caso de esto. Jesús se refirió a la costumbre de los judíos de “escudriñar las Escrituras” sin creer en Aquél de quien testificaban las Escrituras. Ya que no querían reconocerlo como el Mesías prometido, no podían tener fe en él, ni enseñar la verdad evidente acerca de él.
En una palabra, el espíritu de obediencia demanda que el lector esté preparado y dispuesto a poner en práctica lo que aprende por su estudio de la Biblia. Todo lo que aprende debe procurar aplicarlo a su propia vida.
En Romanos 15:4 leemos que “las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza”.
En este texto se hace referencia a la aplicación personal de la enseñanza bíblica a nuestra vida. Debemos permitir que su mensaje penetre en el corazón y la mente para que nos conformemos con su propósito. Las verdades básicas que contiene—su historia, los ejemplos mencionados de los que fueron obedientes o desobedientes a Dios, sus instrucciones sobre la vida—todas deben ser aceptadas en completa sinceridad y con el propósito de seguir al Señor.
Cuando leemos que Dios obró poderosamente en favor de su pueblo antiguo, y en los milagros de Jesús, debemos entender que también es capaz y dispuesto a hacer cosas semejantes para nosotros en la actualidad; no precisamente en la misma forma, sino demostrando el mismo amor y poder para con nosotros, de alguna manera apropiada a nuestros tiempos.
Todo esto debe ser logrado por medio de la oración y la fe; estas actitudes forman parte del espíritu en que debemos manejar las Escrituras. Aun cuando el estudiante goce ya de los dones y el compañerismo del Espíritu, es la voluntad de Dios que obtenga por medio de la oración, todo lo que necesita. Con frecuencia no tenemos, sólo porque no pedimos (Stg. 4:2). “Pero pida con fe, no dudando nada” (Stg. 1:6) para que no sea como las olas del mar, “inconstante” en su entendimiento y enseñanza del mensaje de Dios.
Desafortunadamente, muchas veces la necesidad sentida por el uso devocional de la Biblia, sustituye al estudio profundo de ella; esto no debe hacerse. Ni tampoco debe tomar el lugar del estudio el examen de ella para beneficio personal; las dos actividades son necesarias por sí solas. Junto con la búsqueda del significado bíblico, el lector debe sentarse también a los pies de Jesús como María, y aprender de él (Lc. 10:39), acompañando a la Palabra con fe para obtener algún provecho verdadero (He. 4:2).
PARA EL ESTUDIANTE
1. ¿Cuáles son los varios elementos del espíritu correcto con que debemos leer y enseñar la Biblia? Hay, cuando menos, siete.
2. ¿Puede usted pensar de otras actitudes apropiadas que deben estar en el intérprete de la Escritura? Examine con cuidado 2 Timoteo 2:15, y todo el capítulo 2 de 1 Timoteo.
El método
correcto
correcto
Debe ser evidente que la interpretación correcta depende de varios elementos. No basta tener el espíritu correcto al comenzar el estudio; será necesario también usar un método correcto.
Aunque el intérprete tenga la sinceridad, la humildad, la reverencia y el espíritu de oración, no podrá llegar a conclusiones adecuadas si no procede usando el método correcto. Conceptos equivocados respecto al propósito del escritor, la validez de sus declaraciones doctrinales, la exactitud de los hechos históricos que relata, y el origen divino del texto, llevarán muchas veces a conclusiones falsas.
Cuando afirmamos que existe un método correcto, no lo hacemos pretensiosamente. El método correcto se ha determinado eliminando los que son falsos, de acuerdo con la conciencia cristiana universal. Los métodos falsos fueron eliminados después de observar las conclusiones falsas que resultaron por el uso de ellos.
Hay tres métodos equivocados de uso común, y los hemos de examinar aquí. Cada uno tiene algo en su favor. Pero cuando se aplican rígidamente, el error de cada uno se hace evidente.
1. El método racionalista consiste en sujetar toda la Escritura al juicio humano para saber si son válidas o no sus declaraciones. Presupone que lo sobrenatural no existe, y que todo texto se puede entender por medio de la razón humana. Pretende ser el método científico porque elimina lo sobrenatural, según la llamada actitud científica que predomina en el laboratorio y en la mayor parte de los centros educativos.
Pero al proceder así, este método viola el verdadero método científico, que no permite al investigador comenzar con prejuicios; no debe juzgar de antemano lo que investiga, antes de reunir todos los datos necesarios. Los que usan el método racionalista muchas veces comienzan rechazando una de las pretensiones fundamentales de la Biblia: que Dios interviene en los asuntos humanos. Los racionalistas entonces comienzan a interpretar la Biblia usando su prejuicio como punto de partida. El resultado es que sacan conclusiones satisfactorias para sí mismos, que son muy diferentes de lo que las Escrituras enseñan claramente.
Este método estaba en boga especialmente durante el siglo XIX, y todavía está en uso. Sin embargo, ha perdido mucho terreno en tiempos recientes aun entre los teólogos más liberales.
El racionalista considera que los milagros de la Biblia—así como todos los eventos sobrenaturales—no eran sino sucesos naturales que se pueden explicar por las leyes naturales que ahora entendemos; o quizá con hechos que los escritores ignoraron o no mencionaron. Afirman que los evangelistas no pensaron engañar a sus lectores, sino que escribieron convencidos de que decían la verdad.
El racionalista resuelve el caso de la alimentación de los cinco mil, por ejemplo, y de los cuatro mil, suponiendo en el primer caso que la generosidad del muchacho estimuló a todos los demás a compartir su alimento con los que no tenían nada. En el segundo caso, suponen la generosidad de los discípulos del Señor. No ven en este suceso nada milagroso; bien que agregan este comentario: que hubo un milagro moral en la generosidad espontánea del pueblo.
En el caso cuando Jesús anduvo sobre el agua del mar de Galilea, los racionalistas ofrecen una resolución ingeniosa. Sugieren que después de remar toda la noche en la tormenta, los discípulos no se dieron cuenta de que estaban cerca de la orilla. Jesús llegó a ellos, no andando sobre el agua, sino sobre la orilla del mar. De noche esta aparición del Señor les pareció milagrosa. Los intérpretes racionalistas señalan la preposición “sobre” (epí) que puede traducirse “junto a”. Es decir, Jesús no andaba sobre el agua, sino por la orilla del mar, en la tierra. Y luego, cuando él entró en el barco, se encontraron en el lugar a donde querían llegar.
Siguiendo el mismo método, encuentran explicaciones para todos los eventos sobrenaturales de la Biblia. Y cuando esto no les es posible, dicen que el texto no es correcto, o que los escritores han engañado a sus lectores, contrario a su costumbre normal.
Debemos observar que estos intérpretes echan mano a cualquier detalle que les pueda servir y rechazan todo lo que milita contra sus conclusiones falsas.
Ha habido varias modificaciones del método racionalista que pueden ofrecernos algo de bueno para entender mejor la historia del evangelio y los textos de los evangelistas. A mediados del siglo XIX, J. C. K. von Hofman, de Erlangen, desarrolló la idea de la historia de la salvación (Heilsgeschichte) en las Escrituras.1 Para él, la cosa más importante no es el texto bíblico sino la historia misma. Según este método se le permite al intérprete criticar el texto sagrado siempre que no perjudique la historia. Aunque este método contribuye algo al estudio de la historia sagrada, el intérprete puede tomar muchas libertades con el texto, contrario a la convicción general de los intérpretes conservadores.
En 1919 apareció la obra de Martín Dibelius, “La Historia de Formas en los Evangelios” (Die Formesgeschichte des Evangeliums.)2 Esta clase de crítica literaria trata de determinar la forma oral de la tradición evangélica que existía detrás de la forma escrita de los Evangelios. Luego procura clasificar y examinar las varias formas que tienen las historias. Los que siguen este método clasifican las historias como declaraciones autoritarias, milagros, historias acerca de Jesús y varios dichos. Estos últimos se clasifican como sabiduría, proféticos y apocalípticos, leyes y reglas para la comunidad, dichos que comienzan con la palabra “Yo”, y parábolas.
Esta clase de análisis no afirma nada sobre la verdad original de la historia; solamente analiza su forma literaria. A veces las historias son llamadas “mitos” o “ ;leyendas”. Sin embargo, este método ayuda al estudio de los Evangelios en que nos da nuevas categorías para el material de los Evangelios. Además, ayuda a desmentir la teoría documental del origen de los Evangelios.
Rodolfo Bultmann fue mucho más allá en su crítica de la historia evangélica. En 1921 publicó su obra “La Historia de la Tradición Sinóptica” (Die Geschichte der Synoptischen Tradition). Entre otras cosas afirma Bultmann que no sabemos casi nada del Jesús histórico. Sin embargo, afirma que el acto de Dios en Cristo es el fundamento de la Iglesia y de la predicación (kērugma). Para él, la historia evangélica está compuesta, en gran parte, de mitos que siguen las formas judías y griegas. La tarea del intérprete es localizar estos mitos y buscar la predicación original a través de ellos, el kērugma. Este proceso lo llama “desmitologizar”; es decir, quitar del Nuevo Testamento sus mitos para descubrir la declaración evangélica original.3
Como se puede ver, todos estos métodos se deben considerar como variantes del método racionalista. Hay algo de valor en los métodos críticos de la historia de la salvación (Heilsgeschichte) y de formas literarias (Formesgeschichte). Pero en la desmitologización de Bultmann, no encontramos nada de utilidad.
En fin, no quisiéramos negar el uso de la razón: Dios le ha dado al hombre su inteligencia y espera que la use responsablemente. La inteligencia del hombre no le fue dada para hacerle tropezar; se debe ocupar en el estudio correcto de la revelación divina, iluminada por el Espíritu Santo. La fe y la razón no se oponen la una a la otra, especialmente cuando la razón de la persona existe en una mente sana, obediente a la revelación divina.
2. El método alegórico-místico es otra manera de interpretar la Biblia. Este considera que toda la Biblia fue escrita como una serie de alegorías. Insiste en que no es el significado natural y evidente el que da a la Biblia su importancia, sino el sentido “místico”. Para ellos, “místico” significa oculto o espiritual.
Este método fue inventado por los griegos antiguos que procuraban explicar para sí mismos sus mitos y leyendas. Algunos creyentes cristianos de Alejandría, incapaces de explicar ciertas dificultades bíblicas, adoptaron este método para recomendar las Escritaras y la fe cristiana a sus amigos educados. Aunque los líderes cristianos de Antioquía se oponían, este método siguió afectando toda la historia de la interpretación bíblica, aun hasta el tiempo presente. Era usado especialmente durante la Edad Media. Hoy, la Iglesia Católica Romana apoya algunas doctrinas que tuvieron su origen en este método. Aun entre los evangélicos, hay algunas creencias basadas en el método alegórico-místico.
Parece que una de las razones del porqué algunas sectas modernas usan este método es la misma que le dio origen entre los griegos antiguos; ayudar a desvanecer todo aquello que ellos creen ser contradicciones científicas. Porque cuando se hace a un lado el sentido literal del texto, ya no hay necesidad de preocuparse por su exactitud histórica.
Un ejemplo de la forma en que el método alegórico-místico se emplea, se ve en el trato dado a la experiencia de Daniel en el foso de los leones. Para los intérpretes que usan este método, Daniel nunca estuvo en el foso de los leones, sino que se encontró “preso” por las tentaciones y debilidades comunes entre los hombres. Estos son representados en la historia por los leones. Por medio de la fe Daniel salió ileso. Sus enemigos, sin embargo, cayeron víctimas de esas mismas tentaciones. La lección que encuentran en la historia es ésta: que sólo aquel que tiene fe en Dios puede salir triunfante sobre las dificultades de la vida.
Hay un sentido en que este y otros sucesos de la Biblia pueden ser alegorizados o espiritualizados correctamente. Los predicadores lo hacen con frecuencia en sus sermones que, en otros sentidos, son enteramente fieles al mensaje de la Biblia. Tales eventos pueden usarse como ejemplos o ilustraciones, pero solamente cuando el sentido literal e histórico del suceso es reconocido antes. De otra manera el resultado es una interpretación falsa del texto bíblico.
Otro ejemplo común es la historia de nuestros primeros padres en el Edén. El método alegórico-místico toma la parte de la historia que se refiere al árbol del conocimiento del bien y del mal, como una referencia a las relaciones sexuales. De ahí tenemos el uso popular de la manzana como símbolo del contacto sexual, aunque la Biblia misma no sugiere tal cosa. Para los que lo dudan se debe observar que la Biblia dice más tarde, cuando Adán tuvo contacto sexual con Eva, que “Conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió y dio a luz a Caín …” (Gn. 4:1). Aquí no habla alegóricamente.
Hay, sin embargo, algunas alegorías en la Biblia; se pueden reconocer por sus características que veremos más adelante. Véase, por ejemplo, Gálatas 4:24, donde la historia de Abraham, Sara y Agar es explicada como una alegoría. Pero este sentido le es dado como algo adicional; su sentido histórico no está puesto en duda. Aquí el Espíritu Santo ha dado el sentido alegórico solamente para señalar la diferencia entre los dos Testamentos. Otras alegorías serán identificadas en el capítulo 17 donde se tratan como un tipo especial de lenguaje figurado.
El gran error de este método es que los intérpretes hacen a un lado los hechos importantes de la historia bíblica y perjudican así el sentido claro de la Escritura.
3. El tercer método equivocado es el dogmático. Su nombre se deriva de la palabra griega dogma, que significa enseñanza. Propiamente hablando, toda doctrina cristiana es dogma, aunque desafortunadamente esta palabra lleva cierto sentido desagradable a la mente popular. Se debe a que las doctrinas cristianas se han enseñado muchas veces en un espíritu rígido o dogmático. Sin embargo, el método dogmático no se considera equivocado por ningún espíritu dogmático, sino porque interpreta de acuerdo con los dogmas de algún grupo. Sus enseñanzas son consideradas correctas porque proceden de aquel grupo, y no porque tengan mérito basado en algunos principios aceptados de la hermenéutica.
Por ejemplo, la Iglesia Católica Romana usa este método oficialmente aunque no lo llama por este nombre. Luis Macchi, que escribió con la aprobación eclesiástica, dice:
… el intérprete … debe tener siempre a la vista lo que la Iglesia determinó sobre la interpretación de los Sagrados Libros.4
Cita luego el señor Macchi el Concilio de Trento sobre este asunto:
… que ninguno … se atreva a interpretar … contra el sentido que le ha dado y da la Santa Madre Iglesia …
Otra vez cita el Concilio Vaticano:
… se debe tener por verdadero sentido de la Sagrada Escritura aquel que cree y enseña la Santa Madre Iglesia, a la que toca juzgar del verdadero sentido y de la interpretación de la Sagrada Escritura, por lo que a ninguno es permitido interpretarla contra este sentido o contra el unánime consentimiento de los Padres.
Así como la Iglesia Católica argumenta, parece ser razonable que no interpretemos nada sin darle el sentido que le da aquella iglesia. Pero en este caso será necesario que demuestren que aquella iglesia es la única y verdadera, la que fue encargada con la responsabilidad y capacitada para interpretar las Escrituras. Aún así, esta forma de entender la Biblia no es realmente un método de interpretarla, sino una prohibición de toda interpretación individual; impone la obligación de dejar su interpretación a los oficiales de aquella iglesia.
En una palabra, este método consiste en aceptar lo que la iglesia de uno haya declarado sobre alguna doctrina.
No es, sin embargo, solamente el católico romano el que usa este método; la gran mayoría de los creyentes evangélicos comúnmente interpretan ciertos pasajes bíblicos de acuerdo con las enseñanzas de sus propias iglesias sólo porque son enseñanzas oficiales, o porque son las enseñanzas más aceptadas. Pero de esta manera pueden llegar a ser fanáticos, porque quieren interpretar sin saber ni aplicar las reglas de la hermenéutica.
No es la intención de este escritor usar la Iglesia Católica Romana como “chivo expiatorio”. Sin embargo, algunas doctrinas de aquella iglesia ilustran los errores de que hablamos. Uno de los mejor conocidos es la manera de tratar el texto Mateo 16:18, 19. De allí sacan la enseñanza que afirma que Pedro fue el primer Papa y el fundador de la Iglesia.
Debe admitirse francamente que el pasaje es oscuro y que presenta dificultades para los que quieren interpretarla adecuadamente y sin prejuicios. Pero el examen imparcial no nos da ninguna base para enseñar que Jesús llamó a Pedro “la roca” sobre la que iba a edificar la iglesia. Pero esto no parece preocupar a los que lo creen; no están preparados para abandonar la enseñanza que les ha dado su iglesia. Lo han interpretado dogmáticamente.
Lo mismo sucede con otros textos, tales como Mateo 26:26–28. “Esto es mi cuerpo … esto es mi sangre.” La misa se encuentra en el centro mismo de la teología católica romana. De la misa depende la doctrina de la transubstanciación, 5 y ésta depende del texto sobre “la roca”. Si entendieran el sentido figurado de las palabras, desaparecería la doctrina de la transubstanciación. También en este caso se ve que la forma de interpretar el texto es dogmática y no descansa sobre el método correcto de interpretar las Escrituras.
Entre los judíos es común entender el capítulo 53 de Isaías como refiriéndose a la nación de Israel y no al Mesías. Lo entienden así porque sus rabinos le han dado esta interpretación a través de los años.
Muchos evangélicos aceptan algún sistema escatológico6 sólo porque el doctor Fulano o Mengano así lo enseña, y no porque lo hayan estudiado ellos mismos.
Desgraciadamente muchos bautistas, miembros de la Iglesia de Cristo, los creyentes pentecostales, algunos metodistas y menonitas, y otros, creen que la inmersión es la manera correcta de bautizar porque “mi iglesia así lo enseña” y no porque lo hayan encontrado en la Biblia.
Todos estos son ejemplos de la interpretación dogmática. Pueden o no ser correctas tales interpretaciones. Pero la manera de llegar a la conclusión es incorrecta.
4. El método correcto se llama el gramático-histórico. Siempre requiere que el individuo interprete de acuerdo con las características del idioma, especialmente de aquel idioma en que la Biblia fue escrita, así como aquél a que fue traducida. Considera que la Biblia fue escrita como historia fidedigna; es decir, que su historia no es alegórica ni compuesta de fábulas, leyendas, mitos, tradiciones, engaños, etcétera, sino solamente donde las mismas Escrituras indiquen que algún pasaje debe entenderse en alguno de estos sentidos no literales.
Este método es, además, el más antiguo de todos. Se puede verificar su uso antes del segundo siglo después de Cristo. Mientras que los teólogos de Alejandría usaban el método alegórico para defender las Escrituras, los de Antioquía de Siria seguían usando el método literal. Allí el obispo Teófilo insistía en seguir la práctica antigua de los judíos.7
Más tarde, en el siglo IV, Jerónimo abandonó su método alegórico a favor del método literal. Sin embargo, Agustín nunca pudo estar de acuerdo con Jerónimo aunque avanzó hacia el método literal.
Fueron los reformadores Lutero y Calvino los que dieron el impulso principal al método correcto, por medio de su énfasis en los idiomas originales. Demostraron que el justo entendimiento de ellos aclaraba su sentido verdadero, que tenía que ser literal y no alegórico.
PARA EL ESTUDIANTE
1. Mencione y describa brevemente los tres métodos equivocados de interpretación, y explique por qué son falsos.
2. ¿Cuál es el método correcto, y por qué?
1 Bernard Ramm, Diccionario de Teología Contemporánea, (Casa Bautista de Publicaciones, Cuarta edición, 1984).
2 Baker’s Dictionary of Theology, editor: Everett F. Harrison (Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans Publishing Co., 1960), p. 227.
4 Luis Macchi, Nociones de Sagrada Hermenéutica (Buenos Aires: Sociedad Editora Internacional, 1943), p. 101.
5 La transubstanciación es la doctrina que afirma que la sustancia de los elementos, es decir el pan y el vino, se transforman en el cuerpo y sangre de Cristo cuando el sacerdote pronuncia las palabras de consagración.
6 La escatología es el estudio de lo que va a suceder en el fin de la presente edad, especialmente en conexión con la segunda venida de Cristo.
7 A. H. Newman, A Manual of Church History (Philadelphia: The American Baptist Publication Society), Vol. I, pp. 239, 248, 334. El método gramático-histórico era conocido en tiempos primitivos como literal. Este término no quiere decir que todo debe ser interpretado literalmente, sin reconocer la presencia de figuras literarias y modismos, sino que el sentido es literal aun cuando el lenguaje sea figurado. La interpretación literal comprende el uso de toda clase de lenguaje figurado en un contexto literal. Por otra parte, el literalismo comúnmente olvida el uso correcto de figuras literarias en el habla común.
Lea siempre
con cuidado
con cuidado
En uno de los programas de televisión, cierto cómico respondió equivocadamente a una pregunta bíblica. Según la Biblia, dijo, el varón tiene una costilla menos que la mujer. Cuando el jefe del programa lo corrigió, respondió: “¡Alguien debe decírselo al que escribió la Biblia!”
Por supuesto, estaba equivocado. La Biblia no dice tal cosa. (Véase Gn. 2:21–23.) Había cometido el error de no leer el texto con cuidado; o acaso, de no haberlo leído nunca. En todo caso, era como un gran número de personas que meten al texto sus propias ideas sin verificarlas.
Todo lector de la Biblia puede acostumbrarse tanto al lenguaje bíblico que llega a leer por encima de las palabras muy conocidas, creyendo que las lee con toda exactitud. Cuando lee así, los errores de su lectura habitual se graban aún más profundamente en su cerebro.
Para entender correctamente cualquier pasaje escrito, es necesario leerlo siempre con cuidado. Entre más importante sea lo que está escrito, más serios serán los errores que se cometen al no leerlo bien.
El error de este cómico era relativamente sin importancia; pero ilustra este tipo de error muy común. Era serio sólo en el sentido de que las ideas falsas acerca de la Biblia tienden a destruir la confianza de los que podrían aceptar sus enseñanzas.
¿Quién no “sabe” que eran tres los magos que visitaron al niño Jesús en Belén? El evangelista Mateo relata la historia (2:1–12) sin decir cuántos eran. Es muy probable que fueran más de tres, ya que la caravana con la que probablemente viajaron, estaba compuesta de muchas personas. La idea de que eran tres magos, probablemente viene de los tres tipos de regalo que le llevaron: oro, incienso y mirra. Por supuesto, los nombres que les ha dado la tradición, son completamente ficticios.
El lector debe ver con cuidado las palabras que encuentra en el texto. Es posible que una palabra se tome por otra. Se cuenta que un lector no muy experto leyó Génesis 2:20, sustituyendo la palabra “idónea” por “ideona”. Se puso a pensar sobre esta palabra desconocida y dijo: “Sí, es verdad que Dios nos ha dado mujeres ideonas. Tienen muchas ideas buenas y nos ayudan de esta manera.” No conociendo la palabra “idónea”, la leyó como si fuera “ideona”, y le dio su propia interpretación.
Con gran frecuencia se cita equivocadamente 1 Timoteo 6:10: “Porque raíz de todos los males es el amor al dinero.” Comúnmente se cree que el dinero mismo es la raíz de todos los males, especialmente porque los lectores no han puesto mucha atención a todas las palabras del texto; o acaso han repetido el error común de los que citan este texto. Por supuesto, es el amor al dinero que se llama la raíz de la maldad. Pero tampoco es la raíz de todos los males, sino una raíz de toda clase de maldad. En estos detalles, el sentido correcto se encuentra en mejores traducciones de la Biblia.
Al hablar del cuerpo que reciben los creyentes en el cielo después de la muerte, Pablo escribe:
Mas el que nos hizo para esto mismo es Dios, quien nos ha dado las arras del Espíritu (2 Co. 5:5).
Yo lo había leído siempre suprimiendo algo de la frase: “nos hizo para esto”, leyéndola: “nos hizo esto”. La entendía como si dijera que Dios nos había preparado el cielo como una habitación. Un día me di cuenta de mi error. Entonces entendí que Dios no había hecho el cielo para nosotros, ¡sino que nos hizo a nosotros para el cielo! Nuestra habitación allá no existe para consolarnos frente a la muerte; más bien, es la gran meta para la cual nos está preparando por su Espíritu.
Algunos lectores han tropezado con la lectura ambigua de 1 Corintios 15:19, creyendo que el apóstol Pablo enseña que los cristianos que tienen solamente la esperanza en Cristo, son los más miserables de los hombres. Es natural que tal interpretación perturbe a los que lean así el texto.
La dificultad está en leerlo mal. Dice más bien: “Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres.” En la Versión Popular se ha redactado para decir: “Si nuestra esperanza en Cristo solamente está referida a esta vida, somos los más desdichados de todos.” La verdad es que nuestra esperanza no es solamente para esta vida, porque habrá una resurrección y la vida eterna.
Cuando alguna traducción introduce una duda con respecto a algo muy importante, debemos entender que algo está mal en la traducción, o en nuestra manera de leer el texto.
Cuando decimos que se debe leer siempre con cuidado, esto incluye la necesidad de entender y poner atención en la gramática del texto. Desafortunadamente, muchos no han estudiado la gramática lo bastante para distinguir entre las varias partes de la lengua: nombres, verbos, adjetivos, adverbios, pronombres, conjunciones, frases, cláusulas, admiraciones y signos de puntuación. Valdría la pena volver a estudiar los elementos de la gramática.
En 1 Corintios 11:27 leemos la enseñanza de Pablo acerca del uso correcto de la cena del Señor. Escribe:
Cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor.
Con frecuencia el lector entiende que Pablo enseña que el creyente indigno no debe comer de ella.
El texto no dice tal cosa. Si así dijera, nadie podría tomarla, porque todos somos indignos como pecadores. Observemos que “indignamente” es un adverbio y que se refiere a la manera de comer, y no al carácter del creyente. Dice que no debemos tomar la Cena de manera indigna, como por ejemplo, burlándose de ella, bebiendo hasta emborracharse, o sencillamente no creyendo que la observación de la Cena tenga valor. Según el v. 29, la manera indigna de comer consistió, en parte, en comer y beber sin discernir el cuerpo del Señor. Las versiones antiguas emplean la palabra “indignamente” en los dos casos, pero la Versión Popular expresa el v. 27 más claramente:
Cualquiera que come del pan o bebe de la copa del Señor de una manera indigna … De manera que la regla que insiste en que leamos siempre con cuidado, da a entender que debemos observar con cuidado la gramática de cualquier texto. También da a entender que es importante usar una versión de la Biblia que sea clara y exacta en la forma de expresarse.
Las versiones más antiguas de la Biblia tenían una falta común al usar un estilo pesado para traducirla. Se debía, en parte, a la costumbre de usar oraciones largas y complicadas. Pero también se debía a la convicción de que era necesario traducir usando las palabras y la sintaxis más parecidas al texto original. Había poca libertad para usar modismos semejantes y un estilo popular en las traducciones. También es posible que los traductores prefieran ese estilo más pesado para dar más importancia literaria a su trabajo.
En algunas partes de la Versión de Reina y Valera, especialmente en las Epístolas de Pablo, las oraciones resultan largas y complicadas, sin ninguna necesidad. Véase por ejemplo, Romanos 5:10, 12, 15 y 17. Los ocho versículos de Efesios 1:3–10 se traducen como una sola oración, así como los versículos 15 al 23. En la Versión Popular esta falta se ha corregido, haciendo del primer grupo de versículos en Efesios, siete oraciones, y del segundo grupo, seis.
El que lee las versiones antiguas se ve obligado a poner mucha atención en su lectura para sacar el sentido. Se debe hacer esto en todo caso. Pero al leer las oraciones largas y complicadas se debe leer cada frase y cláusula como parte de un todo, haciendo las pausas necesarias para captar la relación entre una y otra parte.
PARA EL ESTUDIANTE
1. En el Diluvio, ¿murieron todos los seres vivientes? ¿Murieron también los peces? (Gn. 6:7; 7:3).
2. Cuando Jesús dijo: “La verdad os hará libres”, ¿lo dijo en un sentido sin límites? (Jn. 8:31, 32).
3. Según Filipenses 4:13, ¿puede el hombre hacerlo todo?
4. Según Génesis 38:9, 10, ¿en qué consistió el pecado de Onán?
Note bien la razón por qué lo hizo.
Note bien la razón por qué lo hizo.
El significado
de palabras individuales
de palabras individuales
Las palabras no siempre se traducen fácilmente de un idioma a otro. Lo que permite que las palabras se traduzcan no es que tengan equivalencias exactas, sino que cada palabra tenga su “área de significado”.
Se puede demostrar esto por medio de la comparación entre la palabra “coche” con su equivalente inglés: “coach”. Entre los varios significados de la palabra española, “coche” puede significar un taxi, un carro de mano para carga, y en el Estado de Chiapas, México, un puerco. La palabra inglesa “coach” puede significar una diligencia, un cochecito para niños, un carro de ferrocarril, o el instructor de un equipo atlético. Por esto, no será correcto en todo caso traducir la palabra “coche” usando la palabra “coach” en inglés. Sin embargo, las dos palabras tienen algo en común: la idea de un carro.
Por esto, las palabras usadas en alguna traducción de la Biblia en cualquier idioma, no representan necesariamente el sentido exacto de las palabras del texto original. Tampoco siempre incluyen todo lo que las palabras del texto bíblico significaban en el idioma original. Algunas personas han dicho que sin un conocimiento amplio de los idiomas bíblicos, nadie debe considerarse intérprete de la Biblia.
Aunque esta afirmación es claramente una exageración, encierra una verdad importante: que es preciso entender el significado de las palabras originales. Para el estudiante que nunca tuvo la oportunidad de estudiar el griego o el hebreo, hay libros de consulta para ayudarles. Libros sobre la gramática de estos idiomas, y el vocabulario del texto bíblico, existen en las mejores bibliotecas bíblicas o teológicas, así como en varias librerías evangélicas. Para ver una lista de libros sobre estos temas, véase al final de este libro: “Libros Recomendados para la Biblioteca del Intérprete”.
Como ejemplo de una traducción inadecuada en la antigua versión de Reina y Valera, veamos primero Romanos 10:9. Allí la palabra “confesar” traduce la palabra griega homologeo. Está compuesta de dos elementos: homo, mismo, y logeo, hablar. Justamente la palabra original significa admitir, decir la misma cosa, o estar de acuerdo. Sin embargo, es difícil sacar esta idea de la traducción: “Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor …”
Este versículo no quiere decir confesar pecados al Señor, sino hacer confesión con la boca de que uno está de acuerdo con Dios acerca de Jesús; o que dice de él lo mismo que Dios dice. Cuando el intérprete haya captado el sentido verdadero del texto, lo podrá explicar con provecho a su auditorio. La Versión Revisada y la Popular han mejorado la traducción. Dice esta última: “Si con tu boca reconoces a Jesús como Señor … serás salvo.”
Lo mismo sucede con la palabra metanoéō, arrepentirse. Significa cambiar de pensamiento u opinión. (De meta, trans; y noéō, pensar.) Esta idea no resalta en las traducciones comunes, como en Marcos 1:15: “Arrepentíos, y creed en el evangelio.” Comúnmente la idea de tristeza o remordimiento está asociada con el arrepentimiento, y la Biblia realmente enseña que este sentimiento acompaña al arrepentimiento. Pero la esencia del arrepentimiento no está en las emociones sino en el cambio de actitud. Así exactamente traduce la Versión Popular: “Vuélvanse a Dios y acepten con fe sus buenas noticias.”
En estos dos ejemplos he señalado el valor de conocer la composición de las palabras originales; es decir, su etimología. Pero no debemos interpretar las palabras usando solamente su etimología, porque tiene sus peligros. Mickelsen1 nos recuerda que el significado de las palabras cambia muchas veces, y ya no es el mismo que tenía originalmente. No es posible afirmar que el significado de las palabras usadas en los textos bíblicos sea el mismo que indica su etimología.
Por ejemplo, la palabra “entusiasmo” tuvo sus orígenes en el latín y el griego. Hasta como 1807, significaba “ser poseído por un dios”. Llevaba también el significado de inspiración sobrenatural, y el éxtasis profético o poético. Ahora, sin embargo, significa solamente un sentimiento extático, o la energía apasionada en cualquiera actividad.
Un ejemplo bíblico de esto se encuentra en 2 Tesalonicenses 2:3. Algunos intérpretes insisten en que la palabra apostasía no debe ser traducida así, sino “arrebatamiento”. Lo hacen, sin duda, para apoyar la doctrina del arrebatamiento secreto de la iglesia antes de la Gran Tribulación. Se basan en que la palabra original está tomada de afístemi, estar separado o retirarse. Explican que el arrebatamiento es estar separado o retirado por el Señor. Aunque parece tener algo de lógica, según su etimología, esta interpretación tropieza con una gran dificultad: que los léxicos griegos no apoyan esa interpretación. Aquí está un ejemplo del mal uso de la etimología. El significado verdadero de la palabra apostasía es la condición apartada de la verdad, de los que se consideran cristianos.
Hay otras palabras que, en su traducción, carecen del sentido vivo que tienen en el idioma original. Esto sucede porque las ideas asociadas con ellas entre los antiguos no nos llegan trasmitidas con una simple traducción.
Por ejemplo, Romanos 6:23 dice que “la paga del pecado es muerte”. La palabra traducida “paga” (opsōnia) se usaba del salario pagado a los soldados, o de las raciones que recibían en lugar de dinero. Comúnmente esa paga era de cantidad y calidad miserable (véase Lc. 3:14), y debemos entender que esta idea va incluida como parte de su significado. Sería justo, entonces, traducir la oración así: “El miserable salario del pecado es muerte.”
En la investigación del sentido original de las palabras, debemos notar que algunas eran usadas en un sentido limitado o especial, según la región o la época de la historia. Este sentido especial se llama el uso local; o según los gramáticos, el usus loquendi. Es preciso investigar hasta qué punto el uso local afectaba las palabras griegas, así como las palabras usadas en la traducción. Esto se hace estudiando los pasajes donde esas palabras se emplean. A veces una misma palabra tiene varios significados, y el sentido se debe determinar examinando el contexto. Aun así, no es siempre claro en cuál de varios sentidos el autor la ha usado.
La versión antigua de Reina y Valera usa las palabras caridad, traspasar, parir y otras, en un sentido diferente del que tienen actualmente. La Versión Revisada de 1960 las ha sustituido con amor, trasladar y dar a luz. Estos cambios ilustran cómo el uso local de las palabras castellanas es diferente del que tenía en el tiempo de los traductores del siglo XVI.
La palabra “bautizar” es palabra introducida a las traducciones de la Biblia sin traducirse. En los días cuando hacían muchas traducciones de la Biblia en Europa, había discusión sobre el significado de la palabra griega baptizō, y la mejor manera de traducirla. Evitando el problema, los traductores optaron por no traducirla, sino adaptarla al idioma de traducción, poniendo la misma palabra, ajustada a la pronunciación del nuevo idioma.
Nadie discute el hecho de que el significado literal de ella es el de sumergir o zambullir. Para los bautistas, algunos menonitas, la Iglesia de Cristo, los varios grupos pentecostales, muchos metodistas, y la Iglesia Griega Ortodoxa, el significado es la inmersión. Pero para otros el significado básico no es suficiente para su interpretación. Insisten en que el uso local de la palabra baptizō era el de teñir género, así como de sumergir. Esto está de acuerdo con otro significado de ella: zambullir repetidamente. Estos estudiantes sostienen que el bautismo cristiano simbolizaba el “color nuevo” dado a los creyentes por medio de la obra del Espíritu Santo.
Todavía otro significado de la palabra baptizō se encuentra en Marcos 7:4. Observe que allí dice el evangelista que los judíos practicaban los “lavamientos” de muchas cosas, inclusive “los lechos”. La palabra “lavamientos” es realmente “bautismos”. Ya que no sería probable que sumergieran sus lechos o camas, los traductores han traducido la palabra baptísōntai con “lavamientos” o “lavatorios” (Bover-Cantera). Dos versiones inglesas dicen “rociamientos”.
El intérprete bíblico debe usar los resultados de los mejores estudios a su alcance, junto con sus propias investigaciones, para determinar el significado de alguna palabra dudosa, y para saber si tiene algún significado diferente en otros contextos. El intérprete debe entender que tales dudas no se resuelven con el uso de una sola regla de interpretación, sino con la ayuda de otras reglas que pueden afectar su significado.
Algunas palabras tienen algún uso especial en la Biblia. Su significado debe ser averiguado por el estudio de los varios lugares donde se encuentran. La ayuda más efectiva para esto será una concordancia. Una misma palabra tendrá varios significados, según el escritor la usó en un determinado texto. No siempre será claro en cuál sentido la usó el escritor.
La palabra “ley” en la Biblia se usa de muchas maneras. Entre sus diferentes significados se encuentran éstos: (1) los cinco libros de Moisés, (2) todas las Escrituras del Antiguo Testamento, (3) los Diez Mandamientos, (4) la ley civil de cualquiera nación, (5) el poder innato del pecado, (6) el evangelio de Cristo, (7) el principio de ley en comparación con la gracia, y quizá otros.
De la misma manera las palabras carne, mundo, evangelio, espíritu, muerte, justicia, etc., no siempre tienen el mismo significado.
Otras palabras, cuyo significado es especial, indican en la Biblia algo más de lo que las palabras originales daban a entender en el lenguaje común de los griegos y hebreos.
Por ejemplo, la voz “iglesia” (ekklēsía) significa la congregación de Dios, y especialmente de los que creen en Jesucristo. Pero la palabra fue tomada del uso común, en que quería decir la asamblea compuesta del pueblo de las antiguas Ciudades-Estado que se gobernaban con una democracia pura. Los ciudadanos eran “llamados” con este propósito, según la etimología de la palabra: ekkaleō, llamar fuera, o aparte. Pero nuestro Señor tomó la palabra para designar a su pueblo, y desde entonces se ha usado en este sentido especial.2
En este caso, la etimología de la palabra es útil. Pero Mickelsen nos advierte que no debemos insistir en darle el significado de “llamados por la elección de Dios”, como hacen algunos. Aunque es verdad que Dios nos ha llamado así, la palabra ekklēsía no se emplea con este significado.3
Otras palabras como bautismo, regeneración, justificación y salud (en la versión antigua), adquieren sentidos nuevos mediante su empleo por la comunidad cristiana y en el Nuevo Testamento. La palabra “amor” (agapē), era usada como palabra rara entre los griegos; pero entre los cristianos recibió un significado casi original.
Los antiguos nombres personales tenían significado especial entre los hebreos, que con frecuencia afectan la interpretación del texto donde se mencionan. El nombre de Noé significaba Consuelo o Descanso. En Génesis 6:9, 10, se describe como “hombre muy bueno, que siempre obedecía a Dios. Entre los hombres de su tiempo, sólo él vivía de acuerdo con la voluntad de Dios” (Versión Popular). Sin duda, su padre Lamec le dio su nombre esperando que este hijo diera consuelo o descanso a su propio espíritu en medio de un mundo perverso. Felizmente, así resultó.
Adán fue llamado con este nombre porque era Hombre; Eva recibió su nombre por el hecho de que iba a ser la madre de toda la gente (Gn. 3:20). Noemí significa Placentera; pero ella protestó diciendo: “No me llaméis Noemí, sino llamadme Mara; porque en grande amargura me ha puesto el Todopoderoso” (Rt. 1:20). Mara significa Amarga. Para interpretar muchos textos, se debe examinar el nombre de las personas mencionadas para ver si arroja luz sobre el sentido.
El intérprete debe acostumbrarse a investigar siempre el sentido de las palabras en los textos que interpreta. Con frecuencia la clave de su interpretación se encontrará precisamente en este estudio.
PARA EL ESTUDIANTE
1. Aparte de los libros de consulta mencionados en este capítulo, ¿qué libro dará el significado de las palabras que encuentra el lector en su lectura?
2. ¿Cuáles son las varias fuentes de información dadas en este capítulo que ayudarán a entender el significado de las palabras bíblicas?
3. Estudie los siguientes textos para determinar el significado de la palabra “ley” en cada uno: Ester 1:8; Salmo 19:7, 8; Mateo 5:18; 7:12; Romanos 2:12; 7:2; 7:23; Gálatas 3:11; 5:23; Santiago 1:25.
4. En Génesis 6:9, ¿cómo se entiende la palabra “perfecto”?
5. En Génesis 24:16 Rebeca es llamada una virgen. ¿Por qué agrega el escritor: “a la que varón no había conocido”? ¿No es esto lo que significa la palabra “virgen”?
6. En Génesis 44:29, ¿qué significa la palabra “Seol”?
1 A. Berkeley Mickelsen, Interpreting the Bible (Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans Publishing Co., 1963), p. 6.
2 Esto supone que Jesús hablaba en griego, o que el evangelista (Mateo 16:18) la usó como la traducción correcta de la palabra hebrea o aramea, qahal. Lo más probable es que Jesús hablara usualmente en arameo. En todo caso, se debe estudiar la palabra traducida “iglesia” en conexión con la palabra hebrea, qahal. Esta es la palabra traducida como ekklēsía en el Salmo 22:22 en la Septuaginta, así como en Hebreos 2:12.
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