Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6
Tweet
Información
Tal vez usted no haya sido llamado a predicar sobre el infierno, pues ha tenido otro tipo de llamado, otro tipo de mensaje y otro tipo de ministerio diferente al de Edwards, pero sí podremos aprender en homilética de éste, de Spurgeon y de otros ilustres predicadores, algunas buenas lecciones que le serán útiles en el arte de la exposición bíblica.
5. LA SAZÓN Y LA BUENA MESA SON CLAVES.
6. ENTRETENER NO ES EDIFICAR, PERO LA EDIFICACIÓN DEBE SER ENTRETENIDA
Debe predicar no el que quiere predicar o puede predicar, sino el que Dios llamó a predicar. Y si Dios lo llamó, tranquilo, cuando Dios llama, Dios capacita y unge.
¿Cómo saber si Dios me llamó a predicar? Hay muchas formas de saberlo, pero la mejor manera es sintiendo que si no predica, se muere. El fuego que Dios pondrá en su espíritu por hablar su palabra será tan fuerte que sino habla, se muere. Las ocasiones, circunstancias y lugares... llegarán en su momento, ¡tranquilo!
10. AMÁRRESE LA LENGUA
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
Domina Tu Tiempo En La Predicación
Cuando
se trata de la Predicación del evangelio, estamos hablando de entregar a
nuestros oyentes un mensaje, que no solamente requiere conocimiento de
la Palabra de Dios, sino que además tenemos la responsabilidad de saber
Dominar el tiempo que tenemos para entregar ese mensaje.
Es de tanta importancia este punto debido a que, sea cual sea la
cantidad de tiempo que vayas a utilizar, debes sacarle el máximo
provecho, considerando que tus oyentes se darán cuenta cuándo en
realidad sabes valorar ese tiempo que ellos también han dedicado para escucharte.
Decide por Anticipado Cuanto Tiempo vas a utilizar para tu Mensaje
Antes de que llegue ese momento de la predicación, debes estar ya
seguro cuanto tiempo vas a utilizar para dar un mensaje.
No tienes
porque caer en el error de dejarlo todo para última hora, y peor aún,
creer que tú harás lo que Dios te indique en ese momento.
Te aseguro que
si dedicas tiempo a la preparación de tu mensaje y ya sabes de antemano
que vas a decir y cuanto tiempo te has de llevar, créemelo que te
sentirás mas seguro, y veras como el Señor te va a usar en el momento de
tu predicación.
Divide el Tiempo en Segmentos, de acuerdo a las partes de tu mensaje
Esta es una técnica muy sencilla pero importante en Como Predicar.
Si tu mensaje contiene tres puntos importantes, Y, suponiendo que vas a
predicar cuarenta (40) minutos, entonces divide tu tiempo en cinco
partes, es decir:
a. 5 minutos en el desarrollo de la introducción en tu mensaje.
b. Primer punto de tu mensaje 10 minutos.
c. Segundo punto 10 minutos.
d. Tercer punto 10 minutos.
e. 5 minutos para la conclusión de tu mensaje.
Sé Prudente, en cuanto a la respuesta que tu publico te está concediendo
Debes ser prudente en este punto, debido a que es mejor terminar
cinco o diez minutos antes de lo planeado y no quedarte sin argumento
para tu mensaje, y vas a echar a perder todo lo que has conseguido hasta
aquí.
Te recomiendo una técnica que me gusta utilizar personalmente, y es
que, si donde estoy predicando no tengo un reloj a la vista, entonces
siempre cargo mi propio reloj, como también ya tengo anotado en mi
bosquejo a un lado de cada punto la cantidad de minutos que he asignado
para cada uno de ellos.. Tú puedes utilizar esta técnica
disimuladamente durante la predicación sin que el público lo note y les
cause distracción.
Recuerda, el aprender a dominar el tiempo en la predicación,
significa que tú tienes el absoluto control del mismo y a la vez
aprendes a cada vez ser más efectivo en la predicación.
Qué bueno que todos los
predicadores tuvieran esa misma preocupación. Si así fuera, entonces no
tendríamos que escuchar tantas y tantas incoherencias, tanta palabrería
intrascendente y tantas imprecisiones doctrinales. ¡Por Dios! Cada
persona que se subiera al púlpito debería hacerlo con temor y temblor,
como si por alguna insensatez que dijera pudiera caer fuego del cielo y
consumirla.
Charles
Spurgeon, el célebre predicador inglés del siglo XIX, y a quien se le
conoce como "el príncipe de los predicadores", decía a sus alumnos,
futuros pastores:
"Es una necedad prodigar palabras y escasear
verdades. Hermanos, si no sois teólogos,
no sois buenos para nada, como pastores.
Las palabras sirven con demasiada frecuencia
como hojas de higuera para cubrir la ignorancia
del predicador sobre asuntos teológicos."
(Tomado del libro "Discursos a mis estudiantes" de Charles Spurgeon
y editado por la Casa Bautista de Publicaciones)
Sinceramente,
los buenos predicadores, los santos hombres de Dios, los respetuosos de
la palabra divina, no tienen muchos sermones para predicar, más bien
pocos, pero son sermones bien trabajados, bien elaborados, muy
corregidos, apegados a la verdad y ungidos. A tal punto se han refinado
sus mensajes que ellos los pueden predicar más de 10 veces en un año a
diferentes auditorios y siempre Dios se glorifica a través de ellos.
Se
dice que el célebre Jonathan Edwards predicó miles de veces su famoso
sermón: "Pecadores en manos de un Dios airado", y que cada vez que lo
exponía la unción de Dios caía sobre el auditorio y las almas respondían
presurosas a la invitación de rendir sus vidas a Cristo. Algunos
referían que casi podían sentir el fuego del infierno bajo sus pies
mientras estaban escuchando a Edwards.Tal vez usted no haya sido llamado a predicar sobre el infierno, pues ha tenido otro tipo de llamado, otro tipo de mensaje y otro tipo de ministerio diferente al de Edwards, pero sí podremos aprender en homilética de éste, de Spurgeon y de otros ilustres predicadores, algunas buenas lecciones que le serán útiles en el arte de la exposición bíblica.
La
homilética es el arte de la predicación, y su nombre viene de la
palabra "homilía", que era el famoso sermón expositivo que se predicaba
en los albores del cristianismo.
Ahora,
haciendo un acróstico con la palabra "homilética", que tiene 10 letras,
veamos 10 rápidos consejos que podrán serle muy beneficiosos:
1. HAMBURGUESAS NO, FILETES SÍ
Propóngase
preparar sermones que valgan la pena, comida suculenta, nutritiva, no
comida chatarra que puede llenar y engordar, pero no alimentar y dar
crecimiento. Un buen mensaje puede quedar imborrable en el corazón de
una persona para el resto de su vida, y lo más importante, transformar
positivamente su vida para siempre. Y no es que sea nuestra habilidad
comunicativa la que hace milagros, no, es la Palabra de Dios la que
tiene esa virtud, pero la Palabra de Dios debe ser bien administrada,
pues se puede volver inocua. Es como tener una buena medicina, pero
aplicársela nocivamente a un paciente.
Eliú
Monasterios, Director de Promoción de la Sociedad Bíblica
Iberoamericana, dice que el Evangelio de Jesucristo es tan poderoso que a
pesar de lo mal que lo exponemos, las almas se salvan.
Entonces, no sirva hamburguesas, sirva filetes.
2. OPORTUNIDADES NO SON MOTIVOS.
No
piense que por que se le presenta la oportunidad de hablar de un tema
entonces ya está preparado para hacerlo. Tener la oportunidad de
predicar no es necesariamente un motivo para hacerlo. Se debe hablar lo
que Dios dice que se debe hablar. Y Dios nunca le pedirá que haga algo
para lo cual Él no lo ha dotado previamente. Por eso, propóngase no
hablar nunca de lo que no sabe. Dios no está en la obligación de
respaldar nuestras torpezas ni la gente de escuchar nuestras sandeces.
Además, no es pecaminoso ni vergonzoso decir que no sabe de algún tema.
Entonces, no haga de cada oportunidad un motivo para predicar de lo que no sabe.
3. MIRE EL BOTE ANTES DE TIRARSE AL MAR.
Antes de lanzarse a predicar, fíjese en qué tipo de sermón es el que va a predicar. Básicamente hay tres tipos de sermones:
- El sermón textual. Que está basado en un texto pequeño de la Biblia, puede ser un versículo, y de allí se deriva toda la enseñanza.
- El sermón temático. Que se basa en un tema escogido por el predicador y el cual se sustenta con varios textos bíblicos, sin usar muchos, para que no parezca que va haciendo un tour por toda la Biblia.
- Y el expositivo. Que se basa en una historia bíblica o un largo texto bíblico, del cual se extraen una o varias enseñanzas. No se debe exagerar sacando demasiadas enseñanzas diferentes una de la otra.
Un
buen sermón nos puede tomar uno o varios años prepararlo bien,
corregirlo, aumentarle o quitarle. Y cada sermón debemos referirlo a un
tema específico, no a varios. Sobre este particular dice Spurgeon:
"No hagáis merito de demasiados pensamientos
en un sermón. Toda la verdad no se puede tratar en
un discurso. En nuestros tiempos se nos exige que
digamos mucho en pocas palabras, pero no demasiado,
ni con demasiada amplificación. Un pensamiento bien
presentado y fijado en la mente sería mucho mejor que cincuenta que se oyeran sin pensar seriamente en ellos.
Un clavo bien dirigido y afirmado, sería más útil que
veinte fijados negligentemente, y que se pueden sacar
con mucha facilidad".
Antes
de predicar ore a Dios pidiéndole que el Espíritu Santo le guíe a
seleccionar el tipo de sermón que va a predicar, no deje eso para más
adelante, eso es algo que se debe definir antes de seguir.
Entonces, mire el tipo de bote que va a usar antes de lanzarse al mar.
4. INSISTA EN VIAJAR CON MAPA.
Antes
de empezar un viaje es importante contar con un mapa, y teniéndose el
mapa se debe ubicar dónde está usted, para dónde va y qué camino va a
seguir. En la predicación igualmente siempre se debe contar con una
carta de navegación. Y esto nos enseña a ser ordenados, a planificar
nuestra exposición.
El apóstol Pablo le aconsejaba al joven pastor Timoteo:
"Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado,
un obrero que no tiene de qué avergonzarse, que
traza correctamente la palabra de la verdad."
(2 Timoteo 2:15 Biblia Textual Reina Valera)
Esa palabra "trazar", que en la Biblia Reina Valera 1960 se ha traducido como "usar", es la palabra griega "orthotomeo" cuya traducción exacta debe ser: trazar, manejar acertadamente, cortar recto. "Orthotomeo" viene de las raíces "orthos", que es recto, y "temno", que es cortar.
En
otras palabras, si Timoteo quería ser un buen predicador debía trazar
bien la ruta de su mensaje, separar un tema de otro, y cortar recto para
saber qué iba a decir y qué no iba a decir.
A
manera de ejemplo pudiera decir que aunque el versículo antes citado, 2
Timoteo 2:15, se refiere a varios temas (la diligencia, el obrero
aprobado, la vergüenza ante Dios, etc.) no por ello me voy a desenfocar
del tema tratado, que es la homilética, y dentro del tema de la
homilética el subtema de la planificación del sermón, y dentro del
subtema de la planificación del sermón el punto de trazar la ruta del
mensaje.
Si
nos pusiéramos a ver los otros temas que toca el versículo entonces nos
desenfocaríamos, perderíamos el foco, el centro, dejaríamos de
concentrarnos en el objetivo y apartaríamos la mirada hacia algo
diferente, que aunque pudiera ser interesante para otro momento, no lo
es ahora. Esto es como en las sanas peleas de los matrimonios, se
discute de un sólo tema a la vez.
Con
mucha frecuencia se observan predicadores que andan brincando de un
tópico a otro según acuden los pensamientos a su mente. Y peor aún,
revuelven una doctrina con otra, como es el caso tan frecuente de
mezclar la Gracia de Jesucristo con la Ley de Moisés, dos doctrinas que
según Juan 1:17 y Romanos 11:6 son como el agua y el aceite.
Sería
de mucha ayuda para todo predicador considerar dividir la exposición de
su mensaje en tres puntos básicos: la introducción, el cuerpo del
mensaje y la conclusión. Veámoslo en detalle:
- La introducción.
Debe
ser breve y despertar el interés del auditorio, es como un abrebocas.
Se puede iniciar con una pregunta, con una anécdota, con un apunte de
buen humor, con un testimonio, con una frase célebre, etc.
Hay
que ser muy creativo para la forma como se inicia un sermón. Un
profesor de homilética decía a sus alumnos que en los primeros cinco
minutos de una prédica él sabía si valía la pena quedarse a escuchar o
irse. Como regla general es importante que cuide sus primeras diez
palabras, ellas son claves, pues, o se gana la atención del público, o
se pierde.
- El cuerpo del mensaje.
Es
la parte medular de la exposición. Aquí se debe cuidar de no irse por
las ramas, de centrar el rumbo de la nave y llevarla a la velocidad que
es legal y de acuerdo al tiempo disponible. Debemos estar enfocados en
el tema, no salirnos de él. Cerciorarnos de que la gente está
entendiendo, de que a nadie estamos arrullando ni aturdiendo y que todos
están comiendo bien, masticando bien y tragando bien. Es muy importante
por ello partir el filete en trozos pequeños, que se puedan comer sin
que nadie se ahogue, y esto quiere decir que el tema debe ser partido en
dos, tres, cuatro o cinco puntos como máximo, para luego ir tratando
punto por punto. Demasiados puntos serían muy difíciles de recordar
después.
- Y la conclusión.
A
muchos les cuesta terminar, parece que tuvieran la impresión de que
algo les falta por decir y no lo pueden recordar. Amenazan varias veces
con la conclusión, pero cuando parece que ya van a aterrizar, entonces
se vuelven a elevar. Estos oradores tienen que esperar hasta ver las
caras sufrientes de sus oyentes que claman por el final, o ver a algunos
impacientes que se levantan y se marchan. Hay que saber cuándo
terminar. Poca comida deja con hambre, mucha comida puede enfermar. La
conclusión debe ser breve, contundente, firme. No esté anunciando que ya
casi va a terminar, sencillamente, termine. Y terminado el mensaje no
agregue nada más, sólo dé lugar para que el alimento sea digerido y el
Espíritu Santo pueda ministrar a la concurrencia.
Es
importante romper con la dañina costumbre de leer un texto bíblico,
cerrar la Biblia, y luego lanzarse a navegar en un océano de
pensamientos diversos y en el orden en que van llegando a la mente. Hay
que ser ordenado, Dios es un Dios de orden. No justifique el desorden
diciendo que es culpa del Señor que le trae ideas dispersas a su mente.
Deseche
las anécdotas, las historias, los textos bíblicos y todo aquello que
pase por su mente pero que no aporta nada al tema. Y ocúpese de predicar
siempre usando la Biblia, no permita que las señoras las guarden en sus
carteras. En homilética se aconseja que todo tema que usted no pueda
sustentar bíblicamente, no vale la pena predicarlo.
Entonces, insista en viajar con mapa, no se vaya a perder.
No
basta con tener un excelente sermón dado por Dios y con el sello de su
aprobación y unción. Se requiere que seamos buenos expositores de ese
mensaje. Una buena comida, mal sazonada y mal servida, puede dañar el
banquete.
La
homilética es el arte de la predicación, no la ciencia, y por ser arte
entonces requiere de nuestra creatividad, de nuestro ingenio. Es por
ello menester que procuremos sonar interesantes, atractivos para el
auditorio. Hagamos que "las buenas nuevas" nunca suenen a "malas
viejas".
Un
bosquejo para el sermón nos proporciona el esqueleto del mismo, pero ese
esqueleto debe ser rellenado con músculos, nervios y tendones. Una
buena prédica debe estar acompañada de interesantes ilustraciones, tal
vez de un testimonio, de una anécdota, de un himno, de un coro, de una
frase célebre, etc.
Y
hay que cuidarse de no sonar egocéntricos, pues enfocarnos en hablar
mucho de nosotros mismos y citar expresiones como "yo", "mi" y "me",
pueden resultar muy chocantes. Igualmente se debe procurar que la
atención del auditorio no decaiga y que el mensaje no pierda su interés.
Un riego que
siempre se correrá será el de querer agradar tanto al auditorio que
finalmente les predicaremos para halagar sus oídos y no para satisfacer
el mandato del Señor. Y hay que tener presente que es Dios quien siempre
dirá qué es lo que se debe predicar, aunque sazonaremos y serviremos la
mesa a gusto del auditorio. En otras palabras, se habla lo que Dios
dice que se hable, pero se habla como al público le gusta escuchar y
como el público puede entender.
Entonces, prepare buena comida, bien sazonada, y sírvala en buena mesa, con elegancia, despertando el apetito.
La
experiencia nos enseña que hay predicadores muy interesantes, con
mensajes sumamente ricos en doctrina, pero terribles en su exposición,
anestesian al auditorio, lo duermen con su inamenidad y su falta de
dinamismo.
Y
hay otros expositores que son bastante agradables, jocosos, dinámicos,
imprevisibles, llevan al auditorio desde el extremo de las lágrimas
hasta el extremo de la risa contagiosa, pero lastimosamente sus mensajes
son comida chatarra, intrascendentes, sin peso doctrinal.
Conviene
que pensemos en un punto de equilibrio: predicar mensajes amenos,
agradables, dinámicos, y con sustancia, ricos en doctrina, cargados de
verdades espirituales, cerciorándose además de que el nombre de
Jesucristo sea exaltado y de que sus doctrinas alumbren las mentes de
los oyentes
Evite a toda costa dejarse llevar por las modas y las consabidas frases religiosas clichés: "repita
conmigo"; "cuántos trajeron sus manos esta mañana"; "dile al que está
sentado a tu lado"; "levántate de la silla y sacúdete de toda opresión";
"zapatea fuerte, pisa, pisa al diablo", etc.
Estas
costumbres lejos de enriquecer la exposición bíblica y hacerla
entusiasta más bien puede perturbar a algunos oyentes y hacer sentir
ridículos a otros de sobrios modales.
Tampoco se proponga desesperar a su auditorio con muletillas cada cinco palabras: "y
a su nombre..."; "cuántos dice amén"; "entonces Pedro, aleluya, le dijo
al Señor, gloria a Dios, sólo tú, bendito sea su nombre, tienes
palabras, santo, de vida eterna, bendito".
Cuando
vaya a decir un aleluya, o un gloria a Dios, hágalo en el momento
oportuno, con un sentido manifiesto, sabiamente, y de todo corazón.
Entonces, aunque su misión es edificar, no entretener, no haga de la edificación algo bien aburrido, póngale vida.
7. TOQUE OTRAS MELODÍAS, NO SEA REPETITIVO
Es
verdad que el tipo de talentos, dones, ministerio, conocimientos y
preferencias, lo inclinarán a uno a privilegiar ciertos temas de
predicación por sobre otros, pero no por ello debemos someter a la gente
a comer siempre lo mismo. Es importante tener una dieta variada y
balanceada, no sólo por motivos de gusto, sino de salud,
La
Biblia nos presenta cientos y cientos de temas que pueden ser
predicados con objetivos diversos. El Dr. James D. Crane, en su libro
"El sermón eficaz", menciona seis propósitos generales:
·El propósito evangelístico (apunta a conversiones)
·El propósito doctrinal (apunta a enseñar doctrina)
·El propósito de devoción (apunta a la adoración total)
·El propósito de consagración (apunta a la dedicación)
·El propósito ético (apunta a la santidad de vida diaria)
·Y el propósito de dar aliento (apunta a fortalecer)
Charles Spurgeon, refiriéndose a las escogencia de los temas a predicar, dice:
"Téngase pues por sentado que todos nosotros
estamos persuadidos de la importancia de predicar
no sólo la verdad, sino la verdad que sea más a propósito
para cada ocasión particular. Debemos esforzarnos
en presentar siempre los asuntos que mejor cuadren
con las necesidades de nuestro pueblo."
Debe
evitarse siempre el peligro de aprovechar un sermón para hacer
anuncios, para enviar indirectas a una persona, para responder a
agravios o lanzar ataques. Si algo hay que informar, debe hacerse en
otro momento, y si algo hay que decirle a alguien, entonces es mejor
llamarle aparte y decírselo, pero no hacer uso de la prédica para tales
fines.
Sobre este particular añade Spurgeon:
"No permitamos que nuestra predicación directa
y fiel degenere en regaños a la congregación.
Algunos llaman al púlpito ´´Castillo de los Cobardes´´,
y tal nombre es muy propio en algunos casos,
especialmente cuando los necios suben a él e insultan
impúdicamente a sus oyentes, exponiendo al escarnio
público sus faltas o flaquezas de carácter."
Un
buen predicador debe afinar su oído espiritual para que el Espíritu
Santo le guíe en la escogencia de sus mensajes. Además de ello, debe
estar atento a las necesidades particulares de su auditorio, pues así
sabrá cuál es la dieta más recomendable en materia de comida espiritual.
Una dama decía con humor acerca de su pastor: "En semana es invisible, y el domingo... incomprensible". Otra señora hacía también su aporte jocoso y refería sobre el ir a consejería con su pastor: "Es como exponer su asunto en público, pues su caso será usado como ilustración en el próximo sermón".
Entonces,
ni fastidie ni desnutra a su auditorio sirviendo la misma comida de
siempre. La Biblia es como un arpa con mil cuerdas, de modo que hágase
un favor a usted mismo y tenga compasión de sus oyentes, anímese a tocar
otras melodías, no sea tan repetitivo.
8. INTENTE SER UN HUMANO, NO UN EXTRATERRESTRE
Es
aceptable que el pararse frente a un público para hablar media hora
como vocero de Dios nos imponga un cierto temor reverente, pero no por
ello debemos dar lugar ni al pánico ni a la excesiva confianza.
El
pánico nos amarrará de pies y manos y nos tapará la boca. Nos hará
unos torpes sin remedio. Derramaremos el vaso de agua sobre nuestras
notas, nos tropezaremos con el cable del micrófono, se nos borrarán los
versículos de la Biblia y se nos aflautará la voz. Y para rematar, el
auditorio se sentirá más incómodo que nosotros mismos viéndonos en ese
sufrimiento.
La excesiva confianza nos podrá llevar a extremos como la pedantería, la comicidad, el irrespeto, el desorden o inelegancia.
El
temor de predicar las primeras veces es normal, pues el enfrentar una
experiencia nueva y el sentir la responsabilidad de no defraudar ni a
Dios ni a la concurrencia pesa bastante.
Pero
definitivamente, lo que más pesa sobre nuestros hombros es el
egocentrismo, la concentración en nosotros mismos. Preocuparme tanto por
mi voz, por mi expresión, por mis movimientos, por mi vestuario, por mi
peinado, por mi.. y mi... y mi... me tensiona demasiado.
Debo
relajarme y enfocar mi atención primeramente en Dios, para tener plena
conciencia de que él me está usando como canal de comunicación con el
auditorio. Y en segundo lugar, debo enfocarme en el público, quien me
está mirando, no tanto para evaluarme, sino para recibir el pan
espiritual que Dios les quiere dar y que ellos necesitan para no morir
de hambre.
Es
un acto egoísta ver a tantas ovejas hambrientas esperando recibir comida
de nuestra mano y nosotros estar sosteniendo un espejo con esa misma
mano para ver cómo está nuestra apariencia. Quitemos la mirada de
nosotros mismos y miremos al Dios de las ovejas y a las ovejas de Dios.
Por
supuesto que después, con cabeza fría y tranquilidad suficiente, habrá
un tiempo para evaluar nuestro sermón, para corregirnos, ayudados por un
casete de audio o un videocasete, para recibir comentarios y para
disponernos con toda humildad a mejorar cada vez más. La perfección nos
tomará toda la vida, la mediocridad sólo unas horas.
Conviene
aquí recomendar que bajo ningún punto de vista se le ocurra imitar a
otros predicadores, así sean muy buenos o de su completa admiración. A
Dios no le gustan las fotocopias. Dios lo hizo a usted único,
irrepetible.
Es
aceptable que usted vea a otros como un ejemplo, pero no como moldes.
Usted es usted. Usted es único. No hay en el mundo otra persona como
usted. Y por favor, cuando predique... ¡sea usted mismo!
Hay
algunos que en el trayecto entre su asiento y el púlpito parecieran
sufrir una metamorfosis: les cambia la voz, el caminado, los modales, el
acento y los movimientos. El público no puede más que quedar perplejo
observando a un hombre completamente diferente del que saludaron a la
entrada.
No es
conveniente darse esas ínfulas de espiritualidad, ni de aparentar ser
un ángel descendido del cielo, ni pretender haber caído bajo un
misterioso estado de unción. La gente deberá ver en el predicador un ser
humano igual a ellos, con las mismas necesidades y debilidades de los
otros seres humanos, no un extraterrestre.
Cuando
el apóstol Pablo le aconsejó a los corintios mantener el orden en sus
reuniones lo hizo pensando en que debían ser muy espirituales, pero no
por ello desordenados o extravagantes, pues la gente nueva podría pensar
que ellos eran unos locos.
El
verdadero evangelio de Jesucristo, presentado inteligentemente y bajo
la dirección del Espíritu Santo, impacta. Pero una caricatura del mismo
causa burla y ahuyenta para siempre.
Si, pues toda la iglesia se reúne, y todos hablan
en lenguas, y entraran indoctos o incrédulos,
¿No dirán que estáis locos?
Y los espíritus de los profetas están sujetos
a los profetas, porque Dios no es de desorden,
sino de paz, como en todas las iglesias de los santos.
Pero hágase todo decentemente y con orden.
(1 Corintios 14:23, 32, 33, 40 Biblia Textual Reina Valera)
¿Se
puede usted imaginar a Jesús predicando en las riberas del Mar de
Galilea y dando saltos intempestivos de una barca a otra por que el
Espíritu Santo estaba sobre él?
¿O tal vez revoleando su manto de oración para que la gente cayera a tierra mientras él vociferaba su mensaje?
¿O
será posible que lo imaginemos sacudiendo por los hombros a la mujer
samaritana mientras le gritaba a escasos centímetros de su rostro que se
arrepintiera por que ella era una adúltera miserable?
¿O
tal vez cayéndole a puños al endemoniado gadareno para que la legión de
demonios pudiera salir de él mientras le gritaba fuera, fuera, fuera?
Por
supuesto que eso no cabe en la cabeza de nadie. Como tampoco cabe en la
cabeza de nadie que el apóstol Pablo, quien tenía encuentros con seres
angelicales, quien hablaba en lenguas más que cualquiera, y quien
recibía revelaciones fabulosas y hasta fue raptado al tercer cielo, se
pusiera en una reunión a hacer alarde de su espiritualidad y de su
unción.
La
poderosa unción del apóstol Pablo nunca fue una excusa para que el se
volviera un "show-man" o asumiera conductas extravagantes. Él mismo le
enseñó a los corintios que el espíritu del profeta está sujeto al
profeta, de manera que no había disculpas para que alguien perdiera la
cordura y luego dijera que había sido la unción la que lo había puesto
fuera de control.
Acerca de la manera como se comportaba el apóstol Pablo en sus predicaciones la Biblia nos da algunas pistas:
"¿Entonces, qué? Oraré con el espíritu, pero oraré
también con el entendimiento; cantaré con el
espíritu, pero cantaré también con el entendimiento.
Pero en la iglesia prefiero hablar cinco palabras con mi entendimiento, para instruir a otros..."
(1 Corintios 14:15,19 Biblia Textual Reina Valera)
Y sobre su apariencia y predicación Pablo refiere lo que otros comentaban sobre él:
"Pues las cartas, dicen, son pesadas y fuertes;
mas la presencia del cuerpo, débil, y
la palabra menospreciable.
(2 Corintios 10:10 Biblia Textual Reina Valera)
Y la opinión del apóstol sobre él mismo es:
"Que aunque sea tosco en la expresión,
no lo soy en el conocimiento."
(2 Corintios 11:6a Biblia Textual Reina Valera)
Nadie
puede predecir exactamente cómo se va a mover el Espíritu Santo en una
reunión, pero sí se puede ejercer un saludable control del mover del
Espíritu Santo para que éste no sea contristado, para que su poder siga
fluyendo y para que la iglesia del Señor no sea confundida con un
manicomio. El espíritu del profeta está sujeto al profeta.
Y
aunque para algunos la presencia física del apóstol Pablo era débil y
su mensaje sobre Cristo parecía sencillo, no por ello sus sermones
dejaban de ser poderosos, pues eran prédicas con erudición doctrinal y
unción.
Sobre el aspecto del manejo de la voz al predicar, Spurgeon aconsejaba así a sus alumnos:
"No se debe permitir que ocupe el púlpito a un hombre
que no tenga una elocución natural y libre...
Podéis ir a todas partes, a templos o a capillas,
y encontraréis que casi todos nuestros predicadores
tienen un tono santo para los domingos.
Tienen una voz para la sala y el dormitorio,
y otra muy distinta para el púlpito...
Muchos hombres al subir al púlpito, se despojan
de toda su personalidad, y se hacen tan rutineros
como el bedel de la parroquia...
Que cada hombre tiene su propio modo de hablar,
y que habla de la misma manera fuera del
púlpito, que dentro de él....
Evitad una cantidad exagerada de sonidos altos.
No hagáis doler a vuestros oyentes la cabeza,
cuando lo conveniente sería hacer que les doliera
el corazón... Observad cuidadosamente la costumbre
de variar la fuerza de vuestra voz...
Lo que se necesita no es golpear el piano,
sino tocar diestramente las debidas teclas.
Estaréis por consiguiente en entera libertad para
bajar la voz con frecuencia, y así daréis descanso
al oído de vuestro auditorio, como a
vuestros propios pulmones."
El
conocimiento y la unción de Dios no vienen sobre usted para que parezca
un ser de otro mundo, sino para que sea un simple vaso de barro al que
Dios se digna usar por su gracia.
Entonces,
cuando vaya a predicar, cerciórese de parecer un ser humano con el que
la gente se pueda identificar, no un extraterrestre.
9. CONSUMIDO POR EL FUEGO, ASÍ SE PREDICA
Este será el punto más corto de todos, pues la enseñanza es breve y contundente, no hay que explicarla mucho.Debe predicar no el que quiere predicar o puede predicar, sino el que Dios llamó a predicar. Y si Dios lo llamó, tranquilo, cuando Dios llama, Dios capacita y unge.
¿Cómo saber si Dios me llamó a predicar? Hay muchas formas de saberlo, pero la mejor manera es sintiendo que si no predica, se muere. El fuego que Dios pondrá en su espíritu por hablar su palabra será tan fuerte que sino habla, se muere. Las ocasiones, circunstancias y lugares... llegarán en su momento, ¡tranquilo!
10. AMÁRRESE LA LENGUA
La
boca del predicador debe ser como un horno encendido, abrirse poco para
que el fuego no se pierda. Si hablar bien es una virtud, aprender a
callar también lo es. Aún los melómanos más consumados necesitan apagar
sus estéreos en algunos momentos para poder escuchar la dulce melodía
del silencio.
El
libro de Proverbios en la Biblia está lleno de consejos sobre el hablar
poco, sobre el saber callar, sobre el no pecar siendo un deslenguado:
"En
las muchas palabras no falta pecado; Mas el que refrena sus labios es
prudente... Aún el necio, cuando calla, es contado por sabio; El que
cierra sus labios es entendido."
(Proverbios 10:19; 17:28 Biblia Reina Valera 1960)
Quién dijo que la espiritualidad de un mensaje se mide por el tiempo de duración. A aquellos que les gusta abusar del tiempo de sus oyentes, con frecuencia se excusan diciendo que el Espíritu Santo se estaba moviendo y que no podía ser frenado.
Valdría
la pena que quienes se escudan de esta manera escucharan las
grabaciones de sus mensajes, luego los transcribieran, los editaran y
los pasaran en limpio. Notarían entonces que la lectura en voz alta de
esos sermones ya corregidos duraría una cuarta parte de lo que duró
originalmente.
"¡Ah!, pero nadie habla como escribe",
dirán algunos. Es verdad, y por ello son muchos los predicadores que
escriben sus sermones y luego los leen con tal naturalidad que parecen
improvisándolos.
"Pero los que leen sus sermones son los predicadores de iglesias dormidas y sus mensajes no tienen unción",
podrán argüir otros, pero tal opinión carece de fundamento, pues
grandes predicadores de todos los tiempos han tenido la costumbre de
verter sus mensajes en el papel y luego comunicarlos a la concurrencia.
Aún el reconocido pastor pentecostal de origen surcoreano David Cho
tiene ese método.
De
todas maneras, aunque usted se resista a escribir sus sermones y luego
leerlos, de lo cual me hago partidario, no por ello debe ser
desordenado, abusar del tiempo de sus oyentes y luego inculpar al
Espíritu Santo por sus fallas.
Vale
más predicar 20 minutos un mensaje lleno del poder del Espíritu Santo,
que mortificar a un auditorio con un discurso de dos horas. Intente
usted sentarse durante media hora en una silla mirando fijamente un
cuadro en la pared. No se mueva mucho, no hable, no tosa, no cruce las
piernas y no se duerma.
¿Entiende
ahora cómo se siente una persona que viene por su propia voluntad a
escucharle, tal vez llegando desde muy lejos, invirtiendo tiempo y
dinero, sólo para prestarle toda su atención mientras permanece sentado,
callado y casi inmóvil?
Crea
que cuando Pablo dijo en 2 Timoteo 4:3 que vendría tiempo cuando las
personas no sufrirían la sana doctrina, no se estaba refiriendo
precisamente al suplicio al que muchos predicadores someten a sus
oyentes, sino al vigilar la sana doctrina.
De
veras que hay muchos cristianos respetuosos y hasta estoicos en sus
sufrimientos, pues son pocos los hombres y mujeres que preciándose de
espirituales toman sus niños, sus Biblias, sus carteras, se levantan y
se van a mitad de una predicación. Aunque si lo hicieran habría que
entenderlos compasivamente.
No
se crea el mito de que un sermón ungido debe ser largo. Pudiera serlo,
por supuesto, pero como un hecho extraordinario, no ordinario, y aún a
riesgo de que uno de sus oyentes se pueda dormir y caer por una ventana y
morir, como le sucedió a Pablo en Hechos 20:7-12.
En
esa ocasión el apóstol predicó desde la reunión del domingo hasta el
alba del lunes, pero a medianoche debió interrumpir el sermón para
resucitar a uno de sus oyentes, a Eutico, y para comer el pan. Además,
esa ocasión era sumamente especial, fue una reunión que se convirtió en
vigilia, pues tal vez sería la última oportunidad en que los de Troas
verían, escucharían y abrazarían a Pablo, su padre espiritual.
Aprenda
de las buenas orquestas. Después de una magistral intervención no se
sigue nada, sólo el silencio. Ese es un momento en que ningún
instrumento se puede escuchar. Aún los violines se bajan suavemente del
hombro para que no tropiecen con el atril, pues lo que se sigue es el
veredicto del público, su aplauso o su silencio.
En
el caso del predicador no hay veredicto de aplauso, lo que se sigue
corre por cuenta del Espíritu Santo, y eso no siempre se ve en el mismo
momento.
Hay
sermones que dan su fruto en el acto. Otros durante la semana. Y otros,
varios años después. Y el fruto es uno de gran calidad, que produce
cambios en las vidas de las personas. Son sermones que penetraron al
corazón de los oyentes, modificaron sus formas de pensar y cambiaron sus
estilos de vida.
Son
muchas las reuniones cristianas donde la gente llora, ríe, cae al
suelo, habla en lenguas, profetiza y vive toda clase de experiencias
carismáticas, extáticas, pero media hora después salen de esas mismas
reuniones para seguir viviendo vidas iguales o peores.
Muy acertada resulta en esos casos la canción "Cristianos" del cantautor español Marcos Vidal:
"¿Qué te pasa iglesia amada que no reaccionas, sólo a veces te emocionas y no acabas de cambiar?"
Es importante entonces para ser un buen pescador, pensar como pez. Y para ser un buen predicador, pensar como oyente.
Póngase
en los zapatos de los demás. Hable poco y hable bien. Aprenda a cerrar
la boca, y en casos extremos, refrénese mordiéndose la lengua, pues es
mejor que le duela dentro de la boca y no que torture a los demás por
fuera de ella.
Pero
el saber callar no sólo tiene que ver con la duración de los sermones,
sino también con la frecuencia de ellos. Es importante que aprenda
cuándo predicar y cuándo escuchar.
Cuándo hablar y cuando callar.
Nunca
se crea la falacia de que es un sabelotodo y un predicador estrella, un
hombre al que la gente espera expectante que abra su boca para sentarse
a escucharlo. Desista de su intención de ser aclamado en muchos países y
solicitado en muchos púlpitos. Entienda que usted no se las sabe todas,
y que sólo habla lo que Dios dice que hable.
No
se deje tentar por un éxito pasajero. Cuando un auditorio ha escuchado
un buen sermón siempre pide más, pero hay que saber cuando callar.
Por
muy solicitado que se esté hay que ser prudente con las invitaciones,
pues por culpa de una agenda congestionada podemos servir comida de mala
calidad y mal preparada.
La
gente que un día fue bendecida con un sermón nuestro no se alcanza ni a
imaginar que dicha exposición bíblica se hizo posible gracias al fruto
de años de estudio, de oración constante, de experiencias propias y
ajenas y de decenas de veces que ese mismo mensaje se ha expuesto en
público y en privado hasta irlo mejorando. Las personas tal vez puedan
pensar que somos una especie rara que en cuestión de horas podemos
preparar otro sermón tan bueno o mejor que el primero.
Hay
que callar cuando Dios dice que hay que callar y hay que hablar cuando
Dios dice que hay que hablar. Permita que sea Dios quien le use, no
pretenda usted usar a Dios. Deje que el Señor ponga sus palabras en su
boca. El mismo Espíritu Santo que está obrando en usted para que hable,
es el mismo Espíritu Santo que está obrando en el oyente para que
escuche.
Usted
haga su parte y deje que el Espíritu Santo haga la suya. Sabido es que
el Espíritu Santo hará su parte muy bien, de modo que asegúrese de hacer
la suya de igual manera, ¿cómo? Hablando la verdad, con conocimiento,
con una excelente preparación, con respeto por el mensaje, con respeto
por la audiencia, con convicción, con autoridad, con sabiduría, con
creatividad y con mucho amor, y esto sólo se pueda lograr habiendo sido
llamado por Dios y contando con la guía del Espíritu Santo.
Resumamos el acróstico hecho con la palabra "homilética" y el cual contiene 10 rápidos consejos para ser un buen predicador:
1. Hamburguesas no, filetes sí.
2. Oportunidades no son motivos.
3. Mire el bote antes de tirarse al mar.
4. Insista en viajar con mapa.
5. La sazón y la buena mesa son claves.
6. Entretener no es edificar, pero la edificación debe ser entretenida.
7. Toque otras melodías, no sea repetitivo.
8. Intente ser un humano, no un extraterrestre.
9. Consumido por el fuego, así se predica.
10. Amárrese la lengua.