Lamento la manera negativa en que se trata este tema. Creo que la mayoría de nosotros tenemos suficiente sentido común para abordar el tema a nosotros mismos, y por lo tanto, concluir que este ensayo expondrá las debilidades de nuestro ministerio de predicar. Yo hubiera deseado que el título fuera un poco más positivo. Quizás hubiera sido más adecuado, ‘Consejos para mejorar la predicación contemporánea.’ Sin embargo, este es el tema que me ha sido asignado, así que procuraré a investigarlo dentro de su propio marco.
A manera de introducción, déjeme decir algo acerca de las fuentes de mi observación. Uno tendría que ser omnisciente para ser capaz de pronunciar declaraciones finales y absolutamente precisos, acerca de lo que está fallando en la predicación de hoy en día. También, demandaría que uno se expusiera a toda predicación, que se hubiera investido con dones infalibles de análisis, y que en base de ello, hiciera pomposos y oficiales pronunciamientos. Obviamente, no reclamo ninguna de estas cosas. Por lo tanto, no obstante las fuentes de mi información pueden ser limitadas, confío en que las observaciones hechas serán válidas. He tenido el privilegio de ocupar cinco años de mi vocación en un ministerio itinerante de tiempo completo en el cual prediqué a grandes secciones del espectro de vida evangélica en los Estados Unidos y Canadá. Durante los siguientes seis años como pastor, he ministrado en un gran número de iglesias y conferencias de varias denominaciones. La base para mis comentarios son las cosas que he visto y oído en estos respectivos ministerios.
También, debo decir algo acerca de la norma de evaluación. Se juzga una cosa como buena o mala en los términos de su aproximación a una norma absoluta. Por supuesto, en la esfera de lo que es bueno o eficaz en la predicación, no hay una norma comprensiva y única. No obstante, creo que podemos tomar de las Escrituras una norma precisa de lo que es la buena predicación, a través de examinar la predicación de los profetas, de los apóstoles, y de nuestro Señor Jesucristo. Otra base de evaluación se puede encontrar en la vida, el ministerio y los sermones de los grandes predicadores de las épocas pasadas. Cuando uso el término ‘grandes predicadores’, no estoy hablando de los hombres que son reconocidos principalmente por su habilidad para embellecer la verdad de Dios con grandes efectos retóricos, o de hombres que son reconocidos por su habilidad en el arte de la elocuencia. Más bien, me refiero a hombres que fueron instrumentos de Dios para dirigir y llevar a otros a El. En esta categoría yo pondría a hombres tales como Whitefield, McCheyne, Spurgeon, Edwards, Baxter y Bunyan. Usando sus sermones y el efecto de sus ministerios como una norma básica, espero que podremos hacer algunas comparaciones válidas entre sus ministerios y los ministerios de hoy en día. De este modo, podamos ver la gran escasez de buena predicación en nuestros días, así como descubrir algunas de las causas de esta deplorable situación.
Entonces ¿cómo abordaremos este amplio propósito? Yo sugiero que todas las fallas en la predicación de hoy radican básicamente en dos áreas: El hombre que predica y el mensaje que él entrega. No nos atrevemos a separar estas dos cosas, el hombre y su mensaje, porque hay una unidad profunda entre el hombre y el mensaje en la obra de la predicación. Consideraremos lo que está fallando con la predicación hoy en día, primero en los términos del hombre que predica, y luego en los términos del mensaje que se comunica.
EL HOMBRE QUE PREDICA
Así pues, considerémonos primero este asunto de las fallas en la predicación, en los términos del hombre que predica. Al principio, quiero establecer un principio patente de la Escritura, y luego lo aplicaré en varias áreas específicas. El principio es éste: Para que no degrademos la predicación al mero arte de la elocuencia, nunca debemos olvidar que la base en que la predicación poderosa surge es la propia vida del predicador. Eso es lo que distingue la predicación de cualquier otro arte de la comunicación. Por ejemplo, una actriz famosa puede destacarse por su inmoralidad escandalosa, viviendo como una ramera común. Y aún así, ella puede entrar al teatro cada miércoles a las 20:00 hrs, y actuar en el papel de Juana de Arco de una manera tal, que llevara a toda a la audiencia hasta las lágrimas. La manera en que ella vive no tendrá relación directa con el desempeño de su papel profesional. Un protagonista, igualmente libertino en su vida personal, puede presentarse en el mismo teatro y actuar el papel de Martín Lutero de una manera tal, que escalofríos recorrieran nuestra espina dorsal, y saliéramos determinados a ser mejores hombres y mejores predicadores. Sin embargo, otra vez, puede no haber una relación directa entre la conducta del actor antes de subir al escenario, y su actuación subsecuente.
Se admite pronto que las Escrituras enseñan que hay tiempos cuando aparecen hombres bien dotados para el ministerio, pero que están desprovistos de la gracia salvadora (vea Mat. 7:21–23). La historia de la iglesia también relata los hechos de hombres que fueron usados en la soberanía de Dios, en el desempeño de dones ministeriales, y al fin manifestaron que estaban desprovistos de gracia santificante. No obstante, yo creo que este problema particular de engaño se encontrará principalmente en aquellos ministerios donde los ministros no moran entre sus oyentes el tiempo suficiente para afectar su ministerio por el bien o el mal de su vida personal. Por lo tanto, limitando este principio al contexto de la predicación del pastor, yo creo que es una regla válida (con algunas pocas excepciones), que la predicación poderosa está arraigada en la tierra de la vida del predicador. Se ha dicho que ‘la vida del ministro es la vida de su ministerio.’ Si la predicación es la comunicación de la verdad a través de instrumentos humanos, entonces la verdad así comunicada se puede aumentar o disminuir en su poder para efectuar cambios espirituales, por la vida que la transmite. El secreto del poder de la predicación de Whitefield, McCheyne y de otros hombres que ya he mencionado se encuentra principalmente, no en el contenido de sus sermones o en la manera en que ellos lo predicaban; más bien, la clave se encontraba en sus vidas. Sus vidas estaban llenas de poder y vivían en tal comunión con Dios, que la verdad llegó a ser un principio viviente porque fue transmitida por tales vasos. Sus vidas ungidas fueron la tierra donde creció su ministerio igual. Este principio es particularmente válido en la vida del pastor residente. Entre más que ustedes y yo seamos conocidos por nuestra gente, nuestra influencia crecerá o disminuirá de acuerdo con el tenor de nuestras vidas.
A fin de ilustrar este principio con la Palabra de Dios, permítame presentar varios pasajes para su consideración, no a la manera de una exposición detallada, sino entendiendo la idea predominante de cada pasaje. Escribiendo a la iglesia de Tesalónica, la cual él tuvo el privilegio de fundar a través de su ministerio entre ellos, Pablo dice: “Porque conocemos, hermanos amados de Dios, vuestra elección; pues nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre, como bien sabéis cuáles fuimos entre vosotros por amor de vosotros” (1 Tes. 1:4–5). El establece una relación directa entre el evangelio viniendo en poder, y en el Espíritu Santo y en plena certidumbre, con la clase de hombre que lo predicaba. Encontramos la misma enseñanza presentada en el capítulo dos de la misma carta, donde Pablo dice en el versículo diez: “Vosotros sois testigos, y Dios también, de cuán santa, justa e irreprensiblemente nos comportamos con vosotros los creyentes.” Luego en el versículo trece, él dice: “Por lo cual, también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes.” Hay una relación vital entre estas dos cosas. Por un lado él dice, “Ustedes saben cómo nos comportamos,” y por el otro, “Nosotros sabemos cómo recibieron la palabra.” Estas dos cosas no pueden divorciarse. Pablo y sus compañeros se presentaron como modelos vivos del poder de la Palabra de Dios incorporado en sus conducta y de este modo, cuando predicaron la Palabra, ésta vino con autoridad a sus oyentes. Fíjese que el apóstol no está renuente de usar su testimonio vivo como una prueba de la validez de su ministerio de predicación.
En Tito capítulo dos hay instrucciones detalladas sobre lo que él debería predicar y enseñar. Pablo le mandaba en el versículo siete, “Presentándote tú en todo como ejemplo de buenas obras.” En otras palabras, como ministros de Dios, no solamente hemos de proclamar la sana doctrina por precepto, sino que debemos encarnar esta misma doctrina por la sana conducta. Luego también, hay el pasaje clásico de 1 Tim. 4:16: “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello; pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren.” En otras palabras Pablo está diciendo, “Timoteo, el descuido de tu propia vida personal resultará en alguna medida, en el mal desempeño de tu responsabilidad para con las almas, con las cuales el Espíritu Santo te ha encargado como pastor. Fallar en tener cuidado de ti mismo, en alguna medida resultará en fallas para ver el propósito salvador de Dios, forjándose en el corazón de aquellos a quienes tú ministras.” Hago estos comentarios como uno que cree sin reservas en la postura de Pablo tocante a la inmutabilidad del consejo de Dios y la certeza de la salvación de todos sus elegidos. No obstante, no debemos quitar de este pasaje en 1 Timoteo las obvias implicaciones: que Timoteo no podría ser el instrumento de Dios que él debería ser, a menos que tuviera cuidado de sí mismo y luego de su enseñanza.
Es interesante que en consideración de los requisitos para el pastorado, se señala en 1 Timoteo 3:1 y en Tito 1:6, que el primer requisito para todo aquel que aspira al ministerio no es doctrinal, sino experimental. “Si alguno anhela obispado, buena obra desea. Pero es necesario que el obispo sea …” ¿Y cuál es la primera palabra?—“Irreprensible”. El aspirante debe ser un hombre conocido por su piedad constante y práctica. En el pasaje que se encuentra en Tito, la última parte habla de uno de los requisitos como “retenedor de la Palabra fiel” (vers. 9). No obstante, el primer requisito señalado se encuentra en la esfera de la vida del ministro. ¿Porqué? Por la mera razón de que Pablo vivía y ministraba con esta misma convicción, que la vida del ministro era la vida misma del ministerio.
Yo creo que estos pasajes son suficientes para enunciar el principio, aunque muchos más se podrían citar para establecer este punto en particular. No me sorprende que la predicación haya caído en días malos cuando las prioridades para esta obra ministerial se han echado a un lado. En los concilios de ordenación, los hombres son interrogados por horas en minuciosos puntos teológicos con el intento de descubrir sus habilidades para refutar herejías, mientras que rara vez alguno es cuestionado en relación con sus avances en la piedad personal y familiar, factores que el apóstol Pablo colocó en primer lugar en la lista de requisitos para el ministerio.
VIDA DEVOCIONAL PERSONAL
Por la observación personal de mi propia debilidad y la debilidad de mis hermanos en el ministerio, me veo forzado a concluir que la predicación de hoy en día es defectuosa debido a que fallamos en velar varias áreas. En primer lugar, me refiero al área de nuestra vida personal de devoción. En el principio, dije que algunas de estas conclusiones fueron basadas en mis observaciones como un ministro itinerante, mientras iba de iglesia en iglesia. Uno de los descubrimientos más inquietantes hechos durante este tiempo fue el hecho de que muy pocos ministros tienen hábitos devocionales personales y sistemáticos. Era mi práctica reunirme con el pastor anfitrión para orar y compartir asuntos comunes de interés y preocupación. Cuando finalmente pudimos quitarnos la mala fachada del profesionalismo, y comenzamos a ser honestos con el Señor y entre nosotros, confesando nuestros pecados uno al otro y orando uno por otro, entonces la confesión sacó a la luz una y otra vez que la Palabra de Dios había dejado de ser un Libro Viviente de compañerismo devocional con Cristo, para convertirse en manual oficial para la administración de deberes profesionales. ¿Resulta sorprendente que el ministerio de tales hombres sea marcado por el desequilibrio doctrinal? ¿Resulta sorprendente que haya tanta frialdad en sus corazones? ¿Resulta sorprendente que haya muy poca aplicación personal y penetrante de las Escrituras, cuando la gran mayoría de predicadores contemporáneos admiten que no se exponen sistemáticamente a sí mismos a la Palabra de Dios, con el fin de tener la iluminación y santificación personal?
En 2 Timoteo 3, un capítulo al cual nos referimos frecuentemente cuando estamos demostrando la verdad de la inspiración y la autoridad de las Escrituras, hay una palabra dicha a nosotros como siervos de Dios que es muy penetrante. El apóstol Pablo dice a Timoteo en el versículo 15, “que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras”. Y luego encontramos su primera función, “las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús.” Pablo dice, “Ellas te han conducido a la fe en Cristo Jesús y a la salvación que está en El; pero Timoteo, ésta no es la única función de las Escrituras.” “Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar (doctrina), para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.” Fíjese que explícitamente se establece que las Inspiradas Escrituras son para el perfeccionamiento y maduración del Hombre de Dios. En otras palabras, la totalidad de la revelación divina debería tener, como la función principal para los siervos de Dios, un efecto santificador en su vida personal. Ningún predicador está equipado para predicar simplemente porque tiene el don para analizar un texto y posee la capacidad para explicarlo con su boca. Si la palabra que él propone predicar a otros no ha sido primeramente el instrumento para su propia instrucción en justicia para su santificación, entonces no está preparado para declararla a otros.
Así es la función de la Palabra de Dios en la vida del predicador, y siempre debe ser primaria. Aun siendo predicadores usted y yo, primero que todo, somos creyentes y en segundo lugar, ministros cristianos. Y este orden nunca se debe invertir. Usted y yo debemos de cuidar de nosotros mismos y luego, y solo hasta entonces, de nuestra doctrina. Hemos de salvarnos primeramente a nosotros mismos, y luego a todos aquellos que nos oyen. Jeremías declaró: “Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón” (Jer. 15:16). Tristemente muchas veces tenemos que confesar: “Fueron halladas tus palabras y yo las examiné, y tales palabras fueron para mí, la forma y sustancia del sermón en mi mente”. En contraste, el profeta llorón podía decir, “Fueron halladas tus palabras y yo las asimilé personalmente para mí mismo, y experimenté su estimulante poder en mi propia vida”. Es precisamente lo que Pablo está diciendo a Timoteo: “Deja que la Palabra te enseñe. Obten tu instrucción doctrinal sobre tus rodillas y con las Escrituras abiertas. Solamente así los principios de la verdad vendrán a ser no meramente proposiciones frías que descansen en la superficie de tu mente, sino verdades vivientes y patentes, herradas en las fibras interiores de tu corazón. Deja que la Palabra te enseñe, Timoteo. Deja que ella te regañe. Deja que ella te discipline y te corrija. Deja que ella te instruya en el camino de la santidad, para que puedas estar completamente preparado para toda buena obra.”
Mi propio corazón se siente sacudido una y otra vez cuando pienso en las palabras de nuestro Señor a los efesios, en el capítulo 2 de Apocalipsis. Primero, El les da una palabra de elogio: habla de su bien doctrinal y de su fidelidad en el desempeño de la disciplina. Mas en seguida El dice: “Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido” (Apo. 2:4–5). Sus mentes sostenían la doctrina correcta; ocuparon bien sus manos en el servicio, pero sus corazones se habían vuelto fríos en sus afectos. El Señor Jesús les dijo que ciertamente mantener una doctrina correcta en sus mentes, así como el sufrimiento y el trabajo por su nombre eran necesarios para un testimonio efectivo, pero que el mantener un corazón ardiente y amante era también una indisputable necesidad. Nada les faltaba en la mente o en las obras. El defecto estaba en el corazón, y el Señor Jesús trataba este asunto diciéndoles, “A menos que esto sea corregido, Yo vendré y quitaré el candelero de su lugar.”
A la luz de estos pasajes de la Palabra de Dios, se puede ver claramente la indispensable necesidad de mantener una vida personal de devoción por parte de cada ministro. Dios ha ordenado que por este medio efectuamos el constante cultivo de nuestros corazones. Para nosotros la Palabra de Dios debe ser un libro en el que nos deleitemos, primeramente porque allí podemos ver el rostro del Dios que amamos, y que nos ha reconciliado consigo mismo a través de Cristo Jesús. Deberíamos leer sus páginas detenidamente y con gran entusiasmo, porque anhelamos conocer Su voluntad y adorar Su persona. Deberíamos hallarnos frecuentemente y por mucho tiempo escudriñando las páginas de las Santas Escrituras porque anhelamos servirle, y porque deseamos en todo lo que hacemos y lo que somos, ser moldeados y conformados con la Palabra viva del Dios viviente.
LA ORACION SECRETA
La predicación ha caído en un mal tiempo, no solo debido a la falla de los ministros en la aplicación personal de la Palabra de Dios, sino también a la falla en el asunto de la oración privada. En el libro de “Discursos A Mis Estudiantes”, un libro que trato de leer periódicamente, Spurgeon dice:
‘Apenas me parece necesario recomendaros los gratos usos de la oración privada, y sin embargo, no puedo dejar de hacerlo. Para vosotros, como embajadores de Dios, el trono de la gracia tiene una virtud inestimable, mientras más conozcáis la corte celestial, mejor desempeñaréis vuestra misión celestial. Entre todas las influencias formativas que tienden a hacer a un hombre favorecido de Dios en el ministerio, no conozco ninguna más eficaz que su familiaridad con el trono de la gracia. Todo lo que un curso universitario puede hacer por un alumno es rudimentario y externo, comparado con el culto espiritual y delicado obtenido a través de la comunión con Dios. Mientras el ministro no formado está girando en la rueda de la preparación, la oración es el instrumento del gran alfarero, por medio de la cual El moldea la vasija. Todas nuestras bibliotecas y cuartos de estudio son vacíos, en comparación con el aposento secreto. Es allí donde crecemos, donde nos hacemos fuertes y donde prevalecemos, en la oración secreta.’
‘La oración os auxiliará de un modo singular en la predicación de vuestro sermón; ninguna otra cosa puede poneros tan gloriosamente en aptitud de predicar, como acabando de descender fresco del monte de la comunión con Dios, habláis con los hombres. Nadie está tan preparado para hablar a los hombres, como quien ha estado luchando con Dios en favor de ellos. De Joseph Alleine se dice: “Derramaba su corazón en la oración y en la predicación. Sus súplicas y exhortaciones eran tan amorosas, tan llenas de santo celo, de vida y de vigor, que sus oyentes eran completamente vencidos por ellas. Se enternecía tanto por ellos, que deshelaba, ablandaba y a veces derretía los corazones más endurecidos.” De la manera humana, la oración no os hará más elocuentes, pero os hará elocuentes en verdad, porque hablaréis desde el corazón. ¿Y acaso no es este el verdadero significado de la palabra elocuencia? La oración hará descender fuego del cielo sobre vuestros sacrificios, haciéndolos de este modo aceptables al Señor.’
‘Así como durante la preparación del sermón, con frecuencia brotan abundantes pensamientos en respuesta a nuestras oraciones, así también pasará durante la predicación. Muchos de los predicadores que dependen continuamente del Espíritu de Dios testificarán que sus mejores y más vivos pensamientos no son los que fueron premeditados, sino los que venían a ellos como traídos por alas de ángeles; eran tesoros inesperados traídos repentinamente por manos celestiales, eran como semillas de las flores del paraíso arrastradas por el viento, provenientes de los montes de mirra.’
Cuando los rayos divinos vienen sobre los siervos de Dios, todas sus facultades mentales son aumentadas, su poder de expresión y su capacidad de sentir la verdad de Dios son incrementados más allá de su capacidad natural. Cuando es vestido por el Espíritu, se convierte en otro hombre. El Espíritu en una manera que resulta un misterio para nosotros, es derramado en respuesta a la oración. La promesa de nuestro Señor nunca se ha negado: “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (Luc. 11:13). Como Pablo declara en Filipenses 1:19: “Porque sé que por vuestra oración y la suministración del Espíritu de Jesucristo, esto resultará en mi liberación”. Es en el contexto de la oración secreta que las verdades eternas, a las cuales damos constante asentimiento mental, se convierten en realidades vivientes.
Encuentro que a menudo (y esto es a la vez una confesión y una exhortación) mis propias palabras me regañan cuando predico, y puedo decir la palabra “infierno” sin sentir el horror de este lugar al mismo tiempo; cuando puedo hablar del cielo sin ser calentado por sus rayos santos, a la luz de que ese es el lugar que mi Señor Jesucristo está preparando para mí. Veo que no hay respuesta para este problema, sino el meditar largamente sobre los pasajes que hablan de estas realidades espirituales, y pedir a Dios el Espíritu Santo que se hagan arder dentro de mi corazón. Ruego a Dios que haga real para mí el hecho de que muchas de las personas que veo a mi alrededor podrían oír estas terribles palabras: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno” (Mat. 25:41). Debo rogar a Dios que haga real para mí el hecho de que muchas de las gentes cuyas voces me dicen, “Gracias, pastor, por su sermón,” podrán ser las mismas que un día en forma totalmente diferente, estarán llorando y gimiendo en la condenación. Debo pedir a Dios que me ayude a creer estas cosas, que me ayude a predicarlas de tal manera que otros conozcan que yo verdaderamente creo en ellas. La verdad que ardía e hizo impacto en el día domingo, puede ser hielo frío para el lunes. La verdad que ardía e impresionaba en la preparación del sábado, puede quedarse sin vida para el domingo. La verdad recibida en el crisol de la oración, solo se puede mantener con su calor cuando se entrega en la misma manera. Si yo leo correctamente las biografías de los grandes hombres de Dios, encuentro que éste fue su unánime testimonio. Todos están de acuerdo en declarar que si hubo alguna clave en sus ministerios, fue ésta: el hombre mismo, el hombre cultivando su vida interior en la presencia de Dios. Por lo tanto, en este tema que hemos considerado acerca de lo que está mal en la predicación de hoy en día, yo pongo a su consideración que ésta es la raíz del problema.
¿Cómo podrían jamás los hombres enseñar algunas de las cosas que enseñan en el nombre de la ortodoxia, si ellos realmente estuvieran sobre sus rodillas escudriñando las Escrituras? No, ellos no se han puesto de rodillas a escudriñar las Escrituras, y por lo tanto simplemente parlotean lo que sus contemporáneos han dicho. ¿Cómo podemos nosotros, si decimos creer en las doctrinas bíblicas, hablar de ellas en una manera tan superficial, si estamos recibiendo estas verdades de Dios en el contexto de una comunión viva con El? Hablaremos de ellas con el brillo y el fuego celestial sobre nuestras almas, si estamos recibiéndolas en el fulgor de Su presencia. Por lo tanto, el problema de la predicación hoy en día se encuentra en el hombre que predica, en primer lugar en el área de su vida de devoción personal.
PIEDAD PRACTICA
Otra área de falla en el hombre, es la falta de piedad práctica. El ministerio de muchas iglesias está estorbado terriblemente por la ausencia de la piedad práctica en los ministros. Es significativo que en 1 Timoteo 3, habiendo mencionado que el hombre debe ser irreprensible, Pablo inmediatamente lo aplica en forma específica al líder potencial, a su vida doméstica. “El que fuere irreprensible, marido de una sola mujer, y tenga hijos creyentes que no estén acusados de disolución ni de rebeldía.” (Tito 1:6; 1 Tim. 3:2) “Pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?” (1 Tim. 3:5) Y yo digo, no con censura sino con verdadera preocupación, que el ministerio de muchos púlpitos está siendo negado, debido a la falta de piedad práctica en la vida doméstica. Recientemente, esta situación captó mi atención cuando se le pidió a un ministro que renunciara a su iglesia debido a la lengua incontrolable de su esposa. En esencia, el problema no radicaba en el mensaje del hombre o su ministerio, sino la falla en el gobierno de su propia casa, y en la sujeción de su esposa con respecto a su imprudencia y chisme.
¿Cómo pueden los ministros atreverse a llamar a otros a ser obedientes a la Palabra de Dios, si ellos son desobedientes en este asunto? Dios dice claramente que para calificarse para la posición de obispo, nuestros hogares se deben gobernar bien. Esto no quiere decir que tenemos que ser perfectos en este gobierno; no significa que tengamos el poder para infundir gracia en las almas de nuestros hijos. Pero, si nosotros no demostramos principios claros, y nuestras propias vidas no son lo suficientemente relevantes por su ejemplo piadoso para gobernar nuestros hogares, ¿Cómo podremos gobernar la Casa de Dios? Este es el punto vital. Es mi convicción personal que si un hombre fallara en cumplir con este requisito, no tendría más derecho a permanecer en el ministerio, que si fallara en cumplir cualquiera de los otros requisitos. No estoy juzgando casos individuales, porque ésta es la obra de Dios, pero ciertamente no puede ser de Dios, el hecho de que en una iglesia tras otra, haya púlpitos carentes de poder divino debido a la vida ociosa del ministro, particularmente en los asuntos domésticos.
Otra área de la piedad práctica que contiene un peligro peculiar para el ministro, es el de su lenguaje no profesional. Un querido siervo de Dios me dijo una vez, ‘No puedes ser payaso y profeta al mismo tiempo. Tienes que hacer una elección.’ Espero haber hecho la elección correcta. Esto no significa que dejemos de ser humanos y que sintamos que hay algo pecaminoso en la capacidad natural de reír, y en el estímulo natural que viene de una risa sana. Pero, el esfuerzo especial para ser un “bromista” en nuestra congregación se debe eliminar. La transición de un payaso a un profeta es una metamorfosis muy difícil. Si la seriedad en el contacto normal con nuestra gente no es una marca de nuestras vidas (y me refiero no a la sobriedad fingida sino a la verdadera seriedad) no esperemos entonces que cuando subamos al púlpito, inmediatamente surgirá alguna clase de proceso mágico haciendo que ellos se sienten y tiemblen ante la Palabra de Dios. Creerán que no somos más que actores. Si nunca nos vean tratando los asuntos de la eternidad seriamente en su presencia y en circunstancias “no profesionales” (fuera del púlpito), difícilmente les veremos afectados por la sobriedad de estos asuntos cuando se los comuniquemos ministerialmente. Hermanos, el problema con nuestra predicación es nuestra falla cotidiana en la aplicación de la piedad práctica, lo cual queda manifiesto en nuestra vida doméstica y en nuestro discurso.
Permítanme mencionar otra área de la piedad práctica: el uso de nuestro tiempo. Si usted da ocasión para que su gente le crea perezoso, aunque usted convocara una oración que durara toda la noche para suplicar por el poder en la predicación, esto no surtirá efecto. Si usted da motivos para que su gente le crea perezoso, entonces el respeto que es una parte esencial del poder del púlpito se le acabará. A la luz de que no tenemos que checar una tarjeta de entrada y salida, entonces tenemos que ser hombres de una gran disciplina personal. Quizás haríamos bien en hacer nuestro propio control personal, y guardar un record de cuánto tiempo hemos ocupado en “la oración y el ministerio de la palabra” (Hech. 6:4). También nos hemos vuelto muy hábiles en el impío arte de desperdiciar mucho tiempo en cosas de mínima importancia. Se podría describir este arte como la capacidad de ocuparse en asuntos no esenciales y en trivialidades, de tal manera que nos engañamos a nosotros mismos y a nuestra gente, pensando que estamos muy ocupados en el trabajo del reino de Dios.
LA PUREZA DE NUESTROS MOTIVOS
Cuán frecuentemente cuando he tenido que predicar en algunas iglesias, los pastores han venido (disculpándose debido a que yo creo que se dan cuenta que su cobardía fue manifiesta con lo que dijeron) y dicen, “Bien, hermano, estoy muy contento de que usted se encuentre aquí en esta semana. Hay un par de situaciones las cuales, yo confío en que el Señor le dará libertad para mencionarlas en su predicación. Tenemos algunos jóvenes que se sientan en la hilera del fondo y bromean mucho, y yo nunca les he dicho nada. Quizás usted podría hacerlo. También hay otra situación …” Y así siguen y siguen, expresando asuntos con los cuales ellos saben que deberían tratar, pero que han tenido mucho miedo de abordarlos. Oh, hermanos, ¡cuánto necesitamos la pureza en nuestros motivos, si queremos experimentar poder en el púlpito!
Déjeme sugerirle tres áreas que involucran una motivación apropiada:
Primero y primariamente, el temor de Dios. La mejor definición del temor de Dios que yo conozco, se encuentra en el Comentario de John Brown a la Primera Carta de Pedro, donde se ocupan dieciocho páginas para exponer la pequeña frase “temor de Dios”. El resumen de esta sección en su comentario es que el temor de Dios es una actitud y disposición en la cual uno considera como su meta más importante y su deleite más grande, la sonrisa de Dios, y el fruncimiento de Su ceño como la cosa más temida. Una persona que anda entre los hombres en el temor de Dios, anda como el siervo de los hombres, pero con su mirada puesta en la sonrisa o el fruncimiento de Dios. Es el hombre cuyos motivos son tales que su lengua se soltará para hablar la voluntad de Dios. Dios dijo a Jeremías: “Hábleles todo cuanto te mande; no temas delante de ellos, para que no te haga yo quebrantar delante de ellos … Y pelearán contra ti, pero no te vencerán; porque yo estoy contigo, dice Jehová, para librarte” (Jer. 1:17, 19). Jeremías ya había dicho al Señor, hablando de su llamamiento al oficio profético, “¡Ah! ¡ah, Señor Jehová! He aquí, no sé hablar, porque soy niño.” A lo cual contestó Dios: “No digas: Soy un niño; porque a todo lo que te envíe irás tú, y dirás todo lo que te mande” (Jer. 1:6–7). En otras palabras, Dios estaba diciendo que su llamamiento al oficio profético no era cuestión de experiencia o edad, sino que Dios le llamaba como una vasija que fuera donde El le enviara, y que dijera lo que El le mandara. En 1 Tesalonicenses 2:4 el apóstol Pablo declara: “Sino según fuimos aprobados de Dios para que se nos encargase el evangelio, así hablamos; no como los que agradan a los hombres, sino a Dios, el cual prueba nuestros corazones”. (Versión antigua)
Uno de las claves de la predicación con poder es predicar tal como una persona liberada. Pero ¿liberada de qué? De la trampa del “temor de los hombres”. Usted nunca será libre para ser un instrumento de bendición para su gente, a menos que sea libre de los efectos de su sonrisa y su oprobio. La gente sabe si usted se puede comprar por sus sonrisas o derrotar por su desaprobación. No les requerirá mucho tiempo para saber si usted es o no, una persona afectada por sus juicios. Tal hombre no es un hombre libre en Cristo. La Palabra de Dios declara: “El temor de los hombres pondrá lazo” (Prov. 29:25). Tal temor impedirá su lengua, y así cuando esos rayos de luz espiritual vengan a usted en el púlpito, y haya aplicaciones que sabe aguijonearán y ofenderán a algunos miembros de la congregación, entonces si usted tiene los ojos puestos en el hombre, será incapaz de declarar lo que sabe que debería decirles. Pero cuando es libre de las sonrisas o desaprobación, usted estará en libertad para ser un instrumento de bendición para ellos. Yo afirmo que si se ha de incrementar el poder en el púlpito, entonces debemos volver a la pureza de motivos comprendidos en el temor de Dios.
El segundo motivo de pureza se referirá al amor por la verdad. Somos llamados a declarar todo el consejo de Dios (Vea Hechos 20:27). Pablo declara que él habiendo hecho esto, solo así estaba limpio de la sangre de todos los hombres. El predicaba la totalidad de la revelación divina. Hay una sola razón por la cual predicamos que los hombres están perdidos, hundidos en sus pecados y bajo la condenación de Dios; es porque Dios así dice que es la verdad, y por amor a su verdad lo proclamamos. Si es una verdad agradable o desagradable, nuestro amor de la verdad nos constriñe a que el mundo entero conozca todo lo que Dios ha revelado.
La tercer área respecto a la pureza de nuestros motivos es el amor al hombre. Estoy convencido, hermanos, de que esto es lo que nos conducirá a la predicación “aplicatoria” (es decir una predicación escrutadora y personal, llena de aplicación a la vida práctica). Debemos tener tal amor por los hombres que no podamos aguantar verles dormitando bajo nuestro ministerio. Debemos tener un amor tal por los hombres que nos conduzca a un gran sentido de responsabilidad para hacer todo lo que esté a nuestro alcance, para hacer que la verdad de Dios more en sus corazones. Robert M. McCheyne dijo: “El hombre que más te ama es el hombre que te dice más de la verdad acerca de ti mismo.” En 2 Corintios 7:8–9, Pablo dice: “Porque aunque os contristé con la carta, no me pesa, aunque entonces lo lamenté; porque veo que aquella carta, aunque por algún tiempo os contristó. Ahora me gozo, no porque hayáis sido contristados, sino porque fuisteis contristados para arrepentimiento.” En otro lugar también dice: “¿Me he hecho vuestro enemigo por deciros la verdad?” (Gál. 4:16). El estaba diciendo, “Lo siento, pero voy a seguir amándoles de cualquier manera, y voy a continuar diciéndoles la verdad aunque ustedes no me amen.” Es decir, cualquier cosa que nos impida ser fieles a los hombres, en realidad es una forma de amor egoísta. Amamos tanto nuestros propios sentimientos que no queremos correr el riesgo de quizás ofenderles y que ellos lo tomen a mal contra nosotros. Pues, ellos pueden perecer en el infierno, pero ¿todo está bien siempre y cuando perezcan amándonos? He oído decir a la gente de ciertos ministros, “Verdaderamente este hombre predicó de una manera muy audaz.” Hermanos, esto se debería decir de cada uno de nosotros, porque nuestro amor por los hombres debe ser tal, que nos obligue de buena voluntad comunicar la verdad, verdad que ellos pudieran no reconocer y disfrutar, pero la cual es para su bien y para su salvación.
¿Qué es lo que pasa con la predicación hoy en día? Bien ciertamente, parte del problema descansa en el hombre que predica, en el área de sus hábitos personales de devoción, en el área de su piedad práctica, y en el área de la pureza de sus motivos.
EL MENSAJE
Vamos a considerar ahora lo que está mal en la predicación de hoy en día, con respecto al mensaje que está siendo predicado. Es perfectamente posible que un hombre esté marcado con un eminente grado de devoción personal y piedad práctica, y aún así fallar grandemente en el ministerio de una predicación poderosa y efectiva. Por supuesto, parte de este problema se puede acreditar al hecho de que algunos hombres nunca fueron dotados por el gran Jefe de la Iglesia, con los dones necesarios para el ministerio de la enseñanza y la predicación. En tales casos, la única solución es que estos hombres reconozcan que no están en el lugar señalado y dotado por Dios. Sin ningún sentido de vergüenza, ellos deberían dejar la actividad de la enseñanza y el ministerio de la predicación para buscar un trabajo secular en el mundo, o en alguna otra obra de la Iglesia de Cristo en donde no se requiera en alguna medida un don de Dios para la comunicación oral.
Sin embargo, estoy dirigiendo mis comentarios a los hombres que tienen una base razonable para concluir que han recibido los dones necesarios para ser predicadores de la Palabra de Dios. En cuanto a esta clase de hombres, hablaré de varias áreas en las cuales la predicación contemporánea es manifiestamente defectuosa.
CONTENIDO BIBLICO
Primero, hemos de decir que mucha de la predicación en la actualidad, aún en las buenas iglesias reformadas y evangélicas, carece de contenido bíblico substancial. Una cosa destacada acerca de los grandes predicadores del pasado, algo que los hace vivir sus sermones cientos de años después de que fueron escritos, es que estos se distinguían por su gran fuerza doctrinal y contenido bíblico. ¿Cuál es la clave que daba a los sermones de estos grandes embajadores su fuerza espiritual? Era precisamente esto: su fuerte contenido bíblico. Sus sermones estaban llenos de contenido bíblico sólido, de tal manera que uno siente que se levanta entre él y el predicador, una pared de verdad divina. Así que el asunto no queda entre el oyente y el predicador, sino entre el oyente y la Palabra de Dios que está siendo comunicada a él por el predicador. Esta es la manera en que los hombres deberían de sentirse cuando nos escuchan predicar. Por supuesto, (aquí debemos fijarnos nuevamente en la relación existente entre el hombre y su mensaje) mucho del problema de la predicación actual con respecto a su falta de contenido bíblico, se debe al hecho de que muchos ministros están muy ocupados en manejar la “maquinaria de sus iglesias”, como para tener tiempo de empapar sus mentes y sus espíritus en la verdad de las Santas Escrituras. Es solamente cuando la mente de los predicadores esté saturada con las Santas Escrituras, que El Espíritu Santo traerá a ellos la verdad de Dios mientras predican, y les hará capaces a estos siervos de Dios para blandir la espada del Espíritu con poder y con autoridad. Así que, aún las ilustraciones y referencias serán en gran medida bosquejos de las palabras y principios de la Sagrada Escritura.
CONTENIDO DOCTRINAL
Segundo, mucha de la predicación contemporánea es defectuosa porque carece de un sólido contenido doctrinal. Hemos sufrido de una mentalidad que ha considerado la doctrina y la teología como si fuera un espectro medieval. La realidad es que la verdad es hermosa en su unidad y simetría. La predicación doctrinal es la que siempre está delimitada por el marco de todo el consejo de Dios. Esta predicación rechaza el mensaje desequilibrado y desbalanceado, y busca presentar cada faceta individual de la verdad en el contexto de todo el consejo de la verdad divina. Estos dos primeros factores deben fusionarse en una medida creciente en la vida de todos los verdaderos siervos de Cristo. La predicación doctrinal que no esté exegéticamente fundada y textualmente orientada, conducirá a una creencia filosófica aunque correcta. Por otra parte, tratar con los textos y la exposición de ellos sin relacionarlos con la totalidad de verdad, conducirá a un entendimiento fragmentado y desunido de la verdad divina.
APLICACION PRACTICA
La tercera área marcada por una clara debilidad en la predicación contemporánea es la falta de la aplicación práctica de la enseñanza. En muchos ministerios donde puede haber un sólido contenido bíblico y una gran medida de contenido doctrinal, todavía hay muy poca aplicación práctica, por la cual los hombres puedan ver las implicaciones del contenido y la doctrina (y de este modo puedan conocer la forma de adornar la doctrina de Dios nuestro Salvador en todas las cosas). En cuanto a este principio general, quiero tocar tres áreas donde fallan las iglesias reformadas. Lo que voy a decir ahora se aplica a todos nosotros que abrazamos sin vergüenza, aquel sistema de doctrinas señalado en los grandes credos provenientes de la Gran Reforma.
En primer lugar, nuestra predicación falla debido a que no anuncia abiertamente la necesidad y la naturaleza del arrepentimiento evangélico. En nuestra reacción contra “la salvación por obras” y contra “el activismo arminiano”, creo que algunos de nosotros hemos caído en la trampa filosófica de pensar, ‘¿Cómo puedo predicar la responsabilidad humana de arrepentirse, si yo sé que el hombre no tiene la capacidad moral para hacerlo?’ Aparentemente este problema no preocupó al apóstol Pablo. Nadie habló más claramente que él acerca de la total incapacidad humana para realizar cualquier bien espiritual aparte de la obra soberana de Dios en su vida. Pero aún, él habló claramente acerca de la responsabilidad humana de arrepentirse. Cuando él pasó revista a su ministerio entre los ancianos de Efeso, dijo: “Y como nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas, testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo” (Hech. 20:20–21). En Hechos 26:20 también dijo a los que estaban en Damasco, en toda Judea y a los gentiles, “que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento”.
Yo he tenido la amarga experiencia de predicar en iglesias que sostienen la doctrina del arrepentimiento en su credo oficial, en sus confesiones y en sus catecismos, pero evidentemente no era una doctrina predicada y creída por la base de los miembros de estas iglesias. A menudo al concluir una serie de sermones acerca del arrepentimiento, mucha gente ha venido a mí expresando un gran asombro, y diciéndome que nunca habían oído acerca de estas cosas, a pesar de haber estado por varios años dentro de una buena y sólida iglesia Reformada. Pues, no estoy diciendo que ellos no hayan escuchado la palabra “arrepentimiento”. Ellos la han escuchado, pero debido a que no les fue anunciado claramente el deber, la naturaleza y los frutos del arrepentimiento, ellos no fueron convencidos lo suficiente de su propio pecado y su necesidad de arrepentirse. Todas las personas que nos escuchen predicar por algún tiempo deberían llegar a la conclusión bajo nuestro ministerio de que a menos que se arrepientan y produzcan los frutos del arrepentimiento, perecerán aunque tengan sus mentes llenas de sana doctrina y ortodoxia cristiana. Una de las marcas más claras de los ministerios de los hombres usados por Dios en los tiempos pasados, es que todos ellos sin excepción anunciaron con claridad la necesidad, la naturaleza y los frutos del arrepentimiento cristiano.
La segunda área donde el contenido de nuestra predicación es débil en su aplicación específica, es en la cuestión de presentar a un Cristo completo que involucra al hombre completo. Es de temerse que en nuestros días hemos regresado al concepto Católico de la fe. Nunca debemos olvidar que una de las cuestiones más importantes que los Reformadores aclararon fue esta: que la fe era más que un simple “asentimiento” y más que una mera inclinación de la cabeza al conjunto de creencias presentadas por la iglesia como “la fe”. Los Reformadores enfatizaron el concepto bíblico de la fe como “fiducia”. Ellos dejaron claro que la salvación por la fe involucraba confianza y compromiso; una confianza y compromiso que implicaban al hombre completo (mente, emociones y voluntad) con la verdad creída y con el Cristo que esta verdad enfocaba. Ha llegado el tiempo cuando es necesario que nosotros enseñemos claramente con declaraciones explícitas estos conceptos, a fin de que la gente se de cuenta de que un simple asentimiento o inclinación de cabeza a las doctrinas escuchadas no es la esencia de la fe salvadora. Ellos necesitan ser enseñados para comprender que la fe salvadora involucra el compromiso del hombre completo (mente, emociones y voluntad), con un Cristo completo (es decir, como Profeta, Sacerdote y Rey) tal como El es anunciado enfáticamente en el Evangelio.1
Si nosotros predicamos de esta manera, en poco tiempo ya no escucharemos hablar de tal cosa como “creer” sin “someterse” o “aceptar al Señor” sin “rendirse a El”. Nuestras iglesias evangélicas están llenas de conceptos y prácticas no bíblicos que intentan a dividir a Cristo presentándolo solo como Salvador y no como Señor. Mucho de esta herejía engañosa, basada en este concepto de presentar a un Cristo dividido, podría ser eliminada por una predicación que presentara claramente a un Cristo completo, dirigido al hombre completo.2
Hay una tercera área de debilidad en el contenido de nuestra predicación. Esta es un área muy delicada y en la cual somos desgraciadamente muy débiles en los círculos Reformados (protestantes y evangélicos) contemporáneos. El área a la cual me refiero es a la necesidad de enfatizar los rasgos distintivos de los verdaderos creyentes. Implícito en esto, necesitamos declarar claramente la diferencia entre la base de la salvación y la seguridad de la salvación, la diferencia entre llegar a ser salvo y tener la certeza de nuestra salvación. En mi experiencia y circulación entre los círculos reformados y evangélicos, me he encontrado con que en el momento que algunas personas comienzan a realizar un auto-examen escritural, cuando comienzan a obedecer 2 Cor. 13:5, “Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos,” tales personas llegan a ver este ejercicio espiritual casi como si fuera la blasfemia contra el Espíritu Santo. Consideran el cuestionar de su propia salvación (es decir, de si son realmente personas convertidas o no) como la cosa más terrible del mundo. Lo que fallamos en darnos cuenta es que las dudas producidas por un honesto auto-examen efectuado a la luz de la norma objetiva de la Palabra de Dios, pudiera ser la mejor cosa que jamás le haya ocurrido a alguna persona.
Frecuentemente he dicho que las dudas no condenan a los hombres, pero la presunción pecaminosa de una falsa seguridad de salvación si lo hará. Puesto que las Escrituras dicen una y otra vez, “Mirad que nadie os engañe,” “nadie se engañe a sí mismo,” “No os engañéis,” (vea Mar. 13:5; 1 Cor. 3:18; Gál. 6:7) no debamos de suponer o conducir a otros a suponer que nunca debemos cuestionar nuestra salvación. ¿Para qué son estas exhortaciones? Si el auto-engaño no es una posibilidad real, entonces ¿por qué la Biblia está llena de exhortaciones acerca de este peligro de engañarse a sí mismo? Todas estas advertencias carecerían de significado si el auto-engaño fuera solo una posibilidad hipotética. Así si la gente adentro de la membresía de la iglesia neotestamentaria podía ser engañada aún bajo el ministerio de los apóstoles, y sin embargo ellos consideraron necesario decir, “Hermanos, procurad tanto más de hacer firme vuestra vocación y elección,” (2 Ped. 1:10) mucho más nosotros necesitamos enfrentarnos a la realidad de que pudieran ser algunas personas engañadas, las que han entrado o están entrando a la iglesia bajo nuestro anémico ministerio. Cuando una convicción como ésta nos constriñe, entonces predicamos a tales personas, exhortándoles para que hagan firme su llamamiento y elección, y para que se examinen y prueben ellos mismos si están en la fe.
Conforme a esta preocupación, nosotros debemos señalarles antes la diferencia bíblica entre un verdadero creyente y uno falso, tal como se encuentra en la parábola del sembrador. He encontrado que tal clase de predicación nunca hace daño a los verdaderos hijos de Dios. Una predicación aplicatoria y penetrante en esta área servirá para traer a los verdaderos hijos de Dios a una certeza de salvación más sólida. Así pues, en santo auto-escrutinio, el verdadero nada ha de temer, mas sí el hipócrita. Suponga que tuve que ir a mi banco a depositar dos billetes de veinte dólares. Si el cajero tomara los billetes y me dijera, “Un momento Sr. Martin, creo que pudiera haber algo falso aquí.” Si los billetes son genuinos, no les pasaría nada por el hecho de que el cajero del banco los escudriñara cuidadosamente; de hecho, ganarán en autenticidad. Si el cajero los tomara y los pusiera bajo una lupa para examinar su genuinidad y resultaran tales, yo me sentiré más seguro de tal autenticidad si es que fueran escudriñados de nuevo. Entonces, la única cosa que queda con pérdida es la hipocresía y la falsificación. Este principio es igualmente cierto respecto a la predicación aplicatoria y penetrante que enfatiza las marcas distintivas de los creyentes verdaderos. El único que puede perder algo bajo una predicación escritural y balanceada de estas cosas es el creyente falso. Tal persona debería turbarse y preocuparse ahora, mientras que el día de salvación aún esté vigente. Si nos equivocamos haciendo distinciones no bíblicas y ponemos dificultades innecesarias en el camino de los piadosos, ¡que el Señor abra nuestros ojos para sacarnos del error y traernos de vuelta al camino correcto! Sin embargo, éste no es el peligro común de nuestros días. Al contrario, nosotros estamos durmiendo a las personas dándoles un falso sentido de seguridad, al fallar en poner delante de ellos en una manera práctica las evidencias de la fe verdadera en oposición a la fe de los demonios (Vea Stg. 2:19).
Hermanos, la Biblia nos da muchas afirmaciones explícitas, las cuales podemos poner delante de nuestros oyentes. Jesús dijo: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen” (Jn. 10:27). Nosotros no debemos temer decir a nuestra gente que si ellos no le oyen y le siguen, no tienen ninguna base para decir que son sus ovejas. Atrevámonos a decirles que a pesar de que ellos puedan conocer todo acerca de El, saber que el Señor tiene sus ovejas en el corazón desde la eternidad en el pacto de redención; a pesar de que ellos puedan conocer toda la doctrina de cómo El murió por sus ovejas con un designio e intención particular en su muerte; y aunque conozcan la manera como el Espíritu Santo hace el llamado eficaz, la cuestión penetrante que debemos de enfatizar aquí es ésta: ¿Están escuchando su voz? ¿Le están siguiendo? Nosotros no debemos de dejar de urgir tales asuntos. Debemos insistir en estos puntos tal como se señala en la Primera Epístola de Juan donde el apóstol declara: “Estas cosas he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna …” (1 Jn. 5:13). ¿Qué cosas puso Juan delante de ellos? ¿Les dio acaso una serie de textos que podían buscar y agarrar para asegurarse? No, mas bien, les colocó una serie de pruebas para examinarse, mediante las cuales podían evaluar sus propias vidas. Dijo, “Y en esto sabemos que nosotros le hemos conocido, si guardamos sus mandamientos.” (1 Jn. 2:3). Y dice otra vez, “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos” (1 Jn. 3:14). La consciencia de nuestros oyentes se necesita herir, a fin de que ellos se hagan esta pregunta: A la luz de las normas objetivas de la Palabra de Dios, ¿Estoy verdaderamente en la fe?
¿Qué está mal con la predicación de hoy en día? Estoy convencido de que en estas áreas del contenido de nuestra predicación, hay una gran necesidad de regresar a las verdades bíblicas mencionadas anteriormente, y predicar sobre ellas con un fervor renovado.
LA MANERA DE PRESENTAR EL MENSAJE
Habiendo hablado acerca del contenido de nuestro mensaje, quiero hacer algunas aplicaciones breves respecto a la manera de presentarlo. Las tres cosas que deberían caracterizar la comunicación de la verdad divina son: la urgencia, la forma en que ordenamos el mensaje, y la manera directa en que lo comunicamos.
La urgencia genuina es la madre de la elocuencia verdadera. Un hombre que quiere despertar a unas personas que se encuentran en un peligro inminente de un edificio incendiado, tendrá poco éxito si simplemente camina por los pasillos cuidadosamente afirmando algunas palabras con relación al peligro en que se encuentran. Por otra parte, si este hombre está convencido de que aquellas vidas se encuentran verdaderamente en peligro y de que su liberación depende de su capacidad de despertarles para que tomen medidas inmediatas, entonces tal hombre no fallará en despertar a las personas de su sueño y motivarles a tomar las medidas necesarias. La urgencia de tal hombre no nace primordialmente de su capacidad de hablar elocuentemente, sino mas bien, nace del seno de una preocupación urgente y genuina. La urgencia en algunos, debido a su personalidad, carácter o capacidad vocal, puede expresarse por el volumen de su voz. En otros, pudiera expresarse en otras formas en las cuales la urgencia encuentra su propio tono.
La urgencia nos motivará a esforzarnos para obtener y mantener un contacto directo con la audiencia mientras que predicamos. Si hemos subido al púlpito no simplemente para entregar un discurso, sino para comunicar la verdad urgente a hombres y mujeres necesitados, entonces no estaremos contentos a menos que hayamos conseguido su atención. Spurgeon confesó que cuando veía a un niño que no le estaba escuchando, le inquietaba tanto que contaría una anécdota especial para atraer su atención antes de continuar con su sermón. Spurgeon sería el primero en confesar que solamente Dios puede causar que la verdad llegue a los corazones de los hombres con poder salvador. Sin embargo, él sabía que su trabajo como predicador consistía de lograr que esa verdad llegara a sus oídos, y a menos que esto se consiguiera, estaría fallando en su deber. Hermanos, es su trabajo y su tarea llegar a los oídos de los hombres. Solamente Dios puede poner esa verdad en sus corazones, mas usted debe entregarse para ganar sus oídos.
La urgencia producida por el Espíritu Santo nos obligará a laborar cultivando la capacidad de comunicarnos con los hombres en el lenguaje popular. Si usáramos cierta palabra en el contexto de la predicación, y de inmediato los oyentes nos miran confundidos, entonces deberíamos entender que no han comprendido el uso de esta palabra. Y si somos sensibles ante este problema, entonces usaremos una palabra distinta (o daremos una explicación pertinente). Un autor dijo lo siguiente: ‘La vanidad hará que un hombre hable y escriba como un erudito, pero la piedad motivará a un buen erudito a simplificar su manera de hablar por causa de los indoctos. Tal predicador aunque sea ahora menospreciado por aquellos que no tienen discernimiento, algún día tendrá un nombre sobre todo nombre, no importa si sea filósofo, poeta, orador o aún el más honrado entre hombres.’
Otro autor dijo: ‘No es difícil hacer que las cosas fáciles parezcan difíciles, pero hacer que las cosas difíciles sean fáciles de entender es la parte más difícil para un buen orador o predicador.’ Oh mis hermanos en el ministerio, clamemos a Dios por la gracia de la humildad y la urgencia del Espíritu Santo que nos lleve a modificar nuestro vocabulario al nivel de nuestros oyentes.
También, esta cuestión de la urgencia nos motivará a trabajar en hacer una buena aplicación práctica en la predicación. Quizás la parte más difícil del ministerio de la predicación constante es la parte de la aplicación práctica. Pero tal como un buen médico que se preocupa por la salud de sus pacientes, no se contentará hasta que conozca las enfermedades específicas de su pueblo y les aplique los tratamientos específicos, así también el verdadero siervo de Dios hará lo mismo. El verdadero siervo predicará más allá de las necesidades generales del pueblo y la disposición de Dios para suplirlas; se esforzará para conocer las enfermedades espirituales específicas y luego aplicará los remedios específicos que se encuentran en la plenitud de nuestro Señor Jesucristo.
Segundo, nuestros sermones deberían caracterizarse por un plan y orden lógico. Al predicar la verdad de Dios a los hombres, nunca nos debemos olvidar de que son hombres cuyas mentes están diseñadas para recibir las razones en una forma lógica y ordenada. La mente no puede recibir la verdad cuando le es presentada sin forma o bien, en una forma desordenada y confusa. Debemos tratar de lograr que nuestros oyentes vuelvan a sus casas con algunas estacas bien clavadas en sus mentes, y con algunos aspectos de la verdad de Dios atados a tales estacas.
Finalmente, consideremos la necesidad de entregar el mensaje predicado en una manera directa. Hay una sección excelente sobre la predicación del evangelio en el libro “El Ministerio Cristiano” por Charles Bridges en que él comenta sobre esta necesidad diciendo: ‘Debemos mostrarles desde el principio hasta el fin que no estamos simplemente diciendo cosas buenas en su presencia, sino que estamos dirigiéndonos a ellos personalmente con asuntos que son de importancia primordial.’ Cuando leemos los sermones de los grandes predicadores del pasado, somos impresionados con su denuedo santo. El lector se siente como si estos sermones de los viejos maestros le estuvieran arrinconando, exigiendo una respuesta a la verdad con la que está siendo confrontado. Joseph Alleine en su libro “Un Alarma a los Inconversos” sirve como una ilustración clásica de este principio. Una y otra vez pone al pecador contra la pared, confrontándolo con preguntas directas que le obligan a reflexionar sobre su camino y su condición ante Dios. Joseph Alleine le pregunta: “¿Está usted en paz con Dios? ¿Cuál es la base de su paz? ¿Es una paz bíblica? ¿Puede usted manifestar los rasgos distintivos de un creyente verdadero? ¿Tiene usted más evidencia de salvación que la de los hipócritas en al mundo? Si no, usted debería temer esta paz más que alguna tribulación, entendido que una paz carnal frecuentemente resultará ser un enemigo mortal del alma. Mientras que esta paz falsa nos besa y nos sonríe, al mismo tiempo nos hiere mortalmente. Ahora, que la consciencia haga su obra y hable.” Desde este punto, Alleine sigue aplicando la verdad en una forma más directa a sus lectores.
Con tantos ejemplos como éstos de los cuales podemos aprender, que Dios nos libre de simplemente decir buenas cosas en la presencia de la congregación, y nos ayude a predicar de tal modo que los oyentes se den cuenta de que estamos hablándoles de asuntos eternos en una forma personal.
¿Qué está mal con la predicación de hoy? Estoy seguro de que muchas de las fallas son manifiestas en mi propia vida y en mi ministerio de igual manera como en la de otros. Pero sugiero que podemos considerar el problema de la predicación de hoy en día como un problema principalmente centrado en el hombre, el predicador (en su devoción personal, en su piedad práctica y en la pureza de su motivación). ¿Qué es lo que está mal con la predicación de hoy? Una parte del problema radica en el mensaje, es decir en el contenido de lo que se predica y también en la manera en que se comunica. Entonces, si algunas de estas cosas tienen aplicación legítima a nosotros, ojalá que Dios nos ayude a recibir la palabra de exhortación, y por su gracia esforzarnos para ser más eficaces comunicadores de la verdad de Su Palabra a nuestra necesitada generación.
1 La fe salvadora implica al hombre como un todo. La persona debe venir a Cristo (confiar) como su Sumo Sacerdote, como su único Mediador; debe recibirle (conocimiento) como su Maestro y Profeta, como la fuente de todo conocimiento y verdad; y debe someterse (sumisión) a El como el Rey de su vida. Estos tres aspectos de la fe salvadora (conocimiento, confianza y sumisión) se encuentran relacionados con los tres oficios de Cristo (Sacerdote, Profeta y Rey), en el pasaje de Mat. 11:28–30. Note las frases: “Venid a mí” que se refiere a su oficio sacerdotal, “aprended de mí” que se refiere a su oficio profético y “llevad mi yugo” con relación a su oficio real. Obviamente, estos tres aspectos involucran al hombre completo: su mente, sus afectos y su voluntad, a través de los cuales conoce, confía y se somete a Cristo como su Salvador (Profeta, Sacerdote y Rey).
2 El autor se refiere al error espantoso que ha invadido muchos púlpitos evangélicos, donde se predica a un Cristo dividido en Señor y Salvador. Es decir, se predica de tal manera el evangelio que los oyentes se imaginan que pueden venir a Cristo para salvarse, aunque permanezcan rebeldes a su gobierno y señorío. Esta desviación ha conducido a que cientos de iglesias evangélicas se llenen de personas que “han venido a Cristo como Salvador”, pero que no están dispuestas a someterse a El como Señor (una dicotomía que no se observa en la fe bíblica) y por lo tanto continúan viviendo en abierta rebeldía a las más elementales normas bíblicas. Tienen una fe que supuestamente les alcanza para salvarse del infierno, pero que es insuficiente para obedecer y amar a Cristo, y que conforme a El es una fe falsa. (Vea 1 Cor. 13:2; 1 Jn. 2:3; Stg. 2:20)