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miércoles, 18 de marzo de 2015

Todos los ministros aprobados por Dios, comparten la misma meta: buscar el crecimiento del cuerpo de Cristo.

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
Información 


El Orgullo de un Siervo
1 Corintios 3:5–4:21
Un pastor, un boy scout y un erudito en computación eran los únicos pasajeros de un pequeño avión que confrontó dificultades en medio de su vuelo. El piloto salió de la cabina y les avisó que el aparato estaba fallando y que se estaban precipitando a tierra. Después añadió: “Siento informarles que sólo tenemos tres paracaídas disponibles. Puesto que tengo esposa y tres hijos, voy a utilizar uno”. Tomando el primero, saltó al espacio.
El erudito en computación aseguró: “Soy el hombre más inteligente del mundo y todos me necesitan”. Así que tomó otro y se precipitó al vacío.
El pastor y el joven se quedaron mirando. Enseguida, el primero dijo con una triste sonrisa: “Usted es muy joven todavía y yo ya he vivido una vida plena. Tome el otro y yo me quedaré en el avión”.
El joven le respondió: “No se preocupe señor pastor, el hombre más inteligente del mundo brincó con mi mochila en vez de usar la del paracaídas”.
Aquel soberbio tenía más alto concepto de sí mismo que el que debía tener. Así eran los corintios. Pensaban que ellos y sus maestros preferidos habían llegado a lo más alto; no se veían desde la perspectiva de Dios. Por eso Pablo los corrigió diciendo en el capítulo precedente que el evangelio no es un mensaje basado en la sabiduría humana. Ningún hombre lo hubiera podido diseñar. Por lo tanto, nadie debe ser exaltado por proclamarlo porque proviene directamente de Dios y sólo él merece la gloria.
CONCEPTO EQUIVOCADO DEL MINISTERIO
3:5–4:7
Además de la primera idea mal fundada, los corintios también pensaban erróneamente acerca del ministerio (3:5–4:7). Aunque sabían que todos los predicadores debían ser siervos de Dios y los creyentes, ellos habían elevado más a algunos sobre otros. El apóstol establece claramente que de acuerdo con la norma divina, todos los ministros comparten la misma meta: buscar el crecimiento del cuerpo.
Para subrayar su dicho, describe a los líderes usando términos comunes para que todos los pudieran comprender: son siervos en la casa de Dios (3:5), colaboradores en el campo, o sea, trabajadores agrícolas encargados de cuidar la cosecha de Dios (3:6–9a). Por último, son constructores de un edificio espiritual (3:9b–15). Debemos tomar nota de que todas esas descripciones se refieren a gente de la clase trabajadora; no a los amos.
Hasta muy recientemente, no se hacía énfasis en que el líder debe funcionar como siervo, pero ahora está de moda hablar así. Todo el mundo, tanto pagano como cristiano, habla de la importancia de que el guía sirva a los demás. Sin embargo, pocos lo están haciendo. Preferimos pensar en nosotros mismos como “reyes y sacerdotes” (Apocalipsis 1:6).
Relación del siervo con el que lo envía 3:5–8
Todos eran servidores. Según Lucas 17:7–10, observamos que alguien en esa condición no puede mandar ni recibir el beneficio de su trabajo. Tampoco debe esperar ser exaltado. Sólo Dios merece lo anterior. Tener esta convicción es indispensable para todo aquel que quiere ser líder en el pueblo de Dios. En realidad, hace falta en todos los miembros de la iglesia.
En base a la enseñanza de Pablo en este pasaje, podemos aprender cinco principios importantes:
1.     Cada uno hace su parte, pero Dios da el fruto (3:6). Las tareas específicas no son lo más importante porque son temporales. Yo puedo hacer algo ahora que mañana continuará otra persona, pero el crecimiento viene como resultado del trabajo constante del Señor.
2.     No podemos lograr nada confiando en nuestro poder (3:7). Jesucristo dijo: “Separados de mí nada podéis hacer”. Lo que vale es la obra que Dios hace.
3.     Todos somos uno, estamos unidos en la misma larea (3:8a). Todos laboramos para el mismo amo; lo que importa es multiplicar sus intereses. Se requiere la cooperación entre el que planta y el que riega, pero ninguno de los dos sirve sin el otro. Tenemos que trabajar juntos porque nadie puede hacerlo todo solo.
4.     Aunque colaboramos en la misma obra, cada uno es responsable directamente ante Dios por lo que hace (3:8b). Lo que cada uno realiza recibirá su recompensa.
5.     Toda la obra pertenece al Señor (3:9). Tres veces Pablo nos recuerda esta verdad: “somos colaboradores… sois labranza… edificio de Dios”.
Relación del siervo con el edificio de Dios 3:9–15
Hace algunos años fungía como director de un instituto bíblico y me tocó colaborar en la construcción de un gran edificio. En la actualidad, la iglesia a la que sirvo también está involucrada en la edificación de otro. Hemos aprendido por experiencia que se requiere de muchas personas trabajando juntas para realizar una obra de esa envergadura.
Pablo había puesto el cimiento al llevarles el evangelio. Después, otros llegaron para edificar encima. Cada uno era responsable del trabajo particular que se le había encomendado, pero debían tener cuidado de construir con buenos materiales. De esta ilustración aprendemos siete principios que se aplican a la iglesia como edificio de Dios:
1.     Todo el proyecto pertenece a él (3:9).
2.     Muchas personas colaboran en la construcción (3:5–9).
3.     Alguien tiene que servir como “perito arquitecto” (3:10). En ese entonces, equivalía al maestro de obras y era el encargado del trabajo en el sitio de construcción, pero también colaboraba arduamente con los demás. Alguien tiene que dirigir, pero eso no lo hace acreedor a ejercer los derechos de un cacique.
4.     Sólo puede existir un fundamento para un edificio (3:10–11). La casa necesita un cimiento fuerte para resistir las tormentas que vengan. Cristo es el único fundamento adecuado para el edificio de Dios. La iglesia se construye sobre la obra ya consumada por él en la cruz.
5.     Sobre esa base establecida, tenemos que seguir edificando con cuidado (3:l0b). La manera de construir y la calidad de los materiales importa mucho. Si se utilizan los de mala calidad, el edificio no se verábien y no perdurará mucho tiempo.
6.     El valor del edificio se demuestra cuando se pone a prueba (3:13–15). Los terremotos, fuegos y tormentas, así como otras pruebas similares, comprueban el valor de la construcción. En el aspecto espiritual, no está en juego aquí la condenación eterna, sino que se trata de la evaluación de nuestro servicio en la obra del Señor. La recompensa se dará según la calidad de “los materiales” que empleemos y lo que se hace para Dios será premiado.
7.     El edificio sólo justifica su precio si cumple su función (3:16; 6:19–20). La iglesia local es templo del Altísimo, porque según el capítulo 6:19, se compone de individuos en quienes habita el Espíritu Santo. Por eso, debe glorificarlo a él solamente. Si no cumple ese fin, no tiene razón de ser.
Relación del siervo con el templo de Dios 3:16–17
Cuando preparaba un sermón basado en este pasaje, busqué una ilustración adecuada para explicarlo y encontré más de 40 ejemplos referentes a que el cristiano debe evitar las drogas o pensamientos suicidas. Esa es la interpretación tradicional de ese pasaje. Sin embargo, Pablo no habla de ese tema aquí.
No se refiere a individuos, sino a la iglesia. Tampoco al edificio en que ésta se congrega, sino al pueblo de Dios. Nosotros, como hijos de él y cuerpo de Cristo, somos su templo, el cual se estableció en la tierra con el fin de revelar la naturaleza del Creador al mundo. Estamos aquí para glorificarlo a él. Quienes colaboramos con él debemos procurar ese propósito, no desvirtuarlo.
El siervo del Señor debe edificar la iglesia, no perjudicarla ni tratar de destruirla. Pablo emplea un juego de palabras aquí. Literalmente el pasaje dice que si alguien le “trae ruina”, el Altísimo le provocará la ruina a él; se requiere de mucho cuidado para no dañar a su pueblo.
Relación del siervo con la sabiduría humana 3:18–23
Dentro de un contexto de servidumbre, no hay lugar para la jactancia. De nuevo el apóstol demuestra que el evangelio no se basa en la esfera de la sabiduría humana donde los grandes filósofos reciben honra por sus pensamientos profundos. Cada siervo tiene que depender de Dios, quien merece toda la gloria porque él provee todo lo necesario para hacer el trabajo.
Evaluación del buen siervo 4:1–5
El autor considera a los líderes de dos maneras distintas pero relacionadas entre sí. En primer lugar, afirma que son siervos libres que se presentan voluntariamente para trabajar como tales, no como esclavos forzados. Sin embargo, aunque sea por voluntad propia, no dejan por ello de ser ayudantes de Cristo, y nada más.
En segundo lugar, el apóstol los considera mayordomos. Dios nos ha llamado para administrar sus recursos y utilizarlos para beneficio de su obra. El mensaje que nos ha entregado no es nuestro; le pertenece a él.
El pasaje nos enseña seis principios importantes que debemos aprender y aplicar a nuestra vida también:
1.     Nosotros ocupamos el lugar de siervos, no de amos.
2.     Somos responsables por la forma en que utilizamos los recursos que Dios ha puesto en nuestras manos.
3.     Dios evaluará nuestro trabajo en base a nuestra fidelidad.
4.     No nos toca juzgarnos los unos a los otros antes del regreso del amo. Se nos advierte que evitemos esto a toda costa. Solo el dueño tiene derecho a evaluar nuestro trabajo.
5.     La opinión de los demás hermanos no importa tanto. Pablo no quería decir que ésta no le importaba en lo absoluto (2 Corintios 8:20–21); sólo insiste en que no se le debe dar demasiada importancia.
6.     El señor no juzga según las apariencias externas. Aunque podemos decepcionar a otras personas, Dios sabe lo que está en nuestro corazón. El mayordomo fiel no trabaja para sí mismo, ni para impresionar a los que están a su alrededor. ¿Para quién trabajamos nosotros?
Exhortación final al siervo 4:6–7
La actitud del mundo no debe tenerse en cuenta. En Mateo 20:25–28, Cristo describió a las naciones paganas con sus gobernantes y gente importante. En ellas, sus líderes se enseñorean del pueblo y ejercen potestad sobre él. Sin embargo, entre nosotros no debe ser así. El que quiere hacerse grande en el pueblo de Dios y ocupar el primer lugar, debe ser siervo de todos. No se permite crear un sindicato de esclavos. Nuestro único derecho es ser útiles al Señor y ser sus colaboradores. El nos ha provisto todo lo necesario para realizar su trabajo en forma perfecta y por eso merece toda la gloria.
No hay peor peligro para una iglesia que una actitud de autosatisfacción que denota que se tiene todo lo que se puede esperar. El eje central del problema en Corinto era que tenían la convicción de que eran una iglesia exitosa, viva, madura, y eficaz. Estaban contentos con su estado espiritual, su liderazgo y su calidad de vida en general. Tenga cuidado cuando se empiece a sentir así. En ese caso, es mejor recordar la grandeza de la gracia de Dios. Ninguno merece lo que ha recibido.
¡PENSEMOS!
Este pasaje nos enseña algunas lecciones difíciles que debemos observar:
1.     La obra pertenece a Dios; no a nosotros. El es el único dueño de todo.
2.     Solo somos sus ayudantes, administradores de lo que le pertenece. Todos los recursos son suyos; debemos usarlos para su beneficio y no esperar la gloria ni jactarnos.
3.     La base de la evaluación divina será la fidelidad, no el rendimiento logrado. Lo que hemos recibido debe usarse para él. No importa cuántos recursos tengamos porque él los provee. La clave está en cómo los usamos. Quien ha recibido mucho es responsable de mucho.
4.     No nos toca juzgar, ni a nosotros mismos, ni a otras personas. Esta tarea le corresponde a Dios.
5.     No estamos en esta obra para crear o mantener una buena imagen personal. Solamente él conoce la intención del corazón y es lo que le interesa. No hay por qué colocar nuestros logros en exhibición.
¿Que está haciendo con los recursos que Dios le ha encomendado? ¿Está trabajando para sí mismo, o para él? Está aprovechando lo que Dios le ha dado al límite de sus capacidades? En base a este estudio, ¿qué actitud o actividad debemos cambiar?
APLICACION PRACTICA DEL MENSAJE
4:8–21
El contraste entre los corintios y los apóstoles 4:8–13
La actitud de los corintios representa un peligro, pues manifestaban jactancia, autosatisfacción y un gran sentido de superioridad cuando se comparaban con otros. Esto era un fuerte contraste con la conducta de los apóstoles, quienes a pesar de su posición privilegiada delante del Señor, se sentían como presos de guerra condenados a morir.
Cuando un general romano conquistaba al enemigo, desfilaba con su ejército victorioso por las calles de la ciudad exhibiendo sus premios. Al final iba siempre un pequeño grupo de cautivos que habían sido condenados para ser llevados al coliseo, donde pelearían contra las bestias y que con toda seguridad morirían. Los corintios se comportaban como esos generales que marchaban al frente, mientras los apóstoles se podrían comparar con el pequeño remanente de presos que iba a morir. Algo andaba mal. ¿Por qué esperaban los corintios que el mundo los honrara?
La diferencia entre la condición de los apóstoles que sufrían por el nombre de Cristo y los creyentes que se vanagloriaban de ser grandes era muy notable. Los primeros sufrían toda clase de insultos y hasta habían sido castigados con látigo como si fueran esclavos rebeldes, mientras estos hermanos estaban en completa paz, peleando entre sí para hacer valer sus derechos.
El ejemplo de un padre con sus hijos 4:14–17
Pablo expresa su preocupación como un hombre que se interesa por sus hijos. Habría podido corregirles fuertemente y regañarlos de tal manera que se sintieran avergonzados y culpables, pero el apóstol no quería hacer eso. Más bien los amonesta con amor y consejo para que cambien su actitud equivocada. Como un padre cariñoso, quiere animarlos a hacer lo correcto. Utiliza esta forma de expresión porque los consideraba sus hijos en la fe.
Aunque tuvieran muchos guías en su vida espiritual que harían las veces de nodrizas hasta que llegaran a la madurez, sólo tenían un padre, Pablo. Como tal, los unía algo especial que nadie más podía darles. Por eso deseaba que lo imitaran. El apóstol envió a Timoteo para recordarles acerca de las esnseñanzas que ellos debían emular.
La advertencia acerca del peligro de la disciplina 4:18–21
El autor pensaba visitarlos pronto. Así que no les quedaba mucho tiempo para resolver sus dificultades; él quería ver en ellos la actitud correcta. Si el problema no se eliminaba, vendría con vara para hacer lo necesario.
¡PENSEMOS!
En estas palabras de conclusión, Pablo también presenta consejos prácticos para nosotros:
1.     La falta de amor y un alto concepto de sí mismo van juntos. Tenga cuidado cuando su iglesia empiece a sentirse muy satisfecha de sí misma.
2.     Lo que una congregación tenga de valor, no se debe a su propio mérito, todo procede de Dios y sólo él merece la gloria.
3.     La disciplina paternal de Dios no produce vergüenza ni culpa, sino un cambio de actitud.
4.     Si no corregimos nuestra conducta y acciones mal encaminadas, Dios hará lo necesario para disciplinarnos.
Nosotros también debemos escuchar esta advertencia divina, pero no para sentirnos avergonzados o derrotados. Necesitamos el estímulo de una amonestación sana. Evalúe su propia vida en las áreas de orgullo y egocentrismo. ¿Será necesario dejar alguna actitud orgullosa? ¿Qué debe hacer al respecto?


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