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martes, 2 de agosto de 2016

"No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre." Pero hay en mi corazón como un fuego ardiente, apresado en mis huesos. Me canso de contenerlo y no puedo.

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



PREDICAR: UNA GRAN TAREA DADA POR JESUCRISTO

LECCIÓN III>>>

Jorge Whitefield – Predicador al aire 

Más de 100 mil hombres y mujeres rodeaban al predicador hace doscientos años en Cambuslang, Escocia.


Las palabras del sermón, vivificadas por el Espíritu Santo, se oían claramente en todas partes donde se encontraba ese mar humano. Es difícil hacerse idea del aspecto de la multitud de 10 mil penitentes que respondieron al llamado para aceptar al Salvador. Estos acontecimientos nos sirven como uno de los


pocos ejemplos del cumplimiento de las palabras de Jesús: “De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre” (Juan 14:12).

Había “como un fuego ardiente metido en los huesos” de este predicador, que era Jorge Whitefield.

Ardía en él un santo celo de ver a todas las personas liberadas de la esclavitud del pecado. Durante un período de veintiocho días realizó la increíble hazaña de predicar a diez mil personas diariamente. Su voz se podía oír perfectamente a más de un kilómetro de distancia, a pesar de tener una constitución física

delgada y de adolecer de un problema pulmonar. Todos los edificios resultaban pequeños para contener esos enormes auditorios, y en los países donde predicó, instalaba su pulpito en los campos, fuera de las ciudades. Whitefield merece el título de príncipe de los predicadores al aire libre, porque predicó un promedio de diez veces por semana, durante un período de treinta y cuatro años, la mayoría de las veces bajo el techo construido por Dios, que es el cielo.

La vida de Jorge Whitefield fue un milagro. Nació en una taberna de bebidas alcohólicas. Antes de cumplir tres años, su padre falleció. Su madre se casó nuevamente, pero a Jorge se le permitió continuar sus estudios en la escuela. En la pensión de su madre él hacía la limpieza de los cuartos, lavaba la ropa y vendía bebidas en el bar. Por extraño que parezca, a pesar de no ser aún salvo, Jorge se interesaba grandemente en la lectura de las Escrituras, leyendo la Biblia hasta altas horas de la noche y preparando sermones. 

En la escuela se lo conocía como orador. Su elocuencia era natural y espontánea, un don
extraordinario de Dios que poseía sin siquiera saberlo.

Se costeó sus propios estudios en Pembroke College, Oxford, sirviendo como mesero en un hotel.

Después de estar algún tiempo en Oxford, se unió al grupo de estudiantes a que pertenecían Juan y Carlos Wesley. Pasó mucho tiempo, como los demás de ese grupo, ayunando y esforzándose en mortificar la carne, a fin de alcanzar la salvación, sin comprender que “la verdadera religión es la unión del alma con Dios y la formación de Cristo en nosotros”.

Acerca de su salvación escribió poco antes de su muerte: “Sé el lugar donde… Siempre que voy a Oxford, me siento impelido a ir primero a ese lugar donde Jesús se me reveló por primera vez, y me concedió mi nuevo nacimiento.”

Con la salud quebrantada, quizás por el exceso de estudio, Jorge volvió a su casa para recuperarla.

Resuelto a no caer en el indiferentismo, estableció una clase bíblica para jóvenes que como él, deseaban orar y crecer en la gracia de Dios. Diariamente visitaban a los enfermos y a los pobres, y, frecuentemente, a los presos en las cárceles, para orar con ellos y prestarles cualquier servicio manual que pudiesen.

Jorge tenía en el corazón un plan que consistía en preparar cien sermones y presentarse para ser destinado al ministerio. Sin embargo, era tanto su celo que cuando apenas había preparado un solo sermón, ya la iglesia insistía en ordenarlo, teniendo él apenas veintiún años, a pesar de existir un reglamento que prohibía aceptar a ninguna persona menor de 23 años para tal cargo.

El día anterior a su separación para el ministerio lo pasó en ayuno y oración. Acerca de ese hecho, él escribió: 

“En la tarde me retiré a un lugar alto cerca de la ciudad, donde oré con insistencia durante dos horas pidiendo por mí y también por aquellos que iban a ser separados junto conmigo. El domingo me levanté de madrugada y oré sobre el asunto de la epístola de Pablo a Timoteo, especialmente sobre el precepto: “Ninguno tenga en poco tu juventud.” Cuando el presbítero me impuso las manos, si mi vil corazón no me engaña, ofrecí todo mi espíritu, alma y cuerpo para el servicio del santuario de Dios…

Puedo testificar ante los cielos y la tierra, que me di a mí mismo, cuando el presbítero me impuso las manos, para ser un mártir por Aquel que fue clavado en la cruz en mi lugar.”

Los labios de Whitefield fueron tocados por el fuego divino del Espíritu Santo en ocasión de su separación para el ministerio. El domingo siguiente, en esa época de frialdad espiritual, predicó por primera vez. Algunos se quejaron de que quince de los oyentes “enloquecieron” al escuchar el sermón.

Sin embargo, el presbítero al comprender lo que pasaba, respondió que sería muy bueno que los quince no se olvidasen de su “locura” antes del siguiente domingo.

Whitefield nunca se olvidó ni dejó de aplicar las siguientes palabras del doctor Delaney: “Deseo, todas las veces que suba al pulpito, considerar esa oportunidad como la última que se me concede para predicar y la última que la gente va a escuchar.” Alguien describió así una de sus predicaciones: “Casi nunca predicaba sin llorar y sé que sus lágrimas eran sinceras. Lo oí decir: ‘Vosotros me censuráis porque lloro.

Pero, ¿cómo puedo contenerme, cuando no lloráis por vosotros mismos, a pesar de que vuestras almas inmortales están al borde de la destrucción? No sabéis si estáis oyendo el último sermón o no, o jamás tendréis otra oportunidad de llegar a Cristo.'” A veces lloraba hasta parecer que estaba muerto y a mucho costo recuperaba las fuerzas. Se dice que los corazones de la mayoría de los oyentes se derretían ante el calor intenso de su espíritu, como la plata se derrite en el horno del refinador.

Cuando era estudiante del colegio de Oxford, su corazón ardía de celo, y pequeños grupos de alumnos se reunían en su cuarto diariamente; se sentían impelidos como los discípulos se sintieron después del derramamiento del Espíritu Santo el día de Pentecostés. El Espíritu continuó obrando poderosamente en él y por él durante el resto de su vida, porque nunca abandonó la costumbre de buscar la presencia de Dios.

Dividía el día en tres partes: ocho horas solo con Dios y dedicado al estudio, ocho horas para dormir y tomar sus alimentos, y ocho horas tiara el trabaja entre la gente. De rodillas leía las Escrituras y oraba sobre esa lectura, y así recibía luz, vida y poder. Leemos que en una de sus visitas a los Estados Unidos, “pasó la mayor parte del viaje a bordo solo, orando”. Alguien escribió sobre él: “Su corazón se llenó tanto de los cielos, que anhelaba tener un lugar donde pudiese agradecer a Dios; y completamente solo, durante horas, lloraba conmovido por el amor de su Señor que lo consumía.” Las experiencias que tenía en su ministerio confirmaban su fe en la doctrina del Espíritu Santo, como el Consolador todavía vivo, el Poder de Dios que obra actualmente entre nosotros.

Jorge Whitefield predicaba en forma tan vivida que parecía casi sobrenatural. Se cuenta que cierta vez predicando a algunos marineros, describió un navio perdido en un huracán. Toda la escena fue presentada con tanta realidad, que cuando llegó al punto de describir cómo el barco se estaba hundiendo, algunos de los marineros saltaron de sus asientos gritando: “¡A los botes! ¡A los botes!” En otro sermón habló de un ciego que iba andando en dirección de un precipicio desconocido. La escena fue tan natural que, cuando el predicador llegó al punto de describir la llegada del ciego a la orilla del profundo abismo, el Camarero Mayor, Chesterfield, que asistía al sermón, dio un salto gritando: “¡Dios mío! ¡Se mató!”

Sin embargo, el secreto de la gran cosecha de almas salvas no era su maravillosa voz, ni su gran elocuencia. Tampoco se debía a que la gente tuviese el corazón abierto para recibir el evangelio, porque ése era un tiempo de gran decadencia espiritual entre los creyentes.

Tampoco fue porque le faltase oposición. Repetidas veces Whitefield predicó en los campos porque las iglesias le habían cerrado las puertas. A veces ni ios hoteles querían aceptarlo como huésped. 
  • En Basingstoke fue agredido a palos. 
  • En Staffordshire le tiraron terrones de tierra. 
  • En Moorfield destruyeron la mesa que le servía de pulpito y le arrojaron la basura de la feria. 
  • En Evesham las autoridades, antes de su sermón, lo amenazaron con prenderlo si predicaba. 
  • En Exeter, mientras predicaba ante un auditorio de diez mil personas, fue apredreado de tal modo que llegó a pensar que le había llegado su hora, como al ensangrentado Esteban, de ser llamado inmediatamente a la presencia del Maestro. 
  • En otro lugar lo apedrearon nuevamente hasta dejarlo cubierto de sangre. Verdaderamente llevó en el cuerpo, hasta la muerte, las marcas de Jesús.
El secreto de obtener tales resultados con su predicación era su gran amor para con Dios. Cuando todavía era muy joven, se pasaba las noches enteras leyendo la Biblia, que tanto amaba. Después de convertirse, tuvo la primera de sus experiencias de sentirse arrebatado, quedando su alma enteramente al descubierto, llena, purificada, iluminada por la gloria y llevada a sacrificarse enteramente a su Salvador.

Desde entonces nunca más fue indiferente al servicio de Dios, sino que, por el contrario, se regocijaba trabajando con toda su alma, con todas sus fuerzas y con todo su entendimiento. Solamente le interesaban los cultos y le escribió a su madre que nunca más volvería a su antiguo empleo. Consagró su vida totalmente a Cristo. Y la manifestación exterior de aquella vida nunca excedía su realidad interior; así pues, nunca mostró cansancio, ni disminuyó la marcha durante el resto de su vida.

A pesar de todo, él escribió: “Mi alma estaba seca como el desierto. Me sentía como si estuviese encerrado dentro de una armadura de hierro. No podía arrodillarme sin prorrumpir en grandes sollozos y oraba hasta quedar empapado en sudor… Sólo Dios sabe cuántas noches quedé postrado en la cama, gimiendo por lo que sentía y, ordenando en el nombre de Jesús, que Satanás se apartase de mí. Otras veces pasé días y semanas enteras postrado en tierra suplicando a Dios que me liberase de los pensamientos diabólicos que me distraían. El interés propio, la rebeldía, el orgullo y la envidia me atormentaban, uno después de otro, hasta que resolví vencerlos o morir. Luchaba en oración para que Dios me concediese la victoria sobre ellos.”

Jorge Whitefield se consideraba un peregrino errante en el mundo, en busca de almas. Nació, se crió, estudió y obtuvo su diploma en Inglaterra. Atravesó el Atlántico trece veces. Visitó Escocia catorce veces.

Fue a Gales varias veces. Estuvo una vez en Holanda. Pasó cuatro meses en Portugal. En las Bermudas ganó muchas almas para Cristo, así como en todos los lugares donde trabajó.

Acerca de lo que experimentó en uno de esos viajes a la Colonia de Georgia, Whitefield escribió: “Recibí de lo alto manifestaciones extraordinarias. Al amanecer, al mediodía, al anochecer y a medianoche — de hecho el día entero — el amado Jesús me visitaba para renovar mi corazón. 

Si ciertos árboles próximos a Stonehouse pudiesen hablar, contarían la dulce comunión que yo y algunas almas amadas gozamos allí con Dios, siempre bendito. A veces, estando de paseo, mi alma hacía tales incursiones por las regiones celestes, que parecía estar lista para abandonar mi cuerpo. 

Otras veces me sentía tan vencido por la grandeza de la majestad infinita de Dios, que me postraba en tierra y le entregaba mi alma, como un papel en blanco, para que El escribiese en ella lo que desease. Nunca me olvidaré de una cierta noche de tormenta. Los relámpagos no cesaban de alumbrar el cielo. 

Yo había predicado a muchas personas, y algunas de ellas estaban temerosas de volver a casa. Me sentí guiado a acompañarlas y aprovechar la ocasión para animarlas a prepararse para la venida del Hijo del hombre. ¡Qué inmenso gozo sentí en mi alma! ¡Cuando volvía, mientras algunos se levantaban de sus camas asustados por los relámpagos que iluminaban los pisos y brillaban de uno al otro lado del cielo, otro hermano y yo nos quedamos en el campo adorando, orando, ensalzando a nuestro Dios y deseando la revelación de Jesús desde los cielos, ¡en una llama de fuego!”

¿Cómo se puede esperar otra cosa sino que las multitudes, a las que Whitefíeld predicaba, se vieran inducidas a buscar la misma Presencia? En su biografía hay un gran número de ejemplos como los siguientes: “¡Oh, cuántas lágrimas se derramaron en medio de fuertes clamores por el amor del querido Señor Jesús! Algunos desfallecían y cuando recobraban las fuerzas, al escucharme volvían a desfallecer. Otros gritaban como quien siente el ansia de la muerte. Y después de acabar el último discurso, yo mismo me sentí tan vencido por el amor de Dios, que casi me quedé sin vida. Sin embargo, por fin reviví y después de tomar algún alimento, me sentí lo suficientemente fuerte como para viajar cerca de treinta kilómetros, hasta Nottingham. En el camino alegré mi alma cantando himnos. 

Llegamos casi a medianoche; después de entregarnos a Dios en oración, nos acostamos y descansamos bajo la protección del querido Señor Jesús. ¡Oh Señor, jamás existió un amor como el tuyo!”

Luego Whitefíeld continuó sin descanso: “Al día siguiente en Fog’s Manor la concurrencia a los cultos fue tan grande como en Nottingham. La gente quedó tan quebrantada, que por todos los lados vi personas con el rostro bañado en lágrimas. 

La Palabra era más cortante que una espada de dos filos, y los gritos y gemidos tocaban al corazón más endurecido. Algunos tenían semblantes tan pálidos como la palidez de la muerte; otros se retorcían las manos, llenos de angustia; otros más cayeron de rodillas al suelo, mientras que otros tenían que ser sostenidos por sus amigos para no caer. La mayor parte del público levantaba los ojos a los cielos, clamando y pidiendo misericordia de Dios. Yo, mientras los contemplaba, solamente podía pensar en una cosa, que ése había sido el gran día. Parecían personas despertadas por la última trompeta, saliendo de sus tumbas para comparecer al Juicio Final.

“El poder de la Presencia divina nos acompañó hasta Baskinridge, donde los arrepentidos lloraban y los salvos oraban, lado a lado. El indiferentismo de muchos se transformó en asombro y el asombro se transformó después en gozo. Alcanzó a todas las clases, edades y caracteres. La embriaguez fue abandonada por aquellos que habían estado dominados por ese vicio. 

Los que habían practicado cualquier acto de injusticia, sintieron remordimientos. Los que habían robado se vieron constreñidos a hacer restitución. Los vengativos pidieron perdón. Los pastores quedaron ligados a su pueblo mediante un vínculo más fuerte de compasión. Se inició el culto doméstico en los hogares. Como resultado, los hombres se interesaron en estudiar la Palabra de Dios y a tener comunión con su Padre celestial.”

Pero no fue solamente en los países populosos que la gente afluyó para oírlo. En los Estados Unidos, cuando todavía era un país nuevo, se congregaron grandes multitudes de personas que vivían lejos unos de otros en las florestas. En su diario, el famoso Benjamín Franklin dejó constancia de esas reuniones de la siguiente manera: 

“El jueves el reverendo Whitefíeld partió de nuestra ciudad, acompañado de ciento cincuenta personas a caballo, con destino a Chester, donde predicó ante una audiencia de siete mil personas, más o menos. 

El viernes predicó dos veces en Willings Town a casi cinco mil personas. El sábado en Newcastle predicó a cerca de dos mil quinientas personas y, en la tarde del mismo día, en Cristiana Bridge, predicó a casi tres mil. El domingo en White Clay Creek predicó dos veces, descansando media hora entre los dos sermones dirigidos a ocho mil personas, de las cuales cerca de tres mil habían venido a caballo. La mayor parte del tiempo llovió; sin embargo, todos los oyentes permanecieron de pie, al aire libre.”

Cómo Dios extendió su mano para obrar prodigios por medio de su siervo, se puede ver claramente en lo siguiente: De pie sobre un estrado ante la multitud, después de algunos momentos de oración en silencio, Whitefield anunció de manera solemne el texto: “Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio.” 

Después de un corto silencio, se oyó un grito de horror proveniente de algún lugar entre la multitud. Uno de los predicadores allí presentes fue hasta el lugar de la ocurrencia para saber lo que había dado origen a ese grito. 

Cuando volvió, dijo: “Hermano Whitefield, estamos entre los muertos y los que están muriendo. Un alma inmortal fue llamada a la eternidad. El ángel de la destrucción está pasando sobre el auditorio. Clama en voz alta y no ceses.” Entonces se anunció al público que una de las personas de la multitud había muerto. No obstante, Whitefield leyó por segunda vez el mismo texto: “Está establecido para los hombres que mueran una sola vez.” 

Del lado donde la señora de Huntington estaba de pie, vino otro grito agudo. Nuevamente, un estremecimiento de horror pasó por toda la multitud cuando anunciaron que otra persona había muerto. Pero Whitefield, en vez de llenarse de pánico como los demás, suplicó la gracia del Ayudador invisible y comenzó, con elocuencia tremenda, a prevenir del peligro a los impenitentes. Sin embargo, debemos aclarar que él no siempre era vehemente o solemne. Nunca otro orador experimentó tantas formas de predicar como él.

A pesar de su gran obra, no se puede acusar a Whitefield de buscar fama o riquezas terrenales. Sentía hambre y sed de la sencillez y sinceridad divinas. Dominaba todos sus intereses y los transformaba para la gloria del reino de su Señor. No congregó a su alrededor a sus convertidos para formar otra denominación, como algunos esperaban. No solamente entregaba todo su ser, sino que quería “más lenguas, más cuerpos y más almas para dedicarlos al servicio del Señor Jesús”.

La mayor parte de sus viajes a la América del Norte los hizo a favor del orfanatorio que fundó en la colonia de Georgia. Vivía en la pobreza y se esforzaba para conseguir lo necesario para el orfanatorio.

Amaba a los huérfanos con ternura y les escribía cartas, dirigiéndose a cada uno de ellos por su nombre.Para muchos de esos niños él era el único padre y el único medio de su sustento. Una gran parte de su obra evangelizadora la realizó entre los huérfanos, y casi todos ellos permanecieron siempre creyentes fieles y unos cuantos de ellos llegaron a ser ministros del Evangelio. Whitefield no era de físico robusto; desde su juventud sufrió casi constantemente, anhelando muchas veces partir para estar con Cristo. A la mayoría de los predicadores les es imposible predicar cuando se encuentran enfermos como él.

Fue así como, a los 65 años de edad, durante su séptimo viaje a la América del Norte, finalizó su carrera en la tierra, una vida escondida con Cristo en Dios y derramada en un sacrificio de amor por los hombres.

El día antes de fallecer tuvo que esforzarse para poder permanecer en pie. Sin embargo al levantarse, en Exeter, ante un auditorio demasiado grande para caber dentro de ningún edificio, el poder de Dios vino sobre él y predicó como de costumbre, durante dos horas. 

Uno de los que asistieron dijo que “su rostro brillaba como el sol”. El fuego que se encendió en su corazón en el día de oración y ayuno de su separación para el ministerio, ardió hasta dentro de sus huesos y nunca se apagó (Jeremías 20:9).

Cierta vez un hombre eminente le dijo a Whitefield: “No espero que Dios llame pronto al hermano para la morada eterna, pero cuando eso suceda, me regocijaré al oír su testimonio.” 

El predicador le respondió:
“Entonces, usted va a sufrir una desilusión, puesto que voy a morir callado. La voluntad de Dios es darme tantas oportunidades para dar testimonio de El durante mi vida, que no me serán dadas otras a la hora de mi muerte.” 

Y su muerte fue tal como él la predijo. Después del sermón que predicó en Exeter, fue a Newburyport para pasar la noche en la casa del pastor. Al subir al dormitorio se dio vuelta en la escalera y con la vela en la mano pronunció un breve mensaje a sus amigos que allí estaban e insistían en que predicase.

A las dos de la mañana se despertó. Le faltaba la respiración y le dijo a su compañero sus últimas palabras que pronunció en la tierra: “Me estoy muriendo.”

En su entierro, las campanas de las iglesias de Newburyport doblaron y las banderas quedaron a media asta. Ministros de todas partes asistieron a sus funerales; millares de personas no consiguieron acercarse a la puerta de la iglesia debido a la inmensa multitud. 

Cumpliendo su petición, fue enterrado bajo el pulpito de la iglesia.

Si queremos recoger los mismos frutos de ver salvos a millares de nuestros semejantes, como lo vio Whitefield, debemos seguir su ejemplo de oración y dedicación.

¿Piensa alguien que es ésta una tarea demasiado grande? ¿Qué diría Jorge Whitefield, que se encuentra ahora junto a los que él llevó a Cristo, si le hiciésemos esta pregunta?
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viernes, 29 de julio de 2016

No me propuse saber nada entre vosotros, sino a Jesucristo, y a Éste crucificado. Y llegué a vosotros con debilidad, y con temor y con mucho temblor; y mi palabra y mi predicación no fueron con palabras persuasivas de sabiduría, sino con demostración del poder del Espíritu

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
Información 



Formación de Sermones Expositivos
1 Corintios 2: 1-5

1    Cuando yo, hermanos, fui a vosotros, no fui proclamándoos el misterio de Dios con               palabras altisonantes, o de sabiduría.
2    Pues no me propuse saber nada entre vosotros, sino a Jesucristo, y a Éste crucificado.
3    Y llegué a vosotros con debilidad, y con temor y con mucho temblor;
4    y mi palabra y mi predicación no fueron con palabras persuasivas de sabiduría, sino con       demostración del poder del Espíritu,
5    para que vuestra fe no esté en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios.

Los corintios tenían en alta estima al orador elocuente; realmente lo idolatraban. No sólo admiraban al que era hábil e ingenioso con la palabra, sino que incluso llegaban a pagarle muy bien para que les instruyera en el arte de la elocuencia y de la retórica. Anhelaban expresar su sabiduría mundana con palabras persuasivas y con una dicción elocuente. De otra forma no valoraban el mensaje.

Como orador, Pablo era casi lo opuesto—tal como su propia descripción claramente lo indica. Su predicación era sencilla, sus sermones sin pretensiones. Pablo no era un orador popular como los tele evangelistas de hoy. Tampoco intentaba impresionar a sus oyentes extrayendo profunda sabiduría del simple evangelio. El estilo de Pablo en el púlpito era más bien mesurado.

Tenía buenas razones para mostrarse ante los corintios sin pretensiones. Pablo explica: “Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado”. Los corintios debían fijar sus ojos en Cristo crucificado, y no en Pablo el gran orador; se debían concentrar en el mensaje sencillo del evangelio, y en ninguna sabiduría mundana que el apóstol les pudiera impartir.

Pablo era capaz de ser elocuente; era un hombre inteligente y bien educado. Lea usted sus epístolas y se convencerá de ello. Era un hombre sabio, y sabía cómo presentar esta sabiduría de manera efectiva. Pero con los corintios no estaba tratando de ganarlos al evangelio valiéndose del amor que tenían ellos por la elocuencia y por las exposiciones sabias. Si él los hubiese complacido en cuanto a su gusto por esas demostraciones, y ellos hubieran aceptado el evangelio, bien pudiera haber sido porque la forma en que el apóstol usaba las palabras captó su atención, no porque el mensaje de la cruz hubiera ganado su corazón.

Los corintios recordarán que Pablo fue a ellos en “debilidad… temor y mucho temblor”. En Atenas, a sólo 60 kilómetros de Corinto, Pablo había tenido muy poco éxito y una experiencia decepcionante, así que tenía razones para pensar que estos griegos de Corinto serían igual de duros para ser ganados por el evangelio. Todo el tiempo que trabajó entre ellos estuvo consciente de la inmoralidad que abundaba en Corinto y del reto que presentaban los que no estaban listos a cambiar sus concupiscencias sólo porque un predicador itinerante los llamaba al arrepentimiento. Así sus palabras también sugieren ansiedad por el éxito del “necio” evangelio entre estas personas que eran tan sabias en las cosas del mundo. Trate usted de predicarles a Cristo crucificado a los estudiantes sofisticados y a los profesores de una universidad mundialmente famosa y entonces entenderá la ansiedad de Pablo.

Y sin embargo Pablo tuvo éxito en Corinto. En el momento en que les escribió esta carta, la congregación de Corinto pudo haber sido la congregación más grande de las que él había fundado en Europa. ¿Cómo fue posible ese éxito entre personas que tenían en tan alto valor las “palabras persuasivas de humana sabiduría”, y que despreciaban el mensaje como necedad si no era presentado con la debida elocuencia? Pablo nos da la respuesta: “Con demostración del Espíritu y de poder”. El Espíritu de Dios lo hizo. El Espíritu abrió los corazones que estaban cerrados y que eran hostiles a la verdad. Ahora aceptaban lo que habían despreciado, y creían en aquello de lo que se habían burlado. Sólo el poder del Espíritu Santo hizo que estos “sabios” griegos vieran la “necedad” de su antigua sabiduría y aceptaran la verdadera sabiduría de la “necedad” de Dios. No fueron las “palabras persuasivas de humana sabiduría” de Pablo las que obraron este milagro.

¿Por qué lo hizo Dios de esta forma? “Para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios”. La sabiduría de los hombres no puede hacer creyentes; sólo la sabiduría y el poder de Dios pueden obrarlos. Esta es la respuesta final al orgullo del hombre por su propia sabiduría.

En el púlpito, todo hombre de Dios debe dejar que estos cinco versículos de la carta de Pablo lo guíen en su predicación. Debe predicar la persona y la obra de Cristo; debe predicar con un sentido de temor y temblor. También debe predicar con confianza, sabiendo que el éxito no depende de su habilidad sino del poder de Dios, mientras la verdad de Dios convence el corazón de los que escuchan las palabras del predicador.

En esta ocasión, la división de capítulos que vemos en las versiones no es acertada, porque Pablo todavía no ha terminado su discurso sobre la insensatez de la cruz. En esta última parte de su disertación, les recuerda a sus lectores la primera visita que les hizo, cuando les predicó el evangelio. No fue con un discurso persuasivo, sino con el poder del Espíritu Santo. No les llevó nada que no fuese el mensaje del Cristo crucificado, para que su fe estuviese cimentada en el poder de Dios.

1. Y yo, hermanos, cuando fui a vosotros, no fui proclamándoos el testimonio acerca de Dios con elocuencia incomparable o sobresaliente sabiduría.

Se presume que el verano del año 50 d.C., después de visitar Atenas durante su segundo viaje misionero, Pablo continuó viaje hasta Corinto (Hch. 18:1). Su costumbre era visitar las capitales, para que desde ellas el evangelio se propagase a las zonas rurales de los alrededores. Corinto, capital de Acaya en Grecia central y sur, tenía dos puertos, uno ubicado al sudeste (Cencrea) y otro al norte (Licaonia). Desde estos puertos, los marinos podían llevar las buenas nuevas a otros países y ciudades por todo el Mediterráneo. Corinto estaba ubicado en un lugar que era estratégico para la divulgación del evangelio.

a. «Hermanos, cuando fui a vosotros»
Pablo había tenido su encuentro con los filósofos de Atenas, donde su mensaje recibió una respuesta desfavorable (Hch. 17:16–34). Esto hizo que llegara muy desanimado a Corinto. Inmediatamente después de su arribo, encontró alojamiento en la casa de Aquila y Priscila, judeocristianos que se dedicaban a la confección de carpas y que ayudaron a Pablo (Hch. 18:2, 3). Como Pablo dice que la familia de Estéfanas fueron los primeros conversos de la provincia de Acaya (16:15), suponemos que Aquila y Priscila ya eran cristianos. Pablo y sus anfitriones fueron el núcleo de la iglesia cristiana de Corinto. Pablo predicó a los judíos y griegos de la sinagoga local, donde logró persuadir a Ticio Justo, a Crispo, a Gayo y a Estéfanas para que, con sus familias, creyesen en Cristo Jesús. La iglesia en Corinto siguió prosperando y creciendo en número. Cuando Pablo dejó Corinto unos dieciocho meses más tarde, Timoteo y Silas continuaron en la obra de predicar el evangelio.

Pablo vuelve a llamar «hermanos» a los corintios. Usa este apelativo general de afecto para llamar la atención de todos los miembros (hombres y mujeres) de esa congregación. Esto nos permite ver que tenía un corazón de pastor, cuando abordaba problemas delicados en la iglesia de Corinto.

b. «No fui proclamándoos el testimonio acerca de Dios». 
Algunos manuscritos griegos registran la palabra testimonio, otros la palabra misterio. El texto griego muestra que las palabras se escribían en forma similar, lo cual puede explicar cómo surgió la diferencia. La evidencia manuscrita que apoya la lectura misterio es antigua pero escasa, mientras que la que apoya testimonio es extensa. Numerosos editores, traductores y maestros del Nuevo Testamento Griego optan por esta última. Adoptan esta decisión en base a la evidencia interna, esto es, en base al sentido del contexto en el cual ocurre la palabra (cf. 1:6). Pablo les predicó el evangelio a los corintios. Este evangelio es el testimonio que Dios ha revelado a través de Jesucristo.

Algunos estudiosos creen que el versículo 7, donde ocurre la palabra misterio, es una explicación del versículo 1. A otros les parece que el versículo 7 influyó en los escribas, lo que los llevó a introducir la palabra en el versículo 1. Lo cierto es que, cuando Pablo fue a Corinto, no presentó un misterio, sino el evangelio de Cristo, que aquí se sintetiza en la expresión testimonio.

Algunas traducciones españolas leen el testimonio de Dios (NC, VM), pero en inglés otras leen «el testimonio acerca de Dios» (NIV, Cassirer). La diferencia tiene que ver con la forma en que se interpreta el caso genitivo. Si se trata de un genitivo subjetivo, entonces el texto quiere decir que Dios es el autor de este testimonio; si el genitivo es objetivo, entonces la idea es que Pablo predica un testimonio acerca de Dios. Como 1:6 tiene una construcción similar, nos parece que aquí el genitivo es tanto subjetivo como objetivo: Dios es el que origina el testimonio que Pablo proclama y Pablo enseña a los corintios acerca de Dios.

c. «Con elocuencia incomparable o sobresaliente sabiduría». 
Pablo declara abiertamente que no fue a Corinto con un mensaje entregado con elocuencia y sabiduría sublimes. Sus debates con los epicúreos eruditos y los filósofos estoicos en Atenas no consiguieron ninguna cosa, así que en Corinto predicó el evangelio sin adoptar la pose de un orador o filósofo. Más bien les llevó el mensaje de la salvación en términos sencillos que todos pudieran entender. Esta forma de predicar era poco usual en un contexto helénico, donde se admiraba a los oradores expertos.

Los sustantivos elocuencia y sabiduría apuntan a las habilidades verbales y a la agudeza mental del orador. Las dos expresiones se refieren a las palabras que salen de la boca de un orador y a los pensamientos que ensamblan palabras para formar oraciones. Claro que con frecuencia Pablo demuestra en su epístola que posee elocuencia y sabiduría. Por esto, en este contexto Pablo no quiere decir que carece de habilidades, sino que apunta a los excesos de filósofos y oradores griegos. El apóstol se niega a usar esos métodos; más bien prefiere predicar con claridad el mensaje de la cruz de Cristo.

La primera palabra que aparece en el griego es una forma que combina las palabras y yo. Se puede concluir, entonces, que Pablo empieza este versículo con el pronombre yo, a fin de acercarse a su audiencia. En el griego, el versículo 1 termina con la palabra Dios, para indicar de esta manera que su intención no es exaltarse a sí mismo, sino encaminar a su audiencia hacia Dios y hacia Jesucristo.

2. Más bien decidí no saber nada entre vosotros, que no sea a Jesucristo y a éste crucificado.

a. «Más bien decidí no saber nada». 
Una lectura superficial del texto podría hacernos creer que Pablo está en contra de lo intelectual. Pero esto es imposible, ya que en Jerusalén había recibido un largo e intensivo entrenamiento académico. Además, Pablo conocía la búsqueda griega del conocimiento y la sabiduría (Hch. 17:17). Con todo, su interés no era enseñarles a los corintios las metodologías que los pensadores atenienses habían adoptado y que los filósofos humanistas habían abrazado. Pablo dice que fue a predicar las buenas nuevas del Cristo crucificado (1:23; Gá. 6:14). Jesucristo lo había elegido para que llevase su nombre delante de judíos y gentiles (Hch. 9:15; 26:16). 

El Señor no lo había enviado a realizar ninguna otra tarea. Cuando Pablo llegó a Corinto, siguió cumpliendo la responsabilidad que Jesús le había encomendado, a saber, predicar el evangelio de la cruz de Cristo. Era un embajador en el sentido más pleno de la palabra, y como tal no reconocía ninguna otra tarea que no fuese la de proclamar el mensaje de su Señor y Salvador Jesucristo, el Señor crucificado.

b. «Entre vosotros». 
Estas palabras se refieren al año y medio que Pablo se quedó con los corintios, enseñándoles la Palabra de Dios (Hch. 18:11). En un sentido más amplio, la expresión entre vosotros revela la forma de vida de Pablo al predicar el evangelio de lugar en lugar, de sinagoga en sinagoga, de iglesia en iglesia.

c. «Que no sea a Jesucristo y a éste crucificado». 
Ésta es una forma más elaborada de la frase anterior «Cristo crucificado» (1:23). El mensaje de la crucifixión de Cristo parece ser directo y sencillo, y Pablo llamó a judíos y a gentiles a que creyesen en el Cristo crucificado, pero ellos rechazaron el mensaje como algo ofensivo y estúpido. Esto fuerza a Pablo a ir más allá de los detalles históricos de la crucifixión, para enseñar a su auditorio las implicaciones teológicas de este hecho redentor en la historia humana. No sólo enseñó por qué Cristo tenía que morir en la cruz, sino acerca de los beneficios eternos que cada creyente recibe: perdón de pecados, vida eterna y la resurrección del cuerpo.

Consideraciones prácticas en 2:2

Se espera que cuando se ordena a los ministros del evangelio, éstos dediquen tiempo completo a proclamar y enseñar el evangelio de Cristo. La ordenación significa que Dios los aparta para predicar «sea o no sea oportuno», como dice Pablo en 2 Timoteo 4:2. Los apóstoles dieron el ejemplo, cuando escogieron a siete varones llenos del Espíritu y de sabiduría para que ministrasen a las necesidades materiales de las viudas en Jerusalén (Hch. 6:1–6). De esta forma, los apóstoles pudieron dedicarse a la proclamación de la Palabra y a la oración. Sin embargo, Pablo dedicaba algún tiempo para confeccionar carpas, con lo cual suplía sus necesidades cotidianas. Pero cada vez que tenía lo suficiente para vivir, dedicaba todo su tiempo al ministerio de la Palabra.

Cuando Cristo llama a alguien a que proclame el evangelio, el tal debe dedicarse completamente a ese ministerio, debe rechazar toda oferta que implique tener que involucrarse en otras áreas de la vida. Ante todo y sobre todo debe ser un ministro de la Palabra de Dios. En otro tiempo, el predicador colocaría estas iniciales junto a su nombre: V.D.M. (Verbi Domini Minister, esto es, Ministro de la Palabra de Dios). Es bueno que todo predicador se repita y aplique a sí mismo la máxima de Pablo: «yo … decidí no saber nada entre vosotros, que no sea a Jesucristo y a éste crucificado».

3. Fui a vosotros en debilidad y en temor y con mucho temblor.
¡Qué confesión de los labios de uno de los apóstoles de Cristo! ¡Qué honestidad! ¡Qué humildad! Una vez más (véase el v. 1), Pablo se pone como ejemplo. Desnuda su alma y revela sus pensamientos. No tiene otra cosa que ofrecer que el mensaje de la muerte de Cristo en la cruz. Los judíos primero lo recibieron bien, pero pronto la recepción se tornó en hostilidad. Tuvo que dejar la sinagoga local, para continuar su ministerio en la casa de Ticio Justo. Cuando el desánimo se apoderó de Pablo, Jesús se le apareció en una visión y le dijo que no temiese, que debía seguir predicando, que no debía callar. Jesús le reveló que tenía mucho pueblo en la ciudad de Corinto (Hch. 18:7–11).

«Fui a vosotros en debilidad y en temor» (cf. 4:10). De sus otras epístolas, aprendemos que Pablo tuvo que soportar dolencias físicas; con frecuencia sufrió castigos y aflicción (2 Co. 11:23–28; 12:7) y se sabe que durante su visita a los gálatas estuvo enfermo (Gá. 4:13, 14). Suponemos que Pablo no tenía atractivo físico, quizá era de corta estatura (2 Co. 10:10) y con una enfermedad ocular (véase Gá. 4:15; 6:11). A pesar de todo, demostró ser un aguerrido divulgador del evangelio, cuando predicó en las sinagogas y los lugares públicos de Damasco, Jerusalén, Antioquía, Chipre, Asia Menor, Macedonia y Acaya.

Cuando Pablo escribe que su estadía en Corinto fue «en temor y con mucho temblor», se refiere a los dieciocho meses que se quedó en Corinto. Tenía la ardua tarea de fundar una iglesia en el Corinto cosmopolita. La gente influyente de Corinto consideraba a Pablo una persona sin fuerza, medios ni privilegios. Por causa de su trabajo con carpas, no le tenían respeto, estimándolo poco menos que como a un esclavo. Los judíos maquinaron continuamente contra él hasta que lograron llevarlo a juicio ante el procónsul Galión (Hch. 18:12). 

Los términos temor y temblor aparecen a menudo en las epístolas de Pablo como expresión de ansiedad. El miedo es una fuerza que Satanás usa para debilitar y detener a los siervos de Cristo y para distorsionar su percepción de la realidad. Pablo no entrega detalles, pero confiesa que durante su estadía en Corinto experimentó temor y temblor. Aquí los términos apuntan a las numerosas amenazas sociales y políticas que tuvo que enfrentar.

Además, también pensamos que Pablo debió tener un temor y temblor innato, porque estaba consciente de sus limitaciones ante la tremenda labor de predicar el evangelio y de fundar una iglesia en Corinto. Sabía que negándose a sí mismo, debía confiar que Dios le daría la fuerza necesaria para llevar a cabo esa tarea. Esto queda claro cuando se analiza lo que dice el siguiente versículo.

4. No entregué mi discurso y mi predicación en palabras persuasivas de sabiduría, sino que en demostración del Espíritu y de poder.

a. Declaración negativa. 
Jesús entrega al predicador la exigente tarea y obligación de predicar el evangelio, y ningún predicador debería confiar en que su propia inteligencia y habilidad le dará la victoria. Si lo hace, será como el confiado evangelista que durante un servicio de adoración predicó sin el poder del Espíritu Santo. Lo que consiguió en el púlpito fue un fracaso que lo humilló delante de la congregación. Después del culto, un anciano gobernante le dio un juicioso consejo: «Si hubieras entrado en el púlpito en la forma que lo dejaste, habrías salido del púlpito en la forma que entraste». Cuando el pastor conduce a la congregación en la adoración, debe dejarse guiar por la humildad.

Pablo afirma que ni su discurso ni su predicación fueron en palabras persuasivas de sabiduría. Repite lo que ya dijo en el versículo anterior (v. 1), sólo que ahora las palabras discurso y predicación adquieren un tono personal por medio del pronombre mi. Usa estas palabras para referirse al mensaje del evangelio (1:18) y a la predicación. Con todo, Pablo se abstiene de mencionar a los oradores que hablan persuasivamente y que predican en palabras de sabiduría.

¿Qué trata Pablo de comunicar? Porque cuando habló delante del rey Agripa (Hch. 26:27, 28) fue capaz de presentar el evangelio en una forma muy persuasiva y con palabras cuidadosamente escogidas. Sin embargo, en este contexto se niega a expresar su mensaje en persuasivas palabras de sabiduría, con lo cual sugiere que su sabiduría no tiene un origen humano, sino que viene de Dios.

b. Texto. «No … en palabras persuasivas de sabiduría»
En esta parte del versículo 4, el texto griego contiene algunas variantes que están ausentes en la mayoría de las traducciones, con excepción de: «palabras persuasivas de humana sabiduría» (RV60, la cursiva es mía, cf. LT, CI). Parece que el adjetivo que hemos presentado en cursiva es una glosa añadida por escribas que querían explicar el concepto de sabiduría. Se trata, entonces, de una lectura secundaria.

Donde el asunto se le complica a los traductores es con el adjetivo persuasivas, ya que no vuelve a ocurrir en todo el resto de la literatura griega. Parece que fue Pablo el que acuñó esta palabra. Uno de los manuscritos más antiguos, P46, le da su apoyo, y la mayoría de los traductores aceptan el adjetivo. Otros eruditos creen que el adjetivo debería traducirse por el sustantivo singular persuasión. Esto va de la mano con sugerir una variante más corta del texto griego, la cual omite el término palabras, lo que resulta en la lectura no … con persuasión de sabiduría. Aunque se han dado fuertes argumentos en favor de esta última traducción, la lectura persuasión carece de adecuado apoyo manuscrito. Me parece que la traducción «No … en palabras persuasivas de sabiduría» todavía es la mejor alternativa. No importa qué camino tome el traductor, todavía quedarán algunas dificultades.

c. Declaración positiva. 
Ahora viene la afirmación positiva de «sino que en demostración del Espíritu y de poder». Pablo escoge tres palabras claves para exhibir el poder espiritual que está a disposición de los predicadores de la Palabra de Dios. La primera palabra es «demostración», término que las cortes de justicia usaban para referirse a los testimonios. La palabra comunica la idea de que nadie es capaz de refutar las pruebas presentadas.

La segunda palabra es «Espíritu», la que ahora aparece por primera vez en esta epístola. Los corintios deberían saber que su nacimiento espiritual es la obra del Espíritu Santo (v. 13), que su cuerpo es el templo del Espíritu Santo (6:19) y que sus dones espirituales son la obra del Espíritu (12:11). Tienen la evidencia en ellos mismos.

La última palabra es «poder». El Nuevo Testamento asocia fuertemente esta palabra con la persona del Espíritu Santo. Por ejemplo, Jesús dijo a los apóstoles que recibirían poder cuando el Espíritu Santo descendiese sobre ellos en Pentecostés (Hch. 1:8; véase también Lc. 24:49). En una de sus epístolas, Pablo escribe: «Nuestro evangelio les llegó no sólo con palabras sino también con poder, es decir, con el Espíritu Santo y con profunda convicción» (1 Ts. 1:5). Aunque la expresión poder muchas veces apunta a milagros, aquí su sentido es mucho más amplio. La palabra denota «la mano de Dios que se extiende para actuar con poder y de maneras diversas a través del apóstol».

Pablo exhorta a los corintios a que abran sus ojos espirituales y que por sí mismos vean que Dios está obrando en su medio a través de su poder y Espíritu. Ellos gozaban de pruebas visibles e irrefutables mediante el poder del evangelio y la presencia del Espíritu Santo.

5. Para que vuestra fe no esté fundamentada sobre la sabiduría de los hombres, sino sobre el poder de Dios.
En este último versículo de la presente sección, Pablo expresa cuál es su objetivo al rechazar las palabras persuasivas y la sabiduría sobresaliente. Cuando predicó el evangelio a los corintios, su predicación produjo en ellos fe personal en Dios. Pablo les informa que esta fe no se origina ni se fundamenta en la sabiduría humana. Si la fe tuviera un origen humano, fracasaría y desaparecería completamente. La fe descansa más bien sobre el poder de Dios, el cual protege al creyente y lo fortalece para que pueda perseverar (cf. 1 P. 1:5).

Dios produce la fe en los corazones de los corintios mediante la predicación del evangelio de Cristo. No sólo les ha concedido el don de la fe, sino que ha provocado su conversión. Dios manda a Pablo a que fortalezca esa fe, instruyéndoles en las verdades de la Palabra de Dios. En suma, los corintios deberían saber que la fe no descansa en la sabiduría humana, sino en el poder de Dios.

«La sabiduría de los hombres». Notemos que Pablo usa el plural hombres, para ilustrar que en Corinto hay mucha gente dedicada a entregar su propia agudeza y sabiduría. El discernimiento humano es temporal, defectuoso y sujeto a cambio; la sabiduría de Dios es eterna, perfecta e inmutable. Cuando un creyente pide en fe que Dios le dé sabiduría (Stg. 1:5), experimenta también la obra del poder de Dios y se regocija en la salvación que Dios le ha dado.

Consideraciones prácticas en 2:4

La Reforma del siglo XVI produjo denominaciones que siempre han promovido que sus ministros tengan una buena educación. Muchas universidades surgieron del deseo que la iglesia tenía de enseñar bien a sus futuros predicadores. Después de que estas escuelas crecieron y se convirtieron en universidades, se mantuvo y todavía continúa la enseñanza teológica mediante escuelas o seminarios teológicos afiliados a estas universidades. El objetivo siempre ha sido equipar a los estudiantes que desean ser pastores, de tal manera que sean capaces de manejar correctamente la Palabra de Dios (véase 2 Ti. 2:15).

Pablo mismo había pasado por un estudio completo de las Escrituras. En sus epístolas pastorales, exhorta a Timoteo a mantenerse firme en lo que aprendió de él y de otros. Desafía a Timoteo a que predique la Palabra «con mucha paciencia, sin dejar de enseñar», lo mismo que a hacer «los deberes de tu ministerio» (2 Ti. 4:2, 5). A los predicadores se les debe enseñar a producir sermones que sean una fiel exposición de lo que dice la Escritura. 

Además, los sermones deberían estar libres de ampulosidad y anécdotas que nada tienen que ver con el pasaje bíblico que se discute. Finalmente, los predicadores deberían ser capaces de comunicarse y relacionarse bien con la gente a la que tienen que ministrar la Palabra de Dios.

Palabras, frases y construcciones griegas en 2:1–5

Versículo 1

ἦλθον … καταγγέλλων
—el verbo es un aoristo voz activa («fui») y el participio está en tiempo presente, voz activa («proclamando»). Ambos deben tomarse como una unidad verbal. Pablo fue a Corinto con el propósito definido de predicar el evangelio, y continuó predicando después de su llegada.

οὑ
—esta partícula negativa está colocada inmediatamente después del verbo ἦλθον para mostrar que la usual partícula negativa μή con el participio significaría «no proclamando». Este orden sintáctico coloca el concepto fui proclamándoos en forma negativa.

Versículo 2

οὑ—J.B. Lightfoot cree que el negativo se conecta con el verbo ἔκρινα («decidí») y traduce la oración completa de la siguiente manera: «no tenía la intención, no tenía la voluntad de saber nada». El negativo para el infinitivo εἰδέναι (=saber) debería ser μή. 

Sin embargo, C.F.D. Moule provee numerosos ejemplos en los que los negativos οὐ y μή son cambiados de lugar o bien usados intercambiablemente, y llama nuestra atención al texto griego de 2 Corintios 2:2, que es similar aunque sigue la construcción regular.

Versículo 4

λόγος—En los primeros dos capítulos de esta epístola, Pablo usa repetidamente la forma singular y plural de λόγος (1:5, 17, 18; 2:1, 4, 13). 

Aquí la palabra es usada como sinónimo del mensaje del evangelio, esto se nota especialmente por el uso del pronombre mi que ocurre dos veces, modificando a «discurso» y a «predicación».

πειθοἷς σοφίας λόγοις—«palabras persuasivas de sabiduría». Esta lectura está apoyada por el Códice Vaticano, el Sinaítico y el Beza. 

Pero no existe evidencia textual para la presencia del adjetivo πειθός (=persuasivo). En cambio, el sustantivo πειθω, (=persuasión, que en el dativo singular es πειθοἷς) sí ocurre en otra literatura griega. Con todo, el apoyo manuscrito que recibe en este versículo es extremadamente débil, y esto es especialmente cierto de la otra lectura más corta que omite el sustantivo λόγοις.

Versículo 5

ἵνα—la oración negativa de propósito que lleva μή depende del sujeto principal contenido en κἀγω, y del verbo ἐγενόμην (fui) en el versículo 3.
ἐν—seguida dos veces del caso dativo, esta preposición significa «sobre».

Pareciera que Pablo sintió un santo temor de que le atribuyeran méritos que no tenía. Es cierto que había ido a predicar a Corinto y allí había sufrido persecuciones, había luchado contra propios y extraños y, aunque con falencias, había dejado una iglesia en marcha. El no lo negaba, pero de ninguna manera pretendía que todo era obra suya y no del poder de Dios. No es que los cristianos deben limitar el lugar de quienes predican la Palabra o dirigen la obra del Señor. Sin embargo, estos deben hacer un doble esfuerzo para que su acción no desplace el lugar que corresponde al Señor.

La insistencia en este punto de la carta tiene que ver con el tema que está tratando: la unidad. Como mencionamos, uno de los argumentos de algunos líderes de grupos facciosos en la iglesia era que podían apelar al nombre de su padre espiritual y fundador de la iglesia. Como era lógico que ese papel tan especial no fuera dejado de lado, el argumento tenía su peso. No se trataba de seguir a una figura secundaria como Apolos, ni a una personalidad lejana como Cefas, sino a quien más importancia podía tener en la historia de aquella congregación.

Por otra parte, es importante notar el tono empleado por el apóstol.

COMO HABLAR A LOS HERMANOS
  1.      Con afecto—“hermanos” (1a).
  2.      Con humildad.
  3.      Con claridad.
  4.      Con un propósito claro (5).


Después de demostrar que la obra del evangelio no podía basarse en las características de los corintios, Pablo expone que tampoco podía fundamentarse en él—pese a todo lo que Dios le había permitido realizar en esa ciudad.

Su afecto por aquellos creyentes se nota en la reiteración de la palabra “hermanos”, que pareciera una reflexión: “Pero, hermanos, no me coloquen en una situación falsa que yo no he buscado”. La palabra describe los sentimientos del apóstol, así como también apela a la conciencia de los lectores.

La primera insistencia de Pablo está precisamente en aquello que él evitó. No tenía dudas sobre lo que sí debía predicar (v. 2). Los vv. 1b y 4 prácticamente reiteran ideas similares: nada de “excelencia de palabras”, nada de sabiduría humana (2a, 4a, 5a), nada de “palabras persuasivas” (4a). Notemos que se trata precisamente de áreas en que los griegos se destacaban. 

Ellos habían producido oradores extraordinarios como Demóstenes,12 o pensadores inigualables como Aristóteles—que ha sentado las bases para la filosofía de todos los tiempos—, y además discutidores como los sofistas, que basaban sus razonamientos en juegos de palabras o en su sentido oculto. 

Es cierto que los tiempos de gloria habían pasado y que la ciudad de Corinto no se destacaba precisamente en esos órdenes, pero en general eso se esperaba de alguien que quisiera hacer un impacto en el pensamiento general. Pablo dice que él rehuye todo eso. Cuando leemos sus cartas o lo que nos queda de su predicación, nos admira la fuerza de sus razonamientos, así como la forma en que algunas de sus expresiones han logrado condensar maravillosamente grandes verdades. Pero él diría con sencillez: “Esto es sólo el poder de Dios”.

No se trata sólo de saber qué debemos evitar sino también de tener en claro qué debemos hacer.

EL EVANGELIO PARA EL PUEBLO
  1.      Es el mensaje de Jesucristo, el Mesías prometido que se hizo hombre en Israel.
  2.      Es el mensaje de “éste crucificado”, como si dijera: “De todo lo que se puede decir de él, hay un punto que no puede omitirse”. Es aún más fuerte que en 1:23.
  3.      Es algo que debemos predicar. Nadie oye lo que no se dice.

Algunos autores creen que Pablo tomó una decisión específica al ir a Corinto, ya que allí llegaba desde Atenas, donde había hecho un enfoque distinto al habitual, apelando a la cultura griega. Pero esta idea desconoce todo lo que el apóstol predicó con anterioridad. La idea de Cristo crucificado era central en todo lo que hizo en todo momento, y un leve cambio de estrategia en cuanto a la manera que había utilizado en Atenas, no indica que haya abandonado el núcleo del mensaje. “Me propuse” sólo indica que decidió continuar con su práctica habitual (Gá. 3:1). “A éste crucificado” no sugiere una nueva estrategia. Para Pablo esto ya era parte de predicar a Cristo.

El cuadro que Pablo traza sobre sí mismo es impactante. El apóstol debía de tener una buena medida de aquello que, en su humildad, colocaba en un discreto segundo plano (Fil. 2:3). En los siguientes versículos notamos que su actitud es distinta, así como el tono de autoridad que asume en diferentes momentos de la carta.

EL OBRERO CRISTIANO (2:3)
  1.     Puede sufrir de “debilidad” física (3a). Varios pasajes insinúan que Pablo no gozaba             de excelente salud. Pero las limitaciones eran suplidas por “el poder de Dios”.
  2.    También reconoce que tenía “mucho temor y temblor” (v. 3b), problemas que hoy                  consideraríamos psíquicos. Esta repetida expresión bíblica no describe el miedo, sino           el sentimiento de profunda responsabilidad ante una tarea de alcances etemos.
 3.   Asimismo estaba limitado en su capacidad de encontrar palabras suficientemente                 persuasivas. La respuesta estaba en dejar que lo humano tuviera un papel secundario,         y en dar preponderancia a lo del Espíritu.


De la misma manera, podríamos pensar que si alguien está convencido a tal extremo de sus limitaciones, bien podría replegarse y dejar el trabajo a otro que tuviera la elocuencia de Apolos o la historia de Pedro. Por lo contrario, Pablo declara que nunca dejará de ocupar su propio lugar, siempre apelando al poder del Espíritu.

Quizá todo eso era una sorpresa para los corintios, que debían recordar a Pablo con admiración. ¡De modo que aquellos mensajes inflamados de poder surgían de un hombre que temblaba ante Dios! ¡Y aquellos notables argumentos eran sólo una inspiración directa del Espíritu, que usaba los conocimientos previos del apóstol! ¡Y aquella fuerza ante las pruebas era exhibida por un hombre que se consideraba débil! Hay una sola conclusión posible: el poder de Dios es infinito, y el poder de Pablo no radicaba en la persona o la presentación del predicador sino en la obra del Espíritu.

DIOS A TRAVÉS DEL PREDICADOR (2:2, 4 y 5)
  1.      Produce el “testimonio de Dios” (2).
  2.      Enseña las palabras de la sabiduría de Dios.
  3.      Actúa con el poder de Dios (5b).
  4.      Se demuestra con el Espíritu de Dios (4b).

Si la fe de los cristianos se basara en la sabiduría humans, habría sido lógico que algunos fueran discípulos de Pablo, otros de Apolos, otros de Pedro y otros, insatisfechos con todos, dijeran ser sólo de Cristo. Pablo tuvo un propósito concreto al analizar cómo debía llevar el mensaje divino en Corinto: dar a la iglesia un fundamento verdadero. Estos conceptos reaparecerán en el cap. 3: “Nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo” (v. 11).

EL FUNDAMENTO DE LA IGLESIA
  1.      Es aquello que fundamenta la fe, la convicción interna expresada en la vida                          continua.
  2.      No se basa en nada que sea humano.
  3.      Se basa en el poder transformador de Dios y én la guía del Espíritu Santo.

El apóstol entonces ha descartado las razones de fondo que provocaban divisiones en la iglesia de Corinto. No ha caído en minucias ni en hechos aislados. La importancia excesiva que los corintios daban a sus propios méritos así como a su fundador, revelaban que no tenían, su mira en lo único que produce verdadera unidad: el Espíritu de Dios.

En base a ello, Pablo puede proseguir exponiendo la acción de la tercera persona de la Trinidad, en un pasaje muy digno de ser considerado con suma atención, ya que se relaciona con muchos debates actuales.

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