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Tal como Jesús había deseado, la iglesia de Jerusalén era unida. Hechos 4:32 dice que "la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma". Esa armonía que existía entre los discípulos era un indicio del gran amor que se tenían los unos a los otros. Su espíritu de fraternidad demostraba al mundo que pertenecían a Cristo (Juan 13:35). En aquella época como ahora, la vida diaria del cristiano es lo que realmente enseña a la gente, porque revela más fielmente que nuestras palabras lo que realmente creemos y somos.
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