viernes, 1 de noviembre de 2013

El Zángano espiritual y las abejas: Dos casos de la Iglesia

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
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El Peligroso caso del Zángano
Milton Acosta, PhD
Una de las causas del atraso en nuestro continente, aparte de la corrupción, la injusticia, la explotación, y la violencia, entre otras cosas, es la holgazanería. El holgazán quiere vivir bien y no trabajar. Cuando el holgazán es sofisticado, se convierte en profesional de la holgazanería; aparenta estar trabajando y habla copiosamente de sus tantas ocupaciones y las grandes responsabilidades que pesan sobre sus callosos hombros laborales. Espera que lo respeten, y hasta que lo admiren. Así que, además de holgazán, es quimérico y mitómano. Por eso cuando le solicitan hacer algo, responde que no tiene tiempo.
En el mundo de las abejas, este individuo se llama zángano. Es más robusto y de antenas más largas que las obreras, pero no tiene aguijón. Es decir, aparte de fecundar, es un completo inútil.
El problema de los holgazanes es viejo. Hasta existió en la iglesia cristiana en los puros inicios. Por eso, en su segunda carta a los Tesalonicenses, Pablo dedica un párrafo entero a los vagos (3:6–14). El asunto es tan serio que Pablo dice “el que no quiera trabajar, que tampoco coma.”
Los académicos se han ocupado diligentemente del estudio de los vagos bíblicos ¿Qué hace Pablo, el apóstol, predicador, teólogo y misionero, hablando de estas cosas? ¿Qué tiene que ver esto con el juicio de Dios, la venida de nuestro Señor Jesucristo y el día del Señor? Se ha sugerido que algunos cristianos en Tesalonica concluyeron que si Cristo estaba a punto de volver, no tenía objeto trabajar. El mérito de estos vagos radica entonces en que entendieron un asunto teológico y fueron radicalmente consecuentes con éste. Si la venida de Cristo está a la vuelta de la esquina, es inútil trabajar. Así, como se trata de algo que entendieron mal, lo que tienen entonces no es un problema volitivo ni actitudinal, sino teológico. Y la mala teología se corrige con buena teología. Por eso Pablo les escribe.[1]
El problema de esta interpretación teológicamente aguda del caso del zángano eclesiástico está precisamente en lo que escribe el apóstol. En primer lugar, Pablo afirma haberle dado a esta iglesia enseñanzas concretas con respecto al trabajo y a ganarse el pan. En segundo lugar, Pablo se pone de ejemplo a sí mismo y a sus acompañantes como personas trabajadoras que no fueron carga para nadie.
Lo anterior quiere decir que los vagos cristianos de la Tesalónica del siglo primero decidieron no prestar atención a la buena enseñanza ni al buen ejemplo. Siendo así las cosas, empezamos a dudar del mérito teológico que estos vagos pudieran tener. Las palabras de Pablo casi nos obligan a pensar que estos zánganos lo son por gusto. Lo más probable entonces es que usaron la pronta venida de Cristo como excusa para dedicarse a su actividad favorita; es decir, a no hacer nada. De modo pues que no tienen el mérito del discipulado radical producido por la mala teología que sí han tenido otros. No confundamos teología con vagabundería.
En tercer lugar, Pablo aclara que el vago no solamente se dedica a no hacer nada. El ser humano no puede estar totalmente desocupado. Por eso el vago del zángano se dedica a la actividad que constituye su verdadera vocación: meterse en lo que no le importa (3:11); o dicho de manera más respetuosa, se dedica a la chismografía; por eso lo de las antenas más largas. Aclaramos que hay chismosos que también trabajan y son productivos. No nos confundamos en este detalle tan importante porque algunas personas se podrían ofender. Debemos procurar siempre la ecuanimidad.
La cuarta cosa que hace el apóstol para atender el problema del zángano, además de mandarlo a trabajar, es pedirle a la comunidad a la que pertenece que haga dos cosas a favor del zángano: “denúncienlo públicamente y no se relacionen con él” con el propósito de “que se avergüence.”
Finalmente, Pablo hace una advertencia muy pastoral: “no lo tengan por enemigo, sino amonéstenlo como a hermano.” Al vago entonces no se le manda para el infierno, pero sí debe sentir vergüenza en esta tierra, por inútil y por andar metiéndose en lo que no le importa. ¿No le parece? Claro, el buen trabajador también necesita que disminuyan la corrupción, la injusticia, la explotación, y la violencia, entre otros, tanto para no perder el ánimo, como para disfrutar el fruto de su trabajo.


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