martes, 17 de julio de 2012

La Construccion de sermones: Ayuda importante para predicadores y ministros itinerantes


biblias y miles de comentarios
 
Tipo de Archivo: PDF | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
Información
 I El tema del sermón

La primera cosa para preparar un buen sermón es tener un mensaje   definido.   Antes   de   proceder   a  la   preparación   de   un sermón, todo predicador debe responderse esta sencilla pregunta:
¿De qué voy a hablar?
Mientras el predicador no pueda contestar claramente tal pregunta, no debe seguir adelante. Ha de tener un tema y debe saber con precisión cuál es. Sólo puede estar seguro de que lo sabe cuando pueda expresarlo en palabras. Si el tema está entre la bruma,   también   lo   estará   todo   lo   que   le   pertenece:   su introducción, su arreglo, su prueba y su objeto.
El   tema   debe   ser   la   expresión   exacta   del   asunto,   o   la respuesta   a   la   pregunta:   
¿De   qué   voy   a   hablar?   
Nunca   debe escogerse un tema por ser bonito o sonoro como fase, sino que ha de expresar claramente el objeto que el sermón persigue. Todo predicador,   para  preparar  bien  su  sermón, debe   responder   a  la pregunta: 
¿Por qué voy a hablar de este tema? ¿Qué fin deseo lograr?
El tema no sólo ha de abarcar o incluir lo que se va a decir, sino que ha de excluir todo lo que no tenga que ver con el asunto.
En toda preparación para el público, las primeras palabras que se escriban deben ser la expresión exacta del tema, o sea, la respuesta a la pregunta: ¿De qué voy a hablar?
COMO ENCONTRAR UN TEMA
El   mensaje   debe   venir  como   una   inspiración   especial   de Dios, y el predicador debe estar pidiendo mensajes a Dios para sus oyentes.   Pero   no   es   de   esperar   que   venga   siempre   como   una inspiración   profética,   sino   que   él   mismo   debe   afanarse   en buscarlos de diversas maneras.
Spurgeon   dice:  «Confieso   que   me   siento   muchas   veces, hora tras hora, pidiendo a Dios un asunto, y esperándolo, y que esto   es   la   parte   principal   de   mi   estudio.   He   empleado   mucho tiempo   y  trabajo   pensando   sobre   tópicos,   rumiando   puntos doctrinales,   haciendo   esqueletos   de  sermones,   y   después sepultando   todos   sus   huesos   en   las   catacumbas   del   olvido, continuando  mi   navegación   a   grandes   distancias   sobre   aguas tempestuosas hasta ver las luces de un faro para poder dirigirme al   puerto   suspirado.   Yo   creo   que   casi   todos   los   sábados   formo suficientes esqueletos de sermones para abastecerme por un mes, si pudiera hacer uso de ellos; pero no me atrevo, ni suelo hacerlo.
Naturalmente,   porque   no   da   lugar   a   ello   el   hallazgo   de   otros mejores.»
El predicador puede recibir la inspiración de un mensaje:
a) Reflexionando sobre las necesidades espirituales de sus oyentes Debemos advertir al predicador novel acerca del peligro de sermones particulares dirigidos a una familia o a un individuo de la iglesia.   Si   tiene algo   que   decir   a   un   individuo,   dígaselo particularmente, pero no desde el pulpito, que es la cátedra de toda   la   Iglesia,   y   no   debe   sacrificarla   a   las   conveniencias particulares   de   unos   pocos.   Además,   se   expone   a   que   sus insinuaciones   sean   comprendidas   por   otros   hermanos,   como dirigidas a aquélla u otra persona y ello produciría murmuraciones, o podría ocurrir que la misma persona comprendiera demasiado bien el mensaje y se ofendiera con razón por la falta de tacto del predicador. Pero cuando el predicador siente que la mayoría de la iglesia   adolece   de   algún   defecto   o   necesita   una exhortación especial, hágala sin temor, pensando en su alta responsabilidad como siervo de Dios.
El   célebre   Spurgeon   dice   en   su   libro  Discursos   a   mis estudiantes:  «Considerad   bien   qué pecados   se   encuentran   en mayor   número   en   la   iglesia   y   la   congregación.   Ved   si   son   la vanidad humana, la codicia, la falta de amor fraternal, la calumnia u otros defectos semejantes. Tomad en cuenta cariñosamente las pruebas  que la Providencia plazca sujetar a vuestros oyentes, y buscad   un bálsamo   que   pueda   cicatrizar   sus   heridas.   No   es necesario hacer mención detalladamente, ni en la oración ni en el sermón, de todas estas dificultades con que luchen los miembros de   vuestra congregación.»   El   autor   quisiera   añadir   aquí:   Que sientan   vuestros   miembros   culpables, probados,   afligidos   o castigados por la mano del Señor, que vuestra palabra desde el pulpito   es  adecuada   a   su   necesidad;   que   es   bálsamo   para   sus heridas; pero sin empeñaros vosotros en rascar la Haga para que penetre   más   la   medicina.   Confiad   esta   tarea   al   Espíritu   Santo.
Dejad tan sólo caer vuestro mensaje como la nieve que se posa suavemente   sobre  los secos  prados,  y permitid a Dios  hacer el resto.
b) En sus lecturas devocionales de la Biblia.El predicador no debe alimentar a otras almas manteniendo la suya a escasa dieta. Sin embargo, éste es el defecto de muchos predicadores   excesivamente   ocupados.   La   lectura   devocional diaria, personal o en familia, proporcionará al predicador temas y le   hará   descubrir   filones   de   riqueza   espiritual   en   lugares insospechados.   Anote   cuidadosamente   las   ideas   que   surjan   en tales momentos.
c) Leyendo sermones de otros predicadores.
El predicador no debe ser insípido bajo la pretensión de ser original,   ni   debe   fiar   tampoco   en   las   despensas   de   otros   para alimentar   su   propia   familia.   Ambos   extremos   son   malos.   El predicador   debe   tener   tiempo   para   leer   sermones   de   buenospredicadores,  no sólo en  el momento  en que  necesita  algo con urgencia   para   preparar   su   mensaje,   sino   en   otros   momentos cuando no le interesa preparar ningún sermón, sino alimentar su propia alma. Es muy posible que si espera el momento de tener que   preparar   su   propio   sermón   no   encuentre   nada   adecuado   y tenga que emplear horas y más horas repasando libros de cubierta a   cubierta,   mientras   que   si   hubiera  empleado   un   poco   más   de tiempo en el cuidado de su propia alma, los mensajes adecuados para   las  de   los   demás   le   habrían   venido   sin   esfuerzo,   y   quizá sacrificando para ello menos tiempo que el que en el momento del apuro   se   ha   visto   obligado   a   emplear.   Siempre   los   mejores mensajes del predicador son aquellos que primero han hecho bien a sí mismo. Cualquier sermón o idea que el predicador considere útil para sus oyentes debe anotarla cuidadosamente en su «Libreta de   sugestiones»,   indicando  el   volumen   y   página   donde   podrá volver a encontrar tal idea expuesta detalladamente. Thomas Spencer escribió así: «Yo guardo un librito en que apunto cada texto de la Biblia que me ocurre como teniendo una fuerza  y una  hermosura  especial.  Si  soñara  en un  pasaje  de  la Biblia, lo apuntaría; y cuando tengo que hacer un sermón, reviso el librito, y nunca me he encontrado desprovisto de un asunto.»
Usando de nuevo una de las figuras de Spurgeon, diremos que: «Cuando se quiere sacar agua con una bomba que no se haya usado por mucho tiempo, es necesario echar primero agua en ella, y   entonces   se   podrá   bombear   con   buen   éxito.   Profundizad   los escritos de alguno de los maestros de la predicación, sondead a fondo sus trabajos y pronto os encontraréis volando como una ave, y mentalmente activos y fecundos.»
d) En sus visitas pastorales.
Muchas veces la conversación con personas inconversas, o con miembros débiles de la Iglesia, hacen sentir al pastor alguna necesidad espiritual común a muchos de sus oyentes. A veces aun el   texto   que  responde   a   tal   necesidad   es   dado   durante   la conversación. Debe apresurarse a anotarlo en la misma calle, al salir   de   tal   visita.   Si   espera   a   hacerlo   podría   borrarse   de   su memoria. Cuando el mensaje es sugerido en tal forma predíquelo con confianza y con la persuasión de que es Dios quien le ha dado su palabra, con la misma seguridad que lo haría un profeta del antiguo tiempo.
e) En la consideración de las cosas que le rodean.
El predicador debe ser un atento observador de la naturaleza y de los hombres. Todo lo que ve y oye debe archivarlo cuidadosamente en su memoria por si alguna vez pudiera serle útil como ilustración de  un sermón. Y a veces una ilustración provee el tema de un sermón. Spurgeon cuenta de un predicador que descubrió el tema de un magnífico sermón en un canario que vio cerca de su ventana con algunos gorriones que lo picoteaban sin compasión con ánimo de   destrozarlo,   lo   que   le   hizo   recordar   Jeremías   12:9:   «¿Es   mi heredad   de   muchos   colores?   ¿No   están   contra   ella   aves   en derredor?» Meditando sobre este texto, predicó un sermón sobre las   persecuciones   que   ha   de   sufrir   el   pueblo   de   Dios.   Otro   día encontró un tema en el hecho de un tizón que cayó del hogar al estrado un domingo por la tarde en que necesitaba un tema para sermón,   lo   que   le   indujo   a   predicar   sobre   Zacarías   3:2.   Dos personas vinieron después a decirle que habían sido convertidas por este sermón.
Es necesario, no obstante,  que los sermones surgidos  de tales observaciones prácticas sean verdaderos sermones, llevando un   plan   y   un   mensaje   espiritual,   y   no   una   larga   y   detallada exposición del incidente que, no por interesar mucho al predicador, ha   de   interesar   en   la   misma   medida   a   los   que   no   han   sido afectados   por   la   idea   o   sugerencia,   la   cual   debe   ser   puesta solamente como introducción, pero no ocupar el lugar del sermón.
f) Pidiéndolos a Dios en oración.
Spurgeon dice:  «Si alguien me preguntara: ¿Cómo puedo hacerme   con   el   texto   más   oportuno?   Le   contestaría:   Pedidlo   a Dios.»
Harrington Evans, en sus Reglas para hacer sermones, nos da como la primera: «Pedid a Dios la elección.»
Si   la   dificultad   de   escoger   un   texto   se   hace   más   dura, multiplicad vuestras oraciones; será esto una gran bendición.
Es notoria la frase de Lutero: «Haber bien orado, es más de la   mitad   estudiado.»   Y   este   proverbio   merece   repetirse   con frecuencia. Mezclad la oración con vuestros estudios de la Biblia.
Cuando vuestro texto viene como señal de que Dios ha aceptado vuestra   oración,   será   más   precioso  para   vosotros,   y   tendrá   un sabor   y   una   unción   enteramente   desconocidos   al   orador   frío   y formalista, para quien un tema es igual a otro. Y, citando a Gurnal, declara: «Cuánto tiempo pueden los ministros sentarse, hojeando sus libros y devanándose los sesos, hasta que Dios venga a darles auxilio, y entonces se pone el sermón a su alcance, como servido en bandeja. Si Dios no nos presta su ayuda, escribiremos con una pluma sin tinta. Si alguno tiene necesidad especial de apoyarse en Dios, es el ministro del Evangelio.»
g) Evitad la repetición.
El predicador, al buscar su tema, debe tener presentes sus temas   anteriores.   Dice   Spurgeon:  «No   sería   provechoso   insistir siempre   en   una   sola   doctrina,   descuidando   las   demás.   Quizás algunos  de nuestros   hermanos  más  profundos  pueden ocuparse del mismo asunto en una serie de discursos, y puedan, volteando el   calidoscopio,   presentar   nuevas   formas   de   hermosura   sin cambiar de asuntos; pero la mayoría de nosotros, siendo menos fecundos intelectualmente, tendremos mejor éxito si estudiamos el modo de conseguir la variedad y de tratar de muchas clases de verdades.  Me  parece bien y necesario revisar con  frecuencia  la lista de mis sermones, para ver si en mi ministerio he dejado de presentar alguna doctrina importante, o de insistir en el cultivo de alguna   gracia   cristiana.   Es   provechoso   preguntarnos   a   nosotros mismos   si   hemos   tratado   recientemente   demasiado   de   la  mera doctrina,   o   de   la   mera   práctica,   o   si   nos   hemos   ocupado excesivamente de lo experimental.»
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