lunes, 9 de julio de 2012

Las Parabolas: Relatos de un Gran Maestro

biblias y miles de comentarios
 

EL MAYOR INSULTO
LUCAS 20:9–19
Comenzó luego a decir al pueblo esta parábola: Un hombre plantó una viña, la arrendó a labradores, y se ausentó por mucho tiempo. Y a su tiempo envió un siervo a los labradores, para que le diesen del fruto de la viña; pero los labradores le golpearon, y le enviaron con las manos vacías. Volvió a enviar otro siervo; mas ellos a éste también, golpeado y afrentado, le enviaron con las manos vacías. Volvió a enviar un tercer siervo; mas ellos también a éste echaron fuera, herido.
Entonces el señor de la viña dijo: ¿Qué haré? Enviaré a mi hijo amado; quizás cuando le vean a él, le tendrán respeto.
Mas los labradores, al verle, discutían entre sí, diciendo: Éste es el heredero; venid, matémosle, para que la heredad sea nuestra. Y le echaron fuera de la viña, y le mataron.
¿Qué, pues, les hará el señor de la viña? Vendrá y destruirá a estos labradores, y dará su viña a otros. Cuando ellos oyeron esto, dijeron: ¡Dios nos libre!
Pero él, mirándolos, dijo: ¿Qué, pues, es lo que está escrito:
La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo?
Todo el que cayere sobre aquella piedra, será quebrantado; mas sobre quien ella cayere, le desmenuzará.
Procuraban los principales sacerdotes y los escribas echarle mano en aquella hora, porque comprendieron que contra ellos había dicho esta parábola; pero temieron al pueblo. (Lucas 20:9–19)
G.K. Chesterton comentó en cierta ocasión que siempre es más fácil perdonar una herida accidental que un insulto deliberado. Algunas personas parecen tener la habilidad de meter la pata cada vez que abren la boca. Dondequiera que vayan, aunque sea sin intención, intervienen de una manera ofensiva y con poco tacto. Pero, normalmente, nos reímos de semejante insensibilidad y torpeza, precisamente porque sabemos que no lo pretenden.
Por otro lado, hay insultos que son deliberados, premeditados y calculados para hacer daño, y pueden causar heridas emocionales devastadoras, especialmente si proceden de personas cercanas a nosotros. Recuerdo que hace unos años alguien me mostró una carta escrita por una hija a su madre. Se trataba del ácido verbal más concentrado que yo había leído nunca, y destrozó el corazón de la pobre madre. Si su hija la hubiera abofeteado en público, no se habría sentido más profundamente humillada.
«Los palos y las piedras pueden romperme los huesos, pero las palabras no hacen daño». Ésa era la forma típica de responder a los insultos cuando estaba en el colegio. Pero la fanfarronada es tan mala como la rima, porque los apodos duelen. Las palabras tienen la capacidad de producir lágrimas y grabarse en nuestras mentes, aguijoneando nuestros sentimientos de una manera en que no puede hacerlo ningún golpe físico.
Seguramente Chesterton tiene razón. Quizás tengamos el recuerdo de alguna bofetada. Si es así, podremos sintonizar profundamente con esta parábola final. En Lucas 20, Jesús nos cuenta la historia de lo que estimo que, con toda justicia, se puede considerar el insulto más cruel y más vergonzoso que se ha sufrido a lo largo de toda la historia del mundo. Lo he denominado «el mayor insulto». Ningún otro insulto ha manifestado una impertinencia más descarada, ni ha dejado llagas tan permanentes o ha sido tan claramente inmerecido. Porque este insulto no fue dirigido contra un ser humano, sino contra el corazón amante de Dios mismo.
Y Jesús nos lo narra en la última de sus parábolas recogidas por Lucas y que muy bien pudo ser la última que Jesús contó.
Hay quien ha dicho que «parábola» es un nombre equivocado para esta historia, porque se acerca más a una verdadera alegoría que cualquiera de las otras historias que hemos estudiado. También es considerablemente menos misteriosa. No hay que esforzarse para interpretarla. Quizás se deba a que Jesús se acerca al final de su vida, por lo que piensa que puede hablar con mayor claridad que anteriormente. El significado de la historia es tan obvio que ni siquiera sus oponentes tienen dudas acerca de lo que Jesús quiere decir. Lo examinaremos en tres apartados.
1. Qué pensaba Jesús de la condición humana
Un hombre plantó una viña. (Lucas 20:9)
Jesús contó esta parábola en el contexto de otra persecución levantada contra él por los principales sacerdotes y los maestros de la ley. Su viaje hacia Jerusalén, que Lucas nos ha estado narrando desde el capítulo 9, está llegando a su fin. Ya ha entrado en la ciudad en medio de una triunfante aclamación de sus seguidores. Y, nada más llegar, lo revoluciona todo al arrojar a los mercaderes del templo. No es sorprendente que las autoridades judías pensaran que había que interrogarle oficialmente acerca de sus dudosas credenciales para sentirse con el derecho a alborotar de aquella manera. De ahí su intencionada pregunta, recogida por Lucas al principio del capítulo:
Dinos: ¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿O quién es el que te ha dado esta autoridad? (Lucas 20:2)
Jesús, no obstante, demuestra una vez más su destreza consumada esquivando esta clase de interrogatorio hostil. Él también les dirige una pregunta intencionada, rehusando responderles directamente.
El bautismo de Juan, ¿era del cielo o de los hombres? (Lucas 20:4)
Mientras ellos intentan torpemente encontrar una respuesta diplomática que ni les perjudique ni les avergüence, él continúa con su historia.
Se trata de una historia que, según se nos dice, sus inquisidores estaban convencidos de que iba dirigida contra ellos personalmente. Estoy seguro de que esta sospecha no se debía a que estuvieran sufriendo una paranoia irracional. Cualquiera que estuviera familiarizado con el Antiguo Testamento sabía que la figura de la viña que Jesús utiliza aquí no era original. La había tomado prestada. El profeta Isaías, 800 años antes, había compuesto un canto alegórico en la misma línea que esta parábola de Jesús. Y la relación entre ambas es inconfundible.
Tenía mi amado una viña en una ladera fértil. La había cercado y despedregado y plantado de vides escogidas; había edificado en medio de ella una torre, y hecho también en ella un lagar; y esperaba que diese uvas, y dio uvas silvestres. (Isaías 5:1–2)
Isaías, además, interpreta su alegoría:
Ciertamente la viña de Jehová de los ejércitos es la casa de Israel, y los hombres de Judá planta deliciosa suya. (Isaías 5:7)
El cántico de Isaías era muy famoso, y el paralelismo con la parábola de Jesús demasiado obvio, como para que la aplicación de la misma se le escapara a los eruditos bíblicos judíos. La viña de la que hablaba Jesús en su parábola era la misma de la que hablaba Isaías. Se trataba de Israel, el pueblo de Dios. Quien había plantado aquella viña había sido Dios mismo. Es evidente que los siervos enviados como emisarios fueron los profetas del Antiguo Testamento. Y los malos arrendatarios a los que Jesús atribuyó la vergüenza de que la viña fuera improductiva: ¿quiénes eran? Bueno, no es necesario echarle mucha imaginación para darse cuenta de que representaban a los líderes de Israel, los mismos principales sacerdotes y maestros de la ley que trataban de desacreditar a Jesús en aquel momento. Tenían toda la razón para pensar que se estaba predicando contra ellos.
No era la primera vez que Jesús denunciaba públicamente a la clase gobernante de su nación. Más atrás, en Lucas 11, tenemos un ataque mordaz que podríamos considerar como un comentario de esta parábola:
¡Ay de vosotros, que edificáis los sepulcros de los profetas a quienes mataron vuestros padres! De modo que sois testigos y consentidores de los hechos de vuestros padres; porque a la verdad ellos los mataron, y vosotros edificáis sus sepulcros. Por eso la sabiduría de Dios también dijo: Les enviaré profetas y apóstoles; y de ellos a unos matarán y a otros perseguirán (Lucas 11:47–49).
En esta historia, Jesús está planteando una alegoría acerca de esa extraña estrategia divina de enviar a sus siervos a un pueblo que los va a rechazar. El pueblo de Dios rehusa dar el fruto de justicia que se espera de él. En vez de eso, rechazan con crueldad a sus siervos los profetas allá adonde se les envía.
El peligro para nosotros, por supuesto, es que al reconocer la referencia clara que esta parábola hace a Israel y a sus líderes, queramos evadir las implicaciones que tiene para nosotros. Podríamos decirnos a nosotros mismos, como en el caso de la parábola del fariseo y el publicano: «¡Vaya con los hipócritas sacerdotes y escribas! Ya sabemos lo malvados que eran. Gracias a Dios nosotros no estamos entre los arrendatarios de los que habla». Y entonces nos perderíamos de nuevo el efecto y la reprensión de la parábola. No sentiríamos su fuerza aguijoneadora.
Esto sería un error desastroso. Porque la relevancia de esta parábola de Jesús no queda restringida al Israel del primer siglo A.D., así como tampoco el cántico de Isaías al que Jesús está aludiendo estaba restringido al Israel del siglo octavo a.C. No, ésta es una historia que habla de abusar de los privilegios, de despreciar la generosidad y eludir la responsabilidad. Y por eso, en mi opinión, va dedicada a toda la humanidad en general. La verdad es que Lucas la incluye en su evangelio no para fomentar los prejuicios antisemitas entre sus lectores gentiles, sino porque era relevante para ellos.
Quiero sugerir que Jesús no está describiendo sólo a Israel cuando habla de su viña. Está describiendo todas y cada una de las situaciones de este planeta caído y rebelde donde la bendición divina es respondida con desprecio por parte del hombre. Por tanto, sus palabras son relevantes para la iglesia visible, una iglesia que posee la revelación de la Palabra de Dios de una forma que va mucho más allá de lo que Israel llegó a conocer, pero que, con su apostasía, una y otra vez causa dolor al corazón de Dios.
Estas palabras son relevantes para Gran Bretaña, una tierra que ha experimentado la influencia de Dios mucho más que la mayoría de las naciones, pero que hoy está casi tan secularizada y llena de paganismo como algunas de las que nunca han oído el evangelio.
También son relevantes para algunos de nosotros como individuos, porque hemos sido bendecidos personalmente a través del ministerio de la Palabra de Dios mucho más que nuestros vecinos. Sin embargo, como la semilla que fue sembrada en terreno de espinos, ha producido muy poco fruto de obediencia en nuestras vidas. Yo no creo que sea equivocado decir que Jesús está describiéndonos en esta parábola la trágica condición de todo el mundo. Éste es un mundo que fue creado originalmente por Dios, lleno de potencial productivo; es un terreno dispuesto con todo lo necesario para prosperar, sembrado y equipado, que lo único que necesita es que se trabaje en él. Dios puso a Adán en el jardín para cultivarlo y guardarlo para él, según se nos dice en Génesis 2.
Por tanto, ¿qué es lo que va mal en nuestro mundo? ¿por qué las cosas se han echado a perder y todas nuestras esperanzas se han ido a pique? ¿por qué una y otra vez todos aquellos sueños optimistas de una sociedad mejor se han convertido en fantasías utópicas, como espejismos en el desierto?
Hace cien años, a finales del siglo diecinueve, los intelectuales humanistas hablaban con una confianza típica de Prometeo acerca del glorioso futuro que le esperaba a la raza humana en el siglo veinte: liberación de la enfermedad, de la guerra y de la pobreza. Según ellos, la raza humana, guiada por la ciencia y por la tecnología, iba en camino de una nueva época dorada. Estaban seguros de ello y todo el mundo lo creía. Pero es evidente que, sin embargo, estos últimos cien años han visto conflictos militares a una escala mundial sin precedentes. Han sido testigos de un hambre de dimensiones sin igual. Y, en cuanto a la liberación de la enfermedad, la ciencia médica que ha conquistado la viruela y la tuberculosis se ha visto en la década de los 90 derrotada por el azote mundial del virus del SIDA.
Ahora, en los años 90, como en los 80, están aquellos que, animados por la llegada no sólo de un nuevo siglo, sino de un nuevo milenio, hablan una vez más en términos utópicos acerca de la «nueva era». Es curioso ver cómo esa gran fila de ceros al final del año 2000 se rodea de tanto significado místico, ¿verdad?
Me pregunto cuáles serán los horrores del siglo veintiuno que enterrarán todo ese optimismo cuando nuestros hijos crezcan. No lleva a nada pensar en ello. El sueño idílico del jardín del Edén volverá a perseguir a la raza humana, pero no es más que un sueño, el sueño irrealizable y tormentoso del paraíso perdido. Jesús, ¿cómo es que los seres humanos somos más inseguros y violentos cuanto más avanzamos? ¿Qué es lo que ha fallado en la viña, Jesús?
¿Es que los arrendatarios no han evolucionado lo suficiente desde su pasado animal como para cooperar de una manera armoniosa en el cuidado de los viñedos? ¿Es ése el problema? ¿Es que su ciencia es demasiado primitiva, por lo que no tienen más remedio que poner al día su eficiencia productiva por medio de la mecanización y de fertilizantes? ¿Se trata del defectuoso sistema socioeconómico del que somos víctimas, con sus opresores absentistas provocando la lucha de clases?
No. Según Jesús no se trata de ninguna de estas cosas. Para él, el problema es simple. Aquellas personas fueron colocadas en la viña como arrendatarios, pero ellos querían ser los propietarios.
Éste es el heredero; venid, matémosle, para que la heredad sea nuestra. (Lucas 20:14)
Un arrendatario tiene que rendir cuentas ante alguien. Paga una renta. Y Jesús está diciendo aquí que lo mismo es cierto de los seres humanos. También hemos de rendir cuentas. Hemos adquirido una deuda de obediencia moral ante el Dios que nos dio este precioso mundo en el que vivir. Por eso, la palabra «debemos» predomina tanto en nuestro vocabulario. El verbo «deber» tiene que ver con la palabra «deuda». Es la palabra que hace referencia a un deber moral, una deuda moral. De manera intuitiva, todos los seres humanos saben quiénes están por encima de ellos. Podemos distinguir fácilmente a la hora de tomar decisiones entre lo que queremos hacer, lo que es más fácil de hacer, lo que otros nos obligan a hacer y lo que debemos hacer.
Y, de manera instintiva, sabemos que, sin lugar a dudas, lo que debemos hacer es lo que tiene prioridad a la hora de plantearnos nuestras elecciones. Por muy doloroso o molesto que nos resulte, por mucho que otras personas intenten que hagamos lo contrario, si hay algo que debemos hacer, entonces debemos hacerlo. Estoy obligado por un imperativo que tiene prioridad sobre cualquier otra consideración. Todos comprendemos lo que significa la palabra «debemos», porque es el término que se refiere a nuestro arriendo, el que nos indica nuestra obligación.
La pregunta que ha ocupado las mentes de los filósofos durante miles de años, por supuesto, es: ¿de dónde viene este extraordinario sentido de obligación? La gente cada vez lo relaciona más con el condicionamiento social. «¿Moralidad?—dicen. Se trata sólo de convenio social. Se nos enseñan determinadas cosas en nuestra infancia y las interiorizamos en forma de conciencia cuando crecemos». Pero el problema es que, una vez que de verdad nos creemos que eso es la moralidad, inmediatamente pierde su fuerza y ya no tiene poder sobre nosotros. Si lo bueno y lo malo no son más que invenciones humanas, entonces ¿por qué no vamos a pasarlo por alto cuando nos apetezca?
El análisis sociológico moderno de la palabra «deber» no alcanza a explicar nuestro sentido de obligación moral. Nuestro mundo occidental está experimentando cada vez más la anarquía y la permisividad que de manera irresistible resulta de esa clase de escepticismo corrosivo. Porque lo característico de la palabra «deber» es que tiene que venir de fuera de nosotros, de una autoridad mayor. Y el problema de la filosofía humanista que ha predominado en nuestra cultura en los últimos dos siglos es que no tiene acceso a una autoridad mayor. Sus seguidores quieren una ley moral pero sin un legislador moral. Quieren valores personales sin un Dios personal. Y no es posible.
La responsabilidad involucra por definición a dos partes. Se ha de poder responder a la pregunta: ¿responsabilidad hacia quién? El humanismo no puede responder a eso. Por eso ha supuesto un período desastroso para nuestra historia intelectual.
Pero Jesús puede responder a esa pregunta. Comprende de dónde viene la palabra «deber». Dice que procede del propietario de la viña. Nuestra naturaleza moral refleja el hecho de que nos ha puesto en la tierra como sus arrendatarios, no como propietarios. Le debemos algo a nuestro Creador. Hay un «deber» ineludible en la misma naturaleza de nuestra existencia humana. La razón fundamental por la que la viña se ha echado a perder es que los hombres y las mujeres, judíos, gentiles o quienes quiera que sean, normalmente abandonan su responsabilidad. «Seréis como dioses»—le dijo el diablo a Eva. Y, con gran arrogancia, nos creemos la mentira y escogemos el camino del desafío moral en vez del de la obediencia moral (ver Génesis 3:1–6).
En este aspecto, el rechazo de los profetas por parte de los judíos no es en esencia diferente de nuestro general rechazo humano de Dios. Pablo argumenta este punto en su carta a los romanos. Él dice que en el fondo todos conocemos de sobra la responsabilidad que tenemos ante Dios de someter nuestras vidas a su gobierno. El judío tiene la Biblia, el gentil tiene su conciencia. Ninguno tenemos excusa. Todos somos pecadores. Todos somos arrendatarios con pagos de la renta pendientes (ver Romanos 1 a 3). Y, por eso, el propietario interviene en nuestras vidas. Y cuando lo hace, nuestra reacción inmediata—como la de los arrendatarios de la parábola—no es de sorpresa, sino de resistencia.
Seguramente Jesús nos haría ver que, en nuestro siglo veinte, la misma clase de postura ilegítima a favor de la autonomía moral, la que condujo a Israel al fracaso, nos está conduciendo también a nosotros al fracaso de nuestra visión secular de un mundo mejor.
Aquí encontramos la raíz de todos los desastres ecológicos que nos recuerdan constantemente los ecologistas. Hemos pasado por alto el sentido de mayordomía que Dios nos ha dado en relación a este mundo, y pensamos que podemos hacer lo que nos apetezca con la creación, abusando de ella como queramos y sin impunidad.
Ésta es la causa del fracaso de los sueños socialistas, de los cuales el ejemplo más reciente y trágico lo tenemos en la caída del bloque comunista. Los seres humanos somos demasiado codiciosos, demasiado egoístas, demasiado cómodos y demasiado corruptos como para que sueños tan utópicos sobre la cooperación económica se hagan realidad. Ésta es la llama que hace que, en nuestro mundo de hoy, el fuego de la violencia revolucionaria extienda su terrorismo cruel a nuestro alrededor: el anarquismo convencido de que es más noble y más digno acabar con los representantes de la autoridad que someternos a ellos.
Aquí tenemos también el terreno apropiado para que el terrible fantasma de la tiranía continúe persiguiendo a la raza humana, con todo su armamento de manipulación psicológica y vigilancia computerizada con el que nos ha capacitado la ciencia moderna. Los seres humanos tenemos complejo de poder. Cual actor incompetente decidido a hacer de Hamlet, el insignificante hombre tiene la ambición de hacer de Dios. Y es genéticamente incapaz de darse cuenta de que el papel le va muy grande. Por tanto, en vez de otorgarle el poder a hombres y mujeres humildes que conduzcan a las naciones por el camino de la moderación y de la paz, una y otra vez se lo damos a los megalómanos—los Stalin, Hitler o Saddam Hussein—, y después nos quejamos del leviatán de control e intimidación que ponen nuestro alrededor y que destroza nuestra libertad.
Todo es consecuencia de lo mismo. No queremos ser arrendatarios de la viña. Insistimos en ser los propietarios. Y esa falta de gratitud es muy mala: que Dios le otorgue ese privilegio y esa dignidad a la raza humana, ese potencial creativo, y que estemos tan poco dispuestos a devolverle algo a Dios. Pero lo patético es que es inútil. Porque se trata de una rebelión destinada al fracaso. Es una insolencia y una insensatez pensar que unas insignificantes criaturas podemos resistirnos ante el Omnipotente, rechazando todas las cosas y a todas las personas a quien Dios envía para recordarnos la deuda que tenemos con él, y esperar salirnos con la nuestra. ¡Podemos tener por seguro que él no lo tolerará! ¿Verdad?
Pero lo extraordinario en la historia que cuenta Jesús es que lo tolera durante mucho tiempo.
2. Qué pensaba Jesús de su propia misión
¿Qué haré? Enviaré a mi hijo amado; quizás cuando le vean a él, le tendrán respeto (Lucas 20:13).
Encuentro que este versículo es inmensamente conmovedor. Jesús refleja en él la paciencia de Dios, que les da a los rebeldes seres humanos una oportunidad tras otra para arrepentirse, aunque una y otra vez reciba una bofetada a cambio. Pero todavía quiere mostrarles su misericordia, aún contiene su justa indignación y pone la otra mejilla. Les da una última oportunidad, aunque eso signifique jugarse lo más precioso que tiene: «mi hijo amado».
Pero no debemos permitir que la fuerza emocional de estas palabras oscurezca la importancia de su significado teológico. Quiero que recordemos de nuevo la pregunta que provocó esta parábola: ¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿O quién es el que te ha dado esta autoridad? (Lucas 20:2).
Es difícil no llegar a la conclusión de que aquí, en esta historia, Jesús está respondiendo directamente a esa pregunta: «Enviaré a mi hijo amado». De manera extraña, Jesús se ha introducido como personaje en su propio relato. Si tenemos dudas acerca de esto, seguramente quedarán disipadas por la adición de la frase «hijo amado», porque son las mismas palabras que vinieron del cielo cuando Jesús fue bautizado por Juan en Lucas 3:21–22: «Tú eres mi hijo amado»—dijo la voz del cielo. La coincidencia es demasiado grande, especialmente si recordamos que, poco antes, Jesús había hecho una referencia directa al bautismo de Juan.
No hay posibilidad de error, por tanto, en cuanto a lo que Jesús estaba afirmando implícitamente. Los profetas que vinieron antes eran siervos de Dios. «Pero yo soy diferente—les dice—, soy especial. Soy el hijo amado de Dios». No creo que sea exagerado afirmar la enorme importancia de esta identificación que Jesús hace de sí mismo.
Y, sin embargo, así ocurre en nuestros días. Diré por qué. En los últimos treinta años o así, la teología liberal ha llevado a cabo en nuestro país y en todo el mundo toda una campaña pública implacable para desacreditar la doctrina de la deidad de Cristo. La idea de que Dios tuviera un hijo que vino a la tierra en forma humana es, según ellos, un cuento fantástico que ninguna persona moderna puede seguir creyendo. John Robinson lanzó la primera bomba pública en 1963 con su célebre Honestos con Dios. Después llegó un bautista, Michael Taylor, con una afirmación muy similar en 1971. En 1977 tenemos el simposio anglicano titulado El mito del Dios encarnado. En 1984, uno de los colaboradores de televisión, Don Cupitt, hizo una campaña aun más firme a favor de esta opinión, consiguiendo que fuera de dominio público gracias a su serie El mar de la fe. Más recientemente, David Jenkins, el pasado obispo de Durham, se ocupó de mantener el tema candente en sus entrevistas concedidas a la prensa.
La razón de esta conspiración académica no es difícil de discernir. La doctrina de la deidad de Cristo es la que obstruye más que ninguna otra el diálogo entre el cristianismo y las demás creencias. Y ese diálogo está cerca de convertirse en una obsesión para muchos de nuestros teólogos y líderes contemporáneos de la iglesia. ¿Quieres ser rechazado como candidato para el ministerio cristiano en cualquiera de las denominaciones principales de la actualidad? Di en una mesa redonda con los otros candidatos que quieres que se conviertan a Cristo los musulmanes de este país. Eso es todo lo que necesitan oír.
Con despojar a Cristo de su divinidad, de manera que se convierta en uno de los muchos siervos de Dios, en vez de aparecer en el credo de la iglesia como su «hijo amado», ya se abre el camino para un mayor acercamiento entre el cristianismo y el islam, entre el cristianismo y el hinduismo, entre el cristianismo y cualquier otra cosa. El sueño ecuménico de una sola religión mundial estaría más cerca de cumplirse.
Insisten en que esta forma de interpretar la persona de Cristo es posible, incluso deseable. ¿Por qué? Dicen estos intérpretes que porque Jesús nunca pretendió la deidad. Su extraña identidad como Dios encarnado fue algo que añadieron los cristianos que vinieron detrás de Jesús de Nazaret. Éste se habría avergonzado si nos escuchara llamarle Señor y Dios. La deidad de Cristo—según ellos—es una invención de la iglesia primitiva. Nunca formó parte de la propia enseñanza de Jesús. Eso es lo que declaran los seguidores liberales.
Pero pienso que más bien no es eso lo que vemos en esta parábola. Al contrario, Jesús muestra claramente que es alguien único. «Yo soy el hijo—dice—, muy diferente de los otros siervos, los profetas que vinieron antes».
Porque el hijo no sólo trae la palabra divina, sino también la semejanza divina. No sólo viene para representar al Rey, sino para ser el Rey. Jesús no se ve a sí mismo como un accidente de la historia. Viene con el propósito específico de afirmar los derechos territoriales del Padre sobre su rebelde viña. Viene, en una palabra, como el Mesías, a inaugurar el largamente anunciado reino de Dios del que habían hablado los profetas.
Sólo existe una forma de evitar llegar a la conclusión de que Jesús abrigaba esa idea acerca de sí mismo: dejar de lado esta parábola, considerándola una pura invención. Y eso, claro está, es lo que hacen estos eruditos. No pueden admitir la idea de que Jesús se incluya en la parábola de esa manera como el hijo, por lo que insisten en que esa historia fue variada por posteriores cristianos hasta el punto de que hemos perdido totalmente su forma original. Pero, sinceramente, no hay ninguna base para deshacernos de esa manera del relato de Lucas. Sólo los enormes y cegadores prejuicios pueden llevar a alguien a negar que Jesús aquí está confesando su plena conciencia filial. «Yo soy el Hijo—les dice—, no sólo un maestro, ni siquiera un profeta. Soy el Hijo de Dios, y es por esa filiación divina por lo que ejerzo en el templo esa autoridad de la que os quejáis».
Fijémonos de nuevo en la melancolía de ese soliloquio divino con el que continúa la historia: «Quizás le tendrán respeto». Dios seguramente dice lo mismo hoy cuando mira la iglesia y el mundo. Sé que al hombre liberal moderno le irrita oír que una religión es mejor que otra. En nuestra generación pluralista se ejerce todo tipo de presión sobre nosotros para que no le otorguemos a Jesús unos determinados colores; puede ser un profeta, un filósofo, un visionario, cualquier cosa vale.
Pero, por muy aduladores que puedan parecer esos títulos, en ellos no hay nada que sea único. Se puede admirar a personas así sin necesidad de seguirlas. Se las puede ignorar, si se quiere, sin pagar un precio. Pero Jesús no admite que le dediquemos ese tipo de alabanza apenas perceptible. Proclama que él es el último recurso de Dios, su última Palabra, su Hijo amado.
En el cielo no habrá disidentes. No habrá nadie que diga: «¡Tres hurras por Mahoma!» Si Jesús tiene razón, en el cielo todos están unidos por un veredicto unánime: «Jesús es el Señor». Y si es así, tenemos que escucharle. Tenemos que respetar su autoridad. No nos queda otra elección.
Pero la terrible verdad es que no lo hicimos. Y la extraordinaria verdad es que él sabía que no lo haríamos:
Mas los labradores, al verle, discutían entre sí, diciendo: Éste es el heredero; venid, matémosle, para que la heredad sea nuestra. Y le echaron fuera de la viña, y le mataron. (Lucas 20:14–15)
Existen tantas dimensiones del significado de la cruz que resulta imposible encerrar todo su significado en pocas palabras. Quizás por eso tenemos que convertirlo en un símbolo visual. Pero, en esta parábola, Jesús se centra en un elemento de su significado que quizás a menudo perdemos en nuestra teología. La cruz—nos dice—es el mayor insulto. La cruz es el gesto supremo de desprecio humano al gobierno de Dios. La cruz es el mayor desaire, que culmina siglos de rechazo a Dios por parte de la raza humana. Fuimos incapaces de apreciar, ni siquiera de tolerar, a alguien que nos retaba a admitir la deuda que teníamos, que nos llamaba a reconocer la responsabilidad adquirida ante nuestro Hacedor. Por eso le crucificamos.
Llegados a este punto, es muy fácil para ti y para mí refugiarnos de nuevo detrás del hecho de que Jesús, en esta parábola, se estaba dirigiendo a los judíos del primer siglo. Podemos decir: «Claro, fue culpa suya. Todos sabemos lo bárbaros que eran los judíos y los romanos. La crucifixión fue un asesinato legal espantoso, por supuesto. Por eso, cuando vi Ben Hur las pasadas Navidades, mis ojos se llenaron de lágrimas ante la injusticia perpetrada».
Pero no, no podemos librarnos de la culpa de semejante manera. Si lo hacemos, no nos estaremos identificando con esta parábola como Jesús desea que lo hagamos, sino que estaremos huyendo. Lo fundamental que Jesús nos está diciendo aquí es que nosotros también somos arrendatarios. Estábamos allí cuando crucificaron al Señor.
Algunos de nosotros estábamos con aquellos burócratas romanos, otros con aquellos soldados violentos. Otros entre los fariseos, presumiendo de nuestra ortodoxia bíblica. Pero ¿dónde estábamos la mayoría de nosotros? Las estadísticas dicen que estábamos entre aquella multitud que, de manera mecánica, no paraba de gritar: «¡crucifícale, crucifícale!»
Nuestras manos no fueron las que clavaron literalmente los clavos en las manos de Jesús. Pero nuestros corazones eran malos, rebeldes y lo suficientemente irresponsables como para haberlo hecho. Supongo que podemos argumentar ignorancia. De hecho, el mismo Jesús lo hizo por nosotros: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lucas 23:34).
Pero esta parábola expone la generosidad de esa oración, y la superficialidad de semejante excusa. Porque si nosotros le crucificamos debido a nuestra ignorancia, no obstante seríamos culpables de ignorancia. Pero Jesús insiste en que aquellos arrendatarios sabían muy bien a quién estaban asesinando. Por eso lo hacían. «Éste es el heredero—dijeron—; venid, matémosle, para que la heredad sea nuestra».
Por tanto, Jesús hace que nos demos cuenta de que, en lo más profundo de nuestra honestidad personal, también nosotros sabemos quién es y por qué no le queremos en nuestras vidas. Se trata de ese obsesivo deseo de independencia, esa loca ambición de ser dioses. «No quiero que ninguna deidad protectora interfiera en mi vida. Quiero hacer lo que me apetezca. Muchas gracias. Quiero ser mi propio dueño. Éste es el heredero; matémosle, para que la heredad sea nuestra». Todos lo hemos dicho. Y, cada vez que lo decimos, añadimos nuestro clavo personal junto a los que colgaron a Cristo en la cruz.
3. Qué pensaba Jesús del futuro
¿Qué, pues, les hará el señor de la viña? (Lucas 20:15)
De nuevo, como dije al principio, este versículo predice la forma en que los judíos, por su rechazo al Mesías, perdieron sus privilegios espirituales en favor de los gentiles. Mateo lo deja claro en su forma de entender esta parábola. «El reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él»—dice—(Mateo 21:43). Es comprensible que los oyentes judíos se ofendieran, porque semejante perspectiva echaba por tierra todos sus sueños mesiánicos. Como patriotas que eran, deseaban la llegada del reino de Dios. Sería un día de triunfo para la nación judía. «No—dice Jesús—, en absoluto. El reino de Dios es un día de catástrofe nacional para la nación judía».
Pero, igual que es una tontería pensar que los únicos arrendatarios malvados de este mundo son los judíos, aún es una mayor tontería el pretender que ellos son el único pueblo con quien Dios está enfadado en este mundo. No, al final de su historia, Jesús nos enfrenta a todos nosotros con la solemne perspectiva del juicio venidero.
Confronta a su iglesia visible con esa perspectiva, porque si los líderes de Jerusalén perdieron el privilegio espiritual de Israel a favor de los gentiles porque no honraron ni respetaron al Hijo de Dios como debían, ¿qué le hará Dios a los teóricos teólogos y clérigos que, en su anhelo de diálogo ecuménico, niegan la unicidad de Cristo? ¿Nos sorprende que, en la actualidad, las principales denominaciones estén disminuyendo en membresía y en influencia? ¿Nos sorprende que sean los nuevos grupos cristianos que no se avergüenzan de proclamar a un Cristo divino como su Señor los que están tomando hoy la iniciativa en nuestro país?
El arzobispo de Canterbury, George Carey, tiene razón al hablar de los próximos años como críticos para la iglesia de Inglaterra. Existen claros síntomas de que Dios le está dando la viña a otros ante las narices de los obispos. Sólo espero que George Carey tenga el valor y la honestidad suficientes para admitir que esto se debe, sobre todo, a que algunos de esos obispos se han apartado de la fe apostólica del Nuevo Testamento. En algunas de nuestras principales denominaciones se está apartando la gloria, y es por no mantenerse firmes en cuanto al asunto más importante de todos: el señorío de Cristo.
Jesús enfrenta también a Gran Bretaña a esta perspectiva de juicio final. Porque igual que Israel había recibido las bendiciones de la ayuda de Dios durante siglos, lo mismo ocurre en el caso de nuestra tierra. En el pasado lejano fuimos liberados del paganismo, en la Edad Media del islam, en el siglo dieciséis del catolicismo apóstata, y en el siglo veinte de las dictaduras fascista y marxista. Dios ha protegido políticamente a este país de formas muy dignas de tener en cuenta, y lo ha hecho vez tras vez.
Más aun, ha bendecido a esta nación con predicadores de poder e influencia extraordinarios: hombres santos que nos han llamado como nación a ponernos bajo la autoridad de Dios, mártires que han muerto para traernos la Biblia, evangelistas que han dedicado sus vidas a promover el avivamiento. En cada ciudad y en cada pueblo hay iglesias y capillas que son un testimonio de la bondad de Dios con esta tierra.
¿Qué nos hará Dios entonces si, a pesar de todas estas bendiciones, nuestra tierra le da la espalda a la herencia cristiana y abraza como su dios el secularismo con toda su inmoralidad y el paganismo con toda su superstición, siguiendo el ejemplo de muchas naciones que no han disfrutado ni de una pequeña parte de nuestros privilegios?
¿Hemos de sorprendernos de que la prosperidad económica se acabe, de que aumente la cifra de crímenes, de que nuestra influencia internacional se venga abajo? En nuestro mundo quedan muchos restos de grandes imperios y naciones del pasado. Gran Bretaña no tiene por qué ser inmortal.
Pero quizás, por encima de todo, tengamos que enfrentarnos a la luz de estas serias y solemnes palabras del final de su historia, al hecho de que Jesús está confrontándonos a cada uno de nosotros como individuos con la perspectiva del juicio final.
Los comentarios de Jesús después de contar su historia, en los versículos 17 y 18, pueden parecernos difíciles de entender. Pero, para los lectores de Lucas, tenían un sentido evidente. Porque Jesús está relacionando aquí tres versículos con los que ellos estaban muy familiarizados. El Nuevo Testamento los cita a menudo. Quizás vienen a la mente de Jesús porque todos tienen que ver con piedras. Y en el idioma arameo que él hablaba, las palabras utilizadas para decir «piedra» y para decir «hijo» suenan casi igual.
La primera cita procede del Salmo 118, y habla metafóricamente de la construcción de un edificio. El albañil que está construyendo la casa descubre una piedra tallada de manera extraña, que no encaja en el muro. Al principio la descartan; pero después, cuando suben a lo alto del edificio, se dan cuenta de que precisamente es ese trozo de roca el que necesitan para terminar la bóveda, el ladrillo sin el cual todo el edificio se vendría abajo, la cabeza del ángulo.
En su versión original, este salmo utiliza la metáfora del rey de Israel a su regreso a Jerusalén tras una exitosa campaña militar. Las naciones paganas lo habían tratado con desprecio y lo habían desechado como si se tratara de un guijarro sin valor alguno. Pero ahora Dios ha vindicado a su ungido y le ha exaltado sobre sus enemigos. Por tanto, la piedra que los edificadores habían rechazado se había convertido en la piedra principal. «De parte del Señor es esto, y es cosa maravillosa a nuestros ojos»—cantaban.
Pero los judíos de los días de Jesús interpretaban todo este salmo desde un punto de vista mesiánico. De hecho encontramos un estribillo del mismo en labios de la multitud cuando le dan la bienvenida triunfante en Jerusalén, el domingo de Pascua: «¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor!» (Lucas 19:38).
Por tanto, Jesús estaba señalando las implicaciones del salmo 118 para aquellos teóricos estudiosos de la Biblia que se estaban enfrentando a él: «Si, como creéis, ésta es una profecía mesiánica, ¿cómo es que no sois capaces de ver lo que implica? Los hombres poderosos de este mundo repudiarán al Mesías igual que aquellas naciones paganas repudiaron al rey de Israel hace tiempo. Pero entonces Dios le elevará hasta el lugar de exaltación que le corresponde. Mi historia del hijo rechazado se confirma en esa escritura que conocéis tan bien, la escritura de la piedra desechada».
Y antes de que pudieran recobrarse de su alarmante perspicacia expositora, con un golpe de efecto magistral, Jesús une a lo anterior dos versículos más, procedentes de Isaías 8 y Daniel 2, que también hablan de piedras. El texto de Isaías advertía que, si Israel no confiaba en el Señor, entonces el Señor mismo vendría como una piedra sobre la cual ellos tropezarían. La cita de Daniel hablaba de una piedra o una roca, símbolo del reino de Dios, que sería utilizada al final de los tiempos como un martillo en manos de Dios que destrozaría todos los reinos de la tierra que se opusieran, aplastándolos hasta desmenuzarlos.
Y, al unir estas escrituras, Jesús hace una solemne advertencia. La piedra que los edificadores desecharon—les dice—está ahora en el suelo. Vosotros estáis planeando asesinar al Hijo de Dios. La gente que no tiene cuidado tropieza con él y es destruida, como anunció Isaías que ocurriría. Pero un día, pronto, será elevado a lo alto de la bóveda. Y, en el caso de las personas que sean lo suficientemente tontas como para rechazarle todavía, ya no serán ellas las que caigan sobre él, sino él quien caerá sobre ellas, como predijo Daniel. «Es peligroso—les dice—rechazarme. Estáis jugando con fuego. Poneos en el lugar del propietario de mi historia y comprenderéis por qué. ¿De verdad pensáis que Dios va a tolerar una insolencia tan absurda por parte de la raza humana? ¿Creéis que se quedará sin hacer nada y que no vindicará a su Hijo amado delante de sus enemigos?»
No, llegará un día en que habrá que rendir cuentas. «Lo que me hicisteis a mí—les dice—, al Hijo, a la Piedra, determinará vuestro destino final en aquel día. Debéis escoger entre ser destrozados voluntariamente por mí, que vuestro rebelde orgullo sea humillado y escarmentado reconociendo quién soy; o ser finalmente aplastados por mí, juzgados, condenados por vuestra participación en este mundo rebelde». Se trata de un mensaje solemne. Pero me temo que tanto las iglesias como los predicadores somos reacios a hablar claro de esto.
Es un gran error confundir la paciencia divina con la indiferencia divina. Según esta historia, Dios está siendo paciente con los seres humanos, enviándonos un siervo tras otro y finalmente a su propio Hijo. El peligro reside en que podemos engañarnos pensando que su paciencia es infinita. Pero Jesús dice que no. El corazón de Dios está siendo provocado de manera insoportable. Y no debemos confundir su paciencia con indiferencia.
Está de moda hablar de Dios como si fuera un viejo amigo amable, todo amor, que nunca mataría ni a una mosca. Pero, ¿de dónde hemos sacado esa idea? Desde luego no de Jesús. Es precisamente la indignación moral de Dios contra el mal la que evita que su amor degenere en mero sentimentalismo. En realidad no admiramos a las personas que nunca se enfadan. Hay veces en que la justicia demanda ira, como en casos de crueldad, por ejemplo. No podemos respetar a una persona que, cuando se enfrenta al verdadero mal, se queda como si tal cosa pretendiendo ser benigna.
Si hay ocasiones en que las personas no tienen más remedio que enfadarse, ¡con cuánta más razón aún, por tanto, llegará un momento en que Dios se enfadará! No confundamos su paciencia con indiferencia. Es paciente con nosotros, hombres y mujeres, pero no indiferente hacia nuestros pecados. Hemos de dar cuentas; y finalmente daremos cuentas de lo que hemos desperdiciado, de aquellos siervos heridos y del asesinato de su hijo.
¿Cómo ve Jesús el futuro? Lo ve como un día de ajustar cuentas, un día de juicio. Samuel Johnson enfatizaba: «Recuerdo que mi Hacedor ha dicho que colocará las ovejas a su derecha y los cabritos a la izquierda. Es una solemne verdad que en esta época de tanta frivolidad debemos escuchar». La época frivola a la que se refería era el siglo dieciocho, pero aún nos rodea mucha frivolidad.
Me molesta profundamente que haya tan poca gente hoy que se tome en serio el infierno. Muchos de aquellos teólogos que mencionaba antes son universalistas, e insisten en que el infierno es una superstición del cristianismo antiguo. «¿Quién puede siquiera imaginarse a un Dios que es amor y que tolere semejante obscenidad?»
Ahora es más habitual el que la gente se burle de todo eso. «Bueno, si voy al infierno estará lleno de personas que irán conmigo», como si el infierno fuera una fiesta de sociedad de espíritus libres. No niego que el lenguaje de juicio que la Biblia utiliza a veces es difícil. Me compadezco de algunas personas que encuentran la doctrina del infierno confusa e indigerible. Estoy de acuerdo en que Jesús utiliza un lenguaje simbólico cuando habla del «fuego del infierno». Pero no creo que utilizara ese lenguaje a menos que quisiera prevenirnos de algo que es real y terrible. Y no creo que el Hijo de Dios hubiera sido colgado de una cruz en medio de semejante agonía si no hubiera querido ahorrarnos algo mucho peor. Por supuesto que el juicio es real. Es porque el juicio es real por lo que necesitamos ser rescatados. La misma palabra «salvación» carecería de significado si no existiera nada de lo que necesitamos ser salvados.
Aquí tenemos a un Dios—en mi opinión—que nos ve como individuos que andan en la miseria, decididos a ser lo que por naturaleza no podemos ser: independientes de él. Pone señales en nuestro camino para advertirnos; envía mensajeros para intentar persuadirnos; pero nosotros le despreciamos y le ignoramos. Incluso envía a su propio Hijo, y mira cómo lo asesinamos. Y todavía persiste en animarnos a volver a la cordura. Aún persiste en instarnos a descubrir nuestro verdadero destino humano en comunión con él como arrendatarios de su mundo, no como usurpadores del mismo.
Pero si insistimos en conseguir nuestra autonomía, nos la dará. En ese sentido no tiene que enviarnos a ninguno de nosotros al infierno. Nuestra tragedia es que ya estamos caminando en él. El mayor principio del infierno es que «me pertenezco a mí mismo». Según Jesús, si le decimos a Dios que nos deje solos, entonces al final de los días eso es lo que él hará: dejarnos solos eternamente. La Biblia dice que es algo terrible caer en manos del Dios vivo, pero os diré algo que me aterroriza aún más: ser abandonado por sus manos.
¿Qué, pues, les hará el señor de la viña? Vendrá y destruirá a estos labradores, y dará su viña a otros. Cuando ellos oyeron esto, dijeron: ¡Dios nos libre! (Lucas 20:15–16).
¿No deberían estas palabras producir en nosotros una gran preocupación por nuestra santidad? ¿No deberían producirnos una gran pasión por la evangelización? ¿No deberían producir en nosotros una gran seriedad en cuanto a la fe cristiana? Si nos deslizamos de la fe en Cristo que una vez profesamos, o si no nos hemos comprometido con Cristo, ¿no deberían estas palabras producir en nosotros una gran preocupación por nuestro destino eterno? ¿Qué hará contigo?
¿Ves la frase con la que Lucas introduce la última historia de Jesús? Dice que Jesús los miró. Hay una intensidad extraordinaria en esto, ¿no? Fijó sus ojos en aquellas personas. ¿Qué había en aquella mirada cuando les hizo esta última advertencia tan solemne? ¿Urgencia, pena, súplica, amor? Sí, seguramente amor por encima de todo. Porque aquellos eran los ojos que, sólo unas horas antes, habían estado llorando por Jerusalén.
¿No podemos sentir cómo nos mira Cristo a nosotros? Nos mira con la misma intensidad, con la misma urgencia. Todo el amor de Dios por nosotros, que somos hombres y mujeres tontos, pecadores y caprichosos, se concentra en aquella mirada. Porque nosotros estábamos allí, con todos aquellos arrendatarios rebeldes; estábamos allí cuando crucificaron al Señor.
Hemos insultado a Dios. Hemos abusado de su paciencia durante mucho tiempo. Hemos despreciado su generosidad durante mucho tiempo. Hemos tratado a su Hijo como un artículo de valor secundario para nuestras vidas durante mucho tiempo. Él espera ahora, con paciencia pero no con indiferencia, que nos disculpemos y que paguemos esa deuda, ya vencida, de obediencia moral. Pero no esperará eternamente.



Cristo Viene pronto: Aguardemos a nuestro Rey y Señor Jesucristo

biblias y miles de comentarios
 

La Presentación y Rechazo Formal Del Mesías
Mateo 19–22
Al terminar la preparación de Sus discípulos para el rechazo que Cristo iba a padecer, y que ellos sufrirían juntamente con El, Jesús empieza Su viaje para Jerusalén. Ya no habrá paso para atrás. Ha definido Su destino y se dirige hacia ese fin (19:1–25:46). Lo demás del libro lleva al lector hacia la muerte del Mesías y sus consecuencias para Israel.
LA PRESENTACION FORMAL DEL MESIAS 19:1–21:17
El Camino a Jerusalén 19:1–20:34
El viaje de Cristo a Jerusalén manifiesta dos propósitos. Jesús va para presentarse formalmente frente a la nación como el Mesías. A la vez se observan los planes hechos por los líderes del pueblo con el fin de negar la evidencia y pararlo. Las dos verdades se habían predicho y se habían demostrado antes pero este viaje hace oficial tanto la presentación como el rechazo del Mesías.
La pregunta en cuanto al Divorcio 19:1–12
Jesús aprovecha varios incidentes públicos como una base para instruir a Sus discípulos de nuevo (19:1–20:16). Al regresar Jesús de Galilea a Judea, las multitudes de nuevo le siguieron. Los fariseos también estaban listos con otra prueba. Esta prueba tenía que ver con el divorcio.
Los fariseos pensaban obligarle a meterse en medio de una controversia delicada contemporánea. La escuela de Samai apoyaba una interpretación estricta de la ley Mosaica. Sólo se permitía el divorcio por causa de la infidelidad matrimonial. Al otro lado de la discusión estaba la escuela de Hilel que interpretaba la ley libremente y permitía el divorcio cuando un hombre no estaba satisfecho con su esposa por algún motivo.
Sea cual fuere la respuesta de Jesús a tal pregunta, tendría que ofender a algunos de Sus seguidores. Sin duda suponían que Cristo apoyaría la interpretación más severa de Samai y que así ofendería a la mayoría, del pueblo incluyendo a Herodes quien había permitido la muerte de Juan por razones semejantes.
Nadie esperaba la respuesta que Jesús les dio. Demostró que su énfasis estaba equivocado. Buscaban excusas aceptables para obtener el divorcio. El plan de Dios para el matrimonio fue que no hubiera ningún divorcio. Habían convertido una ley que Dios dio para proteger a la mujer de los abusos ya existentes, en una excusa para divorciarse de sus esposas. Dios nunca la dio para este fin.
LO QUE DIOS JUNTO,
NO LO SEPARE EL HOMBRE
Esta discusión del matrimonio despertó una inquietud en los discípulos acerca del matrimonio. Habían entendido correctamente que Jesús les decía que frente a Dios no había base para el divorcio. Así que, la posibilidad de un matrimonio malo les da miedo. Una conclusión lógica sería: “¡Mejor no casarse!”
Jesús les indica que su conclusión podría ser válida para quienes pudieran aceptar esa alternativa como su estilo de vida. Quienes no pueden mantener la pureza frente a Dios de esa manera, deben casarse. Sin embargo, ellos deben reconocer la naturaleza permanente del matrimonio y no buscar un escape por medio del divorcio.
¡PENSEMOS!
Cristo se dirige más a la actitud de ellos en cuanto a la ley y en cuanto al matrimonio que al tema del matrímonío en sí. Sin embargo, el pasaje enseña claramente algunos principios el cuanto al matrimonio que se deben observar. Busque las bases para el matrimonio que Jesús señala.
¿Cuáles son las implicaciones de estos principios para su propia vida? ¿Cuál actitud o acción debe cambiarse en su propia vida a bases de este concepto del matrimonio?
La Interrupción de los Niños 19:13–15
El segundo evento público que Jesús utilizó para instruir a Sus discípulos resultó de muchas personas que trajeron sus niños a Jesús para que les impusiera las manos y que orara por ellos. La motivación de tales personas no se explica.
Los discípulos estaban molestos porque los niños interrumpían los asuntos de mayor importancia que Jesús debía hacer. Jesús aprovechó la oportunidad para enseñarles que no deben estorbar a los niños que quisieran acercarse a El. Más bién, todos los que quisieran acercarse a El tienen que hacerlo tal como los niños, para poder entrar al reino.
EL REINO SE COMPONE
DE LOS QUE SE ACERQUEN A CRISTO
TAL COMO LOS NIÑOS
La Pregunta en cuanto a la Vida Eterna 19:16–26
La tercera oportunidad para instruir a los discípulos empieza cuando un hombre le pregunta qué tiene que hacer para recibir la vida eterna. Jesús trata de señalar el énfasis equivocado de la pregunta al dirigir su atención a El Mismo (19:16–17a).
El bien acerca del cual pregunta, se encuentra en Dios; no en sus propias obras. Ha preguntado a Jesús en cuanto a las buenas obras porque se ha fijado en el carácter de Jesús. El Señor quiere que se dé cuenta de que es ese mismo carácter que provee la clase de justicia que se necesita para entrar en el reino de Dios.
Cuando el hombre no comprende ese mensaje, Jesús trata de ayudarle a entender que sus propias obras nunca podrán satisfacer la norma de Dios (19:17b–20). Señala la enseñanza de la ley, que Dios dio para revelar el pecado. Si quiere obtener vida, tiene que obedecer todos los mandamientos divinos.
De nuevo el hombre no comprende lo que Jesús le quiere enseñar. En vez de reconocer que no puede cumplirlas cabalmente, pregunta cuáles de las leyes debe obedecer.
Jesús empieza con las leyes generales presentadas en los diez mandamientos. El hombre, al pensar sólo en el cumplimiento externo de la letra de la ley, dice que siempre ha vivido así. No reconoce que es pecador. Está ciego en cuanto a su pecado.
En vez de discutir su profesión, Jesús mete el dedo en la llaga (19:21–22). La esencia del problema del hombre es que no ama a su prójimo como a sí mismo. Quiere su dinero más que a su prójimo. Más significativo todavía es que el hombre quiere dinero más que la vida eterna. Al no ser que reconozca el valor verdadero de las posesiones y de la vida eterna, jamás buscará la salvación que se encuentra en Cristo.
Jesús utiliza el caso de este hombre para enseñar a sus discípulos (19:23–24). Ellos podrían creer que quienes habían recibido más bendición de Dios agradecerían más lo que Dios les había dado. Tales personas serían los primeros en querer seguirle. Sin embargo, Jesús les demuestra que los ricos no siguen a Dios porque confían en su dinero, más que en Dios.
QUIENES CONFIEN EN SUS POSESIONES
NO PODRAN CONFIAR EN DIOS
Los discípulos todavía piensan desde el punto de vista natural cuando le preguntan entonces que si los líderes respetados de Israel no pueden ser salvos, ¿Quién puede ser salvo? Jesús les contesta que la salvación es imposible para los hombres. Sólo puede venir de Dios. Si no fuera un regalo que Dios da, ninguno podría ser salvo (19:25–26).
LO QUE ES IMPOSIBLE PARA LOS HOMBRES
ES POSIBLE PARA DIOS
SOLO EN EL HAY SALVACION
¡PENSEMOS!
El punto de vista que este hombre refleja en cuanto a la salvación es la que Satanás sigue promoviendo alrededor del mundo hasta el día de hoy. ¿Cuál es la esencia de este error? ¿Qué lección tuvo que aprender este hombre?
Repase la historia completa y señale los principios que se nos enseñan en cuanto a la salvación. ¿De qué maneras debemos imitar el método de Jesús al presentar el evangelio?
La Pregunta en cuanto a las Recompensas del Servicio 19:27–20:16
El diálogo acerca de la incapacidad de los ricos de sacrificar sus bienes por causa del reino provoca una pregunta de parte de los discípulos (19:27–30). Si han estado dispuestos a sacrificar todo lo que tienen por causa de Cristo. ¿Será este sacrificio suficiente?
Jesús responde que en su caso la situación es distinta. Para ellos es cuestión del servicio al Rey en Quien ya están confiando. Recibirán bendiciones mucho mayores que las cosas que han sacrificado por causa de Su nombre.
RECIBIREMOS CIEN VECES MAS
QUE LO QUE HEMOS DEJADO
POR CAUSA DE CRISTO
De nuevo Jesús aprovecha la oportunidad para instruir a Sus discípulos acerca de otra diferencia entre el reino de Dios y el punto de vista del hombre natural. Han tomado por sentado que al haber sido los primeros en identificarse con Jesús, y por haberle seguido desde el principio, ocuparán el primer lugar entre Sus seguidores. Jesús utiliza una parábola para demostrarles que los primeros no siempre son los que reciben la mejor recompensa (20:1–16).
La parábola enseña que el Señor tiene el derecho de pagarle a cada obrero, según El dispone. Si el amo le da a cada trabajador lo que le ha prometido, nadie tendrá ningún derecho de quejarse. Puede decidir recompensar a cada uno en bases distintas. Esta decisión no es injusticia. Es el derecho del amo decidir la recompensa siempre que cumpla con su promesa. Dios siempre cumple Sus promesas íntegramente, pero no siempre nos da lo que esperamos.
EL AMO PUEDE HACER LO QUE QUIERE
CON LO SUYO
¿TENDREMOS ENVIDIA
PORQUE DIOS ES BUENO?
Este principio será aplicado al servicio de los seguidores de Cristo también. Dios decidirá la recompensa que cada uno merece. Es posible que la distribución de los premios no se conforme a la evaluación humana, pero nadie tendrá porqué quejarse de que Dios haya sido injusto. Será generoso para con todos, pero El determinará la base para las recompensas.
La Orientación para Evitar Confusión 20:17–19
Al terminar estas oportunidades educativas con Sus discípulos, Jesús de nuevo fija Su atención en el camino por delante. Va a presentarse pronto formalmente ante la nación como su Mesías. Sin embargo, la recepción aparente del momento no le decepciona. Sabe que va a Jerusalén para ser rechazado y al fin crucificado.
Jesús está interesado en la preparación de Sus discípulos para lo que sucederá. Trata de recordarles en cuanto a lo que ya les ha dicho para que no se queden decepcionados. Quiere que comprendan el significado verdadero de los eventos que observan. Sin embargo, no pueden entender totalmente lo que quiere decirles.
La Corrección de un Malentendido 20:20–28
A pesar de haber escuchado Su recuerdo de que va a Jerusalén para ser rechazado y morir, los discípulos siguen haciendo competencia para el primer lugar en Su reino. Todavía buscan la auto-exaltación en vez del servicio. Tienen que darse cuenta de que quienes siguen a Cristo tendrán que identificarse con El en Su muerte. También van a sufrir por Su causa.
LA GRANDEZA FRENTE A DIOS
SE CONSIGUE AL HACERSE SERVIDOR DE LOS
DEMAS
La Ilustración de la Respuesta Indicada 20:29–34
Como parte de la preparación para la presentación formal de Jesús, dos hombres ciegos dan una lección visual a Israel de la respuesta indicada frente a Jesús. A pesar de su ceguera estos hombres pueden “ver” que Jesús es el Mesías. Se unen a la multitud y le siguen.
En contraste, Israel, que profesa poseer la luz y la capacidad de ver, no lo puede reconocer. Quienes quieren gozar las bendiciones prometidas para acompañar la venida del Mesías tienen que reconocerle y confiar en El, tal como los ciegos lo hicieron.
La Entrada Triunfal 21:1–11
Cuando Jesús llegó a las afueras de Jerusalén, manda a dos discípulos para conseguir una asna y su pollino. Este evento se conformó a las predicciones del Antiguo Testamento en cuanto a la presentación del Mesías (Zac. 9:9).
Al entrar a la ciudad, las multitudes le acompañaron, aclamando al Mesías (21:7–11). La emoción del momento llenó toda la ciudad.
El Ministerio en el Templo 21:12–17
Jesús entró en el templo y empezó un ministerio tal como se esperaba del Mesías. Al ver la corrupción de las costumbres practicadas, Jesús purificó el templo y echó afuera a los vendedores (21:12–13). Sanó a los ciegos y cojos presentes (21:14). La gente que vio lo que hizo, respondió a este ministerio con alabanzas (21:15–16).
Cuando los líderes religiosos vieron Sus obras y las alabanzas que Jesús permitió que sus seguidores le rindieran, se enojaron. Al confrontarle en cuanto a las alabanzas recibidas, Jesús les contestó que tales alabanzas estaban en orden y se conformaba a la profecía de las Escrituras (Sal. 8:2). Esta declaración constituyó una declaración directa de que El era el Mesías. Ningún otro podría aceptar tales alabanzas ni decir legítimamente que las merecía.
Su respuesta no podría posponerse más. Jesús salió del templo y de Jerusalén al llegar la noche porque sabía que le estarían buscando para arrestarlo (21:17).
EL RECHAZO FORMAL DEL MESIAS 21:18–22:46
La Condenación de Israel 21:18–22
Cuando Jesús regresó a Jerusalén la mañana siguiente, consciente de la reacción que vendría, maldijo a una higuera como símbolo del juicio que iba a caer sobre Israel. Jesús había venido a la higuera, pensando encontrar fruto, pero la encontró vacía. Así también había encontrado a Israel. Tal como la higuera se secó por la Palabra de Jesús, así también a Su Palabra Israel sería juzgado.
Jesús utilizó la oportunidad para instruir a Sus discípulos. Había podido hacer esta señal porque conoció la voluntad de Dios. Ellos también, al estar seguros de lo que quería hacer, y al confiar en El, podrían hacer cosas semejantes por medio de la oración. La clave es sa b er la voluntad de Dios y confiar en El para llevarla a ca b o.
La Oposición por Israel 21:23–22:46
Cuando Jesús llegó al templo de nuevo, encontró que tal como la higuera, el lugar que debería haber sido fructífero, había llegado a ser vacío y estéril. La nación que debía haberle reconocido y aceptado con gozo, le rechaza. Empezaron a ponerle trampas, esperando que cayera en una y así sería fácil acusarle.
TAL COMO LA HIGUERA
ISRAEL SE HA VUELTO ESTERIL
NO PRODUCE FRUTO
La Pregunta en cuanto a Su Autoridad 21:23–22:14
Primero, le confrontó un grupo de sacerdotes y ancianos (21:23–22:14). Se ha metido en el territorio de ellos y ha amenazado su autoridad. Por eso, tienen suficiente motivo para ata carle. Jesús tiene que demostrar que Su potestad es mayor, debido a que ha actuado con autoridad en su campo, sin su permiso.
Le preguntan en cuanto a la fuente de Su autoridad (21–23). La pregunta es una trampa. O tiene que declarar Su jurisdicción divina, o tiene que som et erse a la autoridad de ellos. En cualquier caso se meterá en sus manos.
Reconociendo el propósito de su pregunta, Jesús responde con otra semejante. Les pregunta en cuanto a la fuente de la autoridad de Juan. Esta pregunta también fue una trampa.
Los líderes se dieron cuenta inmediatamente de las implicaciones de la pregunta. La multitud de Israel aceptaba la fuente divina de la autoridad de Juan. Si niegan esa autoridad, la multitud se volvería en contra de ellos mismos. De otro modo, si la autoridad de Juan vino de Dios, tienen que explicar su propio rechazo de él y de su mensaje.
Cuando decidieron no contestar la pregunta, tuvo Jesús suficiente razón para no contestar tampoco. Ya había demostrado que no buscaban la verdad; sólo se interesaban en atraparlo.
Jesús continúa la discusión por medio de tres parábolas que demuestran las implicaciones del rechazo (21:28–22:14). Estas logran dos propósitos. Manifiestan la condición del corazón de estos hombres y su motivación verdadera. Además, señalan la relación entre sus decisiones y el plan de Dios para Israel.
La parábola de los dos hijos señala las alternativas que Dios les presenta a todos los hombres (21:28–32). Pueden obedecerle o desobedecerle; la decisión es suya. El problema en esta parábola es que quien dice que hará lo que el padre pide, no lo hace. El que dice que no lo hará, después cambia de parecer y lo hace.
La historia ilustra la condición de los líderes religiosos de Israel. Se identifican como quienes están dispuestos a obedecer a Dios. Sin embargo, no lo hacen de verdad. Al otro lado, quienes se identifican con los nombres despreciados, los publicanos y prostitutas, se han arrepentido y tratan de obedecer a Dios.
QUIENES PROFESAN OBEDECER A DIOS
NO LO HACEN
QUIENES NO PROFESAN OBEDECER A DIOS
SE ARREPIENTEN Y LO HACEN
La parábola de los labradores malvados demuestra la verdadera naturaleza del servicio religioso de los líderes del pueblo (21:33–46). No cuidan la viña con el fin de beneficiar al amo. Se aprovechan del fruto para su propio beneficio y matan a los que Dios les ha mandado como Sus representantes. Ahora, por último, tal como estos labradores malvados, quieren matar al Hijo del Dueño.
Por causa de su ofensa contra el Dueño y Su Hijo, serán juzgados y les será quitado el terreno. Fue díficil escaparse del punto principal de esta historia. Los líderes reconocieron el ataque que Jesús les lanzaba y se enojaron. Buscaban la oportunidad de arrestarlo.
LOS LABRADORES QUIEREN ADUEÑARSE DE
LA VIÑA
MATARAN AL HIJO PARA LOGRARLO
La parábola de los invitados indispuestos demuestra las consecuencias e implicaciones de su decisión (22:1–14). Dios les había avisado que la hora había llegado para la fiesta de bodas que les había prometido. Cuando Dios les mandó el aviso, no querían asistir.
QUIENES DIOS INVITO A LA FIESTA
NO ESTAN DISPUESTOS
SE DARA SU LUGAR A OTROS DE AFUERA
El resultado de su negativa a la invitación a entrar al f estín sería que Dios llevaría a otros para ocupar sus lugares. Juzgaría a quienes ha bían sido invitados. Serían matad os y sus ciuda des quemadas. La profecía fue cumplida a través de la salvación de los gentiles descrita en Hechos y la destrucción de Jerusalén en 70 d.C.
De nuevo los líderes religiosos comprendían perfectamente bien el mensaje de Jesús. Le prepararon otra trampa para que lo acusaran. Esta trampa se presenta en la siguiente pregunta que le hicieron.
La Pregunta en cuanto a los Impuestos 22:15–22
Los líderes mandaron a sus discípulos juntamente con los herodianos, quienes apoyaban a Herodes, con el fin de pararlo. Se observa a través de estas confrontaciones cómo el deseo de callar a Jesús une a aliados extraños. Normalmente estos se oponían, pero ahora compartían el mismo deseo.
Decidieron presentar los impuestos romanos como su nueva trampa. Fue otro asunto delicado. La oposición al impuesto sería una ofensa contra Roma; el apoyo al impuesto provocaría la ira del pueblo. Pensaban que no habría salida. O Roma, o el pueblo se encargaría de El.
De nuevo Jesús les sorpendió. Al señalar que la inscripción que lleva el dinero es romana, se confirma su derecho de exigirles el pago del tributo de lo que es suyo. No pueden usar la lealtad a Dios como una excusa. Sólo se les estaba pidiendo que devuelvan a César lo que ya era suyo. El pueblo de Dios debe cumplir las responsabilidades que el gobierno impone, como obligaciones civiles; y las que Dios les impone, como obligaciones religiosas.
La Pregunta en cuanto a la Resurrección 22:23–33
Hicieron otro intento de hacerle caer con una pregunta antigua que se discutía frecuentemente acerca de la resurrección. Ya que nadie tenía una respuesta para tales preguntas, ésta demostraría que Cristo no sabía más que cualquier otro teólogo contemporáneo. Tampoco podría contestarla.
Sin embargo, Jesús supo aprovechar la situación. Por saber la solución al problema, les pudo hablar con autoridad. Confirmó Su respuesta con el apoyo de las Escrituras. La capacidad de Jesús de hablar con autoridad en cuanto a un tema como éste le distinguió de los demás maestros de Israel. Otra vez Jesús dejó maravillados a los oyentes.
La Pregunta en cuanto al Mandamiento Mayor 22:34–40
Los fariseos hicieron su último intento de atraparlo con la pregunta en cuanto al mandamiento mayor. Habían sistematizado la ley en 613 reglas específicas. Aunque el Antiguo Testamento en sí dio la base para resumir la ley de la misma manera en que Cristo lo hizo (Dt. 6:5; Lv. 19:18), habían perdido el énfasis unificador de la ley en su celo por sus tradiciones.
Jesús demuestra Su comprensión de la ley, tanto en sus detalles como en su esencia. En los dos casos el amor es el centro; primero, el amor hacia Dios; y segundo, el amor hacia su prójimo. En esos dos principios se dice todo.
La Pregunta sin Respuesta 22:41–46
Cuando los líderes terminaron sus preguntas. Jesús demuestra Su superioridad al hacerles una pregunta que nunca habían podido contestar. La pregunta señala de nuevo que El es la respuesta que ellos buscan pero que no tienen interés en averiguar la verdad.
LOS LIDERES NO BUSCABAN LA VERDAD
SOLO QUERIAN ATRAPAR A JESUS
Jesús les llama a reflexionar sobre lo que David quería decir al llamarle al Mesías su Señor (Sal. 110:1). No saben la respuesta. Sin embargo, no le preguntan a Jesús tampoco. No quieren saber la respuesta. Jesús quiere que se den cuenta de que hay algunas verdades en cuanto al Mesías que no entienden. Si vienen a El, les puede explicar las cosas que no han comprendido.
Su actitud hacia esas confrontaciones se señala en la conclusión a esta discusión. Les ha vencido rotundamente. La sabiduría de ellos no puede compararse con la de Jesús. De allí en adelante deciden mejor evitar a tales discusiones.
NADIE LE PODIA RESPONDER NADA
NINGUNO SE ATREVIO A PREGUNTARLE MAS
¡PENSEMOS!
La reacción de los líderes frente a las respuestas de Jesús revela mucho en cuanto al corazón del hombre. Muchas veces, a pesar de la evidencia clara, buscamos pretextos para seguir en nuestro propio camino. No nos interesa la verdad. Ya estamos convencidos de lo que queremos.
¿Cuáles evidencias se notan en el diálogo de los líderes con Jesús de esta actitud? ¿Cuáles evidencias se encuentran en las actitudes del hombre del siglo veinte de esta misma tendencia?
10
La Respuesta Al Rechazo
Mateo 23–25
Después de que los líderes religiosos concluyeron sus esfuerzos para atrapar a Jesús y revelaran su rechazo hacia El y falta de deseo de saber la verdad, Jesús se dirige a las multitudes. El rechazo de parte de los líderes se hizo en el nombre del pueblo. Fue un acto oficial que afectaría a toda la nación tanto en esta generación como en las venideras. Por eso, Jesús responde formalmente al pueblo que le ha despreciado
LA PROCLAMACION DEL JUICIO 23:1–39
Advertencia acerca de los Motivos de los Líde res Religiosos 23:1–12
El mensaje público es una proclamación del juicio en contra de los líderes y al pueblo completo que le ha repudiado. Le advierte a Israel en cuanto a sus líderes. La gente tiene que someterse a ellos por causa de su posición, pero no deben seguir su ejemplo. No buscan la manera de agradar a Dios. Su interés verdadero es la ganancia personal. Buscan poder y prestigio; no la justicia.
SUS LIDERES RELIGIOSOS--
* DICEN PERO NO HACEN
* PONEN CARGAS A OTROS
* NO QUIEREN MOVERLAS
* HACEN OBRAS PARA SER VISTAS
¡NO LOS IMITEIS!
Jesús les advierte del peligro de atribuirse títulos impresionantes como “Rabí”, “padre”, o “maestro”. Los líderes quieren que les llamen así porque les exaltan. Sin embargo, solo Dios merece la exaltación y la gloria. Se debe evitar cualquier intento de exaltarse a sí mismo. Cristo no se dirige tanto al uso del título, como al deseo de exaltarse que estos líderes manifestaban al usarlos.
QUIEN SE ENALTECE SERA HUMILLADO
QUIEN SE HUMILLA SERA ENALTECIDO
¡PENSEMOS!
El peligro de querer exaltarse está presente hoy también. ¿De qué maneras se manifiesta en nuestros días? ¿Qué medidas puede tomar un líder en la iglesia para evitar el deseo de gloriarse o exaltarse?
¿Habrá algo que Dios quiere cambiar en su propia vida a la luz de esta enseñanza? Identifique los pasos que debe tomar para evitar la tentación a enaltecerse.
Ayes contra los Líderes Religiosos 23:13–32
Jesús proclama una serie de ayes contra los líderes porque mientras profesan ser religiosos y piadosos, son todo lo contrario. En vez de atraer a otros a Dios por medio de su estilo de vida, son un estorbo para que los demás no se acerquen a Dios (23:13). A pesar de su profesión, no tienen ningún interés en vivir conforme al plan de Dios.
“¡AY DE VOSOTROS,
ESCRIBAS Y FARISEOS, HIPOCRITAS!”
Utilizan la religión como pretexto para robar lo poco que poseen las viudas (23:14). Quieren ganar a otros para que les destruyan también (23:15). Hacen distinciones finas en la interpretación de la ley que les permiten escaparse de las exigencias divinas que no quieren cumplir y justificar lo que quieren hacer (23:16–22).
Les condenan también porque ponen su atención en el cumplimiento de los más pequeños detalles de la ley, mientras pasan por alto lo más significativo (23:23–24). Purifican todo concienzudamente en cuanto a lo externo, pero no hacen caso a la condición del corazón contaminado por el pecado desde adentro (23:25–26).
Han desviado a otros al adornarse externamente, mientras lo que está adentro está podrido y contaminará a quienes les siguen (23:27–28). Finalmente, les condena porque han señalado los pecados de sus antepasados quienes rechazaron a los voceros de Dios, mientras ellos hacen lo mismo (23:29–32).
¡PENSEMOS!
Las circunstancias de estos líderes del pueblo de Dios en muchos sentidos fueron únicas. Sin embargo, la tendencia al farisaísmo legalista con énfasis en los detalles más pequeños, a expensas de la esencia de la santidad que Dios quiere en Su pueblo, siempre está presente.
¿En qué formas se manifiesta esta actitud entre los hermanos que usted conoce? ¿Cuáles son los peligros que este tipo de actitud podría causar en su propia vida? ¿Qué puede hacer para vencer esta tendencia?
Juicio Pronunciado contra esa Generación 23:33–36
Después de condenar a los líderes religiosos por su hipocrecía y decepción, Jesús anuncia el juicio que vendrá contra esta generación. Han seguido a sus líderes y han rechazado a su Mesías.
Dios mandará otros mensajeros para advertirles de nuevo acerca del juicio. Tal como sus padres, esta generación rechazará a los mensajeros y los perseguirá. Por eso, al llegar al clímax, serán juzgados por la muerte de todos los voceros de Dios anteriores. Sus actos dicen “¡Amén!” a todas las muertes que les habían anticipado.
“¡SERPIENTES, GENERACION DE VIBORAS!
¿COMO ESCAPAREIS DE LA CONDENACION
DEL INFIERNO?”
Lamento por la Desolación de Jerusalén 23:37–39
Jesús lamenta el juicio que vendrá sobre Israel. Este juicio no es lo que quiso lograr. Les ama y les quiso cuidar, pero no estaban dispuestos. Por eso, Dios tiene que intervenir y juzgarles. Su condición se quedará como la higuera que Jesús maldijo. Han sido infructíferos y ahora se quedarán desolados, hasta cuando estén dispuestos a recibirlo. Entonces, vendrá de nuevo a la tierra para ayudarles.
“¡CUANTAS VECES QUISE JUNTAR A
TUS HIJOS, COMO LA GALLINA JUNTA
SUS POLLUELOS DEBAJO DE LAS ALAS,
Y NO QUISISTE!
LA PREDICCION DEL JUICIO 24:1–25:46
Advertencia del Juicio Inminente 24:1–3
Al terminar la proclamación del juicio, Jesús se dirige de nuevo a Sus discípulos y les explica los eventos que acontecerán después. No quiere que sean sorprendidos por los sucesos venideros. Al no ser preparados, podrían estar decepcionados por lo que verán.
Jesús les advirtió en primer lugar que la ciudad de Jerusalén pronto sería juzgada. El nuevo templo con toda su belleza sería destruido.
NO QUEDARA PIEDRA SOBRE PIEDRA
QUE NO SEA DERRIBADA
Señales de Su Venida 24:4–31
La advertencia del juicio venidero les estimula a preguntar acerca del fin de esta época. Jesús responde a su pregunta con una explicación de los eventos anteriores a Su regreso (24:4–51).
La Tribulación 24:4–26
Al final de esta época habrá un período de tribulación. Empezará con una serie de eventos internacionales, tanto políticos como naturales, que provocarán mucha confusión (24:4–8). Las condiciones adversas aumentarán durante la segunda parte del período hasta terminar con la persecución de quienes proclaman a Cristo (24:9–14).
En medio de esta profecía de tribulación se presenta una promesa de salvación para quien “persevere hasta el fin” (24:13). El pasaje no se refiere a la salvación del pecado. Por lo tanto, no se debe usar este versículo para defender la doctrina que quienes no sean fieles se pierden. El pasaje habla de una persecución fuerte. Promete que Dios va a intervenir. A pesar de las apariencias, no todos los fieles morirán. Al final Dios vendrá para salvar a los Suyos.
Quienes esperan a Cristo durante ese tiempo de tribulación deben estar atentos para algo abominable y desolador que cumplirá la profecía de Daniel. Aunque el cumplimiento específico de esta profecía no está claro ahora, será obvio para quienes vivan en este tiempo. Al ver esa señal, deben esca parse a las montañas porque inmediatamente después habrá un período de aflicción como nunca ha ha bido antes (24:15–21).
HABRA GRAN TRIBULACION
COMO NUNCA HA HABIDO DESDE EL PRINCIPIO
El sufrimiento de ese tiempo será tan intenso que si Dios no interviniera sobrenaturalmente para frenarlo, no habría ni un solo sobreviviente (24:22). En medio de esta aflicción, un deseo para la venida del Cristo empezará a sentirse. Muchos dirán que lo han visto y muchas personas van a seguir a quienes se lo proclaman (24:23–26).
La Señal del Cristo 24:27–31
Jesús les advirtió que no salieran a buscarle al oír tales informes. Su venida no será así. Cuando regrese será en persona y se aparecera a todo el mundo, como un relámpago brillante en una noche oscura. Entonces, mandará a Sus ángeles para reunir a Su pueblo de donde quiera que se hayan esparcido (24:31). No tendrán que salir a buscarle.
COMO EL RELAMPAGO EN EL ORIENTE
TODOS VERAN SU VENIDA
CON PODER Y GRAN GLORIA
Tiempo de Su Venida 24:32–51
La Lección de la Higuera 24:32–35
Aunque Su venida sería visible a todos, el tiempo no se anunciaría de antemano. Jesús presenta dos aclaraciones en cuanto al tiempo de Su venida. Como las ramitas tiernas y hojas nuevas de la higuera anuncian la preparación del árbol para la llegada de su fruta, así también las aflicciones que Cristo acababa de profetizar servirán para demostrar que el Señor vendrá mientras todavía viva esa generación.
NO PASARA ESA GENERACION
HASTA QUE TODO SE CUMPLA
Las Lecciones acerca de la vigilancia 24:36–51
La segunda aclaración en cuanto al tiempo de Su retorno les advierte de la importancia de estar atentos, buscando los eventos de Su llegada. Jesús presenta tres ilustraciones que demuestran la necesidad de estar preparados.
El ejemplo del tiempo de Noé manifiesta el peligro de no vigilar. La gente de sus días no hicieron caso hasta cuando llegó el juicio. Ya era demasiado tarde para arrepentirse. Así será también cuando Cristo regrese. Quienes no le estén esperando serán tomados en el juicio (24:36–41).
El ejemplo del ladrón presenta un caso semejante. Un ladrón no tan fácilmente roba a quien está atento para no dejar que le robe. El ladrón hace más daño donde no le están esperando. Así será cuando venga Cristo. Quienes le esperan no sufrirán ninguna pérdida cuando llegue. La pérdida será para quienes no le han hecho caso. (24:42–44).
El ejemplo del siervo enseña que cuando el amo se va de viaje, su siervo será fiel mientras considere que su señor puede regresar en cualquier momento. Sin embargo, al olvidarse de él y no preocuparse en cuanto a su regreso, pueda ser que se vuelva perezoso, descuidado e infiel en sus responsabilidades (24:45–51).
“ESTAD PREPARADOS…
…VENDRA A LA HORA QUE NO PENSAIS”.
Los seguidores de Cristo deben ser conscientes de Su plan y esperar con gozo Su regreso. De esa manera serán fieles y estarán listos para cuando venga. Deben estar despiertos, activos, cuidando bien lo que le pertenece hasta cuando se presente.
Consecuencias de Su Venida 25:1–46
El Juicio de Israel 25:1–30
La misma verdad que Cristo ha enseñado a Sus discípulos se aplica a Israel también. Cuando Cristo regrese, juzgará a Israel a base de su preparación para Su venida (25:1–30). Se presentan dos parábolas que predicen la naturaleza de este juicio.
La parábola de las diez vírgenes utiliza las costumbres locales de las fiestas de bodas para enseñar que Dios ha mandado una invitación para Su fiesta de bodas (25:1–13). Esta invitación se la hizo a Israel y se refiere al milenio. Quienes la reciban deben prepararse adecuadamente para Su retorno. Quienes no tienen suficiente interés para prepararse serán excluidos. Así que, quienes quieran participar en el reino deberán prepararse y mantenerse listos a asistir.
LOS PRUDENTES ESTARAN PREPARADOS
La parábola de los talentos también describe el juicio de Dios de Su pueblo (25:14–30). A cada uno se le ha dado una responsabilidad, conforme a sus capacidades. Quienes le aman y quieren servirle utilizan lo que les ha encomendado sabiamente. Los necios no se preocupan por la ganancia que El podría aprovechar por causa de su servicio. Lo reciben como un Juez severo y sólo buscan cómo beneficiarse a sí mismos.
El siervo infiel se describe como malo; no tan solo infructífero. Su juicio es que le echan fuera del reino de su Señor. Las consecuencias del juicio incluyen el lloro y el crujir de los dientes. El Señor utiliza estos términos con frecuencia para describir a los que están excluidos del reino. El siervo lamenta amargamente que se le ha quitado la herencia.
Los que demuestran su fidelidad a Dios por el uso de las capacidades que les ha dado, entrarán al reino. Quienes no son fieles serán excluidos y se dará su parte a otros. El concepto presentado aquí no es de salvación por obras; su conducta manifiesta lo que está en su corazón.
QUIENES AMAN A DIOS SERAN FIELES
BUSCARAN MAS GANANCIA PARA SU SEÑOR
El Juicio de los Gentiles 25:31–46
Así como los israelitas serán juzgados cuando Cristo venga para determinar quién debe entrar al reino, los gentiles también serán juzgados. La base del juicio de los gentiles sera su trato para con Israel. Es obvio que bajo las condiciones que existen durante la tribulación, ninguno ayudaría al pueblo de Dios a no ser que ellos también confíen en El.
La ayuda a Israel, entonces, no demuestra salvación por obras, sino el hecho que una fe viva siempre produce obras. Sus obras son evidencias de su fe en Dios. Los creyentes que todavía vivan al principio del milenio entrarán con Israel al reino. Los que han rechazado a Cristo serán excluidos del reino y destinados para castigo eterno.
LOS GENTILES QUE AMAN A DIOS
LO DEMUESTRAN POR
EL BUEN TRATO DE SU PUEBLO
¡PENSEMOS!
Las últimas parábolas demuestran la necesidad de estar preparados para la venida del Mesías, cuando Cristo regrese. Es notorio del contexto que esta exhortación se dirige a quienes pasarán por la gran tribulación. La iglesia habrá sido llevada a estar con El antes de esta época (1 Ts. 4–5; 2 Ts. 2).
Aunque la enseñanza de este pasaje se dirige a Israel y a quienes vivan durante el tiempo de tribulación, los principios se aplican a nosotros también. Repase las enseñanzas y señale las verdades que debemos poner en práctica. ¿Qué le enseña en cuanto a su propia vida? ¿Cuáles pasos debe tomar a la luz de estas advertencias?
11
El Rechazo Del Mesías Cumplido
Mateo 26–27
Al concluir Su respuesta formal al rechazo y la predicción del juicio divino contra el pueblo, Cristo recuerda a sus discípulos una vez más en cuanto a los eventos que van a suceder (26:1–2). El próximo evento mayor será Su muerte. Así que Cristo dirige su atención a la crucifixión que pronto sufrirá. Mateo presenta muchos de los detalles de los eventos relacionados.
LA PREPARACION PARA SU MUERTE 26:1–46
Los líderes del pueblo se dieron cuenta de que no iban a poder atrapar a Cristo y lograr que El volviera las masas en contra de Si Mismo con Sus propias palabras. Por eso, empezaron a formular un plan para que le pudieran arrestar con un mínimo de resistencia de parte del pueblo (26:3–5).
Mientras tanto una mujer estaba preparando a Jesús para su sepultura al ungirle con un perfume costoso (26:6–13). Mateo utiliza este acto para demostrar dos verdades. En primer lugar, el plan de los líderes no le tomó por sorpresa. Cristo supo exactamente lo que pensaban hacer. En realidad, era parte del plan de Dios.
“ELLA ME PREPARA PARA LA SEPULTURA”
Segundo, el acto demuestra que una mujer reconoció el valor de Cristo. Probablemente el perfume le costó todo lo que tenía. Se presenta como contraste con la disposición de dar por causa de su amor hacia El, la actitud de los discípulos. Ellos sólo estaban interesados en la cantidad de dinero perdido. Cristo acepta su ofrenda como una manifestación sincera de su amor y le felicita por esa causa.
¡PENSEMOS!
La mujer estaba motivada, a causa de su amor para el Señor, al traerle esta ofrenda, como una manifestación de amor y de adoración. Los discípulos solo pensaban en la pérdida del dinero que habría sido útil para lograr alguna obra notable.
En la obra de Dios, hacen falta las dos clases de ministerios. El servicio que los discípulos mencionaron es la obra social para ayudar a los necesitados. Tal obra tiene gran valor y no se debe menospreciar. Sin embargo, la adoración es importante también.
Muchas personas sólo quieren invertir en una obra que logre algún objetivo práctico. Se debe notar que a través de la Biblia se enseña el concepto de la ofrenda como un acto de alabanza a Dios. Esta ofrenda se da en reconocimiento del gran valor de Dios, con el fin de alabarle. No se invierte para ningún otro propósito. Tal ofrenda nunca debe ser barata. Una ofrenda barata menosprecia el valor de Dios para quien la da.
Si Dios nos ha regalado tanto, ¿No debemos expresar nuestra gratitud de esta manera en alguna ocasión? ¿Lo ha hecho alguna vez? ¿De qué manera podríamos expresar nuestra adoración, gratitud y amor por lo que Dios nos ha hecho? Piense en alguna manera específica de manifestar públicamente su gratitud a Dios y haga planes para hacerlo.
Otro contraste más al acto del amor de la mujer se señala cuando Judas, el tesorero del grupo, sale para hacer un acuerdo con los líderes del pueblo, a fin de entregarle (26:14–16). Obviamente, Judas estaba más preocupado por el dinero que por el Señor. De ese momento en adelante, su único interés fue cómo entregar a Jesús.
Se describe la última celebración de la pascua incluyendo muchos detalles significativos (26:17–30). Después de hacer los preparativos indicados, se sentaron a comer esta última cena juntos (17–19).
El aviso que uno de ellos le traicionaría les extrañó mucho (20–22). Nadie podía imaginarse que alguno haría tal cosa, mucho menos que fuera Judas. Su posición como tesorero demuestra la confianza que le tenían. Nadie acusaba a ningún otro como sospechoso. Era más fácil creer que uno mismo lo haría que señalar a otro como traidor potencial.
“¿SOY YO, SEÑOR?”
Jesús le confrontó a Judas directamente con una advertencia en cuanto a las consecuencias de su decisión (23–25). Entonces, procedió a usar el pan y el vino como una ilustración para enseñarles lo que haría por ellos (26–30). Su cuerpo sería partido como el pan; y Su sangre derramada como vino.
La sangre de Cristo derramada es la base del pacto nuevo, a través del cual Dios perdonaría el pecado de Su pueblo. Aunque pensar en Su muerte les dio tristeza, produjo también una base de esperanza para el futuro. No tomaría de esta copa de nuevo hasta no hacerlo con ellos en Su reino; pero podrían contar con esta promesa de que lo haría allí. La muerte no era el fin. Habría una reunión futura.
“NO BEBERE MAS…
HASTA AQUEL DIA”
Por fin llegó la hora. Fue la hora para que empezara a sufrir. Juntos salieron al monte. Judas sabía que les podría encontrar allá. Cristo les advirtió a los discípulos que iban a pasar unas horas difíciles. Iban a ser asustados y lo iban a abandonar. Quería que estuvieran preparados para lo que sucedería. Sin embargo, Pedro no lo quería aceptar y obligó al Señor a advertirle en cuanto a su propia negación (26:31–35). El no sería escandalizado por causa de ellos. Después, les estaría esperando de nuevo en Galilea.
SATANAS LE HACE PENSAR:
* “ESTOY FUERTE.
NUNCA HARE TAL COSA”.
*“DIOS NO ME PERDONARA TAL COSA”.
DIOS LE DICE:
* “SE DE ANTEMANO LO QUE HARAS”.
* “ESPERO QUE REGRESES”.
¡PENSEMOS!
Aunque nunca pasaremos por esta misma experiencia, la de ellos nos enseña una verdad en cuanto a nosotros también. Antes del hecho no queremos admitir que podemos fracasar y apartarnos de Dios. Entonces, después del hecho, no creemos que Dios nos puede perdonar un fracaso tan grande. Estos son dos de los instrumentos más útiles en la bolsa de Satanás. Nos hace creernos auto-suficientes antes de la caída e imperdonables después.
La dispersión y negación de los discípulos nos demuestra que Dios conoce nuestros fracasos de antemano y espera que regresemos a confesar los pecados para que nos perdone. Es difícil recordar esta verdad porque Satanás nos golpea con los otros dos conceptos y es más fácil creerle a él.
Piense en su propia vida. Señale alguna ocasión en su propia experiencia cuando ha pasado por estos dos pasos. ¿Cómo le engañó Satanás? ¿Cómo se dio cuenta de la verdad?
Tome nota mental de estos dos artefactos satánicos y de la verdad divina. Guárdelos en un rincón cercano de su mente para el día cuando ocurra de nuevo. Si está en la trampa, afirme de nuevo la verdad; confiese su pecado; y vuelva a gozar el perdón de Dios.
Jesús quiso pasar un rato hablando con Su Padre para prepararse para Su muerte (26:36–46). Los discípulos también debían aprovechar el tiempo para pedir ayuda para lo que iban a enfrentar.
En este momento de comunión entre Cristo y el Padre, podemos observar la relación entre los dos. Jesús estaba totalmente sumiso a la voluntad del Padre. Sin embargo, la prueba era más que lo que podía aguantar solo. Cualquier otra alternativa habría sido preferible. No obstante, sabía que no había otra posibilidad y sometió Su voluntad a la de Su Padre.
Los discípulos también necesitaban la ayuda de Dios. Aunque debían haberse dirigido a Dios, el cansancio era demasiado. En vez de orar, durmieron. Mientras dormían, Judas y la multitud se acercaba.
EL ARRESTO Y JUICIO 26:47–27:26
Mateo utiliza los sucesos del arresto y del juicio para señalar la verdadera naturaleza de las acusaciones en contra de Cristo. Los líderes religiosos de Israel difícilmente podrían sostener que fueran nada más observadores desinteresados que sólo les importaba el mantenimiento de la ley divina y que fueran obligados a moverse por causa de la evidencia en contra de Cristo. Estaban decididos a detenerlo a cualquier costo y buscaron cualquier base legal para apoyar su causa.
La naturaleza de su acusación se nota en la forma en que le arrestaron (26:47–56). Si hubieran tenido una denuncia clara en contra de El, le habrían apresado en el templo de día. Una explicación sencilla de la ofensa habría satisfecho a las multitudes.
Debido a que la base legal de su acción era discutible, tuvieron que moverse de noche, en un lugar aislado. Mandaron a una turba para capturarle. Jesús señala que su forma de comportarse contiene una confesión implícita de acción ilícita. No obstante, no les ofrece ninguna oposición y aun calma la de Sus discípulos. Reconoce que éste es el plan de Dios. Bajo tan adversas condiciones hasta Sus discípulos le abandonaron.
TODO ESTO SUCEDE
PARA QUE SE CUMPLAN LAS ESCRITURAS
El primer proceso ocurrió ilegalmente de noche, antes de que la gente de Israel supiera qué pasaba (26:57–68). Los líderes llamaron a testigos para presentar la evidencia en Su contra. Estaban convencidos de que sería necesario inventar los hechos. Le habían seguido demasiado de cerca para no haberse fijado en alguna acusación legítima (26:57–61).
Jesús ni se preocupó por contestar las acusaciones. Eran inventadas y falsas obviamente. Cuando se le preguntó si era el Cristo, les contestó con franqueza que sí lo era. En vez de examinar la evidencia para descubrir la validez de Su profesión, lo rechazaron y se burlaron de El (26:62–68).
NO LES INTERESO LA VERDAD
SOLO BUSCARON UNA EXCUSA PARA MATARLE
La debilidad de Pedro frente al rechazo de Jesús señala lo que el miedo había hecho a todos Sus seguidores (26:69–75). El caso de Pedro fue más notorio por su insistencia que seguiría fiel y por su deseo de estar cerca de Jesús en ese momento. Los otros discípulos ya se habían escapado. Jesús había profetizado la negación para ayudarles a entender lo que les iba a pasar y para demostrar que Su amor para ellos no se cambiaría por causa del miedo.
Al llegar la mañana, los líderes presentaron su acusación formal ante Pilato (27:1–2). Poco se nos indica en cuanto al propósito de Judas al traicionar al Señor, pero cuando vio el rumbo que el proceso tomaba, se arrepintió y trató de deshacer el daño (27:3–10). De nuevo los líderes mostraron su falta de interés en la verdad o en hacer lo correcto. Se dedicaban a silenciar a Jesús. Cuando Judas se dio cuenta de la imposibilidad de parar a los líderes o de cambiar lo que había hecho, salió y se ahorcó.
“HE PECADO ENTREGANDO
SANGRE INOCENTE”.
“¿QUE NOS IMPORTA A NOSOTROS?”
El relato del proceso frente a Pilato demuestra claramente que no éstaba convencido por la evidencia en contra de Jesús (27:11–26). Es el testigo principal para la defensa en la presentación del caso por Mateo. Jesús no merecía la muerte. Murió por causa del plan de Dios y el rechazo de Israel.
La prueba general del motivo detrás de las acusaciones está apoyada por el intento de Pilato de convencerle a defenderse (27:11–14), su apelación a la multitud a que pidan que se absuelva a Jesús como el prisionero anual a liberar (27:15–17), su reconocimiento que el motivo verdadero de los líderes era celos (27:18), y el recado de su esposa acerca del sueño en cuanto a la inocencia de Jesús (27:19).
A pesar del reconocimiento de la evidencia a favor de Jesús, la presión de la multitud, animada por sus líderes, fue más de lo que Pilato pudo soportar (27:20–26). Así que, protestando que Jesús era inocente y echándoles la culpa por Su muerte, se lo entregó. Aceptaron con gusto la responsabilidad y las posibles consecuencias de Su muerte. No podrían imaginarse las consecuencias que habría para ellos y para las generaciones futuras de su pueblo.
“INOCENTE SOY
DE LA SANGRE DE ESTE JUSTO”.
“SU SANGRE SEA SOBRE NOSOTROS
Y SOBRE NUESTROS HIJOS”.
La Crucifixión 27:27–66
Entonces Jesús fue azotado y escarnecido por los soldados y, al fin, llevado para ser crucificado. Aun en medio de los eventos relacionados con Su muerte, resalta la diferencia entre Jesús y quienes le han rechazado (27:27–49). Este repudio se hace cada vez más endurecido al seguir burlándose de El. Al otro lado, Jesús manifiesta cada vez más Su relación con el Padre y dependencia de El.
Acontecimientos sobrenaturales acompañaron Su muerte también, para quienes estaban interesados en observarlos (27:50–53). Jesús despidió Su propio espíritu. El velo del templo se rasgó, de arriba abajo. Un terremoto se unió a los testigos. Muchos cuerpos de los santos de otras épocas se levantaron de entre los muertos y se presentaron en Jerusalén.
A pesar de la ceguera de los líderes, los hechos fueron suficientes para convencer a un centurión romano endurecido (27:54). Mientras su testimonio no constituye una comprensión completa de la deidad de Cristo, definitivamente señalaba una naturaleza distinta a lo que él había visto antes. Para el centurión, esta persona demostró características de un dios.
VERDADERAMENTE ESTE ERA HIJO DE DIOS
Se encuentran otros testimonios a favor de Cristo al notar la presencia de las mujeres que le habían seguido y apoyado económicamente durante Su ministerio (27:55–56). Además, un hombre rico de Arimatea, quien había llegado a ser un discípulo de Jesús, dio su propia tumba para sepultarlo (27:57–61). En contraste con muchos otros, estaba dispuesto a identificarse con El condenado, aun frente a Pilato.
A pesar de tanto esfuerzo para negar la verdad, los mismos acusadores de Jesús se dieron cuenta de que la historia tal vez no se había terminado todavía (27:62–66). Tratan de tomar las medidas necesarias para prevenir cualquier evidencia que podría producirse a favor de una resurrección. Este intento hace más difícil creer su historia en cuanto a la resurrección que se presenta después.
¡PENSEMOS!
La evidencia a favor de Cristo es fuerte. El relato de Su muerte presenta más que suficiente evidencia para cualquier persona que busca la verdad en cuanto a Jesús. El es el Mesías de Israel y el Salvador del mundo.
El problema era que los líderes no quisieron saber la verdad. Cerraron sus ojos frente a tantas pruebas, en Su vida como en Su muerte, de que Jesús no era un hombre ordinario. El centurión lo dijo bien: “Verdaderamente éste era Hijo de Dios”.
La evidencia también exige un veredicto de cada uno de nosotros también. ¿Nos identificaremos con estos líderes que le rechazaron, a pesar de los hechos, por no querer confiar en El? O, ¿Reconoceremos el peso de lo que hizo y confiaremos en El como nuestro Salvador?
La muerte cruel que se consideró en este estudio fue sufrida para que nosotros recibiéramos vida eterna. Su muerte pagó el precio que Dios exige por causa de nuestro pecado. ¿No tomará usted la determinación de creer en El como su Salvador hoy?
Si ya ha confiado en Cristo, Su obra debe animarnos a reconocer de nuevo Quién es Jesucristo. La descripción de lo que sufrió, sin ninguna culpa personal, por Su amor para con nosotros, nos debe estimular a alabarle de nuevo. Tome un momento para agradecerle lo que sufrió en lugar de usted.
12
La Evidencia Final
Mateo 28
El clímax de la historia, y la última evidencia de que Jesús es el Mesías, viene de “la señal de Jonás”, la resurrección (28:1–20). Los líderes no la pudieron prevenir, a pesar de todos sus esfuerzos (28:1–10). Lo más que pudierón hacer fue tratar de esconder la verdad del pueblo por medio de una mentira que inventaron.
LA REALIDAD DE LA RESURRECCION 28:1–10
El hecho no pudo ser escondido. El cuerpo de Cristo ya no estaba en la tumba. Los líderes supieron que Cristo lo había profetizado mucho antes e intentaron tomar precauciones para que no ocurriera (27:62–66).
Además, fue confirmada por el testimonio de los ángeles (28:1–7), la aparición de otros santos muertos anteriormente (27:52–53), y repetidas ocasiones cuando Cristo se reveló a Sus seguidores después (28:8–10). Sus discípulos eran los más sorprendidos de todos porque, a pesar de haber oído repetidas veces la promesa, no esperaban verlo de nuevo. Pensaban encontrar Su cadáver en la tumba.
NO ESTA AQUI,
PUES HA RESUCITADO, COMO DIJO
LA INCREDULIDAD EN CUANTO A LA RESURRECCION 28:11–15
Los líderes concluyen su testimonio en cuanto a sus verdaderos motivos con su reacción frente a la resurrección. Al fin reciben lo que le habían pedido, una señal del cielo que nadie podría negar. ¿Qué hicieron al enfrentarse con esta evidencia innegable? Inventan una mentira para que la gente no se diera cuenta. ¡No les interesa la verdad!
En lugar de reconocer su error y arrepentirse, reafirman su rechazo e inventan una mentira intencional. De esa manera, demuestran su fracaso como líderes del pueblo de Dios y manifiestan su culpa.
DIERON AVISO A LOS PRINCIPALES
SACERDOTES DE TODAS LAS COSAS QUE
HABIAN SUCEDIDO
¡PENSEMOS!
De nuevo se pone de manifiesto la respuesta de quienes no buscan la verdad frente a la evidencia. Aunque la historia propagada está llena de problemas, quienes no querían saber la verdad creyeron el relato inventado por los líderes. ¿Cómo podrían soldados armados dejar a los discípulos llevárselo? Si estaban dormidos, ¿Cómo saben quién se lo llevó? Si los discípulos lo llevaron, ¿Por qué no le encontraron? Estos hombres estaban desesperados, habrían abierto todas las tumbas en Israel si pensaran encontrarlo. ¿Cómo se explican los centenares de testigos que dijeron haberlo visto en muchas ocasiones distintas? ¿Cómo se explica el valor de los discípulos atemorizados la noche anterior cuando huyeron, pero ahora dispuestos a morir por causa de este “engaño”? La evidencia es abundante. El problema no es la falta de pruebas.
La pregunta clave es ¿Qué haremos frente a esta verdad? El que quiere hacer la voluntad de Dios, sabrá si es cierto o no (Juan 7:17). El que no la quiere hacer no será convencido, aunque viera personalmente al Cristo resucitado. Si usted todavía no ha confiado en este Cristo, Quien murió para que usted pudiera recibir la vida eterna, hágalo hoy. Si ya lo ha recibido, no tenga vergüenza de proclamar las buenas nuevas de Cristo a los demás. ¡El vive! No hay que tener miedo frente a ésta certeza.
LA COMISION PARA UN MINISTERIO FUTURO 28:16–20
Al haber terminado la historia de lo que ha pasado al programa de Dios para Su pueblo Israel, Mateo explica como los que han seguido a Jesús entran en el programa divino para la época presente. Jesús lo explicó antes. Ahora les toca introducirse en él. Por eso, Jesús deja a Sus discípulos con una comisión para su ministerio futuro en este tiempo.
Los discípulos deben hacer más discípulos alrededor del mundo. Deben proclamar Su Palabra donde se encuentren y enseñarles a quienes reciban el mensaje todo lo que El les había enseñado. Dondequiera que se encuentren, pueden estar seguros de que Cristo estará con ellos y les dará el poder para hacer esta obra. Esta comisión les da la confianza para seguir adelante en medio de las aflicciones que pronto experimentarían por causa de Su nombre.
“DONDEQUIERA QUE SE ENCUENTREN
HAGAN DISCIPULOS A TODAS LAS NACIONES
BAUTIZANDOLES Y ENSEÑANDOLES…”
¡PENSEMOS!
La comisión que el Señor les entregó a Sus discípulos fue para todas las generaciones. Cada seguidor de Jesús tiene la obligación de hacer otros discípulos más. Se debe observar que la comisión no dice: “Hacer convertidos”. La obra no estará completa hasta que el discípulo también llegue a hacer otros discípulos.
¿A cuántas personas conoce que podrían decir que han llegado al nivel espiritual donde se encuentran porque usted les hizo discípulos y se responsabilizó por ellos? ¿Están estas personas haciendo otros discípulos?
Cada cristiano, no importa cuánto tiempo o experiencia tenga en la vida cristiana, tiene algo que compartir con otros. Le puede decir lo que Dios ha hecho en su vida y le puede enseñar las verdades de la Palabra de Dios que ha experimentado, por sencillas que sean.
Haga una lista de las personas que usted podría ayudar a crecer espiritualmente. Tal vez su tarea será presentarles el evangelio. Tal vez ya conocen a Cristo pero necesitan ayuda para crecer. ¿A quién podría ayudar espiritualmente? Si se siente incapaz, pídale a algún cristiano que usted respete, que le ayude.
A base de la lista de candidatos potenciales, pídale a Dios que le indique uno que pueda empezar a enseñar. Acérquese a esta persona esta semana, o lo más pronto posible, para ofrecer estudiar la Biblia y orar juntos. Los dos crecerán por causa de la comunión espiritual y empezarán a ayudarse mutuamente.
REPASO DEL DESARROLLO DEL LIBRO
La gran pregunta que la gente de Israel se hizo durante el primer siglo después de la muerte de Cristo fue: “¿Qué le pasó al plan de Dios para nosotros?” Siglos han pasado y parece que a Dios se le ha olvidado Israel. ¿Qué pasó? ¿Por qué no ha cumplido Sus promesas?
Mateo escribió especialmente para esa generación de judíos, tanto creyentes como no creyentes. Quiso contestar esas preguntas. En fin, su respuesta es que Dios ha sido fiel. Israel es quien ha fallado y tendrá que sufrir las consecuencias de su pecado.
El libro demuestra que el Mesías vino, conforme a las promesas de Dios. Demostró claramente Quién era. Al ver la evidencia, el pueblo, representado por sus líderes, no estaba listo para recibirle. Por lo tanto, rechazaron la evidencia. Jesús respondió al rechazo de la misma manera. Cortó la relación natural que tenía con Israel para formar un nuevo pueblo y establecer un nuevo programa.
Jesús se apartó del pueblo antiguo y dedicó Su tiempo a la preparación de quienes le habían recibido para lo que sucedería después. Les enseñó cómo deben vivir frente a un pueblo que les rechazaba y quería eliminar todo lo que éstos representaban.
Al regresar al ministerio público la oposición crece hasta llegar al clímax en la presentación y rechazo formal del Mesías. Frente a esta presentación, el pueblo manifestó su verdadera motivación. No les interesó la verdad. Solo querían matarle. Después de muchos intentos de atraparlo sin éxito, deciden acusarle y frenarle, a cualquier costo, aunque sea con mentiras y manipulaciones.
Sus esfuerzos por detenerlo terminan en la cruz. Sin embargo, ni así podrían ganar. Se mostró triunfante a través de la resurrección. No estaban dispuestos a confiar en El. Mintieron para decepcionar al pueblo y muchos les siguieron en la mentira.
Sin embargo, el nuevo programa de Dios sigue. Está operando conforme a la comisión que Cristo dejó a Sus discípulos:
“Haced discípulos a todas las naciones”. Por lo tanto, quien quiere aprovechar las promesas de Dios, no las encontrará por medio de Israel. Tienen que identificarse con el Rey, con Jesucristo. Así llegarán a formar parte del nuevo pueblo de Dios, la iglesia.
El libro presenta en forma implícita una decisión que cada lector tendrá que tomar: “¿Qué haré yo en cuanto a este Jesús?” Se tiene que decidir si se identificará con los líderes del pueblo que lo rechazaron, o con los discípulos que lo recibieron.
Quienes no estaban listos, ni dispuestos a recibirlo, no gozarán de las promesas de Dios para el reino futuro. Esa generación tuvo su oportunidad y lo rechazó voluntariamente. Por eso, se ha extendido la invitación a otros, aun a quienes no forman parte de Israel. La ceguera de Israel nos abrió la puerta para que Dios nos invitara a nosotros a gozar Sus promesas y entrar al reino.
Dios no ha desechado a Israel. Habrá otra oportunidad para los descendientes de Abraham en el futuro (Ro. 11:25–36). Sin embargo, hoy se nos ha extendido la invitación a nosotros. ¿Qué decisión haremos? ¿Estaremos listos para el Rey cuando venga por nosotros?
¡PENSEMOS!
A pesar de que el libro fue escrito para explicar el plan de Dios para Israel y lo que ha pasado en cuanto a él, se presenta un gran número de lecciones para nosotros hoy también. Repase el libro de nuevo con la ayuda del diagrama que se encuentra al principio del libro.
Recuerde las verdades principales que se han estudiado. ¿Qué principios se han observado que usted debe aplicar en su propia vida? Haga una lista de ellos.
Medite un momento en la lista de principios que se aplican a su vida. ¿Cuál de estos principios sería el más significativo para su propia vida? Pídale al Señor que le indique a qué área debe dedicarse. Determine con la ayuda de Dios empezar a trabajar en está área para que le dé la victoria en su propia vida.
¿Cuál es el próximo paso que usted debe tomar para alistarse para su Rey? ¿Para cuándo lo puede tomar? ¡No deje que nada interrumpa este proceso! Siga hasta llegar a la meta señalada.
¿ESTA LISTO PARA EL REY?



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