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biblias y miles de comentarios 
 
PULPITO CRISTIANO 
Samuel Vila 
INTRODUCCION 
Después de haberse agotado la 3.a edición del libro 
SERMONES ESCOGIDOS, del pastor Samuel Vila, nos complacemos en dar a luz
 este segundo volumen para ayudar, con más variedad de temas, a los 
obreros del Señor, profesionales y voluntarios, que han venido 
utilizándolos con gran provecho y complacencia de parte de sus 
auditorios, como algunos han tenido la franqueza de declararnos de 
palabra y por carta. 
Cómo ha sido usado el primer volumen de esta serie. 
Muchos nos dicen que han hallado en SERMONES ESCOGIDOS el
 plan para un sermón cambiando mucho de su contenido; otros han 
utilizado párrafos, pensamientos y anécdotas para un sermón propio con 
otro plan; otros los han usado casi intactos después de leerlos 
detenidamente. Pero todos declaran lo muy útil que les ha sido aquel 
pequeño arsenal de ideas para el pulpito; y expresan su deseo de que el 
veterano predicador doctor Vila, saque más material de su archivo de 
tantos años en el servicio del Señor y lo ponga a disposición de sus 
colegas en el ministerio a ambos lados del Océano. 
PULPITO CRISTIANO es el cumplimiento de esta sugerencia; y
 lo es, creemos, de un modo superlativo. En SERMONES ESCOGIDOS hay mucho
 material: pero no también trabajado como en el presente volumen. 
Como explicábamos en el Prólogo, aquellos fueron sermones
 de tiempos difíciles en España, preparados apresuradamente para ser 
dados a los predicadores improvisados que se reunían por las casas. Lo 
que necesitaban aquellos, entonces, eran ideas; muchas ideas, más que 
modelos de elocuencia, que entonces habría sido difícil adaptar o 
imitar, y que tampoco eran propios de semejante predicación casera. 
Características de la presente colección: 
Los presentes son más sermones de pulpito. Están mejor 
elaborados, la mayoría de ellos; no sólo en ideas, sino en expresión. Al
 revisarlos para ser puestos en este libro, el autor ha tenido en cuenta
 el capítulo XII, recientemente añadido, a la sexta edición de su libro 
Manual de Homilética; y también las necesidades de este tiempo moderno, 
con el formidable avance de la cultura mediante los nuevos medios de 
comunicación y enseñanza. No solamente es necesario decir buenas cosas a
 los oyentes de nuestros días, sino que hay que decirlas bien. 
Esto ha inducido al autor a dar más extensión material a 
los presentes sermones, limitando un tanto la exhuberancia de ideas que 
aparece en el volumen anterior. Treinta sermones ocupan casi igual 
espacio que cincuenta en aquél; pero no significa que sean más largos, 
sino que algunos son expresados con más detalle, palabra por palabra; 
especialmente en su primera parte, dejando a la iniciativa e inspiración
 del predicador la aplicación de sus enseñanzas en la parte final, con 
breves indicaciones al respecto. 
El autor ha sido siempre enemigo de la elocuencia 
rebuscada, consistente más en palabras que en ideas, y sabe que el mayor
 peligro para los predicadores noveles es que, procurando hacerse 
elocuentes, multiplican de tal modo las bellas frases, a veces sin mucho
 tino, al principio del sermón, que no les queda tiempo luego para 
sustanciosas enseñanzas y aplicaciones prácticas, especialmente cuando 
el bosquejo carece de un plan lógico y ordenado. 
En los presentes sermones no sólo hay el plan para cada 
sermón, sino la expresión del mismo, palabra por palabra en la parte más
 difícil del mensaje. Puede ser, pues, el presente volumen, un modelo 
útil para jóvenes que empiezan a lanzarse al difícil arte de la 
predicación, mostrándoles cómo pueden decirse las cosas de un modo claro
 y concreto. Cómo deben evitarse adjetivos inútiles; así como 
fastidiosas repeticiones de la misma palabra en un párrafo, cuando 
existen en nuestro riquísimo castellano infinidad de seudónimos que 
pueden expresar la misma idea con igual o mejor precisión. Sin caer en 
la petulancia de usar palabras que no son de uso común, y serían un 
enigma para la mayoría de oyentes. 
Por esto nos permitimos recomendar a los señores 
directores de institutos bíblicos y seminarios que han adoptado para sus
 clases de homilética el Manual de Homilética del Dr. Vila, no dejen de 
poner en manos de cada uno de sus alumnos un ejemplar del presente 
volumen de sermones como guía práctica y ejemplo de las reglas y 
consejos que en el Manual se encuentran, particularmente en los 
capítulos XII al XV. 
Peculiaridades de algunos sermones: 
La forma, empero, nunca es lo más importante en los 
sermones evangélicos, sino el contenido, el mensaje espiritual, y en 
este terreno creemos que no quedarán defraudados nuestros lectores que 
han venido utilizando SERMONES ESCOGIDOS del pastor Vila, pues el 
contenido de los presentes es abundante y en algunos casos bastante 
original. Por ejemplo, en la parte que podríamos llamar «La Navidad 
vista desde arriba», del sermón «Pobre siendo rico»; la actitud de Pablo
 ante la vida y la muerte en «La victoria del cristiano», o las 
inferencias que se desprenden sin excesiva imaginación de la narración 
bíblica atentamente considerada, en mensajes como «Aspiraciones 
cumplidas», «El camino de la fe», «Las siete miradas de Jesús», 
«Euticho», «Rosita de Jerusalén», y «Espejo de espejos». 
En aquellos sermones en que el autor roza con temas de 
diversa concepción entre predicadores de tendencia modernista o 
fundamentalista; presenta su punto de vista, de interpretación literal 
de la Biblia, con interesantes sugerencias en su apoyo: como las 
referentes al Edén en el sermón «Felicidad en el matrimonio» o la de una
 posible superior radioactividad bajo divino impulso durante las épocas 
creativas, en el sermón de vacaciones «El reposo de los santos». 
Para mayor facilidad de los predicadores esta colección 
aparece dividida por asuntos, igual que en SERMONES ESCOGIDOS, pero el 
presente volumen los contiene para ocasiones especiales que no aparecen 
en aquél, como bodas, cultos fúnebres, retiros, vacaciones, etc. 
Cómo usar con eficacia un libro de sermones: 
Nuestra más encarecida recomendación a los usuarios de 
estos sermones es que no se limiten a leerlos. Predicar no es proceder a
 la lectura de un artículo literario, sino poner en contacto el corazón y
 el alma del que habla con el corazón de los que escuchan. Para predicar
 bien el sermón de otro predicador es necesario haberlo puesto primero 
en el propio corazón. El mejor método es leer el sermón varias veces 
buscando y releyendo cada vez en la Biblia las citas que en el mismo se 
dan. Leerlo con suma atención, hasta que resulten claros en la propia 
mente todos sus argumentos, exhortaciones y ejemplos, de modo que sea 
fácil manejarlos y pasar de uno a otro variando las palabras, o sea 
explicar lo mismo con palabras propias, sin perder el hilo de la 
exposición. 
Nos permitimos aconsejar a los predicadores que van a 
usar alguno de estos sermones, poner un pequeño número tras de aquellas 
frases que despierten en ellos alguna nueva idea para aclarar o 
enfatizar la del autor. Luego, en papel aparte, escribir el mismo número
 y redactar a continuación aquellos pensamientos propios originados por 
la lectura del sermón. Los que disponen de mucho tiempo harían bien en 
copiar el texto entero, añadiéndole aquellos párrafos en los lugares 
respectivos. De este modo les sería más fácil ver si las ideas propias 
corresponden bien con el mensaje; si son una ayuda aclaratoria, o rompen
 el hilo del discurso; y tendrían menos dificultad, al llegar a tales 
aportaciones personales cuando dieran el sermón desde el pulpito. 
Procuren, empero, que estas nuevas frases no sean una 
mera repetición de lo que ya dice el texto impreso, sino una verdadera 
aclaración o ampliación, bien relacionada con el mensaje original. Y, 
sobre todo, que no sean tan largas que rompan el hilo del argumento 
hasta el punto que les sea luego difícil volver a encontrarlo. 
Por otra parte, procuren leer los párrafos del sermón 
original con tal entonación y tal énfasis, que el público no se dé 
cuenta de que están leyendo. Para ello es necesario haber leído el texto
 un número de veces proporcional, en relación inversa, a la facilidad 
que tengan para la lectura. A los predicadores que tienen buena memoria y
 poca facilidad para leer, les recomendamos no llevar el libro al 
pulpito, sino solamente algunas notas con los puntos principales en 
letra bien grande y clara. En cambio, los que tienen gran facilidad en 
la lectura, pueden dar el mensaje de un modo más breve, completo y 
correcto, llevando el libro al pulpito para leerlo con el énfasis y el 
tono propio de la predicación. 
Unos y otros, y sobre todo estos últimos, deben dar 
lugar, empero, a ideas y hasta anécdotas improvisadas, que la exposición
 del mensaje les sugiera en el mismo pulpito. Aun aquellos que hayan 
tenido tiempo para escribir pensamientos propios puedan sentir la 
necesidad de añadir alguna frase que no llevan escrita. Tengan en cuenta
 que han subido al pulpito a explicar un mensaje de la Palabra de Dios, 
no a leer un texto literario, y a poner en el corazón de otros lo que ha
 hecho bien a su propio corazón. 
No existe el predicador absolutamente original: 
No tengan reparo alguno, los hermanos predicadores, ante 
la eventualidad de que alguien entre sus oyentes (desgraciadamente no 
muchos dada la poca afición que existe en estos tiempos por la lectura) 
descubra el origen de su mensaje por hallarse en posesión de un ejemplar
 de PULPITO CRISTIANO. Recuerden que no hay ningún predicador ni 
escritor que pueda vanagloriarse de ser enteramente original. El autor 
de este libro nunca se ha avergonzado de declarar, a veces desde el 
mismo pulpito, las fuentes de su predicación, citando los nombres de 
Spurgeon, Adolfo Monod, Godet, Vinet, Meyer, Campbell Morgan, Henry 
Matthews, etc., del mismo modo que estos autores eran, sin duda, 
deudores a otros de una buena parte de sus más excelentes ideas. 
Si el predicador ha predicado de veras, y no meramente 
leído monótonamente desde el pulpito cualquiera de estos mensajes, el 
oyente a quien haya hecho bien antes su lectura apreciará y agradecerá, 
si es un cristiano fervoroso, que el predicador lo haya puesto al 
alcance de otros asistentes que lo desconocían; y el mismo se sentirá 
edificado de nuevo por la comunicación espiritual del orador. ¿Por 
ventura no venimos oyendo las mismas cosas, las mismas ideas y hasta las
 mismas frases en los cultos, desde que nos convertimos? Sin embargo, 
nos edifican de nuevo, mediante la comunión espiritual con nuestros 
hermanos, cada vez que acudimos a la casa del Señor. 
En muchas ocasiones el propio autor ha tomado consigo un 
ejemplar de SERMONES ESCOGIDOS que desde hace 23 años se está vendiendo 
en España, y ha ido a predicar uno de sus temas en algún pulpito, 
añadiendo, empero, aportaciones improvisadas, incluso nuevas anécdotas, y
 poniendo tal énfasis en su elocución, que algunos oyentes que habían ya
 leído el mismo sermón, han venido a decirle que les pareció un nuevo 
discurso, y el bien espiritual que les había hecho escucharlo de sus 
propios labios. 
Para solitarios y enfermos: 
Pulpito cristiano es, no sólo un buen auxiliar para 
predicadores, sino un predicador real y efectivo para creyentes aislados
 y enfermos que necesitan como nadie alimento espiritual. 
Afortunadamente existe hoy día para los tales la predicación por la 
radio. Pero su carácter general, necesariamente adecuado a muy 
diferentes clases de público de la calle, y la brevedad impuesta por las
 emisoras, no permite que sean verdaderos sermones, exponiendo de un 
modo completo y extenso, la consideración de un tema o pasaje bíblico. 
En cambio, la lectura atenta, en la presencia del Señor, de uno de estos
 sermones, acompañada de oración y de algún cántico, cuando es posible, 
puede significar un banquete espiritual para cualquier enfermo o 
creyente solitario imposibilitado de asistir a cultos públicos. 
El obsequio a los tales de un ejemplar de este libro o 
bien de MEDITACIONES DIARIAS, EL ÁNGEL DE LA BONDAD, CERCA DE DIOS u 
otros volúmenes devocionales, puede serles un regalo más útil y más 
apreciado que cualquier otro objeto material. Es cierto que los mejores 
libros, incluyendo el presente, no pueden sustituir, de un modo 
completo, la bendición del contacto espiritual con otros hermanos que 
provee el culto público; pero sí, buena enseñanza e inspiración. Con la 
ventaja de poder elegir el propio receptor, el tema y la hora del 
espiritual festín. 
Futuros proyectos: 
La presente colección bajo el título de PULPITO 
CRISTIANO, se publica en dos volúmenes, conteniendo treinta sermones 
cada uno; pero no significa la supresión de la colección anterior, de 
cincuenta mensajes más resumidos, ya que, suponemos que muchos 
predicadores, sobre todo los noveles, querrán estar en posesión de 
aquélla también. El autor tiene ya seleccionados, pero no redactados en 
toda su amplitud, una buena cantidad de bosquejos de su extenso archivo,
 de unos 3.000, que ha venido juntando desde el año 1917. Esperamos, 
pues, la publicación de otras colecciones en años sucesivos, si Dios 
tiene a bien prolongar su vida y sus fuerzas físicas e intelectuales 
como hasta el presente. 
*** 
SERMÓN I 
LA GRAN NOTICIA 
(Lucas 2:10-11) 
El hombre ha sido siempre un ser ávido de noticias. «Oír y decir una cosa nueva» 
 (Hechos 17:21) era ya ocupación preferida de los atenienses en tiempos 
de San Pablo. Se da como principal razón de este hecho el que el hombre 
es un ser por naturaleza curioso y, por lo general, insatisfecho; 
siempre espera algo nuevo que venga a favorecerle o a mejorar su 
condición, aunque muchas veces ocurre lo contrario. 
Hay nuevas buenas y malas, esperadas e inesperadas, y 
algunas, con ser muy esperadas, su negada sorprende a quien más las 
anhela. Tal fue el caso del aviso que dio la joven Rodé a los discípulos
 que estaban orando en favor de San Pedro, y del mismo carácter fue la 
que los ángeles dieron a los pastores en Belén. Aunque indudablemente la
 esperaban, si eran judíos piadosos (véase Lucas 2:25 y 38), les 
sorprendió de tal manera que no podían creer lo que veían. ¡Tan grande 
era la noticia! 
Notemos siete motivos de grandeza en esta gran noticia: 
1. Es grande por la forma como fue proclamada 
Las grandes noticias suelen ser anunciadas de un modo 
adecuado a su importancia. Por radio, prensa, carteles, etcétera. Pero 
la noticia más trascendental para la raza humana hubiera quedado 
ignorada de no haberse abierto los cielos para proclamarla a los 
pastores de Belén. Si la tierra no hacía caso del magno suceso en los 
cielos tenía muchísima importancia. El Verbo de Dios vistiendo carne 
humana, hecho semejante a los hombres, era una maravilla del amor 
divino. Razón tenía San Pedro para declarar que los propósitos de Dios 
para con los creyentes causan la admiración de los mismos ángeles (1.a 
Pedro 1:12). Únicamente los que se hallan al otro lado de lo tangible y 
transitorio pueden apreciar las cosas en su verdadero valor, porque lo 
ven todo a la luz de la eternidad. ¿Apreciamos nosotros lo que aprecian 
los ángeles? 
2. Por su carácter personal 
La mayor parte de las noticias en que nos interesamos no 
nos afectan absolutamente y las olvidamos casi tan pronto como vemos 
satisfecha nuestra curiosidad. Pero ésta tiene un carácter personal, lo 
mismo para los pastores que la oyeron por primera vez como para 
cualquier otro que pueda oírla a través de los siglos: «Os ha nacido.» 
 De cualquier otra persona se diría simplemente: «Ha nacido.» La razón 
es que nadie ha nacido en favor de otros como Cristo nació. ¿Puedes 
decir que Cristo nació para ti? ¡Qué feliz el alma que al recordar en 
esta Navidad el glorioso natalicio pueda decir: En Belén de Judea me 
nació hace veinte siglos un Salvador! (Véase anécdota El don de la 
Navidad.) 
3. Por ser el cumplimiento de una gran promesa 
A ella se refiere la frase «en la ciudad de David». Dios 
nunca olvida lo que promete. Había prometido un Rey a Israel del linaje 
de David (Isaías 11:1 quien tenía que ser al propio tiempo Redentor 
(comp. Isaías 52:13 con el contexto que sigue cap. 53). ¡Y cuan 
admirablemente se cumplió en la venida, vida y muerte de Jesús! El 
cumplimiento de las palabras de Dios en el pasado y en el presente con 
respecto al pueblo elegido, Israel, es una garantía de que cumplirá todo
 lo que nos ha prometido en Jesucristo. La actual tragedia de los judíos
 (Zacarías 13:8, 9, y Lucas 21:24) es un gran motivo de confianza para 
el pueblo cristiano. (Véase anécdota Una tajante demostración.) 
4. Por la persona a que se refiere 
Los pastores esperaban un gran Mesías, pero no tan grande
 como les fue anunciado «Cristo el Señor» ungido y Rey, mas no de 
Israel, sino del mundo y del universo entero. ¡Cómo tenía que admirarles
 el contraste entre la proclamación del ángel y la humilde realidad del 
pesebre. Cristo el Señor entre las pajas; no en una morada, la más 
humilde, de los seres humanos, sino en habitación de bestias. Bien había
 dicho el profeta: «Despreciado y desechado entre los hombres»  
(Isaías 53: 3). Pero su grandeza era de derecho propio y no consistía en
 exterioridades. Sólo ésta es verdadera grandeza. (Véase anécdota El 
brahmán y Stanley Jones.) 
Su grandeza moral resalta más porque siendo Señor se hizo
 siervo por amor a nosotros; siendo grande se hizo humilde para 
elevarnos a su grandeza. 
5. Por la razón de su venida 
«Os ha nacido un Salvador» ; no un Maestro o 
ejemplo como algunos pretenden. Este es el título mayor de sus blasones,
 el más alto de sus oficios, la más elevada de sus prerrogativas. La 
misión de Cristo habría sido muy pobre, al lado de lo que es, si 
solamente hubiese venido a darnos buenos consejos. El mundo había tenido
 ya grandes consejeros, pero nunca había tenido un Salvador. Buda, 
Confucio, Sócrates y Platón habían dicho todo lo mejor que los hombres 
pueden decir y oír; pero ninguno había afirmado: «Venid a mí todos los trabajados y cargados, que yo os haré descansar.» «Yo les doy vida eterna» , «El que cree en Mí, aunque esté muerto vivirá» ,
 y esto es precisamente lo que necesitaba el mundo: un Salvador 
dispuesto a redimir, a ponerse en lugar de los pecadores; un Salvador 
para levantar al más caído infundiéndole una nueva vida. No un gran 
ideal, sino un gran poder. Ningún hombre ha sido librado de sus pecados 
invocando a los grandes maestros de la Humanidad, pero millones lo han 
sido invocando el sagrado nombre de Jesús; dirigiéndose a Dios por su 
mediación. Bien dijeron los apóstoles ante el enfurecido Sanedrín: «En ningún otro hay salvación porque no hay otro nombre debajo del cielo dado a los hombres en quien podamos ser salvos.» 
6. Por el sentimiento destinado a producir 
«Nuevas de gran gozo.» Gozo causan ciertas noticias muy 
anheladas. Una amnistía, la terminación de una guerra, etcétera; pero no
 hay gozo como el que produce en el alma la buena nueva del amor de Dios
 revelado en el pesebre de Belén. No existe noticia mejor. Por esto el 
gozo más alto y más sublime es la característica de todo cristianismo 
genuino (Filipenses 4:4). Una fe sin gozo es una fe muerta o enfermiza. 
Hay que buscar la causa de la falta de gozo en el alma cristiana y 
repararla sin tardanza, porque «el gozo del Señor es nuestra fortaleza»,
 a la vez que una ocasión de testimonio y de honra para la fe que 
profesamos. La santidad no consiste en caras largas. No hay nada malo en
 el gozo de la Navidad, pero que sea por el verdadero motivo. Esdras y 
Pablo dicen: «gozaos» (Nehemías 8:10; Filipenses 4:4). (Véanse anécdotas
 La razón de Hayan y Murió sonriendo.) 
7. Por su dilatado alcance 
«Que será para todo el pueblo.» El gozo de la Navidad no 
era solamente para los privilegiados que recibieron la revelación 
directa de Dios, sino para todo el pueblo. Toda noticia que afecta de 
algún modo a muchos se hace importante tan sólo por este motivo, sobre 
todo cuando es gozo y alegría lo destinado a producir en esos muchos. La
 salvación de Dios es la mejor de las noticias y es para el mayor número
 de seres humanos. 
Pero para que todos puedan alegrarse es necesario que 
todos la conozcan. Parece que la advertencia del ángel fue bien 
comprendida por los pastores, los cuales empezaron a divulgar la buena 
nueva (vers. 20) atrayendo sin duda otros adoradores al pesebre y otros 
favorecedores de la sagrada familia, la que quizá por esta razón no 
hallamos ya en el miserable establo cuando la visita de los Magos. 
Seguramente éstos no harían menos dentro de su medio en 
la lejana patria. Es bien posible que su testimonio coadyuvó al triunfo 
del Evangelio entre los partos y medos que se mencionan el día de 
Pentecostés (Hechos 2:9), y a que la extensión de la buena nueva en 
Oriente adquiriera tal importancia que reclamara en pocos años la 
presencia del propio apóstol San Pedro (1.a Pedro 5:13). 
La gran nueva ha llegado también a nosotros por la 
misericordia de Dios. ¿Le hemos dado la importancia que se merece? ¿La 
hemos recibido para vida eterna y la estamos divulgando a otros? Hoy el 
hecho de la Navidad no es ninguna noticia, pero el significado sí. 
Seamos continuadores de la gloriosa misión que iniciaron los ángeles en 
Belén. 
ANÉCDOTAS 
EL DON DE LA NAVIDAD 
Un amigo
 interesado en la salvación de otra persona, le envió por correo una 
Biblia, que le llegó precisamente el mismo día de Navidad. 
El primer texto que sus ojos leyeron fue: "Llamarás su nombre Jesús, porque El salvará a su pueblo de sus pecados."  
Unas horas más tarde, llamaba por teléfono a su amigo y le comunicaba: 
—Mi querido amigo, he recibido el don de la Navidad. 
—¡Ah, me alegro de que no se haya perdido! Con tanta aglomeración de paquetes, tenía miedo —contestó el otro. 
—No, mí querido amigo. Te he dicho que he recibido el don de la Navidad, es decir, a Jesús en mi corazón. 
UNA DEMOSTRACIÓN TAJANTE 
El satírico rey Federico I, amigo de Voltaire, preguntó en cierta ocasión al pastor que hacía las veces de capellán en su corte: 
—Quisiera
 una demostración clara y contundente de que Dios es Dios y la Biblia es
 su Palabra, pero la quiero concisa y contundente; ya sabes que soy 
hombre de pocas palabras. 
—Si Su Majestad lo permite, se la daré en una sola palabra. 
—¡Bravo! —dijo el rey irónicamente—. Di esta palabra. 
—Los judíos —fue la respuesta del pastor. 
El rey, que conocía bien la historia de este pueblo, se alejó meditabundo. 
EL BRAHMÁN Y STANLEY JONES 
Cuenta el doctor Stanley Jones: 
"En 
cierta ocasión, mientras esperaba un tren en la India, preguntó a un 
caballero indio si tomaría el tren que estaba por llegar. Contestó que 
no, porque tan sólo había en él coches de tercera clase. Le dije que yo 
lo tomaría. 
—Claro 
—replicó—. Usted puede hacerlo porque es un cristiano. Si viaja en 
primera clase eso no lo exalta, y si va en tercera no lo degrada. Usted 
está por encima de estas distinciones, pero yo tengo que respetarlas, 
pues soy un brahmán. 
"Si 
hubiera podido dar rienda suelta a mis impulsos —continúa el doctor 
Jones— habría danzado en el andén. La primera clase no exalta, la 
tercera no humilla, la alegría no nos hace perder la cabeza, ni la pena 
nos destroza el corazón, cuando somos verdaderamente cristianos y no 
vivimos de apariencias." 
LA RAZÓN DE HADYN 
Alguien preguntó a Hadyn por qué oía siempre tan alegre su música religiosa. 
—Es que 
cuando me pongo a pensar —explicó el célebre músico— en lo que Dios es, 
lo que ha hecho y lo que se propone hacer con sus redimidos, 
incluyéndome a mí mismo, no puedo menos que ponerme alegre, y la alegría
 del corazón salta a las notas. 
MURIÓ SONRIENDO 
Una 
agraciada niña de 16 años, que había sido convertida del mahometismo y 
vivía una magnífica vida cristiana ante sus padres, enfermó y murió. 
Algún tiempo después, la madre vino a la casa de los misioneros y les 
preguntó qué medicina extraña habían dado a su hija. 
La misionera respondió un poco asustada de que la culparan de su muerte: 
—No, no le dimos nada. 
— ¡Oh, sí! —Insistió la madre—. Nuestra hija murió sonriendo. La gente de nuestra religión no muere de esta manera 
*** 
SERMÓN II 
POBRE SIENDO RICO 
(2a Corintios 8:9) 
Desde que la humanidad empezó a esparcirse sobre la 
tierra, quedó establecida la gran controversia entre pobres y ricos, los
 que tienen menos envidiando a los que tienen más; éstos despreciando 
muchas veces y explotando a los pobres con el fin de ser más ricos. 
Y en el ir y venir de la vida y de las generaciones ha 
ocurrido, en el terreno social, alguna de estas tres cosas: pobres que 
se han hecho ricos por haberles favorecido rápidamente la fortuna; ricos
 que han caído en la pobreza por razones inversas, y también ricos que 
han ayudado a personas pobres a subir de nivel social. Pero nunca se ha 
dado, en el terreno humano, el suceso que se expresa en nuestro texto: 
Un rico hacerse pobre voluntariamente para enriquecer con su pobreza a 
muchísimos desvalidos de la más pobre con alción. Sin embargo, este es 
el significado de la Navidad y de todo el Evangelio. Se ha dicho que la 
Navidad es el Evangelio en miniatura, y es una maravilla. Suponed que 
encontrarais este texto en un libro profano, con el nombre sustituido. 
No podríais creer la inverosímil historia; sin embargo, así fue en grado
 superlativo en el caso de la venida de Cristo al mundo. Consideremos 
reverentemente este portentoso suceso, usando un poco nuestra 
imaginación. 
En el acontecimiento de la Navidad, se destacan tres maravillas: 
1. La riqueza de Cristo 
¿Quién es el que nació tan humildemente en el pesebre de Belén? (Juan 1:14 y Colosenses 1:15-17). «El Verbo»; «la imagen del Dios invisible; el primogénito de toda criatura» .
 No porque fuera una criatura, pues existió desde toda la eternidad en 
el seno del Padre como parte integrante de la Divinidad, en potencia y 
en esencia; sino por ser el mismo la Vida; la causa y razón de la 
existencia de todas las criaturas. 
Entre éstas, se encuentran, en primer lugar, los ángeles.
 ¡Qué hermosos y poderosos son! Estos maravillosos seres pudieron darse 
cuenta de su existencia (facultad que también nosotros tenemos, pero no 
los animales) y sin duda empezaron a preguntarse la razón de su existir y
 a adorar a su Creador. 
El Espíritu Divino hizo otra cosa maravillosa; creó y 
puso en movimiento el éter universal invisible (Hebreos 11:3); organizó 
la materia, los átomos, polvo del Universo, y de ellos los mundos. No 
sabemos cuántos millones de siglos transcurrieron, pues no lo dice la 
Biblia. La ciencia trata de investigar la edad de la materia y asegura 
que puede saberse. La materia no es eterna, pues de la nada, nada puede 
salir. 
En este pequeño planeta llamado Tierra apareció la vida 
por el poder del Espíritu de Dios que se movía sobre el haz de las 
aguas. Vida vegetal; después vida animal, peces, aves, cuadrúpedos. ¿Qué
 se proponía el Creador? Crear un ser de materia estática, apto para 
servir de morada a un espíritu. El espíritu, ligado a la materia, la 
cual usaría como instrumento. Los animales, hacía millones de años que 
existían sin haber hecho nada de sí ni por sí mismos; pero aquel ser 
extraordinario, de materia y espíritu, colaboraría con Dios para hacer 
de todo este globo un gran paraíso. Dios le iría revelando las leyes de 
la materia y el hombre construiría cosas maravillosas: edificios, 
carreteras, máquinas, instrumentos adecuados para proporcionarse una 
vida más grata y más fácil. Por supuesto, este ser de materia y 
espíritu, conocedor de sí mismo y del paso del tiempo, no tendría que 
morir.... Henchiría la tierra de seres felices que disfrutarían de todas
 las maravillas de la creación hasta límites insospechados. 
Podemos imaginarnos que los seres celestiales deseaban 
conocer la causa de tantas maravillas hasta que ocurrió lo que describe 
Hebreos 1: «El Verbo de Dios, que existía con el Padre desde la 
Eternidad, el unigénito Hijo, fue dado a conocer a los ángeles, y fue 
adorado y ensalzado por todos los seres creados. Todos reconocieron que 
era un Ser Único con el que no podían compararse. Por esto le ensalzaba 
toda la creación. Era inmensamente rico, pero no en el sentido humano, 
limitado y pasajero, sino en el sentido más real y absoluto. 
Era rico en poder.... Su voluntad era ley, y tenía millones de seres dispuestos a cumplirla. 
Era rico en posesiones.... En el gráfico lenguaje hebreo leemos: «Pídeme y te daré por posesión tuya los términos de la tierra.» 
 (Más literalmente, del Cosmos, o sea, del Universo.) (Salmo 2:8.) Suyos
 eran todos los materiales preciosos.... Suya cada estrella.... 
Era rico en amor...., pues era amado del Padre, del Espíritu Santo y de los ángeles.... 
Era rico en gloria.... No cesaban de alabarle y adorarle 
todos los órdenes de criaturas, ángeles, arcángeles, querubines, 
serafines. Todos los habitantes del Universo le dirigían los cánticos de
 Apocalipsis 4:11 y 5:13. 
2. Su humillación 
a) El motivo.  — Uno de los ángeles se rebeló 
contra Dios y su representante visible por el cual fueron creados los 
cielos y la tierra (Colosenses 1:18). No supo apreciar la diferencia 
entre él, un ser creado y el Unigénito del Padre, un Ser increado. Como 
era el más bello, elevado y luminoso de los ángeles, Lucifer creía que 
debía ser el único representante del Creador y debía recibir adoración. 
Cuando fracasó en su impío intento, y fue desterrado, vino a este mundo,
 que acababa de llegar al estado propio para albergar seres vivos 
inteligentes, y en el cual Dios había hecho esta cosa nueva: Poner un 
ser espiritual dentro de un envoltorio de materia y.... todos conocemos 
la historia: Engañó miserablemente a los primeros habitantes del mundo, 
persuadiéndoles a desobedecer a Dios. Les insinuó los primeros 
pensamientos de desconfianza. Entró en el mundo el pecado, la ruina, la 
muerte. Entonces fue revelado el plan que el Omnipotente tenía previsto 
desde la eternidad: De la simiente de la mujer vendría Uno que tomaría 
carne humana.... un Ser glorioso que desharía la obra del maligno, 
sufriendo por los pecadores.... ¿Quién sería? 
b) La inmensidad de su humillación, vista desde arriba .
 Podemos imaginarnos a los ángeles intrigados ante el anuncio del plan 
divino de la Redención. Figurémonos una conversación entre Miguel y 
Gabriel: 
—Oye, tú, capitán de las huestes del Señor, ¿has oído el propósito del Eterno? ¿A quién enviará? ¿A ti o a mí? 
—Hermano arcángel —respondería el interpelado—. Yo nunca 
diré que no, si el Todopoderoso me lo ordenara. ¿Pero sabes tú lo que es
 estar atado a la materia...., que te sujete por los pies la fuerza 
magnética del cosmos, y tengas que moverlos para trasladarte de un lado a
 otro? ¿Has visto cómo recorren distancias ridículas los seres de 
materia.... y cómo se cansan y sufren? Además, el prometido Mesías 
tendrá que padecer, no sólo los inconvenientes de estar atado a un 
cuerpo material, sino mucho más. ¿Has oído lo que le ha dicho Dios al 
maligno engañador?: «Tú le herirás en el calcañal.»  Nosotros no 
sabemos lo que es sufrir...., ser heridos, morir....; pero he visto 
cuando un animal devora a otro. ¿Viste lo que sufrió Abel cuando Caín le
 hirió....? ¡Y cuando sean millones de hombres semejantes a Caín, tan 
ruines, tan egoístas, tan faltos de amor, será terrible para el pobre 
ser celestial que le toque ir a semejante mundo....! 
Podemos imaginarnos que un día cundió en los cielos la gran noticia: 
—¿Sabes quién va a la tierra a redimir a los hombres? ¡Nada menos que el Unigénito! ¡El Verbo de Dios! 
—¿Es posible? ¿Y se hará hombre? ¿Será como uno de ellos?
 ¿No aparecerá sobre la tierra como una teofanía y desaparecerá cuando 
le plazca? 
—¡No, no! Que ha de nacer, tomar verdadera carne humana; 
ser hombre y morir por los hombres. ¡Tal es el misterioso y sublime plan
 divino! 
c) Las razones de su profunda humillación.  — Podemos continuar imaginándonos la conversación angélica: 
—¿Y dónde irá a nacer el Mesías de Dios, el Redentor? 
Estaría muy bien si naciera en uno de los palacios de la India, o bien 
en la corte de Roma. Hay allí un emperador muy grande, Octavio César, 
que ha dominado veinte naciones, y es bueno. 
—¿Bueno? —interrumpiría otro ser angélico? Pregúntalo al 
ángel de su guarda. ¿Y la emperatriz? Al fin y al cabo, debería ser hijo
 de ella, no de él. ¡Hay más suciedad en su corazón, orgullo, vanidad, 
despotismo.... ¿Sabes cómo trata a las esclavas? 
—Además, cuando ocurriera su muerte redentora, le 
atribuirían un carácter político; no parecería una ofrenda voluntaria de
 amor. Por otra parte, sabes que los reyes están rodeados de ricos 
orgullosos, y no se acercan al pueblo. 
—En Atenas hay unos hombres muy sabios, los filósofos —irrumpiría otro ángel—. ¿No sería allí el lugar más adecuado? 
—De ningún modo. Se confundiría su enseñanza con la de 
aquellos maestros; se atribuiría a sabiduría humana. Y estos mismos 
hombres, ¿sabes cómo tratan a la gente del pueblo? ¿A sus prójimos? Les 
llaman plebe, rechazan a los ignorantes.... 
Podemos imaginarnos a otro ser angélico interrumpiendo: 
—¡Habéis olvidado una cosa, hermanos! ¿Para qué sacó Dios
 a Israel de Egipto e hizo tantas maravillas? Aquí están las profecías! 
¡El Espíritu Santo no se equivoca! El Mesías ha de ser un descendiente 
de David y nacerá en Belén (Miqueas 5:1). Ya se va acercando el tiempo. 
—¡Pero si en Israel no hay rey! ¡Si dominan los romanos! 
¿Cuántos años tendrán que pasar antes de que los descendientes de David 
vuelvan a estar en el trono y puedan proveer un hogar digno al Mesías 
príncipe? 
Podemos imaginarnos, finalmente, a Gabriel viniendo alborozado a la corte angélica para decirles: 
—¡Ya sé dónde nacerá el Mesías! ¡El Eterno me ha comisionado para llevar el mensaje! 
—¿A quién?, ¿a dónde? 
—A María, una doncella hija de Joaquín y nieta de Eli. Es
 una jovencita excelente, que vive en Nazaret... ¡Si hubieseis visto el 
espanto que le tomó al verme! 
d) La lección de su humildad.  — Aun podríamos 
imaginarnos otra escena de alegría entre los seres celestiales en 
aquella noche memorable en que los ángeles cantaron «¡Gloria a Dios en 
las alturas!» Este es el lugar —dirían los seres celestiales admirados 
ante el pesebre— abierto a todo el mundo; no hay aquí lacayos ni 
soldados. ¡Cuan humilde y pobre, pero qué acertado! Aquí pueden acudir 
toda clase de gentes. ¡Y qué lección va a ser para los ricos orgullosos,
 a través de los siglos, que para celebrar el inefable acontecimiento 
tengan que preparar unas toscas ramas y unas pajas para que contrasten 
con su lujo y su orgullo! ¡Qué sabio es nuestro Dios! 
Esta es la historia de la Navidad vista desde arriba. 
Pablo describe el gran misterio con estas sobrias palabras: «Dios, 
venido el cumplimiento del tiempo envió a su Hijo hecho de mujer....» 
Escogiendo una doncella humilde, pura, dócil, preparó al Verbo un cuerpo
 sin pecado. Así, el que era grande, se hizo pequeño; el que era rico, 
se hizo pobre; el que era glorioso, se mostró humilde. 
Pobre en su nacimiento, en un mísero establo. 
Pobre en su vida. El que era dueño absoluto de las 
riquezas celestiales, tuvo que decir a un presunto seguidor (Mateo 10:20
 y Lucas 9:58). 
¡Cuántas veces sufriría cansancio! (Juan 4:1). 
Padeció hambre (Mateo 21:19; Marcos 11:13). 
Supo lo que era tristeza (Juan 11:35). 
Experimentó el dolor, hasta el punto de merecer el 
calificativo de «Varón de dolores»; se humilló (o se hizo pobre) hasta 
lo sumo. 
3. Enriquecidos por su pobreza 
La última parte de nuestro texto declara el motivo y el 
resultado de tan trascendental cambio: Enriquecer a muchos: Para que con
 su pobreza fuésemos nosotros enriquecidos. 
Enriquecer a otro con los bienes propios no tiene nada de
 particular, pero hacerlo con (o mediante) la pobreza, es inverosímil. 
Pero así era necesario. Dios no podía enriquecer espiritualmente a seres
 pecadores; habría sido inmoral y perjudicial. Poned dinero y poder en 
manos de un hombre perverso. ¿Cuál será el resultado? Era indispensable 
para enriquecer a su pueblo, que el Mesías divino quitara el pecado; 
cumpliera las exigencias de la justicia y transformara los sentimientos 
de los hombres mediante su amor. Esto lo realizó con su humillación, a 
causa de su pobreza. (Véase anécdota El sacrificio de la señorita 
millonaria.) 
De este modo somos enriquecidos: 
1) Por el perdón de nuestras deudas morales; pues deudas 
son nuestros pecados, deudas a la santidad de Dios, así lo expresa Jesús
 en el Padrenuestro. No podéis enriquecer a una persona sin pagarle las 
deudas.... 
2) Adoptándonos como hijos (Efesios 1:3-5 y 11:12; Juan 1:12 y 1.a Juan 3:1-5). (Véase anécdota Por amor de Carlos.) 
3) Haciéndonos coherederos con Cristo (Romanos 8:17 y 1.a Corintios 3:21). 
Por esto nos sentimos tan unidos al niño de Belén; su 
gloria es la nuestra; su vida es la nuestra. ¿Cómo debemos 
corresponderle? ¿Has comprendido el sentido de la Navidad? ¿Vives en el 
espíritu de la Navidad? ¿No quieres corresponderle mejor? 
ANÉCDOTAS 
EL SACRIFICO DE LA SEÑORITA MILLONARIA 
Una 
señorita americana, cristiana, vino a hallarse por herencia en posesión 
de una cuantiosa fortuna que quiso administrar ella misma para fines 
caritativos. 
Con tal 
objeto se propuso acercarse a los pobres para conocerles y sintiendo que
 sus riquezas le eran un impedimento, colocó toda su fortuna en el banco
 de tal modo que ella misma no pudiera sacar nada en el término de un 
año. Alquiló una vivienda en uno de los barrios más humildes y trabajó 
para ganar su sustento. Así trabó muchas relaciones y en ocasiones fue 
ayudada por sus propios vecinos que compadecían su aparente desamparo. 
De esta forma llegó a conocer experimentalmente los apuros de la pobreza
 y aprendió a distinguir entre los menesterosos dignos y los vagos de 
profesión. Anhelosa esperaba el momento de poder manifestar su verdadera
 condición y así pudo levantar y ayudar a muchos cuando el tiempo se 
cumplió. Los mismos pobres sentían un respeto sagrado por aquella mujer 
que de tal modo se había sacrificado y trataban de evitar que nadie 
abusara de su bondad para que ella pudiese cumplir sus propósitos del 
modo más eficaz. 
Nuestro 
Señor se hizo pobre siendo rico por amor a nosotros. ¿No trataremos de 
ser sus servidores y cooperadores del modo más leal? 
POR AMOR DE CARLOS 
Un 
muchacho vagabundo que solía dormir en los tinglados del Támesis cuando 
no le venía a mano hacerlo en los refugios nocturnos del Ejército de 
Salvación, se enroló en el Ejército británico durante la Primera Guerra 
Mundial, donde se hizo íntimo amigo de otro joven de distinguida 
posición, llamado Carlos. Su amistad se hizo tan profunda, que parecían 
verdaderos hermanos. En el fragor de una batalla, Carlos cayó 
mortalmente herido y su amigo se apresuró a atenderle, mientras esperaba
 la llegada de los camilleros del ejército. 
Carlos, sintiendo que su fin se acercaba, dijo a su amigo: 
—No temo
 morir porque Cristo me ha salvado, pero lo siento mucho por ti. ¡Tenía 
tan buenos planes para cuando nos licenciaran a ambos del ejército...! 
—De repente, dijo—: Abre mi mochila y dame una de mis tarjetas. Aún 
tenemos tiempo para ello. 
Tomando la tarjeta, escribió con mano temblorosa: 
"Padres:
 un adiós de vuestro hijo. El portador es mi amigo En-tique. Mi último 
deseo es que le recibáis en casa como si fuera yo mismo. Hacedlo, por 
amor de Carlos." 
Carlos, 
efectivamente, murió después de una corta estancia en el hospital. Su 
débil constitución no pudo resistir la pérdida de sangre. Pero Enrique 
logró regresar. Al ser licenciado se dirigió al hogar de su buen amigo y
 habló con los afligidos padres, que no se cansaban de preguntarle 
acerca de su amado hijo. Enrique no osaba empero dar la tarjeta, 
indeciso ante la reacción de los padres de su amigo; pero por mí lo 
hizo. Los padres sollozaron ante esta nueva prueba del magnánimo corazón
 de su hijo, y de la mejor voluntad recibieron al joven vagabundo sin 
familia ni hogar, adoptándolo como hijo propio por amor a su hijo 
Carlos. 
San Pablo dice: "Nos hizo aceptos en el Amado."  (Efesios 1:6.) 
*** 
SERMÓN III 
COSAS DIARIAS 
Cada vez, a la entrada del nuevo año, suelen hacerse 
buenos propósitos, pero un año es muy largo para la inconstancia del 
carácter humano. Del mismo modo que una iglesia no será más fervorosa 
que lo que sean el conjunto de sus miembros, ni una nación será más rica
 que la suma de las riquezas de sus ciudadanos, el año no será ni más ni
 menos que el conjunto de los días que lo componen. De ahí que la 
Sagrada Escritura hace tanto énfasis en las cosas diarias. Notemos nueve
 cosas diarias en las Sagradas Escrituras: 
1. Oración diaria 
«Hete llamado, OH Jehová, cada día» (Salmo 88:9). — Es 
imposible vivir una vida cristiana normal sin la práctica de la oración 
diaria. Aquel gran hombre de negocios, primer ministro del imperio 
persa, que se llamó Daniel, sentía la imperativa necesidad de subir cada
 día las escaleras de su palacio hasta su cámara de oración, y esto no 
una, sino tres veces al día. El olvido de este deber cristiano ha sido 
la causa de muchas caídas, y su práctica, el secreto de muchas vidas 
poderosas. Conviene, empero, evitar la rutina en la realización de este 
deber cristiano. Por esto es bueno preparar el espíritu con alguna 
lectura piadosa que nos impulse a orar. Conviene que tengamos algo que 
decir a Dios que salga del fondo del corazón, antes de abrir nuestros 
labios delante de El. 
2. Lectura diaria de la Biblia 
«Escudriñaban cada día las Escrituras si estas cosas eran
 así» (Hechos 17:11). — Tal es el noble ejemplo de los cristianos de 
Berea. Ellos lo hacían en el entusiasmo de su primer amor, al descubrir 
con emoción a Jesús como el Mesías Redentor. También nosotros leímos la 
Palabra de Dios, quizá más de una vez al día en los primeros tiempos de 
nuestra conversión, cuando ella era un tesoro recién descubierto. ¿Hemos
 abandonado esta práctica una vez asegurados de que ella es una mina de 
riquezas espirituales para la vida y para la eternidad? ¿Y ahora que 
conocemos más su valor, la usamos menos? (Véase anécdota Poseerla o 
leerla.) 
3. Perdón diario 
«Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros 
perdonamos a los que nos deben» (Lucas 11:4). — La conexión de este 
texto con el precedente: «El pan nuestro de cada día», muestra la 
necesidad tanto de recibir cada día de Dios el perdón de nuestros 
pecados como de borrar y olvidar por nuestra parte las ofensas de que 
hayamos podido ser objeto durante el mismo espacio de tiempo. Una ofensa
 retenida se agranda, como ocurre con la más insignificante bola de 
nieve, a menos que sea liquidada y disuelta pronto. De ahí la 
exhortación apostólica (Efesios 4:26). (Véase anécdota Se pone el sol.) 
Es una hermosa práctica el reflexionar diariamente 
delante de Dios acerca de los errores y omisiones cometidos durante el 
día, pidiendo vista espiritual para apercibirnos de ellos (Job 34:32). 
El examen de conciencia, si se deja por semanas o meses es mucho más 
difícil; ésta es una de las grandes enseñanzas del Padrenuestro. 
4. Conversación cristiana diaria 
Exhortándoos los unos a los otros cada día entre tanto 
que se dice hoy; porque ninguno de vosotros se endurezca con engaño de 
pecado (Hebreos 3:13). —Este pasaje, y especialmente el vers. 15, suele 
aplicarse a los inconversos, y aunque haya razón para ello, el 
pensamiento del apóstol no se dirigía, en esta ocasión, a los 
inconversos, sino a los creyentes, como puede verse en los vers. 6 y 12.
 «Para retener hasta el cabo la esperanza» sin «apartarse del Dios 
vivo», es indispensable no sólo haber depositado fe alguna vez, sino 
«exhortarnos los unos a los otros cada día». Recibir las amonestaciones 
edificantes de nuestros hermanos y prodigarlas nosotros a ellos con 
espíritu sincero y fervoroso, y esto no solamente en el culto semanal de
 edificación, sino diariamente. ¿Sobre qué versan las conversaciones que
 entablamos con nuestros hermanos al encontrarnos con ellos en la calle,
 en la plaza o en la oficina? ¿Son exactamente iguales a las de los 
mundanos? 
5. Gratitud diaria 
Cada día te bendeciré (Salmo 145:2). — Si las bendiciones
 de Dios son «nuevas cada día», natural es que lo sean también nuestras 
acciones de gracias. No debe limitarse a un Día de acción de gracias al 
año, ni a las alabanzas que suelen tributársele el domingo. Cada día 
debe haber un momento para elevar al trono divino una expresión de 
gratitud, como el incienso nuevo que era puesto cada mañana sobre el 
altar (Éxodo 30:5). Lo hacen inconscientemente las aves del cielo, 
¡cuánto más el alma creyente, capaz de reconocer en las profundidades de
 su espíritu la grandeza de la misericordia de Dios! 
6. Abnegación diaria 
Si alguno quisiere venir en pos de Mí, niéguese a sí 
mismo y tome cada día su cruz y sígame (Lucas 9:25). — Los actos de 
servicio abnegado por amor de Cristo no deben ser un suceso 
extraordinario de ciertos días y ocasiones muy especiales en la vida del
 cristiano. Ciertamente hay días diferentes de otros, pero la 
disposición para el proceder cristiano debe ser una cosa diaria. ¿Qué 
sacrificio útil podría hacer hoy por mi Señor? ¿Me permitirá El, hoy, 
sufrir algún duro reproche o contradicción por causa de su nombre? ¿Cuál
 deberá ser mi actitud si la cruz apareciese hoy por este lado o por el 
otro? Si tales preguntas se hiciese cada cristiano al levantar la hoja 
del calendario, ningún mal nos sorprendería y las virtudes de nuestra fe
 brillarían con más fulgor sobre el fondo gris u oscuro de nuestra 
existencia cotidiana. (Véase anécdota La réplica de Pelletier.) 
7. Santificación diaria 
Cada día muero (1.a Corintios 15:31). — ¿A qué clase de 
muerte se refería el apóstol en este misterioso pasaje? Sin duda no 
solamente al peligro de muerte a que se hallaba expuesto por causa del 
Evangelio, sino a aquella muerte simbolizada por el bautismo a que se 
refiere Romanos 6. Ningún cristiano puede morir del todo al pecado en el
 día de su entrega al Señor; de otro modo fuera ya perfecto. Pero del 
mismo modo que nuestro cuerpo físico muere un poco cada día por el 
desgaste que en él se produce, así el «cuerpo de pecado», las tendencias
 al mal, deben ser amortiguadas un poco cada día, sin darles ocasión a 
levantarse de nuevo para ejercer el dominio en nuestro ser. ¡Ah!, que 
pudiéramos decir como el apóstol: «Cada día muero.» Entonces seríamos 
cada día más vivos. 
8. Divina ayuda diaria 
Como tus días será tu fortaleza (Deuteronomio 33:25). — 
Imposible sería el cumplimiento de los consejos precedentes si no 
existiera la realidad de esta promesa: la fortaleza divina de acuerdo 
con la necesidad. ¡Cuántas veces la hemos experimentado en ocasiones de 
gran apuro cuando ha pasado. 
Nos vemos obligados gozosamente a exclamar: ¡Si me lo 
hubiesen dicho! ¡Cómo se reveló en la gloriosa experiencia de los 
mártires de la fe! Procurémosla diariamente. 
9. Esfuerzo diario para la salvación de almas 
El Señor añadía cada día a la Iglesia los que habían de 
ser salvados (Hechos 2:47). — La Iglesia de Jerusalén vivía en la 
expectación de conversiones diarias. Cuántos han sido convertidos en tal
 casa y cuántos en tal otra era, sin duda, el tema de la conversión de 
aquellos cristianos. Aun cuando no podamos presenciar conversiones con 
tanta frecuencia, debemos interesarnos cada día en la salvación de 
almas. Algunos han llegado a formular el voto o promesa de no entregarse
 al descanso sin haber hablado a alguna alma del amor de Dios. (Véase 
anécdota No fue sin fruto.) 
¿Cuántos días del año fenecido hemos pasado sin hablar 
del Señor a nuestros semejantes? ¿De cuántos de los cuales no queda nada
 registrado a nuestro favor en el Reino de los Cielos? 
Al realizar el balance moral, al principio de este año, 
propongámonos firmemente hacerlo mucho más útil llenándolo cada día de 
más abundantes frutos de santidad y servicio. 
ANÉCDOTAS 
POSEERLA O LEERLA 
Cierto colportor entró a ofrecer la Biblia a una casa cuya dueña se preciaba de ser gran cristiana, la cual exclamó: 
—¿Cree 
usted, por ventura, que somos paganos, para tratar de evangelizarnos? 
Sepa usted que hace muchos años que poseemos la Biblia en esta casa. 
—¿Y la leen? —insistió el colportor. 
—Ya lo 
creo —replicó la dama, y para disipar la duda que había traslucido en la
 pregunta de éste, mandó a la criada—: ¡Chica, trae la Biblia, para que 
este señor se convenza de que no somos paganos. 
Obedeció
 la muchacha y, al abrirla, la señora exclamó gozosa: —He aquí los 
anteojos que hace dos años perdí y que tantas veces había buscado en 
vano. 
¿Es así como apreciamos la Palabra de Dios? ' 
SE PONE EL SOL 
Juan, 
obispo de Alejandría, había tenido una disputa con Nicetas, hombre 
principal en la ciudad. Juan defendía la causa de los pobres y Nicetas 
sus propios intereses. Se dijeron palabras duras y ambos se separaron 
más enemistados que antes. Cuando Nicetas hubo partido, Juan empezó a 
reflexionar: 
—Aunque la causa es buena, ¿puede el Señor haberse agradado del modo como la he defendido? 
Por lo tanto, envió un amigo a Nicetas con este mensaje: "Hermano, el sol está poniéndose." 
Nicetas 
quedó conmovido; sus ojos se llenaron de lágrimas; corrió a la casa del 
obispo y, abrazándolo, sellaron la disputa con amor. 
LA REPLICA DE PELLETBER 
Incluso los hombres más opuestos al cristianismo, admiran el ejemplo del verdadero cristiano. 
Viajando
 por Orleans, Diderot oyó contar a un peluquero lo ocurrido a uno de sus
 parroquianos con un servidor de Dios que no vivía sino para el bien del
 prójimo. 
—Pues, 
señores —contaba el peluquero—, me hallaba en casa del comerciante 
Aubertot, cuando llegó Pelletier y acosó a mi cliente pidiéndole algo 
para los pobres. 
—Hoy no,
 señor —dijo secamente Aubertot. Pero Pelletier, sin hacer caso, empezó a
 contar tristísimas historias de miseria—. Le digo que no puedo darle 
nada —insistía el comerciante. 
—Pues usted sería movido a compasión si supiera este otro caso —y empezaba una nueva historia. 
Exasperado
 Aubertot, se levantó y se traslado a otra habitación, pero allí le 
siguió Pelletier, insistiendo en sus demandas. Enojado mi cliente por 
tanta impertinencia, levantó su fuerte mano y pegó un tremendo golpe a 
Pelletier, quien exclamó: 
—Bien, esto es para mí, pero ¿y para mis pobres? ¿Qué hay para mis pobres? 
Esta 
actitud conmovió a Aubertot, quien prorrumpió en llanto, y cayendo a los
 pies del ofendido, le ofreció su ayuda y pidió perdón. 
—Si yo 
hubiera estado allí —exclamó un oficial que oía el relato— no le hubiera
 dado al miserable Aubertot lugar para el arrepentimiento con la punta 
de mi espada. 
—A esto 
—dice Diderot— no pude menos que contestar: Vos, caballero, sois un 
soldado, pero Pelletier es un cristiano. El hizo lo que debía hacer. 
NO FUE SIN FRUTO 
El 
célebre Moody había hecho la promesa de no dejar pasar un solo día sin 
predicar el Evangelio a un alma Acordándose cierta noche de que aún no 
había cumplido su promesa, se acercó a un hombre que encontró en la 
calle solitaria e inició la conversación preguntándole si estaba 
preparado para morir. El interpelado tuvo, al pronto, un gran susto, 
pero se serenó cuando comprendió el significado, y Moody tuvo el gozo de
 llevarle a Cristo. 
Otro 
cristiano que había hecho la misma promesa salió una noche muy tarde, 
acompañado de otro creyente, y recordando su deber, pidió a éste que 
aguardara unos momentos mientras él iba a dirigir algunas palabras 
acerca de la vida eterna a un empleado de un hotel delante del cual 
pasaban. No fue poca la risa del compañero cuando se dio cuenta de que 
el supuesto empleado no era otra cosa que un maniquí puesto como 
propaganda del hotel, y así lo manifestó al avergonzado creyente. Pero 
cuál sería el gozo de ambos cuando, en cierta reunión, un recién 
convertido declaró que había sido inducido a buscar a Cristo por las 
palabras que oyó pronunciar a un desconocido a la puerta del hotel en 
cuyo interior se encontraba. 
*** 
SERMÓN IV 
LA VIDA ES UN VIAJE 
(Hebreos 11:1-19 y 12:1-4) 
Así dice el refrán, y así debe ser considerada. Sobre 
todo por los cristianos que no creemos que la muerte sea el fin de todo.
 Veamos sus semejanzas con un viaje material: 
a) Cuando viajamos, cambiamos constantemente de 
situación, de ambiente y de -panoramas. Aunque de un modo más lento, así
 ocurre en la vida. Cada día es algo diferente de ayer; un día es bueno;
 otro malo, etc. 
b) Cada día dejamos atrás lo que tuvimos y no podemos 
volver a tenerlo. Así es en nuestra vida: Hay experiencias gratas que 
pasaron y no volverán; también pasan las incomodidades. (Días de 
enfermedad, de preocupación, disgustos, dan lugar a otras situaciones 
diferentes.) 
c) Se renuevan amistades. Dejamos atrás las antiguas y 
hallamos otras nuevas. Así es en la vida; hace diez años teníamos 
relación con personas que murieron, se ausentaron, etcétera. 
d) Nos encaminamos al hogar donde están las mejores 
amistades. Cualquier anciano cristiano tiene más amigos en el cielo que 
en la tierra. 
Este pensamiento se halla muy bien expresado en el texto 
leído. Encontramos aquí una larga serie de héroes que pasaron; que 
tuvieron sus luchas, vencieron y triunfaron; cuyo ejemplo se nos pone 
como estímulo, en el capítulo 12:1. Según dicha metáfora, ellos 
terminaron la carrera y sentados en la gradería del infinito nos 
contemplan. 
El principal peregrino de la lista, que lo fue en sentido
 material y espiritual a la vez, es Abraham. Aquí se nos descubre el 
secreto de que si salió, si peregrinó, si vivió en cabañas fue, no sólo 
por la promesa dada a favor de su descendencia, sino porque el mismo 
esperaba ciudad permanente para su alma. (Vers. del 13 al 19.) Notemos 
en este hermoso pasaje: 
1) La actitud de los peregrinos para con Dios y sus co sas. 
2) La actitud de Dios para con ellos.  
1. Una actitud decidida 
«Siendo llamado, obedeció.» Nuestros viajes tienen casi 
siempre este motivo. Alguien nos invita a su casa, o a una excursión; 
calculamos nuestra conveniencia o deber, y nos decidimos. 
Dios nos ha llamado a nosotros, seres humanos, a ser 
habitantes de su palacio celestial. La oferta es para todo el que sufre,
 que necesita, que se siente herido por el pecado y hambriento de 
justicia. ¿Nos decidiremos? ¡Cuántas veces los hombres, como los judíos 
del tiempo de Cristo, (Mateo 16:3) saben notar bien sus necesidades 
físicas, pero no las espirituales. ¿No sientes tú pobreza moral? ¿Tu 
falta de patria para el alma? ¿No puedes vivir siempre aquí? ¿Sabes 
adonde irás después? «Busca primeramente el Reino de Dios y su 
justicia», te dice Cristo. No te preocupes de nada secundario. Oye la 
invitación de Dios. 
2. Esta decisión está basada en la fe 
«Por fe Abraham salió» (vers. 8). Así es en los viajes humanos: 
1) Creemos en lo que se nos dice acerca del lugar, su belleza, sus ventajas, etc. 
2) Creemos en la sinceridad y buena voluntad de la persona que nos invita. 
Muchos hombres se burlan de la fe y, sin embargo, todo en
 la vida está basado sobre ella. Fe es la persuasión del alma acerca de 
cosas a las cuales no podemos aplicar la prueba de los sentidos. Veamos 
unos pocos ejemplos: 
Algunas cosas las creemos por el testimonio de tres 
sentidos. (Por ejemplo, un reloj que tenemos en la mano el cual podemos 
tocar, ver y oír.) 
Otras cosas las creemos por el testimonio de dos 
sentidos. (El paso de un avión, el cual podemos quizá ver y oír, pero no
 tocar.) 
Otras veces creemos por el testimonio de un solo sentido. (Por ejemplo, si el avión pasa detrás de una nube.) 
Pero a veces aceptamos cosas sin aplicar a ellas la 
prueba de ningún sentido; cuando las creemos por el testimonio de otra 
persona. 
El creer por testimonio ajeno no es irracional, con tal 
que nos aseguremos de su veracidad. Este es el caso en cuanto al 
Evangelio. Creemos el testimonio de los que vieron y oyeron a Cristo y 
sabemos que su testimonio es verdadero. Como recordamos el día de 
Pascua, millares de personas no podían volverse locos de una vez. 
Tampoco podían ponerse de acuerdo para establecer un fraude. Ni ellos ni
 los contemporáneos que creyeron a su palabra, consentirían en dar su 
vida sin garantías. Todos los apóstoles y millares de creyentes del 
primer siglo, murieron de muertes violentas, tan sólo por la esperanza 
de una patria más allá de la muerte. ¿No merecen ser creídos? 
La fe es la base de toda ciencia y de todo adelanto 
(cítense los ejemplos de Colón y de otros inventores, como el caso de 
Palissy). ¿Quién era el más sabio? ¿El que creía contra toda oposición y
 burla, o los que no creían sino que veían, y se negaban a admitir lo 
que todavía no tenían comprobado por sus sentidos? 
3. Actitud de esperanza activa 
Esto expresa la hermosa frase «Creyéndolas y 
saludándolas». Creer no se simplemente asentir a una proposición o 
esperanza, sino obrar y vivir para ella. 
Abraham, Isaac y Jacob, vivieron toda su vida sin ver las
 promesas; ni la material, ni la del más allá; pero aunque parecían tan 
lejanas las miraban, las creían, las saludaban y confesaban. 
He aquí nuestra situación. Parecen lejanas las preciosas 
promesas de Cristo, pero si las creemos y dirigimos, nuestra vida en tal
 sentido allá llegaremos. (Véanse anécdotas El buque en alta mar y El 
relevo de la guardia.) El asistir a los cultos, cantar y orar, es 
saludar lo que no vemos, pero alguien recibe el saludo (Véase anécdota 
El canto en el Titanic.) 
Y confesando. Si saludar es dirigirse a Dios, confesar es
 dirigirse a los hombres. Podemos imaginarnos una conversación de 
Abraham con Abimelec o Faraón, que le invitaban a dejar su vida de 
peregrino para establecerse en su tierra, en la que se vieron obligados a
 transitar temporalmente. Así nosotros debemos estar apercibidos para 
confesar nuestra esperanza. No digas: «Voy de visita», si encuentras a 
un amigo mundano en tu camino a la iglesia, sino «Voy a adorar a Dios 
porque creo en El». 
4. Actitud de perseverancia 
El verdadero peregrino es el que persevera. En la 
alegoría de Juan Bunyan muchos empezaron el peregrinaje, pero quedaron 
por el camino. Jesús dijo: «Si alguno pone la mano en el arado y mira 
atrás, no es apto para el Reino de Dios.» Es muy interesante la 
expresión «Tenían tiempo de volverse». No fueron llevados por la fuerza.
 Dios les dio tiempo hasta para volver atrás. Abraham tuvo más de cien 
años para ello. En el sentido espiritual, conocemos a muchos que 
empezaron a andar por los caminos del Señor y se quedaron atrás. El 
tiempo de vida cristiana que Dios nos concede es un gran privilegio para
 enriquecernos espiritualmente, pero también una oportunidad para volver
 atrás. Recordad la pregunta de Jesús y la respuesta de Pedro (Juan 
6:67-68). ¡Dios nos libre de usar la oportunidad en este último sentido! 
¿Por qué no se volvieron? «Deseaban la mejor, la 
celestial.» Algo mejor que sus tiendas de campaña y su condición errante
 eran las ciudades de Ur, Babilonia o Menfis; pero muchísimo mejor era 
la celestial. ¿No tenemos nosotros motivos para desear una patria mejor? 
5. La actitud de Dios 
«Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos» 
(versículo 16). Notemos aquí una doble recompensa, de carácter 
honorífico y de carácter efectivo. Primero les da su nombre, luego su 
casa. «Yo soy el Dios de Abraham», declara el Señor. A nosotros se nos 
dice: «Mirad cuál amor.... que seamos llamados hijos de Dios.» 
Pero después de lo honorífico, viene lo real: «Les había 
aparejado ciudad.» Así fue, en efecto. Jesús habla de los patriarcas 
como seres vivos, que se sentarán en la mesa.... ¿Dónde? En la ciudad 
celestial. Los apóstoles Pablo y Juan la vieron con sus propios ojos. 
¿No queréis juntaros al grupo de los peregrinos? Es 
indispensable para llegar a semejante patria. Notad la expresión «no os 
conozco» en Mateo 7. Ninguno que no sea conocido de Cristo aquí, podrá 
estar con El allá. Hay que creer, saludar, confesar; vivir con Dios 
aquí. ¿Por qué? 
a) Porque somos pecadores y necesitamos la redención. 
Nada sucio entrará por las puertas de la ciudad celestial (Apocalipsis 
21:2). 
b) Debemos honrar a Dios aquí, donde El es deshonrado. 
Notad en este pasaje cómo Dios se complace en los que creen. «Por lo 
cual no se avergüenza de llamarse su Dios.» Dios se siente honrado con 
nuestra fe, pues El sabe que es difícil mantenerla en el imperio de 
Satanás. Cuanto más dicha fe es contra esperanza y mantenida en 
circunstancias difíciles, tanto más sirve para confundir al adversario. 
(Véase anécdota El ejemplo de Job.) 
No es imposible creer; pero una fe fácil no tendría 
ningún mérito. Dios sabe que las pruebas son nuestro honor y el suyo. 
Andemos, pues, los cristianos, como anduvo Abraham: Creyendo, saludando,
 confesando y viviendo en la tierra, con la vista fija en el cielo. 
Quieran reconocerlo los incrédulos o no, somos viajeros a
 la Eternidad andando por uno u otro camino: El de la fe o el de la 
negación. No podemos quedarnos pararnos en el curso de la vida. ¿Por qué
 no escoger el camino bueno? Puesto que hemos de ser peregrinos, 
seámoslo con y por Dios, en vez de viajeros a una eternidad de 
perdición. 
ANÉCDOTAS 
EJEMPLO DE PALISSY 
Conocido
 es el caso del inventor de la cerámica, el hugonote francés Palissy, 
quien después de muchas pruebas infructuosas para lograr el grado de 
temperatura necesaria para disolver los productos químicos que debían 
cubrir como capa de cristal los objetos que tenía puestos en el horno; 
en un momento crucial de su máxima prueba, empezó a echar en el fuego 
los muebles de su casa, ante la alarma de los suyos, que le creían preso
 de un ataque de locura. Pero pocos momentos después se había producido 
el milagro, y el inventor podía señalar con triunfo los hermosos objetos
 decorados con el brillante barniz de su invención. 
Más 
tarde, Palissy fue considerado como loco cuando eligió la muerte en la 
hoguera antes que los favores de su amigo el rey Enrique IV de Francia, a
 causa de su fe evangélica; pero también en este caso tenía un gran 
secreto: el de 1.a Juan 3:1-3. 
EL BUQUE EN ALTA MAR 
Atravesando
 el Canal de la Mancha, nos encontramos con otro buque que venía en 
dirección opuesta pero a tanta distancia que yo no podía distinguir 
ninguna persona a bordo. Otros pasajeros de vista más aguda, y algunos 
con sus lentes ópticos podían verlos. A pesar de mi incapacidad visual, 
imité alegremente a los demás pasajeros y saludé a los compañeros del 
otro buque, creyendo que ellos podrían verme aun cuando yo no los viera,
 y no quería que me consideraran un pasajero descortés. 
EL RELEVO DE LA GUARDIA 
Hallándome
 en Londres fui a presenciar el relevo de la guardia del palacio real de
 Buckingham. Entre los movimientos del brillante espectáculo había un 
momento en que todos los soldados, vueltos de cara al edificio, hacían 
el saludo militar. Pregunté a quién saludaban y me respondieron que a la
 reina, a pesar de que la soberana no apareció por ninguna parte, como 
yo esperaba. Luego me enteré de que aquel saludo lo daban solamente los 
días que la reina se hallaba en palacio, suprimiéndolo cuando estaba 
ausente. 
EL CANTO EN EL "TITANIC" 
Conocido
 es que cuando se hundió el famoso buque "Titanic" por haber chocado con
 un iceberg en el Mar del Norte, pereciendo más de un millar de 
pasajeros que no cupieron en los botes de salvamento, los que se 
alejaban del buque pudieron oír el impresionante cántico "Más cerca, oh 
Dios, de ti", entonado con acompañamiento de la orquesta, por un 
numeroso grupo de náufragos que sabían que pocos momentos después se 
hallarían en la eternidad. 
*** 
SERMÓN  V 
LAS SIETE PALABRAS 
En casi todas las iglesias católicas, y en muchas 
iglesias evangélicas, suele predicarse, en la semana del año en que se 
conmemora la muerte de Cristo —comúnmente llamada Semana Santa—, un 
comentario sobre las siete palabras o frases pronunciadas por Cristo en 
la cruz. Parece imposible que esto pueda hacerse sin caer en continuas 
repeticiones, pero la experiencia ha demostrado que son tan ricas en 
significado las expresiones que salieron de labios del Salvador en 
aquellos momentos supremos, que puede predicarse muchas veces sobre 
ellas, expresando cada vez nuevos pensamientos de profunda enseñanza y 
edificación espiritual. 
En el presente comentario nos proponemos considerar las 
«siete palabras» como una expresión sintética del plan de la salvación. 
Tratando de caracterizar tales frases en una sola palabra, llamaremos a 
la 
1ª. La palabra misericordiosa.  
2ª. La palabra alentadora.  
3ª. La palabra cuidadosa.  
4ª. La palabra patética.  
5ª. La palabra expresiva.  
6ª. La palabra garantizadora. 
7ª. La palabra reveladora.  
1. La palabra misericordiosa 
Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen (Lucas 
23:34.) — Podemos decir que todo el plan de nuestra salvación radica en 
la misericordia de Dios. El secreto de tal maravilla, en la cual desean 
mirar los ángeles, se basa en la soberana misericordia de Dios. «De tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito....»  (Juan 3:16). «La gracia de Dios que trae salvación.... se manifestó»  (Tito 2:11). 
El corazón de Cristo estuvo lleno de misericordia, de 
compasión, a través de todo su ministerio público. Se compadecía de los 
enfermos y los sanaba, de las gentes hambrientas y les daba de comer, de
 los inocentes niños que estaban por entrar en los azares y vicisitudes 
de la vida, y los bendecía. Estos rasgos de compasión son comprensibles 
hacia tales personas, pero lo extraordinario, lo inverosímil, desde el 
punto de vista humano es compadecerse de los enemigos, de los que nos 
hieren, de los que nos afrentan; sin embargo, hasta este punto llega el 
amor de Jesucristo, hasta amar y bendecir a los que eran material y 
moralmente culpables de los terribles dolores que en aquellos momentos 
le afligían. 
Séneca nos dice que los crucificados maldecían el día en 
que nacieron, a los verdugos, a sus madres, a todo y a todos, incluso 
terminaban escupiendo a los que les miraban. Cicerón nos cuenta que a 
veces era necesario cortar las lenguas a los que iban a ser crucificados
 para impedir que blasfemaran de una manera terrible en contra de los 
dioses. Es seguro que los verdugos de Cristo esperaban oír voces y 
maldiciones de aquel que por las órdenes recibidas de poner su cruz en 
medio, consideraban, sin duda, como un jefe de malhechores; los fariseos
 y escribas, que conocían mejor al Maestro de Galilea, esperaban oír por
 lo menos quejidos de dolor, pero ¡cuan sorprendente fue lo que oyeron! 
De los labios de Cristo salió no un grito, sino una plegaria, una dulce y
 suave oración de perdón. El verbo griego no está en pasado, sino en 
gerundio; legein no es «dijo», sino «iba diciendo». Lo que nos hace 
suponer que esta admirable frase fue repetida varias veces, durante el 
cruel proceso, cuando los clavos entraban en la carne, cuando la cruz 
fue levantada y el dolor se hacía más agudo. Jesús iba repitiendo la 
plegaria de perdón. 
¿Por qué tal maravilla? ¿Por qué Jesús es todo amor? Sí, 
lo hemos dicho al principio: «Dios es amor»; y esta es la base de la 
Redención. Pero también porque es sabiduría infinita. Se ha dicho con 
razón que comprender es perdonar, y comprendía, conocía la ignorancia de
 todos los culpables del horrendo crimen. «No saben lo que hacen.» 
¿Quiénes? ¿Los soldados? Nosotros, a lo sumo, tratando de ser imitadores
 de nuestro sublime Maestro, habríamos dicho: «Perdona a los soldados», a
 los ejecutores materiales de esta atrocidad, porque son irresponsables,
 obedecen órdenes; pero castiga a Pilatos, a Caifas, a los sacerdotes, a
 todos los miembros del Sanedrín. Pero la súplica de Jesús incluía a 
unos y a otros; pues sabía que también éstos eran ignorantes del gran 
misterio de su persona. Y que su súplica obtuvo respuesta, lo vemos en 
Hechos 6:7, donde leemos que un gran número de sacerdotes obedecían a la
 fe. 
Pero la misma súplica misericordiosa es una advertencia, 
pues nos muestra una razón para la misericordia que tiene sus límites; 
límites que dejan al que los traspasa fuera del alcance del perdón. 
Hasta aquel momento, todos los más directamente culpables de la muerte 
de Cristo, se hallaban incluidos en la misericordiosa súplica, pues no 
habían sabido comprender el significado de la persona de Cristo. Lo 
tomaron por uno de tantos falsos Mesías, pero después que el Evangelio 
fue predicado con tanta claridad y fue del dominio público en la ciudad 
de Jerusalén. Después que Pedro aplicó tan claramente las profecías del 
Mesías Redentor a la persona de Cristo, y demostró por qué era necesario
 que el Cristo padeciese; después que puso en evidencia la prueba 
irrefutable de su resurrección (que los príncipes de los sacerdotes 
sabían mejor que nadie que era un hecho real, porque se lo dijeron los 
saldados que guardaban el sepulcro), los que se empeñaron en ver en El, 
no el anunciado descendiente de David, el Mesías de Dios, sino un mago 
resucitado por el poder de Belcebú, porque así convenía a su orgullo y a
 sus intereses; los que tal hicieron, quedaron fuera del perdón, como 
antes lo había quedado Judas. Tuvieron bastante evidencia y la 
rechazaron. No tendrían ya excusa delante del tribunal de Dios. 
¿La tendrás tú, que has oído una y otra vez el Evangelio?
 ¿Puede decirse que no sabes lo que haces cuando endureces tu corazón a 
los llamamientos de la gracia de Dios? ¡Oh, que ninguno de los presentes
 quede en la terrible situación de Faraón, de Judas, de Caifas, de 
Pilato o de Heredes; sino en la de los ciudadanos y sacerdotes judíos 
que obedecieron a la fe. 
2. La palabra alentadora 
De cierto te digo: Hoy estarás conmigo en el Paraíso 
(Lucas 23:43). — La segunda palabra es fruto de la primera. El compañero
 de martirio, un ladrón a quien la tradición da el nombre de Dimas, pero
 que en los evangelios es anónimo, ha oído algo tan sorprendente que, de
 repente, su corazón da un vuelco y se le abren los ojos de la fe. Ha 
oído de labios de Jesús la palabra Padre. ¿Quién es este ajusticiado que
 puede llamar a Dios Padre, y al mismo tiempo interceder por sus 
verdugos? ¡Oh, si él pudiera dirigirse a Dios con esa paz y tranquilidad
 de espíritu! Pero no, no puede. El ladrón cree en Dios, pero, como 
tanta gente en el mundo, conoce al Creador muy superficialmente; se lo 
imagina como un juez terrible, pues dice a su compañero: «¿Ni tú temes a
 Dios....?» «Nosotros justamente padecemos....» Recuerda sus maldades 
con pena y se da la culpa de ellas; no trata de excusarse pensando o 
diciendo: Nuestra pobreza nos obligó a robar....; los malditos invasores
 de nuestro país que nos han empobrecido con impuestos tienen la culpa; 
nuestras circunstancias nos llevaron a ser lo que somos.... No, no; se 
siente culpable, está de acuerdo con la justicia de los hombres, y 
aunque la teme, no se queja de la justicia de Dios. ¡Qué buena 
disposición para dirigirse al Salvador de los pecadores! Siente dolor 
por sus pecados.... «y el dolor que es según Dios obra arrepentimiento».
 Este es ha sido y será siempre el primer Paso de la genuina conversión. 
El segundo paso es la fe, y el ladrón crucificado la tuvo
 también. Es una profunda fe judía, pues no podía tener ninguna otra....
 Ata cabos sueltos y se dice: «Este ajusticiado a mi lado ha sido 
sentenciado por Pilato como rey de los judíos por llamarse Mesías, y su 
actitud ante sus enemigos y ante Dios demuestra que lo es; ningún otro 
hombre sería capaz de hablar como éste ha hablado: Si lo es, hay 
esperanza para mí el día de la resurrección....» Las gentes religiosas 
de Judea, enseñados por los rabinos, no creían en la supervivencia del 
alma (a pesar de que hay claros vislumbres de ello en ciertos pasajes 
del Antiguo Testamento) (Salmo 17:15, Eclesiastés 11:9 y 12:7, Salmo 23:8, Job 19:25).  
Su única esperanza era la resurrección, el día final, 
como dijo Marta, un día probablemente muy lejano; pero Jesús le responde
 con un «hoy» muy significativo. No será en aquel día lejano del 
establecimiento de mi reinado sobre la tierra, sino hoy mismo. Mi 
reinado no es una esperanza futura, sino presente, porque abarca mucho 
más que este mundo. Tus sufrimientos cesarán hoy; no dentro de tres o 
cuatro días; tu gozo empezará hoy mismo, en el Paraíso de Dios, no 
dentro de centenares de años. 
¡Qué preciosa seguridad! ¿La tienes tú, lector u oyente? 
Haz lo que hizo el ladrón: acudir a Cristo que ha dicho: «Al que a Mí 
viene no le echo fuera.» Acude a El con arrepentimiento y con fe, ya que
 tú tienes suficientes evidencias para creer en El y puedes creer en El 
no sólo como Mesías, sino como Salvador. 
3. La palabra cuidadosa 
Mujer, he aquí tu hijo; Juan he ahí tu madre (Juan 
19:26-27). — La vida cristiana no es sólo un continuo pensar y hablar 
del cielo. Allá están, sí, nuestros principales intereses; pero 
precisamente porque es así y allá nos dirigimos, debemos, en tanto, 
atender bien nuestros deberes de la tierra. Jesús, como hijo humano de 
una dolorida mujer que se hallaba al pie de la cruz, tenía deberes 
humanos y los atendió cuidadosamente encomendando a aquella buena y 
amante madre al discípulo amado. 
Su resignada pero dolorida madre lo necesitaba. La más 
favorecida de todas las mujeres fue también la más afligida. «Una espada
 traspasará tu alma», le dijo Simeón, y en estos momentos, la espada 
estaba clavada en su alma. Hasta qué punto era atenuado su dolor por la 
esperanza, no lo sabemos. El, que procuró poner la esperanza de la 
resurrección en los corazones de sus discípulos siempre que hablaba de 
su muerte, ¿no lo habría hecho también con su amante madre? Es muy 
probable. Y la bendita virgen creía. Una manifestación de esta fe era 
hallarse casi sola junto a la cruz, mirando con ojos compungidos y 
agradecidos los sufrimientos de su amado Hijo. ¡Habría tantas miradas de
 odio, de incomprensión, de venganza, que bien oportunas y consoladoras 
eran aquellas miradas de simpatía y de amor de algunas fieles mujeres y 
del apóstol Juan! 
Sin embargo, su fe estaba pasando una severa prueba. La 
cruz, que es para nosotros un hecho tan claro después de las 
explicaciones de San Pablo, era un misterio para los primeros 
discípulos. Recordemos que el más creyente de todos, el apóstol Pedro 
dijo: «Señor, ten compasión de Ti.» ¿Era muy difícil explicarse por qué 
el que había venido para reinar sobre el trono de David, como le dijo el
 ángel, tenía que sufrir de aquella manera? 
Recordemos que algún tiempo antes, la misma virgen había 
estado buscando a Jesucristo porque decían sus parientes: «está fuera de
 sí.» No, la bendita virgen no creía que estuviera fuera de sí en el 
sentido literal, como quizá creían los otros, sino fuera de sí de 
generosidad, de amor, de celo; como la madre de un misionero que ve su 
hijo partir al Congo y se pregunta si no se excede en su celo y amor al 
prójimo. Y ahora, el exceso ha llegado a la cumbre, dejarse 
crucificar.... Aquel que tenía tanto poder, ¿no sería un exceso de 
bondad? 
¿Quién podría consolar a la bendita virgen en aquellas 
circunstancias? ¿Quién podría mostrarle y recordarle el admirable plan 
de salvación de Dios? ¿Quién podría gozarse con ella cuando la mañana de
 la resurrección viniera a iluminar sus vidas? ¿Quién podría consolarla 
otra vez cuando el misterio de la ascensión lo arrebatara de nuevo de 
sus manos? 
Había un discípulo que había calado más hondo que ninguno
 en la doctrina del Evangelio. Lo prueba el Evangelio que escribió 
muchos años más tarde. Ningún otro refiere la conversación con Nicodemo.
 A este discípulo confía Jesús su madre. Había parientes más 
cercanos.... Jacobo, por ejemplo (autor de la epístola que lleva su 
nombre), pero parece que todavía no creía (Juan 7:5) y aun después de la
 aparición del Señor, que sin duda le convenció (1.a Corintios 15:7), no
 tendría la experiencia espiritual de Juan. Por esto Jesús une a 
aquellas dos almas piadosas en un lazo de obligación filial. 
Con ello Jesús nos enseña a pensar en la tierra a la vez 
que en el cielo, en los deberes para con nuestros prójimos, empezando 
con nuestros familiares con quienes la Providencia nos ha unido de un 
modo más íntimo, y en nuestros deberes para con todos los seres humanos,
 pues a todos ellos nos debemos. Las necesidades de los demás deben 
preocuparnos en todos los momentos de nuestra vida, mientras Dios nos 
tiene sobre la tierra, ya que nuestra vida como redimidos es un tiempo 
de prueba y como dice el mismo Señor: «El que en lo poco es fiel, 
también en lo demás es fiel» (Lucas 16:11-12). No debemos, pues, 
desentendernos de este mundo, sino ser fieles en las cosas de este 
siglo, en los deberes y oportunidades que El nos da acá abajo para hacer
 el bien, a fin de que podamos ser hallados dignos de cumplir mayores 
responsabilidades allá arriba. 
4. La palabra patética 
¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has desamparado? (Mateo 
27:47). — Esta es la más misteriosa de las siete palabras, y podríamos 
decir, de todas las que Cristo pronunció en el curso de su ministerio. 
¿No es Jesús mismo Dios? ¿No dijo El mi Padre y yo una cosa somos; y a 
Felipe: «El que me ha visto ha visto al Padre? ¿Cómo puede expresarse en
 tales términos el que, como dice Pablo, es Dios bendito por todos los 
siglos? El mismo apóstol Pablo nos aclara el misterio en Filipenses 2: 
«Aquel que no tuvo por usurpación ser igual a Dios se anonadó a sí 
mismo.» La palabra griega kenoseiv significa «se vació»; vino a ser 
temporalmente siervo el que era Señor de todo. Sus milagros los 
realizaba orando a Dios como nosotros.... Obró como Dios, el 
Cristo-hombre, por la íntima comunión en que vivió siempre con el Padre 
celestial. «La voluntad de mi Padre hago siempre», dijo. Ello llenó, por
 su suprema consagración y obediencia, el misterio de su «kenosis» por 
amor de nosotros. Podríamos decir que no sintió tanto su anonadamiento 
por la íntima relación que vivió con Dios; por esto, cuando sus 
discípulos dormían, El oraba, consultaba con el Padre celestial y se 
henchía de poder. 
Pero este privilegio no era posible cuando se hallaba en 
la cruz, cargado con nuestro pecado como sustituto nuestro.... Dios no 
puede consentir con el pecado. La presencia divina le abandonó. Y para 
que nosotros pudiésemos enterarnos de esta tragedia espiritual (como nos
 hacemos cargo de su dolor físico) es que abrió su boca exclamando: 
«¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has desamparado?» 
Los mártires que han sufrido por su Señor tormentos y 
muertes horribles, no han experimentado semejante dolor moral; al 
contrario, han estado en mayor comunión y felicidad. Podríamos citar 
centenares de ejemplos (Véanse en el libro: "El Cristianismo Evangélico a través de los Siglos", del propio autor, y en otras obras históricas). 
 pero Cristo no era un mártir, sino nuestro Redentor; llevaba todo el 
peso de nuestro pecado, y el Padre celestial no podía tratarle sino como
 pecador. 
La exclamación no era una queja, ni una duda, pero era una situación interna que no la conoceríamos si no la hubiese expresado. 
Es una pregunta al Padre, de la cual no espera 
contestación del mismo Padre. ¿De quién la espera, pues? De mí y de ti. 
El quiere que nosotros reconozcamos lo inmenso de su sacrificio y le 
digamos: ¿Por qué te ha abandonado el Padre? Por mí, Señor; Tú lo sabes,
 pues Tú sabes todas las cosas, pero quieres que yo lo reconozca, que yo
 lo sienta, que lo agradezca.... Pues, sí, Señor, lo reconozco: fue por 
mí. Tú fuiste desamparado temporalmente, para que yo pudiera ser amado 
definitivamente y para siempre. Tú nos viste desamparados; y viniste a 
ampararnos; aunque ello te costara el dolor y el desamparo temporal del 
Padre. ¡Ampárame, pues, Señor, aplícame los medios de tu sacrificio; 
hazme un hijo de Dios de tal modo y de tal carácter que esa dulce 
comunión que tuviste con el Padre todos los días de tu existencia 
terrenal yo la pueda tener también! Que yo pueda vivir bajo el amparo de
 Dios a causa de tu desamparo sufrido por mí.» 
Amén. 
5. La palabra expresiva 
Sed tengo (Juan 19:28). —Podemos darle el título de 
«expresiva» a esta breve frase (que es una sola palabra en el original) 
porque expresa, según todos los comentadores, dos grandes sentimientos 
de Cristo: Uno físico y otro moral. 
En primer lugar, es una expresión de la necesidad física 
que sentían todos los crucificados a causa de la pérdida de sangre y la 
fiebre producida por las heridas, y Jesús la pronunció para dar 
cumplimiento a la profecía que había previsto esta circunstancia en el 
Salmo 22:15, donde leemos: «Mi lengua se pegó a mi paladar», y en el 
69:21: «Y en mi agonía me dieron a beber vinagre», y el Evangelio añade 
otra burla cruel: la de que sus verdugos mezclaron con el vinagre hiel 
amarga y pestilente. 
Jesús había renunciado a la bebida soporífera que por 
disposición legal se daba a los ajusticiados en cruz, vino mezclado con 
mirra. Jesús rehusó tal bebida para que su naturaleza física reaccionara
 con todo lo horrible del dolor de los crucificados, sin mitigación de 
ninguna clase. ¿Para qué? ¿Para que se cumpla en su cuerpo el máximo 
dolor, ya que sufre por tantísimos pecados? Sí, pero también para que tú
 y yo podamos sentir más hondamente lo mucho que nos ama. Si hubiese 
aceptado la mirra, diríamos: «Cuando se está somnoliento no se sufre 
mucho»; pero Jesús sufrió hasta el máximo los padecimientos físicos para
 hacernos comprender y apreciar su gran amor por nosotros; para 
maravillar más a los hombres y a los ángeles. 
Pero hay un texto en Isaías 53 que nos muestra el sentido
 moral de semejante expresión, de ese grito, de ese anhelo, que se dejó 
oír en la cruz: «Del fruto de su alma verá y será saciado.» ¿Se ha 
cumplido? ¿Se está cumpliendo, o se cumplirá semejante profecía? ¿Creéis
 que Jesús está satisfecho de ver nueve décimas partes de la humanidad 
en la más completa ignorancia acerca del Evangelio de la redención que 
tanto le costó? ¿Creéis que está satisfecho de la vida de sus 
discípulos; de la respuesta de nuestros corazones; de nuestras vidas 
cristianas, de nuestra conducta, de nuestros esfuerzos por su causa? 
¡Cuánto mejor podría ser! 
Aun hoy día nuestro Salvador, en lugar de vino, recibe 
vinagre, en vez de mirra, recibe hiel, pues el mundo no aprecia su 
sacrificio, su amor por las almas, y ni siquiera aquellos que hemos 
confiado en El de todo corazón y podemos decirle como Pedro «Señor, tú 
sabes todas las cosas; tú sabes que te amo». ¿No podríamos hacer más, 
mucho más, para mostrarle nuestro amor, para calmar la sed de su alma? 
Sin embargo, un día será satisfecho su anhelo.... Cuando 
se habrá sacado todo el jugo —diría yo, usando una comparación vulgar y 
sencilla— al glorioso misterio de la redención; todo el fruto posible de
 su gracia; cuando millones estén reunidos ante su trono, una multitud 
incontable, según Apocalipsis 7, nuestro Salvador verá que no fue en 
vano el sacrificio de la cruz. Entonces «verá del fruto de su dolor y 
será saciado». 
6. La palabra garantizadora 
Consumado es (Juan 19:30). — Esta palabra es la más corta
 pero también la más grande, la más alentadora, la más significativa 
para nosotros. Es «nuestra palabra» que recibimos como prenda de 
seguridad y de esperanza de labios del Señor. 
Jesús había dicho ya: 
Una palabra para sus verdugos. 
Una palabra para el ladrón arrepentido. 
Una palabra para su madre. 
Dos palabras para sí mismo, aunque con referencia simbólica y moral a nosotros. 
Ahora pronuncia una directa y exprofesa para nosotros, para alentar y afirmar nuestra fe. 
Es tan corta que en el original griego es, literalmente, 
una sola palabra tetelestai; sin embargo, abarca un mundo de 
significado. Es la palabra que ponían los griegos en los recibos cuando 
eran cancelados. ¿Comprendéis así la importancia de tal palabra? 
Jesús se esmeraba en explicar su significado, después de 
su resurrección, según tenemos en Lucas 24:26, 46-47. El asombro 
entonces para sus discípulos no era tanto de verle resucitado, pues 
tenían ya muchas pruebas de su poder milagroso, sino de que hubiese 
querido padecer. El leía en sus asombrados ojos esta pregunta: «Si 
tenías tanto poder, ¿por qué sufriste?» ¿Por qué clamaste «Sed tengo» y 
«Dios mío, Dios mío, por qué me has desamparado?» La respuesta es: Para 
que pudiese predicarse en su nombre el arrepentimiento y la remisión de 
pecados; he aquí el secreto. No se podía predicar tal mensaje sin un 
sustituto. Si tienes una deuda, no te basta con decir estoy arrepentido 
¿Cómo podrías pagar la deuda de tus pecados al justo Dios? Pero El sí 
podía pagarla por ti. De este modo, quedaba aunada la justicia y el 
amor. Al ver a Cristo padecer por tus pecados, no solamente tendrás que 
decir estoy arrepentido, sino estoy agradecido. 
«Consumado es» garantiza una salvación perfecta, a la que
 no puedes añadir nada como mérito expiatorio, ni lo necesitas. El 
acreedor insolvente que recibía el recibo cancelado tetelestai por un 
acto de benevolencia, no trataría de pagarlo de nuevo, pero quedaría 
obligado con una dependencia moral de gratitud hacia algún generoso 
bienhechor. (Véase anécdota Confiando en la justicia de Dios.) 
Hay dos extremos en relación con la obra perfecta de 
Cristo: uno por defecto, y otro por abuso. No considerarla suficiente y 
tratar de añadir mérito; éste es el defecto de muchas almas ansiosas 
dentro del cristianismo nominal; pero puede existir, y existe, entre los
 creyentes evangélicos, otro defecto por exceso. No exceso de confianza,
 nunca se puede tener demasiada confianza o fe en el Señor; pero sí de 
insolencia, de pereza, de ingratitud; el defecto de decir: Porque El lo 
hizo todo y «no hay ninguna condenación para los que están en Cristo 
Jesús», puedo ser un cristiano frío....; hacerme la religión a la medida
 de mi gusto, leer o no leer la Biblia, asistir al culto cada semana o 
cada tres meses, dar o no dar para la obra de Dios, testificar o cerrar 
la boca.... Es un grave error. La obra es perfecta, completa, no le 
falta nada y nada puedes añadir, pero la fe se muestra por las obras. 
Amigo oyente, ¿quieres ser salvo? Por grandes que sean 
tus pecados, hay una salvación completa y perfecta para ti, una 
salvación tan grande que ha servido para perdonar y regenerar a los más 
grandes criminales, pero estos grandes pecadores podrían ser salvos, y 
tú no serlo; si no aceptas, si no recibes el Evangelio como un don de 
Dios, o si confías con un arrepentimiento de labios. Quiera dar Dios a 
cada uno un arrepentimiento y fe sincera para recibir y agradecer de un 
modo debido la obra de Cristo. 
7. La palabra reveladora 
Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Lucas 23: 
45). — La entrada en el mundo espiritual es siempre un misterio que 
sobrecoge el ánimo. Por esto, todos miramos con prevención, sino con 
horror, el momento inevitable de la muerte. Estamos tan acostumbrados a 
un mundo de leyes tangibles que conocemos, al cual nos hemos 
acostumbrado, que a casi todo el mundo causa un sentimiento de espanto 
entrar en las regiones de lo desconocido, de la muerte. 
Esta prevención y temor no podía existir en el divino 
Hijo, en el Verbo encarnado; sin embargo, le oímos exclamar: «Padre, en 
tus manos encomiendo mi espíritu.» ¿Por qué? 
Podemos imaginarnos el Calvario como un lugar trágico, no
 sólo por la multitud insolente pronunciando gritos, blasfemias y 
burlas; esta situación ya había terminado. Las tinieblas habían hecho 
desfilar a los burladores, y hay silencio en el Calvario por espacio de 
tres horas; sin embargo, continúa siendo aquel un lugar terrible, pues 
permitidme contestar la pregunta con otras preguntas: ¿Quién había 
movido aquellos labios escarnecedores? ¿Quién había levantado aquel 
enojo insolente? ¿Quién había inspirado las blasfemias? El enemigo de 
Dios y de los hombres había puesto en juego todos sus recursos 
espirituales para dar lugar a aquella victoria contra el Hijo de Dios 
encarnado; aquella victoria que fue su mayor derrota. El diablo y sus 
huestes, que parecen haberse manifestado de un modo especial en 
Palestina durante el ministerio público de Cristo, habían llegado al 
colmo de su actividad y al pináculo de su culpa en la tragedia del 
Calvario. 
Ahora bien, el Redentor, hecho hombre, reducido a la 
condición de hombre, por su voluntaria kenosis, va a entrar en el mundo 
espiritual; va a subir al cielo pasando a través del Infierno, en el 
mismo Calvario y probablemente un poco más tarde, de un modo literal, si
 hemos de interpretar textualmente 1.a Pedro 3:19. 
Cristo no teme aquella parte espiritual de su tragedia, 
no teme más que una cosa: estar separado de Dios. Ahora se muestra 
tranquilo y confiado. 
«Aunque andaré en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno.» 
 (Salmo 23:4.) Si esto podía decir un pobre pecador, el salmista David, 
mucho más el Salvador perfecto; por esto le oímos exclamar: «Padre, en 
tus manos encomiendo mi espíritu.» Aquel que nos habló del mendigo 
Lázaro como llevado por los ángeles cuando dio su último suspiro, no 
dejaría de tener una cohorte de seres celestiales cuando, cumplida su 
misión y su obra redentora, sobre la tierra, se disponía a entrar por 
las puertas eternas (aquellas puertas de las cuales leemos en el salmo 
24, y en Apocalipsis 21:12-13). No quiso tenerla en Getsemaní (Mateo 
26:54-54), pero ahora la protección del Padre no sería ningún 
impedimento a su obra redentora ya consumada.
¡Cuan alentados deberían quedar sus fieles amigos que no 
le abandonaron ni aun en aquellas horas de creciente oscuridad física! 
Sabían que si ellos no podían ya apenas verle, y mucho menos ayudarle, 
los cielos estaban espiritualmente abiertos para protegerle y llevarle 
en triunfo a la región celestial. 
La experiencia del Salvador como hombre ha de ser la 
nuestra también de un modo inevitable; todos hemos de pasar por este 
sombrío valle. ¿Cuándo?, ¿cómo? No lo sabemos, pero ha de venir dentro 
de pocos años. ¿Podremos dirigirnos entonces a Dios del mismo modo que 
nuestro Salvador lo hizo? Si El es nuestro Padre, ¡podremos! La gran 
cuestión para nosotros es: ¿Qué debo hacer para que lo sea? Tenemos la 
respuesta en Juan 1:12 y Efesios 1:5. La muerte redentora de Cristo es 
la garantía de que podremos terminar nuestros días con la misma 
confianza que El, si le hemos aceptado como nuestro Salvador y Señor. 
Solamente entonces podremos decir con gozo: ¡Padre, en tus manos 
encomiendo mi espíritu! Llévalo como quieras y donde quieras, por este 
universo misterioso, insondable, invisible, donde hay enemigos poderosos
 no sujetos aún; pero en el cual Tú reinas porque eres el Creador y 
Señor Todopoderoso.» ¿Podremos decir esto cuando la hora llegue? 
¿Podremos enfrentarnos con una realidad tan misteriosa y desconocida sin
 temor alguno? 
Podremos, ¡sí!, aunque no seamos, como El era, su 
Unigénito, podremos como hijos adoptivos. Ved cómo Esteban, que no era 
más que un creyente como nosotros, pudo imitarle en dos de sus palabras 
de la cruz. Sigamos su ejemplo y se cumplirá en nosotros, como se 
cumplió en Esteban, la promesa de Cristo: «No se turbe vuestro 
corazón....» «Voy a preparar lugar para vosotros». Y a aquel lugar 
iremos por su gracia, para verle y estar con El «muchísimo mejor» 
(Fi-lipenses 1:23) por siglos de siglos. 
ANÉCDOTAS 
CONFIANDO EN LA JUSTICIA DE DIOS 
Cierta 
madre, que tenía a su hija víctima de una enfermedad incurable, deseando
 estar segura de que ésta había comprendido y aceptado bien el 
Evangelio, le preguntó, poco antes de morir, si se sentía salva. 
—Sí, mamá —respondió la niña. 
—¿Y en qué confías para ello? —insistió la madre. 
—En la justicia de Dios —respondió candorosa, pero firmemente, la jovencita. 
—¡Querrás decir en su amor y misericordia, hija mía! —se apresuró a corregir la madre. 
—No, 
mamá; confío en su justicia. Porque Dios es justo no puede exigir dos 
pagas para mis pecados: la de Cristo y la mía Si Cristo murió por mis 
culpas, no puede volver a hacérmelas pagar a mí. 
*** 
SERMÓN VI 
¿QUE, PUES, HARÉ DE JESÚS? 
(Mateo 27:22) 
Jamás una pregunta más importante ha sido formulada por labios humanos. 
1. El gran dilema de Pilato 
El que la hizo era un hombre inteligente, escéptico, 
conocedor de muchas religiones, que había llegado a dudar de todas y de 
todo. Por esto, cuando aquel extraño acusado llamado Jesús le fue 
presentado y oye de sus labios palabras jamás oídas antes de boca de 
ningún reo —«Yo para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la 
verdad; todo aquel que es de la verdad, oye mi voz»—, responde 
burlonamente: «¿Qué cosa es verdad?» Para él no hay otra verdad que la 
de las conveniencias humanas; subir en la estimación del César; tener 
más y más poder y más dinero, esto es lo que vale. ¿No hay muchos así 
hoy día? 
Pero en este caso se encuentra en una posición 
embarazosa; la más embarazosa de su vida. Con su perspicaz vista de juez
 y de político comprende que aquel acusado es justo. Su esposa se lo ha 
advertido (Mateo 27:19). De momento, quizá se dice: «Supersticiones de 
mujeres».... Pero queda un ¡quién sabe! Por esto trata de librarle, 
primero apelando a la compasión popular; después a la costumbre 
establecida de soltar un preso por la Pascua. Ambas estratagemas le 
salen mal y se queda con Jesús delante; aquel Jesús con quien su esposa y
 su conciencia le han advertido no tener que ver nada.... La sombra de 
aquel preso le persigue; ha intentado echarlo sobre Herodes, y allí está
 otra vez....     
Entonces se da la paradoja de que el juez pregunta a los 
acusadores: ¿Qué, pues, haré? ¿Dónde está, Pilato, la justicia y la 
conciencia? ¿Dónde queda tu honor de juez? ¿Para qué has estudiado 
jurisprudencia? ¿Para descender a preguntar a un populacho: ¿Qué haré? 
El temeroso Pilato se halla entre dos aguas, teniendo por
 un lado el acicate de la conciencia y por el otro los fariseos con sus 
amenazas.... Y aquel justo le estorba.... ¡Ojala pudiera quitárselo de 
delante sin poner sus manos sobre El! ¡Que lo tomara el pueblo y lo 
apedreara! ¡Que lo hiciera ejecutar Heredes....! ¡Que él no tuviera nada
 que ver con este extraño caso! ¡Ojala que nunca se lo hubiesen puesto 
delante....; que hubiese estado ausente....! 
¡Así se dice Pilato, inquieto y perturbado! Pero no, allí
 está, y no puede evadir la responsabilidad de juzgarle. Por esto 
maldice Pilato aquel aciago día, maldice a los fariseos, al pueblo y a 
su mala suerte, porque allí está Jesús, no desaparece de su vista. Allí 
está con toda su majestad, su bondad, su ternura, su justicia.... Y 
Pilato tiene que hacer algo: o condenarle o soltarle. Y, ¡desgraciado!, 
opta por el camino de la conveniencia, ahogando la voz de la conciencia y
 de la justicia. 
2. Nuestro propio dilema 
La pregunta de Pilato se repite como un eco a través de los siglos.... Se presenta a cada generación y a cada ser humano: 
¿Qué haré de Jesús? 
Cuando tú y yo llegamos a la vida nos encontramos con un 
mundo más o menos bueno o malo, con instintos propios, buenos y malos a 
la vez, y con un medio ambiente en el cual hemos encontrado a Jesús. El 
hecho histórico de Jesús, la doctrina de Jesús, que ya estaba en el 
mundo al nacer nosotros, se nos ha aparecido más o menos confusa o 
claramente....; más claramente desde aquel día cuando empezamos a 
escuchar la predicación del Evangelio. Sabíamos desde niños que existió 
en Judea un hombre maravilloso llamado Jesús que vivió haciendo bienes, 
que lo crucificaron y que resucitó, como lo declaran testigos fieles que
 llegaron a dar su vida por su causa. Comprendemos que tales hombres no 
podían ser locos todos, ni engañadores. Sabemos también que donde se 
predica este Evangelio de Jesús, se regeneran las almas, los hombres 
cambian de modo de ser.... Y el dilema que este presentó a otras mentes y
 corazones en siglos pasados se presenta de nuevo en nuestra mente: ¿Qué
 haré de Jesús?, ¿qué actitud tomaré? Nuestra conciencia personal nos 
dice: Es justo: el Justo por excelencia, debe ser el Hijo de Dios.... 
Sus hermosas doctrinas; sus ofertas de paz, perdón y vida eterna, 
responden a las necesidades de mi alma.... Pero en algunas cosas este 
Jesús y sus doctrinas se oponen a mis conveniencias...., a los bajos 
deseos de mi carne...., a mis intereses.... ¿Qué voy a hacer con este 
Jesús y su Evangelio? ¿Qué harás? No puedes decir: «No haré nada.» 
Veamos cómo reaccionan a esta pregunta ciertos hombres. Algunos han 
dicho: 
1) Negaré su existencia....; diré que es un mito  
Este es el camino que tomó Emilio Bossi y como él, 
algunos otros pocos filósofos y escritores; pero esta actitud es 
absurda. Si existió, el negarlo no cambiará los hechos. Y que existió es
 evidentísimo. Su lugar en la historia está bien definido (véase Lucas 
3:1-2). Estos son personajes históricos. Asimismo lo son Tácito y 
Suetonio, que en sus narraciones históricas, ajenas a todo interés 
religioso, mencionan la existencia de Jesús y el martirio de los 
cristianos. Nadie hubiera dado la vida por un Cristo inexistente.... 
Cuadrato nos habla de los enfermos que Jesús curó como vivientes en sus 
días.... Ireneo y Papias nos refieren sus relaciones con el apóstol San 
Juan.... 
2) Existió pero era un mero hombre  
Era un hombre notable, pero no divino, alegan algunos. La
 fama de su divinidad se fraguó a través de los siglos. Pero esta 
suposición es puramente gratuita. La divinidad de Jesús es aceptada y 
preconizada por sus discípulos desde los primeros días del cristianismo.
 En el capítulo anterior hallamos la respuesta de Jesús a Caifas (Mateo 
36:64-66). Si Cristo hubiese sido un mero hombre, ¿cómo hubiera 
levantado fe en su divinidad en sus mismos días? ¿Cómo demos-Jaría su 
resurrección? ¿Cómo habría logrado justificar su profecía de que el 
Evangelio sería predicado por todas partes del mundo? (Véase anécdota El
 consejo de Talleyrand.) Ciertamente tienes tú más motivos para creer 
que Pilato y que el centurión que le crucificó, a pesar de no haber 
visto a Cristo con tus ojos materiales.... ¿Qué harás de Jesús? 
3) No haré caso de El  
Algunas personas no quieren discutir un tema que dicen ser tan complicado.... No quieren afirma ni negar. 
«—No sé —exclaman—. Quizá sí, quizá no. Hombres más sabios lo discuten. ¿Qué diré yo? Ni afirmo ni niego.... 
Pero, amigo, no puedes evadir así la cuestión. Si el Hijo
 de Dios, el Creador, dejó su gloria, padeció y murió por ti, no puedes 
dejar de hacer caso de semejante hecho. Es la más terrible ofensa que 
puedes inferirle. Es ingratitud, desdén, desprecio, del amor más grande 
inmerecido y sublime que ha visto el Universo. No hacer caso es 
declararte su enemigo.... Es lo que quería hacer Pilato, evadir la 
cuestión; pero no lo logró. 
4) Le relegaré a un Salvador de reserva  
Esta es la actitud, aparentemente un poco más plausible, 
que tratan de tomar algunos frente al gran dilema. No se atreven a 
negar, tampoco a rechazar, pero temen las consecuencias de tomar una 
actitud decidida. Llegan a estar persuadidos de que Jesús es real y 
divino; de que es su Salvador y de que lo necesitan. Pero no les 
conviene dilucidar el asunto demasiado pronto. 
—Lo aceptaré —dicen— en el momento que me interese. Sus 
doctrinas son demasiado puras, demasiado justas para comprometerme con 
ellas ahora. Prefiero el mundo a Cristo. Cuando no tenga recurso alguno 
para continuar «viviendo» «mi vida», entonces me acordaré de El y lo 
aceptaré. 
¿Es esto lo que piensas hacer con Cristo? (Véase anécdota Moody y el incendio de Chicago u otras apropiadas.) 
5) Lo aceptaré, lo amaré y lo serviré  
Esta es la mejor actitud; la que han tomado muchos, y 
están tomando aquellos que tienen en verdadero aprecio el porvenir 
eterno de sus almas. Mirando de frente y sin excusas el gloriosísimo 
hecho de la venida de Cristo a este mundo dicen: 
Si tú eres Jesús, el Mesías prometido.... 
Si eres el Redentor indispensable para una humanidad 
pecadora, de tal modo que no fue posible al Padre celestial librarte de 
la muerte.... 
Si eres el Hijo de Dios que has de venir a juzgar a los hombres.... 
Si eres el hombre-Dios, perfecto, el único y supremo modelo.... 
No puedo, ni quiero hacer otra cosa, con tu Divina 
persona, que fue entregada por mis delitos y resucitada para mi 
justificación, que aceptarte y amarte como Tú me has amado. 
3. La pregunta invertida 
Algún día el que fue humilde y despreciado Redentor de 
los hombres, será el Juez de vivos y muertos. Y la misma pregunta será 
repetida a la inversa, siendo tú el reo ante su majestad. Algún día El 
tendrá que decir acerca de ti lo que tú, indispensablemente, tienes que 
preguntarte hoy acerca de El. ¿Qué haré de esta alma pecadora? ¿Cómo he 
de sellar su destino? Pero la respuesta no está en su arbitrio, sino al 
tuyo. Su decisión depende enteramente de la tuya. 
(Palabras de llamamiento según la inspiración personal de
 cada predicador, sin olvidar que el sermón ha terminado y se halla en 
el período de Conclusión y no debe alargarse mucho más.) 
ANÉCDOTAS 
EL CONSEJO DE TALLEYRAND 
Un 
racionalista francés, inventor de la llamada "Religión Natural", se 
quejaba al conocido ministro Talleyrand del poco éxito que había tenido 
su religión, a pesar de haber escogido para la misma la mejor ética 
contenida en el cristianismo y en otras religiones, y le pidió consejo 
sobre el mejor modo de acreditarla. 
—Es muy 
sencillo —replicó Talleyrand—. Haga usted unos cuantos milagros aquí en 
París y en otras ciudades de Francia; después, déjese crucificar, 
resucite al cabo de tres días, y verá usted cómo muchas personas creerán
 en su religión. 
MOODY Y EL INCENDIO DE CHICAGO 
En 1871 
prediqué en Chicago una serie de sermones sobre la vida de Cristo, 
durante cinco noches. El último serón era sobre el tema "¿Qué haré con 
Jesús?", y creo que cometí uno de los mayores errores de mi vida. Era 
una noche de octubre, y escuché que pasaban las maquinas del cuerpo de 
bomberos, pero no hice mucho caso, ya que a menudo oíamos las campanas 
que anunciaban la existencia de un incendio. Cuando terminé de predicar 
le dije al auditorio: 
—Quiero 
que llevéis la pregunta a vuestras casas; que penséis sobre ella y que 
el domingo que viene me digáis qué vais a hacer con Cristo 
¡Qué error! Nunca más he dicho una cosa así. 
En aquellos momentos se estaba iniciando el gran incendio de Chicago, en el que perecieron centenares de víctimas. 
Recuerdo que Sankey cantaba: 
"Hoy llama el Salvador. 
Acude a El. 
Cae la tormenta 
Y está cerca la muerte." 
Y así 
fue de un modo particular en aquella ocasión. Después del culto me fui a
 casa. A la una de la mañana se quemó el local donde habíamos estado 
reunidos y no hubo oportunidad de volver a predicar a los supervivientes
 de la catástrofe. Muchas almas pasaron sin Cristo a la eternidad. 
*** 
SERMÓN VII 
LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR 
(1.a Corintios 15:1-22) 
¡Qué glorioso es para el creyente que tras la 
consideración de la muerte de Cristo que se hace en estos días, podamos 
hablar de su resurrección. Supongamos que no hubiese resucitado. Por 
siglos, la humanidad habría venido preguntándose: ¿Será verdad que era 
El el Mesías? ¿Es cierto o no lo es el mensaje del cristianismo. (Véase 
anécdota El nombre cambiado.) 
1. La certeza de la resurrección 
El apóstol Pablo, después de una exposición por el 
argumento que se llama de reducción al absurdo, acerca de lo inútil e 
ineficaz de nuestra fe si Cristo no hubiese resucitado, exclama 
triunfalmente: «Mas ahora, Cristo ha resucitado de los muertos.» No hay 
incertidumbre alguna. Ese testigo, antes enemigo y perseguidor de la fe 
cristiana, tenía motivos para saberlo. (Véase anécdota Un nuevo 
epitafio.) 
Tras él, debían tener también buenas razones para 
afirmarlo los que durante los tres primeros siglos se dejaron atormentar
 y quitar la vida para sostener semejante afirmación. San Pablo nombra 
por orden en este capítulo a los que le vieron en diez ocasiones 
distintas, individualmente o en grupos hasta de quinientos. Otros 
testigos refieren las palabras y hasta los hechos del Salvador 
resucitado. Aquí no caben más que tres suposiciones: 
a) O centenares de personas se dejaron matar por lo que ellos sabían era falso. 
b) O se volvieron todas dementes de una vez. 
c) O Cristo resucitó «verdaderamente» (Lucas 24:34). ¿Qué es preferible creer? Indudablemente, que resucitó. 
2. Significado de la resurrección 
«Primicias de los que durmieron», dice el apóstol. Más 
¿no hubo otros resucitados por los profetas y por Cristo mismo? Sí, pero
 todos eran diferidos de la muerte, no librados de ella. Todos volvieron
 a morir. Sólo Cristo fue triunfador definitivo, y esto por sí mismo, 
sin ayuda ajena. Su resurrección para la inmortalidad era una cosa 
totalmente nueva en la historia humana; de ahí su gran importancia. 
Efectivamente, si El no hubiera resucitado: 
No habría para nosotros garantía de que fuera el Hijo de 
Dios, el Redentor prometido. La señal de los milagros no bastaba. Otros 
profetas los hicieron también. 
No habría garantía de que Dios aceptó el rescate. Ninguna evidencia de salvación existiría para nosotros. 
Tampoco podríamos confiar en el cumplimiento de sus 
grandes promesas (Juan 14:2 y 23; 16:24-27; 17:24 y tantas otras serían 
bellas palabras sin seguridad). ¡Ojala fuera verdad! —Exclamaríamos— que
 este buen hombre de Dios, que murió hace tantos años, esté en la gloria
 y pueda cumplir todo lo que dijo. Mas ahora «¡Cristo ha resucitado!» Ha
 cumplido la gran señal que dio a los judíos (Juan 2:18-22). Cumplirá 
todo lo demás. (Véase anécdota Un epitafio original.) 
 
3. Consecuencias de la resurrección 
«Todos en Cristo serán vivificados» (ver. 22). La más 
grande de las afirmaciones de Cristo es la de que El fuera la Vida. Que 
fuera Pastor, Amigo y hasta en sentido figurado, la Puerta, el Camino, 
la Verdad, es comprensible; pero la Vida, ¿quién puede atreverse a decir
 tal? Si aun desconocemos el secreto de este misterioso elemento que 
tantas maravillas han producido y está produciendo a nuestro alrededor. 
Más si el hombre Cristo Jesús controla la vida, si la domina no es 
increíble su afirmación. El que es y posee la vida, puede darla a quien 
le plazca. El que fue poderoso para cumplir su declaración «tengo poder 
para ponerla y tengo poder para volverla a tomar» (Juan 10:18) puede 
también llevar a efecto: «El que cree en Mí, aunque esté muerto, vivirá,
 y el que vive y cree en Mí no morirá eternamente». Puede dar felicidad 
eterna al alma y dotar a ésta de un nuevo cuerpo glorificado cuando 
aparezca en su gloriosa venida. ¿No da un nuevo cuerpo todos los años a 
las semillas secas e inertes en apariencia? Nada es imposible para El. 
(Véase anécdota Lo mejor ha partido.) 
Ha sido comparada nuestra situación como seres mortales a
 la de pobres náufragos en medio del mar embravecido. A duras penas 
sostenemos la frágil barquilla de nuestra vida con toda clase de 
esfuerzos y precauciones por un tiempo limitado que no puede prolongarse
 mucho. Pero en medio de la oscuridad ha surgido un faro de esperanza: 
la resurrección de Cristo que ilumina sus gloriosas promesas. (Véase 
anécdota No tan triste para ellos.) En ellas puede anclar el alma, 
segura de que no hemos de vernos defraudados. Acudamos a El sin tardanza
 y tendremos la lumbre de la vida (Juan 8:12.) 
ANÉCDOTAS 
EL NOMBRE CAMBIADO 
El 
doctor A. T. Pierson, predicando en el entierro del pastor Gordon, hizo 
notar que desde la resurrección de Jesús, los apóstoles raramente usaron
 la palabra "muerte" para expresar el fin de la vida de un creyente, 
sino "dormir" o "partir para estar con el Señor". Esto es, en realidad, 
la muerte del cristiano. 
UN NUEVO EPITAFIO 
El 
pastor Gould nos hace notar que en todos los epitafios se lee: "Aquí 
están los restos", "Aquí reposa", etc.; pero ¡cuan diferente es el 
epitafio sobre la tumba de Jesús. No está escrito en oro ni grabado en 
piedra, sino que es expresado por boca de un ángel, siendo exactamente 
lo opuesto de las otras tumbas: "Aquí no está." 
UN EPITAFIO ORIGINAL 
Tomás 
Spurgeon nos cuenta haber visto un epitafio que llevaba estas simples 
palabras: "Federico", y debajo, "Sí, Padre, voy", refiriéndose a la 
llamada de Dios al joven cuyos restos allí yacían. 
LO MEJOR HA PARTIDO 
Un 
muchachito estaba entusiasmado con un nido de pájaros que se formó en el
 jardín de su casa. Se gozaba en acariciar los huevos tan finos y 
hermosos. Después de algunas semanas de ausencia en casa de unos 
parientes, volvió a visitar el nido acompañado de su hermano mayor, 
hallando los hermosos huevos rotos a pedazos. 
—¡Qué lástima! —exclamó sollozando—. Se han echado a perder 
—No digas tal cosa —repuso su hermano—. No se han echado a perder. Lo mejor de ellos ha salido; tiene alas y vuela. 
Así es con la muerte. El cuerpo estropeado es la cáscara del huevo. Lo mejor no está allí. 
NO TAN TRISTE PARA ELLOS 
Al pasar el entierro de un niño, hijo de un misionero, dos mujeres coreanas comentaban: 
—¡Qué triste, qué triste para estos padres! ¡Tan hermoso como era! 
—Sí 
—replicó la otra mujer—. Es en verdad muy triste; pero no tanto para 
ellos como para nosotras, pues ellos, los cristianos, tienen un secreto 
que les da la seguridad de que recobrarán a sus hijos algún día, 
mientras que nosotras no sabemos que podamos nunca más volver a ver a 
los nuestros cuando mueren. 
*** 
SERMÓN VIII 
EL CAMINO DE LA FE 
(Lucas 24:13-40) 
Diez veces se apareció Jesús resucitado a sus discípulos;
 pero algunas apariciones nos son referidas con un solo y breve texto; 
por ejemplo, la aparición a Pedro en 1.a Corintios 15:5; y a Santiago en
 el versículo 7. La narración más detallada, extensa y patética que 
tenemos de las apariciones de Cristo resucitado, es a los discípulos de 
Emaús. 
1. El suceso histórico 
Dos hombres habían salido del aposento alto después de 
tres días de temor. La tempestad había pasado; pero el vacío y el 
desengaño habían calado hondo en sus corazones. Eran discípulos 
entusiastas, de los más allegados a Cristo. El uno se llama Cleofás 
(podía ser cuñado de la madre de Jesús, si aquella María que estaba al 
pie de la cruz y la hermana de su madre son la misma persona, como 
algunos entienden Juan 19:25; depende de una coma, de las que carece el 
texto griego). El otro es un discípulo anónimo, con el que Cleofás iba 
discutiendo sobre las insólitas noticias recibidas aquella mañana. 
Cleofás pensaba ser lógico: Si Jesús hubiese resucitado, ¿no habría ido 
al aposento alto a ver a todos los discípulos allá reunidos? ¿Por qué 
esconderse. ¿Por qué aparecerse sólo a mujeres? Pensaba comprender lo 
ocurrido.... ¡La mente de mujeres exaltadas....! Su compañero compartía 
sus ideas. ¿No dice la profecía que el Cristo permanece para siempre? Si
 hubiese sido el Cristo no le habrían matado. ¿Quién sería, pues? ¡Sin 
duda, un gran profeta! ¡Tan bueno, tan poderoso; tanto bien como 
hacía....! ¡Qué lástima todo lo ocurrido en aquellos días! 
Otro viajero detrás va escuchando y pregunta: 
—¿Qué pláticas son éstas? 
—¿Serás el único que no lo sepas? —le interrogan a su 
vez—. ¿No sabes lo ocurrido con Jesús, el profeta de Nazaret? ¡Nosotros 
esperábamos que él redimiría a Israel... ¡Teníamos tanta ilusión....! 
¡Creíamos ya llegado el tiempo, y ahora todo está perdido....! Si bien 
unas mujeres, esta mañana (no se atrevió a decir: entre ellas, mi 
esposa), declararon haber visto visión de ángeles....; pero a El no le 
vieron. 
El desconocido se convierte entonces en maestro: 
—¿No era necesario que el Cristo padeciese....? 
Les demuestra que aquello que les extraña, es, 
precisamente, lo que tenía que ser. Empezando por Abel, les explica que 
las víctimas del antiguo pacto representan, todas, al gran Sustituto....
 ¿No había dicho Daniel: «Después de las 70 semanas se quitará la vida al Mesías y no por sí»?  ¿No está escrito en Isaías 53: «Cuando hubiere puesto su vida por expiación del pecado, verá linaje»?  ¿No dice el salmo 16: «No permitirás que tu santo vea corrupción»?  ¿Cómo leen los escribas las sagradas Escrituras? ¿De qué les sirve tenerlas, si no han de enseñar lo que dicen....? 
Los viajeros se quedan admirados. ¿Quién será este 
forastero que se atreve a refutar y contradecir a todos los maestros 
religiosos....? ¡Y parece que tiene razón! ¡Pero qué sabe él....! 
—piensan en algunos momentos—. Los rabinos han estudiado bien estas 
cosas. Sin embargo, lo ocurrido en estos días parece coincidir bien con 
los textos que cita de la sagrada Escritura. ¡Y con qué seguridad habla!
 ¡Se parece tanto al Maestro desaparecido! ¡El corazón, oyéndolo, siente
 el mismo gozo, la misma fe y esperanza! ¿Será cierto lo que dice? ¡Si 
Jesús de Nazaret era el Mesías, entonces volverá a venir....; le veremos
 de nuevo, no lo hemos perdido para siempre! 
El corazón se entusiasma y alborota, y el camino se hace 
corto. Llegan a la aldea; el sol se ha puesto y están frente a la casa. 
El forastero hace además de despedirse: «Shalom Adonai» (El Dios de paz 
sea con vosotros), les dice. «Su paz sea contigo, y te acompañe», están 
tentados de responderle. Pero no; no pueden decirlo....; separarse, 
alejarse de él, parece como alejarse del sol, o del calor del hogar, en 
un día de frío invierno. ¡Se sienten tan bien, tan reconfortados a su 
lado, ante el frío de la duda, del temor y la ignorancia. ¡No, no hay 
que dejarle marchar....! 
—¡Quédate con nosotros! —le dicen. 
Tratan de interesarse por su bienestar, pues ya le aman; 
pero más que todo buscan su propio bien. La paz y el gozo que su 
compañía irradia. El forastero no se hace rogar. ¡Qué bien! ¡Cuántas 
preguntas le harán! Ya no es un forastero, es su huésped. Tendrán 
ocasión, franqueza y autoridad, para preguntarle muchas más cosas acerca
 del Mesías profetizado; y sobre la alarma de las mujeres, pues se han 
quedado a medio saber por la brevedad del camino. 
Hay que proveer a lo material, obsequiarle. Y preparan la
 cena.... Al dueño de la casa tocaba dar las gracias, pero ante un rabí 
tan sabio....: le invitan a hacerlo él. El desconocido toma el pan, lo 
parte, y al abrir la boca para dirigirse a Dios se descubre su 
identidad. «¿Qué ha dicho?» 
Podemos suponerlo. Ha llamado a Dios Padre, lo que ningún
 rabino haría. Sus corazones palpitan emocionados! ¡Es El, debe ser El! 
Levantan los ojos, aunque sea irreverencia, el desconocido se esfuma 
cuando tratan de abrazarle, de arrojarse a sus pies.... Aquel hombre de 
carne y hueso, que han visto y hasta tocado involuntariamente, por el 
camino, se ha vuelto inmaterial. ¡Era El, sí que lo era....! Su 
misteriosa desaparición es la mejor prueba de que lo es.... ¡Aquel que 
anduvo sobre la mar, el que mandaba a los elementos, el que se 
transfiguró! ¡No podía ser otro....! Es cierto, pues, lo que han dicho 
las mujeres; resucitó y vive. No piensan en comer, sino en dar la buena 
nueva a sus compañeros; desvanecer sus dudas, contagiarles su gozo.... A
 ellos les creerán más que a las mujeres....; tienen más pruebas. 
Empiezan a correr; Si antes les pareció corto el camino, andando 
despacio con el Maestro, ahora les parece largo corriendo. Al llegar se 
encuentran que no son los únicos privilegiados. Allí está Simón, 
refiriendo una experiencia similar. Empiezan ellos a contar la historia 
con todos los detalles del camino: cómo lo invitaron, y su emoción 
indescriptible al reconocerle.... 
El Señor que invisible está presente, les deja llegar a 
este punto y en un instante aquellos elementos de su cuerpo material, 
pero glorificado, que están allí en forma de electrones y protones, al 
impulso de su voluntad soberana se juntan alrededor de su centro, y 
aquella energía invisible se convierte en carne, huesos y sangre.... ¿Os
 parece difícil creerlo? ¡Pensadlo por un instante! Al que dio a la 
energía universal el poder y el acierto de juntarse y constituirse en 
cuerpos maravillosos según las leyes de la materia de la vida y de la 
generación, al que sacó por la potencia de su Palabra, lo que se ve de 
lo que no se veía (Hebreos 11:3 y Colosenses 1:13); no le era imposible 
hacer en pequeña escala, para manifestarse a sus asombrados discípulos 
lo que hizo en grande escala desde el principio de la creación: negarlo o
 dudarlo sería como pretender que el ingeniero que hizo la máquina de un
 tren de verdad no puede hacer una de juguete para sus hijos. Cristo 
comprende, empero, la dificultad por parte de sus discípulos de aceptar 
como material lo que un instante antes no se veía (lo es para nosotros, 
que conocemos las leyes de la materia, cuánto más para ellos, que no 
conocían nada de la constitución de los átomos). 
—¡Tocad, palpad....! —les dice. 
Como nadie se atreve, les da otra prueba, la de comer entre ellos. 
Entonces sigue una explicación semejante a la dada en el 
camino (vers. 47). Esto significa: «Está abierta la puerta de la 
redención por la fe y el arrepentimiento, vosotros sois testigos de 
ello, proclamadlo. Id, después que seáis llenos del Espíritu Santo».... 
Así terminó el glorioso día de la resurrección. 
2. Aplicación del caso 
Este relato, por su sencillez y encantadora naturalidad, 
no solamente es una admirable confirmación del hecho histórico de la 
resurrección de Jesús, sino que podemos tomarlo como una ilustración de 
nuestra experiencia espiritual. Muchos hombres y mujeres en los países 
nominalmente cristianos, católicos o protestantes, son como los 
discípulos de Emaús. La vida es grata y bella en la infancia, porque la 
fe es ingenua....; no hay ningún niño de 3 a 10 años, en los hogares 
cristianos, que no crea sinceramente en los misterios de la fe, la 
inmortalidad, el cielo, el infierno, los ángeles que protegen y vienen a
 buscar a los niños cuando mueren para llevarlos a los jardines del 
Paraíso, son cosas reales para su mente infantil. No hay ningún niño 
para quien la muerte sea muerte, como lo es para los mayores; porque el 
instinto del alma acoge ávidamente las enseñanzas de la religión, y el 
niño es feliz. No tiene preocupaciones para la vida, pues por lo general
 los padres proveen a todo, y en el más allá está Dios, los ángeles (la 
bendita Virgen, si han sido educados en el Romanismo). El infante tiene a
 Cristo por el instinto de su propia alma; nunca le ha rechazado, nunca 
se ha negado a El. Por esto decía Jesús: «De los tales es el Reino de 
los cielos.» 
1) El Cristo perdido 
Como en el caso de los discípulos de Emaús, las almas 
suelen perder a Cristo. Quien lo pierde más temprano, quien más tarde. 
Aquel Cristo que aclamaron con el entusiasmo de su inocencia; a quien 
oraron las primeras oraciones o rezos...., se pierde en la adolescencia,
 en el bullicio del mundo y del pecado. Y en gran parte, también, debido
 a erróneas doctrinas. ¿Por qué estaban tan desalentados y tristes los 
discípulos de Emaús? Porque deslumbrados por las falsas enseñanzas de 
sus rabinos no habían entendido la doctrina de Cristo. Sus maestros 
religiosos les habían enseñado la Biblia al revés, o parcialmente, y el 
resultado es que cuando llegó el Mesías divino y les habló de un modo 
tan diferente a lo que ellos esperaban, no pudieron entenderle. Y cuando
 ocurrió lo imprevisible e inimaginable, el juicio y crucifixión del 
gran Maestro de Galilea, el más poderoso de todos los profetas; 
perdieron su fe en El, perdieron a Cristo y vieron desvanecidas sus más 
brillantes esperanzas. Así ocurre con las almas hoy día. Las tradiciones
 humanas han oscurecido la verdad. «Invalidáis el mandamiento de Dios 
con vuestras tradiciones» —había dicho Cristo—. Además, las cosas que la
 Providencia hace o permite, son también hoy día extrañas y 
contradictorias, como lo era para aquellos discípulos la muerte del 
Mesías. No pueden entender a Dios, y las almas pierden la fe, la ilusión
 y la esperanza. ¡Dios, Cristo, cielo, vida eterna, felicidad, justicia!
 ¡Bello sueño de los días infantiles! El famoso escéptico Renán, declara
 que el día que perdió la fe de su infancia fue el día más oscuro de su 
vida. Y así es con todos aquellos que un día creyeron pero han dejado de
 creer, marchando por el camino de la vida tratan de distraerse con 
placeres de aquella triste realidad que se cierne ante todos los 
hombres: la muerte; la oscura incógnita del más allá. Menos mal los que,
 marchando desilusionados van pensando, sin embargo, en El, hablando de 
El, preocupándose más o menos de las cosas eternas. Había millares de 
discípulos tan desengañados como los de Emaús; pero que no querían 
acordarse ni hablar de su pasada fe en el profeta Nazareno que había 
terminado como todos los supuestos Mesías. Más bien se avergonzaban de 
su candidez y de sus ilusiones. ¿No hay así muchos hoy día? Para quienes
 van llorando con sinceridad su fe perdida, es mucho más fácil 
reencontrarla. 
2) Cristo sale al paso de los desilusionados 
¿Cómo? No se aparece hoy día físicamente; pero se aparece
 por su Palabra. Uno de los testigos de Cristo en el mundo da el 
Evangelio a una de estas almas desengañadas; le habla de Cristo como 
verdadero Salvador. Muestra una fe confiada y segura. La primera 
reacción suele ser: «¿Qué sabe éste? ¿Quién puede saber estas cosas? ¡La
 religión evangélica es un negocio, como todas!» Pero pronto empiezan a 
descubrir palabras maravillosas del Cristo verdadero. No «del Cristo de 
la tierra, que es tierra...., tierra...., tierra...., como decía 
Unamuno, sino del Cristo de los cielos; del Cristo de la historia, del 
Cristo divino.... 
«De gracia recibisteis; dad de gracia» ...., leen en el Nuevo Testamento. No es, pues, la cuestión de negocio que ellos atribuyeron a la religión.
«De cierto os digo que el que cree en Mí, tiene vida» . Aquí hay seguridad, se dicen, admirados.
«Yo soy la resurrección y la vida.»  ¡Esto es sublime!
«Voy a preparar lugar para vosotros» .... Y tantas 
otras frases que reaniman el rescoldo de la fe casi apagado. ¿Será 
verdad? ¡Estas palabras no son de hombre; no pueden encontrarse en otros
 libros!
Dios mismo ilumina su reflexión: «Dios es Espíritu....», 
dice la Biblia. «No aquel anciano con barba que me imaginé en mi 
infancia.» La fe no es incompatible con la ciencia; hay de ello 
innumerables pruebas.... 
La Redención es una necesidad absoluta en un Universo de 
seres pecadores que han de ser atraídos a Dios por el arrepentimiento, 
la fe y el amor. 
La existencia de Cristo sobre la tierra no es un mito, 
sino un hecho histórico.... La resurrección de Cristo es un suceso real.
 ¿Cómo se explica de otro modo el cristianismo? ¡No pudo ser una 
ilusión! ¿Cómo un puñado de discípulos pudieron hacer triunfar esta fe 
ante tantos y tan poderosos enemigos interesados en destruirla? ¡Nadie 
se deja matar por un engaño! 
Y el corazón, antes desilusionado, va adquiriendo 
confianza. Y cuanto más lee las palabras de Cristo, más se enamora de 
El; de la verdad que presentía, pero que temía haber perdido. Desea oír 
más y más.... Las semanas se le hacen largas para ir a escuchar la 
iluminadora palabra de Dios expuesta, quizá, por un sencillo pero 
sincero creyente en una iglesia evangélica. ¿No es así como ha sido 
recobrada la fe por alguno de los presentes? 
3) Cristo pasa, se ofrece, pero no obliga 
Como en el caso de los discípulos de Emaús, al lado del 
descubrimiento de la fe, están los quehaceres prácticos de la vida, las 
ocupaciones. Podéis «entrar en la casa», regresar a vuestros hogares y 
olvidar las verdades del Evangelio. Podéis deciros: «Es interesante y 
bonito, pero no quiero aceptar a Cristo todavía ni voy a fanatizarme en 
estas cosas. Comprendo que si era el Hijo de Dios, y murió por mí, 
debería unirme a El; pero no voy a preocuparme ahora de esto. Si hay 
algo de verdad en la fe, ya lo veremos allá arriba, ahora tengo 
trabajo.» ¿Es así como tratáis a Cristo? ¡Cuántos que estuvieron 
sentados en estos bancos han tratado a Cristo de ese modo, y le han 
dejado pasar sin invitarle. 
Un día su corazón ardía, como el de los discípulos de 
Emaús por el camino, pero lo han despedido. ¿Será esta vuestra 
experiencia? (Véase anécdota El Dr. Adolfo Lorenz.) 
—Quédate con nosotros porque se hace tarde —dijeron los de Emaús. 
¿No declina así el día de tu vida? Sobre todo, si tienes 
más de 50 años? ¿No tienes miedo de llegar sin Cristo a la noche de la 
muerte? Pero aun cuando estuvieras tan solo en la mañana de la vida, 
puede tu existencia cubrirse de nubarrones, hacerse tarde.... ¡demasiado
 tarde! 
Para el Cristo glorificado de Emaús, no se hacía tarde; 
lo mismo le era la noche que el día, pero para ellos sí. Para ti también
 se hace de noche, podría hacerse tarde definitivamente.... 
Si los discípulos de Emaús hubiesen cerrado la puerta y 
dejado marchar a Cristo, no habrían estado en Jerusalén cuando se 
apareció de nuevo en el aposento alto aquella noche; quizá no le habrían
 visto de nuevo hasta el día que le verían en la otra vida, asombrados, y
 El les diría: ¿Por qué no me reconocisteis? ¡Insensatos y tardos de 
corazón! Ciegos e incrédulos para creer lo que los profetas han dicho; 
lo que la Palabra ya revelaba y vosotros os negasteis a aceptar. 
¿Querrás que el Señor tenga que decirte esto un día? 
—Quédate con nosotros —le dijeron. 
—Quédate conmigo —debemos decirle—. Toma posesión de mi 
casa, de mi ser, de mi vida; tengo miedo de mí mismo, de mi propio 
corazón, si no me decido hoy. Si no te confieso, tengo miedo de que 
olvide pronto lo que ahora siento....; que el corazón se enfríe....; 
tengo miedo de que tú te alejes y te pierda para siempre. (Véase 
anécdota El dueño del cabaret que rompió el letrero.) 
¡Ojala que así lo hagan muchos! Es quizá recordando esta escena de Emaús que Cristo dijo las palabras de Apocalipsis 2:20. 
4) Necesidad de dar a Cristo el primer lugar 
Los discípulos de Emaús no sólo le invitaron a entrar, 
sino que le pusieron a la cabecera de la mesa, le rogaron partir el pan.
 Hay quienes declaran haber recibido a Cristo en alguna ocasión pasada, 
pero continúan su vida: no haciendo mucho caso de su Señor. Le dirigen 
pocas palabras de domingo a domingo. Oyen los mensajes de la Palabra de 
Dios con el pensamiento y el corazón en otra parte; temen confesarle por
 el bautismo, ser víctimas de excesivo fanatismo.... y siempre viven en 
la duda.... 
Suponed que así hubiesen hecho los discípulos de Emaús, 
posiblemente Cristo no se les hubiera revelado. Siempre habrían estado 
dudando. ¿No quieres ponerle hoy en la cabecera de tu mesa? Si no lo has
 hecho, ve y dile: «Señor, yo te admití en mi vida, pero no te di el 
primer lugar; le he tratado fríamente. Desde hoy oraré y leeré más tu 
Palabra, escucharé lo que tengas que decirme, tendré más comunión 
contigo y así Tú te darás a conocer a mi alma. 
5) Correr a dar las nuevas 
Si ya has reencontrado a Cristo y vives con El, todavía 
te falta una cosa: Correr a dar las nuevas. Trabajar por El. Hay muchos 
que están como tú estabas antes: perdido en la indiferencia y en la 
duda, recordando que un día creyeron, lamentándolo o tratando de 
olvidarlo. ¡Corre a decirles! He hallado a Cristo, el Señor resucitado. 
El cristianismo no es un mito, hay motivos para creer. Háblales de las 
evidencias de la fe, de la realidad de aquel Cristo vivo que está en los
 cielos y vive en tu corazón. 
Si lo haces, te ocurrirá como a los discípulos de Emaús, 
hablando de El, testificando de El, le encontrarás de nuevo. ¿No nos ha 
ocurrido muchas veces que hablando u oyendo el Evangelio el gozo de su 
presencia ha invadido nuestros corazones de un modo muy semejante al día
 de nuestra conversión? A Cristo volverás a encontrarle donde le gusta 
ir.... No sé si ellos calcularon así, pero así fue. El ha dicho: «Donde 
dos o tres se hallan congregados en mi nombre....» 
Quiera Dios que muchos hallen a Cristo hoy mismo; le 
inviten, le den el primer lugar en sus vidas, y empiecen a testificar de
 El desde hoy. 
*** 
ANÉCDOTAS 
EL DOCTOR ADOLFO LORENZ 
El 
doctor Adolfo Lorenz, de Viena, fue en la mitad del siglo pasado uno de 
los más famosos cirujanos del mundo. De todas partes venían a él 
llamamientos por carta y por teléfono pidiendo su intervención para 
salvar preciosas vidas. Incapaz de acudir personalmente a todas partes, 
el doctor Lorenz procuró instruir a otros médicos en el arte de la 
cirugía y finalmente fue a América para dar lecciones acerca de la 
extirpación del apéndice y la hernia. 
Un día, 
tratando de encontrar un poco de distracción en su pesada labor, salió 
para tomar el fresco al anochecer. En tanto, se acumularon negros 
nubarrones y empezó a llover. El doctor Lorenz llamó a la puerta de una 
casa de hermoso aspecto pidiendo cobijo, pero una mujer nerviosa abrió y
 dijo apresuradamente: 
—Estamos
 atribulados en esta casa hoy. Busque cobijo en algún otro vecino —y 
cerró la puerta. El doctor Lorenz salió a la calle y la tempestad le 
caló hasta los huesos, antes de que la persona que salió del hotel en su
 busca con un carruaje lograra encontrarle. 
Aquella 
misma noche la señora que le había rechazado abrió el periódico y vio en
 la primera página una fotografía del famoso doctor. Al reconocerle 
exclamó: 
—¡Dios 
mío, qué he hecho! He negado la entrada a mi casa a la única persona que
 podía salvar la vida de nuestra hija ¡Quizá si le cuento el caso, aún 
tendrá compasión de nosotros! 
Corrió 
hacia el hotel y le dijeron que el famoso doctor estaba dando una 
conferencia a los médicos y no podía ser interrumpido. La señora esperó 
ansiosamente, pero en vano. Al terminar la conferencia el doctor salió 
por otra puerta para ir a tomar el tren que le conduciría a una ciudad 
muy distante. 
"Hay un 
solo nombre dado a los hombres en quien podamos ser salvos. ¿Cómo 
escaparemos nosotros si tuviéramos en poco una salvación tan grande?" 
(Hebreos 12:2). 
EL DUEÑO DEL CABARET QUE ROMPIÓ EL LETRERO 
El Dr. 
Truett cuenta de una miembro de su iglesia cuyo esposo simpatizaba con 
el Evangelio pero se veía impedido a aceptarlo a causa de su oficio como
 dueño de un cabaret. La esposa estaba muy afligida por tal motivo, e 
instaba al pastor a ayudarla en oración para que su esposo rindiera su 
corazón a Cristo. 
Cierto 
día que el pastor se encontraba en la casa visitando a la esposa enferma
 esta le pidió orar. El marido estaba presente en la habitación y 
escuchó atentamente la fervorosa oración que el pastor elevó a Dios. 
De 
repente se oyeron unos fuertes martillazos en la puerta y ruido de 
cristales rotos. Cuando el pastor terminó la oración vio entrar al 
marido con un martillo en la mano. Este explicó que durante la oración 
se había sentido constreñido a entregarse a Cristo, renunciando a su 
oficio, pero temiendo que tal decisión se desvaneciera cuando el pastor 
hubiese marchado y le ocurriera como tantas veces que había estado muy 
cerca de hacer la decisión por Cristo y se había vuelto atrás, decidió 
romper en el mismo acto con lo que era un impedimento para recibir a 
Cristo y empezar una nueva vida. 
*** 
SERMÓN IX 
FELICIDAD EN EL MATRIMONIO 
(Génesis 2:15-24; Efesios 5:21-33) 
Introducción 
Es costumbre de los evangélicos considerar, en ocasiones 
como la presente, el matrimonio a la luz de Palabra de Dios. Según la 
Biblia, el matrimonio constituye la unión indisoluble de dos seres que 
se asocian para ayudarse mutuamente y promover la felicidad del uno y 
del otro en todos los aspectos. Puede que alguien sonría al oír tal 
definición, diciendo: «Esto es muy bonito en teoría, en este día de 
fiesta...., pero que entren los novios a la vida real y verán que no es 
tanta la felicidad como hoy se imaginan. ¡Cuando no se convierte tal 
unión en un infierno! ¡Es muy corto el trecho entre la «Luna de miel» y 
la «Luna de hiel». ¿Por qué ha de ser así? Dios instituyó el matrimonio 
como una «cosa buena», agradable, beneficiosa, sobre todo para el 
hombre....; no tanto para la mujer, para la cual es mejor, en algunos 
casos, no casarse.... Tampoco le es tan indispensable como al hombre; 
pero en los matrimonios afortunados, es bueno para ambos. Creemos 
sinceramente, como cristianos, las afirmaciones de aquel himno 
optimista, que dice: 
¡Oh Señor, Tú que al hombre creaste 
Y un jardín de delicias le hiciste, 
Sobre todas tus gracias le diste 
La mujer como ayuda ideal! 
Tú no cambias, Señor; para el hombre 
Que ferviente te busca y proclama; 
Para el alma que humilde te ama, 
Este mundo se vuelve un Edén. 
¿Qué debemos hacer para que sea así? Echemos una mirada 
al Edén: ¿Cuáles eran las condiciones que hacían felices a nuestros 
primeros padres? 
Se han dicho muchas cosas acerca del mito del Edén, desde
 que la teoría de la evolución se abrió paso en los círculos 
científicos. Pero lo que no puede negar la ciencia es que hay un salto 
tremendo entre el mono más evolucionado y el hombre consciente de sí 
mismo, creador de ideas, dotado de habla; espíritu en estuche de barro 
—como alguien lo ha llamado—. Y esto justifica, y reclama, una 
intervención directa y especial del Creador en el inicio de la raza 
humana.... 
Es un hecho notorio que la tradición del Edén se halla en
 el fondo histórico de todos los pueblos y religiones de la tierra. ¿Por
 qué no podemos creer que el Invisible que se manifiesta en sus obras 
(Romanos 1:20), se hizo visible por teofanía y realizó, por una 
intervención directa, en el Paraíso terrenal, el gran salto que la 
antropología no puede explicar? Es bien lógico y plausible que ese ser, 
el hombre, de categoría tan superior a los animales, fuera puesto en una
 especie de museo natural donde pudiera aprender a conocer el mundo que 
había de serle dado señorear con su superior inteligencia. 
Y este hecho histórico, acreditado por las Sagradas 
Escrituras y por las tradiciones o recuerdos más o menos vagos de la 
humanidad entera, nos lleva a preguntarnos: ¿Cuáles eran las condiciones
 que hacían felices allá a nuestros primeros padres? Les faltaban, 
entonces, sin duda, muchas cosas buenas que el arte y la industria nos 
han proporcionado en el orden material. Aprovechando tales ventajas que 
nos ofrece la experiencia de la humanidad, podríamos ser nosotros mucho 
más felices que ellos, y lo seríamos, si supiéramos cumplir las de orden
 moral y espiritual que ellos poseían y practicaban: ¿Cuáles son éstas? 
1. Las características del Edén 
1) Identidad mutua. «Ayuda idónea», dice el texto 
bíblico. Adán observó que todos los animales tenían su pareja, pero él 
se hallaba solo.... Dios dejó al hombre, destinado a ser, corona de la 
creación, solitario por un poco de tiempo para que se diera cuenta de su
 necesidad. Una hembra del mundo animal, la mejor de la raza de los 
simios, no podía satisfacerle.... No habría habido identificación ni 
comunión posible con un ser de naturaleza tan diferente, sin 
espiritualidad; sin habla, sin gusto ni capacidad para el arte, y la 
belleza; sin inteligencia superior. Por eso el Creador intervino de 
nuevo formando la verdadera corona de la creación, que lo es a la vez 
del hombre: la mujer. Un ser que completaba al varón y suplía sus 
necesidades físicas y morales. Con ella el hombre se sintió feliz y 
agradecido: vio que Dios le había dado exactamente lo que le convenía. 
2) Un amor sincero y único. Para Adán no había literal y 
efectivamente otra mujer en la tierra que Eva; por esto la amaba con 
toda la pasión de su alma. Según el poeta Mil-ton, era tan grande su 
amor, que arrostró el peligro de desobedecer a Dios cuando ella hubo 
desobedecido, para no verse separado de ella. ¡Quiso correr su suerte! 
¡Muy poético, pero muy posible! 
3) Ausencia de pecado. Hay quienes se burlan del pecado 
(Proverbios 14-9). La Biblia los llama necios. Dicen que es una idea 
inventada por los autores de las religiones, usada por curas y pastores 
para asustar a la gente. «Haz lo que quieras, con tal que no topes con 
la justicia humana —afirman—; de lo demás no tengas temor, pues ¿quién 
puede fijar los límites del pecado?» Pero el pecado es una realidad, 
porque el Autor del Universo es un ser moral, no puede ser un ser sin 
inteligencia ni voluntad. «El que hizo el ojo, ¿no verá?», dice el Salmo
 139. Por esto, algunas cosas le parecen bien y otras mal. El pecado es 
desobediencia a la voluntad de Dios, es anteponer nuestra voluntad a 
nuestra conciencia y a sus mandatos. En el Edén no había pecado, Dios 
instruía a la primera pareja, y ambos decían «sí» y «amén»; no sentían 
nada malo, no veían nada malo a su alrededor, no podían dudar el uno del
 otro, ni de Dios, tenían la perfecta caridad que no piensa el mal. En 
último lugar: 
4) Disfrutaban de plena comunión con Dios. Nuestros 
primeros padres no estaban enteramente solos; tenían un compañero 
audible, y visible, por Teofanía.... Una manifestación del Infinito se 
les aparecía diariamente para instruirles. Si era feliz el hombre, en su
 soledad, mediante la comunión con Dios, lo fue mil veces más cuando tan
 extraordinario privilegio pudo gozarlo en compañía de Eva. «¿Has oído, 
amadísima —le diría— cómo El preparó todas las cosas para nuestro 
bienestar? Hizo que creciese la hierba y los frutos jugosos de los 
árboles para nuestro refrigerio, y este río que se reparte en cuatro 
ramales, y las aves que nos alegran con sus cantos.... Dice que nos ama,
 y es cierto: cada flor, cada pájaro, cada fruta sabrosa que descubro, 
nos lo demuestran. Y mañana volveremos a oír su voz, nos dará nuevas 
instrucciones. Si alguna cosa no la recuerdas, te la recordaré yo. ¡Cómo
 quisiera llegar ya a mañana por la tarde!» 
Así vivían y eran felices nuestros primeros padres, porque: 
a) Se comprendían. 
b) Se amaban. 
c) No tenían pecado. 
d) Disfrutaban juntos de comunión con Dios. 
Pero el Paraíso se perdió. El enemigo introdujo la duda, 
la desobediencia y tuvieron que salir desterrados. Desapareció la 
felicidad, pero no el deseo. Todos queremos ser felices. De ahí la bella
 frase poética de que «ya que por la mujer se perdió el Paraíso, cada 
mujer debe esmerarse para convertir en paraíso su hogar». 
2. Las características del Edén en el mundo moderno 
Pero para que así sea, deben cumplirse las condiciones 
morales del Paraíso. No ya las materiales, porque el mundo es diferente;
 pero si logramos practicar las virtudes morales que en aquel feliz 
lugar se dieron, podemos hacer que nuestra vida se parezca al Paraíso. 
1) Conseguir ayuda idónea. Que la compañera con que uno 
se junte se parezca a uno mismo. Decimos a los jóvenes: No vayas a 
buscar una mujer muy culta si eres un sencillo peón; ni de alta 
posición, si eres pobre; pues aunque la encontraras, no habría 
idoneidad, sino una barrera entre ambos. Necesitas una compañera que 
entienda en las cosas que tú entiendes y pueda ayudarte con su consejo. 
No es necesario que tenga exactamente el mismo nivel intelectual que tú 
tienes, pero por lo menos que pueda comprenderte e identificarse contigo
 y tus cosas. 
2) Amor único y verdadero. La adaptación razonada, fría 
que comprende los derechos del otro, no proporcionaría, empero, 
verdadera felicidad sin el adherente del amor. El amor facilita la 
adaptación, la asegura. No me refiero a la atracción sexual.... esto no 
es amor (todo hombre puede sentir atracción sexual a mujeres a las que 
no ama), sino a la ternura, la simpatía, la admiración y gratitud que 
inspira el compañero o la compañera con su afecto, su cariño, sus 
atenciones, sus actos abnegados. Por esto se dice del amor: «Más que 
ayer y menos que mañana.» Esto, empero, no es realizable de un modo 
absoluto sin la tercera condición. 
3) Ausencia de pecado. Alguien dirá: ¿Es posible esta 
condición? Si todos tenemos la tendencia natural pecado; somos egoístas,
 voluntariosos, recelosos, y estamos en un mundo malo. Cierto, pero hay 
una clase de personas, los verdaderos cristianos, de los cuales Jesús 
dijo: «No son del mundo como tampoco yo soy del mundo.» Los que han roto
 con el pecado y cuentan con la gracia de Dios para ayudarles a vencer. 
No estamos en el Paraíso, es cierto; pero Jesús dijo: «El Reino de Dios 
entre vosotros está.» Cristo vino a establecer el Reino de Dios, el 
nuevo Paraíso en los corazones por la conversión (explicarlo a los 
nuevos oyentes en breves palabras). Tenemos millones de ejemplos de 
hogares quebrantados y desechos por el pecado que fueron transformados 
por este fenómeno espiritual. ¿Habéis roto con el pecado? ¿Habéis nacido
 de nuevo? Hay millones de seudo cristianos, no sólo en el mundo 
católico sino también en el protestante, totalmente engañados, pensando 
que la regeneración fue obrada por el bautismo. ¿Sois, amigos 
asistentes, cristianos de nombre? 
4) Comunión con Dios. Este es el principal secreto de la 
felicidad en los hogares y en la comunidad. Hay quienes piensan que esto
 es cuestión sólo de frailes y monjas, pero no es así. Dios es una 
realidad viva, un Ser inmanente en el Universo que quiere tener comunión
 espiritual con los humanos hechos a su imagen. No se nos aparece en 
Teofanía, como en el Edén, pero nos ha dado su Palabra, podemos hablar 
con El, darle gracias, consultarle las cosas y vivir en su presencia. No
 podemos quitar las cosas malas del mundo, ni la tendencia pecaminosa de
 nuestros corazones, pero, creedlo, por la conversión, podemos poner a 
Dios en nuestras vidas.... Cristo quiere unirse a los seres humanos que 
ha redimido, de un modo tan íntimo, que los llama «su esposa», y ha 
prometido llevarnos a un hogar nupcial que está preparando allá arriba 
(Apocalipsis 3:20 y Juan 14:1). Algunos nos llaman fanáticos a los que 
queremos tener esta comunión con Dios...., piensan que se puede ser 
cristiano, católico o evangélico, sin tomar las cosas con tanto 
fanatismo; yendo a la iglesia tres o cuatro veces al año, y tales 
personas pretenden ir al cielo. Si hay un cielo, dicen, no quieren que 
Dios les deje fuera.... Esto es tan insensato como si esta esposa 
pretendiera ser esposa del joven que tiene frente a sí, viviendo 
separada de él con sólo verle un ratito dos o tres veces al año. Sin 
embargo, esto es lo que pretenden muchos llamados cristianos con su 
celestial Esposo. ¿Cómo pueden esperar ser felices aquí y allá; en esta 
vida y en la venidera? 
La felicidad, pues, no consiste en cosas externas.... El 
Paraíso de nuestros primeros padres no fue paraíso; cuando, a causa del 
pecado, comenzó a faltar la comunión con Dios, y el hogar más suntuoso, 
lleno de ricos tapices y alfombras, es a veces, un infierno para quienes
 no tienen el amor de Dios en sus corazones. Un infierno de celos y 
recelos, de envidias y rencores.... Y en tales casos, sin ninguna 
esperanza para el más allá de la muerte que sabemos ha de venir a romper
 y arrebatarnos todos los bienes y privilegios de la vida. 
5) Amor eterno. Por esto quisiera llamar vuestra atención
 a una frase que se repite profusamente en todo noviazgo, pero que 
raramente se cumple: Eterna luna de miel. La idea es atinada, pues bien 
cierto que no hay felicidad verdadera si no es eterna. Solamente el 
pensar que termina una cosa buena es una contrariedad y un tormento 
(ejemplo de unas vacaciones, un viaje agradable, una fiesta, etc). En el
 matrimonio usamos esta frase sabiendo de antemano que es una hipérbole,
 que no puede cumplirse. Esta condición suprema de la felicidad era un 
hecho en nuestros primeros padres antes del pecado. Sabían que su suerte
 era diferente a la de los animales, puesto que habían recibido con su 
superior inteligencia una promesa de inmortalidad. «El día que pecareis,
 moriréis.» Entonces os ocurrió —vino a decirles Dios— que siendo de una
 raza superior, semejantes a los ángeles que no pueden morir, seréis 
semejantes a las bestias; dejaréis de ser inmortales. 
Y esta suprema, felicísima condición, es cumplida también
 en nosotros, los cristianos. No de un modo corporal; de ahí que tenemos
 en nuestras liturgias la consabida frase: «Hasta que Dios os separe con
 la muerte», la que suena como una campanada fúnebre, como una gota de 
ajenjo en el almíbar de nuestra felicidad en este día. Pero aun cuando 
no podemos evitar la realidad de la muerte, hay esperanza para los 
verdaderos cristianos. Jesús dijo: «Yo soy la resurrección y la vida» .... El vino «a quitar la muerte, y a sacar a luz la vida y la inmortalidad, por el Evangelio» .
 Por esto podemos hacer nuestra la frase de «Eterna luna de miel», pues 
aun cuando se termine la pequeña cantidad de miel del vaso en nuestras 
vidas, tenemos el torrente inagotable de felicidad que Cristo nos ha 
prometido en la vida superior. Allá os en-a nuestras amadas esposas y 
esposos (pues el amor nunca deja de ser). Los encontraremos, no para una
 unión física (que tampoco necesitaremos), pero sí para una unión moral y
 espiritual, recordando la vida que pasamos juntos y mirando a la mucho 
más feliz que tendremos delante. 
Esto es lo que auguramos y deseamos, no solamente a 
nuestros amados hermanos X y X, sino también a todos los que habéis 
venido a presenciar su unión ante Dios, compartiendo su gozo en este 
memorable día. ¡Ojala sea un día memorable, no sólo para ellos, sino 
para quienes hoy pudieran comprender la felicidad de la vida cristiana, 
dando a Cristo sus corazones empezarán a vivirla y experimentarla de 
verdad. 
SERMÓN X 
SIGNIFICADO DEL AMOR 
Efesios 5:25-28; 1.a Corintios 13:4-8 
La boda de nuestros queridos X y X nos da la oportunidad de hablar del viejo tema del amor (1). 
Se ha dicho que el amor es arte, poesía, música del alma.
 Es el medio escogido por el Creador para la institución básica de la 
sociedad humana: la familia; y para la preservación de las razas. El 
amor es, ciertamente, el vehículo de la vida. 
Por ser algo tan grande, tan sublime, el amor es también 
la virtud más falsificada. Sabéis bien que en el terreno material no son
 objeto de falsificación las cosas vulgares, sino siempre las más 
preciosas, las de más valor, las obras de arte, las joyas.... 
En el terreno moral, el amor es el divino tesoro que más se ha procurado falsificar. 
El amor se falsifica y envilece en los lupanares; se 
finge en noviazgos de conveniencia; se imita y desvaloriza en 
matrimonios mal avenidos.... 
Por esto, amados míos, en este momento solemne y sagrado 
de vuestras vidas, cuando venís a juntarlas delante de Dios por el santo
 lazo del matrimonio, considero oportuno daros, a la luz de la Divina 
palabra, una idea concisa y exacta del verdadero amor, para que os 
preguntéis en lo íntimo de vuestras conciencias si es y si será de esa 
legítima calidad, el amor que os profesáis y que os ha traído a este 
lugar. 
1. Análisis del amor 
Como la luz se descompone en siete colores al pasar a 
través de un prisma y todos juntos forman el maravilloso don de Dios que
 nos permite disfrutar del privilegio de la visión, así el amor, 
analizado por el poderoso e inspirado intelecto del apóstol Pablo, es 
descompuesto, para mostrarnos algunas de sus características de un modo 
bien definido. 
1) El verdadero amor es desinteresado . Con dos 
grandes frases el apóstol Pablo define esta característica. Dice: el 
amor «es sufrido», «no busca lo suyo». Mientras el falso amor es egoísta
 y busca tan sólo el propio bien, la propia satisfacción, aparentando 
amar al otro; el verdadero amor es altruista, procura el bien del otro, 
es compasivo. Se dice: «No importa que yo sufra un poco más, con tal que
 el otro ser a quien amo, sufra un poco menos, tenga menos molestias, se
 beneficie o se recree. Yo me recreo, viendo como él, o ella, se goza. 
Tengo en ello mi compensación.» 
Cuando ese amor es mutuo, se establece una especie de 
rivalidad en su práctica. Cuántas veces los maridos viejos recordamos 
haber tenido que decir a nuestras fieles compañeras: «Si tú no comes 
esto, yo no lo como», «si tú no vas, yo no voy....» De ahí la expresión 
refranero: «Partirse un piñón», que significa compartir hasta las cosas 
más pequeñas; todas las cosas buenas, del mismo modo que las 
eventualidades de la vida nos obligan a compartir las cosas malas. 
2) Es paciente.  «Todo lo espera, todo lo 
soporta.... El lazo del matrimonio significa la unión de dos voluntades 
diferentes, diversas. ¿Cómo aunarlas? ¿Cómo ponerlas en concierto? 
¿De qué modo ensambláis dos maderas? Cortando la mitad 
del grueso de un cabo de la una y otra mitad de la otra. Así, una vez 
ensambladas, parecen una sola pieza lisa. Del mismo modo debes 
sacrificar, esposa, una parte de tu voluntad para dar lugar a la de tu 
cónyuge. Otro día, si él es comprensivo, sacrificará una parte de su 
voluntad para complacerte a ti. 
Debéis tener en cuenta que ninguno de los dos es un ser 
perfecto. Esposa, tu marido tendrá sus errores, sus obcecaciones, sus 
gustos. No intentes hacérselos comprender o hacerle cambiar de parecer a
 base de terquedades tuyas. Sé paciente, espera; vendrá el momento de 
hacerles reflexionar cuando haya pasado la contrariedad. 
Marido, tu esposa no es un ángel, aunque quizá se lo 
hayas dicho más de una vez. No es un ser perfecto, tendrá fallos, 
errores, retrasos, que quizá contrariarán tus planes; tiene, además, una
 voluntad propia que debes respetar, no es una máquina ni una esclava. 
Cuando ella haya fallado, es tu deber reparar el fallo, no con 
reprensiones duras, que serían como gotas de ajenjo en la miel del amor 
que os profesáis, sino con tu actividad, con tu ejemplo. Si se ha 
retrasado en alguna cosa, ayúdala. El mismo hecho de verte dispuesto a 
ayudarla, le será a ella de más estímulo que las palabras más duras, 
pues la mujer española tiene un cierto orgullo de la profesión «sus 
labores». Y hazlo con un rostro sonriente, incluso bromeando, para que 
no tome a mal tu entrada en sus quehaceres. 
Mantener el idilio del noviazgo es el secreto de vuestra 
felicidad. ¿La romperíais por alguna tontería?, ¿por algún retraso, por 
un descuido? El verdadero amor es paciente, no se irrita, no guarda 
rencor. 
3) Es confiado . «El amor todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta». 
—Pero esto es ser candido —dirán algunos—. El amor es receloso, siempre desconfía, tiene celos; los celos son prueba de amor. 
No, esto es una gran equivocación; los celos no son 
prueba de amor, sino de egoísmo. ¿Querrás para ti solo todas las 
sonrisas de tu ángel? Si así fuera, sería que no la amas tanto como 
pretendes. Deja que otros admiren lo que tú posees, que te envidien tu 
felicidad, que te feliciten en su corazón.... Y para que así sea, debes 
permitir que tu esposa alterne con otros hombres, honradamente, dentro 
de los términos de la pureza y el amor de Dios, que tú sabes son de tu 
amada, su mayor tesoro espiritual. Los celos no caben entre creyentes de
 alta calidad porque en sus vidas no cabe el pecado. 
Y tú, esposa, ¿has de recelar de lo que pueda hacer tu 
marido fuera de tu vista? Los celos, en lugar de ser una de las 
cualidades del amor, son una enfermedad del amor, un tormento del alma. 
Permíteme darte dos consejos, dos remedios eficaces contra el mal de la 
posible infidelidad que trae revuelto al mundo entero y es origen de 
toda clase de malquerencias, altercados y hasta de crímenes. 
a) El primer remedio es tratar a tu marido de tal manera 
cuando esté contigo, en casa o fuera de ella, que no halle otra 
felicidad ausente de ti; trátalo como un novio toda la vida..... 
b) El segundo remedio es fomentar en su alma la verdadera
 piedad, el temor de Dios, una fe más y más profunda. Si tu marido vive 
cerca de Dios, si se siente a cada momento ante su santa presencia, si 
no ha descuidado la lectura de la Palabra divina y de otros libros 
profundamente cristianos que eleven sus pensamientos y sus ideales, 
difícilmente podrá ser arrastrado por las tentaciones del pecado. El 
pensamiento cristiano de «Tú, Señor, me ves», le guardará de toda 
tentación, pues sabe que aunque a ti pudiera engañarte, no puede engañar
 a Dios. 
Amados míos, tenéis el privilegio de que vuestro amor 
esté cimentado sobre la roca de vuestra fe. Si ambos creéis de todo 
corazón, si sabéis que no sois vuestros, sino que ambos pertenecéis a 
Cristo, vuestro divino Redentor y Señor, no os sentiréis libres para 
hacer lo que os dé la gana, para seguir los impulsos del viejo hombre; 
ni en los pequeños detalles de la vida, ni tampoco para faltar a la 
solemne promesa de fidelidad mutua que en este momento vais a 
haceros.... 
4) Es permanente. Entonces vuestro amor tendrá por 
encima, y como corolario de todas las otras virtudes que el apóstol 
destaca, la virtud final, la decisiva, la absoluta, la virtud de la 
permanencia. «El amor nunca deja de ser....» 
2. El más alto ejemplo del verdadero amor 
De ahí que el mismo apóstol que en 1.a Corintios 13 nos 
da una descripción y análisis tan completo del amor en general, en el 
segundo pasaje pone como ejemplo del amor conyugal, el más alto y 
perfecto de los amores, el amor de Cristo a la Iglesia. 
Ved la semejanza: El amor de Cristo fue y es 
desinteresado, pues nada necesitaba ni necesita de nosotros; es sufrido y
 benigno, pues le costó los sufrimientos de la cruz, el poder 
redimirnos; no buscó su propio bien, sino el nuestro, hacernos felices 
con El por la eternidad. Su amor es también paciente, pues nos soporta 
cuando no somos para El lo que debiéramos ser, su amor es firme y 
eterno. Nunca deja de ser. 
Por esto el amor de Cristo es el amor que merece ser 
tenido como lema y enseña de nuestras vidas, como modelo de nuestro 
propio amor humano, si queremos disfrutar de la relativa felicidad que 
nos es dable alcanzar sobre la tierra. Y sobre todo, amigos, y esto es 
lo más importante, el amor a Cristo, la fe en Cristo, el pertenecer a 
Cristo, es guía y garantía de aquella otra felicidad absoluta y perfecta
 a que aspiran nuestras almas: la felicidad que no ha de tener fin. 
Muchos se han preguntado: ¿Por qué en un pasaje tan 
humano, que empieza con «Maridos, amad a vuestras mujeres», mezcla el 
apóstol Pablo un tema tan diferente, tan espiritual, como el del amor de
 Cristo para con la Iglesia? ¿Sabéis por qué? Porque además de las 
curiosas semejanzas que hemos señalado, el amor de Cristo es lo más 
importante, lo definitivo, lo eterno; todo lo demás, lo bueno y lo malo,
 es transitorio, pasajero, deleznable y no llena de un modo perfecto las
 necesidades de nuestra alma que, por ser hecha a imagen y semejanza de 
Dios disfruta, sí, de lo pasajero, pero con nostalgia de lo eterno; 
sintiendo que no es esto, lo de aquí, lo definitivo. 
Cuando os vemos en este lugar, amados míos, en este día 
de fiesta, de regocijo, en «vuestro día», sin duda el más feliz de 
vuestra vida, recordamos nuestro propio día. Parece ayer que estábamos 
llenos de ilusiones, de planes, de proyectos, delante de otro servidor 
de Dios que nos hablaba en los mismos términos; sentados como vosotros a
 la puerta de la vida, prometiéndonos una felicidad de la que hemos 
disfrutado por casi medio siglo ante la presencia de Dios en medio de 
las vicisitudes de la vida. Pero han pasado los años y estamos ya en el 
ocaso. Si todo terminara aquí, ¡qué poca cosa sería, nos decimos, la 
humana existencia! 
Pero con esta referencia al amor de Cristo a la Iglesia, a
 los creyentes a, los que han aceptado su amor, y a El se han unido por 
los lazos de la fe, Dios nos dice: Sursum corda , «arriba los 
corazones»; hay otra felicidad permanente, eterna para los cristianos. 
Para los que tenemos un esposo celestial que ascendió a los cielos, hay 
una esperanza mejor, por encima y más allá de todas las felicidades 
pasajeras de la vida. 
Sí, amigos, la Palabra de Dios nos asegura que hay una 
boda espiritual para nuestros seres glorificados; un día de fiesta 
gloriosa que El nos ha prometido; una boda en la cual todos, amigos 
queridos, estáis invitados. Y bien quisiéramos que la invitación que os 
ha llevado a presenciar la boda de nuestros amados X.... y X.... os 
llevara también a aquella boda celestial. Que os indujera a pensar en lo
 bueno y necesario que es ser cristiano de veras. Que os trajera a 
recibir a Cristo en el corazón, y a vivir al amparo de su gracia, libres
 de muchos peligros que destruyen la felicidad de tantas familias, 
libres del pecado, libres del temor a la muerte, caminando con 
esperanza, hasta que, apoyados en vuestros compañeros o compañeras de la
 vida, tenga Dios a bien llamaros a disfrutar de aquella otra existencia
 definitiva y eterna, salvos por Cristo. 
Quiera Dios bendecir a nuestros amados hermanos en su 
nuevo estado, haciéndoles un matrimonio cristiano ejemplar. Quiera Dios 
que sea su hogar un remanso de paz, de amor, de amor verdadero y 
perdurable, quiera Dios bendecir a sus hijos si tiene a bien 
concedérselos, que les otorgue el Señor prosperidad y salud. Y que 
cuando dentro de muchos años miréis atrás recordando este día, podáis 
dar gracias a Dios por haberos hecho encontrar el uno al otro. Por 
haberos permitido apoyaros y ayudaros mutuamente; unidos ambos al Señor,
 en los momentos fáciles y placenteros como en los momentos difíciles de
 vuestra vida. Y que sin haberse entibiado un ápice vuestro amor, antes 
al contrario, amándoos más y mejor por los favores y servicios que 
habréis tenido ocasión de dispensaros el uno al otro en múltiples 
circunstancias de vuestra carrera terrestre, os dispongáis a entrar en 
la felicidad definitiva del Reino de los Cielos, donde, sin existir el 
amor físico, permanece empero la unión del amor con aquellos que hemos 
amado sobre la tierra, pues «el amor nunca deja de ser». 
1 Este 
sermón fue predicado originalmente por el autor a la edad de 70 años en 
la boda de unos sobrinos suyos. Los pastores jóvenes que tengan a bien 
adaptarlo tendrán que modificar este párrafo cambiando los nombres según
 cada caso. 
SERMÓN XI 
LA ESPOSA DE ISAAC, FIGURA 
DE LA IGLESIA 
(Génesis 24:34-38 y Efesios 5:22) 
Abraham era el hombre escogido para ser padre del pueblo 
judío, elegido por Dios para traer su revelación al mundo. Por esto le 
sacó de su parentela idólatra. Para que se cumpliese la promesa divina, 
necesitaba casar a Isaac, y tenía que hacerlo con una muchacha idólatra 
de la tierra, una forastera que alejara a su hijo de los ideales del 
clan patriarcal, fundado en las promesas de Dios. Por esto toma 
juramento a Eliezer, porque había peligro de que sin esta formalidad 
descuidara su encargo dadas las dificultades de la empresa. Son de notar
 los siguientes detalles: 
El peligro de ir con una caravana pequeña por el desierto. 
La dificultad de encontrar y persuadir a la muchacha. 
El riesgo de que una vez encontrada y traída al campamento patriarcal no fuera agradable al hijo, o quizás al padre. 
 
No sólo Abraham era piadoso en aquella gran casa. Sus 
servidores conocían a Dios como el Omnipresente, Omnisciente y 
Omnipotente. Habían tenido pruebas de ello en el caso de Agar y en la 
destrucción de Sodoma. Por esto Eliezer sabe recurrir oportunamente a la
 ocasión, y se muestra un hábil emisario del gran patriarca. 
Contar la historia brevemente, haciendo observar: a) Lo bien que presenta al heredero. Enfatiza que es neo y único. 
b) La urgencia del caso, que le hace renunciar a un bien merecido descanso y espera en casa de Labán. 
c) La intrépida decisión de la muchacha en su aventura de fe. 
d) La piedad de Isaac. ¿Qué iría a pedir en el pozo del 
«Viviente que me ve», o sea, la fuente milagrosa de Agar? Seguramente, 
el buen éxito del mensajero que iba para un asunto tan importante de su 
vida. 
e) La humildad de la muchacha, mostrada en una curiosa 
costumbre oriental (vers. 65). Toda la historia es un hermoso ejemplo 
para los jóvenes. Podemos creer que no sólo en el casamiento de Isaac 
intervino Dios sino que si «los ojos del Señor están sobre los justos», y
 es cierto lo que nos asegura el Señor en Mateo 6:26-34, no ha de 
pasarle desapercibido un asunto tan importante como el matrimonio de 
cada uno de sus hijos. Casamiento que se principia, se concierta y se 
efectúa en oración, no puede menos que resultar un éxito. 
Notemos que Isaac no se apresuró. Tenía 40 años; ni miró 
la belleza física de la novia, puesto que ni la conocía. Pensaba sólo en
 su responsabilidad como «hijo de la promesa». Todo matrimonio es una 
cosa muy seria, porque implica la formación de un hogar para pasar la 
vida; que es a la vez una prueba o examen para la eternidad. 
Esta historia no ha de ser considerada solamente como un 
aleccionador ejemplo de matrimonio humano, pues ciertos detalles que en 
ella concurren, nos lo hacen aparecer como parábola o figura de un 
propósito divino mucho más grande y sublime. 
1. La Iglesia es la esposa mística de Cristo 
Esta no es una idea exclusiva de San Pablo. San Juan 
Bautista lo previno en Juan 3:29 y Jesús mismo parece confirmarlo en la 
parábola de las bodas y de las diez vírgenes. 
a) La conversión a Cristo es, efectivamente, un idilio espiritual y tiene similitud con un matrimonio porque: 
Está fundada sobre el amor. «Nosotros le amamos a El 
porque El nos amó primero», afirma Juan, y Pablo exclama: «El amor de 
Cristo nos constriñe.» El amor redentor de Cristo nos ha ganado el 
corazón. No hay ninguna otra religión fundada sobre semejante base. Amor
 con amor se paga. (Véase anécdota El toque de queda.) No somos 
fanáticos, sino corazones agradecidos, y no tanto como debiéramos. 
b) Se basa en un propósito inmutable de Dios. ¿Por qué 
nos ha querido a nosotros y no a otros seres del Universo más dignos? 
Misterios del amor divino. Cristo estaba rodeado de criaturas 
celestiales perfectas desde la eternidad, a las cuales podía asociarse. 
Ángeles, arcángeles y serafines se hubieran sentido privilegiados de 
ocupar el lugar prometido a la Iglesia, pero ha escogido un pueblo 
humilde y lejano, moral-mente, de la perfección celestial. ¿Por qué? La 
gratitud aumenta el amor. Nunca ángeles o arcángeles podían amarle como 
podemos y debemos amarle nosotros. ¿Le amamos como se merece? Nos parece
 a veces que le amaremos mucho y le serviremos muy bien allí, pero no 
será si no hemos empezado a servirle y amarle acá en la tierra. (Véase 
anécdota Cosas que no podremos hacer en el Cielo.) 
2. Eliezer, emblema del Espíritu Santo 
De acuerdo con la promesa de Cristo en Juan 16:13-15, la 
tercera persona de la santísima Trinidad está en el mundo desde el día 
de Pentecostés con una misión especial, llamando a las almas al amor y 
la fe en Cristo. Como en el caso de Eliezer, e infinitamente más, las 
dificultades de la empresa han sido grandes en un mundo perdido como el 
nuestro. 
1) Por la oposición de Satanás. ¿Por qué han existido 
tantas persecuciones en contra del cristianismo? Esta es la inquietante 
pregunta desde aquí abajo, pero existe otra mejor: ¿Por qué ha habido 
tantos fieles campeones de la fe en todos los siglos dispuestos a dar 
para Cristo todo lo más precioso y tangible y aun la propia vida? 
Imposible habría sido sin el Espíritu Santo. 
Aún está aquí este gran ayudador divino. ¿No lo veis? ¿No
 oís su voz en el corazón? ¿En el mensaje del predicador? El gozo y 
entusiasmo que sentimos cada vez que nos ocupamos en las cosas 
espirituales, ¿quién lo produce? 
2) Como Eliezer, el divino Mensajero nos habla de un 
invisible lejano. Esto es otra gran dificultad, pero no pretende 
hacernos creer sin pruebas. El criado de Abraham presentó muestras de lo
 que contaba acerca de las riquezas de su señor, las joyas de su 
obsequio. 
También nosotros tenemos pruebas que corroboran el empeño del mensajero divino. 
a) Que Dios nos ama, ¿no lo vemos en mil muestras de la Naturaleza? 
b) Que debe haber un cielo, ¿no lo sentimos en nuestro vacío de felicidad y en nuestro anhelo de vida eterna? 
c) ¿No está el Evangelio acreditado desde hace veinte 
siglos con dones del Espíritu Santo? (Hebreos 2:3-4). Ni siquiera los 
enemigos de los primeros siglos niegan los milagros de Cristo. Cuadrato 
habló con enfermos curados por Cristo, sus milagros fueron públicos y 
realizados ante enemigos sagaces. Recordemos, empero, la bienaventuranza
 de Jesús a Tomás: No pidamos más pruebas que las que necesitamos. 
Obremos con la fe de Rebeca, o quedaríamos sin herencia. 
3. El Espíritu Santo reclama una decisión inmediata 
Eliezer estaba ansioso de servir a su Señor. Todo 
servidor de Dios, inspirado por el Espíritu Santo, está deseoso de 
producir una decisión en las almas. Cristo se lo merece. Hace cerca de 
veinte siglos que murió y aún no está completo el número de los 
redimidos. Podía haberse completado mucho antes si los cristianos 
hubiesen sido más celosos y fieles, menos carnales y mundanos, más 
llenos del Espíritu Santo. 
Por esto rehúsa el descanso en Harán. En diez días podían
 salir amigos que disuadiesen a Rebeca. ¡A cuántos que hicieron una 
decisión por Cristo ha sucedido! Ahora no nos quita del mundo; pero nos 
guarda del mal. 
b) Porque Eliezer tenía interés en el bienestar de la 
muchacha. Ella se había mostrado servicial y simpática en el pozo y la 
apreciaba. Hay un doble motivo para el Espíritu Santo al procurar la 
salvación de las almas. Si somos humanamente buenos como Cornelio, 
porque sabe que nuestra bondad no es suficiente; si somos malos, para 
librarnos de una mayor condenación. 
c) Conocía mejor que ella y que sus pariente de Harán los
 privilegios a que estaba llamada (vers. 35-36). Asimismo el Espíritu 
Santo nos ha revelado, por las epístolas inspiradas, que Cristo es el 
unigénito de Dios. El único Ser en el universo que es uno con el Padre. 
Los ángeles y arcángeles no son más que criaturas, pero Cristo «es el 
heredero de todo, por el cual asimismo hizo el universo (Colosenses 
1:15-17). Es maravilloso pensar que semejante Ser nos amó, y vino a 
sufrir por ti y por mí, y nos prepara un hogar a su lado (Juan 14:2 y 
17:24). 
¿Titubeas aún en aceptar la invitación del Espíritu 
Santo? ¡Qué locura ha de parecerle a Aquel que conoce toda la realidad y
 profundidad de este bien. ¿Y no queréis venir a Mí para que tengáis 
vida?, decía Cristo. Lo que equivalía a declarar: ¡Pobres, desgraciados,
 condenados a morir!, ¿no queréis uniros a la fuente de la vida? ¿No 
queréis ser herederos de glorias eternas? 
¿Qué responderás? Dile: Sí; iré enseguida. Espíritu de 
Dios que hablas a mi corazón, iré contigo al cielo. Sostenme en los días
 del viaje, durante la peregrinación, enséñame a amarle, hablándome de 
él, y preséntame un día al divino esposo limpio de pecado, santo y sin 
mancha. 
1 El 
presente sermón, por su carácter exegético, no es apto para ser usado 
entero en un acto nupcial, a causa de su extensión, si ha de ser bien 
desarrollado por el predicador usuario, sino en clases de estudio 
bíblico para jóvenes. Pero lo ponemos en este lugar porque los 
predicadores pueden sacar de él alguna idea apropiada para mensajes de 
boda. 
ANÉCDOTAS 
EL TOQUE DE QUEDA 
Se 
cuenta que un joven había sido sentenciado a muerte por delito político 
en días de Cromwell. Su novia fue a pedir el indulto, recibiendo la fría
 respuesta de que el joven debía morir el día fijado, según era 
costumbre en aquellos tiempos, al toque de oración de la tarde. Cuando 
el sol iba poniéndose y se aproximaba la hora fatal, la amante joven 
subió sigilosamente al campanario de la ciudad y se asió al badajo de la
 gran campana. El campanero viejo y algo sordo, vino a la hora fijada y 
tiró de la cuerda volteando el débil cuerpo de la muchacha en todas 
direcciones. Pero ella resistió el dolor de repetidos golpes y 
torceduras sin soltarse: 
En el 
cuartel, en tanto, el pelotón formaba en el patio aguardando el sonido 
fatal para ejecutar la sentencia, pero iba oscureciendo y la campana 
permanecía silenciosa. Cuando iba a investigarse el motivo de la 
tardanza apareció la joven ensangrentada, y arrodillándose a los pies 
del general pidió una vez más, con lágrimas, la vida de su amado. 
El 
Protector, Cromwell, que era un hombre duro pero tenía rasgos de 
generosidad basados en su profunda fe cristiana, al verla en aquel 
estado, y tras oírle contar entre sollozos lo que había hecho, exclamó 
conmovido: 
—Id, amantes de la vida. El toque de queda no sonará esta noche. 
El joven
 en cuestión, antes de comprometerse con aquella joven era libre para 
escoger a ella o a cualquier otra. Aun después de comprometido (aunque 
ello no es recomendable, y los creyentes deben evitarlo en todo lo 
posible), podía arrepentirse de su elección y buscar a otra joven por 
esposa. Pero después de aquel dramático suceso, ¿podía romper de tal 
modo el corazón de la que tanto amor le había demostrado? ¿Cuál sería 
nuestro juicio para tal proceder? Sin embargo, esta es la conducta de 
aquellos que, conociendo a qué precio han sido salvados, rechazan a 
Cristo y se niegan a entregarle su corazón. 
*** 
SERMÓN XII 
EL MOTOR DEL MINISTERIO CRISTIANO 
(2.a Corintios 5:14) 
Sermón devocional predicado en 
el Congreso de Comunicaciones 
Evangélicas de Huampani (Perú), 
el domingo 17 de septiembre de 1967. 
Hemos estado aquí exhortándonos, edificándonos, 
recibiendo enseñanzas mediante ponencias, cursillos y coloquios. Yo 
diría que hemos estado pulimentando y engrasando la maquinaria de 
nuestro testimonio evangélico. Pero ¿cuál es el motor que ha puesto en 
marcha e impulsa todos estos engranajes que envían la palabra hablada 
por los aires en la cadenciosa lengua de Cervantes, y multiplica la 
palabra escrita para que el mensaje de salvación entre por los ojos de 
los niños, y hable a los corazones de jóvenes y adultos? ¿Qué es lo que 
mantiene en acción a todo este instrumental de predicadores, locutores, 
instructores de escuela dominical, vendedores de libros y visitadores? 
Algunos se apresurarán a decir: La oración; otros, el Espíritu Santo. Yo
 llamaría al Espíritu Santo la energía que desciende del Dios Trino, y a
 la oración el contactar de ella, ¿pero cuál es, en realidad, el motor 
de semejante actividad? 
Creo que el pasaje leído de 2.a Corintios nos da la 
respuesta. Allí encontramos a un hombre que es un portento de actividad 
envagelística. Pudiera ser un rabino cómodamente situado en Jerusalén, 
ocupando una cátedra en el colegio de su maestro Gamaliel; o un patricio
 romano en su confortable hogar de Tarso de Cilicia; pero es un 
incansable trotamundos, corriendo de nación en nación y de continente en
 continente por las orillas del Mediterráneo. Un predicador espontáneo 
insultado en las sinagogas, perseguido en las ciudades, apedreado, 
puesto en la cárcel, abucheado por horas enteras, que anuncia el 
Evangelio de día y trabaja de noche; escribe largas cartas, recibe 
visitas y atiende con solicitud las consultas de numerosas iglesias. 
Su actividad es tan extraordinaria y su consagración tan 
apasionada, que algunos llegan a decir que está loco (versículo 13). El 
apóstol defiende su sensatez y su prudencia aludiendo a la esperanza de 
otra vida; (vers. 1, 9 y 10); y termina sometiéndose a un examen 
imparcial ante la conciencia de su detractores (vers. 11). Después de 
esto, abriendo de par en par las puertas de su alma declara a todos el 
secreto de su asombrosa vida. Siguiendo la anterior metáfora, diría que 
nos lleva a la sala de máquinas de su propio ser moral, y nos muestra en
 el centro de su asombrosa personalidad una poderosa dinamo, conectada 
con todas las actividades de su vida apostólica: «He aquí —exclama— el 
secreto de lo que os extraña y admira. He aquí el poder que mueve la 
vida, las manos, los pies de este hombre para vosotros incomprensible; 
de este aparente loco». Es: 
1) El secreto del amor  (vers. 14:15). Se trata de 
un loco de amor. Ganado, y estrechamente unido, a Aquel que con su vida,
 con su muerte, con su sacrificio imponderable, conquistó su corazón y 
lo encendió en esta llama viva, se mueve al impulso de este poder 
sublime. «El amor de Cristo me constriñe»; me impulsa, me lanza, me 
empuja a todas las actividades que admiráis, pues, como dice en otro 
lugar, ¡Ay de mí si no anunciare el Evangelio....! 
¿Es así nuestro caso, hermanos? Examinemos esta mañana 
nuestros corazones ante Dios. ¿Cuál es el verdadero impulso que mueve 
nuestras actividades y nuestras empresas para la comunicación del 
Evangelio? 
¿Es el dinero? ¿Somos meros profesionales de la obra de Dios? 
¿Es el orgullo? ¿Que pueda ser admirada nuestra labor y 
nuestras iniciativas por propios y extraños. (Véase anécdota El sueño de
 un pastor.) ¿Cuál sería el resultado de un análisis de nuestro celo? 
¿Para qué vivimos? 
¿Por quién vivimos? ¿Es el amor de Cristo la única y verdadera fuerza impulsiva de nuestras vidas? 
Se ha dicho que el cristianismo es un idilio 
espiritual.... Así lo declara Juan: «Nosotros le amamos a El porque El 
nos amó primero. Nuestra conversión y nuestra consagración a su 
servicio, no son sino una respuesta lógica, natural, al amor de que 
fuimos objeto. 
Varias veces he predicado sobre el tema «El amor que ató a
 Cristo a la cruz» y lo he ilustrado con la anécdota El mártir y las 
cadenas (véase anécdota). ¿Cómo respondemos nosotros? ¿Es verdad que 
servimos a Cristo por amor; con un amor tan puro, tan leal, tan 
verdadero como el que El tuvo por nosotros? 
2) El amor debe ser correspondido . Cuando niño, 
solía visitar un laboratorio pedagógico de Física, situado en la cumbre 
del Tibidabo, donde, entre muchos otros experimentos curiosos, se nos 
mostraba el de la correspondencia del sonido. Una cuerda afinada a 
cierto tono, al ser golpeada, producía una onda sonora que ponía en 
vibración, y hasta en movimiento, otra cuerda afinada al mismo tono 
situado a algunos metros de distancia. Para nosotros era una maravilla 
ver cómo la cuerda simpática respondía con el mismo tono a la vibración 
de su homogénea, sin que nadie la tocase. He aquí una ilustración de 
cómo el amor de Cristo halla eco en lo corazones sintonizados por el 
Espíritu Santo. 
¿No os habéis fijado cómo parece ser esta la gran 
preocupación de Cristo, en el famoso pasaje de Mateo 16? Cuando Jesús 
anuncia por primera vez su muerte redentora a sus discípulos, y después 
de reprender a Pedro que trataba de desviarle del camino del sacrificio,
 exclama a renglón seguido: «Si alguno quiere venir en pos de mí, 
niéguese a sí mismo.... porque el que quisiere salvar su vida la 
perderá....» Uniendo este versículo al 26: «¿De qué aprovechará el 
hombre si ganare todo el mundo y perdiere su alma?» Hemos aplicado 
muchas veces este pasaje a los inconversos. Pero el versículo 26 es para
 los inconversos y el 27 es para nosotros. Sabemos que la salvación no 
es por obras, pero la recompensa sí. Podría darse el caso de salvar el 
alma y perder la vida, es decir, la gran oportunidad que representa 
nuestra vida en el plan de Dios, por no haber sabido o querido dedicarla
 a lo único que tiene repercusión y premio en la eternidad. (Véase 
anécdota Ingenua oración infantil.) ¿Hallará el Señor en nosotros obras 
de amor, de legítimo afecto y gratitud que le permitan la satisfacción 
de poner un gran crédito a nuestra cuenta? ¿Haremos de nuestra breve y 
deleznable vida un éxito rotundo para la eternidad? 
3) El amor debe ser tenaz . Esta es la condición 
del verdadero amor. ¿Habéis visto lo que hacen dos que se quieren de 
veras cuando chocan con la oposición de padres, parientes o amigos? 
¡Cuántos dramas de amor humano tienen en tensión los corazones de 
millares de lectores de novelas o de espectadores de la grande y pequeña
 pantalla! Sin embargo, muchos que se emocionan por algún amor ficticio 
han oído hablar de un amor sublime, no de un ser humano, sino divino, 
que se sacrificó por ellos sin tener ninguna necesidad de amarles, ni 
sufrir hasta tal punto y, sin embargo, permanecen indiferentes, o sea 
amilanan fácilmente ante la oposición o persecución a que el amor a 
Cristo les expondría (Mateo 13:21). Gracias a Dios, empero, que su amor 
ha hallado eco en algunos corazones acá y allende el océano en personas 
que pueden declarar como Pedro: «Señor, tú sabes todas las cosas; tú 
sabes que te amamos.» 
4) El amor es ingenioso . Me he gozado en estos 
días al visitar la exposición del Congreso examinando, además de 
interesantes libros, ingeniosos métodos audiovisuales que en ella se 
exhiben. Lo que alegraba mi corazón era pensar que los cerebros y las 
manos que habían ingeniado todos aquellos sistemas curiosos de presentar
 el mensaje de Cristo a niños y adultos, lo habían hecho más que por 
dinero por el ardiente deseo que sienten de hacer claro y asequible el 
mensaje de Cristo. El amor es siempre ingenioso y a veces la dificultad 
aguza el ingenio y la iniciativa. (Véase anécdota Recursos ingeniosos en
 tiempos de intolerancia.) 
Algunos hermanos extranjeros han mostrado admiración por 
tales incidentes, pero yo no veo en ello nada de extraordinario. Estoy 
seguro que muchos cristianos sinceros, en los países que representáis, 
harían exactamente lo mismo, o quizá mucho más, de haberse encontrado en
 las mismas circunstancias que nos hallamos en aquellos tiempos, porque 
ellos también aman a Cristo. 
5) El amor es permanente. «Nunca deja de ser», afirma el 
apóstol Pablo. ¿Es así en nosotros? ¡Cuántas veces parece más bien 
intermitente! Se enciende fácilmente y se apaga como fuego de bengala o 
de virutas! Han pasado pocos años desde el tiempo de nuestras 
dificultades en España, y a veces nos sentimos tentados a decir que 
necesitaríamos otra época de intolerancia. Tenemos celos e 
incomprensiones, egoísmos y contiendas, como en todas partes. ¿No será 
porque no era todo oro puro lo que brillaba en los días difíciles? Eran,
 sí, pepitas de oro, de verdadero amor a nuestro Salvador; pero 
entremezclados con mucho orgullo personal, de iglesia, de denominación o
 de empresa. Dios tiene que aquilatar nuestro celo por medio de pruebas.
 ¿Cómo podemos hacerlo para que sea sólo oro puro nuestro servicio? 
Porque, hermanos, «el sueño del pastor» ha de ser realidad para cada uno
 de nosotros antes de x años; quizá muchos menos de los que pensamos. 
¿Qué motivos encontrará entonces en nuestro servicio? Salgamos de esta 
asamblea con el sincero propósito de poner más fuego en nuestra vida; 
más poder en la acción.... 
Recordemos la cruz. La fuerza divina que Cristo manifestó
 cuando «fortaleció su rostro para ir a Jerusalén»; el valor y la 
tenacidad que mostró al andar de Getsemaní al Pretorio, para llevar la 
cruz y para mantenerse en ella a pesar de todas las incitaciones a 
declinar su salvadora empresa.... Nosotros, salvados por su gracia y 
servidores suyos, pidamos la misma fuerza, el mismo poder, la misma 
decisión para corresponderle dignamente en nuestro servicio. 
ANÉCDOTAS 
EL SUEÑO DE UN PASTOR 
Se 
cuenta de cierto pastor que después de un domingo fatigoso y triunfal en
 el que había pronunciado un elocuente sermón que despertó entusiasmo, 
felicitaciones y decisiones, se sentó, cansado, en el gran sillón del 
pulpito y quedando dormido tuvo el siguiente sueño: 
Vio 
entrar por la puerta del templo la majestuosa figura del Salvador que 
avanzaba por el pasillo central hacia él. El pastor cayó de rodillas y 
mediante aquel fenómeno psíquico que nos permite razonar durante el 
sueño sin apercibirnos de la imposibilidad de aquello que estamos 
soñando, exclamó: ¿Hasta aquí me honras, Señor? ¡Cuánto me consideras, 
que te dignas visitarme! Pero la majestuosa figura del Salvador se 
limita a decir: "¿Cómo está tu celo"? 
El 
predicador siente su celo como algo tangible dentro de su pecho, lo saca
 y lo entrega a su augusto visitante. Este lo pone en una balanza y el 
pastor oye con satisfacción decir: "100 libras." A continuación ve que a
 golpes de martillo la piedra se parte como débil ganga y el Señor va 
separando las diferentes partículas de metal precioso de otros 
conglomerados. Observa el pastor con ansiosa zozobra cómo va escribiendo
 el resultado. Por fin extiende la mano para recoger el esperado 
análisis y lee lo siguiente: 
Orgullo de denominación         20 % Madera 
Orgullo de iglesia             35 % 1 Heno 
Orgullo personal             40 % Hojarasca 
Amor a las almas             2 % Oro 
Amor a Dios3 %             Puro 
Total                 100 % 
Ante el 
choque que le produce tan pésimo resultado, despierta el pastor y cae de
 rodillas físicamente esta vez, pidiendo ahora que cuando venga la 
realidad de lo que ha anticipado su subconsciente pueda su balance ser 
mucho mejor. 
¿Cuál 
sería el resultado del análisis de este nuestro celo para la obra que 
estamos llevando a cabo y que nos hemos gozado en exhibir en estos días? 
EL MÁRTIR Y LAS CADENAS 
En días 
de persecución, al ser llevado cierto mártir a la hoguera, elevó una 
oración expresando el gozo que sentía por el privilegio de sellar el 
testimonio de su fe con su propia vida. 
—Te doy 
gracias, Señor —decía el noble mártir—, porque hoy es el día de mi 
victoria; hoy mismo te veré y estaré contigo por todos los siglos. 
El 
verdugo, conmovido y atento a las palabras del noble testigo de Cristo, 
dejaba flojas las cadenas que ataban a éste al poste de la ejecución. 
Entonces el mártir, bajando la cabeza, exclamó: 
—Sin embargo, amigo mío, sujeta bien las cadenas. 
¿Por qué
 hizo tal advertencia el noble mártir? Porque aun cuando el espíritu 
estaba presto, sabía que la carne era débil, y temía que no pudiendo 
aguantar el dolor del fuego, el instinto de conservación le hiciera 
saltar de las llamas y realizar, en tal hora de prueba, lo que tantas 
veces había rehusado: apostatar de su fe. 
¿Pero 
qué cadenas ataban a Jesucristo a la cruz? Cuando los siervos de Caifas 
fueron a prenderle en el huerto de Getsemaní, tres veces cayeron en 
tierra, con lo cual Cristo dio una prueba de su poder sobrenatural. Con 
la misma facilidad habría podido librarse de sus enemigos en los 
angustiosos momentos del Calvario. 
—Baja de la cruz —le decían burlonamente sus enemigos. 
—Baja y sálvanos también a nosotros, si eres el Hijo de Dios —clamaban sus compañeros de suplicio. 
—Baja de
 la cruz —le aconsejaba e incluso exigía su naturaleza humana ante un 
dolor que parecía insufrible. Sin embargo, El no ejerció su omnipotencia
 para librarse. Podemos, pues, decir que lo que sujetaba a Cristo en la 
cruz del Calvario no era sino las cadenas de su profundo amor a cada uno
 de los pecadores necesitados. Podemos imaginarnos al Salvador como 
oyendo, en su sapiencia, las voces de millares de pecadores decirle: 
"Sufre por nosotros, bendito Mesías, cumple la redención, y te amaremos,
 te glorificaremos y seremos fieles testigos de tu amor, en nuestra vida
 terrestre y por los siglos eternos." Este amor y esperanza fue, sin 
duda, lo que mantuvo a Cristo sufriendo por nosotros en la cruz, hasta 
que pudo exclamar: "Consumado es." 
INGENUA ORACIÓN JUVENIL 
El autor
 recuerda que en los días de su juventud, cuando estaba preparándose 
para predicar el Evangelio, leyó el libro "Jesús viene", de James H. 
Conkey, y recibió tal impacto de la próxima venida del Señor, que cayó 
sobre sus rodillas y oró dándole gracias al Señor por su venida, 
añadiendo: "Señor, si es posible, retárdala algunos años, para que yo 
tenga oportunidad de servirte, y ganar algunas almas para Ti" 
RECURSOS INGENIOSOS EN TIEMPOS DE INTOLERANCIA 
En los 
difíciles días de la posguerra en España, los creyentes evangélicos 
tuvimos que apelar a ingeniosas maneras para llevar adelante nuestro 
testimonio. Los cultos se celebraban por las casas, ya que casi todos 
los templos se hallaban clausurados. En algunas poblaciones esto se 
realizaba con cierta tolerancia de parte de las autoridades locales, 
pero en algunos lugares la vigilancia era muy estrecha y las sanciones 
frecuentes. 
En 
Medina del Campo (Valladolid), donde la policía rondaba con frecuencia 
alrededor de la casa en que se celebraban los cultos, y más de una vez 
había entrado para esperar y castigar con una multa a todos los que iban
 llegando, y con cárcel a los dueños de la casa, los creyentes eran 
advertidos de si había o no peligro en entrar mediante un cántaro puesto
 en el balcón de la calle (como es costumbre allí, y más en aquellos 
tiempos, para mantener el agua fresca) De este modo, con una simple 
mirada al balcón sabían los asistentes si podían entrar confiadamente o 
sí tenían que pasar de largo aquel día, y evitar así el encuentro con la
 policía. Una invitación a los mismos policías a beber agua fresca, o un
 trago de agua bebido sin necesidad por alguno de los habitantes de la 
casa, era la excusa para colocar el cántaro en la posición convenida con
 los demás creyentes. 
En la 
ciudad de Tarrasa, después de dos años de celebrar los cultos por las 
casas, había unas 16 personas que debían ser bautizadas A tal efecto, 
invitamos a todos los miembros a acudir cierto domingo a la casa 
pastoral, contigua a la iglesia. Durante la semana habíamos quitado con 
cuidado el sello gubernativo fijado en una puerta interior que daba 
acceso al templo. El bautisterio fue limpiado y preparado. Se advirtió a
 los creyentes mantenerse de pie alrededor del pulpito. Después de 
realizado el acto, y cuando nos disponíamos a poner de nuevo el sello de
 clausura, nos dimos cuenta de que aun cuando el polvo sobre los bancos 
estaba intacto, la presencia de la congregación quedaba delatada por las
 pisadas sobre el polvoriento suelo ¿Cómo evitar la evidencia en caso de
 inspección? 
Fuimos a
 comprar un saco de cemento color terroso y empezamos a lanzar sendos 
puñados al aire, hasta que se hizo una nube de polvo que, posándose 
suavemente sobre todo el local, cubrió enteramente las pisadas dejándolo
 con la apariencia de que nadie había entrado en el recinto prohibido. 
*** 
SERMÓN 
LA VERDADERA GRANDEZA 
(Lucas 1:13-17; Mateo11:7-E 2) 
En Lucas 1:15 leemos de un hombre que fue llamado «gran 
hombre» antes de nacer. Algunos vienen a serlo después de su muerte, y 
muchos lo procuran durante toda su vida sin lograrlo. Está la humanidad 
tan baja, que se llama grandes hombres a muchos que no lo son en 
realidad. ¿Fueron grandes hombres César, Napoleón, Hitler? ¿Merecen 
realmente tan honroso calificativo? Aun entre los que adquieren su 
renombre por medios más honrados (estadistas, escritores, cantantes, 
artistas o inventores), sus biógrafos no pueden ocultar sus defectos. 
Saber manejar bien un pincel o un violín, poseer una buena voz, dar una 
buena estocada a un toro o una diestra patada a un balón, no es ser un 
gran hombre. Pero aquí encontramos a uno —nadie lo diría por su aspecto—
 que lo era realmente, pues lo era para Dios y esto es lo que importa. 
Se le da el título antes de nacer y después de terminada su carrera, por
 el único juez justo, que no hace acepción de personas (Mateo 11:11). 
¿En qué consistía su grandeza? ¿En su cargo de precursor del Mesías? No 
meramente por esto. No es el cargo, sino las cualidades. Generalmente el
 cargo se recibe por razón de éstas. A Juan no le hubiera sido confiado 
el honroso cargo de precursor del Mesías, si Dios, en su omnisciencia, 
no hubiese previsto antes su grandeza moral. ¿En qué consistía? 
1. En su completa consagración a su obra 
Comprendió la importancia de su misión. Cuando su madre 
le contaría los maravillosos sucesos acaecidos con motivo de su 
nacimiento, podía tomar dos actitudes: 
a) La de no creer nada. Podía llamar a la visión de 
Zacarías, «una ilusión del viejo», sobre todo al llegar a su edad 
juvenil, podía despreciar la historia, juzgarlo como un fenómeno 
psíquico de su padre, Zacarías, debido a su deseo de tener un hijo. 
La de creer toda la historia, pero someterse a sus 
exigencias de mala gana, haciendo lo menos posible en relación con la 
misión impuesta a su persona antes de su nacimiento. ¿No es éste el caso
 con muchos hijos de creyentes? ¿Cómo tomáis el hecho de haber nacido en
 hogares cristianos? ¿Os sentís atados o privilegiados? 
Dios nos ha llamado, habiéndonos elegido antes de nuestro
 nacimiento, a ser, si no precursores, sí seguidores del Hijo de Dios. 
No tenemos que anunciar al que vendrá, sino al que vino. ¿Qué actitud 
tomaremos? ¿Seremos incrédulos o cristianos fríos? Juan añadió mucho más
 a lo que se exigía. Muchos buenos profetas de la antigüedad no vivieron
 tan ascéticamente como él vivió; pero él quiso hacer su obra bien. 
Quizá debido al estado caído de su pueblo comprendía que era necesario 
algo dramático, un hombre de aspecto singular, en su persona, y se 
sometió voluntariamente a una vida poco grata. Dios nos exige muy poco a
 nosotros para ser salvos, solamente creer; pero ¿no nos consagraremos a
 El y le daremos mucho más del mínimo que nos pide? ¿No lo exige en 
nuestro caso el estado de nuestra generación? 
2. En su irresistible fervor 
El fuego acumulado en los años de meditación salió como 
un volcán el día que empezó a predicar. No era monótono y frío, como los
 escribas, porque conocía la verdad de Dios y lo solemne del momento en 
que su pueblo vivía. La llegada del Mesías. Es ardiente por la salvación
 de sus oyentes, teme que las gentes se engañen en su mismo 
arrepentimiento; por esto exclama: «Haced frutos dignos.» Esta es una de
 las cualidades que más agradan a Dios. (Véase anécdota El pastor y el 
comediante.) Pensad en lo que Cristo ha amado a las almas, nada le place
 más que vernos participar de la misma pasión que a él le consumía. 
«Dame Escocia o me muero», decía Knox. (Véase anécdota El discurso del 
Dr. DM//.J Jesús llama grandes únicamente a esta clase de hombres, que 
se elevan sobre lo transitorio y viven para la eternidad. 
3. En su humildad 
Conocía la grandeza de Cristo y le aceptó anticipadamente
 como Señor. Antes de que Dios revelara a San Pedro el misterio de su 
divinidad, ya Juan no se creía digno de desatar la correa de su zapato. 
Viene Cristo, bien diferente de que él pensaba. ¡Con qué entusiasmo le 
dice: «Yo necesito ser bautizado de ti, y tú vienes a mí?» (Mateo 3:14).
 Pero Cristo no se pone a su lado a predicar, ni promete hacerle su 
ministro en el reinado mesiánico, sino que pasa de largo y empieza a 
hacerle la competencia. Entonces dice: «A El conviene crecer, a mí 
menguar.» Por eso Cristo le ensalzó, cumpliendo su misma promesa «El que
 se ensalza, será humillado....» Si se hubiese ensalzado habría tenido 
que humillarle, como a Pedro. (Véase anécdota Una lección de humildad.) 
Bien nos conviene decir como uno de nuestros grandes místicos: 
Sólo es grande en tu presencia 
El que tiene la excelencia 
De conocerse inferior. 
Pues sea yo, dulce Dueño, 
Cada día más pequeño, 
Para ser, siempre mayor. 
Así se ha cumplido infinidad de veces. (Véase anécdota Mildney y Morrison.) 
4. En su inquebrantable justicia 
Esta se manifiesta en forma gradatoria: 
a) Ante los fariseos. No les adula porque son jefes del 
pueblo, teme por la salvación de sus almas a causa de sus errados 
conceptos religiosos. «No digáis, somos hijos de Abraham.» Aunque el 
lenguaje es duro, era la verdad. 
b) Ante los soldados. Actitud no menos difícil. Eran los 
conquistadores; pero para Juan son almas pecadoras. «No hagáis extorsión
 y contentaos cuando podáis hacerlo», habría sido el consejo de un 
patriota judío o de un revolucionario de nuestros días; pero Juan, con 
su mirada puesta en el Reino de Dios, les dice: «Contentaos con vuestros salarios y dad de ellos limosna.» 
 Este es el verdadero comunismo. Puede decirse que era fácil para Juan 
dar este consejo porque no tenía nada. Cierto; pero poseía aún un valor:
 su propia vida. ¿Estaría dispuesto a sacrificarla? 
c) Ante el rey. Esta fue la prueba suprema (explicar el 
caso de Herodías). Dios le va llevando de grado en grado en la prueba de
 sus virtudes, y sobre todo de su valentía. Véase anécdota El pastor y 
el rey.) San Juan Bautista era hombre de este temple. No temía sino a 
Dios. 
5. En su noble actitud ante la tentación 
Hay un momento en que Juan parece flaquear; pero flaquear
 un instante no es perder la fe. ¿Quién no ha sido tentado? Hizo lo 
mejor que podía con sus dudas: llevarlas a Jesús. Este es todavía el 
mejor método. Hay tres cosas que las gentes suelen hacer con sus dudas. 
a) Decirlas a los hermanos. Es el procedimiento peor, ya 
que con ello podemos perjudicarles gravemente. La duda resuelta para 
nosotros puede continuar molestando y perjudicando al hermano menos 
inteligente, a quien tuvimos la debilidad de confesarla. 
b) Decirlas al pastor. Esto es mucho mejor. Es un 
servidor de Dios para ayudarnos y tiene mejores posibilidades. Los curas
 quieren, por lo general, que la feligresía crea a ciegas. Parecen 
escandalizarse ante las preguntas de la juventud y muchas veces no 
tienen mejor argumento que el de la autoridad de la Iglesia. Esta ha 
sido a veces, también la actitud de algunos pastores. Jesús no lo hizo 
así con Juan, sino que le dio pruebas. Se alegró de poder ayudarle, 
aunque no como Juan deseaba. Así debe hacerlo el buen servidor de Dios. 
Millares de cristianos se han perdido por falsa vergüenza, por no 
declarar sus dudas; y millares se han salvado por poner remedio a 
tiempo, mediante un buen consejero. 
c) Decirlas a Jesús. Confesarle toda la verdad, 
diciéndole como Pedro: «A pesar de todo, Tú sabes que te amo», y 
escuchar su respuesta en su Palabra. Observemos que Jesús no le hizo 
ninguna nueva revelación a Juan: estaba reservado a Pablo y a otros 
conocer los profundos misterios de su humillación y redención; a Juan le
 recordó simplemente los escritos que ya conocía y que se estaban 
cumpliendo. Así nos responde el Señor por su Palabra. Cuando nos 
sentimos desalentados y apurados por las circunstancias que atraviesa el
 mundo y que a veces nos afectan cruelmente, ¿no es el cumplimiento de 
lo que está escrito? ¿No tenemos que sentirnos alentados de ver que la 
Palabra de Dios es fiel, por duro que resulte en nuestra vida presente? 
Vayamos siempre a Jesús a confesarle todo. Judas se perdió porque se 
confesó con sacerdotes ciegos y «guías de ciegos». Juan se hizo grande 
porque fue a Jesús. 
6. Una gran promesa para nosotros 
«El más pequeño en el Reino de los Cielos, mayor es que Juan.» 
 ¿Quién no quiere ser grande? A duras penas nos conformamos con nuestra 
condición pues todos quisieran subir. Aquí hay una promesa para el más 
pequeño y aun para el peor. En el período de la Iglesia, todos los 
redimidos hasta el más pequeño somos mayores que Juan, porque el 
precursor inauguró la nueva dispensación de la Iglesia, esposa del 
Verbo, pero El se llamaba a sí mismo «amigo del esposo». Por esto Jesús 
declaró: «El Reino está a vuestra mano desde los días de Juan.» Antes 
estaba lejos, porque la muerte no significaba ir al Reino, pero desde la
 inauguración del ministerio de Cristo el Reino está cerca, porque el 
mismo Rey se nos acercó. Puede ser obtenido en el acto, como Zaqueo, y 
gozado en el mismo día, como el ladrón de la cruz. Los que en él entran 
por la fe son más bienaventurados que los que creyeron porque vieron 
(Juan 20:29).
¿Queremos ser grandes en el Reino de los cielos? Podemos 
serlo. No importa que nuestro nombre sea desconocido en la tierra. ¿De 
qué vale hacerse un nombre aquí? (Véase anécdota Francisco de Borja en 
la muerte de Isabel La Católica.) ¿Qué importan grandezas que pasan? 
Como decía otro de nuestros místicos: 
Pues a cuanto el mundo alaba 
Pone fin la sepultura; 
No quieras bien que no dure, 
Ni temas mal que se acaba. 
¡Pero cuántos héroes ignorados aquí brillarán 
esplendorosamente allá! ¡El menor, más grande que Juan! Cada uno 
tendremos cuanto menos en el Reino, la misma consagración a Dios, la 
misma humildad, la misma justicia y la misma fe que Juan el Bautista 
tenía cuando estaba en el mundo. Lo mejor del cielo no serán sus calles 
de oro o su mar de cristal, sino el cambio moral y espiritual que hemos 
de experimentar personalmente. Nos sentiremos como cuando uno ha 
recobrado de una enfermedad. ¿Yo soy aquel hombre o aquella pobre mujer 
que se llamó Antonio, Pedro, Lola o Josefa en el mundo?, diremos. 
Esta es la grandeza que vale, pedidla al Señor con 
humildad y con verdadero arrepentimiento. Pedidle el perdón de vuestros 
pecados y que os ayude a vencer, a ser pequeños aquí para poder ser 
grandes allá. 
ANÉCDOTAS 
EL PASTOR Y EL COMEDIANTE 
Cierto pastor decía a un actor cómico: 
—Parece 
raro que yo predico cosas que son verdad, y usted finge ser verdad lo 
que todo el mundo sabe que es mentira; y sin embargo, se llena el teatro
 y está medio vacía la iglesia. 
El comediante, que conocía lo monótono de las largas peroraciones del pastor, le dijo: 
—Es que yo presento la mentira como si fuese verdad, y usted habla de la verdad como si fuera mentira. 
EL DISCURSO DEL DOCTOR DUFF 
Este 
gran misionero en la India, predicó cierta noche en Escocia acerca de la
 necesidad espiritual de aquel vasto país con tanta vehemencia, que cayó
 desmayado en el pulpito de la iglesia invitante. Al volver en sí, en el
 despacho del pastor, preguntó: 
—¿Había terminado mi discurso? 
Cuando le dijeron que no, que el desvanecimiento había venido repentinamente, dijo: 
—Pues tengo que volver enseguida al pulpito. 
Y así 
fue: volvió a predicar de nuevo con tanto fuego que centenares de 
jóvenes se levantaron aquella noche para manifestar su deseo de servir a
 Dios predicando el Evangelio a los paganos, aunque ello les costase la 
vida. 
UNA LECCIÓN DE HUMILDAD 
Se 
cuenta que en un magnífico desfile de gala al que asistía la reina 
Victoria con su familia, una hija de ésta, de 15 años de edad, admirando
 a los vistosos jinetes que sentados en sus caballos con sus espadas en 
alto saludaban a la carroza real, tuvo un malicioso pensamiento: Lo 
interesante que sería que alguno de aquellos elegantes oficiales viniera
 a inclinarse ante ella particularmente. Sacó su pañuelo bordado, y con 
disimulo lo dejó caer al suelo. Al instante media docena de gallardos 
mozos estaban pie en tierra dispuestos a ser cada uno el primero en 
prestar un servicio a la princesa. 
Pero habiendo advertido la reina Victoria la maniobra de su hija, se levantó severa y dirigiéndose a los oficiales les dijo: 
—Señores,
 cada uno a su puesto. Es una orden —y dirigiéndose a la avergonzada 
niña, le ordenó—: Baja tú misma a recoger el pañuelo. La princesa 
obedeció, roja como una amapola, y al volver a su asiento, la comitiva 
reanudó la marcha. 
MILNEY Y MORR1SON 
Cuando 
el célebre misionero Morrison ofreció sus servicios a la Misión de 
China, fue rechazado por no poseer un título académico. En lugar de 
sentirse desairado, el consagrado joven respondió: 
—He dado
 mi vida al Señor para servirle en China. Si no puedo ir como misionero,
 ¿no podría la Misión tomarme como criado de uno de los misioneros? 
A la 
Junta Misionera les pareció acertada la idea, pues habría trabajos 
domésticos que un chino no sabría realizar en aquellos tiempos Así que 
Morrison fue designado como doméstico del misionero Milney. El joven, 
que poseía una fantástica memoria, aprendió tan rápidamente el idioma 
chino que pronto pudo vestirse al estilo del país y mezclarse con el 
pueblo chino sin que su habla le delatase. Poco después empezó la 
traducción de la primera Biblia china al idioma tamil, con lo que hizo 
su nombre famoso entre los misioneros y en el mundo entero, lodo ello lo
 consiguió por el camino de la humildad. 
EL PASTOR Y EL REY 
Advirtieron
 a un predicador de la corte de Francia que sus predicaciones estaban 
molestando al rey de tal manera que peligraba su vida. 
En lugar de amedrentarse, el predicador contestó: 
—Temo demasiado a Dios, para poder temer la ira del rey. 
FRANCISCO DE BORJA Y LA MUERTE DE ISABEL LA CATÓLICA 
Cuenta 
la historia que el capitán Francisco de Borja fue designado para 
acompañar a Sevilla el cadáver de la reina de España Isabel la Católica.
 Ese caballero militar, que era un gran admirador de la reina, tuvo a 
gran honor la designación. Pero cuando llegó el cadáver a su destino, 
después de tantos días de traqueteo por los polvorientos camines de 
aquel tiempo, y fue abierto el ataúd para identificar el cadáver, éste 
tenía un aspecto tan borroso y despedía un hedor tan nauseabundo, que el
 joven militar tuvo aquel choque tremendo que le llevó a escribir los 
famosos versos: 
"No más abrasar el alma En sol que apagarse puede; No más servir a señores Que en gusanos se convierten." 
Desde 
aquel momento, Francisco abandonó la carrera militar y se dedicó a la 
religión, convirtiéndose en el renombrado misionero jesuita de fama 
mundial. 
*** 
SERMÓN XIV 
DISCÍPULOS DE CRISTO 
(Lucas 14:26-35; Juan 8:31; 13:3 y 15:8) 
Son diversos y muy hermosos los títulos que el Nuevo 
Testamento da a los cristianos: Redimidos, creyentes, hijos de Dios, 
hijos de Luz, santos, pueblo de Dios. Casi todos estos nombres los 
usamos hoy. Pero hay uno que sobresale en los Evangelios y en los Hechos
 de los Apóstoles, y que, sin embargo, apenas lo aplicamos hoy día a los
 creyentes: el título de Discípulos. Parece que nos gustan más los otros
 pero esto es lo que es y debe ser un cristiano: uno que aprende, que 
recibe lecciones, que adelanta en conocimientos y habilidad. 
Notemos quiénes eran los discípulos del Nuevo Testamento.
 No eran sólo los doce, como a veces nos imaginamos por razón de que 
también este nombre es dado a los apóstoles, pero en muchos lugares lo 
vemos aplicado a todo el pueblo cristiano (Hechos 6:1, 9, 10,25, etc.) 
Nosotros habríamos dicho «creyentes» o «convertidos», pero en aquellos 
tiempos todos se consideraban discípulos y este era el título más 
apropiado. Creyentes o convertidos lo eran también, pero esto era un 
hecho del pasado, después de su conversión se consideraban perpetuamente
 discípulos de la escuela del Señor. 
¿Eres un discípulo de Cristo? ¿Tienes más práctica, más 
capacidad espiritual, más habilidad para cumplir la voluntad de Dios, a 
pesar do todas las tendencias de tu vieja naturaleza, este año que el 
año pasado, o que hace tres años, diez o veinte? 
1. Un título honroso 
Los discípulos de los grandes maestros reciben una parte 
de la honra de aquéllos. Si un médico puede decir que ha sido discípulo 
del doctor Ramón y Cajal, del doctor Marañón o del doctor Barraquer, 
inspira confianza a sus clientes. Se supone que aquellos hombres tan 
sabios no habrían tolerado un zoquete a su lado, y que éstos recibieron 
secretos profesionales muy valiosos de parte de tan grandes maestros. 
Cada cristiano es un discípulo del más sabio, el más insigne de los 
maestros. No sólo son discípulos los estudiantes de seminarios o 
institutos bíblicos. Su discipulado allí es cultural, literario, 
histórico; pero todos los cristianos lo somos en el sentido en que lo 
eran todos los creyentes del Nuevo Testamento; en el terreno moral y 
espiritual. Y este es nuestro mayor título de gloria. 
2. Una posibilidad de progreso 
Me temo que muchos cristianos nunca se han dado cuenta de
 que son discípulos del Señor. Se consideran redimidos, hijos de Dios, 
herederos del cielo, pero no discípulos. Les parece que habiendo 
aprendido que ellos son pecadores y que Jesús es su Salvador, ya lo 
saben todo; y todo está ya cumplido. Pero debemos decir que esto es tan 
sólo la primera lección del discipulado cristiano; lección 
importantísima, indispensable, que cada persona debe aprender, pues es 
la primordial (1); pero después de esta primera lección hay muchísimas 
otras a aprender: lecciones de fe, de amor, de humildad, de obediencia, 
de abnegación, de santidad, de parte de Aquel que fue el más fiel, 
amoroso, humilde, abnegado y santo de los maestros. Por esto es un 
privilegio ser su discípulo, pues: 
Un discípulo de la facultad de Medicina, llegará a ser médico. 
Un discípulo de la Escuela Industrial será perito o ingeniero algún día. 
Un discípulo de la Polifónica será músico o cantor. 
Un discípulo de Cristo será un santo, por lejos que esté ahora de serlo. 
Desgraciadamente, muchos están muy lejos de semejante 
realización, pero tienen el deseo, el propósito, la aspiración que los 
mundanos no tienen, no sienten. 
A veces he tratado con cristianos sencillos, plagados de 
defectos, pero llenos de buenos deseos, de fervor y de visión 
espiritual. Me he dicho: aquí hay la vida de Dios; estos defectos son 
tremendos lunares que afean a estos discípulos y debieran ser quitados; 
pero esta alma está en camino de progresar. 
En cambio he tenido relación con personas educadas, 
morales, honestas, pero indiferentes a las cosas de Dios, muertos 
espiritualmente. Y me he dicho: Estos son hoy como hace veinte años, y 
de aquí a veinte años serán igual; no han entrado en la Escuela de la 
fe, del amor a Dios y al prójimo, de la santidad, de la piedad. 
¡Qué progreso se nota en algunos discípulos del Nuevo Testamento! 
San Pedro, el impetuoso, escribe 1.a Pedro 3:15 y 5:8. 
San Juan, el «Boanerges», «Hijo del Trueno», se expresa en los términos de 1.a Juan 4:7-8 y 20-21. 
Se ha observado progreso teológico y de carácter en las 
epístolas de San Pablo, aunque es el mismo Espíritu quien las inspiró. 
Pero el instrumento humano muestra otro carácter cuando escribió 1.a y 
2.a Tesalonicenses que cuando escribió Romanos y Efesios. Excelentes 
epístolas las primeras, llenas de entusiasmo juvenil, pero había 
aprendido mucho más el gran apóstol cuando escribió las segundas, mucho 
más profundas. 
¿Estamos aprendiendo nosotros en la Escuela del Señor? 
Las mismas caídas pueden ser beneficiosas y aleccionadoras, como ocurre 
con los niños. Muchos cristianos han aprendido y mejorado mucho con una 
caída. Asimismo son aleccionadores los contratiempos, las dificultades, 
los desengaños.... 
Ser discípulo es una tarea ingrata, significa ser 
reprendido, amonestado y corregido; pero ¡qué delicioso cuando empezamos
 a hacerlo bien!.... Lo que ayer era difícil, ahora no lo es tanto, y 
mañana lo será menos (presentar ejemplos de andar en bicicleta, tocar 
piano, matemáticas, dibujo, etc.) Así es en la vida espiritual. Lo que 
ayer era imposible hoy no lo es tanto. Mañana menos, y un día ¡glorioso 
día!, todos seremos maestros.... ¡Todos semejantes a El! 
Refiriéndose a creyentes que se peleaban y acusaban ante 
los tribunales del mundo, Pablo les amonesta con 1.a Corintios 6. Esto 
significa: Los que sois santos en posición, vendrá un día que lo seréis 
en realidad, y entonces os avergonzaréis de haber sido tan ruines, tan 
estrechos de mente, tan miserables e insensatos cuando estabais sobre la
 tierra. 
3. Condiciones de] discipulado 
Hay cuatro que podemos observar en el Nuevo Testamento y que el Señor nos exige de un modo indispensable. 
1) Abnegación.  Para ser discípulo en cualquier 
carrera, se requiere sacrificio, abnegación. Muchos jóvenes tienen que 
abandonar la familia, los mimos y las comodidades del hogar, pensando en
 su porvenir. Vale más sacrificarse por un poco de tiempo y asegurar el 
futuro, se dicen. Así es con el discípulo de Cristo. «El que no 
aborrece...., no puede ser mi discípulo.» Esto es un hebraísmo que 
podría ser mal interpretado. Dios nos manda amar a los padres y Cristo 
dio ejemplo de ello con su madre en la cruz. El Nuevo Testamento nos 
ordena amar a nuestras esposas (Efesios 5:25-33), pero la figura, 
traducida a nuestro lenguaje, quiere decir que Cristo debe ser amado más
 y mejor que lo que nos es más querido. (Véase anécdota La prueba de 
Jorge Wagner.) Hoy no se nos exige tan severa prueba; pero ¿hasta qué 
punto amamos al Señor? ¿Qué estamos dispuestos a sacrificar por El? 
2) Perseverancia.  (Juan 8:31). Hay muchos que 
empiezan a estudiar cosas en las cuales no perseveran. Discípulos 
fugaces. (Véase anécdota Clases de inglés en Tarrasa.) ¡Ay, que el error
 es más terrible, pero mucho más frecuente en la ciencia espiritual! ¡Si
 todos los que han empezado a interesarse en el Evangelio hubiesen 
permanecido.... Jesús no quiere dar el honroso título de discípulos a 
todos los que dicen «creo», sino a los que perseveran. Hablando de los 
tiempos de persecución que tendrían que soportar sus seguidores, Jesús 
declara: «El que perseverare hasta el fin, éste será salvo» (Mateo 
10:22). Y refiriéndose a los últimos tiempos de apostasía, inmediatos a 
su Segunda Venida, exclama lo mismo. (Mateo 24:13; Marcos 13:13 y Lucas 
21). A estos tiempos estamos llegando. ¿Seremos perseverantes? El haber 
escuchado, y hasta el haber seguido por una temporada el Evangelio, no 
será ninguna ventaja en el juicio, antes al contrario. (2.a Pedro 2:21.)
 Pero mil veces más favorable que la suerte de los paganos que ignoran 
el Evangelio será la de los que han oído y han perseverado en la escuela
 del Señor. 
3) Amor.  Hay otra marca del verdadero discípulo, 
que no es sine quan non, como las dos primeras; si así fuera, muchísimos
 creyentes no serían salvos; pero es una condición muy deseable, muy 
recomendada por el divino Maestro, y nos da de ello la razón: «En esto 
conocerán todos que sois mis discípulos, si tuvierais amor los unos por 
los otros» (Juan 13:35). Hay escuelas que adoptan un uniforme por el 
cual sus alumnos son conocidos en todas partes. El uniforme de la 
Escuela cristiana es «amor». El mundo sabe que Cristo es el Maestro del 
Amor; que enseñó y practicó el amor al prójimo, que murió intercediendo 
por sus verdugos, y juzgan a los creyentes del siguiente modo: «Aquí hay
 unos hombres y mujeres que se dicen discípulos de Cristo porque cantan,
 leen la Biblia, comulgan, etc. Pero si ven que éstos que toman juntos 
el pan y el vino no se aman, se critican, muestran un espíritu hostil, 
¿cómo van a creer que somos verdaderos discípulos del Maestro del Amor? 
Un cristiano rencoroso es como un discípulo de una academia uniformada, 
en mangas de camisa. El amor no consiste en estrecharnos la mano, sino 
en procurar el bien de otros, prefiriéndolo al propio. (Véanse anécdotas
 El minero de Gales y Las dos viudas.) 
El verdadero amor es gozarse en el bien de otros, aun 
cuando nosotros no participemos de ello. La tendencia de la carne en 
tales casos es envidiar; pero el Espíritu de Dios nos invita a hacer al 
revés. Dice Spurgeon: «Si eres un cristiano pobre en bienes materiales, 
debes alegrarte de que otros cristianos tengan más. ¿Lo malgastan? Son 
siervos como tú y al Señor tendrán que dar cuenta. Si estás enfermo, da 
gracias a Dios de que otros cristianos gozan de buena salud y pueden 
hacer lo que tú no puedes. Ora por ellos. Si otro predica mejor que tú, 
da gracias a Dios de que su obra cuenta con un servidor tan bien dotado 
(Véase anécdota El candidato griego.) 
Esta actitud del corazón es ciertamente uno de los 
aspectos más difíciles de la santidad, pero es la que más honra nuestro 
discipulado. 
4) Actividad fructífera.  Otra última condición que
 honra nuestro discipulado y al Maestro que nos enseña, es la que 
hallamos recomendada en Juan 15:8. Supongamos a un alumno pintor o 
escultor que asiste a las clases, oye, ve, pero nunca toma el 
instrumento para crear algo propio. ¿Podrá progresar? Es necesario que 
produzca algo con sus manos, más o menos, mejor o peor.... 
Sin embargo, muchos discípulos de la Escuela de Cristo 
son discípulos pasivos, por no decir indolentes. Asisten a los cultos, 
oyen la Palabra de Dios y se limitan a decir: «Me ha gustado el 
predicador, ha tenido párrafos excelentes.» Pero nunca se deciden a 
poner en práctica lo que oyen. Los frutos del Espíritu brillan por su 
ausencia; no adelantan en fe, en amor, en paciencia, y ninguna alma es 
traída a Cristo por su testimonio. Alegan que no saben o no tienen 
oportunidad; pero Cristo dice: «En esto es glorificado mi Padre, en que 
llevéis mucho fruto.» Es bueno que glorifiquéis a Dios con vuestros 
labios, con vuestros cantos y oraciones, pero lo que más le glorifica 
son los frutos prácticos, en ejemplo, en trabajo, en testimonio y en 
ofrendas. Esto honra al que os ha llamado a ser discípulos. 
4. Habilitación para la eternidad 
Todo discípulo en las artes humanas lo hace con un ideal,
 el de capacitarse para un servicio de muchos años sobre la tierra, a 
pesar de que muchas veces la muerte viene a truncar tales esfuerzos y 
aspiraciones. El cristiano se está habilitando para un glorioso servicio
 futuro. Lo hemos notado ya en la advertencia de Pablo a los cristianos 
de Corinto, y lo tenemos ratificado en Apocalipsis 22:3 y en Efesios 
3:10. Hay un servicio glorioso para los cristianos en las regiones 
celestiales, para el cual estamos capacitándonos. El Dr. Zoller, en su 
libro El Cielo, supone que llevaremos con nosotros todo lo aprendido 
sobre la tierra. Algunas cosas no nos serán útiles porque las 
condiciones de vida serán cambiadas; pero la gran mayoría de cosas lo 
serán. No habrá como algunos piensan «borrón y cuenta nueva» en la vida 
superior. Cada vez que la Sagrada Escritura nos habla de aquellas 
condiciones de vida nos presenta a los fallecidos como recordando las 
cosas de la tierra (Lucas 16:28 y Apocalipsis 6:10). La altura moral y 
espiritual a que lleguemos aquí, nos será muy útil allá. Sin duda que 
habrá desarrollo (Juan 17:26), pero la medida alcanzada sobre la tierra,
 sobre todo en el aspecto moral, será la gran base para nuestro superior
 servicio en la eternidad. ¡Vale la pena, pues, aplicarse y progresar en
 nuestro discipulado con miras a la alta posición a que hemos sido 
llamados! 
ANÉCDOTAS 
LA PRUEBA DE JORGE WAGNER 
La 
historia de los Anabaptistas europeos del siglo XVI contiene este 
conmovedor incidente. El predicador Wagner condenado a muerte por la 
Inquisición de Viena, fue objeto de toda clase de esfuerzos para hacerle
 apostatar de su fe evangélica. La prueba final consistió en hacer salir
 a su paso, cuando se dirigía a la hoguera, a su esposa y siete hijos, 
quienes echándose sobre su cuello y abrazándose a sus brazos y a sus 
rodillas le rogaron de todas las maneras que negase sus convicciones 
religiosas y salvase su vida por amor a ellos. El heroico mártir ¡es 
respondió: "Dios sabe que os amo más que todo lo más querido que para mí
 existe sobre la tierra; pero no os amo más que a mi Salvador, y por 
amor a El no puedo volver atrás de sus enseñanzas. Que El os bendiga 
hasta que podamos reunimos en el cielo." 
CLASES DE INGLES EN TARRASA 
Después 
de la guerra civil éramos visitados con tanta frecuencia por hermanos de
 habla inglesa, que hacia el año 1952 los jóvenes de la Iglesia nos 
rogaron insistentemente que estableciéramos para ellos clases de inglés.
 Accediendo a su deseo, unos treinta jóvenes se enrolaron con gran 
entusiasmo, pensando que la empresa era relativamente fácil; pero a 
medida que pasaban las semanas y los meses, fue disminuyendo lentamente 
el grupo de estudiantes hasta no quedar más que cuatro alumnos, un joven
 y tres señoritas. Aquel joven es hoy pastor en Cataluña y tiene 
constante correspondencia con hermanos de Estados Unidos e Inglaterra. 
Una de las señoritas casó con un joven marino de la VII Flota del 
Mediterráneo, quien vino a Tarrasa, en visita colectiva, durante una 
estancia del portaviones "Midway" en Barcelona. Hoy es una feliz madre 
de familia en Nordfolk, Virginia. Otra es enfermera en Toronto, y la 
tercera, después de estudiar en Inglaterra y sacar el título de 
enfermera en dicho país, ocupa un cargo de responsabilidad en un 
programa evangélico de Radio. Al escribir estas líneas se halla en 
U.S.A. visitando iglesias interesadas en el programa. Todos los que 
perseveraron obtuvieron beneficios útiles, en premio de su aplicación; 
pero solamente fueron cuatro entre treinta que tuvieron la misma 
oportunidad. 
EL MINERO DE GALES 
En el 
país de Gales, famoso por sus despertamientos religiosos, vivía un 
minero cristiano conocido por su piedad, de la que hacían burla algunos 
compañeros; pero su laboriosidad e inteligencia en el trabajo fue 
observada por el director de la mina, quien le ofreció el cargo de 
capataz de una nueva sección que se proyectaba establecer. El director 
quedó estupefacto al oír decir al experto minero: —Agradezco mucho su 
decisión, señor director, y pido perdón por mi atrevimiento, pero vengo 
observando al compañero Juan (otro cristiano) que lleva muchos años en 
la mina; él es tanto o más experto que yo, y por tener más edad le está 
resultando muy penoso el trabajo de peón. ¿No podría darle el cargo a 
él? Además, por sus condiciones familiares, necesita más que yo una 
mejora en el sueldo. El tiene una nuera viuda y nietos, mientras que yo 
vivo solo con mi esposa. 
El 
director, conmovido por este ejemplo de altruismo, accedió a la 
petición; pero no sin antes reunir al personal y darles cuenta de lo 
ocurrido como ejemplo de compañerismo obrero, a la vez que nombraba para
 otra sección al obrero modelo en capacidad profesional y en corazón. 
LAS DOS VIUDAS 
En 
tiempos en que no existían las leyes sociales que hacen hoy menos dura 
la condición de las familias obreras numerosas, fue a residir 
temporalmente en un pueblo de la antes citada región de Gales un 
ingeniero llamado a dirigir la construcción de una nueva mina. Durante 
su estancia dio trabajo doméstico a dos viudas de mineros fallecidos, 
una de las cuales tenía tres hijos menores de edad y la otra nueve. 
Terminada su estancia la esposa del ingeniero convino con éste en hacer a
 ambas un obsequio de despedida. Con objeto de probarlas invirtió los 
términos de su generosidad y dio a la que tenían tres hijos 30 libras 
esterlinas y a la que tenía nueve, solamente 10 libras. Poco después 
supo que la sirvienta más beneficiada había dado 20 libras a su 
compañera. Inmediatamente llamó a ambas y después de explicarles su 
propósito de prueba, elogió en altos términos a la más beneficiada, por 
su altruismo, y a la otra por su ausencia de queja y murmuración ante la
 prueba, después de lo cual premió a ambas con donativos suplementarios 
que éstas no querían aceptar, pero que les hizo tomar de todas maneras. 
EL CANDIDATO ATENIENSE 
Un candidato a la magistratura de la ciudad de Atenas, al conocer que había sido derrotado en una elección popular, respondió: 
—Me alegro de que la Patria tenga mejores hombres que yo mismo y los sepa elegir. 
1 El 
predicador puede añadir en este punto algunas frases para los 
inconversos que puedan hallarse presentes; pero sin exceder de dos o 
tres minutos para no romper el hilo del sermón. 
*** 
SERMÓN XV 
EL SEÑORÍO DE CRISTO 
(Juan 21; Lucas 6:46) 
Quisiera llamar vuestra atención a la palabra «Señor» que
 se encuentra innumerables veces en la Sagrada Escritura, y siete en el 
capítulo 21 de Juan. Hay dos palabras griegas para expresar esta idea, 
la palabras Kurios, que indica dominio y autoridad con amor (es la que 
usa San Pedro cuando pone a la mujeres el ejemplo de Sara, 1.a Pedro 
3:6), y la palabra Despotys, que indica señorío absoluto; soberanía y 
algunas veces se aplica a Dios. Los apóstoles usaban la palabra Kurios 
con extraordinaria frecuencia: «Señor, manda que vaya sobre las aguas», 
«Señor, ¿a quién iremos?», etc. En cambio, no usaban esta expresión 
cuando estaban de mal talante. Por ejemplo, en el caso de la tempestad 
dicen: «Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?» En el cenáculo, el 
traidor Judas le dice: «¿Soy yo Maestro?» Y en Getsemaní: «¡Salve, 
Maestro!» Las gentes extrañas le llamaban generalmente «Maestro» (Mateo 
19:16; Marcos 9:17; Marcos 10:51; 12:14; 12:19, etc.); los fariseos le 
daban siempre el título de Maestro, nunca el de Señor (Mateo 12:38; 
22:16; Lucas 19:39; 20:21; 28 y 39; Juan 3:2; 8:4, etc.) 
Los once apóstoles reconocían el señorío de Cristo; no 
eran escépticos, ni enemigos, como los fariseos; pero a veces lo 
olvidaban en el terreno práctico, o no osaban darle este respetuoso 
título (Marcos 9:38; 10:35; Lucas 9:49). ¿Y qué nos pasa a nosotros? Por
 lo general, los cristianos evangélicos usamos con frecuencia esta 
expresión como prueba de nuestro reconocimiento y lealtad a Cristo. 
Cuando en España no teníamos la costumbre de que los 
nuevos creyentes dieran testimonio de su conversión levantándose en la 
Iglesia, el cambio de vocabulario con referencia a Cristo era la señal 
con que reconocíamos su conversión. Pero no es una señal infalible. Hay 
pseudos cristianos que tienen el instinto de imitación y usan la palabra
 indebidamente. Por esto Jesús dice: «No todo el que me dice Señor, 
Señor, entrará en el Reino de los Cielos.» Sin embargo, esta expresión 
es buena en labios de los creyentes, pues cuando es sincera, demuestra 
un afectuoso reconocimiento y una especial relación con Dios. Hay 
cristianos que parecen tener vergüenza de usarla y dicen más bien Dios o
 Jesucristo, omitiendo la palabra Señor, especialmente cuando están 
fríos. 
En el caso de la tempestad, habría sido mucho más propio 
para los apóstoles decir: «Señor, ¡ten misericordia, que perecemos!» 
¿Por qué usaron la palabra Maestro? Porque, sin atreverse a decirlo, 
instintivamente parecen trocados los papeles....; ellos se muestran 
señores. La expresión «¡Maestro, ¿no tienes cuidado?» Era como decirle: 
«Somos tus discípulos en un mundo que te desprecia, tienes, pues, el 
deber de cuidar de nosotros.... Eres Señor de los elementos, esto va sin
 decir, pero nuestro criado. ¡A ver, pues, si te levantas a servirnos!» 
¿No sentimos así en el fondo, algunas veces, en las 
contrariedades y conflictos de la vida? Pero El es Señor en los buenos y
 en los malos momentos; cuando lo sentimos con gratitud y afecto, y 
cuando no lo sentimos. 
1. La razón del señorío de Cristo 
Tenemos motivos para reconocer a Cristo como Señor. Es el
 Verbo encarnado, por el cual fueron hechas todas las cosas; y es 
doblemente Señor nuestro por habernos comprado con su sacrificio cruento
 en el Calvario. «Vuélvete a Mí, porque yo te redimí y te puse nombre; 
mío eres tú», decía Dios a Israel (Isaías 43:1). Mucho más puede decirlo
 al pueblo cristiano. «No sois vuestros, comprados habéis sido por 
precio...., glorificad, pues, a Dios, en vuestro cuerpo y vuestro 
espíritu, los cuales son de Dios» (1.a Corintios 6:20). No sólo somos 
criaturas de Dios sino criaturas redimidas desde que comprendimos 
nuestra necesidad y aceptamos a Cristo como Señor. (Véase anécdota El 
barquito construido y comprado.) Así es nuestro caso; no sólo el Creador
 empleó miles de años creando maravillas de este mundo y preparándolo 
para la entrada en escena del ser humano, hecho a su imagen; sino que, 
previendo que los hombres, al ser dejados libres, no se sustraerían de 
la gran rebelión de Satanás, preparó, antes de la creación del mundo, un
 Salvador, y a su tiempo vino el Verbo hecho carne, vivió, sufrió, murió
 y pudo decir: « ¡Consumado es! Realizada está la obra de redención.» 
Por esto pudo escribir años más tarde el protagonista de esta escena, 
Simón Pedro: «Habéis sido rescatados, no con cosas corruptibles, sino 
con la sangre preciosa de Cristo.» Amigo, ¿no quieres que El te aplique 
tan glorioso precio? ¿Que El te compre, para que puedas ser suyo? (Véase
 anécdota El esclavo rescatado con sangre.) 
Si ya has aceptado a Cristo como tu Salvador y Señor, ¿no
 crees que debas tratarlo como tal? ¿Por qué dar lugar a la amarga queja
 de Lucas 6:46? Así ocurría en el caso de los discípulos que venimos 
considerando. 
2. La pérdida de la visión de su señorío 
Recordad las circunstancias de este relato. Los 
discípulos se hallaban en Galilea, no en Jerusalén, donde habían tenido 
el privilegio de ser visitados por el Señor tantas veces. Habían ido a 
Galilea por orden del mismo Señor, que les convocó en uno de sus montes 
(Mateo 28:10 y 1.a Corintios 15:6), pero la orden fue que se fueran de 
nuevo a Jerusalén (Hechos 1:4). Sin embargo, en lugar de esto, se 
entretuvieron en Galilea. Hasta cierto punto era natural, estando en la 
región donde tenían a sus parientes y amistades; pero ello les llevó a 
la tentación de volver a su antiguo oficio, entreteniéndose más de lo 
debido. «A pescar voy»; no era nada malo....; pero ahora estaban en otro
 empleo, como les había dicho el Señor (Lucas 24:47 y Juan 20:21). 
Así es con nosotros muchas veces. No son malas las 
ocupaciones seculares y aun las diversiones, los «hobbys», los deportes,
 pero debemos tener en cuenta que los cristianos somos llamados a un 
deber superior: «Servir a Cristo.» «Trabajad, no por la comida, que 
perece.» (Juan 6:27.) ¿Qué hacemos por lo que no perece? ¿Cómo tratamos 
nuestra alma y los intereses del Reino de Dios? 
3. Jesús sale al encuentro de los que han perdido la visión 
Era necesario hacer reconocer a aquel puñado de 
discípulos, que habían olvidado su señorío, sus órdenes, sus ocupaciones
 superiores...., a El, en una palabra, y se dirige a su encuentro. 
¿Cómo? 
a) Va por las circunstancias adversas. No fue casual que 
no pescaran nada. La voluntad omnipotente del Señor ahuyentaba los peces
 en aquella triste y larga noche. Del mismo modo, nuestras adversidades 
nos preparan para la instrucción que El quiere darnos. Como el labrador 
remueve la tierra antes de sembrarla, Cristo zarandea a veces a los 
suyos con adversidades y contrariedades para llevarnos por su camino. 
(Véase anécdota Hans Egede, el primer misionero danés a los lapones.) De
 semejante manera, en el presente caso el Señor reencaminó a sus 
discípulos a su deber, quitándoles la pesca. No en vano les había dicho:
 «Sin Mí, nada podéis hacer.» Y esto es una realidad aun en el orden 
material para los que somos hijos de Dios. Cuando no eran discípulos, 
los apóstoles podían pescar sin el Señor, después no. Hoy día la gente 
del mundo hace lo que le da gana; mienten, trampean, trabajan en domingo
 y prosperan. No debe extrañarnos ni queremos envidiarlos, no son del 
Señor. El pescador Pedro nunca había pasado una noche como aquella en el
 productivo mar de Galilea. ¿No sentiría la voz del Señor en su 
conciencia con motivo de tal adversidad? 
b) Se aparece en persona y no le conocen. Allí está a la 
orilla, al despuntar el alba. Es natural que María no le conociera 
después de su resurrección, pues habría una notable diferencia entre su 
aspecto físico al final de su ministerio (sobre todo después de ser 
desfigurado por los sufrimientos de la pasión) y su cuerpo glorificado, 
rebosante de vida y de belleza. Además, estaba llorosa y quizá de 
espaldas; pero los discípulos le habían visto resucitado muchas veces; 
sin embargo, el día va clareando, la figura aparece más y más nítida, y 
nadie le conoce excepto uno. 
c) El ojo de la fe distingue al Señor. Fue Juan, el 
discípulo del amor, el primero en distinguirle, y Pedro, el más 
decidido, quien se lanza al agua. Quiere volver a disfrutar de su 
compañía porque le ama, a pesar de su negación. No dice: ¿qué me importa
 a mí? 
Así ocurre con los verdaderos cristianos. Un mundano dirá
 ¿qué me importa el culto? No tiene ojos espirituales, para distinguir 
al Señor en su Palabra y en los ejercicios piadosos, en el partimiento 
del pan (por ejemplo). El mundano no tiene apetito espiritual para 
disfrutar de la comunión con Dios por el Espíritu Santo, pero tú sí. 
¡Has disfrutado tanto algunas veces! Pero, ¿por qué te vas a pescar.... 
si eres de Cristo.... si El es tu Kurios? No es posible tener a Cristo 
como Salvador sin tenerle como Señor. No basta con tenerle en tal 
concepto para las grandes cosas, olvidando que El lo es en todo, y que 
es Omnisciente y Omnipresente. Sólo entonces te sentirás gozoso. 
Todos tenemos a Cristo como Señor en un sentido general y
 lejano; pero no con aquella actitud que expresa David en el Salmo 
123:2. Aquellos siervos hebreos no esperaban la orden verbal, trataban 
de adivinarla en los ojos de sus señores para así demostrar su profunda 
atención y obediencia. ¿Es de este modo como mantenemos nosotros la 
comunión con Dios? 
Pero ¡ay, que esta actitud de David no fue constante en 
su vida! Miraba los ojos de su Señor en muchas ocasiones cuando se 
encontraba en conflicto, o en una euforia espiritual, como cuando trajo 
el arca a Jerusalén; pero no el día que ocioso se subió al terrado para 
curiosear en las casas de los vecinos y vio a Bathseba. Así es muchas 
veces en las vidas de los cristianos. Es fácil ver al Señor en el culto y
 escuchar su voz en la lectura de su Palabra o en algún libro piadoso, 
pero el secreto de la vida cristiana es vivir en la presencia del Señor.
 Esta actitud de creyentes no consagrados, tiene dos malos resultados: 
1) Disfrutar poco de la comunión espiritual, que causa el
 más profundo gozo en el alma cristiana, mayor que todos los goces 
mundanos. 
2) Llegar al final de la vida, a las playas de la eternidad, como llegaron los discípulos en esta ocasión, con la barca vacía. 
4. El señorío reanudado 
Aun estando los discípulos lejos, en la mar, el Señor les
 esperaba. Su presencia les atrajo de un modo inconsciente, y cuando 
llegan cerca les habla con una familiaridad que les descubre su persona:
 «Poídos, les dice, ¿tenéis algo que comer? Los antiguos traductores de 
nuestra Biblia usaron la expresión que juzgaron más a propósito para no 
causar extrañeza a los lectores del Nuevo Testamento, poniendo la 
palabra «mozos»; pero la revisada traduce con más propiedad «hijitos», 
aunque, literalmente, es «niños». Palabra cariñosa, pero también de 
reproche. ¿No estaban obrando como niños? En lugar de ocuparse de la 
alta misión de «enviados» a perdonar pecados (Juan 20:22-23) —o a hacer 
que pecados fuesen perdonados), que almas inmortales pudieran encontrar 
el secreto de la vida eterna, como ocurrió en Pentecostés; ¡entretenerse
 a pescar peces! ¡Cuántas veces los cristianos debemos parecer niños a 
los ángeles cuando nos ocupamos con excesivo e impropio interés de lo 
que no tiene valor! El apóstol nos exhorta: «Sed niños en la malicia, mas hombres en el sentido.»  Pero muchas veces somos totalmente al revés: - «Hombres en la malicia y niños en el sentido.» 
Y peor todavía, niños mal criados; obedientes sólo cuando
 se sigue su gusto. Así actuamos muchas veces los actuales discípulos 
del Señor. ¡Cuántos dicen que no pueden ir al templo porque están 
cansados; pero el lunes van a la fábrica cansados o no. ¡Reconocen un 
señorío en la persona que les da el pan material, que no reconocen al 
Señor. ¡Cuántas veces abusamos de El reconociéndole como Salvador, como 
amigo, teóricamente como Dios, pero no como «Señor»! 
a) El descubrimiento seguido por la acción. Cuando el ojo
 del amor descubre al Señor, sigue la acción. Pedro se echa a la mar, 
los otros se acercan, obedecen como a un desconocido, automáticamente. 
Pero en Pedro y Juan había un sentido superior. Juan, hablando a su 
compañero del Señor, Pedro, lanzándose a su encuentro. Es así como obra 
la fe y el amor, con actos. Si le amas, hablarás de El a tu vecino, le 
mencionarás instintivamente; acudirás al templo, harás las cosas que a 
El le agradan. No querrás mantenerte separado de su comunión. 
b) La tragedia de la frialdad. Pero los demás discípulos 
se encuentran anonadados, cohibidos; «sin osar preguntarle, sabiendo que
 era el Señor». ¡Qué cuadro tan exacto de la situación de muchos 
cristianos! En el fondo, le amamos, le reconocemos; quizás haríamos algo
 grande si viniera una persecución o alguien nos provocara insultando a 
Cristo; porque le amamos..... Pero sentimos vergüenza de abrir la boca 
por El en circunstancias normales; tenemos pereza de orar.... 
El autor de este apéndice al Evangelio de Juan, hace 
notar este detalle, que alguien le contaría, con extrañe-za: «Nadie 
osaba....» ¿El hecho de verle resucitado les sobrecogía de miedo? Es 
posible, pero en otras ocasiones no fue así. Cuando les llevó al monte 
de la ascensión, le hicieron preguntas; las mujeres se echaron a sus 
pies el día que le vieron resucitado. ¿Por qué no ahora....? Porque les 
había cogido in fraganti, pescando, cuando debían estar en Jerusalén 
orando y esperando la Promesa. Por esto se hallaban mudos, rota la 
íntima comunión; sin poder hablar al Señor como a un amigo. En Marcos 
6:30 se nos dice que los apóstoles se juntaron con Jesús y le contaron 
todo lo que habían hecho; pero entonces tenían algo que contarle, ahora 
no había nada. Por esto estaban mudos, obedeciendo, trayendo la red, 
comiendo, pero sin intimidad, franqueza, ni libertad. 
5. El señorío confirmado 
Jesús rompe el silencio con las tres preguntas a Pedro, 
el culpable de aquella escena, pues fue él quien propuso ir a pescar. 
«Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?» Seguramente ya se lo había dicho la 
primera tarde de su resurrección (Lucas 24:34) y lo había demostrado con
 su actitud impulsiva ahora mismo; pero por tres veces quiere oírlo de 
su boca delante de sus compañeros; y delante de ellos ratificarle en su 
ministerio apostólico, con una frase que es al mismo tiempo una 
reprensión: «Apacienta mis ovejas.» Lo que implica: «No es este tu 
lugar, cumple tu ministerio; no de pescar peces, sino de pescar hombres 
para mi reino.» Jesús lo había dicho hacía pocas semanas en el cenáculo:
 «Si me amáis, guardad mis mandamientos.» 
¿Cuál es nuestra actitud? ¿La de niños mal criados, 
desobedientes y tercos, o la de siervos fieles, agradecidos a su 
preciosa redención y amigos del Señor? (Véase anécdota Domini Sumus.) 
Que El nos ayude a sentir siempre, como sin duda sentimos
 en estos momentos, que El es de veras nuestro Señor y merece nuestro 
más abnegado y fiel servicio. 
ANÉCDOTAS 
EL BARQUITO CONSTRUIDO Y COMPRADO 
Un niño 
muy mañoso construyó con gran paciencia y trabajo un hermoso barquito 
con su vela, timón y aparejos, de tal modo que parecía un barco de 
verdad. Pero un día, tratando de hacerlo navegar por el río, la 
corriente se lo llevó y lo puso fuera de su alcance, sin que pudiera 
recobrarlo. Con gran desconsuelo regresó a su casa, no pudiendo apartar 
de su mente el juguete perdido. 
Un par 
de semanas después, al pasar por delante de un establecimiento de 
objetos de lance, vio expuesto su barco. ¡Sí, efectivamente, era el 
suyo. ¡Lo conocía en tantos detalles...! Entró a reclamarlo, pero el 
dueño del establecimiento no se atuvo a razones. Le dijo que sería suyo 
si quería comprarlo y nada más. El muchacho fue a su casa, abrió su 
hucha y pagó el precio de lo que había sido suyo. Cuando lo llevaba, 
acariciando su pequeño tesoro, decía: 
—Barquito, ahora te quiero más, pues eres mío dos veces. Primeramente porque te construí y luego porque te compré. 
EL ESCLAVO RESCATADO CON SANGRE 
Un negro
 esclavo corría desesperadamente por la selva de África en dirección a 
cierta Casa-Misión en busca de refugio. Había hecho enojar a su iracundo
 amo, quien había jurado matarle, y corría tras él con el arco tensado, 
esperando tenerle a tiro para clavar la flecha en sus entrañas. 
A la 
puerta de la Misión salió el director y viendo la peligrosa escena 
empezó a dar voces al perseguidor, rogándole que se abstuviera de 
disparar; pero el hombre, haciendo caso omiso, seguía corriendo detrás 
de su víctima sin darle respiro. En el momento en que el fugitivo iba a 
arrojarse a los pies del misionero implorando protección, el perseguidor
 disparó su arco. Rápidamente el misionero extendió su brazo y recibió 
en él la flecha que iba a clavarse en el cuello del perseguido. Del 
brazo comenzó a chorrear sangre, que salpicó al pobre negro arrodillado a
 sus pies. 
—Has 
derramado sangre inglesa —exclamó el misionero dirigiéndose al agresor 
con severidad—. ¿Por qué no hiciste caso cuando te gritaba que te 
detuvieras? ¿Sabes lo que esto puede costarte? —en aquellos tiempos la 
bandera británica era muy respetada por los súbditos de su vasto imperio
 colonial—. Sólo con una condición —continuó el misionero— no daré parte
 a las autoridades de lo que has hecho: Que me cedas a tu esclavo, 
renunciando a matarle. 
El 
esclavo, que además de salvar su vida recobró su libertad, no sabía cómo
 ponderar la generosa acción del misionero. Cada vez que contaba la 
historia se sentía no solamente favorecido, sino altamente honrado de 
poder decir: "Me compró con su sangre." 
HANS EGEDE, PRIMER MISIONERO DANÉS A LOS LAPONES 
Cuando 
Dios llamó al primer misionero Hans Egede a Groenlandia era éste un 
pastor danés muy estimado de su congregación. Comunicó a su esposa el 
deseo que Dios había puesto en su corazón de llevar el conocimiento del 
Evangelio a los habitantes del helado Norte; pero ésta se le opuso 
tenazmente. ¿Debían dejar su confortable hogar y su amada congregación, 
que habían pastoreado por muchos años, para ir a vivir entre habitantes 
de casas de hielo, paganos, supersticiosos y atrasodas, compartiendo su 
miserable vida? 
En vano Hans Egede mostraba a su compañera la orden de Cristo: ''Id por todo el mundo." 
—¡Sí! 
¿Pero por qué nosotros precisamente? —Argüía la esposa—. ¿No ha habido 
Japonés durante siglos en las heladas costas del Norte? ¿Por qué a 
ningún cristiano se le había ocurrido hasta entonces tal idea? 
Pero 
vino un día en que Dios removió el nido confortable de los esposos 
Egede, y empezaron a surgir espinas. Se levantaron querellas en la 
congregación danesa; uno y otro bando querían que el pastor les diera la
 razón. Cada día llegaban noticias de quejas y murmuraciones en contra 
del pastor. Entonces la esposa fue la primera en reconocer y confesar: 
—¿Por 
qué habrá ocurrido esto tan triste en nuestra iglesia, Hans? ¿No será 
que Dios nos llama a la obra misionera en Groenlandia y nosotros estamos
 fuera del camino de su voluntad? 
De este 
modo se inició la labor cristiana que transformó y trajo el gozo y la 
esperanza de Cristo a los tristes habitantes del Polo Norte, gozo 
también en el corazón de los pastores Egede, al ver que no había sido en
 vano su obediencia al llamamiento de Dios. 
"DOMINI SUMUS" 
Martín 
Lutero viajaba a pie muy a menudo. En cierta ocasión pidió alojamiento 
en una casa de campesinos que le trataron tan bien como pudieron. 
Al saber
 que era el famoso reformador, rehusaron toda paga, pero le pidieron que
 se acordara de ellos en sus oraciones y que escribiera en tinta 
encarnada en su pared alguna inscripción de recuerdo. 
Lutero 
escribió "Domini sumus". El campesino le preguntó qué significaban 
aquellas palabras, y Lutero explicó que en correcto latín pueden tener 
un doble sentido, según el contexto de la frase. 
—Significan
 —dijo— "somos del Señor", pero pueden significar también "Somos 
señores", que es precisamente lo opuesto, aplicándolas en sentido 
opuesto. 
Pero Lutero les dio una provechosa lección espiritual juntando ambos sentidos: 
—Somos 
del Señor —les dijo— porque El nos compró con su sangre; pero esto mismo
 hace que seamos libres por su gracia, y no seamos más esclavos de 
Satanás, ni de hombre alguno, sino señores, verdaderamente libres para 
no servir más al pecado y para honrarle y glorificarle voluntariamente a
 El. 
*** 
SERMÓN XVI 
EL REPOSO DE LOS SANTOS 
(Hebreos 3:12-14) 
Introducción 
Estamos en época de vacaciones. Muchos habéis pasado unos
 días de solaz, apartados del trabajo rutinario de cada día; gozando del
 verdor, encanto y magnificencia de las alturas, o de las caricias del 
mar. Y tendréis que empezar (o habéis empezado) dentro de x días, la 
labor diaria, con su fatiga, sus preocupaciones, sus sinsabores y 
dificultades. 
Por esto me parece oportuno hablaros del trabajo y del descanso desde el punto de vista humano y espiritual. 
1. Trabajo y reposo divino 
El trabajo es ley universal. Dios mismo trabaja en su 
alta esfera, y también reposa, o diríamos, aumenta y disminuye su 
actividad creadora y organizadora en ciertos lugares del Universo. ¿Qué 
significa, si no Génesis 2:1-3? Por esto, cuando oigo decir que este 
mundo tiene tantos centenares de millones de años, o que la roca o el 
fósil hallado en tal o cual lugar de la costra terrestre los debe tener 
también, no digo que no; pero me quedo algo dudoso. ¿Sabéis por qué? 
Porque me parece que los científicos juzgan las cosas por el ritmo 
actual de la naturaleza, de acuerdo tan sólo con su actual experiencia. 
Es decir, juzgan y calculan basándose en lo que saben, pero ¿y lo que no
 saben? Sabemos hoy, por ejemplo, lo que se desconocía hace treinta 
años, que por medio de radiaciones isotópicas pueden hacerse aparentes 
milagros. Que vegetales expuestos en condiciones adecuadas a la 
radioactividad pueden crecer en días y hacerse gigantescos. ¡Quizás esto
 explica la existencia de los imponentes animales antidiluvianos que 
precedieron a la creación del hombre! Quizás algún día la ciencia tendrá
 que reconocer, no sólo lo que ya se ve obligada a admitir ahora, que 
hubo seis épocas diversas, días de la creación, y su ordenada sucesión, 
en la forma exacta que lo describe la Biblia, sino también que en 
aquellas seis épocas creativas las cosas se hicieron más aprisa. En 
otras palabras: que Dios obró con una actividad extraordinaria durante 
aquellas susodichas seis épocas geológicas, y reposó (o mejor dicho, 
está reposando todavía) en la séptima, la actual; en la cual la materia 
está perdiendo lentamente radioactividad, sin recibir nueva potencia 
creadora y organizadora. 
Quizás esto explique el hecho notablemente extraño, dados
 los incontables recursos de la Naturaleza, tal como los vemos 
manifestados en este mundo, de que nos hallemos rodeados de mundos 
compañeros de la tierra en el mismo sistema planetario del Sol, tan 
atrasados, al lado del que nosotros habitamos. Entonces será quizá 
reconocido que si nuestro planeta es tan diferente de la luna y de otros
 planetas de la misma edad geológica, es no solamente por las causas 
físicas a las cuales ellos atribuyen tal diferencia, por lo que 
encontramos expuesto en Génesis 1:2, o sea, que Dios obró con una 
actividad extraordinaria, y especialmente intencionada sobre la tierra 
durante las seis épocas de la creación, y ahora nos hallamos en la 
séptima, cuando el Creador reposa, o sea, no interviene sino muy 
raramente, en el aspecto físico, en este maravilloso mundo en que 
vivimos, mientras que no ha tenido a bien intervenir de un modo 
particular en dichos planetas. 
2. Trabajo y reposo humano 
Cuando el gran Artífice invisible cesó de actuar 
directamente sobre los elementos físicos, o sea, reposó, dio al hombre, 
creado a su imagen y semejanza, la ley del trabajo, para que completara 
su magnífica obra aprovechándose del maravilloso orden, por El 
establecido, y de los recursos naturales puestos por su sabia 
providencia en nuestro planeta. 
a) El trabajo no es un castigo. No le dio el trabajo como
 castigo, sino como un privilegio; el privilegio de cooperar con su 
Padre celestial en el perfeccionamiento de este mundo. A tal objeto le 
puso en una especie de museo o jardín botánico preparado en el Asia 
Menor, el paraíso del Edén. Observad que había allí oro, el metal más 
manejable, piedras preciosas, fuentes de aguas, árboles, plantas y 
animales de todas clases (Génesis 2:10-15). «Aquí está todo, por lo 
menos los tipos originales que después se han desarrollado en razas 
—parece decirle—; úsalo. Nada te será contrario, sino todo favorable; 
trabaja, no en los términos de una labor, sino de una distracción y 
satisfacción.» Sin cardos ni espinas, sin plagas con que luchar, el 
primer labrador humano no tenía una tarea pesada, y mucho menos lo 
habría sido de haber podido utilizar los instrumentos que los 
conocimientos científicos (más rápidamente alcanzados de no ocurrir la 
tragedia del pecado) le hubieran proporcionado poco después. El trabajo 
que Dios dio a Adán no era sino un privilegio de colaboración; como el 
padre que permite al niño poner su manita en el asa de la cesta, para 
que parezca que hace algo.... Para que puedas escoger las plantas y 
frutos que te apetezcan —parece decirle Dios—; pon la semilla y cúbrela 
de tierra. Esto es todo. Del resto me encargo yo, pues tú, pobre 
criatura, nada más puedes hacer.» 
b) El pecado, maldición del trabajo. Pero sobrevino el 
pecado, el virus criminal de la desconfianza a Dios, con su secuela de 
sentimientos malévolos; la ambición, el egoísmo, a envidia, el odio. El 
simple acto de tomar y coger del árbol prohibido fue sólo la primera 
manifestación, el primer fruto le la terrible semilla del mal, del 
contagio, de la peste del recado que surgió del averno en la persona del
 Tentador. 
Entonces apareció el trabajo como castigo, como labor 
penosa, como una lucha con fuerzas hostiles de la Naturaleza; y aun peor
 que todo, con fuerzas hostiles dentro de la propia humanidad. Si el 
pecado hubiese sido un mero acto y no una infección; un hecho erróneo 
que tuviera que recibir como castigo la expulsión del Edén, no habría 
sido nada grave. Un día u otro tenían que esparcirse los hombres sobre 
la tierra, saliendo de la «Escuela Museo Didáctico de Dios», para 
colonizar el mundo. Pero no fue esto sólo, sino que el pecado corrompió 
el corazón del hombre, haciéndole capaz de actos criminales; le 
transformó de un hijo de Dios en un criminal en potencia. Cuando vieron 
los hombres que matando a sus prójimos se obtenía la ventaja de 
apoderarse de sus bienes y de sus mujeres; utilizando la extraordinaria 
inteligencia con que Dios les había dotado, empezaron a moldear las 
piedras y a fraguar los metales, no tan sólo para defenderse de las 
bestias, sino para guerrear entre sí. De Lamec, el biznieto de Caín, 
leemos que cuando alguien le ofendió y golpeó, él lo asesinó a mansalva,
 y advirtió a sus dos mujeres Ada y Zula: «Al que me toca, yo le 
liquido» (Génesis 4:23-14). Pero, como dice el refrán, que «donde las 
dan las toman», otros hombres hicieron lo mismo, y la tierra empezó a 
llenarse de violencia hasta llegar a la depravación que trajo el 
diluvio. 
Por esto, antes y después del diluvio, los hombres se 
dedicaron a formar agrupaciones, nombrando un jefe, para protegerse 
mejor de sus enemigos; edificaron ciudades amuralladas; surgieron 
guerras entre tribus y entre grupos de tribus; se hicieron prisioneros y
 se inició la tragedia humana de la esclavitud, que ha durado siglos, y 
ha hecho penosa y miserable la vida de millones de seres humanos, en 
lugar de cumplirse el plan ideal del Creador, de independencia familiar,
 mayormente agrícola, en un mundo abundante para todos y bien 
distribuido. En Hebreos 2:15 se nos describe la triste condición de la 
raza caída al decir: «Por el temor de la muerte estuvieron sujetos toda 
la vida a servidumbre.» En efecto, en siglos pasados, a causa de las 
guerras y de mala organización social maleada por el pecado, millones de
 hombres trabajaron de sol a sol, nada más que por una miserable pitanza
 que les permitiera seguir viviendo. Los millones de esclavos que 
edificaron las pirámides de Egipto, las murallas de Tarragona, la gran 
muralla de China, etc., etc., tenían descanso: día tras día y año tras 
año, más que las breves horas de la noche. No existía para ellos ni el 
reposo semanal, exclusivo de la nación hebrea por mandato de Dios, ú 
tampoco tiempos de vacación como los que hoy tenemos. Cuán agradecidos 
debemos estar de vivir, hoy día, en una sociedad que, aunque dista mucho
 de ser perfecta, es, indefectiblemente, mejor que la de aquellos 
oscuros tiempos. 
c) El trabajo en el Reino de Dios. Porque El es quien 
tiene en su mano el porvenir del mundo, el cuadro que nos dan las 
profecías del reino de Dios sobre la tierra, es diferente del que nos 
presentaba cierto programa de televisión, hablando de los problemas de 
la vivienda y de la contaminación en el año 2000. Porque creemos que el 
Señor ha de intervenir antes de que la humanidad llegue al estado que 
prevén los pensadores humanos, sabemos que en aquella época feliz del 
futuro, «cada cual se sentará debajo de su parra y de su higuera». 
(Miqueas 4:4.) Esto significa que la humanidad, bajo el gobierno divino,
 volverá a la tierra, distribuida equitativamente, y gozará de los 
beneficios de una civilización extraordinariamente desarrollada por el 
contacto con el cielo. Vivirán los hombres repartidos por el mundo, no 
concentrados en grandes capitales, redimidos totalmente del trabajo duro
 por máquinas a las que solamente se tendrá que hablar para que sus 
computadores electromagnéticos las lleven a hacer toda clase de labores 
penosas. 
3. Una vocación eterna 
Pero la perspectiva del futuro todavía es mucho más 
halagüeña para los redimidos de Dios; los que durante esta época le 
prueba pusieron su confianza en Cristo y vivieron de cara al porvenir: 
«Queda un reposo para el pueblo de Dios», leemos en la carta a los 
Hebreos. Prácticamente, y a la luz de las enseñanzas proféticas queda 
una vacación eterna. 
En efecto, ¿qué hacemos durante las vacaciones? 
Abandonando los trabajos pesados, procuramos cambiar de ambiente, nos 
dirigimos a otros lugares para disfrutar más y mejor de las buenas cosas
 que Dios ha puesto en este mundo. Y esto es lo que nos aguarda en el 
Reino de los Cielos. 
a) Seguridad de la vacación celestial. Los judíos tenían 
poco conocimiento de la vida futura. Para la mayoría de ellos las 
bendiciones de Dios se cifraban en la presente. Por esto, el apóstol 
trata de demostrarles que el reposo prometido por Dios a los padres, no 
era sólo la Canaán terrenal como algunos pensaban. El rey David ya había
 entrado y vivía en Canaán cuando exhorta a la fidelidad a Dios a fin de
 no perder el reposo prometido. Si Josué les hubiera dado el reposo 
—dice el texto— no hablaría después de otro día. 
Este reposo existe y no es la muerte, como algunos 
piensan. La muerte, como fin de la existencia, no es reposo. Los 
esqueletos no puede decirse que reposan, porque reposo es lo opuesto a 
cansancio, lo que no está cansado, no puede descansar. Implica el 
disfrute del descanso. Descansa el labrador tumbado sobre la hierba, 
descansa el caballo en el pesebre, o en el prado, pero no descansa 
literalmente el carro o la azada, porque son instrumentos inertes que ni
 se cansan ni pueden descansar. El descanso no significa, pues, cesar de
 existir, o dejar de ser, sino disfrutar de una existencia mejor, exenta
 de labores penosas, y esto es cabalmente el cielo; no un estado de 
inactividad sino de servicio deleitoso y glorioso (Apocalipsis 22:4 y 
Efesios 3:10). (Véase como ampliación de esta idea los libros Cuando El 
venga, págs. 221-220; La Nada o las Estrellas, págs. 313-324; y El 
Cielo, páginas 189 a 209. 
b) Trabajando para el verdadero reposo. Hemos dicho que 
Dios actúa en dos esferas, la física y la espiritual. Cuando cesó su 
actividad en la esfera física, empezó la gran labor moral y espiritual 
de reparar la obra nefasta de Satanás y redimir para sí un pueblo 
propio, celoso de buenas obras», Jesús se consideraba un obrero de Dios 
en este terreno, y dice Mi Padre hasta ahora obra, y yo obro.» (Juan 
5:17.) 
«Conviéneme hacer las obras del que me envió» (Juan :4). 
«Yo te he glorificado en la tierra, he acabado la obra 
que me diste que hiciese, ahora glorifícame tú acerca de Ti mismo» (Juan
 17:4-5). 
He aquí la misma ley del trabajo y el descanso, aun en 
esta esfera tan elevada, la del Hijo de Dios obrando en favor e un mundo
 perdido. Nosotros somos los beneficiados por i obra redentora de 
Cristo. Pero, ¿para qué? 
c) Nuestro trabajo para el Reino. Efesios 2 nos expone 
plan divino de un modo muy claro: A los que «estábamos muertos nos dio 
vida.» «Somos salvos por gracia» pero «para que andemos en las buenas 
obras preparadas por Dios». Un muerto no puede trabajar. Los que están 
muertos en delitos pecados pueden hacer muchas buenas obras según el 
mundo, pero no pueden tomar parte en la obra más importante, la de 
comunicar la buena nueva de salvación a las almas perdidas, pues ellos 
mismos no entienden nada en este terreno; el más sencillo creyente puede
 hacerlo, sobre todo entre los de su esfera. Un resucitado con Cristo ha
 sido salvo para servir, para vivir una vida cristiana eficaz y activa. 
Por esto decía Jesús (Juan 6:27). Lo peor es cuando los afanes de la 
vida nos impiden cumplir los deberes cristianos. Cuando estamos fríos 
espiritualmente, no tenemos ganas de glorificar a Dios; ni con nuestro 
tiempo ni con nuestro dinero. 
Nuestro texto presenta el caso de los israelitas que 
salieron de Egipto y anduvieron por el desierto; pero no llegaron a 
Canaán porque su corazón se llenó de incredulidad, se sintieron cansados
 de seguir la nube.... A algunos les ha ocurrido esto, en el terreno 
espiritual. Les hemos visto activos celosos, pero solamente por un 
tiempo. Se cansaron, no del servicio de Dios, sino de servir a Dios. 
Pero si hemos sido fieles; si hemos vivido para Cristo, si le hemos 
glorificado en la tierra como Cristo glorificó al Padre, nuestras obras 
nos seguirán (Apocalipsis 14:13). Quizá nada quede aquí, o se borre en 
pocos años, pero quedará allá. Por esto podemos decir que es hermoso 
cansarse sirviendo a Dios.... A los tales está prometido el descanso 
feliz y verdadero. Pero es catastrófico cansarse de servir a Dios. 
Recordemos que aun cuando la salvación es por gracia, Dios dará a cada 
uno según sus obras. 
En el mundo existe la injusticia social (quienes 
disfrutan cada día de descanso sin trabajar) pero esta injusticia no 
existe en el terreno espiritual. ¿Queremos que El pueda decirnos «ven, 
buen siervo fiel, entra en el gozo», el descanso, la vacación eterna de 
tu Señor? Procuremos ser sus fieles siervos aquí, busquemos cómo podemos
 servirle en nuestras circunstancias, y continuaremos siendo sus 
siervos, sus felices siervos, en la Canaán celestial. 
Posiblemente, haya allí también períodos de más o menos 
actividad y de actividades variadas; pero todo nuestro servicio será, 
comparado con las penalidades del presente, como una feliz vacación, 
pues podrá sernos dicho, como de aquellos siervos de Salomón, de quienes
 declaró la reina de Saba: «Bienaventurados tus varones, dichosos tus 
siervos que están continuamente delante de ti y oyen tu sabiduría.» 
Porque estaremos con Aquel que aun durante su humillación era mucho 
mayor que Salomón. Oiremos su sabiduría y compartiremos sus glorias en 
una vacación eterna, por siglos de siglos. 
SERMÓN XVII 
ASPIRACIONES CUMPLIDAS 
(Jeremías 29:11; Romanos 8:28-32) 
Introducción 
Una de las pruebas del origen y fin superior del hombre 
es que es un ser capaz de anticipar el futuro.....tiene ideales y 
aspiraciones. Los animales son lo que la filosofía moderna llama 
existenciales; ellos sí viven solo y exclusivamente en el momento 
presente; no se preocupan del futuro ni tienen capacidad para anticipar 
el porvenir; pero el hombre piensa en lo que fue y en lo que será y 
dirige sus esfuerzos de acuerdo con sus previsiones. El pajarito no se 
preocupa por si mañana no habrá comida; llena su buche y se pone a 
cantar satisfecho. Pero el hombre se preocupa y dirige sus afanes al 
mañana con exceso, sin dar lugar a Dios. No es malo ser previsor; pero 
lo es afanarse por el porvenir como si todo dependiera de nosotros. De 
ahí la advertencia de Cristo en Mateo 6:25-34. Alguien dijo: «Lo que más
 me ha hecho sufrir en la vida es lo que nunca ha ocurrido.» Esto es por
 falta de confianza en Dios. No sentimos como debiéramos que Alguien 
arriba piensa en nosotros. 
Sin embargo, Dios mismo nos lo asegura en muchísimos pasajes de la Sagrada Escritura, y con muchos ejemplos de la historia. 
Uno de los casos más concretos es éste, relacionado con pueblo de Israel durante el destierro babilónico. 
1. El motivo histórico de la promesa divina 
Sabemos que después de la toma de Jerusalén por los 
asirios, lo mejor del pueblo hebreo fue llevado cautivo a Babilonia. La 
añoranza era muy viva entre el pueblo alejado de su patria, como nos lo 
demuestra el salmo 137. Parece probable que con motivo de la locura del 
rey Nabucodonosor (Daniel 4) y el consiguiente desgobierno a que daría 
lugar, cundió entre los desterrados la idea de huir y regresar a 
Jerusalén. El rey Joachin se había rebelado, aprovechándose quizá de la 
misma coyuntura. Vamos a ayudar al patriota monarca, se dirían los 
emigrados forzosos de Babilonia. Era una empresa arriesgada y temeraria,
 que lógicamente tenía que terminar en desastre, dada la distancia y los
 escasos recursos de un pueblo recién sometido a la esclavitud, pero 
tres profetas falsos, Achab y Sedechias (que no hay que confundir con 
los reyes de dicho nombre que vivieron anteriormente), así como un falso
 profeta llamado Semaías, les animaban a la fuga. Con tal motivo, el 
verdadero profeta de Dios, Jeremías, les envió desde Jerusalén una carta
 secreta, que no tenía nada de pesimista, pero sí de realista, 
aconsejándoles no moverse de Babilonia. Les previene que dos de los 
falsos profetas morirían ajusticiados por el gobierno asirio, y Semeías 
salvaría su vida por la fuga, pero moriría tristemente en el destierro, 
sin sucesión. Al mismo tiempo les da la promesa de parte de Dios de que 
setenta años después de la fecha del destierro, el pueblo israelita 
volvería a su patria. 
Así se cumplió circunstancialmente en los días de Esdras y
 Nehemías, y de un modo mucho más amplio y completo al cabo de 2.500 
años, en el tiempo presente. Obsérvese la curiosa expresión: «De todas 
las gentes y de todos los lugares donde os arrojé», en el versículo 14; y
 la frase: «Los juntaré de los fines de la tierra» en el capítulo 
31:8-10; ya que el esparcimiento, en aquel entonces no fue a todos los 
lugares de la tierra, sino tan sólo a Babilonia. Así que la profecía de 
Jeremías está teniendo su último y más exacto cumplimiento, precisamente
 en nuestros propios días. 
En este versículo encontramos tres grandes y significativas afirmaciones que merecen ser consideradas con atención: 
1ª Dios piensa en nosotros: «Yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros.» 
2ª Los pensamientos de Dios difieren de las apariencias: «Pensamientos de paz y no de mal.» 
3ª Coinciden con nuestras mejores aspiraciones: «Para daros el fin que esperáis.» 
2. Dios piensa en nosotros 
¿Es posible?, exclaman algunos. ¿Qué somos nosotros para 
El? Un industrial me decía: ¿No seremos nosotros para el Creador como 
las hormigas son para nosotros? ¡Hay tantos millones de seres 
humanos....! ¡Si Dios tuviera que pensar m todos! Pero la Biblia nos 
afirma que sí que piensa. Nosotros no pensamos en El como debiéramos, 
pero El piensa Porque es infinito y omnisciente. «Vuestro Padre 
sabe»...., afirma nuestro Señor Jesucristo. 
a) Dios nos conoce personalmente.  No sólo se 
acuerda, sino que tiene planes acerca de nosotros. Nosotros pensamos en 
nuestros amigos, pero tenemos planes para nuestros hijos. ¡Qué feliz 
seguridad! No somos huérfanos del destino. Al ver cómo van sucediéndose 
las generaciones sobre la tierra, los hombres se preguntan: ¿Estamos 
solos y huérfanos en el infinito universo? ¡A ver si tenemos hermanos en
 algún planeta próximo o lejano....! 
Hace dos mil años, Alguien que probó ser más que un 
hombre, habló con gran seguridad de un Padre celestial y nos enseñó a 
orar: «Padrenuestro que está en el Cielo....» Y este Padre tiene planes 
personales acerca de nosotros. Los potentados de la tierra tienen planes
 generales, pero no pueden tenerlos personales para cada uno de sus 
súbditos. Sin embargo, en la parábola del buen pastor hay una frase 
magnífica: 
«A sus ovejas llama por sus nombres.» «Conoce el Señor los que son suyos.» (Juan 10:3 y 14 y 2.a Timoteo 2:19.) 
b) Los planes de Dios son benéficos. «De paz y no de 
mal.» Había una duda en el corazón de los desterrados. ¿Será el 
propósito de Dios dejarnos para siempre en el destierro? No nos libró, 
cuando rogábamos que Nabucodonosor no pudiera entrar en Jerusalén; que 
le ocurriera como a Rabsaces, y ocurrió todo al revés. ¿Es que está 
contra nosotros? ¿No nos perdonará? 
c) Los planes de Dios son lentos. Así parece a nuestra 
impaciencia. Nosotros construimos máquinas que hacen las cosas cada vez 
más aprisa. Ponemos un molde, y plástico, y sale una flor a los tres 
segundos. Pero las flores de Dios tardan meses en desarrollarse; sin 
embargo, ¡cuánto más perfectas! Así es con las obras de su Providencia; 
se desarrollan lentamente a nuestro parecer. 
3. Los planes de Dios no tienen parecido con las apariencias 
Los moldes de nuestras máquinas tienen un parecido con el
 resultado que nos proponemos; pero de una semilla pequeñita y redonda 
de Dios, sale un roble. El molde es imperceptible; sin embargo, allí 
está fijado, en sus células invisibles a simple vista, el propósito 
divino en cuanto al ser, vegetal o animal. Las obras de Dios no se dejan
 adivinar por su apariencia. 
Todos hemos oído hablar de las edades geológicas. Hace 
centenares de miles de años este mundo tenía una vegetación exuberante, 
pero convulsiones tremendas de la costra terrestre enterraron aquellos 
árboles gigantescos, y cuando la vida reapareció, fue con una vegetación
 y una fauna más adecuada al ser inteligente, «corona de la creación», 
que Dios se había propuesto colocar sobre la tierra. 
¿Qué hace el Creador?, podrían preguntarse los seres 
angélicos. ¿Por qué destruye tan rápidamente lo que ha costado siglos 
para formarse? Pero Dios estaba almacenando en las entrañas de la tierra
 las reservas de carbón, de petróleo, y de gas natural, que tan útiles 
han resultado para el hombre, creado a su imagen. Así, en el terreno 
moral, Dios acá bien del mal. Hace que todas las cosas ayuden a bien. 
Lázaro muere, con desespero de sus hermanas que esperaban
 la presencia de Cristo y el milagro. ¡Pero cuánto bien resultó de su 
muerte! El texto más consolador e iluminador para todos los mortales lo 
tenemos en este precioso relato. Juan 11:25). 
«Contra mí son todas estas cosas!, exclamaba Jacob. 
«Espera unos meses, Jacob, y lo verás todo convertido en bien», podía respondérsele. 
¿De dónde sacaremos pan para que coman éstos....?, dicen os discípulos apurados. Pero Jesús sabía lo que tenía que hacer. 
Dios siempre sabe lo que tiene que hacer. Tal es la 
experiencia de nuestras vidas, mirando al pasado, y lo será más 
llenamente cuando las miremos desde la eternidad. 
4. Los pensamientos de Dios coinciden con nuestras mejores aspiraciones. 
Nuestro texto tiene una palabra clave: El fin. «Hasta el 
fin nadie es dichoso», dice el adagio. Y es muy cierto. Pero el fin no 
se encuentra aquí. ¿Cuáles son las aspiraciones finales del ser humano? 
¿Cuáles son las nuestras? 
1ª Conocimiento.  El sabio muere consciente de que 
no sabe una ínfima parte de lo que podría y quisiera saber...., o 
descubrirán otros mañana, pero esto no satisface al individuo. 
Quisiéramos conocerlo nosotros.... Poder formar parte de esta humanidad 
del futuro que prevemos más adelantada que a nuestra. Con la promesa de 
inmortalidad va implícita la de conocimiento. ¡Qué privilegio! Ahora 
conozco en parte, decía san Pablo, pero entonces conoceré como soy 
conocido, esto no es una mera suposición del rabino-filósofo Saulo, sino
 que corresponde a una promesa de Cristo. «Les he dado a conocer Tu 
nombre y se lo daré a conocer todavía» (Juan 17:26). «Conoceremos y 
proseguiremos en conocer al Señor», exclama el profeta (Oseas 6:3). 
Nuestros deseos de conocimiento de Dios, de los secretos de su universo,
 de su providencia y de su gracia han de ser satisfechos en la 
eternidad. 
2ª Felicidad.  Vamos siempre detrás de este ideal. Siempre ilusionados de que lo alcanzaremos un poco más adelante. Como dice el poeta: 
Y el hombre esperando vive, 
Y el hombre esperando muere; 
Nunca tiene lo que espera 
Y tiene lo que está odiando. 
Pero el salmista declara: «Yo en justicia veré tu rostro;
 seré saciado cuando despertare a Tu semejanza» (Salmo 17-15). Esto 
significa: Tendré mis aspiraciones cumplidas cuando pueda contemplarte 
en el mundo superior. Aquí sólo en parte vemos cumplidas nuestras 
aspiraciones. Yo diría que no debemos ser tan pesimistas como 
Espronceda; no tenemos siempre lo que estamos odiando. Hay cosas buenas 
también en esta vida, por la misericordia de Dios; pero no a la 
perfección, y siempre con la amargura de ver que son transitorias, 
cuando nuestro ser aspira a lo eterno. 
3ª La gloria de Dios.  ¿Tienes esta aspiración? ¿Te
 gustan las cosas de Dios? Para las almas regeneradas, ya aun en esta 
vida, lo que nos causa satisfacción más profunda es aquello que tiene 
que ver con la gloria de Dios. Es una satisfacción íntima, sublime, 
espiritual, que no se puede hallar en las cosas del mundo; ni aun en las
 mejores; son de otra esfera, de inferior calidad, por buenas que sean. Y
 esto nos lleva a la aspiración final. 
4ª El servicio de Dios.  El que ama a Dios muy 
intensamente no se contenta con una actitud pasiva de adoración. Nos 
gozamos en alabarle y oír que otros le alaben; pero la aspiración 
suprema es de servicio. ¿Qué puedo hacer yo para Dios. ¿Qué puedo darle 
que le agrade? 
Y esta aspiración ha de ser cumplida. No me gustaría ver 
en el Apocalipsis que en la eternidad los salvados estaremos siempre 
sentados escuchando cantos de ángeles, aunque ello será, sin duda, una 
parte deleitosa de nuestra vida futura; pero me gusta leer el texto: 
«Sus siervos le servirán» Apocalipsis 22:3). Y según Efesios 3:10, le 
serviremos glorificándole. Tendremos algo que hacer en el inmenso cielo 
le Dios...., algo que le glorificará y nos hará eternamente felices. 
Este es el fin que esperamos, el final supremo, apoteósico, eterno. 
Dios conoce nuestras aspiraciones. ¿Cuáles son para esta 
ida? ¿Cuáles son para la eternidad? Dios nos las cumplirá n su día, 
aunque nos haga esperar; del mismo modo que cumplirá las aspiraciones 
finales de nuestro ser. 
«Buscad primeramente el Reino de Dios y su justicia —nos dice— y todas las demás cosas os serán añadidas.» 
*** 
SERMÓN XVIII 
EL GRAN DESCUBRIMIENTO DEL APÓSTOL JUAN 
(1.a Juan 3:1-4) 
PARA LA FIESTA DE LA RAZA 
Hace 480 años, el 12 de octubre de 1942, un marinero 
llamado Rodrigo de Triana, se hallaba en la proa del velero Santa María,
 uno de los tres famosos buques que habían partido del puerto de Palos 
(Cádiz) el 4 de agosto. Habían pasado 34 días sin ver tierra y la duda 
estaba en el ánimo de todos. ¿Y si no hay nada más que agua delante de 
nosotros? Pereceremos de hambre por el empeño de este iluso aventurero 
llamado Cristóbal Colón que se empeña en lo imposible? Al clarear la 
mañana de aquel día histórico le pareció a Rodrigo percibir en 
lontananza una silueta de algo que no era agua, y después de otear una y
 otra vez el horizonte para cerciorarse de que sus ojos no le engañan, 
exclama alborozado: «¡Mirad....! ¡Tierra...., tierra!» 
Hace 1900 años, aproximadamente, un pescador hijo de 
Zebedeo, hizo otro descubrimiento mucho más importante que el de un 
nuevo mundo sobre la tierra, el descubrimiento de un nuevo mundo de 
amor, de paz y felicidad, en el reino de los Cielos. 
1. Oscuridad espiritual 
El joven de Cafarnaún había sin duda reflexionado, como 
muchos otros seres humanos, acerca del gran misterio de la vida y de la 
muerte. ¿Por qué existimos sobre la tierra? ¿Hay alguien que se propuso 
que existiéramos? ¿Para qué? ¿Con qué motivo? ¿Qué ocurre cuando nos 
morimos? El joven Juan había oído a los rabinos de luenga barba comentar
 el Antiguo Testamento hablando de la resurrección. La vida está en la 
sangre y queda en el sepulcro —decían aquellos maestros judíos—; pero un
 día Dios hará un milagro, levantará a todos los muertos de los 
sepulcros.... Pero había muchos peros a esta doctrina. ¿Se acordará el 
terrible Jehová de darnos esta vida de la que se encuentran tan escasas 
referencias en los profetas? «¿Qué es el hombre para que tengas de El 
memoria?....», había dicho el rey David. Y en el caso de que llegara a 
acordarse, ¿cómo pasar por su juicio? «Muy puro de ojos eres para ver el
 mal y no puedes tolerar el engaño....» «Notó necedad en sus ángeles, 
¡cuánto más en el hombre que es polvo y ceniza!» —Había dicho Eliú—. 
«¿Cómo se justificará el hombre con Dios? Ni las estrellas son limpias 
delante de sus ojos.» Es natural que Juan se sintiese aterrado, como 
todos los judíos piadosos, que aun hoy sienten este terror de Dios. Id a
 la sinagoga el día de Yom Kippur, en el mes de octubre, y veréis 
hombres ricos, dueños de los más grandes establecimientos de nuestras 
grandes ciudades, de pie, desde las 6 del viernes hasta las 6 del 
sábado, gritando, pegándose golpes. Algunos ya no lo hacen más que de 
rutina, pero otros conservan el temor de Dios recibido de sus 
antepasados. Y el joven Juan lo conservaba.... 
En aquel tiempo, la piedad era acendrada y la familia de 
Zebedeo era de las más piadosas. Juan estaba sin duda aterrado oyendo 
cómo Jehová había enviado un diluvio sobre la tierra....; había hecho 
descender fuego sobre Sodoma y Gomorra, y no es extraño que un 
escalofrío recorriera su cuerpo cuando oía leer en el profeta Amos 
4:12-13: «Puesto que te tengo que hacer esto, aparéjate para venir al 
encuentro de tu Dios.» 
2. El clarear de la fe 
Fue sin duda debido a esta desazón de su alma, unida a la
 curiosidad juvenil, lo que llevó a los dos hijos de Zebedeo al corro de
 aterrados oyentes de Juan el Bautista. ¡Y qué sorpresa cuando cierto 
día oyó declarar al adusto profeta acerca de un hombre joven que con 
paso majestuoso se acercaba a la orilla del Jordán: «He aquí el Cordero 
de Dios que quita el pecado del mundo.» El mismo nos refiere cómo 
corrió, con su hermano, tras del indicado, y admirados por su palabra y 
enseñanza se quedaron con Él aquel día. Vemos más tarde cómo el Nuevo 
Maestro les llamó....; cómo anduvieron con El por tres años, en los 
cuales le oyeron decir cosas tan gloriosas, tan diferentes de las que 
explicaban los rabinos de la sinagoga de Cafarnaún; dichas con tal 
seguridad y autoridad....; luego le habían visto morir crucificado; 
regresar de nuevo, pletórico de vida y de poder; y ascender 
majestuosamente a las alturas. 
Pasaron muchos años desde entonces. Juan, ya anciano, 
había tomado la pluma para escribir una carta de general importancia a 
ciertos jóvenes y adultos que habían sido sus oyentes. De repente, le 
parece como si hubiese hecho un descubrimiento que le hace palpitar de 
gozo.... Está de cara al mar, en la isla de Patmos, antes o después de 
la visión del Apocalipsis, no lo sabemos, pero ahora no es una visión, 
sobrenatural y profética, sino una visión de los ojos del alma, de la 
conciencia iluminada por el Espíritu Santo, que le hace exclamar. 
«—¡Mirad, mirad, cuál amor nos ha dado el Padre!» 
Era como decir: «Fijaos, atended a una cosa maravillosa, 
asombrosa, inconcebible; mirad, no paséis de largo; poned vuestra 
atención en el amor de Dios, el Padre celestial, en la maravilla que 
representa el que podamos ser llamados hijos de Dios. Ha descubierto, 
por su íntima relación con Jesús, que Dios no es solamente un juez 
severo, dispuesto a analizar los hechos de los hombres para inflingirles
 castigos; sino mi Padre amante que busca entre los seres pecadores de 
este mundo hijos para su Reino. ¿Puede haber nada más admirable ni 
mejor? ¡Mirad, considerad, analizad y apreciad el amor que Dios nos ha 
revelado por aquel Ser que yo conocí, que parecía un hombre, pero que 
era tan diferente de todos los hombres, quien nos ha dicho lo que ningún
 otro profeta había antes declarado de un modo tan evidente: Juan 3:16. 
3. La maravilla del amor de Dios 
¿Qué clase de amor es éste? Podemos distinguir tres clases de amor: 
1ª Amor granjeado . El amor conyugal siempre tiene 
cono base el merecimiento. (Ejemplo de un noviazgo.) Siempre hay algo 
que te hizo gracia, que te impresionó favorablemente....: una sonrisa, 
unas palabras, un porte hacendoso. Dijiste: Me gusta, me conviene! No es
 un amor espontáneo, sino franjeado, conseguido por el otro, consciente o
 inconscientemente. 
2ª Amor natural . Hay otra clase de amor que no es 
graneado, sino que brota de sí mismo y, como hemos dicho muchas reces, 
es más parecido al amor de Dios: El amor de madre, que ama al hijo feo, 
contrahecho o inválido, porque es su hijo; está en su naturaleza, es su 
instinto.... el instinto que Dios le dio. 
3ª Amor sobrenatural . El mismo amor natural tiene 
una fuente sobrenatural, el amor de Dios. Dios ama a todas sus 
criaturas, ama a los ángeles, ama al divino Verbo, el unigénito. 
Y ahora se ha propuesto extender su amor a la familia del
 Hijo, a los que agradecidos a su sacrificio empiezan a amarle, y le 
aman de veras sin verle. El amor sobrenatural de Dios nos viene a través
 de Cristo (Juan 1:12). 
d) Un amor ignorado . «Por eso el mundo no nos conoce» 1.a Juan 3:1). 
La isla descubierta por Colón estaba desde siglos en 
aquel lugar del Caribe, hasta que sus buques la descubrieron y empezó la
 relación entre ambos mundos. El amor de Dios, es un mundo nuevo, un 
tesoro ignorado para millones de personas que lo ignoran o lo pasan de 
largo porque les parece un mito. Utopía era para los catedráticos de 
Salamanca el nuevo mundo que les anunciaba Colón. Así es para el mundo 
la esperanza de los cristianos. Por esto Juan la ratifica una y otra 
vez. «Pero lo somos», recalca el texto de algunos manuscritos antiguos 
del Nuevo Testamento. 
e) Un amor ratificado.  ¿Fue escrita esta epístola 
poco después de la visión del Apocalipsis? Quizás esto explicaría la 
admiración del apóstol Juan por el contraste. Tras de las glorias que 
acaba de ver allí, se encuentra de nuevo el pobre anciano, rodeado por 
algunos soldados, quizá de otros presos.... ¡Parece imposible que sea 
verdad la prodigiosa visión....! ¡Pero lo es! ¿No te ha ocurrido esta 
experiencia más de una vez? Vienes al culto, oyes la palabra de Dios 
anunciada por el predicador y tu corazón palpita de gozo....! ¡Es tan 
hermoso el Evangelio! ¡Tan esperanzador! ¡Tan consolador! Sales a la 
calle y te encuentras con multitudes indiferentes y ajenas a lo que 
acaba de regocijarte! «No le conocen a El.» En su caso, tenía un sentido
 literal, pues Juan archivaba en su memoria recuerdos de Cristo que los 
otros no tenían. En el nuestro es espiritual. No le conocen por la fe. 
No le han visto con los ojos del alma. Afortunadamente, no estás solo en
 una isla; y puedes encontrar en el mundo una minoría, de todas las 
razas y lenguas, que le conocen, que han tenido la misma experiencia 
espiritual que tú, y con ellos puedes entenderte y gozarte.... 
4. El descubrimiento reconocido y celebrado 
Hay un cuadro magnífico pintado en el salón central del 
Palacio de la Diputación de Cataluña, que representa la recepción de 
Colón por los reyes Fernando e Isabel en Barcelona. Allí están, con el 
descubridor, los indígenas del Nuevo Mundo, que le acompañaron, aves y 
frutos que prueban la realidad de su gran hallazgo. ¡Y Colón, sentado en
 una silla, en el mismo trono de los reyes! ¡Cuánto honor para el que un
 día parecía un iluso demente! 
Malaquías nos pinta un magnífico cuadro profético del 
tempo del fin que complementa 1.a Juan 3:1-3. El mundo no sólo ignora, 
sino que desprecia y hace burla de la esperanza cristiana. «¿De qué 
aprovecha servir a Jehová y restringir el placer del pecado? ¡Los más 
atrevidos en el mal son los más aprovechados; los más sensatos, los más 
listos....! Pero os que temen al Señor comparten mutuamente su 
esperanza, que para muchos es locura.... Y Aquel que ahora calla, toma 
nota, para el día en que va a actuar, y se verá la diferencia» Malaquías
 3:13-18). 
¿Qué pasa en la lotería? Pero en la lotería humana es uno
 el afortunado entre cien mil. En la lotería de la fe Dios nos asegura 
que serán afortunados y premiados todos los que en él confían. «Para que
 todo aquel que El crea....» «De cierto, le cierto os digo.... el que 
cree.... tiene vida eterna....» ¿Y no queréis venir a Mí para que 
tengáis vida? 
¿No quieres ser descubridor y heredero de un Nuevo Hundo?
 Colón sufrió ingratitudes de los hombres, pero tú no las sufrirás de 
parte de Dios.... «El que en El creyere, no será avergonzado....» Si le 
aceptas podrás un día decir como los israelitas después de su entrada en
 el reposo simbólico de Canaán: «No cayó en tierra ninguna de las buenas
 palabras que Dios habló; todo se ha cumplido.» 
*** 
SERMÓN XIX 
LA VICTORIA DEL CRISTIANO 
(1.a Corintios 15:50-57) 
Con razón se considera la vida como una lucha. Desde que 
nacemos empieza la lucha para subsistir. Al principio no somos nosotros 
solos quienes luchamos, pues el hombre es el más indefenso de los 
animales; si se nos abandonara a nuestra suerte, probablemente 
pereceríamos, pero la inteligencia y el amor que Dios ha dado a nuestros
 progenitores proveen a todas nuestras necesidades; no solamente 
presentes, sino futuras. Se hace objeto al recién nacido de toda clase 
de atenciones y cuidados, y se le vacuna contra invisibles enemigos del 
futuro. 
Apenas puede el infante valerse, empieza su lucha propia 
por la vida: lucha el niño en la escuela para adquirir los conocimientos
 que necesita; lucha el joven con sus pasiones y sus desengaños; lucha 
el hombre en sus negocios, para mantener su familia; lucha el anciano 
con sus achaques, y en medio de toda esta lucha, no existe otra 
perspectiva que la derrota final: Una enfermedad más fuerte que 
nosotros, contra la cual, después de pelear en vano la ciencia se 
declarará impotente para ayudarnos.... ¡Ciertamente la vida es una lucha
 que no tiene otra perspectiva que la derrota! 
El hombre no se conforma con ser un derrotado, y 
generación tras generación, prosigue sus esfuerzos para conocer los 
secretos de la Naturaleza, para vivir mejor y prolongar lo más posible 
la humana existencia. Nuestra lucha es más fácil hoy día que en la Edad 
de Piedra o que en la Edad Media, cuando las gentes perecían impotentes 
por decenas de millares ante una peste.... Sin embargo, a pesar de todos
 los avances de la ciencia, la muerte parece reírse de nosotros, todavía
 no tenemos medios eficaces de lucha contra el cáncer y la leucemia; y 
si llegara el día en que tuviéramos remedio para todas las enfermedades,
 sólo sería una prolongación de la batalla por la vida durante algunos 
años más, pues el desgaste natural nos rendiría. El hombre sin fe es un 
derrotado, quiera o no confesarlo. 
1. Un derrotado victorioso 
Pero aquí nos encontramos con un derrotado victorioso que nos abre la perspectiva y la esperanza de una verdadera victoria. 
El autor de este escrito era un derrotado...., un hombre 
cuya vida había sido truncada, cuyos planes fueron desbarátalos en su 
juventud y se encontraba siendo lo que nunca había pensado ser. En 
efecto, Saulo de Tarso fue un joven consagrado a luchar por la religión 
de sus padres, cuando apareció en sus días lo que él juzgaba como una 
peste religiosa; unos fanáticos que decían que un hombre que había sido 
crucifícalo por Poncio Pilato era el Mesías. Sin duda, Saulo pensaba que
 entre las muchas sentencias malas e injustas del procurador romano de 
que se dolían los judíos, aquella había sido buena. Por lo menos no 
habría quien llevara multitudes excitadas al santo templo y clamara 
desde sus atrios: «Escribas y fariseos hipócritas....» 
Pero pasan siete semanas y el alboroto se hace mucho 
mayor, pues han salido unos partidarios del ejecutado diciendo: Aquel a 
quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor Cristo.» Y citan 
misteriosos pasajes de los profetas y los aplican a El. Aquel 
inexplicable pasaje de los Salmos: «No dejarás mi alma en el Sheol, ni 
permitirás que tu santo vea corrupción», dicen que se refiere a El, a 
Jesús de Nazaret. Fue levantado de la tumba por la potencia de Dios, 
está obrando nuevos prodigios.... 
Saulo se enfurece ante tamaña insolencia y lucha, 
entrando por las casas para aprehender a los cristianos y obligarles a 
blasfemar de Cristo. Hasta aquel día que en el camino de Damasco oye la 
palabras: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?», y tiene que terminar 
exclamando: «Señor, ¿qué quieres que haga?» He aquí el derrotado, 
entregando las llaves de su fortaleza.... Como él mismo confesaba años 
más tarde: «Yo pensaba hacer muchas cosas contra los santos de 
Jerusalén....» 
Pero aquella derrota es su mayor victoria, porque se alía
 con el «Victorioso»; hace causa común con El; y así, escribiendo a los 
Corintios, después de narrar las evidencias de la resurrección de Jesús,
 y de explicar cómo se apareció a Cefas, a los doce, a más de quinientos
 discípulos, a Jacobo y, últimamente, a él, su mayor enemigo, exclama: 
«Mas a Dios gracias que nos da la victoria por el Señor nuestro 
Jesucristo.» ¡Y qué victoria! Oídle (vers. 53 al 57.) 
2. Victoria del pecado 
Notad, empero, un hecho curioso, remarcable (vers. 55-56.) La principal victoria no es sobre la muerte, sino sobre el pecado. 
La muerte sin pecado no es nada en el mundo espiritual. 
¿Habéis visto una abeja después de haber clavado su aguijón a alguien? 
Es una mosca inofensiva y cansada. ¿Habéis tenido en vuestra mano una 
víbora sin aguijón? Es una graciosa criatura que se enrosca y desenrosca
 y puede darse a un niño para jugar sin peligro alguno. 
Pablo, el único hombre después de Cristo, que conoce bien
 los secretos del más allá, dice que la muerte, esta terrible víbora que
 nos ataca, que se apodera de nosotros, que nos separa de nuestros 
amados, que transforma nuestro cuerpo, este precioso cuerpo que cuidamos
 con tanto esmero, es un puñado de polvo y huesos secos, no es de 
temer.... Es una víbora sin aguijón, podemos reírnos de ella, desafiarla
 impunemente. 
3. Victoria del temor a la muerte 
Por esto, mientras espera ser juzgado por el loco Nerón, 
el incendiario de Roma, el asesino de sus propios cortesanos familiares,
 escribe Pablo acerca de la vida y de la muerte como de dos personajes 
imaginarios que vinieran a su cárcel e Roma haciéndole proposiciones y 
él no sabe qué escoger, esta es, literalmente, la asombrosa palabra que 
emplea: «escoger.» 
La vida le dice: Si vienes conmigo podrás volver a 
Macedonia; verás a aquellos hermanos e hijos espirituales que te quieren
 tanto haciendo fiestas y recepciones en tu honor; les predicarás de 
nuevo y te gozarás viendo el gozo en sus rostros y nuevas almas 
salvadas. Después harás tu deseado viaje a España. Qué, ¿no quieres 
venir conmigo? ¿No quieres la vida? Pide a Dios que Nerón tenga un 
momento lúcido el día de tu juicio y diga como Galion, el sensato 
gobernador español (Hechos 18:14-15). 
Pero la muerte le dice: Será sólo un momento, Pablo; no 
seas cobarde. Un golpe un poco fuerte en la nuca, y ya te encontrarás 
rodeado de ángeles que te llevarán a la Jerusalén celestial.... y 
pisarás sus calles de oro....; tu espíritu oirá melodías finísimas, de 
redimidos y de ángeles.... Esteban y Jacobo te esperan, y muchos te 
darán la bienvenida. Te llevarán ante el amado Rey Jesús, el que viste 
por un momento en el camino de Damasco. Y no tendrás más cansancios, ni 
sed, ni hambre; ni verás más injusticias, de pobres esclavos 
maltratados, de gente llorando sin que tú puedas remediarles su 
dolor.... Pide a Dios que Nerón se levante de mal alante el día de tu 
juicio y diga: «Este Pablo, para que no cause más alborotos ni dé más 
preocupaciones a mis pro-cónsules y prefectos, que le corten la cabeza.» 
Y Pablo parece indeciso.... 
«No sé qué hacer —dice—. Esto último del golpecito en la 
tuca, y volar al cielo, es muchísimo mejor que el viaje a Macedonia y a 
España. Pero por amor a vosotros.... sé que permaneceré, que me quedaré 
acá» (Filipenses 1:20-25). 
4. Victoria sobre la misma muerte 
¿Por qué Pablo podía tratar con tal desenfado a un 
enemigo tan temido por todos los humanos como lo es la muerte? Porque la
 muerte era para él sin aguijón. El sabía que existen dos muertes: la 
primera inevitable; la segunda, optativa. La primera no es más que un 
cambio fisiológico para quien ve la vida humana desde arriba; una etapa 
en el desarrollo de nuestro ser. Primero el hombre es un bebé que 
manotea, ríe, parlotea sin saber por qué; luego, un niño que juega 
inocentemente; un poco después, un joven lleno de ilusiones; más tarde, 
un adulto ocupado y resuelto.... y pronto, siempre demasiado pronto, un 
anciano decrépito.... Luego, cuando menos lo piensa, se halla convertido
 en un ser espiritual, sin cuerpo físico; pero con todas las facultades 
de su yo consciente. Recuerda su pasado, sus amigos, sus hechos, goza o 
sufre, puede ser consolado o atormentado, tiene deseos de justicia, 
alaba a Dios.... Por las enseñanzas de la Sagrada Escritura, sabemos que
 el ser humano sin cuerpo, puede sentir exactamente las mismas cosas que
 cuando tenía un cuerpo mortal, pero sin acceso al universo físico. Por 
esto desea ser sobrevestido. Sin embargo, este deseo no le hace sufrir. 
Se halla «muchísimo mejor», como afirma san Pablo. 
La primera muerte es sólo un cambio de vida, un 
desarrollo del ser, no una pérdida; como lo es la mariposa con respecto 
al gusano. La primera muerte, por sí sola, no es más temible que el 
cambio de niño a hombre; pues como el hombre es más inteligente que el 
niño, el alma no atada al cuerpo, no sujeta a un sistema nervioso que 
limite sus posibilidades, posee capacidades insospechadas.... 
Una lucha ineficaz.  Pero la vida humana tiene un 
terrible peligro: el contacto del pecado. Venimos a un mundo extraño, 
malo, donde no se cumple la voluntad de Dios, y llevamos dentro de 
nosotros mismos un virus malévolo: la tendencia natural al pecado. Tus 
abuelos, bisabuelos o tatarabuelos, pudieron ser cleptómanos, borrachos,
 iracundos, sexuales, sodomitas, mentirosos, avaros. No tan sólo la 
Palabra de Dios, sino la misma ciencia, nos confirman que llevamos en 
nosotros el germen del pecado. «Tiene un genio como su padre, como su 
abuelo», decían los antiguos sin saber por qué. Hoy, la embriología nos 
habla de los misterios del óvulo materno; de los cromosomas y genes que 
determinan nuestras características, no solamente físicas sino incluso 
de carácter. ¡Cuan semejante a lo que la teología había venido diciendo 
con su propio lenguaje acerca del pecado original....!
Pero hay, además, una Ley Divina a la que Pablo llama la 
potencia del pecado», que hace al pecado «sumamente pecante»: La 
revelación de la voluntad de Dios. Sus mandamientos. Y tú puedes 
libremente oponerte a esta voluntad revelada; puedes decir sí o no a las
 tendencias de tu yo interno; estás en el campo de batalla de tu propio 
ser. Gozas de albedrío para inclinarte a un lado u otro, venciendo o 
cediendo las circunstancias que te rodean y se confabulan a veces tus 
tendencias naturales para hacer lo que no quisieras. 
Algunos hombres aterrados por su condición, emprenden una
 lucha con el pecado, aguijoneados por su conciencia. A veces incluso 
sin conocer la ley revelada. Fakires y monjes han herido su cuerpo como 
si fuera el culpable de sus tendencias naturales; pero ello es tan 
inútil e insensato como el ladrón que castigara su guante. No es el 
guante el culpable, ni siquiera la mano, sino el «yo» interno que mueve 
la mano; el alma, que se ha dejado llevar por los instintos del cuerpo, 
de la herencia, y no ha sido valiente para decir no.... 
En la lucha contra el pecado, el hombre que la emprende 
solo, es siempre un derrotado, como lo es en la lucha contra la 
muerte.... 
5. Victoria sobre la segunda muerte 
Hemos dicho que Pablo podía tratar con indiferencia a la 
muerte porque sabía que ésta era sin aguijón para él; había visto el 
aguijón de la muerte clavado en Cristo, y por su gracia redentora se 
sentía libre de la consecuencia del pecado, que es «la segunda muerte». 
Ya no pretendía ganar la victoria por sí mismo; pues sabe que el hombre 
que lucha solo contra el pecado, por temor a la muerte, es un derrotado 
en este terreno moral, como lo es en el físico. 
Quizá diréis que esta segunda lucha apenas existe hoy 
día; los hombres han dejado de preocuparse por el problema del pecado; 
más bien se burlan de tal idea. La Biblia los llama necios (Proverbios 
14:9). Sin embargo, el verdadero aguijón de la muerte es el pecado, que 
causa la segunda muerte, la separación de Dios en las tinieblas de 
afuera. (Apocalipsis 21:8 y 27.) No queremos hacer descripciones 
espeluznantes e imaginativas de la condenación, pero debe ser algo 
bastante trágico para que Dios hiciera lo que hizo a fin de librar a los
 hombres de tal peligro. 
El precio de la victoria. La Biblia dice que «Cristo 
padeció una vez por los pecados, el justo por los injustos para 
llevarnos a Dios» (1.a Pedro 3:18; 1.a Corintios 15:3; 1.a Pedro 2:24; 
1.a Juan 1:9). 
Esta es la buena nueva del Evangelio. El remedio 
infalible a tu necesidad espiritual, a la enfermedad del pecado, que es 
fatal para tu verdadero yo, tu ser espiritual. Mucho más eficaz que los 
mejores remedios que la ciencia ha descubierto para el cuerpo, es el 
remedio divino que Dios ha provisto para tu enfermedad moral, que te 
llevaría a la muerte segunda, mucho más terrible que la primera. ¿No 
quieres este remedio? ¿Rehúsas aplicarlo a tu alma? ¿No quieres pedir a 
Cristo que te salve por los méritos de su sacrificio? ¡Qué triste sería 
que despreciaras el único remedio eficaz! (Véase anécdota El joven ruso y
 su madre.) Cristo hizo un sacrificio mucho mayor que este joven. Si lo 
desprecias, perecerás sin remedio (Hebreos 2:3.) 
6. Victoria en la carrera cristiana . 
Cuando hayas ingerido por la fe el remedio infalible 
contra el pecado, cuando seas un hijo de Dios, no habrá cesado lucha: al
 contrario, se habrá intensificado, pero ¡qué diferencia! Porque no 
lucharás solo, sino aliado con el vencedor de1 pecado y de Satanás; 
estrechamente unido a El. 
Pablo vivía tan íntimamente unido a Cristo que podía 
decir: «El cual hace que siempre triunfemos en Cristo Jesús (2.a 
Corintios 13:12). 
En Filipenses 3:14 se compara a un corredor deportivo 
avanzando por un camino equivocado; pero Cristo, su enemigo, le ha 
salido al encuentro; lo ha parado a las puertas de Damasco y le ha hecho
 dar media vuelta. 
7. El premio supremo 
Ahora Pablo corre con su mirada puesta en el premio de 
esta soberana vocación o llamamiento. Es también una lucha, una 
competición, pero una lucha fructuosa en la que sabe que no va a salir 
derrotado, sino premiado. Y cuando se refiere al premio, ni se atreve a 
describirlo; deja a Juan leerlo en el Apocalipsis y declara (1.a 
Corintios 2:9). Por su parte, sólo dice que «estar con Cristo es mucho 
mejor», lentamente la obra y la vida de Cristo levanta tales 
sentimientos en el alma cristiana que ya no es el cielo, sino Cristo 
mismo lo que llena nuestras aspiraciones. Un cielo sin Cristo sería un 
desengaño. Filósofos cristianos han dicho: «Habría sido bastante 
condescendiente para el Hijo de ellos hacerse hombre, venir a 
redimirnos, salvarnos y dejarnos en alguno de sus mejores mundos, 
volviendo El a su condición de Verbo eterno, invisible sin más trato ni 
relación con nosotros que con cualquiera de las órdenes de criaturas 
celestiales.» Pero descubrimos con admiración que no es este el 
propósito de nuestro amante Salvador. El retiene su cuerpo glorificado y
 dice (Juan 14:1-3 y 17:24-26). 
Por tal razón, Pablo habla de Cristo como cabeza de la Iglesia, el esposo celestial, y exclama: «Todo es vuestro.» 
8. La gloriosa indumentaria del vencedor 
Asimismo leemos en Apocalipsis 21:7: «El que venciere, 
poseerá todas las cosas.» Y en el cap. 22:4: «Verán su rostro y su 
nombre estará en sus frente», ratificando la promesa de Cristo en Mat. 
13:43. ¿No significará esto que cada habitante de la Jerusalén celestial
 tendrá algo que le distinga, como un redimido, miembro del pueblo 
privilegiado adoptado por Cristo, y hecho coheredero de su reino eterno? 
Conclusión 
¡Te interesa en grado sumo ponerte al lado del 
triunfador! Piensa en la inmensa diferencia que hay entre ser un 
derrotado sin remedio, sujeto a la muerte, o un vencedor por la 
eternidad.... Derrotado ya lo estás, hagas lo que hagas, pero en Cristo 
puedes ser un triunfador y burlarte de la muerte como lo hace Pablo en 
este brillante pasaje (1.a Corintios 15: 55-57). 
Los paganos se sentían admirados y extrañados de la 
actitud de los cristianos frente a la muerte. (Véase anécdota Justino 
mártir y el procónsul, pág. 174.) 
Su seguridad es una garantía para la nuestra, ya que 
estaban tan cerca de los días de Cristo. Si ellos estaban seguros, 
también podemos estarlo nosotros, poniendo nuestra fe en el Hijo de 
Dios, el Divino Triunfador, uniéndonos a El por la vida y por la 
eternidad. 
ANÉCDOTAS 
EL JOVEN RUSO Y SU MADRE 
Un joven
 campesino que había estudiado en la Universidad de Moscú, se hallaba en
 su hogar cuando su madre fue mordida por un perro rabioso. El joven, 
que conocía la eficacia de la vacuna antirrábica, recién descubierta, 
tomó un trineo y corrió por tres días a la ciudad más próxima para 
conseguir el precioso remedio. Lo obtuvo a un precio elevado, sin 
concederse descanso emprendió el camino de vuelta para llegar tiempo de 
aplicar el remedio y salvar la vida de su amada madre, evitándole graves
 sufrimientos. 
Pero la 
ignorante campesina, no creyendo lo que le decían acerca de los efectos 
terribles de lo que parecía una insignificante herida que ya se había 
curado, se resistió a recibir la punción, y en medio de una discusión 
sobre el asunto, logró apoderarse de la frágil ampolla que contenía el 
líquido salvador, la arrojó al suelo y la pisoteó. 
Cuando 
sobrevinieron los inevitables ataques de hidrofobia, la infeliz mujer se
 desesperaba reconociendo que por su ignorancia y terquedad había hecho 
vano el sacrificio de su hijo y se había condenado sí misma a una muerte
 horrible. 
*** 
SERMÓN XX 
EL CÁNTICO TRIUNFAL DEL LUCHADOR CRISTIANO 
(2.a Timoteo 4:6 al 8) 
Predicado con motivo del sepelio del notable 
predicador español, pastor de la Iglesia Bautista de Barcelona, don 
Ambrosio Celma, el 8 de enero de 1944. 
Se dice del cisne que canta al sentir llegar la muerte. 
Este fenómeno tuvo lugar en el apóstol San Pablo. Pero sus palabras de 
despedida no suenan a réquiem, sino a gloria. Es porque el anciano 
apóstol podía mirar a su pasado con tanta satisfacción como a su futuro,
 mientras se ocupaba con perfecta calma de su incierto y mísero 
presente. Observemos lo que dice acerca de: 
1. Su pasado 
a) He peleado la buena batalla.  La vida de todo 
cristiano es una batalla desde el momento de su conversión. Así lo 
predice Cristo mismo (Mateo 10:34) y lo declara la experiencia del gran 
apóstol (Efesios 6:12). Lo es en grado máximo la vida de un ministro del
 Evangelio. ¡Cuántos conflictos tuvo que afrontar el denodado apóstol! 
Pero ¿se arrepiente de haber emprendido la noble carrera? Todo lo 
contrario; se hubiera arrepentido en aquellos solemnes momentos de haber
 escogido cualquier otro camino. Tras sí contemplaba una serie 
ininterrumpida de victorias: Derbe, Corinto, Filipos, Tesalónica, 
Atenas, eran otros tantos jalones de su marcha triunfal. En cada sitio 
almas esclavas del pecado y del enemigo habían sido libertadas por el 
gran conquistador en nombre de su Rey. Algunos estarían esperándole al 
otro lado del río de la muerte para darle a conocer como el instrumento 
de su eterna dicha y agradecer sus esfuerzos en su favor. ¿Hay en 
nuestro pasado victorias de tal género? ¿Tratamos de ganar almas para 
Cristo? No será porque nos falte oportunidad. Qué nos falta, pues? 
Cristo nos ha llamado a un conflicto feroz con los 
poderes del mal; pero es una lucha que no deja luto, ruinas ni 
mordimiento como el que algunos guerreros han sentido a la hora de la 
muerte, sino todo lo contrario. Por esto la llama la «buena batalla». 
Algunas causas buenas han tenido que ser defendidas con batallas malas; 
pero es una gran satisfacción pelear por Cristo, como lo hizo Pablo, 
sacrificando solamente a uno mismo en favor de otros. (2.a Timoteo 
2:10.) 
Como escribió Guillermo Booth en la célebre frase que dio
 origen a su institución admirable, «la Iglesia es un ejército de 
salvación». No es necesario vestir uniforme para ser soldado del mismo. 
Pablo nunca lo vistió, pero fue quizás el más notable estratega en la 
lucha de siglos que ha de terminar en la derrota efectiva contra el 
pecado y mal que existe en el mundo. 
¿Qué lugar ocupamos en esta titánica empresa? ¿Somos 
soldados del bien, activos, decididos, conquistadores? Hay cristianos 
que confunden su iglesia con un hospital. Eternos enfermos espirituales 
quieren ser mimados y atendidos, en vez de hallarse dispuestos a luchar 
por Cristo y a cuidar a otros. Estos no podrán entonar un cántico de 
triunfo al final de sus días. 
b) He terminado la carrera.  Cualquier carrera no 
terminada, es un gran fracaso y pérdida. Mucho más lo es la carrera 
espiritual. «Si se retirare, no agradará a mi alma», dice el Señor. 
(Hebreos 10:38.) Por esto era el anhelo del gran apóstol: «Solamente que
 acabe mi carrera con gozo, Hechos 20:24.) Sólo pueden terminar con gozo
 su carrera los que han vivido en el gozo de la comunión diaria con 
Dios, (Génesis 5:24.) Así la terminó el hermano cuya partida recordamos,
 trabajando en glorificar a su Maestro hasta el último momento. ¿Cómo la
 terminaremos nosotros? Si somos fieles, habrá un doble motivo de gozo: 
la satisfacción por los hechos nobles realizados durante la vida y la 
esperanza de un glorioso porvenir. ¿Por qué cantaban los mártires en los
 circos y en las hogueras? 
c) He guardado la fe . ¿Cuál? La recibida de 
Jesucristo (1.a Corintios 11:23). «La fe dada una vez a los santos.» 
(Judas 3.) No una fe variable, modelada según la moda o capricho humano.
 Tal fe debe ser guardada como un tesoro. Así la guardó Pablo, a pesar 
de un Himeneo y Fileto, proclamadores de doctrinas «más razonables» (?) 
(2.a Timoteo 2:18), pero no recibidas de la única fuente de Verdad: 
Cristo Jesús. Así la guardó nuestro amado hermano; nunca se desvió de 
los fundamentos. Así debemos guardarla nosotros. 
2. Su presente 
El final de una vida es siempre miserable y triste, ora 
tenga lugar en una cárcel, ora en el lecho de muerte de una mansión 
suntuosa. Lo que hace la mayor diferencia para el que se encuentra en 
tal estado, no es lo exterior, sino lo interior. Compárese el estado de 
ánimo del gran apóstol con el de ciertos impíos, tales como Voltaire, 
Payne y otros, que han fallecido en medio de cruel desespero. Notemos 
que San Pablo habla de: 
a) Ser ofrecido . ¡Qué privilegio! ¡Ser puesto como víctima sobre el altar para glorificar a Dios! 
b) Mi partida . Como si se tratara de un viaje de placer. No «mi fin», término de todo. 
c) Trae el capote y los libros.  Procura cuidar el 
cuerpo y el espíritu hasta en las mismas puertas de la eternidad. Un 
cuerpo resfriado y enfermo no podía ser empleado fácilmente en el 
servicio de Cristo, escribiendo o hablando a los guardianes. Nuestro 
cuerpo es el maravilloso instrumento de trabajo que Dios nos ha dado. 
Cuidémoslo con esmero; usémoslo bien hasta el último momento y dejémoslo
 sin pesar cuando Dios nos llame. 
3. Su futuro 
Me está guardada la corona de justicia.  ¡Qué 
hermosa seguridad! ¿De dónde la recibió? No podía ser una ilusión 
inculcada por maestros religiosos, puesto que él siguió un nuevo camino 
en religión, precisamente aquél que llamaban «herejía». Sólo por 
verdadera revelación podía haber obtenido tan segura esperanza aquel 
antiguo enemigo de la fe cristiana, había visto la corona, había 
recibido la promesa de labios del mismo Cristo. Notad cuan hermosamente 
lo expresa en Filipenses 3:12: «Me esfuerzo para ver si alcanzo aquello 
para lo cual fui alcanzado por Cristo Jesús.»
Hay que distinguir que no se trata aquí de salvación, la 
entrada en el Cielo, ganada por Cristo y obtenida mediante la fe en El 
(Filipenses 3:9), sino de «la corona, el premio, los honores preparados 
por el Padre para quien servirá al Hijo con fidelidad y lealtad (Juan 
12:26). 
No puede haber corona sin entrada en palacio. El apóstol 
tenía ambas cosas. Había vivido de tal modo que estaba seguro de que el 
juicio de sus obras, hecho por el «Juez justo», no podía menos que serle
 muy favorable. ¿Podemos nosotros afirmar lo mismo? 
4. Su generosa advertencia 
El noble y amante apóstol no se contentaba con ser 
coreado él. Se solazaba con la esperanza de que muchos más compartieran 
su privilegio. Desea que sea así. Por esto formula su fiel advertencia: 
«y no sólo a mí....» Hay corona «para todos los que aman su venida», 
pues es razonable esperar que quien ama su venida: 
a) Es salvo por Cristo. No teme su encuentro. Sabe que sus pecados han sido perdonados. (Véase anécdota La muerte de Voltaire.) 
b) Será un cristiano activo que trabajará para apresurarla, completando el número de los redimidos (2.a Pedro 3:12). 
c) Vivirá de un modo irreprensible (Judas 24). Para ser hallado sin ofensa en el día de Cristo (Filipenses 1:10). 
d) No temerá tampoco la muerte, que es otro modo de unirse al Salvador que espera (Véase anécdota La muerte de Moody.) 
¡Cuan dulce es la voz del amor fraternal en estos 
momentos solemnes de despedida! Con los pies en los umbrales de la 
eternidad, piensa cariñosamente en todos aquellos a quienes ama, que 
vienen siguiéndole en la carrera. «No sólo a mí....» Como dijo el gran 
apóstol, nos diría nuestro amado hermano que ya ha entrado en su 
descanso: «Vosotros que aún estáis en la lid, en la carrera, «procurad 
de hacer firme vuestra vocación y elección....», trabajad y luchad 
superando las dificultades. Vosotros podéis hacer algo más para 
abrillantar vuestra corona; hacedlo, en tanto que tenéis tiempo. Pronto 
nos encontraremos para disfrutar juntos del mismo bien que la gracia 
abundante del Señor otorgará: «a todos los que aman su venida.» Amén. 
ANÉCDOTAS 
JUSTINO, MÁRTIR, Y EL PROCÓNSUL. 
Cuando Justino Mártir fue presentado, con otros seis cristianos, ante Rusticus, el procónsul de Roma, éste les preguntó: 
—¿Suponéis que si fueseis azotados y vuestras cabezas cortadas, subiríais al cielo para ser recompensados? 
A lo que, adelantándose Justino, le contestó: 
—No lo supongo, sino que lo sé, y estoy plenamente convencido de ello. 
El mismo día, después de ser azotados, fueron conducidos al suplicio donde murieron glorificando a Dios 
LA MUERTE DE VOLTAIRE 
Voltaire
 fue, sin duda, el ateo de más talento que el mundo ha conocido. 
Escribió 250 publicaciones, la mayor parte de ellas contra el 
cristianismo. Es lógico pensar que un hombre tan inteligente debería 
permanecer fiel a sus convicciones a la hora de la muerte; pero no fue 
así. Se sabe que dejó una declaración firmada en la que pedía a Dios 
perdón por sus pecados. Decía que había sido abandonado por Dios y por 
los hombres. Durante los días que precedieron a su muerte gritaba: "¡Oh 
Cristo! ¡Oh Jesucristo!" para romper casi inmediatamente en blasfemias. 
Su médico y la enfermera Marchal de Richelieu salieron del cuarto porque
 dijeron que no podían ver una muerte tan horrible, con razón se ha 
dicho que la hora de la muerte es la hora de la verdad. 
LA MUERTE DE MOODY 
Mr. Moody murió como había vivido. Solía decir este gran siervo del Señor. 
—Algún 
día leeréis en los periódicos que D. L. Moody ha muerto; no lo creáis. 
Cuando digan que estoy muerto estaré más vivo que nunca. 
En 
verdad es muy fácil decir esto cuando se goza de buena salud, pero es un
 hecho que Mr. Moody, en los últimos momentos de su vida, miraba a la 
muerte cara a cara sin temor alguno. 
En su 
último día en la tierra, por la mañana, muy de temprano, su hijo Bill 
que le velaba, le oyó susurrar algo e inclinándose pudo captar estas 
palabras: 
—La tierra retrocede, el cielo se abre, Dios me está llamando. 
Inquieto, Bill llamó a los demás miembros de la familia. 
—No, no, papá; no estás tan mal —le dijo su hijo. 
El abrió los ojos y al verse rodeado de su familia, dijo: 
—He estado ya dentro de las puertas. He visto los rostros de los unos. (Se refería a dos nietos que hacía poco habían muerto.) 
Poco después perdió de nuevo el sentido; pero de nuevo, volviendo en sí abrió los ojos y dijo: 
—¿Es esto la muerte? ¡Esto no es malo! No hay tal valle sombrío, esto es la bienaventuranza; esto es dulce, esto es la gloria. 
Con el corazón quebrantado, su hija le dijo: 
—¡Papá, no nos dejes! 
—¡Oh, 
Emilia —respondió el moribundo—, yo no rehúso el vivir si Dios quiere 
que viva, viviré; pero si Dios me llama es preciso que me levante y 
vaya. 
Un poco más tarde, alguien procuró despertarle, pero él respondió en voz baja: 
—Dios me está llamando. No me importunéis para que vuelva, este es el día de mi coronación. Hace tiempo que lo esperaba. 
Y así voló su espíritu a la presencia de Dios para recibir la corona de su gloria. 
*** 
SERMÓN XXI 
LOS DOS PARAÍSOS 
(Génesis 2:8-18 y Apocalipsis 21:1 a 22:6) 
La Biblia empieza con un paraíso y acaba con otro. Ambos 
son lugares de felicidad. El primero fue preparado para el hombre 
natural; el segundo, para el hombre redimido. 
Los escépticos se burlan del relato del Edén. Dicen que 
es un mito. Pensémoslo serenamente. Hay un Ser en gran manera 
inteligente, según se observa en la naturaleza, el cual estuvo durante 
siglos preparando las condiciones de la tierra para poner en ella toda 
clase de seres vivos, y por fin el hombre, el único que puede 
comprender, admirar y agradecer las obras de su Creador. Si el hombre 
era la obra cumbre de la Creación, si el mundo había sido preparado para
 él, ¿no es natural que fuera introducido en alguna especie de museo, 
donde pudiera aprender más pronto y fácilmente lo que le convenía acerca
 del hogar que iba a habitar? (Génesis 2:9). Un hijo de Dios, por su 
inteligencia y espíritu, no podía ser tratado como un irracional. Las 
pinturas rupestres prueban que el hombre troglodita era mucho más que un
 bruto. Por otra parte, la historia antigua está llena de tradiciones 
del Paraíso: la «Edad de Oro» de los poetas clásicos, el «Jardín de las 
Hespérides», etc. Todas coinciden en que se perdió. 
Pero la Biblia termina con otro paraíso recobrado para el
 hombre, muy superior en todos sus aspectos. Es muy interesante 
considerar sus contrastes: 
1. El primer paraíso era terrenal 
Se detalla su emplazamiento en el Asia Occidental. 
Estaba, por lo tanto, expuesto a las vicisitudes de la tierra, y fue 
destruido, según parece, por el Diluvio. 
El segundo paraíso es celestial . Se detalla también su situación, nada menos que en «el Cielo de Dios»; el lugar más evado del universo (Apocalipsis 21:2).
De allí desciende hacia la tierra. Posiblemente la eleva,
 arrancándola de la órbita solar, para llevarla, una vez renovada por el
 fuego (2.a Pedro 3:12 y 13), por el inmenso universo de Dios que es la 
herencia de los redimidos, como dice el apóstol: «Todo es vuestro.» Sin 
embargo, hay en el universo un lugar específico que es la patria de los 
santos, e1 cual Jesús habla en Juan 14:1-3 y Juan 17:24): «La ciudad de 
Dios», «la Jerusalén celestial», el verdadero y definitivo Paraíso. 
2. Había noche 
Esta es necesaria a causa de la fragilidad de nuestros cuerpos que requieren descanso; pero significa casi media vida perdida. 
En el segundo no hay noche, porque no hay sol; Dios mismo
 es su lumbrera (Apocalipsis 22:5). La actividad es sin descanso y sin 
cansancio. El gozo, las alabanzas y las recepciones de los que traen a 
este bendito lugar «la gloria y honor todas las naciones» del universo, 
es incesante (Apocalipsis 5 21:26). 
3. Entró Satanás 
(Génesis 3:1). El gran enemigo de Dios, envidioso de la 
deidad de nuestros padres, introdujo en su alma pura la desconfianza y 
la ambición, los dos grandes males del mundo. ¿Por qué se pelean los 
hombres? Satanás ha manejado siempre la humanidad tirando a placer de 
estas dos riendas. 
En el segundo, Satanás es excluido (Apocalipsis 20:10). 
Ello significa que no habrá más pensamientos de desconfianza hacia Dios y
 hacia el prójimo, ni más ambición, pues no habrá pecado. (Véase 
anécdota Los dos ángeles.) 
4. Entró el dolor 
(Génesis 3:17). La condición del mundo parece que fue 
variada después de la caída y a causa de ella (Romanos 8:20-22). 
«Espinas y cardos» en la tierra, instintos feroces en los animales, 
bacterias que producen enfermedades de las que parece se van produciendo
 nuevas formas. El dolor aumenta a medida que progresa el pecado. No 
somos más felices que los patriarcas, a pesar de que les aventajamos en 
tantas cosas. 
En el segundo, el dolor será quitado. Todos los motivos 
de dolor moral y físico desaparecerán: A la muerte, la enfermedad, la 
pobreza y el pecado, se les llamará «las primeras cosas», 
considerándolas sólo como un triste recuerdo del pasado (Apocalipsis 
21:4). 
5. Entró la maldición 
El único que tiene poder para convertir su palabra en 
realidad, tuvo que pronunciar sentencia de mal. Nadie más que El puede 
hacerlo (Salmo 109:28). Es una osadía para simples humanos el pretender 
lanzar maldiciones, y más en la Era cristiana. (Mateo 6:44 y Romanos 
12:14.) En muchos aspectos permanecen todavía los resultados de la 
maldición divina en el mundo. 
En el segundo no habrá maldición, pues no existirá ningún
 motivo para ella entre seres perfectos. La última maldición habrá sido 
pronunciada contra los reprobos, y será la final en el Universo. 
6. Hubo vergüenza 
(Génesis 3:10). El hombre no puede sufrir a Dios ni a su 
palabra cuando hace el mal. (Cítense los ejemplos de Caín huyendo de la 
presencia de Jehová y de Joacin quemando el libro de la Ley.) Por esto 
el cristiano debe evitar el pecado, por ser templo de Dios mediante el 
Espíritu Santo. 
En el segundo Paraíso habrá confianza (Apocalipsis 22: 
4). A pesar de vivir en la presencia de Dios no tendrá temor de su 
omnisciencia, porque nada podrá ser hallado reprochable en sus felices 
habitantes. Debemos empezar aquí a vivir esta clase de vida. 
7. Se cerró la entrada 
Dios no quitó inmediatamente el paraíso de la tierra, 
pero lo cerró (Génesis 3:22-24). Era para los primeros pecadores un 
testimonio de la felicidad perdida. 
El segundo paraíso está siempre abierto (Apocalipsis 21: 
25). Esto maravilló a Juan, acostumbrado a ver ciudades antiguas 
cuidadosamente amuralladas y cerradas. Pero no hay peligro de que entren
 enemigos en la ciudad celestial. Sus puertas abiertas son símbolo de la
 libertad. 
8. Tuvo fin 
(Génesis 3:24). No sabemos cuánto duró la felicidad del 
primer paraíso, pero es de suponer que fue muy breve, ya que el primer 
hijo de Adán nació ya fuera del Edén. 
El segundo no tendrá fin (Apocalipsis 22:5). Se ha dicho 
que sólo lo eterno de la felicidad es felicidad. Cuanto más preciosa y 
grata es una cosa, peor resulta el perderla. Lo mejor del cielo es que 
será nuestro hogar para siempre. 
¿Tenemos lugar en el segundo paraíso? Está allí nuestro 
tesoro y nuestra esperanza. Cualquier clase de bien fuera de este es un 
engaño y ha de venir a ser pronto una desilusión. 
El Cielo, que algunos consideran una ilusión mística, es a
 única realidad verdaderamente objetiva. Cristo afirmó su existencia con
 su autoridad sin igual (Juan 14:2). Pensándolo racionalmente, no hay 
imperio sin capital, como no hay cuerpo sin cabeza. El universo no puede
 estar sin un centro. 
Cristo nos asegura que tan elevado y bendito lugar será 
nuestra habitación eterna si nos unimos a El por la fe. Vino a abrirnos 
las puertas del Paraíso superior con su muerte expiatoria; es el segundo
 Adán (Romanos 5:18-19). Su mayor satisfacción en la misma cruz fue 
ofrecer al ladrón moribundo inmediata entrada al nuevo Edén. ¿Está el 
Cielo abierto para ti? 
ANÉCDOTAS 
LOS DOS ANGELES 
Queriendo
 demostrar un predicador la condición moral de los seres celestiales, 
dijo que si Dios destinara a dos ángeles para ir, el uno a gobernar una 
ciudad y el otro para barrer sus calles, los dos se sentirían 
satisfechos de cumplir la voluntad de Dios. ¿Pero qué ocurriría si el 
mandato fuese dado a dos hombres de igual condición? Se levantaría 
inmediatamente en el corazón del menos favorecido una tempestad de 
envidia y de rencor. He aquí el pecado. 
SERMÓN XXII 
EXISTENCIA DEL ALMA 
(Salmo 8; Mateo 10:28 y 16:26) 
Introducción 
(Véase anécdota Nietzche y el guarda del parque.) 
Ciertamente las preguntas: ¿Qué soy en el mundo? ¿Qué papel ocupamos los
 seres humanos en el inmenso Universo? ¿Por qué existimos? ¿En virtud de
 qué podemos darnos cuenta de nuestra existencia?, son preguntas que no 
puede menos que hacerse todo hombre pensador. 
David no sabía nada de lo que la ciencia nos ha revelado 
cerca de la grandeza del Universo; sin embargo, comparando la pequeñez 
del hombre con las cosas que él conocía y veía, y en un arrebato de 
inspiración, exclama: «¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria, y
 el hijo del hombre para que lo visites?» Ciertamente, considerado como 
materia, el hombre más apuesto y robusto, es bien poca cosa en un mundo 
de cuarenta millones de metros de circunferencia y de billones de 
quintales de peso. Pero David ve en él mucho más que un compuesto de 
materia: un ángel en estuche carnal (vers. 5) y Jesús, que conocía las 
cosas mejor que David, lo pone en más alta estima (Mateo 16:26). ¿Por 
qué? El hombre es un ser espiritual que siente, medita, sabe, ama, vive 
ahora y vivirá por la eternidad, y Dios, que es también espíritu pero 
infinito, se preocupa del hombre más que de cualquier otro ser material.
 No mira su pequeñez sino sus facultades. 
Suponed un padre rico que ve incendiado su palacio, en el
 cual se halla un hijito de pocos años. No apreciará la muerte de su 
hijo como la pérdida de 30 ó 35 kilos de materia que se carboniza. Su 
hijo ha venido de él, lleva su imagen, algo de su carácter, y facultades
 capaces de desarrollarse: todo lo cual, no poseen su palacio, ni sus 
muebles, ni sus máquinas. Por esto se lanzará a las llamas clamando: 
«Salvad a mi hijo.» 
1. El hombre lleva la imagen de Dios 
Todos los hombres llevamos la imagen del Dios invisible. 
Poseemos facultades que sólo Dios puede tener y que no se hallan en 
otros seres. Estudiando la naturaleza descubrimos las huellas de un Ser 
Inteligente dotado de voluntad, de iniciativa, de sabiduría y poder 
inmensos, el cual ha organizado con designio y previsión admirables el 
Universo que nos rodea. Estas cualidades innegables que reconocemos en 
el Creador, las encontramos en nosotros mismos. No se podría decir de un
 animal que es «imagen de Dios». Este tiene cuerpo y cerebro 
maravillosos, pero sus facultades no corresponden a las que debe haber 
en la Divinidad. 
Se ha observado que los animales hacen todas las cosas 
atraídos por sensaciones físicas: hambre, sed, deseo sexual, etcétera, o
 bien por un impulso interior que viene de Dios como ley general y se 
llama instinto. No hay en ellos iniciativa intelectual, ni tampoco 
progreso. El pájaro nunca ha sabido inventar una cubierta para preservar
 su nido de la lluvia. El conejo nunca ha ideado formar habitaciones en 
su madriguera. La abeja construye un panal que deja admirado al más 
sabio geómetra, pero es obra de la especie (o sea, de Dios por la ley 
del instinto), no suya propia. 
Por maravilloso que sea el instinto, no revela 
personalidad. Golondrinas con cabezas más grandes o más pequeñas, con 
más o menos materia gris, construyen sus niños igual. Pero un hombre no 
hace lo que otro hombre. Las pinturas de Velásquez o la música de Bach 
no los pueden idear otros hombres. El espíritu humano no sólo tiene 
facilidades para aprender sino que puede crear. El más sencillo obrero 
es un creador de modelos en su mente, a los que dará pronto forma si 
tiene materiales a su disposición. ¿A quién parece este pequeño creador 
de la tierra sino a su Padre Creador supremo de los cielos? 
2. El hombre posee virtudes morales 
Hemos descubierto que Dios es bueno al examinar las obras
 de la Naturaleza. Lo que parecen males, no son sino accidentes 
inevitables, algunos encaminados a mayor bien, e infinidad de detalles 
el Creador ha procurado poner elementos de felicidad para todas sus 
criaturas que revelan su carácter bondadoso. La Biblia nos habla del 
amor de Dios en otro terreno más elevado, el de la Redención (Juan 
3:16). Por ello concuerdan perfectamente el libro de la Revelación y el 
de la Naturaleza. 
El hombre creado a imagen de Dios, conserva, aunque medio
 borrados por el pecado, estos distintivos de su origen. Posee 
sentimientos de compasión, de bondad, de ternura (no sólo hacia su 
prole, como los animales por instinto), sino hacia todos los otros 
seres. ¿Por qué? Porque Dios es amor. 
Por la misma razón poseemos conciencia moral. ¿Quién es, 
en efecto, este yo que se levanta contra el otro yo para juzgarle y 
condenarle en nuestro fuero interno, aun cuando el motivo de la 
reprensión sea algo sumamente favorable a nosotros mismos? ¿Es un nervio
 que reprende a otros nervios de nuestro cuerpo? ¿Es un músculo que 
reacciona contra otros músculos? ¿Es, en una palabra, la materia 
condenando a la materia? 
El animal se encuentra perfectamente satisfecho con 
saciar sus instintos, pero el hombre es atormentado por su conciencia si
 aquella satisfacción es en perjuicio de un prójimo. ¿Por qué? Porque 
Dios es justicia, y llevamos algo dentro de nosotros de ese atributo 
divino. Aun los hombres más relajados, más degenerados y crueles, tienen
 a veces algún rasgo de nobleza. Estos vestigios que nos quedan de la 
«imagen de Dios», prueban nuestro origen superior, y como consecuencia 
lógica un destino superior que el que nos presentan los filósofos de la 
«Nada». 
3. El alma no es el cerebro 
Nuestro yo no es ese pobre cuerpo que nos sirve de 
habitación. Muchos confunden el ser con el instrumento, pero el 
instrumento material no puede ser causa eficiente del pensamiento. ¿Cómo
 una vibración del tímpano puede convertirse en sentimiento de odio o de
 amor, de placer o de tristeza? ¿Quién se alegra o entristece? ¿Las 
neuronas, o sea, las células cerebrales? No, éstas son meros agentes 
transmisores, pues como dicen los sicólogos, no podemos imaginar el 
cerebro como un productor y receptor de imágenes que nadie recibe, que 
nadie recoge e interpreta. «Yo estoy triste con la noticia» no puede 
traducirse «una serie de imágenes dentro de mi cerebro se han puesto 
tristes». Sin el «yo», las más admirables operaciones de la perfectísima
 computadora del cerebro, nada son ni significan. 
El cerebro es, ciertamente, la oficina del alma; y es 
maravillosa en su configuración y organización. Allí el alma archiva sus
 recuerdos. Pero debe haber algo más que un archivo. Por ejemplo, cuando
 olvidamos una cosa y la tenemos, como vulgarmente se dice, «en la punta
 de la lengua», alguien recuerda que otros detalles están ahí, y no 
dispone de ellos. Quizás el nombre de una ciudad, o de una persona. 
¿Quién es el que posee el recuerdo del hecho, o de la 
cosa, pero carece del detalle perdido y lo manda buscar dentro de su 
archivo físico de neuronas? ¿Quién es el que «sabe» que lo «debe saber»?
 Es sin duda el «yo» extra-físico que llamamos «alma». 
Tenemos muchos motivos para creer que el cuerpo es tan 
sólo el instrumento del alma, y sin duda alguna es el más adecuado para 
ella. Un cuerpo de ave o de pez, dotados de espíritu, habrían tenido 
grandes dificultades para poner en práctica sus pensamientos. Otros 
seres, muy semejantes a nosotros en cuerpo físico, pero no en 
inteligencia (los monos), parecen haber sido puestos para probarnos que 
la inmensa diferencia no consiste en formas o estructuras corporales, 
sino en algo extra-físico superior a la materia. 
4. El alma es inmortal 
a) Nos lo dice la lógica . No es material, y si la 
materia no se pierde, sino que se transforma, algo debe ocurrir con el 
alma. Si es hecha a imagen de Dios, y Dios es eterno, propio es que ella
 lo sea también. 
b) Nos lo demuestra la gradación en la Naturaleza .
 Observamos en ella tres reinos: el mineral, vegetal y animal, en cuya 
cumbre se encuentra el hombre. Pero si la muerte nos destruyese por 
entero sería el retorno brusco de lo superior a lo inferior, del 
espíritu inteligente al polvo de la tierra. ¿Qué objeto tendría en tal 
caso la Creación entera? Pero si el mundo y el universo son habitaciones
 para educar seres morales y eternos, se explica la solicitud del 
Creador en beneficio de sus hijos. 
c) Nos lo dice nuestra conciencia . ¿De dónde le 
vino al nombre la idea de inmortalidad si Dios no la reveló? Sería una 
burla demasiado cruel darnos el deseo y no satisfacerlo. El hecho de que
 el hombre haya pensado si tiene alma inmortal, es la mejor prueba de 
que la tiene, ya que a ningún animal se le ha ocurrido semejante duda. 
d) Nos lo dice Cristo . El gran revelador de Dios a la humanidad afirma: «No temáis a los que matan el cuerpo»  (Mateo 10:26). «Dios no es Dios de muertos.... porque todos viven a El» (Lucas 20:38). 
La inmortalidad es la clave por la que el Nuevo 
Testamento resuelve todos los enigmas morales. La solución de todas las 
injusticias que padecemos, y la más gloriosa de las esperanzas. ¿Qué 
importa ya en tal caso la enfermedad y la vejez? (2.a Corintios 5:1). 
¿Qué importa la misma muerte? Filipenses 1:21). 
5. El alma puede perderse 
Todo espíritu manchado por el pecado no puede entrar en a
 Vida donde reina la armonía de la perfección de los hijos le Dios. Este
 es el gran peligro acerca del cual Cristo nos vino a advertir (Juan 
3:15 y Lucas 13:28). 
Es la pérdida más terrible por ser irreparable. Todas las
 pérdidas humanas, de intereses o de salud pueden remediarse. Pero no 
poseemos más que un alma: si la perdemos, cuando Dios la pone a prueba, 
queda perdida para siempre. (Véase anécdota Pérdida irreparable.) 
No estamos capacitados para definir en detalle lo que 
significa la perdición, pero debe ser algo bastante terrible, cuando 
decidió el Verbo de Dios a encarnarse y sufrir tanto con objeto de 
librarnos de semejante tragedia. Para evitarla es indispensable, empero,
 no solamente su sacrificio sino nuestra aceptación del mismo. De ahí 
tantas exhortaciones del Hijo de Dios al arrepentimiento y a la fe 
(Marcos 1:15 y Juan 5:40). 
6. El alma puede salvarse 
En otra frase más moderna, menos teológico-escolástica, 
«puede cumplir su destino». Según Hebreos 2:10, el Creador tuvo un gran 
propósito desde el principio de la raza, «llevar a la gloria a muchos 
hijos. (Véase anécdota Dos modos de imaginarnos a Dios.) Podemos 
malograr el propósito de Dios y perdernos, o ajustamos a él y salvarnos.
 ¿Cómo? Aceptando el medio de salvación por El dispuesto. Dios envió a 
Cristo a morir por nuestros pecados para poder perdonarnos con justicia,
 y al propio tiempo mover nuestro corazón retrotrayéndonos a una 
obediencia voluntaria y gozosa, la obediencia por amor, por gratitud por
 el afecto que su sacrificio ha levantado en nuestros corazones. ¿Lo 
haremos? ¿Corresponderemos al sublime propósito que Dios ha tenido de 
salvar nuestras almas? 
7. ¿Qué significa la salvación del alma? 
El alma humana, por ser espiritual y por ende inmortal, 
tiene posibilidades insospechadas, inimaginables desde este encierro de 
carne mortal en que nos hallamos. Puede observarse la grandeza de tal 
propósito en Juan 17:24; Juan 14: 1-3 y Efesios 1:11-12. (Breve glosario
 de tales textos según el tiempo y las circunstancias). 
Aún estamos a tiempo para salvar nuestra alma inmortal. 
Hagamos caso de las palabras de Cristo. Tomemos en serio el asunto. 
Démosle el valor que tiene. Lo peor de la condenación será la idea de: 
«Podía ser feliz y no lo fui, podía salvarme y me condené.» Quiera Dios 
que ninguno de los presentes tenga que decirlo. 
ANÉCDOTAS 
NIETZCHE Y EL GUARDA DEL PARQUE 
Se 
cuenta del gran filósofo ateo Nietzche —quien después de haber escrito 
enjundiosos libros terminó su vida en un manicomio— que cierto día, 
hallándose sentado en un parque de Berlín le pasó desapercibida la hora 
del cierre. Un guarda tomándole por un viajero vagabundo que intentaba 
pasar la noche en el parque, se le acercó y le dijo: 
—¿No ha oído usted la sirena de cierre? Dígame: ¿Quién es usted? ¿De dónde viene? ¿A dónde va? —A lo que Nietzche replicó: 
—Esto es
 precisamente lo que me he estado preguntando desde hace cuarenta años y
 aún no he llegado a saberlo. ¿Podría decírmelo usted? 
PERDIDA IRREPARABLE 
Un 
hombre deseoso de adquirir fortuna vendió todo lo que tenía para 
trasladarse a California. Allí trabajó durante 16 años sin conocer 
descanso buscando el codiciado polvo de oro, logrando con el tiempo 
reunir una gran fortuna, la cual (en aquel tiempo cuando no existían las
 actuales facilidades bancarias), convirtió en un valioso diamante que 
se proponía vender en Europa por una cantidad que le haría rico durante 
el resto de sus vidas. Pero un día en que estaba mostrando la preciosa 
joya a unos amigos de viaje, un movimiento del buque le hizo perder el 
equilibrio, con tan mala suerte que el diamante resbaló de sus manos 
yendo a parar al mar. ¡Qué terrible momento! Pero es peor la pérdida del
 alma. 
DOS MODOS DE IMAGINARNOS A DIOS 
Alguien 
ha dicho que considerando las maravillosísimas disposiciones de la 
Naturaleza y el fracaso que representa la muerte para la vida, sobre 
todo en lo que al ser humano se refiere, o bien debemos imaginarnos a 
Dios como un niño que hace burbujas de jabón por el gusto de ver cómo se
 deshacen, o tenemos que considerar a Dios como a un padre que está 
educando a una familia para la Eternidad. ¿Cuál de los dos conceptos es 
más digno del Creador, y sobre todo, de un Creador sapientísimo como el 
que nos revelan las obras de la Naturaleza? 
*** 
SERMÓN XXIII 
LA INVITACIÓN SIN IGUAL 
(Mateo 11:28-30) 
Cierto día que Jesús se hallaba enseñando al pueblo, 
vinieron unos alguaciles de parte de los sacerdotes para préndelo. 
Deseando justificar su acción, estuvieron esperando oírle pronunciar 
alguna palabra comprometedora; mas en lugar de echarle mano, volvieron a
 sus jefes con la respuesta: «Nunca habló hombre así como este hombre.» 
(Juan 7:46.) 
Ciertamente tenían razón aquellos ministriles. ¿Qué 
hombre se ha atrevido jamás a pronunciar palabras como las de nuestro 
texto? (Vers. 28). Sin embargo, ¿era necesario que fueran pronunciadas? 
¿Responden a una necesidad del género humano? 
Se ha dicho que el hombre es un eterno buscador de 
felicidad, la cual se va alejando de él a medida que crece su capacidad 
para gozar. El niño de pocas semanas se siente feliz con muy poca cosa; 
mas sus dificultades crecen en la misma medida que sus facultades se 
desarrollan. Al entrar en la pubertad, se amplía su capacidad de gozar; 
una sonrisa del ser amado le hace feliz; pero, ¡cuántos desengaños 
también! Llega al matrimonio con la esperanza de que la posesión 
absoluta de lo que ama le hará feliz, y ni en los mejores casos es así. Y
 muere el hombre con la esperanza de ser más feliz un poco más adelante,
 pues cuando parece haber casi alcanzado su ideal, un quebranto de salud
 o fortuna o la pérdida de un ser amado derrumba su castillo de 
felicidad. De ahí la necesidad que la Humanidad ha tenido y tendrá 
siempre de consuelo. Tanto es así que en Grecia y toma existían 
consoladores de oficio, los cuales acudían a )restar sus servicios a los
 hogares afligidos, leyendo pasajes le los clásicos, mas presentando 
luego su factura, como nuestros médicos o abogados. 
Pero el gran Consolador se ofrece en este texto a realizar gratuitamente lo que nadie ha podido llevar a cabo de un nodo eficaz. 
Se ha dicho que hay tres grandes motivos de infelicidad jara los hombres: 
a) Los dolores físicos. 
b) Las penas morales. 
c) El temor de la muerte. 
Que el dolor físico turba la felicidad no es difícil probarlo. 
Que hay dolores iguales o peores que los físicos en los 
dominios del alma, es cosa bien evidente: el remordimiento, la ansiedad,
 la vergüenza, el temor, nos hieren más profundamente que los dolores 
del cuerpo. Tanto es así que el alma puede sobreponerse a los dolores 
físicos, como ha ocurrido en los grandes santos y mártires, pero no hay 
remedio para os dolores del alma. Hoy podemos más fácilmente que nunca 
librarnos del dolor físico; pero no hay narcótico para el remordimiento,
 para el pesar; no hay remedio para la muerte, sin embargo, aparece el 
humilde carpintero de Nazareth y exclama: El remedio del mal, del dolor,
 del quebranto de corazón, del temor y de la incertidumbre del más allá,
 soy yo. «Venid a Mí los trabajados y cargados, y os haré descansar.» 
Notad que no ofrece un consejo, sino su persona. Esto no 
puede decirlo un simple mortal. En primer lugar, porque nadie puede 
atender a todos sus semejantes, ni siquiera en el alivio de dolores 
físicos, y mayormente porque nadie es capaz de quitar ciertos dolores 
del alma. Nunca la Humanidad había oído pretensión semejante. Estas 
palabras serían la más insigne locura si no fueran pronunciadas por 
quien las dijo. Pero ¿no es Cristo el más sabio, el más prudente, el más
 perfecto de los hombres? 
1. Cristo, el Consolador de los dolores físicos 
Este hombre singular empezó por aliviar los dolores 
corporales. No hubo enfermo o dolorido que no hallara en El consuelo. 
Sus milagros son públicos e innegables. Sus propios enemigos los 
atribuyen a cualquier cosa: magia, pacto con el demonio, etc., pero no 
los niegan. (Véase anécdota La afirmación del Talmud.) Con ello demostró
 su poder para aliviar los males espirituales (Lucas 5:24). Aun fuera de
 los Evangelios existen indicios históricos de la realidad de su poder 
sobrenatural. (Véase anécdota La declaración de Cuadrato.) 
Aun sin ir a los días de su ministerio, la oración de fe 
en su nombre ha obrado muchas veces milagros de sanidad, aunque éstos no
 puedan ser regla absoluta porque tal clase de intervención divina, 
llevada a cabo de un modo constante, si bien aumentaría grandemente el 
volumen de la fe, no la haría de la calidad que Dios desea (Juan 20:29) y
 quitaría la ocasión de manifestarse las virtudes heroicas: la 
paciencia, la confianza y el amor a toda prueba. Mas si no quita el 
dolor en todos los casos, quita el aguijón del dolor al descubrirnos el 
gran secreto que presiente nuestra conciencia, que Dios es amor y no 
consiente el mal de su grado, sino para que de ello resulte algún bien 
en favor nuestro para la eternidad. Esto quita la parte moral del dolor,
 lo dulcifica, lo hace amable. 
2. Cristo, Consolador de los males morales 
De ellos es Cristo el Médico por excelencia, ya que casi 
todos tienen su origen y causa en el pecado. Temor, remordimiento, 
ansiedad y los males originados por el odio y la envidia, todos tienen 
su causa en la trasgresión de la voluntad divina. Quien vino a quitar el
 pecado vino a destruir todas sus consecuencias. La doctrina de la 
Redención es el remedio supremo para la conciencia. No hay motivos para 
afligirse por el pecado; no porque sea cosa ligera, sino porque aunque 
es horrible ante Dios, ha sido expiado en la cruz del Calvario, donde el
 Consolador de los hombres sufrió el castigo para que nosotros 
pudiéramos tener el perdón y la paz. Esta doctrina da descanso aun al 
alma más sumergida en el pecado, dejándola ligera y apta para toda buena
 obra. (Véase anécdota La conversión del bandido TUSO.) 
3. Cristo, el Consolador de la muerte 
En este aspecto sí que es único Jesucristo. Nadie ha 
hablado de la muerte y del más allá en la forma que El habló. Los 
diálogos de Platón sobre la inmortalidad del alma son un modelo de 
lógica y buen sentido, pero no hay en ellos el lenguaje firme y 
autoritario que sólo pudo usar el que vino del mundo de la inmortalidad.
 Ningún profeta, sabio ni filósofo se ha atrevido jamás a decir: «Yo soy
 la resurrección y la vida», « ¿No queréis venir a Mí para que tengáis 
vida?», «En la casa de mi Padre muchas moradas hay». La esperanza de 
ultratumba que Cristo ofrece no es una penosa ascensión a través de 
innumerables reencarnaciones; una visión de avances y retrocesos casi 
sin fin, sino una mano poderosa que se extiende para librarnos de 
nuestra miseria moral y elevarnos a las más altas dignidades en los 
cielos. Esta esperanza hacía exclamar a San Pablo: «Quisiera ser 
desatado y estar con Cristo» y era también la que ponía flores y mirto 
sobre las frentes de las doncellas cristianas que iban a ser devoradas 
en los circos de Roma, cual si se tratara del día ie su boda. Ella ha 
quitado el temor de la muerte a todo aquel que la posee. (Véase anécdota
 Poesía conmovedora.) 
4. Las condiciones para el consuelo divino 
Notemos que para obtener tal descanso y privilegio es ndispensable cumplir dos condiciones: 
1ª Sentirse cargado y fatigado. 
2ª Acudir directamente al Dador de descanso. 
Quizás objetes no sentirte en las condiciones que reclama
 ¡1 Salvador; pero aunque no estés desesperado, mira, lector, al fondo 
de tu conciencia. « ¿Eres feliz? ¿Tienes cumplidos todos tus deseos? ¿No
 sientes el más leve remordimiento ni temor? ¿Será eterno el bien que 
hoy disfrutas? Si no puedes responder de un modo afirmativo a todas 
estas preguntas, necesitas a Cristo. Realmente no hay hombre o mujer del
 todo feliz sin El. Muchos que parecen felices no hacen sino tratar de 
olvidar que son desdichados. (Véase anécdota El preso y la concertina.) 
5. Las condiciones para la felicidad completa 
Hay una reiteración extraña entre los versículos 28 y 29,
 pero ello es quizá la mejor prueba de la sabiduría divina de quien 
pronunció tan extraordinarias palabras. El vers. 28 nos muestra el 
factor divino de nuestra felicidad, lo que Cristo hace por nosotros 
cuando acudimos a El, y el 29 la parte nuestra. Nos dice que podemos ser
 más o menos felices, hallar más o menos descanso moral según cumplamos 
las enseñanzas del Salvador. Para ser enteramente felices cabe llenar 
dos condiciones: 
1ª Llevad mi yugo sobre vosotros 
Hay quienes creen ser más felices aceptando la salvación 
sin el yugo; creer sin unirse visiblemente a Cristo y a su Iglesia. Mas 
es un gran error. Confesar a Cristo aumenta el gozo espiritual. Es un 
pobre y triste cristianismo el de aquellos que tratan de llevar 
escondida su fe. 
Es casi una vergüenza que Cristo mismo tenga que defender
 su causa afirmando que su yugo es fácil. ¡Bien lo sabemos, querido 
Salvador! ¡Cuan poco exiges de los tuyos en esta época de gracia! Mas 
¡cuánto te mereces! Bien debiéramos decirle: Aunque fuera mil veces más 
pesado tu yugo, lo llevaríamos gustosos, Señor, por amor de ti. 
2ª Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón.  
Otros hay que aceptan fácilmente el yugo; algunos quizás 
irreflexivamente; pero se hallan poco dispuestos a aprender e imitar las
 virtudes del Salvador. Pero la felicidad absoluta no es posible sin 
asemejar del todo nuestra vida a la de nuestro Maestro y Ejemplo. 
Podríamos ser muy felices en esperanza y muy poco en la realidad 
presente si vivimos alejados de las virtudes cristianas. Cristo quiere 
hacernos dichosos aquí y allá. ¡Cuánto más lo seríamos si supiéramos 
recibir as contrariedades y las ofensas con la mansedumbre y humildad 
del Salvador! Así debe ser, de un modo real, no aparente; por esto añade
 «humildes de corazón». Bien sabía el Señor que mucha de la humildad de 
los que profesarían ser sus discípulos sería hipocresía. Tan sólo la 
humildad de corazón hace enteramente feliz al que la posee. 
¿Quién no quiere ser feliz en la vida? No busquéis la 
dicha donde no está. Id a Cristo; recibidle por Salvador; confesad su 
Nombre aunque sea afrontando el oprobio; imitadle en sus actitudes 
morales, y vuestra dicha comenzará ahora para no terminar jamás. 
ANÉCDOTAS 
LA AFIRMACIÓN DEL TALMUD 
El 
Talmud, escrito por los judíos enemigos de Cristo en los primeros siglos
 de nuestra Era, declara que Jesús de Nazaret obró milagros, curó cojos y
 mancos, dio vista a ciegos y aun resucitó muertos, pero que fue por 
artes mágicas que había aprendido en Egipto. Para nosotros, hombres del 
siglo XX, que sabemos no existen artes mágicas capaces de efectuar tales
 maravillas, la confesión de sus enemigos es una de las pruebas que 
tenemos de que Jesucristo era realmente el Hijo de Dios. 
A DECLARACIÓN DE CUADRATO 
Cuadrato, que escribió en la primera mitad del siglo II, nos ha dejado este testimonio: 
"Las 
obras de nuestro Salvador fueron siempre visibles, porque fueron reales;
 de esta clase son tanto los que sanó como los que resucitó, los cuales 
fueron vistos no sólo cuando fueron sanados y resucitados, sino después 
de su partida y por bastante tiempo después de ella, tanto que algunos 
de los que los conocieron han llegado hasta nuestro tiempo.(Eusebio H. 
E., Libro 4, Cap. III.) 
LA CONVERSIÓN DEL BANDIDO RUSO 
Pablo 
Tichomiroff emigró con su familia a Siberia, donde sus padres murieron 
del cólera. Después de algunas experiencias penosas, juntóse a una 
cuadrilla de ladrones que le enseñaron a robar y matar. Un día 
asesinaron a dos hombres, robándoles entre otras cosas un Nuevo 
Testamento y un libro titulado "La voz de la fe". Tichomiroff leyó 
aquella misma noche Romanos 3, y fue profundamente conmovido, viendo su 
retrato en aquellas palabras. En la primera página del Nuevo Testamento 
halló este escrito: "15 de mayo de 1898, día de mi conversión al Señor, 
de mi arrepentimiento y nuevo nacimiento. En este día El perdonó mis 
pecados y lavóme con su sangre." Casi no durmió en toda la noche. 
Al día 
siguiente, los bandidos discutieron sobre los libros, resolviendo por 
fin que fueran leídos en voz alta. Uno de los bandidos, llamado 
Solowjew, recordó palabras que había oído leer a su madre. Después de un
 mes de lectura, este compañero y Pablo resolvieron cesar en sus 
prácticas criminales, y cuando hablaron a sus compañeros de su 
propósito, otros cinco acordaron dejar su vida de pecado y entregarse a 
las autoridades. 
El 
gobernador quedó atónito y empezó a leer con su esposa el libro que obró
 tan maravillosa transformación, resultando la conversión del 
gobernador. Tichomiroff predicaba a los presos y el capellán de la 
Iglesia Griega pidió que fuese apartado de éstos. Entonces se dedicó a 
anunciar el Evangelio a sus guardianes. Un año después, los siete 
ladrones fueron condenados a diez años de trabajos forzados. El juicio 
fue una magnífica exposición del Evangelio, pues en sus declaraciones no
 cesaban de glorificar a Jesucristo. Fueron enviados a cárceles diversas
 y antes de separarse se comprometieron solemnemente a ser honestos 
delante de Dios y testigos de Cristo dondequiera que fuesen enviados. 
Tichomiroff
 y Solowjew fueron enviados más allá del lago Baikal. Después de dos 
años de estar allí fue observado que muchos presos turbulentos habían 
cambiado de conducta. Algunos años después fueron indultados con motivo 
de una fiesta nacional. Cuando se despidieron de ellos en el campo de 
concentración, todos lloraban. Volvieron a Rusia a pie, visitando muchos
 grupos de creyentes por los pueblos donde pasaban. En una población 
donde predicaron, hubo un despertamiento espiritual y muchos se 
convirtieron. De vuelta a Sosnowka, su pueblo natal, el trabajo 
evangelístico de Pablo despertó la oposición de los sacerdotes rusos, 
por lo que fue apresado nuevamente, pero esta vez por causa de Cristo. 
Finalmente fue desterrado a Siberia, donde continuó su obra evangélica. 
En la 
primera página del Nuevo Testamento robado, que fue la causa de su 
conversión, Pablo escribió: "Perdóname por amor de Cristo, amado 
hermano. Yo te maté cuando yo mismo estaba muerto en mis pecados. El 
Señor me ha perdonado y me ha levantado a novedad de vida. Tu muerte 
prematura me llevó, no solamente a mí, sino a otros muchos pecadores y 
asesinos, a la vida eterna. Por esto doy gracias a Dios, Señor mío y 
tuyo. Amén." 
Eran las palabras de arrepentimiento de un Pablo ruso a un descocido Esteban ruso. 
(POESIA CONMOVEDORA) 
La 
siguiente poesía fue hallada en el chaleco de un soldado norteamericano 
muerto en una de las batallas de la invasión de Francia: 
Escucha, oh Dios, jamás yo pensé en Ti, 
mas quiero saludarte, mi Señor. 
Decíanme que Tú no existías; 
necio de mí, así lo creí yo. 
Jamás me fijé en tus grandes obras 
y anoche, desde el cráter de un obús, 
vi tu universo, hermoso, estrellado, 
y comprendí haber sido engañado 
No sé, mi Dios, si me recibirás 
si vengo a Ti, mas bien comprenderás, ¡ 
Señor, qué extraño encuentro haber hallado 
en este infierno tu luz tan admirable. 
No he de decirte mucho, Padre mío; 
sólo que me da gozo haberte conocido. 
Al toque de alba, ¡Señor! habrá ofensiva, 
mas ya no temo porque estás conmigo. 
La señal, Dios mío, he de partir. 
¡Cuánto lo siento, oh Dios! Y es la razón: 
¡Era tan dulce hablar aquí contigo! 
Mas me detengo, y quedo así te digo: 
La lucha será hoy cruel, sangrienta; 
quizás hoy mismo llamaré a tu puerta. 
Aunque nunca fui, Señor, tu amigo, 
¿no me permitirás venir conmigo? 
Si he de acudir hoy mismo a tu puerta, 
¿no la tendrás, Señor, para mí abierta? 
Estoy aquí llorando. ¿No lo ves? 
Llorando estoy, Dios mío, arrepentido. 
Lloro de gozo al hablar contigo; 
del gozo de sentirme ya tu amigo. 
He de partir, ¡mi Dios! He de partir, 
ni un solo instante me concede el deber. 
Adiós, Señor, adiós o hasta bien presto. 
¡Qué extraño que no temo ya la muerte! 
¡TRAEDME UNA CONCERTINA! 
Un joven
 condenado a muerte, al serle ofrecido pedir lo que quisiera en la 
última noche, como es costumbre, dijo: "Traedme una concertina." Y con 
ella estuvo tratando de distraer su pena hasta el mismo momento de 
llevarle al cadalso. 
¿Le 
hacía más feliz la concertina al desventurado? Verdadera felicidad la 
habría obtenido con el indulto. Cristo quiere hacerte realmente feliz 
dándote el indulto de Dios. ¿No quieres recibirlo? 
*** 
SERMÓN XXIV 
CAMBIO DE FILAS 
(1.a Crónicas 12:16-18) 
La historia del traspaso a David de los primeros 
voluntarios de Saúl viene a ser una hermosa ilustración de las mas que 
desertan de las filas del Diablo para enrolarse n las de Cristo. 
Consideremos: 
1. El ejército de Saúl 
Tenía mucha semejanza con el del Enemigo de las almas. 
a) Era grande . Cientos de miles de israelitas 
seguían a Saúl (1.° Samuel 15:4). Este era el único rey visible. A 
David, lejos y escondido, nadie le veía. Del mismo modo, las filas del 
Diablo son bien nutridas (Mateo 7:13). Las multitudes obedecen a su rey 
sin darse cuenta. ¿Por qué es tan numeroso este bando? 
b) Es un bando profano,  es decir, independiente de
 Dios y de sus leyes. El de Saúl lo demostró varias veces, oficialmente 
era el ejército de Jehová, pero ni le buscaban ni le escuchaban. En la 
batalla contra Amalec se quedaron con el ganado y todo lo que les 
pareció. Era muy cómodo servir a un jefe que les dejaba hacer lo que les
 daba la gana. ¿Y no es éste el género de vida de las gentes del mundo? 
Viven a su antojo sin consultar para nada la voluntad e Dios. 
c) Rebelde a Dios.  No sólo indiferentes, sino 
opuestos a sus mandamientos, a pesar de su formulismo religioso. Muchos 
sacrificios, pero mucha desobediencia (1.a Samuel 15:22). Tal es la 
posición de los que hoy militan en las filas del Diablo. Aun cuando 
muchos se cubran con la máscara de la religiosidad, en el interior son 
rebeldes a Dios. 
d) Condenado a destrucción  (1.a Samuel 28:18,19). 
Su rebelión no podía quedar impune; Dios dictó sentencia contra Saúl y 
todos los suyos. Se cumplió en la batalla de Gilboa. Recuérdese la 
trágica muerte de Saúl (cap. 31:4). Pero aún es más trágico el destino 
que aguarda al Diablo y a las almas que le sirven (Apocalipsis 20:10, 
15). 
2. El ejército de David 
Figura de los fieles de Cristo. Era: 
a) Pequeño.  Formado al principio sólo de sus 
criados; creció paulatinamente, pero siempre fueron pocos comparados con
 el de Saúl. ¿Y no ha sido así con los seguidores de Cristo? Pocos eran 
en los días de su ministerio y aunque el número ha crecido, siempre ha 
sido y es minoría. Es muy estrecha la puerta para que entren las 
mayorías mundanas. 
b) Perseguido.  Huyendo de cueva en cueva, 
sufriendo desprecios y miserias por todas partes. Así con los santos de 
Cristo. Testigos de ello son las catacumbas de Roma, los Alpes de 
Italia, los Cevennes de Francia y las montañas de Escocia. Aun hoy, en 
muchos partes, los fieles del Señor tienen que sufrir directa o 
indirectamente. 
c) Compuesto de necesitados y afligidos . (1.a 
Samuel 22:2). Estos buscaron mejoramiento y consuelo en el servicio del 
virtuoso rey. Así con la mayoría del ejército de Cristo (1.a Corintos 
1:26-28). 
d) Invencible . Muchas veces se halló en apuro, 
pero siempre triunfó. Del mismo modo y aún más maravillosamente ha 
preservado el Señor a su Iglesia (Mateo 16:18). Ni Nerones, ni 
Dioclecianos ni las persecuciones de la Edad Media han podido destruir 
el testimonio del puro Evangelio de Cristo. Dios es el aliado y 
guardador de su Pueblo y aunque le permita a veces sufrir para mayor 
gloria, jamás lo deja perecer. 
e) Destinado a reinar . Para esto había sido ungido
 David. Era promesa de Dios y debía cumplirse. Sabemos que fue, con un 
reinado grande y espléndido. También Cristo será un día rey de este 
mundo y los suyos reinarán con El (Lucas 12:32). ¡Cuánto más glorioso no
 será su reinado que el de David! Este por un tiempo; el de Cristo por 
la eternidad. 
¿Qué era mejor, permanecer con Saúl o estar con David? 
Considerando el fin que ha de venir, ¿qué es preferible, estar con el 
mundo o con Cristo? ¿En qué bando estamos? Todos por naturaleza nos 
hallamos en el primero. Si queremos ser de Cristo es necesario: 
3. El cambio de filas 
No sería cosa fácil para aquellos guerreros. ¡Cuántas 
dudas antes de decidirse! ¿Será verdad que David reinará. Abandonaremos 
nuestra posición, bienestar y reputación para andar errantes por su 
causa? ¿Valdrá la pena?. 
¡Cuántas almas se encuentran en este caso! Desean acudir a
 Cristo, pero se preguntan: ¿Tendré que dejar mis amistades y mis 
diversiones? ¿Arriesgaré mi empleo? Y en todo caso, ¿será cierto lo del 
más allá? Hasta cierto punto natural la indecisión; pero si se prolonga 
mucho, puede ser desastrosa. ¿Cuál habría sido el fin de aquellos si 
hubiesen) deliberando hasta el día de Gilboa? Afortunadamente se 
decidieron a tiempo. ¡Ojala que así sea con toda alma! Notáis en ellos: 
a) Una convicción de fe  (ver. 18): «Tu Dios te 
ayuda.» había una razón lógica para su fe. También la hay para nosotros.
 Tenemos muchos ejemplos de la fidelidad de Dios para los que ponen una 
entera y razonada confianza en El. (Véase anécdota La vida de fe.) Esto 
les hizo mirar al futuro: por fe vieron a David coronado y su propio 
ensalzamiento estando su lado. Cada alma debe mirar al futuro eterno que
 viene tras esta vida. Lo que ahora tenemos por fe será entonces 
realidad. Perdición para los que no son de Cristo; gloria para los que 
aquí se unieron a El. Véase anécdota fe, rey errante.) 
b) Una completa consagración.  «Tuyos somos, oh 
David, y contigo estamos» (versión moderna). ¡Qué emocionante encuentro!
 No eran palabras hipócritas; su conducta lo demostró. ¡Con cuánto mayor
 motivo debe decirlo el alma a Cristo! Somos suyos doblemente, como 
Creador y Redentor (1.a Corintios 6:19, 20). No podemos simpatizar tan 
sólo con su causa o unirnos a El con una conversión fría; debemos 
consagrarnos totalmente. 
4. La recompensa 
David premió con creces su decisión. Ocuparon: 
a) Un lugar en el corazón del rey. «Mi corazón será unido
 con vosotros» (ver. 17). No sólo tendrán su gobierno, sino su afecto, 
que era mucho mejor. ¡Qué privilegio, ocupar un lugar en el corazón de 
un rey de la tierra! Pero mucho más es tenerlo en el corazón de Cristo. 
¡Que nosotros seamos el objeto preferente de su amor infinito! Un lugar 
en su corazón nos asegura un lugar en su reino de felicidad eterna (Juan
 17:24). 
b) Un puesto de honor en su servicio . «Y púsolos 
entre los capitanes de la cuadrilla» (vers. 18). En el tiempo de la 
humillación y en el de gloria. Lo que fueron en el desierto lo fueron 
mucho más en el reino. ¿No debemos anhelar lo mismo nosotros, servirle 
en la tierra y en el cielo? No sólo redimidos, sino soldados; si puede 
ser entre los más distinguidos. Esto depende más de nuestra consagración
 que de cualquier otro don que poseamos, pues El ensalzará a los fieles 
humildes. Pensemos que de lo que ahora seamos depende el grado de 
nuestra gloria eterna. 
¿Cuál será la actitud de cada lector u oyente? Los que 
están aun sin Cristo, ¿no lo aceptarán como Rey y Salvador? ¿No se 
decidirán a hacer hoy mismo el cambio de filas? Los creyentes, ¿no 
haremos más firme y completa nuestra consagración a El? ¿No le diremos 
«tuyos somos, Señor», usa nuestra vida para gloria tuya y vive más cerca
 de nuestra alma para que podamos cumplir tu voluntad? 
ANÉCDOTAS 
LA VIDA DE FE 
Jorge 
Muller solía decir que había levantado sus orfanatorios no sólo con el 
objeto de realizar obras benéficas, ya que había muchas otras 
instituciones similares en Inglaterra, sino para demostrar a un mundo 
escéptico que hay un Dios en el Cielo que escucha la oración, lo mismo 
en nuestros tiempos que en los tiempos bíblicos. 
EL REY ERRANTE 
Cuando 
el rey Roberto Bruce de Escocia era perseguido, entró en un gran bosque y
 se acercó a una cabaña donde encontró una mujer, la cual le dijo: 
—Todos los fugitivos son bienvenidos aquí por amor de uno. 
—¿Y quién es este uno? —preguntó el rey. 
—Es 
Roberto Bruce —contestó la buena mujer—. El es el verdadero señor de 
Escocia y aunque le están buscando con perros y cuernos, yo espero verle
 como rey sobre todo el país. 
—Puesto que usted le ama tanto —dijo el rey—, sepa que está ante usted; yo soy Roberto de Bruce. 
—¡Usted! —exclamó la mujer—. ¿Y por qué está tan solo? 
—Todos me han abandonado —dijo el rey. 
—Pero 
desde ahora no será así —repuso la heroína, porque tengo diez robustos 
hijos y ellos serán sus sirvientes —y los diez juraron fidelidad al rey. 
*** 
SERMÓN XXV 
EL BUEN PASTOR 
(Lucas 15:1-7) 
De un modo admirable vemos ilustrado en esta parábola el 
amor de Cristo y su afán de salvar a los perdidos. Muy poco sabían los 
fariseos de la gracia de Dios cuando murmuraban contra Jesús, viéndole 
entre publícanos y pecadores. Su ceguera espiritual les hacía mirar con 
desprecio a estos hombres; pero Jesús ama, busca, se acerca y salva al 
perdido. El amor de Jesús no es un mero sentimiento; es un amor 
diligente y activo que despliega toda su energía para conducir al alma 
extraviada a la gloria de Dios. 
1. El Pastor encuentra a faltar una oveja 
Otro cualquiera no se hubiera apercibido poseyendo un 
número tan elevado; pero el buen pastor nota inmediatamente la falta. 
Todo su afecto está puesto en su rebaño, y lo que para otro hubiera sido
 una pérdida leve, para él es muy grave y sensible. 
Así el Dios de Cielos y Tierra, que se complacía en la 
obra de sus manos y contemplaba con satisfacción los innumerables mundos
 por El creados y a sus felices habitantes, ha visto que uno le faltaba,
 porque se perdió por el pecado. Voces sin cuento le aclaman en los 
cielos, pero El se ha apercibido de que la Tierra no glorifica ni 
obedece a su Hacedor. Los únicos seres que en este planeta podían darse 
cuenta de su posición y de sus deberes para con su Creador se han 
extraviado; se trazaron caminos más cómodos, yendo en pos de sus 
concupiscencias, que el de la ley de Dios escrita en sus conciencias y 
expresada en los diez mandamientos. El Gran Pastor se ha dado cuenta del
 horrible extravío. ¿Qué hará? 
2. El Pastor en busca de la oveja 
Las noventa y nueve que le quedan no calman su ansiedad 
por la perdida; es preciso recobrarla antes que perezcan. Ella por sí 
sola jamás volverá; es necesario arrostrarlo todo para ir en su auxilio. 
a) Va personalmente.  No envía criados asalariados 
para recobrarla, evitándose él duras molestias. Nadie como él la 
buscará. Así el eterno Verbo de Dios no delegó su misión en ángeles; 
prefiere tomar El mismo carne humana. 
b) Va a pesar de las dificultades.  La noche, las 
asperezas del camino, los lobos y otros peligros no le arredran. En la 
noche del pecado y entre las espinas y abrojos de las miserias humanas, 
Jesús sufre, pero sigue adelante pensando en la triste suerte del 
extraviado. 
c) Va lleno de compasión.  No lleva un garrote en 
su mano para castigarla. Las aberraciones y extravíos de la oveja le 
cuestan muy caro, pero no cambian el tierno afecto que por ella siente. 
El pecado y la obstinación que Jesús nota en los pecadores no cambian su
 amor en odio. No ha ido a condenar, sino a salvar al mundo. 
d) Busca su oveja hasta encontrarla . Aunque la 
oveja se alejó más y más, el pastor no cejará de su empeño hasta traerla
 en sus brazos. (Véase anécdota La conversión de un caballero escocés.) 
Esta es más o menos la experiencia de Dios, al pensar en el tiempo 
anterior a nuestra conversión. 
¡Ojala fuese nuestro empeño buscar a otras almas con la 
misma perseverancia con que Cristo nos buscó! (Véase anécdota El empeño 
de Garibaldi.) 
3. El hallazgo de la oveja 
Los esfuerzos del pastor no han sido vanos, pero no terminan en el hallazgo, pues la oveja se encuentra en una triste condición. 
a) Enredada  en la maleza del bosque, sin 
posibilidad de librarse. Tal es la situación del hombre alejado de Dios,
 enredado en el vicio y en el pecado que le sujetan fuertemente. 
b) Extenuada  por el constante vagar. De la misma 
manera el hombre se siente fatigado después de vagar en el mundo sin 
hallar lugar de descanso. 
c) Al borde del precipicio . ¿No lo está toda alma? Inesperadamente la muerte puede poner fin a su extravío, sumiéndole en la perdición eterna. 
4. La liberación de la oveja 
Le faltó tiempo al pastor para acudir en su socorro 
cuando ésta respondió a su voz con un triste balido. Fue lo único que la
 oveja podía hacer. ¿No es éste también el caso de cada pecador? Clamar a
 Cristo por salvación, pedir su auxilio y dejarse salvar por El es todo 
lo que le corresponde hacer. Los esfuerzos para librarse sólo empeoraban
 la situación de la descarriada metida en los zarzales; pero el pastor 
sabe librarla separando las espinas que la tienen sujeta. Así hace 
Cristo con el perdido. (Véase anécdota El borracho de nacimiento.) 
5. La amorosa conducción al redil 
Este es el detalle más tierno del caso. El pastor no 
obliga a la descarriada a andar, arrastrándola con una cuerda atada al 
cuello, sino que la conduce sobre sus hombros como un tesoro. Es el 
hallazgo frutos de muchos sufrimientos, que lo hacen más estimable. 
Cristo no nos ata con dura ley después de nuestra conversión, como tenía
 derecho a hacer, castigando severamente todas nuestras faltas. El no 
quiere que nos ensuciemos otra vez en el pecado, quiere librarnos de 
tropiezos en el camino que conduce a la gloria. Para esto se ofrece El 
mismo: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta fin del mundo» (Mat. 
28:20). Siempre está dispuesto a ayudarnos y sobrellevarnos, si nos 
acogemos y unimos a El. Somos «guardados» para una herencia también 
«guardada» (1.a Pedro 1:5). De otro modo, el Adversario, que anda 
alrededor como león rugiente» (cap. 5:8), no nos permitiría llegar al 
redil. 
6. El parabién 
Este es el último cuadro de la sublime escena. El pastor 
anuncia a sus amigos el hallazgo de su oveja. El Cielo es la casa de 
Cristo. Los ángeles contemplan la obra redentora con santa simpatía y se
 gozan por cada pecador arrepentido que vuelve al redil. Aunque al 
presente estamos formando parte de su grey en la Tierra, expuestos a 
muchos peligros, Jesús se ha adelantado a dar la buena nueva en los 
cielos, donde prepara lugar para nosotros. Nos considera como ya 
entrados en el redil. Esto es garantía de nuestra propia salvación 
Efesios 2:3-4). 
Un día, millones de almas que se habían perdido como 
ovejas descarriadas, alabarán al Buen Pastor que las halló y salvó. ¿No 
quisieras estar tú también? ¿No quieres ser hallado por Cristo? El te 
busca, te llama y se acerca a ti, quizás por este mismo mensaje. 
Confíate en sus brazos y serás salvo por la eternidad. 
ANÉCDOTAS 
LA CONVERSIÓN DE UN CABALLERO ESCOCES 
Preguntóse
 a un caballero escocés cómo había hallado a Cristo. —Yo no lo hallé 
—fue su extraña respuesta— Yo no hice más que resistirle y huir de El; 
pero el Buen Pastor me halló a mí. 
EL EMPEÑO DE GARIBALDI 
Cuando 
acampaba Garibaldi con su ejército en las montañas de Italia acudió un 
pobre pastor quejándose del extravío de una oveja. Garibaldi, movido a 
compasión, mandó a varios soldados que le ayudaran en su búsqueda, pero 
éstos volvieron declarando que había sido imposible hallarla. Garibaldi,
 que raramente admitía la palabra imposible, se levantó por la noche y 
fue en busca de la oveja extraviada. Por la mañana, sus ayudantes, al 
despertarle, viéronle salir de su tienda rendido de sueño, pero 
sonriente, llevando en sus brazos la perdida oveja. 
EL BORRACHO DE NACIMIENTO 
Se 
llamaba Juan, pero se le conocía con el apodo del título, porque sus 
padres habían sido tan borrachos como él. Casó con una mujer que no 
merecía. Esto le llevaba a reflexionar haciendo propósitos de enmienda 
cada vez que estaba sereno, que era solamente las quincenas que pasaba 
en la cárcel. Un día entró en un salón del Ejército de Salvación y oyó a
 los que daban testimonio de la liberación de sus pecados por la fe en 
Cristo. Como impulsado por un resorte, se adelantó al banco de los 
penitentes y clamó a Cristo por perdón y liberación de su vicio. Docenas
 de veces había hecho tales propósitos llorando, pero al levantarse en 
esta ocasión, sintió que no era el mismo hombre. Desde entonces, el 
deseo de la bebida desapareció. Su trabajo de vendedor de periódicos le 
llevaba a visitar las tabernas y esto hacía temer a los oficiales del 
Ejército de Salvación; pero él les decía que todo lo podía por Cristo. 
Un día, después de incitarle mucho sus antiguos compañeros le arrojaron 
el licor en la cara, diciéndole: "Si no por dentro, por fuera." Pero él 
dio un hermoso ejemplo de humildad cristiana, limpiándose el rostro y 
pronunciando palabras de perdón. Cristo le había libertado de su genio 
tanto como de su borrachera. ¿Habría podido hacerlo nadie más que el 
Todopoderoso Salvador y Libertador de las almas? 
*** 
SERMÓN XXVI 
LOS CINCO SI CONDICIONALES 
DE CRISTO 
(Juan 8:30-59) 
El castellano tiene dos palabras exactamente iguales, 
pero totalmente diferentes de significado. La una es el adverbio 
afirmativo «sí», y la otra el «si», conjunción condicional. 
En el pasaje que nos sirve de tema, encontramos cinco 
«sí» condicionales pronunciados por Jesús, que bien pueden ser 
comparados a los goznes de otras tantas puertas: Sobre los que gira la 
actitud del alma y nuestra suerte eterna. 
Todo trato humano se basa sobre esta conjunción 
condicional, el comercio, la amistad, el amor: «Si pagas, «si quieres», 
«si te casas». Así ocurre también en el terreno espiritual. ¿Es que Dios
 exige condiciones como cualquier contrato humano? Hasta cierto punto, 
no; ninguna exigió para mar la iniciativa de nuestra salvación. Su amor 
se desbordó sin consultarnos, envió a Cristo espontáneamente, abrió las 
puertas de la Gracia, proveyó salvación.... En esto consiste La 
soberanía de Dios; pero El no quiere obligarnos a pasar e ir a la fuerza
 por el camino que su misericordia nos abrió para darnos acceso a la 
bienaventuranza eterna. En esta disputa de Jesús con los fariseos, nos 
presenta como cinco puertas, puestas una tras otra, por las cuales todo 
discípulo suyo tiene que pasar. 
1. La puerta del discipulado (ver. 31) 
«Si permaneciereis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos.» 
 Esta es la primera relación que se establece entre el alma y su 
Salvador. Cualquier persona que oye el Evangelio, es un discípulo 
incipiente. A los cinco minutos ha aprendido algo de las verdades de 
Dios. Esta primera relación es indispensable para llegar a otras 
relaciones más elevadas: La de «amigos», «hijos», «redimidos», etc.; sin
 dejar la de discípulos, ya que la fe empieza, o viene, por el oír.
Sin embargo, de nada sirve oír con más o menos atención; 
ser discípulos una temporada; si no se cumple la condición que Cristo 
establece aquí mediante un solemne sí condicional: «Si permaneciereis en
 mis palabras, seréis verdaderamente mis discípulos.» Permanecer es una 
condición esencial. Muchos han sido discípulos por unos minutos o por 
meses; han recibido el mensaje con gozo, pero como la simiente caída 
entre pedregales, su fe ha sido temporal. Jesús declara en este pasaje 
que sólo los que permanecen vienen a ser verdaderos discípulos modelados
 por el Maestro. Sin permanecer, nunca serás ni discípulo, ni hijo, ni 
redimido: El que no pasa totalmente la primera puerta, no pasará la 
segunda, ni la tercera. Veamos cuáles son éstas. (Véase anécdota Premios
 a la perseverancia en la adquisición de una lengua.) 
2. La puerta de la redención (vers. 34-36) 
«Si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres.» 
Jesús enseña en este pasaje que los hombres son por naturaleza hijos del
 diablo, esclavos del archienemigo de Dios, que con astucia introdujo el
 pecado en el mundo. Los esclavos del diablo suelen tener una cuerda más
 larga o más corta, y según ésta, se sienten más o menos esclavos. 
Algunos viciosos se dan cuenta de su esclavitud a causa de los 
inmediatos y desastrosos resultados de su pecado. (Ejemplos de un 
jugador, un borracho, un drogadicto, etc.). Otros, que no lo sienten 
tanto, lo son, sin embargo, igualmente. De los tales eran aquellos 
judíos con los cuales Jesús discutía: «Simiente de Abraham somos y jamás
 fuimos esclavos de nadie» exclaman. Esto no era verdad más que en el 
orgullo de s corazones, ya que políticamente eran súbditos de Roma; pero
 Jesús se refiere a otra clase de servidumbre. Por esto les dice: «Todo 
aquel que hace pecado, es siervo de pecado.» es una cuerda invisible, 
pero muy fuerte. Aquellos descendientes de Abraham que se creían libres,
 estaban en aquel mismo momento sugestionados por el diablo y eran 
instrumentos de aquel Ser maligno que estaba empeñado en hacer 
desaparecer al Hijo de Dios de sobre la faz de la tierra. Del mismo modo
 que movió a Herodes a matarle y que pretendió hacer arrojar a Jesús de 
las almenas del Templo, estaba mandando ahora a estos judíos fanáticos, 
que terminaron apedreándole (ver. 59). ¡A ver si no eran esclavos! Sólo 
tenían medio para librarse de esta maligna sugestión del enemigo: Ser 
libertados por el Hijo de Dios, que era El mismo quien odiaban; el único
 que tenía poder. La infusión del espíritu en sus almas les quitaría el 
deseo intenso del pecado, o les permitiría descubrir al enemigo. Sabemos
 que Satanás tienta también a los creyentes, pero con una diferencia: el
 hijo del diablo no ve la cuerda, puede pecar sin remordimiento; el 
creyente, sí. Por eso se nos dice: «Resistid al diablo, y de vosotros 
huirá.» 
Este poder nos es impartido por la obra redentora de 
Cristo. Los que reciben a Cristo como su Salvador están al amparo de su 
sacrificio expiatorio, como los primogénitos de Israel se hallaban 
amparados por la señal de la sangre en el dintel de la puerta, para que 
el destructor no les tocase. Por eso leemos en el Apocalipsis 12:11: «Y 
ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra 
del testimonio, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte.» Hay un 
poder especial en la sangre de Cristo. La mención de la obra expiatoria 
del Hijo de Dios, es algo que el diablo no puede sufrir. Existen 
ejemplos tangibles en el caso de personas psíquicamente afectadas por el
 enemigo. (Véase el libro del Dr. Kurt E. Koch Ocultismo y cura de 
almas, págs. 265-270. y 
Diccionario del Diablo, págs. 135 a 158.) Pero la mayor 
liberación es en el terreno espiritual. La sangre de Cristo da 
seguridad. 
3. La puerta del amor a Cristo (vers. 41-42) 
«Si vuestro Padre fuera Dios, ciertamente me amaríais», 
dice Jesús. Los judíos tenían una opinión extrañamente errónea acerca de
 la generación. Un principio verdadero, establecido en el Decálogo y 
confirmado hoy día por la ciencia eugenésica, de que los hijos reciben 
las consecuencias de los padres, les llevó al extremo de pensar que 
solamente eran criaturas de Dios los nacidos de un matrimonio legítimo, y
 que los nacidos de fornicación son hijos del diablo, atribuyendo a este
 enemigo de Dios un poder creativo que no tiene. Ciertamente no es así. 
Dios ha dado leyes fijas a la naturaleza, la cual se mueve según reglas 
mecánicas, sin interesarse en motivos morales. El hijo de ramera no 
tiene culpa alguna de ello, y es igual criatura de Dios que cualquier 
otro. Pero al oírse llamar hijos del diablo respondieron airadamente que
 ellos eran nacidos de buenas familias, y por lo tanto, tenían derecho a
 considerarse hijos de Dios. Pero Jesús les demuestra que el ser hijo de
 Dios no depende de ninguna generación natural, sino de un proceso 
espiritual. Todos somos criaturas de Dios, pero tan sólo criaturas; son 
hechos hijos de Dios por adopción tan solamente aquellos que reciben la 
redención que Cristo vino a realizar (Juan 1: 12). 
Ahora bien, el que es hecho hijo de Dios, coheredero con 
Cristo, no puede menos que amar a este hermano mayor que dio su vida por
 nosotros después de humillarse haciéndose como uno de nosotros. De ahí 
el argumento de Cristo: «Si fuerais hijos de Dios, ciertamente me 
amaríais, porque yo salí de El.» El amor a Cristo revela nuestra 
verdadera relación con Dios. Es la piedra de toque de nuestra religión. 
Todas las religiones humanas fallan en este punto; desde los primeros 
herejes gnósticos, hasta los modernos espiritistas, teósofos, testigos 
de Jehová, etc. ¿Hallará satisfacción un padre en las adulaciones de un 
siervo que abofetee a su hijo? (Véase anécdota El rey Teodosio y el patriarca de Constantinopla .) 
En efecto, si Cristo no es Dios manifestado en carne, qué
 mérito tendría su sacrificio? Solamente creyendo que n El y por El 
fueron creadas todas las cosas, podemos apreciar la inmensidad de su 
amor. (Véase anécdota El judío de Barcelona y los mártires de Hitler .)
 Ciertamente hay quienes han sufrido por diversas causas, y una de ellas
 por amor de Cristo, posiblemente más que lo que Cristo mismo sufrió, 
pero estos mártires no eran sino criaturas humanas, sujetas de por sí al
 dolor y a la muerte, en mejores o peores circunstancias. Jesús, en 
cambio, podía ascender al cielo desde la cruz, porque era Hijo de Dios 
desde la Eternidad. El judío de Barcelona veía en Jesús solamente un 
hijo de María, de la tribu de Judá. Pero Pablo, guiado por las 
Escrituras, veía en El, al Mesías divino de Isaías 7, Emmanuel; y todos 
los apóstoles lo comprendieron y creyeron por propia experiencia. La 
confesión de Pedro. De ahí la profundidad de su amor y porque Pedro 
podría decirle un día: «Tú sabes todas las cosas (porque eres Dios) y 
sabes que te amo.» 
Si Cristo viniera aquí, ¿qué le diríamos? ¿Sabe El que le
 amamos como Hijo de Dios que murió por nosotros? ¿Que conocemos la 
inmensidad de su sacrificio voluntario, y por tanto le apreciamos con un
 amor que no tiene igual? Si es así, este amor complace al Padre. Jesús 
decía: «Pedid, y no os digo que yo rogaré al Padre, porque el mismo 
Padre os ama por cuanto vosotros me amasteis.» Los judíos pretendían 
amar a Dios y no a Cristo, y aun continúan en esta actitud, pero Jesús 
les dice: «Si fueseis de Dios, y amaseis tanto a Dios como pretendéis, y
 prestareis atención a su Palabra, veríais en ella quién soy yo.» 
Por el contrario, sois hijos del diablo porque él inspira
 los pensamientos de odio a mi persona y de rechazamiento de mí amor 
hacia vosotros. Esto hace toda la diferencia. Por tanto, la gran 
pregunta aun hoy día es: ¿De quién somos hijos? Si no has recibido a 
Cristo, lo eres moralmente del diablo, aunque físicamente seas una 
criatura de Dios. No importa que tengas cierta simpatía a Cristo. Es 
necesario que estés unido a El por los lazos de un amor profundo 
habiéndole recibido como Salvador. Entonces serás, no un amigo, sino un 
hijo, si has pasado por esta puerta del verdadero y profundo amor a 
Cristo basado en el conocimiento y aceptación de su obra redentora. 
4. La puerta de las obras (ver. 39) 
Esta próxima puerta es consecuencia natural de haber 
pasado por las anteriores y también gira sobre un «sí» condicional, en 
esta disputa con los judíos: «Si fueseis hijos de Abraham, las obras de 
Abraham haríais», les dice Jesús. Pablo presenta a Abraham como modelo 
de fe, y Santiago como modelo de obras. Ambos tienen razón. 
Dios le dijo a Abraham: Tú me amas mucho, pues bien, dame
 tu hijo, tu único hijo, a ver si es verdad. Y Abraham no dijo: Sí, 
Señor, te amo mucho; pero empezó a dar vueltas sobre su cama de pieles 
de oveja y dejó que el Sol se levantara, y el campamento se pusiera en 
movimiento, y las ovejas balaran y los criados anduvieran por en medio, y
 su esposa interviniera y lo estorbara todo.... Se levantó muy de 
mañana, despertó silenciosamente a su hijo y a dos criados y se marchó a
 cumplir la voluntad de Dios, por dura que fuera. Apliquemos el ejemplo:
 ¿Diremos al Señor: Yo te amo mucho, pero me quedo en casa mientras mis 
hermanos te adoran, soy un hijo tuyo y te quiero mucho, pero cierro mi 
bolsillo para tu obra....? 
Abraham hizo obras que demostraron su amor: Dio a 
Melquisedec el diezmo de todo, porque era sacerdote del Dios alto, del 
Dios primitivo que las gentes habían olvidado y luchaba con la idolatría
 cananita. No dijo: «Señor, a ti te quiero mucho, porque eres mi Dios y 
me has bendecido; pero a Lot que lo parta un rayo, porque es un egoísta y
 un ingrato; sino que le dio a escoger el llano, y corrió en su auxilio 
en momentos de apuro.... Por esto Jesús dice: «Si fuereis hijos de 
Abraham, las obras de Abraham haríais.... Nosotros no lo somos por la 
carne, pero lo somos por la fe (Gálatas 3:13 y 29). ¿Hacemos las obras 
de Abraham? Aún más: ¿somos hijos de Dios? Jesús dijo: «Sed, pues, 
vosotros perfectos como vuestro Padre que está en los cielos es 
perfecto.» La puerta de las obras es tan indispensable como la de la fe.
 ¡Ay del que confía en una fe sin obras, su fe es una fe muerta.... o 
podrá salvarle; oirá el «No te conozco de donde seas»! 
5. La puerta de la glorificación (vers. 54-55) 
Jesús menciona una última puerta. Un último «sí» 
condicional: El de la glorificación. «Si yo me glorifico a mí mismo soy 
como vosotros.» Los judíos se glorificaban a sí mismos con espíritu 
farisaico; y lo que ellos hacían, pensaban que lo hacía Jesús; pero 
había una inmensa diferencia: sus milagros. Las obras que yo hago ellas 
dan testimonio de mí. Un Jesús judío, simple hijo de María, no podía 
hacer milagros. Por esto dice: «Mi Padre es el que me glorifica si 
dijere que no, que no soy el Hijo de Dios; para complaceros, para no 
escandalizaros, sería mentiroso. Pero observen el final del texto: «Y 
guardo su palabra.» Aun siendo Dios, por haberse humillado a la 
condición de hombre, había una condición que El mismo tenía que 
observar: Cumplir la voluntad de Dios. 
Era como si Dios le hubiese dicho: «Eres el divino Verbo,
 pero en la tierra darás ejemplo de obediencia, nunca harás las cosas 
por ti mismo. Por esto podía decir: «La voluntad de mi Padre hago 
siempre.» «Aunque era Hijo por lo que padeció, aprendió la obediencia», 
dice la carta a los Hebreos. 
Y en ello nos es ejemplo a nosotros. ¿Buscamos nuestra 
propia gloria, o la gloria de Dios, en nuestra vida y en nuestro 
servicio cristiano? Las cosas que hacemos, ¿para qué las hacemos? Si 
venimos al templo, si cantamos, si oramos, si damos para la obra, ¿cuál 
es el verdadero y principal propósito? ¿Es Dios tan solamente o nosotros
 mismos? 
Si glorificamos a Dios con sincero corazón, El nos 
glorificará, como hizo con su divino Hijo, de quien se dice: «Por cuanto
 se humilló a lo sumo, dióle un nombre que es sobre todo nombre.» Si es 
Dios el motivo supremo de nuestras vidas, habremos cumplido el ideal de 
nuestra vida cristiana imitando a Aquel que vivió tan sólo para 
glorificar a Dios, y que es nuestro supremo modelo. «Si alguno me 
sirviere, mi Padre le honrará.» Con una honra naturalmente menor 
derivada de la suya; pero sabemos que su glorificación será la nuestra. 
Conclusión 
Así será si hemos pasado o pasemos por cada una de estas cinco puertas: 
La del discipulado,  aprendiendo de Cristo, no por una temporada, sino permaneciendo en El y con El.
La de la redención,  siendo libertados del yugo del pecado por una fe sincera en su sacrificio.
Por la del amor,  sintiendo un afecto por Cristo superior a todo otro afecto o amor humano.
Por la de las obras, no fiando imprudentemente nuestra 
salvación en ser hijos de cristianos, como aquellos judíos que se 
gloriaban de ser hijos de Abraham, ni en una mera profesión de fe, ya 
que la fe sin obras es muerta, sino cumpliendo aquellas cosas que 
agradan a Dios. 
Y finalmente, por la de la glorificación,  viviendo
 una vida de verdadera consagración a Dios para que El pueda 
glorificarnos, como glorificó a su divino Hijo, nuestro Modelo; Aquel 
que supo decir: «La voluntad de mi Padre hago siempre», y pudo oír desde
 las alturas aquella voz que una vez fue oída en el Jordán, pero que ha 
de resonar un día en las alturas, aplicada a ti y a mí, si hemos sido 
discípulos e imitadores suyos: «Estos son mis hijos amados, aceptos y 
unidos al Verbo, mi Unigénito por la fe y el amor. Por tanto, ellos son 
amados de Dios.» 
Entonces será nuestra glorificación, si hemos cumplido 
sus cinco condiciones, como discípulos, redimidos, amantes, obreros 
activos e imitadores de nuestro Señor Jesucristo. Amén. 
ANÉCDOTAS 
EL REY TEODOSIO Y EL PATRIARCA DE CONSTANTEVOPLA 
Hallándose
 el emperador Teodosio muy inclinado al arrianismo, le fue solicitado 
audiencia por el Patriarca de Constantinopla, campeón de la antigua fe 
en la completa y eterna divinidad de Cristo. 
En 
aquellos días el monarca acostumbrada hacer sentar en sus audiencias 
públicas al príncipe heredero para que se entrenase en los asuntos y 
problemas de gobierno. Al entrar el patriarca en la sala regia hizo una 
profunda reverencia al emperador, pero apartándose de de la acostumbrada
 etiqueta, no hizo ningún caso del príncipe. 
—¿Cómo os atrevéis...? —exclamó indignado el soberano, señalando la silla del heredero. 
—No os 
indignéis, majestad —respondió el patriarca—. Todos mis respetos son 
para el príncipe; pero deseaba haceros sentir cuál será la actitud del 
Soberano de todas las cosas hacia los que menosprecian al Unigénito, que
 es el resplandor de su gloria y la misma imagen de su sustancia. 
EL JUDIO DE BARCELONA Y LOS MÁRTIRES DE HITLER 
Discutiendo con un judío de Barcelona acerca del mesianismo de Cristo, me dijo: 
—No sé 
por qué los cristianos han de dar tanta importancia a Jesucristo cuando 
millones de otros judíos han sufrido agonías peores más prolongadas en 
los campos de concentración de Hitler, y nadie ocupa de ellos. 
Al 
instante traté de hacerle ver que aquellos eran infelices dignos, 
ciertamente, del mayor aprecio y lástima; pero eran simples hombres, que
 no podían hacer nada más que sufrir; no tenían ningún poder para 
librarse de manos de sus esbirros; pero Cristo había mostrado tener todo
 poder; no lo negó cuando fue juzgado por el Sanedrín, y, sin embargo, 
se sometió a la burla que provocaron sus palabras y a los terribles 
sufrimientos de su pasión y muerte, solamente para poder redimirnos. 
*** 
SERMÓN XXVII 
CIUDADES DE REFUGIO 
(Deuteronomio 19:1-10 y Job 11: 3-20) 
La prudente disposición legislativa de ciudades de 
refugio en la ley mosaica, puede ser considerada como una parábola de la
 salvación en el Antiguo Testamento. Respondía, ciertamente, a una 
necesidad gubernamental de la época. La costumbre del «vengador de la 
sangre» se hallaba establecida desde los tiempos patriarcales, cuando la
 justicia se administraba familiarmente. El pariente más próximo de un 
accidentado o asesinado recibía alabanzas o censuras de su clan, según 
su celo en vengar al muerto. No era posible suprimir tal costumbre de 
golpe. Sin embargo, tan primitivo método de justicia se prestaba a toda 
clase de errores, ya que no daba lugar a la verificación de los hechos. 
El vengador obraba por mera suposición o sospecha. En tales 
circunstancias, Dios tuvo a bien poner un remedio circunstancial: Seis 
ciudades levíticas, repartidas por todo el país, servirían de refugio; 
no para proteger a los criminales, sino para dar tiempo a la acción de 
la justicia, sustrayendo al presunto asesino de manos del vengador. 
El mismo relato bíblico nos presenta un caso bien 
posible. El de dos leñadores que salen juntos a su trabajo, y uno de 
ellos tiene la desgracia de que su hacha se le escape de la mano o del 
mango y vaya a caer con mala fortuna sobre la cabeza de su compañero. El
 involuntario homicida tiene dos caminos: Reconocerse culpable y correr a
 la ciudad de Refugio, o bien hacerse el desentendido, alejándose del 
lugar; pero este último recurso sería siempre el peor. Habría indicios 
de su aparente crimen; quizás alguien les habría visto salir juntos al 
campo. El vengador se levanta en su busca. El homicida se apercibe, 
corre en busca del camino que lleva a la ciudad de Refugio; el vengador 
le persigue. Ambos corren con todas sus fuerzas. Jadeante el primero, 
¿podrá llegar a tiempo? Cada vez al volver la cabeza, ve al vengador más
 cerca; pero ya se vislumbra la ciudad en lontananza. Hace un esfuerzo 
supremo para mantener una distancia con su adversario que se acorta por 
momentos; pero por fin hace un esfuerzo supremo y logra traspasar la 
puerta, la cual el centinela cierra rápidamente tras él. El vengador, 
furioso, arroja el hacha intentando alcanzarle en el último momento, 
pero ésta queda clavada en la gruesa puerta. Está a salvo. 
¿Qué enseñanzas podemos sacar de este ejemplo? 
1. Todos hemos pecado por imprudencia 
Hay personas perversas de corazón, pero la inmensa 
mayoría no son malas deliberadamente. La naturaleza, el medio ambiente, 
el tentador, son causantes de nuestro pecado. ¿Pero si no somos 
culpables? Sí; si no deliberadamente, por imprudencia, por debilidad, 
por dar oído al tentador. (Véase anécdota El brahmán y el misionero.) 
Por ello estamos expuestos a la condenación, Dios no tiene la obligación
 de admitir en el cielo almas manchadas por el pecado (Romanos 3:10). Si
 no hemos cometido homicidios materiales, somos culpables de muchos 
homicidios morales. «E1 que aborrece a su hermano es homicida», exclama 
Juan (1.a Juan 3:15). 
2. Debemos reconocernos pecadores 
Ante un juez omnipotente y omnisciente como Dios, es el 
único camino a tomar. ¿Quién le engañará? El fariseo pensó que podía 
deslumbrar a Dios con la exposición de sus actitudes; pero el publicano 
sacó mejor partido confesando humildemente su culpa. (Véase anécdota El 
galeota y el príncipe.) 
3. Debemos buscar refugio 
Reconocer y lamentar el hecho imprudente no bastaba. El 
vengador llegaría mientras el homicida involuntario estuviera 
lamentando, y lo más probable, en aquellos tiempos es que no se atuviera
 a razones. Afortunadamente había un remedio, correr a la ciudad de 
Refugio. Así es con el pecador. 
El refugio del alma es Cristo (Isaías 32:2 y Mateo 
11:28). Acudir por fe al Señor; confesar el pecado; aplicar la obra de 
Cristo a nuestra alma invocando sus promesas, es el mejor camino a 
tomar. Dios ha puesto este Refugio compadeciéndose de nuestra ignorancia
 (Hechos 17:30). No hay recurso para los ángeles rebeldes, pero sí para 
los hombres. 
Pero es vano el refugio si no acudimos a él. Observad que
 no dice que Dios, teniendo en cuenta nuestra ignorancia, lo pasará todo
 por alto, sino que «denuncia a todos los hombres en todos los lugares, 
que se arrepientan». Jesús mismo en la cruz reconocía la parte 
involuntaria de sus perseguidores («no saben lo que hacen»). Dios 
escuchó la petición de su divino Hijo, pero fue necesario que los 
interesados corrieran al refugio el día de Pentecostés (Hechos 2:37-41). 
4. Antes de que llegue el vengador 
Se ha dicho que la muerte es el enviado de Dios para 
traer a las almas a su hogar celestial. Esto es cierto, sí, para los 
cristianos; pero para los inconversos la muerte es el mensajero del 
diablo; el vengador del pecado, que nos persigue al paso del tiempo, y 
ha de alcanzarnos con toda seguridad. Es una gran imprudencia esperarle 
fuera de Cristo; especialmente cuando el recurso de su salvación nos es 
conocido. 
Muchos se aprestan a decir: El vengador está lejos; 
todavía soy joven. Por cierto que esto fuere, todos sabemos que el 
vengador puede salirnos tras la esquina, en forma de ataque cardiaco, 
cáncer, accidente, etc. Si eres joven, da gracias a Dios porque tienes 
una vida para servir al Señor, y menos probabilidades de llegar tarde, 
como sucede a menudo a los que empiezan a correr, o sea, a pensar en 
Dios y su salvación, en el lecho de muerte. (Véase anécdota El joven que
 perdió el tren.) 
5. Debemos correr por el verdadero camino 
«Hay camino que al hombre parece derecho, mas su fin son 
caminos de muerte» (Proverbios 16:25). No basta correr por cualquier 
camino, hay que buscar el verdadero. Muchos se cansan en vano corriendo 
por caminos errados (Ilústrese con algún caso de fakires de la India o 
santones mahometanos). Aun en nuestros países nominalmente cristianos, 
hay muchos que corren por sendas extraviadas, confiando en sus propios 
méritos o en recursos supersticiosos. 
Sólo en Cristo hay satisfacción completa para el alma que huye del pecado. 
6. Debemos permanecer en Cristo 
Una vez convertidos, el enemigo queda afuera de la ciudad
 de Refugio acechando a los salvados. Pedro lo compara a un león 
rugiente. Es cierto que Cristo ha prometido guardamos y dice: «Mis 
ovejas nadie las arrebatará de mi mano.» pero no podemos abusar de tal 
declaración. También Cristo conocía la promesa de las Escrituras para 
con el «hombre justo», el Mesías: «A sus ángeles mandará que te 
guarden», sin embargo, no cometió El la imprudencia de arrojarse desde 
las almenas del templo. Cuando abandonamos el refuto nos exponemos a que
 el enemigo nos haga perder. Si no la misma salvación, sí mucho del 
premio que Dios quisiera darnos; y aun podemos quedar indiferentes del 
todo. (Véase anécdota Le costó su alma.) Sigamos a Cristo de cerca, 
mantengámonos unidos a El por la fe y el amor. Entonces nos sentiremos y
 estaremos seguros. 
7. Debemos procurar que los postes del camino sean claros para los demás 
Nos es necesario recordar que no somos los únicos 
pecadores por los cuales Cristo murió. Deber nuestro es facilitar la 
salvación a otros. Isaías 35:8 es una preciosa promesa para el Milenio; 
pero entre tanto, los caminos que llevan a la salvación pueden estar muy
 mal cuidados. Cuando la gente yerra, juzgando equivocadamente el valor 
de la religión, ¿no será la culpa muchas veces de los mismos cristianos?
 Como estaba ordenado a los israelitas en cuanto a las ciudades de 
refugio, debemos nosotros indicar claramente el camino de la salvación a
 los pecadores, con nuestras palabras y con nuestro ejemplo. El mundo 
está lleno de pecadores errantes que no buscan la salvación, o van por 
caminos equivocados. Vivamos para ellos. Alcemos la bandera de la 
salvación. Traigámoslos a Cristo. 
ANÉCDOTAS 
EL BRAHMÁN Y EL MISIONERO 
Cierto brahmán se acercó a un misionero que estaba predicando al aire libre y le opuso la objeción: 
—Si el diablo es quien nos tienta a pecar, nosotros no somos responsables. Dios debía de castigar al diablo y no a nosotros. 
El misionero le contestó: 
—¿Ve 
usted aquellos hombres que están descargando mercancías de una barca en 
la orilla del río? Si yo le entrego un revólver y le doy el mal consejo 
de asesinarles y robar su mercancía, ¿a quién castigarán los jueces, a 
usted o a mí? 
—A ambos —respondió el objetante sin titubear—. A usted por haberme aconsejado y facilitado el crimen, y a mí por criminal. 
—Exactamente
 del mismo modo procederá Dios en su justo juicio. Los pecadores serán 
castigados, pero el diablo y sus agentes, los demonios, no saldrán bien 
librados de su mala actuación durante siglos en este mundo. 
EL GALEOTE Y EL PRINCIPE 
Un 
príncipe francés, con motivo de una visita que hizo al arsenal le 
Marsella, decidió dar libertad a uno de los delincuentes allí condenados
 a remar en las galeras. Con el fin de investigar quién sería el más 
digno de tal merced interrogó a varios de los prisioneros, todos los 
cuales se defendieron de sus culpas, alegando que otras personas que les
 querían mal testificaron contra ellos injustamente. Por fin llegó a un 
condenado modesto y humilde, quien confesó su culpa sin paliativos de 
ninguna clase. El príncipe, admirado por su sinceridad y humildad, 
dirigiéndose al jefe de la fortaleza, dijo irónicamente: 
—No podemos consentir que tanta gente buena esté en contacto con este hombre tan malo. Que sea éste el que reciba el indulto. 
DEMASIADO TARDE 
Cierto joven llegó desaforado a la estación en el mismo momento en que el último coche del tren pasaba por delante de sus ojos. 
—¡Qué 
lástima! —dijo con un grito, que hizo girarse al jefe de estación— 
Después de haber corrido con todas mis fuerzas...; ya no podía correr 
más... 
—Lo comprendo, joven —sentenció el jefe—, pero me temo que empezó usted a correr un poquito demasiado tarde. 
LE COSTO SU ALMA 
Paseando
 dos ministros del Evangelio por las afueras de cierta población, 
llegaron a una hermosa finca donde había una magnífica casa rodeada de 
un bien cuidado huerto que pertenecía a un antiguo miembro de la 
iglesia. 
—¿Cuánto le costaría esta finca a su propietario? —preguntó el visitante al pastor local. 
—No lo 
sé, en cuanto a dinero —respondió el interpelado—, pero me temo mucho 
que le ha costado su alma. En otros tiempos el propietario de este 
terreno era un miembro entusiasta de la iglesia, asistiendo a todos los 
cultos; pero desde que empezó a enriquecerse, y sobre todo después de 
adquirir esta propiedad, ha estado tan absorto en su cuidado, que no le 
hemos visto más por la iglesia, y parece haberse vuelto totalmente 
indiferente por las cosas de Dios. Aunque él dijo que i había adquirido a
 precio de ganga, me temo que pagó por ella un precio demasiado alto: el
 de su propia alma. 
*** 
SERMÓN XXVIII 
TARJETA DE IDENTIDAD 
CELESTIAL 
(Apocalipsis 2:17) 
Apelando a las costumbres de su pueblo y de su época, 
Nuestro Señor Jesucristo usó curiosas figuras al dirigirse a los hombres
 y expresarles su propósito de salvación. 
Durante su ministerio terrenal le vemos presentar las 
figuras del yugo, del agua, del pan, del sembrador, del hijo pródigo, 
etc. Antes de entrar en la era de la gracia, que es también la de la 
prueba de la fe, en su revelación al apóstol Juan, en Patmos, usa 
también, de un modo más breve, curiosas figuras: la del alfabeto (cap. 
1:8), la del templo 3:12), de la puerta (3:20), etc. 
Sin duda, la más curiosa de todas es la de la piedrecilla
 blanca (cap. 2:17) que muchos habrán leído más de una vez 
preguntándose: ¿Qué significa? ¿Por qué usa el Señor tan extraño 
ejemplo? 
1. La «tessera hospitalis» 
Se nos dice que los romanos tenían una curiosa costumbre.
 Cuando dos personas entablaban una profunda amistad, hospedándose uno 
en el hogar del otro, si el hospedador quería al despedirse de su 
hospedado, sellar su amistad de un modo perenne, tomaba una tablita de 
mármol cuadrada, en la cual hacía una incisión con un buril de acero, y 
con el mismo escribía en una parte, el nombre de la persona hospedada y 
en la otra el suyo propio. Inmediatamente, la piedra era partida con un 
golpe seco y la mitad de la piedra que contenía el nombre del hospedador
 era entregada al hospedado, y la parte que contenía el nombre de aquél,
 quedaba en posesión de éste. 
Si después de muchos años, uno de los dos quería reanular
 la amistad, si necesitaba algún favor del otro, tomando la piedrecita 
de mármol que contenía el nombre de su amigo se dirigía al hogar de 
aquél; y fuera que éste sobreviviera pero los años hubiesen cambiado sus
 mutuos semblantes, la piedrecita blanca servía de pieza de 
identificación para hacerle recordar sus promesas; o fuese que hubiera 
fallecido su dador, los parientes tenían el deber de respetar la señal 
de amistad que la tessera hospitalis significaba. Un criado buscaba la 
otra mitad en el archivo pétreo de la casa, y si era encontrada la parte
 coincidente, podía contar con la benevolencia del viejo amigo o de sus 
deudos. 
Nosotros vivimos en otros tiempos, y tenemos otros medios
 más prácticos de identificación, pero «Jesucristo es el mismo, ayer, 
hoy y por los siglos», y lo que explicó a las gentes de su siglo con 
figuras y ejemplos prácticos de su época, lo dijo también a nosotros. 
Observemos, pues, las principales enseñanzas de este curioso ejemplo. 
2. Las condiciones del receptor 
La piedrecita blanca no se daba a cualquiera, sino a la 
persona que se hacía acreedora a este privilegio y con la que se quería 
establecer una íntima amistad. En el caso espiritual, el Señor dice: Al 
que venciere, le daré una piedrecita blanca.» 
Muchas veces nos es presentado el Evangelio como un don 
gratuito de Dios, libre, de pura gracia, y otras, quizás, a renglón 
seguido, se habla de ello como una recompensa o resultado de gran 
esfuerzo. Por ejemplo, en el cap. 21:6 y 7 de Apocalipsis. ¿Cómo aunar 
las declaraciones de ambos textos? 
Tenemos una ilustración en el caso de David y el pozo de 
Belén en el cap. 11:16-19 de 1.a Crónicas. El agua era ciertamente 
gratuita, brotaba generosamente dentro del pozo y estaba al alcance de 
cualquiera, pero lo difícil, en aquel caso, era llegar hasta allí. Se 
necesitaba ser un valiente, un héroe en tales circunstancias. Muchas 
veces, a través de los siglos, se ha cumplido el dicho del Señor: «En el
 Reino de los cielos se hace fuerza, y los valientes lo arrebatan.» En 
nuestra nación nuestros antepasados necesitaron ser valientes para 
acercarse a la fuente. (Véase «Cosecha española», un nuevo libro de los 
orígenes de la obra evangélica en Galicia, España). Incluso en los 
países políticamente libres, es difícil hoy día ser cristiano, sobre 
todo vivir en cristiano.... Hay que pelear cada día con amigos 
bienintencionados que tratan de distraernos y apartarnos del camino 
estrecho, o con el propio corazón, el yo complaciente y egoísta de cada 
uno. Hay miles de pequeñas y grandes victorias que ganar. Pero 
ciertamente vale la pena ganarlas. Observad los privilegios de la 
significativa figura. 
3. El nombre nuevo del Dador 
En el capítulo 19:13 de este misterio libro de «La 
Revelación», Jesús se aparece a Juan con su nombre antiguo; el que 
presintió Filón y Juan enfatiza en el primer capítulo de su evangelio, 
«El Verbo de Dios». Esto es, la manifestación visible de la divinidad 
invisible (Juan 1:18). 
Hay una misteriosa frase bíblica en Miqueas 5:2 que nos 
abre un insondable horizonte respecto a este nombre y a la persona de 
Cristo antes de su encarnación. Después de anunciar su nacimiento en 
Belén de Judea, dice el profeta: «Cuyas salidas son desde la eternidad, 
desde los días de los siglos» (los días del Olam, según el original 
hebreo). ¿Qué significan tales «salidas» del niño que había de nacer en 
Belén? 
La interpretación teológica tradicional de este pasaje 
era aplicándolo a las teofanías o revelaciones del Omnipotente a Adán, 
Abraham, Jacob, Moisés, etc.; pero me parece desproporcionado el 
lenguaje de Miqueas para referirse tan sólo a estos tres o cuatro casos 
bíblicos. ¿Por qué no pensar en un desdoblamiento, quizá múltiple, del 
Verbo Divino en un ser visible para revelarse (como Teofanía, 
naturalmente), a otras razas del Universo representadas en los dichos de
 Jesús por los noventa y nueve justos que no necesitan arrepentimiento? 
En tales «salidas» actuó como Verbo de Dios, revelador del Ser invisible
 (Juan 1:18). Pero la salida del Verbo divino a este minúsculo, pero 
hermoso «planeta azul» del sistema solar, que celebraron los ángeles en 
la noche le Navidad, es una manifestación totalmente diferente. No una 
teofanía, sino una encarnación, una real y positiva identificación del 
Verbo con una raza caída para restaurarla, para redimirla, para salvarla
 de la ruina del pecado y elevarla a altísimos destinos, y ello da lugar
 a un nuevo nombre para el divino Verbo. ¿Cuál? El glorioso nombre de 
Salvador (Filipenses 2:9). 
Este nombre nuevo, honorable, glorioso, de nuestro 
Redentor, ha de estar grabado sobre la piedrecita blanca que nos 
representa, es decir, sobre nuestro corazón. ¿Lo está? ¿Podemos decir 
como la bendita virgen, «Mi espíritu se alegró en Dios mi Salvador»? 
Y nuestro nombre debe de estar allá arriba, en la otra 
parte de la emblemática «piedrecita blanca». «Gózaos de que vuestros 
nombres están escritos en el Libro de la Vida», dijo Jesús. ¿Está 
nuestro nombre allí? 
4. El secreto del nuevo nombre 
«Un nombre nuevo.... que nadie puede entender sino aquel me lo posee», sigue diciendo nuestro texto. 
El nombre grabado con el estilete en la tessera 
hospitalis no significaba nada, nada decía a un extraño, pero para su 
dueño significaba gratos recuerdos y esperanzas halagüeñas de favores 
disfrutados y prometidos. Así es con los cristianos. El mundo no nos 
conoce porque no le conoce a El» Para Juan, el nombre de Jesús 
significaba todo, era un apóstol del Señor con un porvenir eterno 
gloriosísimo. Para el soldado, o soldados, que le guardaban en Patmos, 
Juan era un pobre viejo que había caído en desagrado de las autoridades 
romanas; pero él conocía las promesas de Cristo y podía expresarlas con 
el elocuente lenguaje de 1.a Juan 3:1-3. Esta es la maravillosa 
seguridad de cada cristiano. (Véase anécdota El colportor Félix Vacas y 
el general Aguilera.) 
5. La adaptación de las dos partes 
La piedrecita blanca, que es una figura de nosotros 
mismos, se adaptaba a su otra mitad, porque era rota, no aserrada. ¿Y 
nosotros nos adaptamos al Señor Jesús? ¿Tenemos una identidad moral con 
El que nos haga aptos para el cielo, es decir, para convivir en su 
gloriosa compañía, y la de santos ángeles por los siglos eternos? ¿Nos 
hemos adaptado a su carácter? ¿Nos parecemos a El? (Véase anécdota Vive 
cerca de mi casa.) ¿Se adapta de tal modo nuestro carácter al de Cristo 
que podríamos ser así confundidos con El? Todo el mundo quiere ir al 
cielo, pero pocos se esfuerzan en adaptarse para el cielo. 
Afortunadamente, el Evangelio que predicamos tiene este poder 
transformador innegable, reconocido aún por sus enemigos. (Los salvajes 
de la Tierra de Fuego y otros ejemplos de la Enciclopedia de Anécdotas, 
págs. 183-194, sección VIII; Vida cristiana: Transformación por la 
conversión.) El discipulado cristiano es una adaptación de nuestro 
carácter al de Aquel a quien lo debemos todo (2.a Corintios 3:18). 
También esto requiere una lucha. 
6. Los privilegios del celestial secreto 
Dios tiene siempre altos e insondables motivos para todos
 sus actos, porque su mente infinita abarca el pasado, el presente y el 
porvenir. ¿Quién hubiera dicho, cuando empezó a crear la materia prima 
del mundo lo que en este ínfimo pero bello planeta tenía que 
desarrollarse? ¿Y quién podrá decir, cuando Dios llama a un cristiano, 
quizás una simple humilde piedra espiritual de su iglesia, los 
propósitos que tiene para aquel ser individual en los insondables siglos
 de a eternidad? Las parábolas de las minas y de los talentos nos dan 
alguna leve visión de ello, pero todos comprendemos que será algo más 
grande y glorioso de lo que desde aquí podemos imaginarnos. ¿Estaremos 
preparados para ocular el lugar que tiene dispuesto para nosotros? 
Aparte de tales parábolas, hay frases del Salvador que 
nos dan mucho que pensar, como la de Lucas 16:10-11): «Lo joco», en este
 significativo pasaje, es lo deleznable, lo pasajero; «lo mucho», es lo 
definitivo, lo eterno. Sin embargo, esta es la hora de la prueba, para 
convertir «lo poco» «en mucho», la que nunca más pasaremos por 
circunstancias de vida semejantes a las presentes. (Véase anécdota Cosas
 que no podremos hacer en el cielo.) 
Por esto somos amonestados por el mismo Señor, 
refiriéndose al tiempo de su segunda venida, con las palabras: «Orad, 
velando en todo tiempo, para que seáis tenidos por dignos de evitar las 
cosas que han de venir y estar de pie ante el Hijo del Hombre» (Lucas 
21:36). Esto significa que podamos decirle como Pedro: «Señor, tú sabes 
todas las cosas»...., sabes que te amé, que no negué tu nombre; a pesar 
de todas mis debilidades y flaquezas, tú sabes que he tenido un corazón 
sincero para ti. Haz de mí lo que quieras y como quieras para servirte 
ahora, como traté de hacerlo, a pesar de todo y contra todo, en mi 
tiempo de prueba sobre la tierra. Amén. 
ANÉCDOTAS 
EL COLPORTOR FÉLIX VACAS Y EL GENERAL AGUILERA 
En tiempos del rey Alfonso XIII de España se hizo popular en las guerras de África el nombre del general Aguilera. 
Cierto 
día, un hombre bajito, bizco, y humildemente vestido, se hallaba a la 
puerta de un cuartel en Ciudad Real tratando de vender ejemplares de la 
Sagrada Escritura a los soldados que descansaban, tomando el sol, 
durante el periodo de guardia. Era el bien conocido colportor Félix 
Vacas, el hombre que llevaba en su cuerpo las marcas de Cristo, por 
algunas palizas que había recibido de parte de fanáticos enemigos del 
cristianismo evangélico. De repente, el valiente colportor se halló sin 
auditorio por haberse dado la voz de "a formar". Pocos instantes después
 bajaba de un lujoso automóvil un caballero vestido de paisano, quien 
viendo al colportor recoger apresuradamente su mercancía, se acercó a 
interrogarle. El humilde servidor de Dios continuó su trabajo, 
murmurando alguna excusa; ante el temor del sargento y, sobre todo, del 
oficial de guardia que, firmes en sus puestos barruntaban verse 
atrapados en algún compromiso, según fuera el carácter de los libros. 
Como el colportor se apresurara a terminar su faena con la cabeza 
inclinada, el caballero le gritó: 
—¡Míreme a la cara, hombre, y póngase firme! ¿No sabe usted con quién está hablando? 
—No, señor —respondió el aludido. 
—Con el general Aguilera. 
—Perdone usted, general, no le había reconocido vestido así de paisano. 
De 
repente, le acudió al colportor una de esas ideas chispeantes, propias 
de su carácter andaluz y de su firme fe cristiana. Levantando la cabeza y
 estirándose sobre la punta de los pies, exclamó: 
—Y usted, mi general, ¿sabe con quién está hablando? 
Los ojos de los oficiales chispeaban de enojo y los de la tropa de hilarante curiosidad, cuando oyeron al pobre buhonero decir: 
—Con el 
hijo de un Rey, señor general, con un hijo de Dios. Vea cómo lo dice 
aquí —y abriendo rápidamente un Nuevo Testamento mostróle Juan 1:12, 
iniciando una plática evangelizante que el general escuchó benévolamente
 por unos momentos, y sonriendo entró en el cuartel. 
VIVE CERCA DE MI CASA 
Cierta 
niña china entró en una sala de escuela dominical mientras la 
instructora estaba describiendo la persona del Señor Jesucristo, 
ponderando sus virtudes, su amabilidad, su amor a los niños, a los 
desvalidos y a los enfermos. Mientras la profesora estaba hablando vio a
 la niña que con el dedito en alto mostraba, inquieta, deseos de hablar.
 La instructora interrumpió su disertación y dirigiéndose a la recién 
llegada la invitó a hablar. Ante el asombro de todos, la niña dijo: 
—Este señor de quien usted está hablando, le conozco. Vive cerca de mi casa. 
Muchos 
niños no pudieron contener su risa, sabiendo que la maestra estaba 
hablándoles del Señor Jesús que está en el Cielo. Pero la niña, sin 
inmutarse, continuó refiriendo lo que ella había visto de un misionero 
que vivía a poca distancia de su casa. 
EL OFICIAL DE LA REINA VICTORIA 
En 
relación con el anterior mensaje, recuerdo el incidente de un oficial 
que dijo a la reina Victoria, en una recepción que tuvo lugar en el 
palacio real de Su Majestad Británica, que estaba ansioso de que se 
declarara alguna guerra en la cual pudiera mostrar su amor y lealtad a 
su soberana y a la patria. Al leer esta anécdota me he preguntado si 
algún día en la eternidad, llevados por nuestra lealtad y creciente 
admiración por nuestro adorado Redentor, no nos diremos' "¡Quién pudiera
 vivir de nuevo en un mundo de pecadores para poder hacer, por amor a 
nuestro Rey, cosas difíciles, cosas heroicas y abnegadas, las cuales hoy
 descuidamos!" 
COSAS QUE NO PODREMOS HACER EN EL CIELO 
Me 
impresionó cuando era joven, y lo he referido sucintamente muchas veces a
 vía de ilustración, un sermón que oí en Nimes del predicador ciego Mr. 
Jalaguier, sobre este tema. 
El predicador mencionó tres cosas que no podremos hacer en el cielo: 
1.a Predicar salvación a pecadores perdidos, pues no los habrá en aquel bendito lugar. 
2.a Dar de lo nuestro a Dios, pues viviremos en santa comunidad celestial donde no habrá tuyo y mío. 
3.a 
Enfatizaba la tercera cosa como la más fácil, la más a mano para todos, 
pero la más difícil. Algo que todos podemos hacer aquí, pero que no 
habrá oportunidad alguna de practicar allá: amar y perdonar a nuestros 
ofensores, porque todos allí seremos perfectos. 
Estas 
tres cosas debemos esforzarnos en realizar aquí, ya que nunca más 
tendremos oportunidad de ponerlas en práctica. Es aquí donde tenemos 
ocasión de mostrar al Señor el valor y eficacia de nuestra fe, en 
circunstancias que no volverán a producirse en los siglos de la 
eternidad. 
*** 
SERMÓN XXIX 
LA PARÁBOLA DEL ARADO 
(Lucas 10:17-24; Mateo 11:25-30) 
1. El motivo de la gran invitación 
La conocida frase de Jesús, «Venid a Mí todos los que 
estáis trabajados y cargados, que yo os haré descansar», tiene un 
precioso marco. Parece que fue pronunciada yendo de camino, a juzgar por
 el primer versículo del próximo capítulo. Comparando este pasaje con su
 paralelo de Lucas 10, podemos percatarnos del interesante momento 
psicológico que dio lugar a la «gran invitación». Era aquel día en que 
habían regresado los 70 con gozo declarando que habían hecho milagros, y
 el evangelista nos dice que Jesús se alegró en espíritu y les dijo: «No
 os gocéis de esto, sino de que vuestros nombres están escritos allá 
arriba. Venían llenos de entusiasmo por lo poco que habían visto del 
poder de Dios realizando milagros; pero Jesús, que veía más allá, se 
sentía más gozoso que ellos. Cuando el niño a quien su padre ha 
destinado para ser ingeniero bate palmas por haberle salido bien una 
cuenta de sumar, el padre pensará: «¡Bendita inocencia! ¡Si supieras los
 cálculos algebraicos con los cuales resolverás algún día grandes 
problemas técnicos!» 
Por esto, al echar una mirada al profundo misterio de su 
encarnación y verse a sí mismo como el puente entre el Todopoderoso 
autor del Universo y sus humildes discípulos, se siente movido a 
exclamar: «¡Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra que has 
escondido estas cosas a los sabios y entendidos y lo has revelado a los 
pequeños.» Dicho en otras palabras, entre este pobre mundo de seres 
mortales, pequeños e ignorantes, y el Ser infinito, hay un abismo 
insondable; no podéis conocer el misterio de Dios; tampoco podéis 
conocerme a Mí en mi carácter divino; sólo veis el lado humano de mi 
persona; solamente el Padre me conoce, El sí me ve en mi verdadero 
carácter de Dios-Hombre.... Pero aunque vosotros no podéis conocer a 
Dios, y a mí me conocéis imperfectamente, yo soy como el puente, el lazo
 de unión entre vuestra fe y la Divinidad insondable. Y aquello que los 
sabios y filósofos no pueden alcanzar con sus más complicadas y sutiles 
disquisiciones, yo lo puedo revelar y lo revelaré a los humildes, a los 
sencillos, a los que por Mí se acerquen a Dios. Y lo que para los sabios
 es un misterio impenetrable, será una realidad sencilla y evidente para
 los pobres en espíritu que no me desdeñan. 
Por consiguiente, lo natural, lo lógico, lo prudente, es 
que esta humanidad ignorante, necesitada, incapaz de penetrar en los 
misterios del ser, aterrorizada y afligida por la incógnita de la 
muerte, acuda a Mí, venga a Mí, no tiene otro camino ni otro medio de 
conocer a Dios.... Y entonces exclama aquellas palabras que nadie se 
habría atrevido a pronunciar, que serían locura en cualquier boca 
humana: Venid a Mí todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os
 haré descansar.» Es como decir: 
Venid a Mí, huyendo de vuestra miseria y flaqueza, y hallaréis ayuda y fortaleza. 
Uníos a Mí, hacedme el compañero de vuestra vida, y hallaréis descanso y felicidad. 
Aprended de Mí, o sea, imitadme, y llegaréis a ser tan 
santos, tan perfectos, que nada os inmutará ni os perturbará; hallaréis 
una fuente de paz y satisfacción interior: el reposo permanente. 
Podríamos llamar a estos tres aspectos de la invitación 
el Salvador: descanso, trabajo y habilidad. Tres dones o privilegios 
paradójicos. 
2. E1 descanso que Jesús da 
Se ha llamado con razón a este mundo un mundo de fatigas;
 del cuerpo y del alma. La fatiga del cuerpo no es la peor cuando el 
alma está descansada, es decir, reposada y tranquila. 
Nos dice la ciencia que llevamos a cuestas de 1.200 a 
1.800 kilos por metro cuadrado, que es el peso de la atmósfera según la 
altura en que nos hallemos. Para un ángel este planeta es como un mundo 
de galeotes aprisionados a las leyes físicas. No podemos sino 
levantarnos a unos pocos metros, a menos de utilizar potentes y ruidosos
 motores; pero es mucho peor el peso de nuestra carga moral. Cada hombre
 y mujer lleva sobre sí, quien más quien menos, una terrible carga de 
pecado, de errores y equivocaciones. ¿Quién no tiene que decir ¡si lo 
hubiera sabido!, ¡si lo hubiera pensado? ¿Podía haberlo hecho mejor? Y 
mirando bien al fondo de nuestras equivocaciones siempre encontramos una
 raíz de pecado; un egoísmo, un rencor, un sentimiento carnal. Pero ya 
está hecho y tenemos que marchar con nuestras cargas. (Véase anécdota 
Las mujeres de Zululandia.) 
Pero Cristo ha venido a quitar la carga del pecado (Juan 
1:29; Lucas 24:46-47). Cuando se quita el pecado se alivian muchas 
cargas. (Ejemplos del borracho, el jugador, el licencioso.) Para todos, 
Jesús tiene el remedio, perdón y vida nueva. (Véase anécdota El trapero 
de Tortosa.) ¡Qué bien lo expresó el poeta cristiano, autor del conocido
 himno que dice: 
A Cristo mis pecados 
Declino por entero; 
Pues El es el Cordero 
Sin mácula de Dios. 
Tomándolos por suyos. 
De todos El se encarga, 
Y de la horrible carga 
Liberta al pecador. 
3. El compañerismo que ofrece 
Pero Jesús no sólo quiere ser un Salvador, sino un 
compañero. Sería poco que nos quitara la carga del pecado y nos dejara 
solos, andar por nuestros caminos otra vez a nuestro antojo, haciendo la
 voluntad de la carne. Esto sería la ruina de nuestra vida espiritual; 
nuestro empobrecimiento en el Cielo, si no la pérdida de su misma 
salvación. Sin embargo, esto es lo que quisieran algunos, que les 
perdonara tres o cuatro veces en la vida, cuando se hallan, demasiado 
cargados, y.... por supuesto a la hora de la muerte. 
Pero éste no es el plan del Salvador; por esto se da en 
este texto la gran paradoja, que a renglón seguido de la promesa de 
descanso viene la invitación a tomar su yugo. Son las paradojas del 
Salvador. ¡Descanso llevando un yugo! Observamos que: 
1) El yugo une. Ata la voluntad de una bestia a la otra, haciéndolas ir juntas. 
2) Es un instrumento de restricción al par que de 
auxilio. Es un principio universal que toda fuerza, para ser útil, tiene
 que ser restringida. El alambre de cobre es un yugo para los electrones
 que corren a lo largo del mismo. Las vías del tren lo son para el 
convoy, obligándolo a ir en la dirección precisa. El volante de 
dirección del automóvil, obligando las ruedas delanteras, son un yugo 
para el veloz y potente motor; y no digamos nada de los frenos, que 
hacen gemir las ruedas en el momento que la velocidad es más atractiva, 
nada en la tierra es útil hasta que es restringido y reducido a obedecer
 y servir a alguna voluntad inteligente: Las fuerzas de la Naturaleza, 
la voluntad de Dios mediante aquello que llamamos leyes naturales; las 
fuerzas creadas por el hombre, por los mecanismos que las controlan. 
Así es en el mundo moral: el descanso, la paz y el 
bienestar no se encuentran sino en la restricción de nuestra libertad en
 favor de la Verdad y del Bien; en otros términos, en favor de la 
voluntad de Dios revelada. 
El hijo pródigo no halló descanso hasta que sometió de 
nuevo aquella libertad que tanto le ilusionaba, a la voluntad el padre. 
Nunca podemos tener paz con nosotros mismos hasta que la hallamos 
sometiéndonos a las restricciones de Dios, aceptando el yugo de Cristo. 
Se ha dicho que el yugo de Cristo tiene tres anillos. Uno para el pensar, otro para el hablar y otro para el hacer, o proceder. 
a) Unidos a Cristo en el pensar . A muchos les 
gusta llamarse librepensadores, y la palabra es buena cuando expresa la 
virilidad de romper las trabas intelectuales forjadas por los 
hombres.... La humanidad no podía avanzar cuando el pensamiento humano 
se hallaba atado a las argollas de la Santa Inquisición, y hombres como 
Galileo tenían que someter las evidencias de la ciencia a los señores 
inquisidores. Está bien que la humanidad rompa estos yugos y declare 
libre la enseñanza y la investigación. 
Pero, ¡cuidado, hombres, cuidado!, que hay esferas en las
 que el pensamiento humano se pierde. Si rompemos el yugo de las 
enseñanzas de Cristo quedaremos desorientados. Si Cristo dijo que hay 
castigo para el pecado más allá de la muerte, que hay resurrección, 
digamos: «No lo entiendo, no sé cómo puede ser, pero Cristo lo dijo y 
tengo que aceptarlo.» Nadie puede detener la imaginación, pero se ha 
llamado a la imaginación la loca de la casa.... Debemos recordar a esta 
loca que aunque le damos un poco de cuerda para que nos ayude a 
descubrir cosas en este maravilloso mundo de Dios, no se la damos para 
que nos lleve en dirección opuesta a Cristo. 
b) Unidos a Cristo para el hablar . Jesús pone 
corcel a la boca con aquella solemne sentencia: «De toda palabra ociosa 
que los hombres dijeren de ella darán cuenta en el día del juicio» 
(Mateo 12:36). Es una de aquellas frases de Jesús que nos es difícil 
comprender o aceptar. Pero debemos decir: El lo sabe mejor. 
Jesús pone freno a las palabras cuando dice: «Sea vuestro
 hablar sí, sí, no, no. Condenando la mentira. Los hombres muy sabios y 
muy santos miden el alcance de sus palabras, recordando que «en las 
muchas palabras no falta pecado» (Proverbios 10-19). 
c) Unidos a Cristo en el obrar . Pablo decía: «Y 
todo lo que hacéis, hacedlo todo a la gloria de Dios....» «Vivo no ya 
yo, más Cristo vive en mí.» (Véase anécdota El convertido de Barragana.)
 No debemos empeñarnos en hacer obrar a Cristo las cosas que El no 
quisiera, ya que somos instrumentos suyos y él vive por su Espíritu en 
nosotros. No empeñarnos en llevarle donde El no quisiera ir. 
Nuestro tiempo es suyo. No deberíamos intentar leer un 
libro sin poder decir al Señor: «Vamos a ver si encontramos algo bueno 
en este volumen, algo que a mí me sea útil, que te complazca a ti.» 
Nuestro dinero también es suyo. Debemos decirle como 
Jacob: «Si gano, Señor; si me bendices, ganaremos los dos» Estamos 
unidos a Cristo en todas nuestras actividades; y le corresponde su 
parte. No podemos estafársela. 
3) El yugo es un gran auxiliar para la carga.  
(Véase anécdota Para no volver a ser pobre.) No es comparable lo que 
pesa con la ayuda que da. En el terreno espiritual podemos decir que 
vale la pena andar estrechamente unidos con Cristo por el gran auxilio 
que en El hallamos en la vida (ejemplo del padre que lleva la mayor 
parte de la carga, permitiendo a su hijito poner la mano sobre la 
cesta). Cuando andamos cerca de Cristo cargas terribles resultan 
ligeras. (Véase anécdota La enferma crónica de Nimes.) Feliz el 
cristiano que puede decir: 
A Cristo mis pesares, 
Confío y mis dolores; 
Mi llanto y sinsabores, 
Mis dudas y temor. 
A tales sufrimiento 
Me ofrece lenitivo; 
Y toma compasivo 
Su parte en mi aflicción. 
4) El yugo es un instrumento de cooperación.  Es un
 gran privilegio sentirse cooperador con Cristo. ¡Con qué satisfacción 
decía Pablo: «Somos coadjutores de Cristo»! Estamos arando el campo del 
mundo con nuestro testimonio. Cada predicador es un sembrador desde el 
pulpito, pero poca cosecha habría si no fuera por el trabajo y 
testimonio personal de cada creyente que rotura el campo virgen, 
despertando el primer interés en los amigos. 
Para ello debemos aprovechar cualquier oportunidad que se
 nos abre. En cualquier esfera a la que se nos introduce. Debemos estar 
alerta que sea un medio para dar testimonio de la luz espiritual que ha 
puesto en nosotros, no un simple medio de glorificarnos a nosotros 
mismos, olvidando que somos de Cristo y estamos unidos a El. 
Sería un error no entrar por las puertas que El nos abre 
por recelos sectarios o doctrinales; por un exceso de temor a lo que 
decíamos antes, de no llevar a Jesús donde El no quisiera ir; pero que 
seamos lo que somos en cualquier lugar. Pablo en el Areópago, no dijo: 
No; esta cátedra ya ha sido ocupada por oradores epicúreos y estoicos, 
sería rebajar la dignidad del Evangelio, me quedo en la plaza con los 
pobres y los ignorantes. Al Areópago no voy porque Jesús ha escogido lo 
vil del mundo y lo menospreciado. Esto dirían algunos predicadores 
fanáticos de nuestro siglo, pero el secreto en muchos casos, no diré en 
todos, es que estos predicadores tan escrupulosos no son capaces; no 
tienen cultura ni habilidad para entrar en tales esferas, y entonces los
 escrúpulos sectarios son una buena excusa para quedarse en casa, para 
no escribir, para no hacer, para cultivar la indolencia y la pereza. 
Pablo no era así. Pero observad que no predica ciencia o sociología en 
el Areópago, sino un claro mensaje del Evangelio con el lenguaje de los 
sabios. 
El gran apóstol era bastante humilde para llevar a Cristo
 a la plaza, a las sinagogas, al lado del río con las mujeres, pero si 
un día se le abría la oportunidad de dar testimonio en el Paraninfo más 
famoso del mundo allí va. ¡Y cómo habla, con qué diplomacia! No dice más
 supersticiosos como la antigua versión de Valera, sino «extremadamente 
religiosos», como claramente expresa la frase griega Deisida-mone 
sterous urnas theoro. A los traductores de la Edad Media les pareció que
 esta cortesía no correspondía a la condenación de la idolatría que hace
 después; pero lo cortés no quita lo valiente. El resultado de este 
proceder fue Dionisio, Dámaris y otros. Nunca olvidemos que somos 
cooperadores con Cristo dondequiera que nos hallemos, con los altos o 
con os bajos, con los grandes o con los humildes.... No nos 
secularicemos con el fin de agradar y hacernos más populares, recordemos
 que estamos unidos con Cristo y no podemos desprendernos de El. (Véase 
anécdota Tuvo que cambiar de opinión.) 
El yugo figura de la iglesia local. «Donde están dos o 
tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ello», dijo 
nuestro Señor. Por consiguiente, la actitud que asumimos con la iglesia 
es evidencia de la que tenemos con Cristo (1.a Juan 4:20). Se necesita 
un grado de piedad superior para tener una hora de comunión con Dios 
solo. Por esto necesitas el yugo de la Iglesia que te une a tus hermanos
 y al Señor. 
4. La habilidad que nos proporciona 
Hemos dicho que Cristo nos ofrece descanso, compañerismo y
 habilidad. En otras palabras se nos presenta como Salvador, compañero y
 maestro. Observemos brevemente este último punto. Después de haber 
dicho: «Venid a Mí y os haré descansar», continúa: «Aprended de Mí y 
hallaréis descanso.» ¿Es una repetición inútil? De ningún modo, indica 
que no es sólo andando, o sea, siendo nominalmente cristianos, que 
recibiremos sus beneficios y sus dones, sino aprendiendo de El. Un 
acertado refrán dice: «Dime con quién andas te diré quién eres.» Si 
andamos en la compañía de Jesús, ¿no debiéramos asemejar nuestro 
carácter al de Cristo? 
Notad dos cualidades superiores en esta frase: una de 
actitud (manso) y otra de carácter (humilde de corazón). Alguien puede 
ser manso en ciertos momentos; pero humilde de corazón indica 
mansedumbre constante. La mansedumbre o es falta de energía. Jesús era 
muy enérgico, como lo demostró con los mercaderes del templo, pero no 
había en u corazón rencor ni odio, ni siquiera para aquellos a quienes 
fustigaba. Lo demuestra en su oración en la cruz. Allí se aliaban los 
escribas y fariseos. Cuando no hay rencor, uno puede soportar las malas 
interpretaciones, los insultos y las ofensas sin alterarse, pero la 
mansedumbre debe tener como asiento la humildad de corazón. Hay personas
 que por su cultura no se alteran, pero tampoco son capaces de 
humillarse, no perdonan, no piensan que pueden haberse equivocado. Su 
mansedumbre es humildad aparente; una lección aprendida en la escuela de
 la etiqueta. Esto es orgullo entronizado y barnizado con una capa de 
humildad. 
Por esto Jesús insiste: Si tenéis que andar a mi lado 
como discípulos míos, aprended de Mí, que soy manso y humilde de 
corazón; es decir, humilde, en el fondo, hasta el punto de saber vencer 
el mal con el bien. 
Hacer esto cuesta, se necesita verdadera habilidad y vivir muy cerca del Maestro. 
Pero aprender es intentar. Prueba de imitar a Cristo una 
vez y otra. Si la primera vez no eres capaz, o lo haces mal, repítelo en
 la próxima oportunidad; no te desanimes. Dile «yo quiero aprender de 
ti, estoy unido a ti por la fe...., marcho contigo, ayúdame a hacer las 
cosas como Tú las harías, quiero marchar a tu paso.... 
Haciéndolo así, no solamente tendrás gran descanso en tu 
alma, sino que al fin se cumplirá la preciosa promesa: «Si alguno me 
sirve, sígame, y allí donde yo estuviere, allí estará también mi 
servidor. Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará.» 
ANÉCDOTAS 
LAS MUJERES DE ZULULANDIA 
Ciertos 
pasajeros se extrañaron al observar que las mujeres de Zululandia iban 
por agua y hasta a labrar sus campos llevando un gran bulto atado a sus 
espaldas. Al preguntarles la razón de ello dijeron que en el bulto 
llevaban los utensilios de cocina y cosas más preciosas de su hogar, 
pues el hábito del robo es tan general en el país, que no había 
seguridad alguna en dejarlos en sus humildes cabanas. Todas ellas tenían
 que hacer el mismo sacrificio por la falta de confianza de unas a 
otras. ¡Qué insensatez!, decimos. Pero ¿qué diremos de las naciones que 
sostienen pesadísimas cargas financieras en armamentos por no fiarse 
unas de otras? ¡Ciertamente el pecado hace la vida penosa a la humanidad
 entera! Y el adelanto moderno no ha hecho a los hombres más sabios de 
corazón que los salvajes zulús...! 
EL TRAPERO DE TORTOSA 
Visitando
 la iglesia de Villanueva y Geltrú tuve ocasión de saludar i un creyente
 que me dijo tener solamente dos años de convertido. Al preguntarle cómo
 conoció a Cristo me explicó que siendo trapero en Tortosa encontró en 
una partida de papel viejo dos libros evangélicos, los cuales recogió y 
leyó con avidez, despertando su curiosidad por las doctrinas que había 
leído. Por años no tuvo ningún otro con-.acto con evangélicos. 
La 
capilla de Villanueva está situada en lugar donde había al lado mismo, 
por mucho tiempo, una casa de prostitución, a la que el hombre 
concurrió. Desde allí oyó los cánticos de la iglesia y preguntó qué era 
aquello. Al decirle que se trataba de un culto evangélico, recordando 
las cosas que había leído en los viejos libros, se dirigió 
inmediatamente a la capilla, constatando que, efectivamente allí se 
anunciaba la misma doctrina que tanto había llamado su atención años 
atrás. Cuando salió se dijo a sí mismo. 
—Aquí está la felicidad y la certeza que durante años he venido Buscando. 
"Continué
 asistiendo —me dijo— hasta que encontré a Cristo y ahora bendigo a Dios
 que quiso encaminarme por torcidas veredas al camino recto de 
Jesucristo. 
PARA NO VOLVER A SER POBRE 
Carlos 
Pache fue un joven arruinado sin empleo y sin un centavo. Un día se 
detuvo en la calle para escuchar un culto del Ejército de Salvación. 
Cuando pasó la bandeja de las ofrendas dijo a la joven oficial que le 
invitaba a ofrendar, que no tenía ni un centavo. Entonces ella, sacó un 
dólar de su propio bolsillo y le dijo: 
—Tome 
esto, pero cámbielo inmediatamente y ponga 10 centavos en la bandeja de 
las ofrendas, y de aquí en adelante cuide de dar siempre a Dios la 
décima parte de todo lo que El ponga en su mano, guarde esto como regla 
sagrada toda su vida, y nunca volverá a ser un hombre arruinado. 
A los 
pocos días el joven encontró un empleo y recordando el consejo de la 
muchacha, empezó a dar el diezmo. Algún tiempo después entró a tener 
parte en el negocio. Poco a poco se hizo millonario y su nombre es 
conocido en Inglaterra como el del filántropo que dio a Dios mucho más 
que el diezmo, edificando hospitales y ayudando en muchas formas a 
llevar adelante la obra de Dios. 
LA ENFERMA CRÓNICA DE NIMES 
Es uno 
de los recuerdos de mi más temprana juventud, hace 50 años, el cual he 
presentado muchas veces como ilustración. La persona más feliz que he 
conocido en mi vida fue en Nimes, cuando iba a recibir instrucciones del
 doctor Rubén Dubarry, ex discípulo de Spurgeon, sobre mis estudios para
 el ministerio cristiano. 
En cada 
viaje, me invitaban a visitar a la señorita Soussine y no tenían que 
rogármelo. Era ésta una joven de unos 35 años que padecía de asma, y 
durante años no pudo levantarse de la cama. Incluso por las noches tenía
 que dormir en posición de sentada, apoyada sobre almohadones. Sin 
embargo, su rostro estaba adornado por una celestial sonrisa. Si le 
hablábamos de sus dolencias pronto cambiaba de tema, dirigiéndolo a las 
cosas espirituales. Siempre tenía palabras del Señor en sus labios y 
escuchaba con tanto interés y gozo todo lo que tenía referencia a la 
piedad y a la obra de Dios, que salíamos siempre de aquella habitación 
de enferma con la impresión de haber estado en la compañía de un ser del
 mundo superior. 
TUVO QUE CAMBIAR DE OPINIÓN 
Durante 
una serie de cultos especiales que celebramos en Barcelona para los 
judíos, se interesó y asistió con cierta frecuencia un comerciante judío
 quien me escribió invitándome a acudir a su comercio para hablar 
conmigo. Cuál sería mi desilusión cuando me dijo: 
—Son muy
 interesantes las conferencias que usted está dando sobre el pueblo 
judío, su historia, sus persecuciones y el actual levantamiento de 
Israel; pero quisiera darle un consejo. Usted sacará de los judíos todo 
lo que quiera, pues hay algunos inmensamente ricos y generosos —y empezó
 a contarme detalles de su generosidad para con la sinagoga y sus 
instituciones—, pero por lo mucho que aprecio sus conferencias, quisiera
 darle un consejo: que deje usted de mencionar a Cristo. Esta es la 
condición esencial para ser apreciado por nuestra gente. 
—Usted 
no ha comprendido el objeto de nuestras conferencias —le dije—. No deje 
usted de asistir a las dos últimas que faltan y lo comprenderá. 
El hombre asistió efectivamente, y al final de ellas me dijo: 
—Ahora 
veo por qué no puede usted dejar de mencionar a Cristo. Si es verdad 
todo lo que dice, hay grandes motivos para hablar de El y ponerle en el 
primer lugar en sus mensajes. 
1 Hemos 
incluido este sermón sobre el mismo texto que el sermón XXIII para 
mostrar a los estudiantes de Homilética, como pueden formularse sobre un
 mismo texto dos sermones enteramente diferentes. 
Obsérvese,
 empero que el sermón XXIII es textual-temático, porque analiza un solo 
texto, el 28, y lo hace desde un solo punto de vista el del descanso que
 Jesús da. Todo gira alrededor del tema: "Descanso", mientras que el 
presente es textual-expositivo. Textual, porque comenta el texto 
evangélico, frase por frase, y expositivo porque lo hace, no sobre un 
solo versículo, sino sobre tres: del 28 al 30. No obstante el estudiante
 debe fijarse en la relación que se puede establecer entre los tres 
textos, considerados a la luz de la figura del yugo, que constituye el 
tema de este sermón. 
*** 
SERMÓN XXX 
JOSÉ, FIGURA DE CRISTO 
(Salmo 105 1 al 23) 
La historia de José es, sin duda, la narración histórica 
más amplia y admirable del Antiguo Testamento. El Espíritu Santo trajo 
los acontecimientos para el bien de José y de su pueblo, pero el mismo 
pudo hacer de modo que fuera un tipo del futuro Mesías. Es admirable 
esta semejanza, sabiendo que ocurrió casi dos mil años antes. Ello puede
 ser considerado una prueba tanto de la inspiración de la Biblia como de
 la divinidad de Cristo. Observemos catorce semejanzas entre este 
personaje histórico de la edad patriarcal y nuestro Señor Jesucristo. 
1. Amado de su Padre 
Véase Génesis 37:3-8. Así también Cristo. Dios tiene 
millones de millones de hijos por creación, pero ninguno es la imagen 
perfecta de Dios como lo es el Verbo (Colosenses 1:15). Los ángeles son 
puros y santos, pero Cristo es divino. 
2. Fue a buscar a los hermanos perdidos 
Léase Génesis 37:15. Así Cristo vino en busca de los que 
el misericordiosamente llama hermanos (Hebreos 10:7 y Lucas 9:10). 
¡Cuánto amor rebosa de estos pasajes! 
3Fue aborrecido de sus hermanos 
Aquellos por cuyo bien sufría, le odiaron hasta matarle 
Génesis 37:4 y 5. Compárese con Juan 1:12 y 15:25). ¡Cuánta ingratitud! 
Puede ilustrarse con «El error del cazador alpino.) 
4. Odiados por anunciar su grandeza futura 
Era la pura verdad, que un día tuvo que ser reconocida 
(Génesis 35:9), pero prevaleció la incredulidad por parte de los que les
 veían en su estado humilde (Mateo 26:64). 
5. Ambos fueron vendidos 
(Compárese Génesis 37:23-28 con Mateo 26:15). ¿Para qué 
en el caso de Cristo? Parece una insensatez de parte de sus enemigos, 
pues podían prenderle fácilmente sin tal recurso. Jesús mismo se lo 
reprocha. Hay dos razones: Una humana y astuta: «Para que no se haga 
alboroto en el pueblo»; y otra divina y confirmadora de la fe: «Para que
 se cumpliera la Escritura.» Ciertamente estaba profetizado que debería 
sufrir el dolor de la traición, era una parte de su tragedia moral. 
¡Cuánto dolor moral sufriría José! ¡Por treinta piezas miserables, se 
diría, cuando en casa hay millares! Compárese con el dolor de Jesús para
 con Judas. ¿Do qué le ha de servir al desgraciado? Era la dolorosa 
reacción del Salvador que le hace exclamar: «Más le valdría al tal 
hombre no haber nacido.» ¿Será éste el doloroso sentir de Cristo acerca 
de ti? Tendrá que condenarte, amándote incluso, si hoy rechazas su 
salvación. 
6. Ambos fueron tentados para poder compadecerse de los que son tentados 
José, a los quince años, antes de ser vendido, ignoraba 
lo que era la tentación y por ello podía juzgar muy severamente a sus 
hermanos por las debilidades carnales, que extrañamente tenemos narradas
 en Génesis 34 y 38. Pero pudo sentir la malicia de Satán y lo atractivo
 del pecado, al pasar por la tentación, de la que salió triunfante. Así 
Cristo, como Dios, conocía la teoría de las tentaciones humanas; pero 
quiso pasarlas personalmente. Ahora es un Salvador apto para comprender y
 perdonar a los arrepentidos. 
7. Ambos fueron condenados injustamente y no se defendieron 
¿Cómo es que José no se defendió de la vil calumnia? 
¿Pensaba que sería inútil porque Potifar creería más a su adúltera 
esposa que a un esclavo forastero?. Es posible, pero bastante raro, pues
 el instinto de defensa está en el corazón, en la boca de todo acusado 
injustamente. Lo más probable es que prefiriese sufrir antes que traer 
desconcierto en el hogar y en el corazón de su señor que tan bien le 
había tratado. Pero hay otra razón oculta: Sufrió callando porque debía 
parecerse al Cordero de Dios, de quien era tipo. Cristo, prefirió sufrir
 para evitarnos la desgracia del infierno. Es muy difícil sufrir 
callando. Si alguien lo duda que haga la prueba, pero Cristo lo hizo por
 nosotros. No quiso inspirar compasión a sus verdugos, ni trató de 
infundirles temor para que le atormentaran menos, sino que prefirió 
agotar la copa de maldición porque era necesario por amor de nosotros. (Véase anécdota La niña hugonote en el serón. ) El amor la hizo aguantar. 
8. Ambos fueron reconocidos justos por los ejecutores de su injusta sentencia. 
José, por el carcelero; Cristo, por Pilato y el centurión. 
9. Anunciaron mensajes de vida y de muerte a otros encarcelados durante el tiempo de su humillación. 
Compárese la interpretación del sueño del copero y el 
madero con Isaías 61:1. La profecía había llamado a la muerde Cristo 
encarcelamiento (Isaías 53:8). Ciertamente, una existencia como la de 
los seres humanos, con el fin inevitable de la muerte, había de parecer 
un encarcelamiento a los celestiales, que veían a Cristo, el Verbo 
Divino, en semejante condición. 
10. Ambos fueron extraordinariamente exaltados. 
Compárese Génesis 41:49-44 con Filipenses 2:8-11. El 
premio de su humillación fue mayor gloria. La importancia de este mundo 
en el Universo no es por ser la quinta estrella del sistema planetario 
del sol, o la más adelantada del sistema en cuanto a desarrollo 
geofísico y posibilidades para la vida, sino porque fue el escenario de 
la encarnación y muerte redentora del Verbo unigénito de Dios. Nótese la
 expresión del versículo 10: Arriba en la tierra y debajo de la tierra. 
Los antiguos pensaban que el interior de la tierra era habitación de 
espíritus de los fallecidos: pero nosotros sabemos que el Universo 
estelar está por arriba y por debajo. La expresión Toda lengua confiese 
que Jesucristo es el Señor es extraordinaria. Hoy todavía existen muchas
 lenguas que no le reconocen ni le confiesan. ¿Lo reconoces tú? Es mucho
 mejor reconocerlo ahora y confesarlo ahora, que tener que hacerlo 
entonces por la fuerza. 
11. Proveen a la necesidad de los suyos 
Cristo quiso hacerse hermano nuestro según la carne 
(Hebreos 2:10-13) para poder salvarnos, más que del hambre física, de la
 condenación eterna. (Hebreos 2:14-15). Cristo nos ha salvado del hambre
 espiritual que está padeciendo el mundo por su culpa, ya que no «con 
sólo pan vivirá el hombre» (Lucas 4:4). Cristo nos trajo abundante 
Palabra de Dios mediante la cual nuestra alma recibe vida. 
12. Ambos perdonan generosamente a los culpables 
¡Cuan emotivo es el relato de Génesis 45! ¿Y qué diremos 
del Evangelio desde que Jesús empezó su ministerio con el mensaje de 
Marcos 1:14-15? 
13. Ambos prueban a sus hermanos, antes de ensalzarlos 
Es muy sabio el procedimiento por más que nos duele. Lo 
reconocemos en el caso de José porque podemos ver el plan terminado, 
pero así será también con nosotros. Notemos los objetivos de la prueba: 
a) Quiso hacerles sentir su pecado.  Asegurarse de 
que lo reconocían y estaban arrepentidos. ¿No es esto lo que hace hoy 
nuestro Señor? (Véase Marcos 1:15; Lucas 13:5.) Dios no puede perdonar a
 un corazón no arrepentido (Véase anécdota Cómo perdió el perdón.) 
b) Quiso probar y desarrollar su amor al Padre por medio de pruebas muy ingeniosas .
 Al pedirles a Benjamín y pretender retenerlo, cuando les oía murmurar 
en su lengua: El pobre padre, ¿qué dirá? ¿Qué aflicción le causaremos?» 
José se regocijaba. El discurso de Judá, con motivo de la copa hallada 
en el costal de Benjamín, le dejó convencido y conmovido, por esto les 
perdonó y ensalzó. Cristo nos prueba también. Cuando oye a las personas 
decir: «Primero morir que ofender a Dios», ve que su victoria moral es 
competa en tal alma; puede entonces glorificarla. 
c) Quiso probar su codicia al devolverles el dinero .
 «El amor al dinero es la raíz de todos los males.» Dios nos prueba 
también para ver si somos buenos mayordomos. Quiere saber si le robamos o
 le devolvemos con amor lo que nos da, y de derecho le pertenece 
(Malaquías 3:9 y 10). 
d) Finalmente les prueba en cuanto a su amor material .
 En el banquete, aumentando la parte de Benjamín; luego poniendo la copa
 en su costal. Aun después de haberse manifestado a ellos, teme en 
cuanto a la medida de su fraternidad. «Ni riñáis por el camino», les 
dice. Sabía quizá que esta era su costumbre cuando andaban juntos. 
Cristo nos hace la misma recomendación en Juan 15:17, como hermanos 
suyos, amados, que vamos al cielo, pues sabe que aun hay peligro de que 
riñamos en el camino por innumerables fruslerías. 
3. José trajo a sus hermanos al país de su gloria 
Compárese con Juan 14:1-3 y 17:24. Para esto tuvieron que
 decidirse a dejar su antigua tierra y emprender como peregrinos el 
viaje a Egipto. Antes ya lo eran viviendo en tiendas, pero ahora sabían a
 donde iban y lo que les esperaba, porque su precursor había pasado 
delante en los días de su humillación y ahora era poderoso. ¿No es este 
exactamente nuestro caso? ¡Gloria a Dios! Aunque el país de la muerte os
 es desconocido, no lo es el Señor de la muerte. (Apocalipsis 1:18), 
sino que es nuestro Amigo, nuestro Hermano y nuestro amante Salvador. 
ANÉCDOTAS 
LA NIÑA HUGONOTE EN EL SERÓN 
Durante 
la persecución de los hugonotes en Francia, cuando estaba prohibida la 
emigración desde dicho país, una niña hugonote fue confiada a unos 
parientes que tenían libertad para viajar, con el fin de que la llevaran
 a Inglaterra. Con tal objeto, la niña fue metida dentro de un serón 
como si se tratara de una mercancía vulgar. Al pasar el registro en la 
frontera los soldados franceses, para evitarse el abrir todos los 
bultos, los pincharon con sus espadas. Aterrorizados los portadores de 
la comprometedora mercancía vieron cómo la espada se clavaba en el serón
 que contenía la niña, temiendo, no solamente por la vida de la niña, 
sino también que ésta les comprometiera con un grito. Cuando 
apresuradamente se alejaron del lugar de la inspección y abrieron el 
serón, pudieron ver que la niña había sido herida en el muslo, 
penetrando la espada varios centímetros dentro de la carne. 
—¿Cómo fue que no gritaste? —le dijeron. 
—El amor me hizo aguantar —declaró la niña— El amor a vosotros, a mis padres y al Señor Jesús. 
COMO PERDIÓ EL PERDÓN 
Se 
cuenta de cierto hombre que había sido condenado a muerte, a quien un 
amigo influyente visitó personalmente en la cárcel, pues eran antiguos 
conocidos, llevándole una carta de indulto, que pudo obtener del 
gobernador de su Estado con grandes esfuerzos. 
Sin embargo, deseando asegurarse de la disposición en que se hallaba el reo para merecer su generosa oferta, le preguntó: 
—Si fueras indultado y te vieras libre, ¿qué harías? —El hombre, mirando a su amigo con una expresión de odio, exclamó: 
—Lo primero que haría sería ir a asesinar al juez que me condenó y a Mr. X que declaró en mi contra en el juicio. 
Apenado 
el amigo por esta respuesta, habló poco más con él y al salir de la 
cárcel rompió el indulto que llevaba en su bolsillo. El hombre se había 
hecho a sí mismo indigno del perdón. 
Así sucede con muchos pecadores endurecidos por el pecado. 
ÍNDICE DE ASUNTOS Y TEXTUAL 
DEL VOLUMEN I 
I. NAVIDAD Y AÑO NUEVO 
La gran noticia (Lucas 2:10-11) 
Pobre siendo rico (2.a Corintios 8:9) 
Cosas diarias (Salmo 88:9) 
La vida es un viaje (Hebreos 11:1-19) 
II. SEMANA SANTA Y PASCUA 
Las siete palabras de Jesús (Lucas 23:34, etc.) 
¿Qué, pues, haré de Jesús? (Mateo 27-22) 
La resurrección del Señor (1.a Corintios 15:1-22) 
El camino de la fe (Lucas 24:13-40) 
III. MATRIMONIO 
Felicidad en el matrimonio (Génesis 2:15-24) 
Significado del amor (1.a Corintios 13:4-8) 
La esposa de Isaac, figura de la Iglesia (Génesis 24:34-38; Efesios 5:22) 
IV. RETIROS PASTORALES Y CONVENCIONES 
El motor del ministerio cristiano (2.a Corintios 5:14) 
La verdadera grandeza (Lucas 1:13-17) 
Discípulos de Cristo (Lucas 14:26-35) 
El señorío de Cristo (Juan 21) 
V. VACACIONES 
El reposo de los santos (Hebreos 3:12-14) 
Aspiraciones cumplidas (Jeremías 29:11) 
VI. FIESTA DE LA RAZA 
El gran descubrimiento del apóstol Juan (Juan 3:1-4) 
VII. MEMORIALES Y ENTIERROS 
La victoria del cristiano (1.a Corintios 15:50-57) 
El cántico triunfal del luchador (2.a Timoteo 4:6-8) 
Los dos paraísos (Génesis 2:8-18 y Apocalipsis 21:1-22:6) 
VIII. EVANGELIZACION 
La existencia y valor del alma (Salmo 8:4) 
La invitación sin igual (Mateo 11:28-30) 
Cambio de filas (1.a Crónicas 12:16-18) 
El buen pastor (Lucas 15:1-7) 
Los cinco «sí» condicionales de Cristo (Juan 8:30-59) 
Ciudades de refugio (Deuteronomio 19:1-10) 
IX. DEVOCIONALES 
Tarjeta de identidad celestial (Apocalipsis 2:17) 
La parábola del arado (Mateo 11:25-30) 
José, figura de Cristo (Salmo 105:1-23)