PULPITO CRISTIANO
Samuel Vila
INTRODUCCION
Después de haberse agotado la 3.a edición del libro
SERMONES ESCOGIDOS, del pastor Samuel Vila, nos complacemos en dar a luz
este segundo volumen para ayudar, con más variedad de temas, a los
obreros del Señor, profesionales y voluntarios, que han venido
utilizándolos con gran provecho y complacencia de parte de sus
auditorios, como algunos han tenido la franqueza de declararnos de
palabra y por carta.
Cómo ha sido usado el primer volumen de esta serie.
Muchos nos dicen que han hallado en SERMONES ESCOGIDOS el
plan para un sermón cambiando mucho de su contenido; otros han
utilizado párrafos, pensamientos y anécdotas para un sermón propio con
otro plan; otros los han usado casi intactos después de leerlos
detenidamente. Pero todos declaran lo muy útil que les ha sido aquel
pequeño arsenal de ideas para el pulpito; y expresan su deseo de que el
veterano predicador doctor Vila, saque más material de su archivo de
tantos años en el servicio del Señor y lo ponga a disposición de sus
colegas en el ministerio a ambos lados del Océano.
PULPITO CRISTIANO es el cumplimiento de esta sugerencia; y
lo es, creemos, de un modo superlativo. En SERMONES ESCOGIDOS hay mucho
material: pero no también trabajado como en el presente volumen.
Como explicábamos en el Prólogo, aquellos fueron sermones
de tiempos difíciles en España, preparados apresuradamente para ser
dados a los predicadores improvisados que se reunían por las casas. Lo
que necesitaban aquellos, entonces, eran ideas; muchas ideas, más que
modelos de elocuencia, que entonces habría sido difícil adaptar o
imitar, y que tampoco eran propios de semejante predicación casera.
Características de la presente colección:
Los presentes son más sermones de pulpito. Están mejor
elaborados, la mayoría de ellos; no sólo en ideas, sino en expresión. Al
revisarlos para ser puestos en este libro, el autor ha tenido en cuenta
el capítulo XII, recientemente añadido, a la sexta edición de su libro
Manual de Homilética; y también las necesidades de este tiempo moderno,
con el formidable avance de la cultura mediante los nuevos medios de
comunicación y enseñanza. No solamente es necesario decir buenas cosas a
los oyentes de nuestros días, sino que hay que decirlas bien.
Esto ha inducido al autor a dar más extensión material a
los presentes sermones, limitando un tanto la exhuberancia de ideas que
aparece en el volumen anterior. Treinta sermones ocupan casi igual
espacio que cincuenta en aquél; pero no significa que sean más largos,
sino que algunos son expresados con más detalle, palabra por palabra;
especialmente en su primera parte, dejando a la iniciativa e inspiración
del predicador la aplicación de sus enseñanzas en la parte final, con
breves indicaciones al respecto.
El autor ha sido siempre enemigo de la elocuencia
rebuscada, consistente más en palabras que en ideas, y sabe que el mayor
peligro para los predicadores noveles es que, procurando hacerse
elocuentes, multiplican de tal modo las bellas frases, a veces sin mucho
tino, al principio del sermón, que no les queda tiempo luego para
sustanciosas enseñanzas y aplicaciones prácticas, especialmente cuando
el bosquejo carece de un plan lógico y ordenado.
En los presentes sermones no sólo hay el plan para cada
sermón, sino la expresión del mismo, palabra por palabra en la parte más
difícil del mensaje. Puede ser, pues, el presente volumen, un modelo
útil para jóvenes que empiezan a lanzarse al difícil arte de la
predicación, mostrándoles cómo pueden decirse las cosas de un modo claro
y concreto. Cómo deben evitarse adjetivos inútiles; así como
fastidiosas repeticiones de la misma palabra en un párrafo, cuando
existen en nuestro riquísimo castellano infinidad de seudónimos que
pueden expresar la misma idea con igual o mejor precisión. Sin caer en
la petulancia de usar palabras que no son de uso común, y serían un
enigma para la mayoría de oyentes.
Por esto nos permitimos recomendar a los señores
directores de institutos bíblicos y seminarios que han adoptado para sus
clases de homilética el Manual de Homilética del Dr. Vila, no dejen de
poner en manos de cada uno de sus alumnos un ejemplar del presente
volumen de sermones como guía práctica y ejemplo de las reglas y
consejos que en el Manual se encuentran, particularmente en los
capítulos XII al XV.
Peculiaridades de algunos sermones:
La forma, empero, nunca es lo más importante en los
sermones evangélicos, sino el contenido, el mensaje espiritual, y en
este terreno creemos que no quedarán defraudados nuestros lectores que
han venido utilizando SERMONES ESCOGIDOS del pastor Vila, pues el
contenido de los presentes es abundante y en algunos casos bastante
original. Por ejemplo, en la parte que podríamos llamar «La Navidad
vista desde arriba», del sermón «Pobre siendo rico»; la actitud de Pablo
ante la vida y la muerte en «La victoria del cristiano», o las
inferencias que se desprenden sin excesiva imaginación de la narración
bíblica atentamente considerada, en mensajes como «Aspiraciones
cumplidas», «El camino de la fe», «Las siete miradas de Jesús»,
«Euticho», «Rosita de Jerusalén», y «Espejo de espejos».
En aquellos sermones en que el autor roza con temas de
diversa concepción entre predicadores de tendencia modernista o
fundamentalista; presenta su punto de vista, de interpretación literal
de la Biblia, con interesantes sugerencias en su apoyo: como las
referentes al Edén en el sermón «Felicidad en el matrimonio» o la de una
posible superior radioactividad bajo divino impulso durante las épocas
creativas, en el sermón de vacaciones «El reposo de los santos».
Para mayor facilidad de los predicadores esta colección
aparece dividida por asuntos, igual que en SERMONES ESCOGIDOS, pero el
presente volumen los contiene para ocasiones especiales que no aparecen
en aquél, como bodas, cultos fúnebres, retiros, vacaciones, etc.
Cómo usar con eficacia un libro de sermones:
Nuestra más encarecida recomendación a los usuarios de
estos sermones es que no se limiten a leerlos. Predicar no es proceder a
la lectura de un artículo literario, sino poner en contacto el corazón y
el alma del que habla con el corazón de los que escuchan. Para predicar
bien el sermón de otro predicador es necesario haberlo puesto primero
en el propio corazón. El mejor método es leer el sermón varias veces
buscando y releyendo cada vez en la Biblia las citas que en el mismo se
dan. Leerlo con suma atención, hasta que resulten claros en la propia
mente todos sus argumentos, exhortaciones y ejemplos, de modo que sea
fácil manejarlos y pasar de uno a otro variando las palabras, o sea
explicar lo mismo con palabras propias, sin perder el hilo de la
exposición.
Nos permitimos aconsejar a los predicadores que van a
usar alguno de estos sermones, poner un pequeño número tras de aquellas
frases que despierten en ellos alguna nueva idea para aclarar o
enfatizar la del autor. Luego, en papel aparte, escribir el mismo número
y redactar a continuación aquellos pensamientos propios originados por
la lectura del sermón. Los que disponen de mucho tiempo harían bien en
copiar el texto entero, añadiéndole aquellos párrafos en los lugares
respectivos. De este modo les sería más fácil ver si las ideas propias
corresponden bien con el mensaje; si son una ayuda aclaratoria, o rompen
el hilo del discurso; y tendrían menos dificultad, al llegar a tales
aportaciones personales cuando dieran el sermón desde el pulpito.
Procuren, empero, que estas nuevas frases no sean una
mera repetición de lo que ya dice el texto impreso, sino una verdadera
aclaración o ampliación, bien relacionada con el mensaje original. Y,
sobre todo, que no sean tan largas que rompan el hilo del argumento
hasta el punto que les sea luego difícil volver a encontrarlo.
Por otra parte, procuren leer los párrafos del sermón
original con tal entonación y tal énfasis, que el público no se dé
cuenta de que están leyendo. Para ello es necesario haber leído el texto
un número de veces proporcional, en relación inversa, a la facilidad
que tengan para la lectura. A los predicadores que tienen buena memoria y
poca facilidad para leer, les recomendamos no llevar el libro al
pulpito, sino solamente algunas notas con los puntos principales en
letra bien grande y clara. En cambio, los que tienen gran facilidad en
la lectura, pueden dar el mensaje de un modo más breve, completo y
correcto, llevando el libro al pulpito para leerlo con el énfasis y el
tono propio de la predicación.
Unos y otros, y sobre todo estos últimos, deben dar
lugar, empero, a ideas y hasta anécdotas improvisadas, que la exposición
del mensaje les sugiera en el mismo pulpito. Aun aquellos que hayan
tenido tiempo para escribir pensamientos propios puedan sentir la
necesidad de añadir alguna frase que no llevan escrita. Tengan en cuenta
que han subido al pulpito a explicar un mensaje de la Palabra de Dios,
no a leer un texto literario, y a poner en el corazón de otros lo que ha
hecho bien a su propio corazón.
No existe el predicador absolutamente original:
No tengan reparo alguno, los hermanos predicadores, ante
la eventualidad de que alguien entre sus oyentes (desgraciadamente no
muchos dada la poca afición que existe en estos tiempos por la lectura)
descubra el origen de su mensaje por hallarse en posesión de un ejemplar
de PULPITO CRISTIANO. Recuerden que no hay ningún predicador ni
escritor que pueda vanagloriarse de ser enteramente original. El autor
de este libro nunca se ha avergonzado de declarar, a veces desde el
mismo pulpito, las fuentes de su predicación, citando los nombres de
Spurgeon, Adolfo Monod, Godet, Vinet, Meyer, Campbell Morgan, Henry
Matthews, etc., del mismo modo que estos autores eran, sin duda,
deudores a otros de una buena parte de sus más excelentes ideas.
Si el predicador ha predicado de veras, y no meramente
leído monótonamente desde el pulpito cualquiera de estos mensajes, el
oyente a quien haya hecho bien antes su lectura apreciará y agradecerá,
si es un cristiano fervoroso, que el predicador lo haya puesto al
alcance de otros asistentes que lo desconocían; y el mismo se sentirá
edificado de nuevo por la comunicación espiritual del orador. ¿Por
ventura no venimos oyendo las mismas cosas, las mismas ideas y hasta las
mismas frases en los cultos, desde que nos convertimos? Sin embargo,
nos edifican de nuevo, mediante la comunión espiritual con nuestros
hermanos, cada vez que acudimos a la casa del Señor.
En muchas ocasiones el propio autor ha tomado consigo un
ejemplar de SERMONES ESCOGIDOS que desde hace 23 años se está vendiendo
en España, y ha ido a predicar uno de sus temas en algún pulpito,
añadiendo, empero, aportaciones improvisadas, incluso nuevas anécdotas, y
poniendo tal énfasis en su elocución, que algunos oyentes que habían ya
leído el mismo sermón, han venido a decirle que les pareció un nuevo
discurso, y el bien espiritual que les había hecho escucharlo de sus
propios labios.
Para solitarios y enfermos:
Pulpito cristiano es, no sólo un buen auxiliar para
predicadores, sino un predicador real y efectivo para creyentes aislados
y enfermos que necesitan como nadie alimento espiritual.
Afortunadamente existe hoy día para los tales la predicación por la
radio. Pero su carácter general, necesariamente adecuado a muy
diferentes clases de público de la calle, y la brevedad impuesta por las
emisoras, no permite que sean verdaderos sermones, exponiendo de un
modo completo y extenso, la consideración de un tema o pasaje bíblico.
En cambio, la lectura atenta, en la presencia del Señor, de uno de estos
sermones, acompañada de oración y de algún cántico, cuando es posible,
puede significar un banquete espiritual para cualquier enfermo o
creyente solitario imposibilitado de asistir a cultos públicos.
El obsequio a los tales de un ejemplar de este libro o
bien de MEDITACIONES DIARIAS, EL ÁNGEL DE LA BONDAD, CERCA DE DIOS u
otros volúmenes devocionales, puede serles un regalo más útil y más
apreciado que cualquier otro objeto material. Es cierto que los mejores
libros, incluyendo el presente, no pueden sustituir, de un modo
completo, la bendición del contacto espiritual con otros hermanos que
provee el culto público; pero sí, buena enseñanza e inspiración. Con la
ventaja de poder elegir el propio receptor, el tema y la hora del
espiritual festín.
Futuros proyectos:
La presente colección bajo el título de PULPITO
CRISTIANO, se publica en dos volúmenes, conteniendo treinta sermones
cada uno; pero no significa la supresión de la colección anterior, de
cincuenta mensajes más resumidos, ya que, suponemos que muchos
predicadores, sobre todo los noveles, querrán estar en posesión de
aquélla también. El autor tiene ya seleccionados, pero no redactados en
toda su amplitud, una buena cantidad de bosquejos de su extenso archivo,
de unos 3.000, que ha venido juntando desde el año 1917. Esperamos,
pues, la publicación de otras colecciones en años sucesivos, si Dios
tiene a bien prolongar su vida y sus fuerzas físicas e intelectuales
como hasta el presente.
***
SERMÓN I
LA GRAN NOTICIA
(Lucas 2:10-11)
El hombre ha sido siempre un ser ávido de noticias. «Oír y decir una cosa nueva»
(Hechos 17:21) era ya ocupación preferida de los atenienses en tiempos
de San Pablo. Se da como principal razón de este hecho el que el hombre
es un ser por naturaleza curioso y, por lo general, insatisfecho;
siempre espera algo nuevo que venga a favorecerle o a mejorar su
condición, aunque muchas veces ocurre lo contrario.
Hay nuevas buenas y malas, esperadas e inesperadas, y
algunas, con ser muy esperadas, su negada sorprende a quien más las
anhela. Tal fue el caso del aviso que dio la joven Rodé a los discípulos
que estaban orando en favor de San Pedro, y del mismo carácter fue la
que los ángeles dieron a los pastores en Belén. Aunque indudablemente la
esperaban, si eran judíos piadosos (véase Lucas 2:25 y 38), les
sorprendió de tal manera que no podían creer lo que veían. ¡Tan grande
era la noticia!
Notemos siete motivos de grandeza en esta gran noticia:
1. Es grande por la forma como fue proclamada
Las grandes noticias suelen ser anunciadas de un modo
adecuado a su importancia. Por radio, prensa, carteles, etcétera. Pero
la noticia más trascendental para la raza humana hubiera quedado
ignorada de no haberse abierto los cielos para proclamarla a los
pastores de Belén. Si la tierra no hacía caso del magno suceso en los
cielos tenía muchísima importancia. El Verbo de Dios vistiendo carne
humana, hecho semejante a los hombres, era una maravilla del amor
divino. Razón tenía San Pedro para declarar que los propósitos de Dios
para con los creyentes causan la admiración de los mismos ángeles (1.a
Pedro 1:12). Únicamente los que se hallan al otro lado de lo tangible y
transitorio pueden apreciar las cosas en su verdadero valor, porque lo
ven todo a la luz de la eternidad. ¿Apreciamos nosotros lo que aprecian
los ángeles?
2. Por su carácter personal
La mayor parte de las noticias en que nos interesamos no
nos afectan absolutamente y las olvidamos casi tan pronto como vemos
satisfecha nuestra curiosidad. Pero ésta tiene un carácter personal, lo
mismo para los pastores que la oyeron por primera vez como para
cualquier otro que pueda oírla a través de los siglos: «Os ha nacido.»
De cualquier otra persona se diría simplemente: «Ha nacido.» La razón
es que nadie ha nacido en favor de otros como Cristo nació. ¿Puedes
decir que Cristo nació para ti? ¡Qué feliz el alma que al recordar en
esta Navidad el glorioso natalicio pueda decir: En Belén de Judea me
nació hace veinte siglos un Salvador! (Véase anécdota El don de la
Navidad.)
3. Por ser el cumplimiento de una gran promesa
A ella se refiere la frase «en la ciudad de David». Dios
nunca olvida lo que promete. Había prometido un Rey a Israel del linaje
de David (Isaías 11:1 quien tenía que ser al propio tiempo Redentor
(comp. Isaías 52:13 con el contexto que sigue cap. 53). ¡Y cuan
admirablemente se cumplió en la venida, vida y muerte de Jesús! El
cumplimiento de las palabras de Dios en el pasado y en el presente con
respecto al pueblo elegido, Israel, es una garantía de que cumplirá todo
lo que nos ha prometido en Jesucristo. La actual tragedia de los judíos
(Zacarías 13:8, 9, y Lucas 21:24) es un gran motivo de confianza para
el pueblo cristiano. (Véase anécdota Una tajante demostración.)
4. Por la persona a que se refiere
Los pastores esperaban un gran Mesías, pero no tan grande
como les fue anunciado «Cristo el Señor» ungido y Rey, mas no de
Israel, sino del mundo y del universo entero. ¡Cómo tenía que admirarles
el contraste entre la proclamación del ángel y la humilde realidad del
pesebre. Cristo el Señor entre las pajas; no en una morada, la más
humilde, de los seres humanos, sino en habitación de bestias. Bien había
dicho el profeta: «Despreciado y desechado entre los hombres»
(Isaías 53: 3). Pero su grandeza era de derecho propio y no consistía en
exterioridades. Sólo ésta es verdadera grandeza. (Véase anécdota El
brahmán y Stanley Jones.)
Su grandeza moral resalta más porque siendo Señor se hizo
siervo por amor a nosotros; siendo grande se hizo humilde para
elevarnos a su grandeza.
5. Por la razón de su venida
«Os ha nacido un Salvador»; no un Maestro o
ejemplo como algunos pretenden. Este es el título mayor de sus blasones,
el más alto de sus oficios, la más elevada de sus prerrogativas. La
misión de Cristo habría sido muy pobre, al lado de lo que es, si
solamente hubiese venido a darnos buenos consejos. El mundo había tenido
ya grandes consejeros, pero nunca había tenido un Salvador. Buda,
Confucio, Sócrates y Platón habían dicho todo lo mejor que los hombres
pueden decir y oír; pero ninguno había afirmado: «Venid a mí todos los trabajados y cargados, que yo os haré descansar.» «Yo les doy vida eterna», «El que cree en Mí, aunque esté muerto vivirá»,
y esto es precisamente lo que necesitaba el mundo: un Salvador
dispuesto a redimir, a ponerse en lugar de los pecadores; un Salvador
para levantar al más caído infundiéndole una nueva vida. No un gran
ideal, sino un gran poder. Ningún hombre ha sido librado de sus pecados
invocando a los grandes maestros de la Humanidad, pero millones lo han
sido invocando el sagrado nombre de Jesús; dirigiéndose a Dios por su
mediación. Bien dijeron los apóstoles ante el enfurecido Sanedrín: «En ningún otro hay salvación porque no hay otro nombre debajo del cielo dado a los hombres en quien podamos ser salvos.»
6. Por el sentimiento destinado a producir
«Nuevas de gran gozo.» Gozo causan ciertas noticias muy
anheladas. Una amnistía, la terminación de una guerra, etcétera; pero no
hay gozo como el que produce en el alma la buena nueva del amor de Dios
revelado en el pesebre de Belén. No existe noticia mejor. Por esto el
gozo más alto y más sublime es la característica de todo cristianismo
genuino (Filipenses 4:4). Una fe sin gozo es una fe muerta o enfermiza.
Hay que buscar la causa de la falta de gozo en el alma cristiana y
repararla sin tardanza, porque «el gozo del Señor es nuestra fortaleza»,
a la vez que una ocasión de testimonio y de honra para la fe que
profesamos. La santidad no consiste en caras largas. No hay nada malo en
el gozo de la Navidad, pero que sea por el verdadero motivo. Esdras y
Pablo dicen: «gozaos» (Nehemías 8:10; Filipenses 4:4). (Véanse anécdotas
La razón de Hayan y Murió sonriendo.)
7. Por su dilatado alcance
«Que será para todo el pueblo.» El gozo de la Navidad no
era solamente para los privilegiados que recibieron la revelación
directa de Dios, sino para todo el pueblo. Toda noticia que afecta de
algún modo a muchos se hace importante tan sólo por este motivo, sobre
todo cuando es gozo y alegría lo destinado a producir en esos muchos. La
salvación de Dios es la mejor de las noticias y es para el mayor número
de seres humanos.
Pero para que todos puedan alegrarse es necesario que
todos la conozcan. Parece que la advertencia del ángel fue bien
comprendida por los pastores, los cuales empezaron a divulgar la buena
nueva (vers. 20) atrayendo sin duda otros adoradores al pesebre y otros
favorecedores de la sagrada familia, la que quizá por esta razón no
hallamos ya en el miserable establo cuando la visita de los Magos.
Seguramente éstos no harían menos dentro de su medio en
la lejana patria. Es bien posible que su testimonio coadyuvó al triunfo
del Evangelio entre los partos y medos que se mencionan el día de
Pentecostés (Hechos 2:9), y a que la extensión de la buena nueva en
Oriente adquiriera tal importancia que reclamara en pocos años la
presencia del propio apóstol San Pedro (1.a Pedro 5:13).
La gran nueva ha llegado también a nosotros por la
misericordia de Dios. ¿Le hemos dado la importancia que se merece? ¿La
hemos recibido para vida eterna y la estamos divulgando a otros? Hoy el
hecho de la Navidad no es ninguna noticia, pero el significado sí.
Seamos continuadores de la gloriosa misión que iniciaron los ángeles en
Belén.
ANÉCDOTAS
EL DON DE LA NAVIDAD
Un amigo
interesado en la salvación de otra persona, le envió por correo una
Biblia, que le llegó precisamente el mismo día de Navidad.
El primer texto que sus ojos leyeron fue: "Llamarás su nombre Jesús, porque El salvará a su pueblo de sus pecados."
Unas horas más tarde, llamaba por teléfono a su amigo y le comunicaba:
—Mi querido amigo, he recibido el don de la Navidad.
—¡Ah, me alegro de que no se haya perdido! Con tanta aglomeración de paquetes, tenía miedo —contestó el otro.
—No, mí querido amigo. Te he dicho que he recibido el don de la Navidad, es decir, a Jesús en mi corazón.
UNA DEMOSTRACIÓN TAJANTE
El satírico rey Federico I, amigo de Voltaire, preguntó en cierta ocasión al pastor que hacía las veces de capellán en su corte:
—Quisiera
una demostración clara y contundente de que Dios es Dios y la Biblia es
su Palabra, pero la quiero concisa y contundente; ya sabes que soy
hombre de pocas palabras.
—Si Su Majestad lo permite, se la daré en una sola palabra.
—¡Bravo! —dijo el rey irónicamente—. Di esta palabra.
—Los judíos —fue la respuesta del pastor.
El rey, que conocía bien la historia de este pueblo, se alejó meditabundo.
EL BRAHMÁN Y STANLEY JONES
Cuenta el doctor Stanley Jones:
"En
cierta ocasión, mientras esperaba un tren en la India, preguntó a un
caballero indio si tomaría el tren que estaba por llegar. Contestó que
no, porque tan sólo había en él coches de tercera clase. Le dije que yo
lo tomaría.
—Claro
—replicó—. Usted puede hacerlo porque es un cristiano. Si viaja en
primera clase eso no lo exalta, y si va en tercera no lo degrada. Usted
está por encima de estas distinciones, pero yo tengo que respetarlas,
pues soy un brahmán.
"Si
hubiera podido dar rienda suelta a mis impulsos —continúa el doctor
Jones— habría danzado en el andén. La primera clase no exalta, la
tercera no humilla, la alegría no nos hace perder la cabeza, ni la pena
nos destroza el corazón, cuando somos verdaderamente cristianos y no
vivimos de apariencias."
LA RAZÓN DE HADYN
Alguien preguntó a Hadyn por qué oía siempre tan alegre su música religiosa.
—Es que
cuando me pongo a pensar —explicó el célebre músico— en lo que Dios es,
lo que ha hecho y lo que se propone hacer con sus redimidos,
incluyéndome a mí mismo, no puedo menos que ponerme alegre, y la alegría
del corazón salta a las notas.
MURIÓ SONRIENDO
Una
agraciada niña de 16 años, que había sido convertida del mahometismo y
vivía una magnífica vida cristiana ante sus padres, enfermó y murió.
Algún tiempo después, la madre vino a la casa de los misioneros y les
preguntó qué medicina extraña habían dado a su hija.
La misionera respondió un poco asustada de que la culparan de su muerte:
—No, no le dimos nada.
— ¡Oh, sí! —Insistió la madre—. Nuestra hija murió sonriendo. La gente de nuestra religión no muere de esta manera
***
SERMÓN II
POBRE SIENDO RICO
(2a Corintios 8:9)
Desde que la humanidad empezó a esparcirse sobre la
tierra, quedó establecida la gran controversia entre pobres y ricos, los
que tienen menos envidiando a los que tienen más; éstos despreciando
muchas veces y explotando a los pobres con el fin de ser más ricos.
Y en el ir y venir de la vida y de las generaciones ha
ocurrido, en el terreno social, alguna de estas tres cosas: pobres que
se han hecho ricos por haberles favorecido rápidamente la fortuna; ricos
que han caído en la pobreza por razones inversas, y también ricos que
han ayudado a personas pobres a subir de nivel social. Pero nunca se ha
dado, en el terreno humano, el suceso que se expresa en nuestro texto:
Un rico hacerse pobre voluntariamente para enriquecer con su pobreza a
muchísimos desvalidos de la más pobre con alción. Sin embargo, este es
el significado de la Navidad y de todo el Evangelio. Se ha dicho que la
Navidad es el Evangelio en miniatura, y es una maravilla. Suponed que
encontrarais este texto en un libro profano, con el nombre sustituido.
No podríais creer la inverosímil historia; sin embargo, así fue en grado
superlativo en el caso de la venida de Cristo al mundo. Consideremos
reverentemente este portentoso suceso, usando un poco nuestra
imaginación.
En el acontecimiento de la Navidad, se destacan tres maravillas:
1. La riqueza de Cristo
¿Quién es el que nació tan humildemente en el pesebre de Belén? (Juan 1:14 y Colosenses 1:15-17). «El Verbo»; «la imagen del Dios invisible; el primogénito de toda criatura».
No porque fuera una criatura, pues existió desde toda la eternidad en
el seno del Padre como parte integrante de la Divinidad, en potencia y
en esencia; sino por ser el mismo la Vida; la causa y razón de la
existencia de todas las criaturas.
Entre éstas, se encuentran, en primer lugar, los ángeles.
¡Qué hermosos y poderosos son! Estos maravillosos seres pudieron darse
cuenta de su existencia (facultad que también nosotros tenemos, pero no
los animales) y sin duda empezaron a preguntarse la razón de su existir y
a adorar a su Creador.
El Espíritu Divino hizo otra cosa maravillosa; creó y
puso en movimiento el éter universal invisible (Hebreos 11:3); organizó
la materia, los átomos, polvo del Universo, y de ellos los mundos. No
sabemos cuántos millones de siglos transcurrieron, pues no lo dice la
Biblia. La ciencia trata de investigar la edad de la materia y asegura
que puede saberse. La materia no es eterna, pues de la nada, nada puede
salir.
En este pequeño planeta llamado Tierra apareció la vida
por el poder del Espíritu de Dios que se movía sobre el haz de las
aguas. Vida vegetal; después vida animal, peces, aves, cuadrúpedos. ¿Qué
se proponía el Creador? Crear un ser de materia estática, apto para
servir de morada a un espíritu. El espíritu, ligado a la materia, la
cual usaría como instrumento. Los animales, hacía millones de años que
existían sin haber hecho nada de sí ni por sí mismos; pero aquel ser
extraordinario, de materia y espíritu, colaboraría con Dios para hacer
de todo este globo un gran paraíso. Dios le iría revelando las leyes de
la materia y el hombre construiría cosas maravillosas: edificios,
carreteras, máquinas, instrumentos adecuados para proporcionarse una
vida más grata y más fácil. Por supuesto, este ser de materia y
espíritu, conocedor de sí mismo y del paso del tiempo, no tendría que
morir.... Henchiría la tierra de seres felices que disfrutarían de todas
las maravillas de la creación hasta límites insospechados.
Podemos imaginarnos que los seres celestiales deseaban
conocer la causa de tantas maravillas hasta que ocurrió lo que describe
Hebreos 1: «El Verbo de Dios, que existía con el Padre desde la
Eternidad, el unigénito Hijo, fue dado a conocer a los ángeles, y fue
adorado y ensalzado por todos los seres creados. Todos reconocieron que
era un Ser Único con el que no podían compararse. Por esto le ensalzaba
toda la creación. Era inmensamente rico, pero no en el sentido humano,
limitado y pasajero, sino en el sentido más real y absoluto.
Era rico en poder.... Su voluntad era ley, y tenía millones de seres dispuestos a cumplirla.
Era rico en posesiones.... En el gráfico lenguaje hebreo leemos: «Pídeme y te daré por posesión tuya los términos de la tierra.»
(Más literalmente, del Cosmos, o sea, del Universo.) (Salmo 2:8.) Suyos
eran todos los materiales preciosos.... Suya cada estrella....
Era rico en amor...., pues era amado del Padre, del Espíritu Santo y de los ángeles....
Era rico en gloria.... No cesaban de alabarle y adorarle
todos los órdenes de criaturas, ángeles, arcángeles, querubines,
serafines. Todos los habitantes del Universo le dirigían los cánticos de
Apocalipsis 4:11 y 5:13.
2. Su humillación
a) El motivo. — Uno de los ángeles se rebeló
contra Dios y su representante visible por el cual fueron creados los
cielos y la tierra (Colosenses 1:18). No supo apreciar la diferencia
entre él, un ser creado y el Unigénito del Padre, un Ser increado. Como
era el más bello, elevado y luminoso de los ángeles, Lucifer creía que
debía ser el único representante del Creador y debía recibir adoración.
Cuando fracasó en su impío intento, y fue desterrado, vino a este mundo,
que acababa de llegar al estado propio para albergar seres vivos
inteligentes, y en el cual Dios había hecho esta cosa nueva: Poner un
ser espiritual dentro de un envoltorio de materia y.... todos conocemos
la historia: Engañó miserablemente a los primeros habitantes del mundo,
persuadiéndoles a desobedecer a Dios. Les insinuó los primeros
pensamientos de desconfianza. Entró en el mundo el pecado, la ruina, la
muerte. Entonces fue revelado el plan que el Omnipotente tenía previsto
desde la eternidad: De la simiente de la mujer vendría Uno que tomaría
carne humana.... un Ser glorioso que desharía la obra del maligno,
sufriendo por los pecadores.... ¿Quién sería?
b) La inmensidad de su humillación, vista desde arriba.
Podemos imaginarnos a los ángeles intrigados ante el anuncio del plan
divino de la Redención. Figurémonos una conversación entre Miguel y
Gabriel:
—Oye, tú, capitán de las huestes del Señor, ¿has oído el propósito del Eterno? ¿A quién enviará? ¿A ti o a mí?
—Hermano arcángel —respondería el interpelado—. Yo nunca
diré que no, si el Todopoderoso me lo ordenara. ¿Pero sabes tú lo que es
estar atado a la materia...., que te sujete por los pies la fuerza
magnética del cosmos, y tengas que moverlos para trasladarte de un lado a
otro? ¿Has visto cómo recorren distancias ridículas los seres de
materia.... y cómo se cansan y sufren? Además, el prometido Mesías
tendrá que padecer, no sólo los inconvenientes de estar atado a un
cuerpo material, sino mucho más. ¿Has oído lo que le ha dicho Dios al
maligno engañador?: «Tú le herirás en el calcañal.» Nosotros no
sabemos lo que es sufrir...., ser heridos, morir....; pero he visto
cuando un animal devora a otro. ¿Viste lo que sufrió Abel cuando Caín le
hirió....? ¡Y cuando sean millones de hombres semejantes a Caín, tan
ruines, tan egoístas, tan faltos de amor, será terrible para el pobre
ser celestial que le toque ir a semejante mundo....!
Podemos imaginarnos que un día cundió en los cielos la gran noticia:
—¿Sabes quién va a la tierra a redimir a los hombres? ¡Nada menos que el Unigénito! ¡El Verbo de Dios!
—¿Es posible? ¿Y se hará hombre? ¿Será como uno de ellos?
¿No aparecerá sobre la tierra como una teofanía y desaparecerá cuando
le plazca?
—¡No, no! Que ha de nacer, tomar verdadera carne humana;
ser hombre y morir por los hombres. ¡Tal es el misterioso y sublime plan
divino!
c) Las razones de su profunda humillación. — Podemos continuar imaginándonos la conversación angélica:
—¿Y dónde irá a nacer el Mesías de Dios, el Redentor?
Estaría muy bien si naciera en uno de los palacios de la India, o bien
en la corte de Roma. Hay allí un emperador muy grande, Octavio César,
que ha dominado veinte naciones, y es bueno.
—¿Bueno? —interrumpiría otro ser angélico? Pregúntalo al
ángel de su guarda. ¿Y la emperatriz? Al fin y al cabo, debería ser hijo
de ella, no de él. ¡Hay más suciedad en su corazón, orgullo, vanidad,
despotismo.... ¿Sabes cómo trata a las esclavas?
—Además, cuando ocurriera su muerte redentora, le
atribuirían un carácter político; no parecería una ofrenda voluntaria de
amor. Por otra parte, sabes que los reyes están rodeados de ricos
orgullosos, y no se acercan al pueblo.
—En Atenas hay unos hombres muy sabios, los filósofos —irrumpiría otro ángel—. ¿No sería allí el lugar más adecuado?
—De ningún modo. Se confundiría su enseñanza con la de
aquellos maestros; se atribuiría a sabiduría humana. Y estos mismos
hombres, ¿sabes cómo tratan a la gente del pueblo? ¿A sus prójimos? Les
llaman plebe, rechazan a los ignorantes....
Podemos imaginarnos a otro ser angélico interrumpiendo:
—¡Habéis olvidado una cosa, hermanos! ¿Para qué sacó Dios
a Israel de Egipto e hizo tantas maravillas? Aquí están las profecías!
¡El Espíritu Santo no se equivoca! El Mesías ha de ser un descendiente
de David y nacerá en Belén (Miqueas 5:1). Ya se va acercando el tiempo.
—¡Pero si en Israel no hay rey! ¡Si dominan los romanos!
¿Cuántos años tendrán que pasar antes de que los descendientes de David
vuelvan a estar en el trono y puedan proveer un hogar digno al Mesías
príncipe?
Podemos imaginarnos, finalmente, a Gabriel viniendo alborozado a la corte angélica para decirles:
—¡Ya sé dónde nacerá el Mesías! ¡El Eterno me ha comisionado para llevar el mensaje!
—¿A quién?, ¿a dónde?
—A María, una doncella hija de Joaquín y nieta de Eli. Es
una jovencita excelente, que vive en Nazaret... ¡Si hubieseis visto el
espanto que le tomó al verme!
d) La lección de su humildad. — Aun podríamos
imaginarnos otra escena de alegría entre los seres celestiales en
aquella noche memorable en que los ángeles cantaron «¡Gloria a Dios en
las alturas!» Este es el lugar —dirían los seres celestiales admirados
ante el pesebre— abierto a todo el mundo; no hay aquí lacayos ni
soldados. ¡Cuan humilde y pobre, pero qué acertado! Aquí pueden acudir
toda clase de gentes. ¡Y qué lección va a ser para los ricos orgullosos,
a través de los siglos, que para celebrar el inefable acontecimiento
tengan que preparar unas toscas ramas y unas pajas para que contrasten
con su lujo y su orgullo! ¡Qué sabio es nuestro Dios!
Esta es la historia de la Navidad vista desde arriba.
Pablo describe el gran misterio con estas sobrias palabras: «Dios,
venido el cumplimiento del tiempo envió a su Hijo hecho de mujer....»
Escogiendo una doncella humilde, pura, dócil, preparó al Verbo un cuerpo
sin pecado. Así, el que era grande, se hizo pequeño; el que era rico,
se hizo pobre; el que era glorioso, se mostró humilde.
Pobre en su nacimiento, en un mísero establo.
Pobre en su vida. El que era dueño absoluto de las
riquezas celestiales, tuvo que decir a un presunto seguidor (Mateo 10:20
y Lucas 9:58).
¡Cuántas veces sufriría cansancio! (Juan 4:1).
Padeció hambre (Mateo 21:19; Marcos 11:13).
Supo lo que era tristeza (Juan 11:35).
Experimentó el dolor, hasta el punto de merecer el
calificativo de «Varón de dolores»; se humilló (o se hizo pobre) hasta
lo sumo.
3. Enriquecidos por su pobreza
La última parte de nuestro texto declara el motivo y el
resultado de tan trascendental cambio: Enriquecer a muchos: Para que con
su pobreza fuésemos nosotros enriquecidos.
Enriquecer a otro con los bienes propios no tiene nada de
particular, pero hacerlo con (o mediante) la pobreza, es inverosímil.
Pero así era necesario. Dios no podía enriquecer espiritualmente a seres
pecadores; habría sido inmoral y perjudicial. Poned dinero y poder en
manos de un hombre perverso. ¿Cuál será el resultado? Era indispensable
para enriquecer a su pueblo, que el Mesías divino quitara el pecado;
cumpliera las exigencias de la justicia y transformara los sentimientos
de los hombres mediante su amor. Esto lo realizó con su humillación, a
causa de su pobreza. (Véase anécdota El sacrificio de la señorita
millonaria.)
De este modo somos enriquecidos:
1) Por el perdón de nuestras deudas morales; pues deudas
son nuestros pecados, deudas a la santidad de Dios, así lo expresa Jesús
en el Padrenuestro. No podéis enriquecer a una persona sin pagarle las
deudas....
2) Adoptándonos como hijos (Efesios 1:3-5 y 11:12; Juan 1:12 y 1.a Juan 3:1-5). (Véase anécdota Por amor de Carlos.)
3) Haciéndonos coherederos con Cristo (Romanos 8:17 y 1.a Corintios 3:21).
Por esto nos sentimos tan unidos al niño de Belén; su
gloria es la nuestra; su vida es la nuestra. ¿Cómo debemos
corresponderle? ¿Has comprendido el sentido de la Navidad? ¿Vives en el
espíritu de la Navidad? ¿No quieres corresponderle mejor?
ANÉCDOTAS
EL SACRIFICO DE LA SEÑORITA MILLONARIA
Una
señorita americana, cristiana, vino a hallarse por herencia en posesión
de una cuantiosa fortuna que quiso administrar ella misma para fines
caritativos.
Con tal
objeto se propuso acercarse a los pobres para conocerles y sintiendo que
sus riquezas le eran un impedimento, colocó toda su fortuna en el banco
de tal modo que ella misma no pudiera sacar nada en el término de un
año. Alquiló una vivienda en uno de los barrios más humildes y trabajó
para ganar su sustento. Así trabó muchas relaciones y en ocasiones fue
ayudada por sus propios vecinos que compadecían su aparente desamparo.
De esta forma llegó a conocer experimentalmente los apuros de la pobreza
y aprendió a distinguir entre los menesterosos dignos y los vagos de
profesión. Anhelosa esperaba el momento de poder manifestar su verdadera
condición y así pudo levantar y ayudar a muchos cuando el tiempo se
cumplió. Los mismos pobres sentían un respeto sagrado por aquella mujer
que de tal modo se había sacrificado y trataban de evitar que nadie
abusara de su bondad para que ella pudiese cumplir sus propósitos del
modo más eficaz.
Nuestro
Señor se hizo pobre siendo rico por amor a nosotros. ¿No trataremos de
ser sus servidores y cooperadores del modo más leal?
POR AMOR DE CARLOS
Un
muchacho vagabundo que solía dormir en los tinglados del Támesis cuando
no le venía a mano hacerlo en los refugios nocturnos del Ejército de
Salvación, se enroló en el Ejército británico durante la Primera Guerra
Mundial, donde se hizo íntimo amigo de otro joven de distinguida
posición, llamado Carlos. Su amistad se hizo tan profunda, que parecían
verdaderos hermanos. En el fragor de una batalla, Carlos cayó
mortalmente herido y su amigo se apresuró a atenderle, mientras esperaba
la llegada de los camilleros del ejército.
Carlos, sintiendo que su fin se acercaba, dijo a su amigo:
—No temo
morir porque Cristo me ha salvado, pero lo siento mucho por ti. ¡Tenía
tan buenos planes para cuando nos licenciaran a ambos del ejército...!
—De repente, dijo—: Abre mi mochila y dame una de mis tarjetas. Aún
tenemos tiempo para ello.
Tomando la tarjeta, escribió con mano temblorosa:
"Padres:
un adiós de vuestro hijo. El portador es mi amigo En-tique. Mi último
deseo es que le recibáis en casa como si fuera yo mismo. Hacedlo, por
amor de Carlos."
Carlos,
efectivamente, murió después de una corta estancia en el hospital. Su
débil constitución no pudo resistir la pérdida de sangre. Pero Enrique
logró regresar. Al ser licenciado se dirigió al hogar de su buen amigo y
habló con los afligidos padres, que no se cansaban de preguntarle
acerca de su amado hijo. Enrique no osaba empero dar la tarjeta,
indeciso ante la reacción de los padres de su amigo; pero por mí lo
hizo. Los padres sollozaron ante esta nueva prueba del magnánimo corazón
de su hijo, y de la mejor voluntad recibieron al joven vagabundo sin
familia ni hogar, adoptándolo como hijo propio por amor a su hijo
Carlos.
San Pablo dice: "Nos hizo aceptos en el Amado." (Efesios 1:6.)
***
SERMÓN III
COSAS DIARIAS
Cada vez, a la entrada del nuevo año, suelen hacerse
buenos propósitos, pero un año es muy largo para la inconstancia del
carácter humano. Del mismo modo que una iglesia no será más fervorosa
que lo que sean el conjunto de sus miembros, ni una nación será más rica
que la suma de las riquezas de sus ciudadanos, el año no será ni más ni
menos que el conjunto de los días que lo componen. De ahí que la
Sagrada Escritura hace tanto énfasis en las cosas diarias. Notemos nueve
cosas diarias en las Sagradas Escrituras:
1. Oración diaria
«Hete llamado, OH Jehová, cada día» (Salmo 88:9). — Es
imposible vivir una vida cristiana normal sin la práctica de la oración
diaria. Aquel gran hombre de negocios, primer ministro del imperio
persa, que se llamó Daniel, sentía la imperativa necesidad de subir cada
día las escaleras de su palacio hasta su cámara de oración, y esto no
una, sino tres veces al día. El olvido de este deber cristiano ha sido
la causa de muchas caídas, y su práctica, el secreto de muchas vidas
poderosas. Conviene, empero, evitar la rutina en la realización de este
deber cristiano. Por esto es bueno preparar el espíritu con alguna
lectura piadosa que nos impulse a orar. Conviene que tengamos algo que
decir a Dios que salga del fondo del corazón, antes de abrir nuestros
labios delante de El.
2. Lectura diaria de la Biblia
«Escudriñaban cada día las Escrituras si estas cosas eran
así» (Hechos 17:11). — Tal es el noble ejemplo de los cristianos de
Berea. Ellos lo hacían en el entusiasmo de su primer amor, al descubrir
con emoción a Jesús como el Mesías Redentor. También nosotros leímos la
Palabra de Dios, quizá más de una vez al día en los primeros tiempos de
nuestra conversión, cuando ella era un tesoro recién descubierto. ¿Hemos
abandonado esta práctica una vez asegurados de que ella es una mina de
riquezas espirituales para la vida y para la eternidad? ¿Y ahora que
conocemos más su valor, la usamos menos? (Véase anécdota Poseerla o
leerla.)
3. Perdón diario
«Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros
perdonamos a los que nos deben» (Lucas 11:4). — La conexión de este
texto con el precedente: «El pan nuestro de cada día», muestra la
necesidad tanto de recibir cada día de Dios el perdón de nuestros
pecados como de borrar y olvidar por nuestra parte las ofensas de que
hayamos podido ser objeto durante el mismo espacio de tiempo. Una ofensa
retenida se agranda, como ocurre con la más insignificante bola de
nieve, a menos que sea liquidada y disuelta pronto. De ahí la
exhortación apostólica (Efesios 4:26). (Véase anécdota Se pone el sol.)
Es una hermosa práctica el reflexionar diariamente
delante de Dios acerca de los errores y omisiones cometidos durante el
día, pidiendo vista espiritual para apercibirnos de ellos (Job 34:32).
El examen de conciencia, si se deja por semanas o meses es mucho más
difícil; ésta es una de las grandes enseñanzas del Padrenuestro.
4. Conversación cristiana diaria
Exhortándoos los unos a los otros cada día entre tanto
que se dice hoy; porque ninguno de vosotros se endurezca con engaño de
pecado (Hebreos 3:13). —Este pasaje, y especialmente el vers. 15, suele
aplicarse a los inconversos, y aunque haya razón para ello, el
pensamiento del apóstol no se dirigía, en esta ocasión, a los
inconversos, sino a los creyentes, como puede verse en los vers. 6 y 12.
«Para retener hasta el cabo la esperanza» sin «apartarse del Dios
vivo», es indispensable no sólo haber depositado fe alguna vez, sino
«exhortarnos los unos a los otros cada día». Recibir las amonestaciones
edificantes de nuestros hermanos y prodigarlas nosotros a ellos con
espíritu sincero y fervoroso, y esto no solamente en el culto semanal de
edificación, sino diariamente. ¿Sobre qué versan las conversaciones que
entablamos con nuestros hermanos al encontrarnos con ellos en la calle,
en la plaza o en la oficina? ¿Son exactamente iguales a las de los
mundanos?
5. Gratitud diaria
Cada día te bendeciré (Salmo 145:2). — Si las bendiciones
de Dios son «nuevas cada día», natural es que lo sean también nuestras
acciones de gracias. No debe limitarse a un Día de acción de gracias al
año, ni a las alabanzas que suelen tributársele el domingo. Cada día
debe haber un momento para elevar al trono divino una expresión de
gratitud, como el incienso nuevo que era puesto cada mañana sobre el
altar (Éxodo 30:5). Lo hacen inconscientemente las aves del cielo,
¡cuánto más el alma creyente, capaz de reconocer en las profundidades de
su espíritu la grandeza de la misericordia de Dios!
6. Abnegación diaria
Si alguno quisiere venir en pos de Mí, niéguese a sí
mismo y tome cada día su cruz y sígame (Lucas 9:25). — Los actos de
servicio abnegado por amor de Cristo no deben ser un suceso
extraordinario de ciertos días y ocasiones muy especiales en la vida del
cristiano. Ciertamente hay días diferentes de otros, pero la
disposición para el proceder cristiano debe ser una cosa diaria. ¿Qué
sacrificio útil podría hacer hoy por mi Señor? ¿Me permitirá El, hoy,
sufrir algún duro reproche o contradicción por causa de su nombre? ¿Cuál
deberá ser mi actitud si la cruz apareciese hoy por este lado o por el
otro? Si tales preguntas se hiciese cada cristiano al levantar la hoja
del calendario, ningún mal nos sorprendería y las virtudes de nuestra fe
brillarían con más fulgor sobre el fondo gris u oscuro de nuestra
existencia cotidiana. (Véase anécdota La réplica de Pelletier.)
7. Santificación diaria
Cada día muero (1.a Corintios 15:31). — ¿A qué clase de
muerte se refería el apóstol en este misterioso pasaje? Sin duda no
solamente al peligro de muerte a que se hallaba expuesto por causa del
Evangelio, sino a aquella muerte simbolizada por el bautismo a que se
refiere Romanos 6. Ningún cristiano puede morir del todo al pecado en el
día de su entrega al Señor; de otro modo fuera ya perfecto. Pero del
mismo modo que nuestro cuerpo físico muere un poco cada día por el
desgaste que en él se produce, así el «cuerpo de pecado», las tendencias
al mal, deben ser amortiguadas un poco cada día, sin darles ocasión a
levantarse de nuevo para ejercer el dominio en nuestro ser. ¡Ah!, que
pudiéramos decir como el apóstol: «Cada día muero.» Entonces seríamos
cada día más vivos.
8. Divina ayuda diaria
Como tus días será tu fortaleza (Deuteronomio 33:25). —
Imposible sería el cumplimiento de los consejos precedentes si no
existiera la realidad de esta promesa: la fortaleza divina de acuerdo
con la necesidad. ¡Cuántas veces la hemos experimentado en ocasiones de
gran apuro cuando ha pasado.
Nos vemos obligados gozosamente a exclamar: ¡Si me lo
hubiesen dicho! ¡Cómo se reveló en la gloriosa experiencia de los
mártires de la fe! Procurémosla diariamente.
9. Esfuerzo diario para la salvación de almas
El Señor añadía cada día a la Iglesia los que habían de
ser salvados (Hechos 2:47). — La Iglesia de Jerusalén vivía en la
expectación de conversiones diarias. Cuántos han sido convertidos en tal
casa y cuántos en tal otra era, sin duda, el tema de la conversión de
aquellos cristianos. Aun cuando no podamos presenciar conversiones con
tanta frecuencia, debemos interesarnos cada día en la salvación de
almas. Algunos han llegado a formular el voto o promesa de no entregarse
al descanso sin haber hablado a alguna alma del amor de Dios. (Véase
anécdota No fue sin fruto.)
¿Cuántos días del año fenecido hemos pasado sin hablar
del Señor a nuestros semejantes? ¿De cuántos de los cuales no queda nada
registrado a nuestro favor en el Reino de los Cielos?
Al realizar el balance moral, al principio de este año,
propongámonos firmemente hacerlo mucho más útil llenándolo cada día de
más abundantes frutos de santidad y servicio.
ANÉCDOTAS
POSEERLA O LEERLA
Cierto colportor entró a ofrecer la Biblia a una casa cuya dueña se preciaba de ser gran cristiana, la cual exclamó:
—¿Cree
usted, por ventura, que somos paganos, para tratar de evangelizarnos?
Sepa usted que hace muchos años que poseemos la Biblia en esta casa.
—¿Y la leen? —insistió el colportor.
—Ya lo
creo —replicó la dama, y para disipar la duda que había traslucido en la
pregunta de éste, mandó a la criada—: ¡Chica, trae la Biblia, para que
este señor se convenza de que no somos paganos.
Obedeció
la muchacha y, al abrirla, la señora exclamó gozosa: —He aquí los
anteojos que hace dos años perdí y que tantas veces había buscado en
vano.
¿Es así como apreciamos la Palabra de Dios? '
SE PONE EL SOL
Juan,
obispo de Alejandría, había tenido una disputa con Nicetas, hombre
principal en la ciudad. Juan defendía la causa de los pobres y Nicetas
sus propios intereses. Se dijeron palabras duras y ambos se separaron
más enemistados que antes. Cuando Nicetas hubo partido, Juan empezó a
reflexionar:
—Aunque la causa es buena, ¿puede el Señor haberse agradado del modo como la he defendido?
Por lo tanto, envió un amigo a Nicetas con este mensaje: "Hermano, el sol está poniéndose."
Nicetas
quedó conmovido; sus ojos se llenaron de lágrimas; corrió a la casa del
obispo y, abrazándolo, sellaron la disputa con amor.
LA REPLICA DE PELLETBER
Incluso los hombres más opuestos al cristianismo, admiran el ejemplo del verdadero cristiano.
Viajando
por Orleans, Diderot oyó contar a un peluquero lo ocurrido a uno de sus
parroquianos con un servidor de Dios que no vivía sino para el bien del
prójimo.
—Pues,
señores —contaba el peluquero—, me hallaba en casa del comerciante
Aubertot, cuando llegó Pelletier y acosó a mi cliente pidiéndole algo
para los pobres.
—Hoy no,
señor —dijo secamente Aubertot. Pero Pelletier, sin hacer caso, empezó a
contar tristísimas historias de miseria—. Le digo que no puedo darle
nada —insistía el comerciante.
—Pues usted sería movido a compasión si supiera este otro caso —y empezaba una nueva historia.
Exasperado
Aubertot, se levantó y se traslado a otra habitación, pero allí le
siguió Pelletier, insistiendo en sus demandas. Enojado mi cliente por
tanta impertinencia, levantó su fuerte mano y pegó un tremendo golpe a
Pelletier, quien exclamó:
—Bien, esto es para mí, pero ¿y para mis pobres? ¿Qué hay para mis pobres?
Esta
actitud conmovió a Aubertot, quien prorrumpió en llanto, y cayendo a los
pies del ofendido, le ofreció su ayuda y pidió perdón.
—Si yo
hubiera estado allí —exclamó un oficial que oía el relato— no le hubiera
dado al miserable Aubertot lugar para el arrepentimiento con la punta
de mi espada.
—A esto
—dice Diderot— no pude menos que contestar: Vos, caballero, sois un
soldado, pero Pelletier es un cristiano. El hizo lo que debía hacer.
NO FUE SIN FRUTO
El
célebre Moody había hecho la promesa de no dejar pasar un solo día sin
predicar el Evangelio a un alma Acordándose cierta noche de que aún no
había cumplido su promesa, se acercó a un hombre que encontró en la
calle solitaria e inició la conversación preguntándole si estaba
preparado para morir. El interpelado tuvo, al pronto, un gran susto,
pero se serenó cuando comprendió el significado, y Moody tuvo el gozo de
llevarle a Cristo.
Otro
cristiano que había hecho la misma promesa salió una noche muy tarde,
acompañado de otro creyente, y recordando su deber, pidió a éste que
aguardara unos momentos mientras él iba a dirigir algunas palabras
acerca de la vida eterna a un empleado de un hotel delante del cual
pasaban. No fue poca la risa del compañero cuando se dio cuenta de que
el supuesto empleado no era otra cosa que un maniquí puesto como
propaganda del hotel, y así lo manifestó al avergonzado creyente. Pero
cuál sería el gozo de ambos cuando, en cierta reunión, un recién
convertido declaró que había sido inducido a buscar a Cristo por las
palabras que oyó pronunciar a un desconocido a la puerta del hotel en
cuyo interior se encontraba.
***
SERMÓN IV
LA VIDA ES UN VIAJE
(Hebreos 11:1-19 y 12:1-4)
Así dice el refrán, y así debe ser considerada. Sobre
todo por los cristianos que no creemos que la muerte sea el fin de todo.
Veamos sus semejanzas con un viaje material:
a) Cuando viajamos, cambiamos constantemente de
situación, de ambiente y de -panoramas. Aunque de un modo más lento, así
ocurre en la vida. Cada día es algo diferente de ayer; un día es bueno;
otro malo, etc.
b) Cada día dejamos atrás lo que tuvimos y no podemos
volver a tenerlo. Así es en nuestra vida: Hay experiencias gratas que
pasaron y no volverán; también pasan las incomodidades. (Días de
enfermedad, de preocupación, disgustos, dan lugar a otras situaciones
diferentes.)
c) Se renuevan amistades. Dejamos atrás las antiguas y
hallamos otras nuevas. Así es en la vida; hace diez años teníamos
relación con personas que murieron, se ausentaron, etcétera.
d) Nos encaminamos al hogar donde están las mejores
amistades. Cualquier anciano cristiano tiene más amigos en el cielo que
en la tierra.
Este pensamiento se halla muy bien expresado en el texto
leído. Encontramos aquí una larga serie de héroes que pasaron; que
tuvieron sus luchas, vencieron y triunfaron; cuyo ejemplo se nos pone
como estímulo, en el capítulo 12:1. Según dicha metáfora, ellos
terminaron la carrera y sentados en la gradería del infinito nos
contemplan.
El principal peregrino de la lista, que lo fue en sentido
material y espiritual a la vez, es Abraham. Aquí se nos descubre el
secreto de que si salió, si peregrinó, si vivió en cabañas fue, no sólo
por la promesa dada a favor de su descendencia, sino porque el mismo
esperaba ciudad permanente para su alma. (Vers. del 13 al 19.) Notemos
en este hermoso pasaje:
1) La actitud de los peregrinos para con Dios y sus cosas.
2) La actitud de Dios para con ellos.
1. Una actitud decidida
«Siendo llamado, obedeció.» Nuestros viajes tienen casi
siempre este motivo. Alguien nos invita a su casa, o a una excursión;
calculamos nuestra conveniencia o deber, y nos decidimos.
Dios nos ha llamado a nosotros, seres humanos, a ser
habitantes de su palacio celestial. La oferta es para todo el que sufre,
que necesita, que se siente herido por el pecado y hambriento de
justicia. ¿Nos decidiremos? ¡Cuántas veces los hombres, como los judíos
del tiempo de Cristo, (Mateo 16:3) saben notar bien sus necesidades
físicas, pero no las espirituales. ¿No sientes tú pobreza moral? ¿Tu
falta de patria para el alma? ¿No puedes vivir siempre aquí? ¿Sabes
adonde irás después? «Busca primeramente el Reino de Dios y su
justicia», te dice Cristo. No te preocupes de nada secundario. Oye la
invitación de Dios.
2. Esta decisión está basada en la fe
«Por fe Abraham salió» (vers. 8). Así es en los viajes humanos:
1) Creemos en lo que se nos dice acerca del lugar, su belleza, sus ventajas, etc.
2) Creemos en la sinceridad y buena voluntad de la persona que nos invita.
Muchos hombres se burlan de la fe y, sin embargo, todo en
la vida está basado sobre ella. Fe es la persuasión del alma acerca de
cosas a las cuales no podemos aplicar la prueba de los sentidos. Veamos
unos pocos ejemplos:
Algunas cosas las creemos por el testimonio de tres
sentidos. (Por ejemplo, un reloj que tenemos en la mano el cual podemos
tocar, ver y oír.)
Otras cosas las creemos por el testimonio de dos
sentidos. (El paso de un avión, el cual podemos quizá ver y oír, pero no
tocar.)
Otras veces creemos por el testimonio de un solo sentido. (Por ejemplo, si el avión pasa detrás de una nube.)
Pero a veces aceptamos cosas sin aplicar a ellas la
prueba de ningún sentido; cuando las creemos por el testimonio de otra
persona.
El creer por testimonio ajeno no es irracional, con tal
que nos aseguremos de su veracidad. Este es el caso en cuanto al
Evangelio. Creemos el testimonio de los que vieron y oyeron a Cristo y
sabemos que su testimonio es verdadero. Como recordamos el día de
Pascua, millares de personas no podían volverse locos de una vez.
Tampoco podían ponerse de acuerdo para establecer un fraude. Ni ellos ni
los contemporáneos que creyeron a su palabra, consentirían en dar su
vida sin garantías. Todos los apóstoles y millares de creyentes del
primer siglo, murieron de muertes violentas, tan sólo por la esperanza
de una patria más allá de la muerte. ¿No merecen ser creídos?
La fe es la base de toda ciencia y de todo adelanto
(cítense los ejemplos de Colón y de otros inventores, como el caso de
Palissy). ¿Quién era el más sabio? ¿El que creía contra toda oposición y
burla, o los que no creían sino que veían, y se negaban a admitir lo
que todavía no tenían comprobado por sus sentidos?
3. Actitud de esperanza activa
Esto expresa la hermosa frase «Creyéndolas y
saludándolas». Creer no se simplemente asentir a una proposición o
esperanza, sino obrar y vivir para ella.
Abraham, Isaac y Jacob, vivieron toda su vida sin ver las
promesas; ni la material, ni la del más allá; pero aunque parecían tan
lejanas las miraban, las creían, las saludaban y confesaban.
He aquí nuestra situación. Parecen lejanas las preciosas
promesas de Cristo, pero si las creemos y dirigimos, nuestra vida en tal
sentido allá llegaremos. (Véanse anécdotas El buque en alta mar y El
relevo de la guardia.) El asistir a los cultos, cantar y orar, es
saludar lo que no vemos, pero alguien recibe el saludo (Véase anécdota
El canto en el Titanic.)
Y confesando. Si saludar es dirigirse a Dios, confesar es
dirigirse a los hombres. Podemos imaginarnos una conversación de
Abraham con Abimelec o Faraón, que le invitaban a dejar su vida de
peregrino para establecerse en su tierra, en la que se vieron obligados a
transitar temporalmente. Así nosotros debemos estar apercibidos para
confesar nuestra esperanza. No digas: «Voy de visita», si encuentras a
un amigo mundano en tu camino a la iglesia, sino «Voy a adorar a Dios
porque creo en El».
4. Actitud de perseverancia
El verdadero peregrino es el que persevera. En la
alegoría de Juan Bunyan muchos empezaron el peregrinaje, pero quedaron
por el camino. Jesús dijo: «Si alguno pone la mano en el arado y mira
atrás, no es apto para el Reino de Dios.» Es muy interesante la
expresión «Tenían tiempo de volverse». No fueron llevados por la fuerza.
Dios les dio tiempo hasta para volver atrás. Abraham tuvo más de cien
años para ello. En el sentido espiritual, conocemos a muchos que
empezaron a andar por los caminos del Señor y se quedaron atrás. El
tiempo de vida cristiana que Dios nos concede es un gran privilegio para
enriquecernos espiritualmente, pero también una oportunidad para volver
atrás. Recordad la pregunta de Jesús y la respuesta de Pedro (Juan
6:67-68). ¡Dios nos libre de usar la oportunidad en este último sentido!
¿Por qué no se volvieron? «Deseaban la mejor, la
celestial.» Algo mejor que sus tiendas de campaña y su condición errante
eran las ciudades de Ur, Babilonia o Menfis; pero muchísimo mejor era
la celestial. ¿No tenemos nosotros motivos para desear una patria mejor?
5. La actitud de Dios
«Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos»
(versículo 16). Notemos aquí una doble recompensa, de carácter
honorífico y de carácter efectivo. Primero les da su nombre, luego su
casa. «Yo soy el Dios de Abraham», declara el Señor. A nosotros se nos
dice: «Mirad cuál amor.... que seamos llamados hijos de Dios.»
Pero después de lo honorífico, viene lo real: «Les había
aparejado ciudad.» Así fue, en efecto. Jesús habla de los patriarcas
como seres vivos, que se sentarán en la mesa.... ¿Dónde? En la ciudad
celestial. Los apóstoles Pablo y Juan la vieron con sus propios ojos.
¿No queréis juntaros al grupo de los peregrinos? Es
indispensable para llegar a semejante patria. Notad la expresión «no os
conozco» en Mateo 7. Ninguno que no sea conocido de Cristo aquí, podrá
estar con El allá. Hay que creer, saludar, confesar; vivir con Dios
aquí. ¿Por qué?
a) Porque somos pecadores y necesitamos la redención.
Nada sucio entrará por las puertas de la ciudad celestial (Apocalipsis
21:2).
b) Debemos honrar a Dios aquí, donde El es deshonrado.
Notad en este pasaje cómo Dios se complace en los que creen. «Por lo
cual no se avergüenza de llamarse su Dios.» Dios se siente honrado con
nuestra fe, pues El sabe que es difícil mantenerla en el imperio de
Satanás. Cuanto más dicha fe es contra esperanza y mantenida en
circunstancias difíciles, tanto más sirve para confundir al adversario.
(Véase anécdota El ejemplo de Job.)
No es imposible creer; pero una fe fácil no tendría
ningún mérito. Dios sabe que las pruebas son nuestro honor y el suyo.
Andemos, pues, los cristianos, como anduvo Abraham: Creyendo, saludando,
confesando y viviendo en la tierra, con la vista fija en el cielo.
Quieran reconocerlo los incrédulos o no, somos viajeros a
la Eternidad andando por uno u otro camino: El de la fe o el de la
negación. No podemos quedarnos pararnos en el curso de la vida. ¿Por qué
no escoger el camino bueno? Puesto que hemos de ser peregrinos,
seámoslo con y por Dios, en vez de viajeros a una eternidad de
perdición.
ANÉCDOTAS
EJEMPLO DE PALISSY
Conocido
es el caso del inventor de la cerámica, el hugonote francés Palissy,
quien después de muchas pruebas infructuosas para lograr el grado de
temperatura necesaria para disolver los productos químicos que debían
cubrir como capa de cristal los objetos que tenía puestos en el horno;
en un momento crucial de su máxima prueba, empezó a echar en el fuego
los muebles de su casa, ante la alarma de los suyos, que le creían preso
de un ataque de locura. Pero pocos momentos después se había producido
el milagro, y el inventor podía señalar con triunfo los hermosos objetos
decorados con el brillante barniz de su invención.
Más
tarde, Palissy fue considerado como loco cuando eligió la muerte en la
hoguera antes que los favores de su amigo el rey Enrique IV de Francia, a
causa de su fe evangélica; pero también en este caso tenía un gran
secreto: el de 1.a Juan 3:1-3.
EL BUQUE EN ALTA MAR
Atravesando
el Canal de la Mancha, nos encontramos con otro buque que venía en
dirección opuesta pero a tanta distancia que yo no podía distinguir
ninguna persona a bordo. Otros pasajeros de vista más aguda, y algunos
con sus lentes ópticos podían verlos. A pesar de mi incapacidad visual,
imité alegremente a los demás pasajeros y saludé a los compañeros del
otro buque, creyendo que ellos podrían verme aun cuando yo no los viera,
y no quería que me consideraran un pasajero descortés.
EL RELEVO DE LA GUARDIA
Hallándome
en Londres fui a presenciar el relevo de la guardia del palacio real de
Buckingham. Entre los movimientos del brillante espectáculo había un
momento en que todos los soldados, vueltos de cara al edificio, hacían
el saludo militar. Pregunté a quién saludaban y me respondieron que a la
reina, a pesar de que la soberana no apareció por ninguna parte, como
yo esperaba. Luego me enteré de que aquel saludo lo daban solamente los
días que la reina se hallaba en palacio, suprimiéndolo cuando estaba
ausente.
EL CANTO EN EL "TITANIC"
Conocido
es que cuando se hundió el famoso buque "Titanic" por haber chocado con
un iceberg en el Mar del Norte, pereciendo más de un millar de
pasajeros que no cupieron en los botes de salvamento, los que se
alejaban del buque pudieron oír el impresionante cántico "Más cerca, oh
Dios, de ti", entonado con acompañamiento de la orquesta, por un
numeroso grupo de náufragos que sabían que pocos momentos después se
hallarían en la eternidad.
***
SERMÓN V
LAS SIETE PALABRAS
En casi todas las iglesias católicas, y en muchas
iglesias evangélicas, suele predicarse, en la semana del año en que se
conmemora la muerte de Cristo —comúnmente llamada Semana Santa—, un
comentario sobre las siete palabras o frases pronunciadas por Cristo en
la cruz. Parece imposible que esto pueda hacerse sin caer en continuas
repeticiones, pero la experiencia ha demostrado que son tan ricas en
significado las expresiones que salieron de labios del Salvador en
aquellos momentos supremos, que puede predicarse muchas veces sobre
ellas, expresando cada vez nuevos pensamientos de profunda enseñanza y
edificación espiritual.
En el presente comentario nos proponemos considerar las
«siete palabras» como una expresión sintética del plan de la salvación.
Tratando de caracterizar tales frases en una sola palabra, llamaremos a
la
1ª. La palabra misericordiosa.
2ª. La palabra alentadora.
3ª. La palabra cuidadosa.
4ª. La palabra patética.
5ª. La palabra expresiva.
6ª. La palabra garantizadora.
7ª. La palabra reveladora.
1. La palabra misericordiosa
Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen (Lucas
23:34.) — Podemos decir que todo el plan de nuestra salvación radica en
la misericordia de Dios. El secreto de tal maravilla, en la cual desean
mirar los ángeles, se basa en la soberana misericordia de Dios. «De tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito....» (Juan 3:16). «La gracia de Dios que trae salvación.... se manifestó» (Tito 2:11).
El corazón de Cristo estuvo lleno de misericordia, de
compasión, a través de todo su ministerio público. Se compadecía de los
enfermos y los sanaba, de las gentes hambrientas y les daba de comer, de
los inocentes niños que estaban por entrar en los azares y vicisitudes
de la vida, y los bendecía. Estos rasgos de compasión son comprensibles
hacia tales personas, pero lo extraordinario, lo inverosímil, desde el
punto de vista humano es compadecerse de los enemigos, de los que nos
hieren, de los que nos afrentan; sin embargo, hasta este punto llega el
amor de Jesucristo, hasta amar y bendecir a los que eran material y
moralmente culpables de los terribles dolores que en aquellos momentos
le afligían.
Séneca nos dice que los crucificados maldecían el día en
que nacieron, a los verdugos, a sus madres, a todo y a todos, incluso
terminaban escupiendo a los que les miraban. Cicerón nos cuenta que a
veces era necesario cortar las lenguas a los que iban a ser crucificados
para impedir que blasfemaran de una manera terrible en contra de los
dioses. Es seguro que los verdugos de Cristo esperaban oír voces y
maldiciones de aquel que por las órdenes recibidas de poner su cruz en
medio, consideraban, sin duda, como un jefe de malhechores; los fariseos
y escribas, que conocían mejor al Maestro de Galilea, esperaban oír por
lo menos quejidos de dolor, pero ¡cuan sorprendente fue lo que oyeron!
De los labios de Cristo salió no un grito, sino una plegaria, una dulce y
suave oración de perdón. El verbo griego no está en pasado, sino en
gerundio; legein no es «dijo», sino «iba diciendo». Lo que nos hace
suponer que esta admirable frase fue repetida varias veces, durante el
cruel proceso, cuando los clavos entraban en la carne, cuando la cruz
fue levantada y el dolor se hacía más agudo. Jesús iba repitiendo la
plegaria de perdón.
¿Por qué tal maravilla? ¿Por qué Jesús es todo amor? Sí,
lo hemos dicho al principio: «Dios es amor»; y esta es la base de la
Redención. Pero también porque es sabiduría infinita. Se ha dicho con
razón que comprender es perdonar, y comprendía, conocía la ignorancia de
todos los culpables del horrendo crimen. «No saben lo que hacen.»
¿Quiénes? ¿Los soldados? Nosotros, a lo sumo, tratando de ser imitadores
de nuestro sublime Maestro, habríamos dicho: «Perdona a los soldados», a
los ejecutores materiales de esta atrocidad, porque son irresponsables,
obedecen órdenes; pero castiga a Pilatos, a Caifas, a los sacerdotes, a
todos los miembros del Sanedrín. Pero la súplica de Jesús incluía a
unos y a otros; pues sabía que también éstos eran ignorantes del gran
misterio de su persona. Y que su súplica obtuvo respuesta, lo vemos en
Hechos 6:7, donde leemos que un gran número de sacerdotes obedecían a la
fe.
Pero la misma súplica misericordiosa es una advertencia,
pues nos muestra una razón para la misericordia que tiene sus límites;
límites que dejan al que los traspasa fuera del alcance del perdón.
Hasta aquel momento, todos los más directamente culpables de la muerte
de Cristo, se hallaban incluidos en la misericordiosa súplica, pues no
habían sabido comprender el significado de la persona de Cristo. Lo
tomaron por uno de tantos falsos Mesías, pero después que el Evangelio
fue predicado con tanta claridad y fue del dominio público en la ciudad
de Jerusalén. Después que Pedro aplicó tan claramente las profecías del
Mesías Redentor a la persona de Cristo, y demostró por qué era necesario
que el Cristo padeciese; después que puso en evidencia la prueba
irrefutable de su resurrección (que los príncipes de los sacerdotes
sabían mejor que nadie que era un hecho real, porque se lo dijeron los
saldados que guardaban el sepulcro), los que se empeñaron en ver en El,
no el anunciado descendiente de David, el Mesías de Dios, sino un mago
resucitado por el poder de Belcebú, porque así convenía a su orgullo y a
sus intereses; los que tal hicieron, quedaron fuera del perdón, como
antes lo había quedado Judas. Tuvieron bastante evidencia y la
rechazaron. No tendrían ya excusa delante del tribunal de Dios.
¿La tendrás tú, que has oído una y otra vez el Evangelio?
¿Puede decirse que no sabes lo que haces cuando endureces tu corazón a
los llamamientos de la gracia de Dios? ¡Oh, que ninguno de los presentes
quede en la terrible situación de Faraón, de Judas, de Caifas, de
Pilato o de Heredes; sino en la de los ciudadanos y sacerdotes judíos
que obedecieron a la fe.
2. La palabra alentadora
De cierto te digo: Hoy estarás conmigo en el Paraíso
(Lucas 23:43). — La segunda palabra es fruto de la primera. El compañero
de martirio, un ladrón a quien la tradición da el nombre de Dimas, pero
que en los evangelios es anónimo, ha oído algo tan sorprendente que, de
repente, su corazón da un vuelco y se le abren los ojos de la fe. Ha
oído de labios de Jesús la palabra Padre. ¿Quién es este ajusticiado que
puede llamar a Dios Padre, y al mismo tiempo interceder por sus
verdugos? ¡Oh, si él pudiera dirigirse a Dios con esa paz y tranquilidad
de espíritu! Pero no, no puede. El ladrón cree en Dios, pero, como
tanta gente en el mundo, conoce al Creador muy superficialmente; se lo
imagina como un juez terrible, pues dice a su compañero: «¿Ni tú temes a
Dios....?» «Nosotros justamente padecemos....» Recuerda sus maldades
con pena y se da la culpa de ellas; no trata de excusarse pensando o
diciendo: Nuestra pobreza nos obligó a robar....; los malditos invasores
de nuestro país que nos han empobrecido con impuestos tienen la culpa;
nuestras circunstancias nos llevaron a ser lo que somos.... No, no; se
siente culpable, está de acuerdo con la justicia de los hombres, y
aunque la teme, no se queja de la justicia de Dios. ¡Qué buena
disposición para dirigirse al Salvador de los pecadores! Siente dolor
por sus pecados.... «y el dolor que es según Dios obra arrepentimiento».
Este es ha sido y será siempre el primer Paso de la genuina conversión.
El segundo paso es la fe, y el ladrón crucificado la tuvo
también. Es una profunda fe judía, pues no podía tener ninguna otra....
Ata cabos sueltos y se dice: «Este ajusticiado a mi lado ha sido
sentenciado por Pilato como rey de los judíos por llamarse Mesías, y su
actitud ante sus enemigos y ante Dios demuestra que lo es; ningún otro
hombre sería capaz de hablar como éste ha hablado: Si lo es, hay
esperanza para mí el día de la resurrección....» Las gentes religiosas
de Judea, enseñados por los rabinos, no creían en la supervivencia del
alma (a pesar de que hay claros vislumbres de ello en ciertos pasajes
del Antiguo Testamento) (Salmo 17:15, Eclesiastés 11:9 y 12:7, Salmo 23:8, Job 19:25).
Su única esperanza era la resurrección, el día final,
como dijo Marta, un día probablemente muy lejano; pero Jesús le responde
con un «hoy» muy significativo. No será en aquel día lejano del
establecimiento de mi reinado sobre la tierra, sino hoy mismo. Mi
reinado no es una esperanza futura, sino presente, porque abarca mucho
más que este mundo. Tus sufrimientos cesarán hoy; no dentro de tres o
cuatro días; tu gozo empezará hoy mismo, en el Paraíso de Dios, no
dentro de centenares de años.
¡Qué preciosa seguridad! ¿La tienes tú, lector u oyente?
Haz lo que hizo el ladrón: acudir a Cristo que ha dicho: «Al que a Mí
viene no le echo fuera.» Acude a El con arrepentimiento y con fe, ya que
tú tienes suficientes evidencias para creer en El y puedes creer en El
no sólo como Mesías, sino como Salvador.
3. La palabra cuidadosa
Mujer, he aquí tu hijo; Juan he ahí tu madre (Juan
19:26-27). — La vida cristiana no es sólo un continuo pensar y hablar
del cielo. Allá están, sí, nuestros principales intereses; pero
precisamente porque es así y allá nos dirigimos, debemos, en tanto,
atender bien nuestros deberes de la tierra. Jesús, como hijo humano de
una dolorida mujer que se hallaba al pie de la cruz, tenía deberes
humanos y los atendió cuidadosamente encomendando a aquella buena y
amante madre al discípulo amado.
Su resignada pero dolorida madre lo necesitaba. La más
favorecida de todas las mujeres fue también la más afligida. «Una espada
traspasará tu alma», le dijo Simeón, y en estos momentos, la espada
estaba clavada en su alma. Hasta qué punto era atenuado su dolor por la
esperanza, no lo sabemos. El, que procuró poner la esperanza de la
resurrección en los corazones de sus discípulos siempre que hablaba de
su muerte, ¿no lo habría hecho también con su amante madre? Es muy
probable. Y la bendita virgen creía. Una manifestación de esta fe era
hallarse casi sola junto a la cruz, mirando con ojos compungidos y
agradecidos los sufrimientos de su amado Hijo. ¡Habría tantas miradas de
odio, de incomprensión, de venganza, que bien oportunas y consoladoras
eran aquellas miradas de simpatía y de amor de algunas fieles mujeres y
del apóstol Juan!
Sin embargo, su fe estaba pasando una severa prueba. La
cruz, que es para nosotros un hecho tan claro después de las
explicaciones de San Pablo, era un misterio para los primeros
discípulos. Recordemos que el más creyente de todos, el apóstol Pedro
dijo: «Señor, ten compasión de Ti.» ¿Era muy difícil explicarse por qué
el que había venido para reinar sobre el trono de David, como le dijo el
ángel, tenía que sufrir de aquella manera?
Recordemos que algún tiempo antes, la misma virgen había
estado buscando a Jesucristo porque decían sus parientes: «está fuera de
sí.» No, la bendita virgen no creía que estuviera fuera de sí en el
sentido literal, como quizá creían los otros, sino fuera de sí de
generosidad, de amor, de celo; como la madre de un misionero que ve su
hijo partir al Congo y se pregunta si no se excede en su celo y amor al
prójimo. Y ahora, el exceso ha llegado a la cumbre, dejarse
crucificar.... Aquel que tenía tanto poder, ¿no sería un exceso de
bondad?
¿Quién podría consolar a la bendita virgen en aquellas
circunstancias? ¿Quién podría mostrarle y recordarle el admirable plan
de salvación de Dios? ¿Quién podría gozarse con ella cuando la mañana de
la resurrección viniera a iluminar sus vidas? ¿Quién podría consolarla
otra vez cuando el misterio de la ascensión lo arrebatara de nuevo de
sus manos?
Había un discípulo que había calado más hondo que ninguno
en la doctrina del Evangelio. Lo prueba el Evangelio que escribió
muchos años más tarde. Ningún otro refiere la conversación con Nicodemo.
A este discípulo confía Jesús su madre. Había parientes más
cercanos.... Jacobo, por ejemplo (autor de la epístola que lleva su
nombre), pero parece que todavía no creía (Juan 7:5) y aun después de la
aparición del Señor, que sin duda le convenció (1.a Corintios 15:7), no
tendría la experiencia espiritual de Juan. Por esto Jesús une a
aquellas dos almas piadosas en un lazo de obligación filial.
Con ello Jesús nos enseña a pensar en la tierra a la vez
que en el cielo, en los deberes para con nuestros prójimos, empezando
con nuestros familiares con quienes la Providencia nos ha unido de un
modo más íntimo, y en nuestros deberes para con todos los seres humanos,
pues a todos ellos nos debemos. Las necesidades de los demás deben
preocuparnos en todos los momentos de nuestra vida, mientras Dios nos
tiene sobre la tierra, ya que nuestra vida como redimidos es un tiempo
de prueba y como dice el mismo Señor: «El que en lo poco es fiel,
también en lo demás es fiel» (Lucas 16:11-12). No debemos, pues,
desentendernos de este mundo, sino ser fieles en las cosas de este
siglo, en los deberes y oportunidades que El nos da acá abajo para hacer
el bien, a fin de que podamos ser hallados dignos de cumplir mayores
responsabilidades allá arriba.
4. La palabra patética
¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has desamparado? (Mateo
27:47). — Esta es la más misteriosa de las siete palabras, y podríamos
decir, de todas las que Cristo pronunció en el curso de su ministerio.
¿No es Jesús mismo Dios? ¿No dijo El mi Padre y yo una cosa somos; y a
Felipe: «El que me ha visto ha visto al Padre? ¿Cómo puede expresarse en
tales términos el que, como dice Pablo, es Dios bendito por todos los
siglos? El mismo apóstol Pablo nos aclara el misterio en Filipenses 2:
«Aquel que no tuvo por usurpación ser igual a Dios se anonadó a sí
mismo.» La palabra griega kenoseiv significa «se vació»; vino a ser
temporalmente siervo el que era Señor de todo. Sus milagros los
realizaba orando a Dios como nosotros.... Obró como Dios, el
Cristo-hombre, por la íntima comunión en que vivió siempre con el Padre
celestial. «La voluntad de mi Padre hago siempre», dijo. Ello llenó, por
su suprema consagración y obediencia, el misterio de su «kenosis» por
amor de nosotros. Podríamos decir que no sintió tanto su anonadamiento
por la íntima relación que vivió con Dios; por esto, cuando sus
discípulos dormían, El oraba, consultaba con el Padre celestial y se
henchía de poder.
Pero este privilegio no era posible cuando se hallaba en
la cruz, cargado con nuestro pecado como sustituto nuestro.... Dios no
puede consentir con el pecado. La presencia divina le abandonó. Y para
que nosotros pudiésemos enterarnos de esta tragedia espiritual (como nos
hacemos cargo de su dolor físico) es que abrió su boca exclamando:
«¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has desamparado?»
Los mártires que han sufrido por su Señor tormentos y
muertes horribles, no han experimentado semejante dolor moral; al
contrario, han estado en mayor comunión y felicidad. Podríamos citar
centenares de ejemplos (Véanse en el libro: "El Cristianismo Evangélico a través de los Siglos", del propio autor, y en otras obras históricas).
pero Cristo no era un mártir, sino nuestro Redentor; llevaba todo el
peso de nuestro pecado, y el Padre celestial no podía tratarle sino como
pecador.
La exclamación no era una queja, ni una duda, pero era una situación interna que no la conoceríamos si no la hubiese expresado.
Es una pregunta al Padre, de la cual no espera
contestación del mismo Padre. ¿De quién la espera, pues? De mí y de ti.
El quiere que nosotros reconozcamos lo inmenso de su sacrificio y le
digamos: ¿Por qué te ha abandonado el Padre? Por mí, Señor; Tú lo sabes,
pues Tú sabes todas las cosas, pero quieres que yo lo reconozca, que yo
lo sienta, que lo agradezca.... Pues, sí, Señor, lo reconozco: fue por
mí. Tú fuiste desamparado temporalmente, para que yo pudiera ser amado
definitivamente y para siempre. Tú nos viste desamparados; y viniste a
ampararnos; aunque ello te costara el dolor y el desamparo temporal del
Padre. ¡Ampárame, pues, Señor, aplícame los medios de tu sacrificio;
hazme un hijo de Dios de tal modo y de tal carácter que esa dulce
comunión que tuviste con el Padre todos los días de tu existencia
terrenal yo la pueda tener también! Que yo pueda vivir bajo el amparo de
Dios a causa de tu desamparo sufrido por mí.»
Amén.
5. La palabra expresiva
Sed tengo (Juan 19:28). —Podemos darle el título de
«expresiva» a esta breve frase (que es una sola palabra en el original)
porque expresa, según todos los comentadores, dos grandes sentimientos
de Cristo: Uno físico y otro moral.
En primer lugar, es una expresión de la necesidad física
que sentían todos los crucificados a causa de la pérdida de sangre y la
fiebre producida por las heridas, y Jesús la pronunció para dar
cumplimiento a la profecía que había previsto esta circunstancia en el
Salmo 22:15, donde leemos: «Mi lengua se pegó a mi paladar», y en el
69:21: «Y en mi agonía me dieron a beber vinagre», y el Evangelio añade
otra burla cruel: la de que sus verdugos mezclaron con el vinagre hiel
amarga y pestilente.
Jesús había renunciado a la bebida soporífera que por
disposición legal se daba a los ajusticiados en cruz, vino mezclado con
mirra. Jesús rehusó tal bebida para que su naturaleza física reaccionara
con todo lo horrible del dolor de los crucificados, sin mitigación de
ninguna clase. ¿Para qué? ¿Para que se cumpla en su cuerpo el máximo
dolor, ya que sufre por tantísimos pecados? Sí, pero también para que tú
y yo podamos sentir más hondamente lo mucho que nos ama. Si hubiese
aceptado la mirra, diríamos: «Cuando se está somnoliento no se sufre
mucho»; pero Jesús sufrió hasta el máximo los padecimientos físicos para
hacernos comprender y apreciar su gran amor por nosotros; para
maravillar más a los hombres y a los ángeles.
Pero hay un texto en Isaías 53 que nos muestra el sentido
moral de semejante expresión, de ese grito, de ese anhelo, que se dejó
oír en la cruz: «Del fruto de su alma verá y será saciado.» ¿Se ha
cumplido? ¿Se está cumpliendo, o se cumplirá semejante profecía? ¿Creéis
que Jesús está satisfecho de ver nueve décimas partes de la humanidad
en la más completa ignorancia acerca del Evangelio de la redención que
tanto le costó? ¿Creéis que está satisfecho de la vida de sus
discípulos; de la respuesta de nuestros corazones; de nuestras vidas
cristianas, de nuestra conducta, de nuestros esfuerzos por su causa?
¡Cuánto mejor podría ser!
Aun hoy día nuestro Salvador, en lugar de vino, recibe
vinagre, en vez de mirra, recibe hiel, pues el mundo no aprecia su
sacrificio, su amor por las almas, y ni siquiera aquellos que hemos
confiado en El de todo corazón y podemos decirle como Pedro «Señor, tú
sabes todas las cosas; tú sabes que te amo». ¿No podríamos hacer más,
mucho más, para mostrarle nuestro amor, para calmar la sed de su alma?
Sin embargo, un día será satisfecho su anhelo.... Cuando
se habrá sacado todo el jugo —diría yo, usando una comparación vulgar y
sencilla— al glorioso misterio de la redención; todo el fruto posible de
su gracia; cuando millones estén reunidos ante su trono, una multitud
incontable, según Apocalipsis 7, nuestro Salvador verá que no fue en
vano el sacrificio de la cruz. Entonces «verá del fruto de su dolor y
será saciado».
6. La palabra garantizadora
Consumado es (Juan 19:30). — Esta palabra es la más corta
pero también la más grande, la más alentadora, la más significativa
para nosotros. Es «nuestra palabra» que recibimos como prenda de
seguridad y de esperanza de labios del Señor.
Jesús había dicho ya:
Una palabra para sus verdugos.
Una palabra para el ladrón arrepentido.
Una palabra para su madre.
Dos palabras para sí mismo, aunque con referencia simbólica y moral a nosotros.
Ahora pronuncia una directa y exprofesa para nosotros, para alentar y afirmar nuestra fe.
Es tan corta que en el original griego es, literalmente,
una sola palabra tetelestai; sin embargo, abarca un mundo de
significado. Es la palabra que ponían los griegos en los recibos cuando
eran cancelados. ¿Comprendéis así la importancia de tal palabra?
Jesús se esmeraba en explicar su significado, después de
su resurrección, según tenemos en Lucas 24:26, 46-47. El asombro
entonces para sus discípulos no era tanto de verle resucitado, pues
tenían ya muchas pruebas de su poder milagroso, sino de que hubiese
querido padecer. El leía en sus asombrados ojos esta pregunta: «Si
tenías tanto poder, ¿por qué sufriste?» ¿Por qué clamaste «Sed tengo» y
«Dios mío, Dios mío, por qué me has desamparado?» La respuesta es: Para
que pudiese predicarse en su nombre el arrepentimiento y la remisión de
pecados; he aquí el secreto. No se podía predicar tal mensaje sin un
sustituto. Si tienes una deuda, no te basta con decir estoy arrepentido
¿Cómo podrías pagar la deuda de tus pecados al justo Dios? Pero El sí
podía pagarla por ti. De este modo, quedaba aunada la justicia y el
amor. Al ver a Cristo padecer por tus pecados, no solamente tendrás que
decir estoy arrepentido, sino estoy agradecido.
«Consumado es» garantiza una salvación perfecta, a la que
no puedes añadir nada como mérito expiatorio, ni lo necesitas. El
acreedor insolvente que recibía el recibo cancelado tetelestai por un
acto de benevolencia, no trataría de pagarlo de nuevo, pero quedaría
obligado con una dependencia moral de gratitud hacia algún generoso
bienhechor. (Véase anécdota Confiando en la justicia de Dios.)
Hay dos extremos en relación con la obra perfecta de
Cristo: uno por defecto, y otro por abuso. No considerarla suficiente y
tratar de añadir mérito; éste es el defecto de muchas almas ansiosas
dentro del cristianismo nominal; pero puede existir, y existe, entre los
creyentes evangélicos, otro defecto por exceso. No exceso de confianza,
nunca se puede tener demasiada confianza o fe en el Señor; pero sí de
insolencia, de pereza, de ingratitud; el defecto de decir: Porque El lo
hizo todo y «no hay ninguna condenación para los que están en Cristo
Jesús», puedo ser un cristiano frío....; hacerme la religión a la medida
de mi gusto, leer o no leer la Biblia, asistir al culto cada semana o
cada tres meses, dar o no dar para la obra de Dios, testificar o cerrar
la boca.... Es un grave error. La obra es perfecta, completa, no le
falta nada y nada puedes añadir, pero la fe se muestra por las obras.
Amigo oyente, ¿quieres ser salvo? Por grandes que sean
tus pecados, hay una salvación completa y perfecta para ti, una
salvación tan grande que ha servido para perdonar y regenerar a los más
grandes criminales, pero estos grandes pecadores podrían ser salvos, y
tú no serlo; si no aceptas, si no recibes el Evangelio como un don de
Dios, o si confías con un arrepentimiento de labios. Quiera dar Dios a
cada uno un arrepentimiento y fe sincera para recibir y agradecer de un
modo debido la obra de Cristo.
7. La palabra reveladora
Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Lucas 23:
45). — La entrada en el mundo espiritual es siempre un misterio que
sobrecoge el ánimo. Por esto, todos miramos con prevención, sino con
horror, el momento inevitable de la muerte. Estamos tan acostumbrados a
un mundo de leyes tangibles que conocemos, al cual nos hemos
acostumbrado, que a casi todo el mundo causa un sentimiento de espanto
entrar en las regiones de lo desconocido, de la muerte.
Esta prevención y temor no podía existir en el divino
Hijo, en el Verbo encarnado; sin embargo, le oímos exclamar: «Padre, en
tus manos encomiendo mi espíritu.» ¿Por qué?
Podemos imaginarnos el Calvario como un lugar trágico, no
sólo por la multitud insolente pronunciando gritos, blasfemias y
burlas; esta situación ya había terminado. Las tinieblas habían hecho
desfilar a los burladores, y hay silencio en el Calvario por espacio de
tres horas; sin embargo, continúa siendo aquel un lugar terrible, pues
permitidme contestar la pregunta con otras preguntas: ¿Quién había
movido aquellos labios escarnecedores? ¿Quién había levantado aquel
enojo insolente? ¿Quién había inspirado las blasfemias? El enemigo de
Dios y de los hombres había puesto en juego todos sus recursos
espirituales para dar lugar a aquella victoria contra el Hijo de Dios
encarnado; aquella victoria que fue su mayor derrota. El diablo y sus
huestes, que parecen haberse manifestado de un modo especial en
Palestina durante el ministerio público de Cristo, habían llegado al
colmo de su actividad y al pináculo de su culpa en la tragedia del
Calvario.
Ahora bien, el Redentor, hecho hombre, reducido a la
condición de hombre, por su voluntaria kenosis, va a entrar en el mundo
espiritual; va a subir al cielo pasando a través del Infierno, en el
mismo Calvario y probablemente un poco más tarde, de un modo literal, si
hemos de interpretar textualmente 1.a Pedro 3:19.
Cristo no teme aquella parte espiritual de su tragedia,
no teme más que una cosa: estar separado de Dios. Ahora se muestra
tranquilo y confiado.
«Aunque andaré en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno.»
(Salmo 23:4.) Si esto podía decir un pobre pecador, el salmista David,
mucho más el Salvador perfecto; por esto le oímos exclamar: «Padre, en
tus manos encomiendo mi espíritu.» Aquel que nos habló del mendigo
Lázaro como llevado por los ángeles cuando dio su último suspiro, no
dejaría de tener una cohorte de seres celestiales cuando, cumplida su
misión y su obra redentora, sobre la tierra, se disponía a entrar por
las puertas eternas (aquellas puertas de las cuales leemos en el salmo
24, y en Apocalipsis 21:12-13). No quiso tenerla en Getsemaní (Mateo
26:54-54), pero ahora la protección del Padre no sería ningún
impedimento a su obra redentora ya consumada.
¡Cuan alentados deberían quedar sus fieles amigos que no
le abandonaron ni aun en aquellas horas de creciente oscuridad física!
Sabían que si ellos no podían ya apenas verle, y mucho menos ayudarle,
los cielos estaban espiritualmente abiertos para protegerle y llevarle
en triunfo a la región celestial.
La experiencia del Salvador como hombre ha de ser la
nuestra también de un modo inevitable; todos hemos de pasar por este
sombrío valle. ¿Cuándo?, ¿cómo? No lo sabemos, pero ha de venir dentro
de pocos años. ¿Podremos dirigirnos entonces a Dios del mismo modo que
nuestro Salvador lo hizo? Si El es nuestro Padre, ¡podremos! La gran
cuestión para nosotros es: ¿Qué debo hacer para que lo sea? Tenemos la
respuesta en Juan 1:12 y Efesios 1:5. La muerte redentora de Cristo es
la garantía de que podremos terminar nuestros días con la misma
confianza que El, si le hemos aceptado como nuestro Salvador y Señor.
Solamente entonces podremos decir con gozo: ¡Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu! Llévalo como quieras y donde quieras, por este
universo misterioso, insondable, invisible, donde hay enemigos poderosos
no sujetos aún; pero en el cual Tú reinas porque eres el Creador y
Señor Todopoderoso.» ¿Podremos decir esto cuando la hora llegue?
¿Podremos enfrentarnos con una realidad tan misteriosa y desconocida sin
temor alguno?
Podremos, ¡sí!, aunque no seamos, como El era, su
Unigénito, podremos como hijos adoptivos. Ved cómo Esteban, que no era
más que un creyente como nosotros, pudo imitarle en dos de sus palabras
de la cruz. Sigamos su ejemplo y se cumplirá en nosotros, como se
cumplió en Esteban, la promesa de Cristo: «No se turbe vuestro
corazón....» «Voy a preparar lugar para vosotros». Y a aquel lugar
iremos por su gracia, para verle y estar con El «muchísimo mejor»
(Fi-lipenses 1:23) por siglos de siglos.
ANÉCDOTAS
CONFIANDO EN LA JUSTICIA DE DIOS
Cierta
madre, que tenía a su hija víctima de una enfermedad incurable, deseando
estar segura de que ésta había comprendido y aceptado bien el
Evangelio, le preguntó, poco antes de morir, si se sentía salva.
—Sí, mamá —respondió la niña.
—¿Y en qué confías para ello? —insistió la madre.
—En la justicia de Dios —respondió candorosa, pero firmemente, la jovencita.
—¡Querrás decir en su amor y misericordia, hija mía! —se apresuró a corregir la madre.
—No,
mamá; confío en su justicia. Porque Dios es justo no puede exigir dos
pagas para mis pecados: la de Cristo y la mía Si Cristo murió por mis
culpas, no puede volver a hacérmelas pagar a mí.
***
SERMÓN VI
¿QUE, PUES, HARÉ DE JESÚS?
(Mateo 27:22)
Jamás una pregunta más importante ha sido formulada por labios humanos.
1. El gran dilema de Pilato
El que la hizo era un hombre inteligente, escéptico,
conocedor de muchas religiones, que había llegado a dudar de todas y de
todo. Por esto, cuando aquel extraño acusado llamado Jesús le fue
presentado y oye de sus labios palabras jamás oídas antes de boca de
ningún reo —«Yo para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la
verdad; todo aquel que es de la verdad, oye mi voz»—, responde
burlonamente: «¿Qué cosa es verdad?» Para él no hay otra verdad que la
de las conveniencias humanas; subir en la estimación del César; tener
más y más poder y más dinero, esto es lo que vale. ¿No hay muchos así
hoy día?
Pero en este caso se encuentra en una posición
embarazosa; la más embarazosa de su vida. Con su perspicaz vista de juez
y de político comprende que aquel acusado es justo. Su esposa se lo ha
advertido (Mateo 27:19). De momento, quizá se dice: «Supersticiones de
mujeres».... Pero queda un ¡quién sabe! Por esto trata de librarle,
primero apelando a la compasión popular; después a la costumbre
establecida de soltar un preso por la Pascua. Ambas estratagemas le
salen mal y se queda con Jesús delante; aquel Jesús con quien su esposa y
su conciencia le han advertido no tener que ver nada.... La sombra de
aquel preso le persigue; ha intentado echarlo sobre Herodes, y allí está
otra vez....
Entonces se da la paradoja de que el juez pregunta a los
acusadores: ¿Qué, pues, haré? ¿Dónde está, Pilato, la justicia y la
conciencia? ¿Dónde queda tu honor de juez? ¿Para qué has estudiado
jurisprudencia? ¿Para descender a preguntar a un populacho: ¿Qué haré?
El temeroso Pilato se halla entre dos aguas, teniendo por
un lado el acicate de la conciencia y por el otro los fariseos con sus
amenazas.... Y aquel justo le estorba.... ¡Ojala pudiera quitárselo de
delante sin poner sus manos sobre El! ¡Que lo tomara el pueblo y lo
apedreara! ¡Que lo hiciera ejecutar Heredes....! ¡Que él no tuviera nada
que ver con este extraño caso! ¡Ojala que nunca se lo hubiesen puesto
delante....; que hubiese estado ausente....!
¡Así se dice Pilato, inquieto y perturbado! Pero no, allí
está, y no puede evadir la responsabilidad de juzgarle. Por esto
maldice Pilato aquel aciago día, maldice a los fariseos, al pueblo y a
su mala suerte, porque allí está Jesús, no desaparece de su vista. Allí
está con toda su majestad, su bondad, su ternura, su justicia.... Y
Pilato tiene que hacer algo: o condenarle o soltarle. Y, ¡desgraciado!,
opta por el camino de la conveniencia, ahogando la voz de la conciencia y
de la justicia.
2. Nuestro propio dilema
La pregunta de Pilato se repite como un eco a través de los siglos.... Se presenta a cada generación y a cada ser humano:
¿Qué haré de Jesús?
Cuando tú y yo llegamos a la vida nos encontramos con un
mundo más o menos bueno o malo, con instintos propios, buenos y malos a
la vez, y con un medio ambiente en el cual hemos encontrado a Jesús. El
hecho histórico de Jesús, la doctrina de Jesús, que ya estaba en el
mundo al nacer nosotros, se nos ha aparecido más o menos confusa o
claramente....; más claramente desde aquel día cuando empezamos a
escuchar la predicación del Evangelio. Sabíamos desde niños que existió
en Judea un hombre maravilloso llamado Jesús que vivió haciendo bienes,
que lo crucificaron y que resucitó, como lo declaran testigos fieles que
llegaron a dar su vida por su causa. Comprendemos que tales hombres no
podían ser locos todos, ni engañadores. Sabemos también que donde se
predica este Evangelio de Jesús, se regeneran las almas, los hombres
cambian de modo de ser.... Y el dilema que este presentó a otras mentes y
corazones en siglos pasados se presenta de nuevo en nuestra mente: ¿Qué
haré de Jesús?, ¿qué actitud tomaré? Nuestra conciencia personal nos
dice: Es justo: el Justo por excelencia, debe ser el Hijo de Dios....
Sus hermosas doctrinas; sus ofertas de paz, perdón y vida eterna,
responden a las necesidades de mi alma.... Pero en algunas cosas este
Jesús y sus doctrinas se oponen a mis conveniencias...., a los bajos
deseos de mi carne...., a mis intereses.... ¿Qué voy a hacer con este
Jesús y su Evangelio? ¿Qué harás? No puedes decir: «No haré nada.»
Veamos cómo reaccionan a esta pregunta ciertos hombres. Algunos han
dicho:
1) Negaré su existencia....; diré que es un mito
Este es el camino que tomó Emilio Bossi y como él,
algunos otros pocos filósofos y escritores; pero esta actitud es
absurda. Si existió, el negarlo no cambiará los hechos. Y que existió es
evidentísimo. Su lugar en la historia está bien definido (véase Lucas
3:1-2). Estos son personajes históricos. Asimismo lo son Tácito y
Suetonio, que en sus narraciones históricas, ajenas a todo interés
religioso, mencionan la existencia de Jesús y el martirio de los
cristianos. Nadie hubiera dado la vida por un Cristo inexistente....
Cuadrato nos habla de los enfermos que Jesús curó como vivientes en sus
días.... Ireneo y Papias nos refieren sus relaciones con el apóstol San
Juan....
2) Existió pero era un mero hombre
Era un hombre notable, pero no divino, alegan algunos. La
fama de su divinidad se fraguó a través de los siglos. Pero esta
suposición es puramente gratuita. La divinidad de Jesús es aceptada y
preconizada por sus discípulos desde los primeros días del cristianismo.
En el capítulo anterior hallamos la respuesta de Jesús a Caifas (Mateo
36:64-66). Si Cristo hubiese sido un mero hombre, ¿cómo hubiera
levantado fe en su divinidad en sus mismos días? ¿Cómo demos-Jaría su
resurrección? ¿Cómo habría logrado justificar su profecía de que el
Evangelio sería predicado por todas partes del mundo? (Véase anécdota El
consejo de Talleyrand.) Ciertamente tienes tú más motivos para creer
que Pilato y que el centurión que le crucificó, a pesar de no haber
visto a Cristo con tus ojos materiales.... ¿Qué harás de Jesús?
3) No haré caso de El
Algunas personas no quieren discutir un tema que dicen ser tan complicado.... No quieren afirma ni negar.
«—No sé —exclaman—. Quizá sí, quizá no. Hombres más sabios lo discuten. ¿Qué diré yo? Ni afirmo ni niego....
Pero, amigo, no puedes evadir así la cuestión. Si el Hijo
de Dios, el Creador, dejó su gloria, padeció y murió por ti, no puedes
dejar de hacer caso de semejante hecho. Es la más terrible ofensa que
puedes inferirle. Es ingratitud, desdén, desprecio, del amor más grande
inmerecido y sublime que ha visto el Universo. No hacer caso es
declararte su enemigo.... Es lo que quería hacer Pilato, evadir la
cuestión; pero no lo logró.
4) Le relegaré a un Salvador de reserva
Esta es la actitud, aparentemente un poco más plausible,
que tratan de tomar algunos frente al gran dilema. No se atreven a
negar, tampoco a rechazar, pero temen las consecuencias de tomar una
actitud decidida. Llegan a estar persuadidos de que Jesús es real y
divino; de que es su Salvador y de que lo necesitan. Pero no les
conviene dilucidar el asunto demasiado pronto.
—Lo aceptaré —dicen— en el momento que me interese. Sus
doctrinas son demasiado puras, demasiado justas para comprometerme con
ellas ahora. Prefiero el mundo a Cristo. Cuando no tenga recurso alguno
para continuar «viviendo» «mi vida», entonces me acordaré de El y lo
aceptaré.
¿Es esto lo que piensas hacer con Cristo? (Véase anécdota Moody y el incendio de Chicago u otras apropiadas.)
5) Lo aceptaré, lo amaré y lo serviré
Esta es la mejor actitud; la que han tomado muchos, y
están tomando aquellos que tienen en verdadero aprecio el porvenir
eterno de sus almas. Mirando de frente y sin excusas el gloriosísimo
hecho de la venida de Cristo a este mundo dicen:
Si tú eres Jesús, el Mesías prometido....
Si eres el Redentor indispensable para una humanidad
pecadora, de tal modo que no fue posible al Padre celestial librarte de
la muerte....
Si eres el Hijo de Dios que has de venir a juzgar a los hombres....
Si eres el hombre-Dios, perfecto, el único y supremo modelo....
No puedo, ni quiero hacer otra cosa, con tu Divina
persona, que fue entregada por mis delitos y resucitada para mi
justificación, que aceptarte y amarte como Tú me has amado.
3. La pregunta invertida
Algún día el que fue humilde y despreciado Redentor de
los hombres, será el Juez de vivos y muertos. Y la misma pregunta será
repetida a la inversa, siendo tú el reo ante su majestad. Algún día El
tendrá que decir acerca de ti lo que tú, indispensablemente, tienes que
preguntarte hoy acerca de El. ¿Qué haré de esta alma pecadora? ¿Cómo he
de sellar su destino? Pero la respuesta no está en su arbitrio, sino al
tuyo. Su decisión depende enteramente de la tuya.
(Palabras de llamamiento según la inspiración personal de
cada predicador, sin olvidar que el sermón ha terminado y se halla en
el período de Conclusión y no debe alargarse mucho más.)
ANÉCDOTAS
EL CONSEJO DE TALLEYRAND
Un
racionalista francés, inventor de la llamada "Religión Natural", se
quejaba al conocido ministro Talleyrand del poco éxito que había tenido
su religión, a pesar de haber escogido para la misma la mejor ética
contenida en el cristianismo y en otras religiones, y le pidió consejo
sobre el mejor modo de acreditarla.
—Es muy
sencillo —replicó Talleyrand—. Haga usted unos cuantos milagros aquí en
París y en otras ciudades de Francia; después, déjese crucificar,
resucite al cabo de tres días, y verá usted cómo muchas personas creerán
en su religión.
MOODY Y EL INCENDIO DE CHICAGO
En 1871
prediqué en Chicago una serie de sermones sobre la vida de Cristo,
durante cinco noches. El último serón era sobre el tema "¿Qué haré con
Jesús?", y creo que cometí uno de los mayores errores de mi vida. Era
una noche de octubre, y escuché que pasaban las maquinas del cuerpo de
bomberos, pero no hice mucho caso, ya que a menudo oíamos las campanas
que anunciaban la existencia de un incendio. Cuando terminé de predicar
le dije al auditorio:
—Quiero
que llevéis la pregunta a vuestras casas; que penséis sobre ella y que
el domingo que viene me digáis qué vais a hacer con Cristo
¡Qué error! Nunca más he dicho una cosa así.
En aquellos momentos se estaba iniciando el gran incendio de Chicago, en el que perecieron centenares de víctimas.
Recuerdo que Sankey cantaba:
"Hoy llama el Salvador.
Acude a El.
Cae la tormenta
Y está cerca la muerte."
Y así
fue de un modo particular en aquella ocasión. Después del culto me fui a
casa. A la una de la mañana se quemó el local donde habíamos estado
reunidos y no hubo oportunidad de volver a predicar a los supervivientes
de la catástrofe. Muchas almas pasaron sin Cristo a la eternidad.
***
SERMÓN VII
LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR
(1.a Corintios 15:1-22)
¡Qué glorioso es para el creyente que tras la
consideración de la muerte de Cristo que se hace en estos días, podamos
hablar de su resurrección. Supongamos que no hubiese resucitado. Por
siglos, la humanidad habría venido preguntándose: ¿Será verdad que era
El el Mesías? ¿Es cierto o no lo es el mensaje del cristianismo. (Véase
anécdota El nombre cambiado.)
1. La certeza de la resurrección
El apóstol Pablo, después de una exposición por el
argumento que se llama de reducción al absurdo, acerca de lo inútil e
ineficaz de nuestra fe si Cristo no hubiese resucitado, exclama
triunfalmente: «Mas ahora, Cristo ha resucitado de los muertos.» No hay
incertidumbre alguna. Ese testigo, antes enemigo y perseguidor de la fe
cristiana, tenía motivos para saberlo. (Véase anécdota Un nuevo
epitafio.)
Tras él, debían tener también buenas razones para
afirmarlo los que durante los tres primeros siglos se dejaron atormentar
y quitar la vida para sostener semejante afirmación. San Pablo nombra
por orden en este capítulo a los que le vieron en diez ocasiones
distintas, individualmente o en grupos hasta de quinientos. Otros
testigos refieren las palabras y hasta los hechos del Salvador
resucitado. Aquí no caben más que tres suposiciones:
a) O centenares de personas se dejaron matar por lo que ellos sabían era falso.
b) O se volvieron todas dementes de una vez.
c) O Cristo resucitó «verdaderamente» (Lucas 24:34). ¿Qué es preferible creer? Indudablemente, que resucitó.
2. Significado de la resurrección
«Primicias de los que durmieron», dice el apóstol. Más
¿no hubo otros resucitados por los profetas y por Cristo mismo? Sí, pero
todos eran diferidos de la muerte, no librados de ella. Todos volvieron
a morir. Sólo Cristo fue triunfador definitivo, y esto por sí mismo,
sin ayuda ajena. Su resurrección para la inmortalidad era una cosa
totalmente nueva en la historia humana; de ahí su gran importancia.
Efectivamente, si El no hubiera resucitado:
No habría para nosotros garantía de que fuera el Hijo de
Dios, el Redentor prometido. La señal de los milagros no bastaba. Otros
profetas los hicieron también.
No habría garantía de que Dios aceptó el rescate. Ninguna evidencia de salvación existiría para nosotros.
Tampoco podríamos confiar en el cumplimiento de sus
grandes promesas (Juan 14:2 y 23; 16:24-27; 17:24 y tantas otras serían
bellas palabras sin seguridad). ¡Ojala fuera verdad! —Exclamaríamos— que
este buen hombre de Dios, que murió hace tantos años, esté en la gloria
y pueda cumplir todo lo que dijo. Mas ahora «¡Cristo ha resucitado!» Ha
cumplido la gran señal que dio a los judíos (Juan 2:18-22). Cumplirá
todo lo demás. (Véase anécdota Un epitafio original.)
3. Consecuencias de la resurrección
«Todos en Cristo serán vivificados» (ver. 22). La más
grande de las afirmaciones de Cristo es la de que El fuera la Vida. Que
fuera Pastor, Amigo y hasta en sentido figurado, la Puerta, el Camino,
la Verdad, es comprensible; pero la Vida, ¿quién puede atreverse a decir
tal? Si aun desconocemos el secreto de este misterioso elemento que
tantas maravillas han producido y está produciendo a nuestro alrededor.
Más si el hombre Cristo Jesús controla la vida, si la domina no es
increíble su afirmación. El que es y posee la vida, puede darla a quien
le plazca. El que fue poderoso para cumplir su declaración «tengo poder
para ponerla y tengo poder para volverla a tomar» (Juan 10:18) puede
también llevar a efecto: «El que cree en Mí, aunque esté muerto, vivirá,
y el que vive y cree en Mí no morirá eternamente». Puede dar felicidad
eterna al alma y dotar a ésta de un nuevo cuerpo glorificado cuando
aparezca en su gloriosa venida. ¿No da un nuevo cuerpo todos los años a
las semillas secas e inertes en apariencia? Nada es imposible para El.
(Véase anécdota Lo mejor ha partido.)
Ha sido comparada nuestra situación como seres mortales a
la de pobres náufragos en medio del mar embravecido. A duras penas
sostenemos la frágil barquilla de nuestra vida con toda clase de
esfuerzos y precauciones por un tiempo limitado que no puede prolongarse
mucho. Pero en medio de la oscuridad ha surgido un faro de esperanza:
la resurrección de Cristo que ilumina sus gloriosas promesas. (Véase
anécdota No tan triste para ellos.) En ellas puede anclar el alma,
segura de que no hemos de vernos defraudados. Acudamos a El sin tardanza
y tendremos la lumbre de la vida (Juan 8:12.)
ANÉCDOTAS
EL NOMBRE CAMBIADO
El
doctor A. T. Pierson, predicando en el entierro del pastor Gordon, hizo
notar que desde la resurrección de Jesús, los apóstoles raramente usaron
la palabra "muerte" para expresar el fin de la vida de un creyente,
sino "dormir" o "partir para estar con el Señor". Esto es, en realidad,
la muerte del cristiano.
UN NUEVO EPITAFIO
El
pastor Gould nos hace notar que en todos los epitafios se lee: "Aquí
están los restos", "Aquí reposa", etc.; pero ¡cuan diferente es el
epitafio sobre la tumba de Jesús. No está escrito en oro ni grabado en
piedra, sino que es expresado por boca de un ángel, siendo exactamente
lo opuesto de las otras tumbas: "Aquí no está."
UN EPITAFIO ORIGINAL
Tomás
Spurgeon nos cuenta haber visto un epitafio que llevaba estas simples
palabras: "Federico", y debajo, "Sí, Padre, voy", refiriéndose a la
llamada de Dios al joven cuyos restos allí yacían.
LO MEJOR HA PARTIDO
Un
muchachito estaba entusiasmado con un nido de pájaros que se formó en el
jardín de su casa. Se gozaba en acariciar los huevos tan finos y
hermosos. Después de algunas semanas de ausencia en casa de unos
parientes, volvió a visitar el nido acompañado de su hermano mayor,
hallando los hermosos huevos rotos a pedazos.
—¡Qué lástima! —exclamó sollozando—. Se han echado a perder
—No digas tal cosa —repuso su hermano—. No se han echado a perder. Lo mejor de ellos ha salido; tiene alas y vuela.
Así es con la muerte. El cuerpo estropeado es la cáscara del huevo. Lo mejor no está allí.
NO TAN TRISTE PARA ELLOS
Al pasar el entierro de un niño, hijo de un misionero, dos mujeres coreanas comentaban:
—¡Qué triste, qué triste para estos padres! ¡Tan hermoso como era!
—Sí
—replicó la otra mujer—. Es en verdad muy triste; pero no tanto para
ellos como para nosotras, pues ellos, los cristianos, tienen un secreto
que les da la seguridad de que recobrarán a sus hijos algún día,
mientras que nosotras no sabemos que podamos nunca más volver a ver a
los nuestros cuando mueren.
***
SERMÓN VIII
EL CAMINO DE LA FE
(Lucas 24:13-40)
Diez veces se apareció Jesús resucitado a sus discípulos;
pero algunas apariciones nos son referidas con un solo y breve texto;
por ejemplo, la aparición a Pedro en 1.a Corintios 15:5; y a Santiago en
el versículo 7. La narración más detallada, extensa y patética que
tenemos de las apariciones de Cristo resucitado, es a los discípulos de
Emaús.
1. El suceso histórico
Dos hombres habían salido del aposento alto después de
tres días de temor. La tempestad había pasado; pero el vacío y el
desengaño habían calado hondo en sus corazones. Eran discípulos
entusiastas, de los más allegados a Cristo. El uno se llama Cleofás
(podía ser cuñado de la madre de Jesús, si aquella María que estaba al
pie de la cruz y la hermana de su madre son la misma persona, como
algunos entienden Juan 19:25; depende de una coma, de las que carece el
texto griego). El otro es un discípulo anónimo, con el que Cleofás iba
discutiendo sobre las insólitas noticias recibidas aquella mañana.
Cleofás pensaba ser lógico: Si Jesús hubiese resucitado, ¿no habría ido
al aposento alto a ver a todos los discípulos allá reunidos? ¿Por qué
esconderse. ¿Por qué aparecerse sólo a mujeres? Pensaba comprender lo
ocurrido.... ¡La mente de mujeres exaltadas....! Su compañero compartía
sus ideas. ¿No dice la profecía que el Cristo permanece para siempre? Si
hubiese sido el Cristo no le habrían matado. ¿Quién sería, pues? ¡Sin
duda, un gran profeta! ¡Tan bueno, tan poderoso; tanto bien como
hacía....! ¡Qué lástima todo lo ocurrido en aquellos días!
Otro viajero detrás va escuchando y pregunta:
—¿Qué pláticas son éstas?
—¿Serás el único que no lo sepas? —le interrogan a su
vez—. ¿No sabes lo ocurrido con Jesús, el profeta de Nazaret? ¡Nosotros
esperábamos que él redimiría a Israel... ¡Teníamos tanta ilusión....!
¡Creíamos ya llegado el tiempo, y ahora todo está perdido....! Si bien
unas mujeres, esta mañana (no se atrevió a decir: entre ellas, mi
esposa), declararon haber visto visión de ángeles....; pero a El no le
vieron.
El desconocido se convierte entonces en maestro:
—¿No era necesario que el Cristo padeciese....?
Les demuestra que aquello que les extraña, es,
precisamente, lo que tenía que ser. Empezando por Abel, les explica que
las víctimas del antiguo pacto representan, todas, al gran Sustituto....
¿No había dicho Daniel: «Después de las 70 semanas se quitará la vida al Mesías y no por sí»? ¿No está escrito en Isaías 53: «Cuando hubiere puesto su vida por expiación del pecado, verá linaje»? ¿No dice el salmo 16: «No permitirás que tu santo vea corrupción»? ¿Cómo leen los escribas las sagradas Escrituras? ¿De qué les sirve tenerlas, si no han de enseñar lo que dicen....?
Los viajeros se quedan admirados. ¿Quién será este
forastero que se atreve a refutar y contradecir a todos los maestros
religiosos....? ¡Y parece que tiene razón! ¡Pero qué sabe él....!
—piensan en algunos momentos—. Los rabinos han estudiado bien estas
cosas. Sin embargo, lo ocurrido en estos días parece coincidir bien con
los textos que cita de la sagrada Escritura. ¡Y con qué seguridad habla!
¡Se parece tanto al Maestro desaparecido! ¡El corazón, oyéndolo, siente
el mismo gozo, la misma fe y esperanza! ¿Será cierto lo que dice? ¡Si
Jesús de Nazaret era el Mesías, entonces volverá a venir....; le veremos
de nuevo, no lo hemos perdido para siempre!
El corazón se entusiasma y alborota, y el camino se hace
corto. Llegan a la aldea; el sol se ha puesto y están frente a la casa.
El forastero hace además de despedirse: «Shalom Adonai» (El Dios de paz
sea con vosotros), les dice. «Su paz sea contigo, y te acompañe», están
tentados de responderle. Pero no; no pueden decirlo....; separarse,
alejarse de él, parece como alejarse del sol, o del calor del hogar, en
un día de frío invierno. ¡Se sienten tan bien, tan reconfortados a su
lado, ante el frío de la duda, del temor y la ignorancia. ¡No, no hay
que dejarle marchar....!
—¡Quédate con nosotros! —le dicen.
Tratan de interesarse por su bienestar, pues ya le aman;
pero más que todo buscan su propio bien. La paz y el gozo que su
compañía irradia. El forastero no se hace rogar. ¡Qué bien! ¡Cuántas
preguntas le harán! Ya no es un forastero, es su huésped. Tendrán
ocasión, franqueza y autoridad, para preguntarle muchas más cosas acerca
del Mesías profetizado; y sobre la alarma de las mujeres, pues se han
quedado a medio saber por la brevedad del camino.
Hay que proveer a lo material, obsequiarle. Y preparan la
cena.... Al dueño de la casa tocaba dar las gracias, pero ante un rabí
tan sabio....: le invitan a hacerlo él. El desconocido toma el pan, lo
parte, y al abrir la boca para dirigirse a Dios se descubre su
identidad. «¿Qué ha dicho?»
Podemos suponerlo. Ha llamado a Dios Padre, lo que ningún
rabino haría. Sus corazones palpitan emocionados! ¡Es El, debe ser El!
Levantan los ojos, aunque sea irreverencia, el desconocido se esfuma
cuando tratan de abrazarle, de arrojarse a sus pies.... Aquel hombre de
carne y hueso, que han visto y hasta tocado involuntariamente, por el
camino, se ha vuelto inmaterial. ¡Era El, sí que lo era....! Su
misteriosa desaparición es la mejor prueba de que lo es.... ¡Aquel que
anduvo sobre la mar, el que mandaba a los elementos, el que se
transfiguró! ¡No podía ser otro....! Es cierto, pues, lo que han dicho
las mujeres; resucitó y vive. No piensan en comer, sino en dar la buena
nueva a sus compañeros; desvanecer sus dudas, contagiarles su gozo.... A
ellos les creerán más que a las mujeres....; tienen más pruebas.
Empiezan a correr; Si antes les pareció corto el camino, andando
despacio con el Maestro, ahora les parece largo corriendo. Al llegar se
encuentran que no son los únicos privilegiados. Allí está Simón,
refiriendo una experiencia similar. Empiezan ellos a contar la historia
con todos los detalles del camino: cómo lo invitaron, y su emoción
indescriptible al reconocerle....
El Señor que invisible está presente, les deja llegar a
este punto y en un instante aquellos elementos de su cuerpo material,
pero glorificado, que están allí en forma de electrones y protones, al
impulso de su voluntad soberana se juntan alrededor de su centro, y
aquella energía invisible se convierte en carne, huesos y sangre.... ¿Os
parece difícil creerlo? ¡Pensadlo por un instante! Al que dio a la
energía universal el poder y el acierto de juntarse y constituirse en
cuerpos maravillosos según las leyes de la materia de la vida y de la
generación, al que sacó por la potencia de su Palabra, lo que se ve de
lo que no se veía (Hebreos 11:3 y Colosenses 1:13); no le era imposible
hacer en pequeña escala, para manifestarse a sus asombrados discípulos
lo que hizo en grande escala desde el principio de la creación: negarlo o
dudarlo sería como pretender que el ingeniero que hizo la máquina de un
tren de verdad no puede hacer una de juguete para sus hijos. Cristo
comprende, empero, la dificultad por parte de sus discípulos de aceptar
como material lo que un instante antes no se veía (lo es para nosotros,
que conocemos las leyes de la materia, cuánto más para ellos, que no
conocían nada de la constitución de los átomos).
—¡Tocad, palpad....! —les dice.
Como nadie se atreve, les da otra prueba, la de comer entre ellos.
Entonces sigue una explicación semejante a la dada en el
camino (vers. 47). Esto significa: «Está abierta la puerta de la
redención por la fe y el arrepentimiento, vosotros sois testigos de
ello, proclamadlo. Id, después que seáis llenos del Espíritu Santo»....
Así terminó el glorioso día de la resurrección.
2. Aplicación del caso
Este relato, por su sencillez y encantadora naturalidad,
no solamente es una admirable confirmación del hecho histórico de la
resurrección de Jesús, sino que podemos tomarlo como una ilustración de
nuestra experiencia espiritual. Muchos hombres y mujeres en los países
nominalmente cristianos, católicos o protestantes, son como los
discípulos de Emaús. La vida es grata y bella en la infancia, porque la
fe es ingenua....; no hay ningún niño de 3 a 10 años, en los hogares
cristianos, que no crea sinceramente en los misterios de la fe, la
inmortalidad, el cielo, el infierno, los ángeles que protegen y vienen a
buscar a los niños cuando mueren para llevarlos a los jardines del
Paraíso, son cosas reales para su mente infantil. No hay ningún niño
para quien la muerte sea muerte, como lo es para los mayores; porque el
instinto del alma acoge ávidamente las enseñanzas de la religión, y el
niño es feliz. No tiene preocupaciones para la vida, pues por lo general
los padres proveen a todo, y en el más allá está Dios, los ángeles (la
bendita Virgen, si han sido educados en el Romanismo). El infante tiene a
Cristo por el instinto de su propia alma; nunca le ha rechazado, nunca
se ha negado a El. Por esto decía Jesús: «De los tales es el Reino de
los cielos.»
1) El Cristo perdido
Como en el caso de los discípulos de Emaús, las almas
suelen perder a Cristo. Quien lo pierde más temprano, quien más tarde.
Aquel Cristo que aclamaron con el entusiasmo de su inocencia; a quien
oraron las primeras oraciones o rezos...., se pierde en la adolescencia,
en el bullicio del mundo y del pecado. Y en gran parte, también, debido
a erróneas doctrinas. ¿Por qué estaban tan desalentados y tristes los
discípulos de Emaús? Porque deslumbrados por las falsas enseñanzas de
sus rabinos no habían entendido la doctrina de Cristo. Sus maestros
religiosos les habían enseñado la Biblia al revés, o parcialmente, y el
resultado es que cuando llegó el Mesías divino y les habló de un modo
tan diferente a lo que ellos esperaban, no pudieron entenderle. Y cuando
ocurrió lo imprevisible e inimaginable, el juicio y crucifixión del
gran Maestro de Galilea, el más poderoso de todos los profetas;
perdieron su fe en El, perdieron a Cristo y vieron desvanecidas sus más
brillantes esperanzas. Así ocurre con las almas hoy día. Las tradiciones
humanas han oscurecido la verdad. «Invalidáis el mandamiento de Dios
con vuestras tradiciones» —había dicho Cristo—. Además, las cosas que la
Providencia hace o permite, son también hoy día extrañas y
contradictorias, como lo era para aquellos discípulos la muerte del
Mesías. No pueden entender a Dios, y las almas pierden la fe, la ilusión
y la esperanza. ¡Dios, Cristo, cielo, vida eterna, felicidad, justicia!
¡Bello sueño de los días infantiles! El famoso escéptico Renán, declara
que el día que perdió la fe de su infancia fue el día más oscuro de su
vida. Y así es con todos aquellos que un día creyeron pero han dejado de
creer, marchando por el camino de la vida tratan de distraerse con
placeres de aquella triste realidad que se cierne ante todos los
hombres: la muerte; la oscura incógnita del más allá. Menos mal los que,
marchando desilusionados van pensando, sin embargo, en El, hablando de
El, preocupándose más o menos de las cosas eternas. Había millares de
discípulos tan desengañados como los de Emaús; pero que no querían
acordarse ni hablar de su pasada fe en el profeta Nazareno que había
terminado como todos los supuestos Mesías. Más bien se avergonzaban de
su candidez y de sus ilusiones. ¿No hay así muchos hoy día? Para quienes
van llorando con sinceridad su fe perdida, es mucho más fácil
reencontrarla.
2) Cristo sale al paso de los desilusionados
¿Cómo? No se aparece hoy día físicamente; pero se aparece
por su Palabra. Uno de los testigos de Cristo en el mundo da el
Evangelio a una de estas almas desengañadas; le habla de Cristo como
verdadero Salvador. Muestra una fe confiada y segura. La primera
reacción suele ser: «¿Qué sabe éste? ¿Quién puede saber estas cosas? ¡La
religión evangélica es un negocio, como todas!» Pero pronto empiezan a
descubrir palabras maravillosas del Cristo verdadero. No «del Cristo de
la tierra, que es tierra...., tierra...., tierra...., como decía
Unamuno, sino del Cristo de los cielos; del Cristo de la historia, del
Cristo divino....
«De gracia recibisteis; dad de gracia»...., leen en el Nuevo Testamento. No es, pues, la cuestión de negocio que ellos atribuyeron a la religión.
«De cierto os digo que el que cree en Mí, tiene vida». Aquí hay seguridad, se dicen, admirados.
«Yo soy la resurrección y la vida.» ¡Esto es sublime!
«Voy a preparar lugar para vosotros».... Y tantas
otras frases que reaniman el rescoldo de la fe casi apagado. ¿Será
verdad? ¡Estas palabras no son de hombre; no pueden encontrarse en otros
libros!
Dios mismo ilumina su reflexión: «Dios es Espíritu....»,
dice la Biblia. «No aquel anciano con barba que me imaginé en mi
infancia.» La fe no es incompatible con la ciencia; hay de ello
innumerables pruebas....
La Redención es una necesidad absoluta en un Universo de
seres pecadores que han de ser atraídos a Dios por el arrepentimiento,
la fe y el amor.
La existencia de Cristo sobre la tierra no es un mito,
sino un hecho histórico.... La resurrección de Cristo es un suceso real.
¿Cómo se explica de otro modo el cristianismo? ¡No pudo ser una
ilusión! ¿Cómo un puñado de discípulos pudieron hacer triunfar esta fe
ante tantos y tan poderosos enemigos interesados en destruirla? ¡Nadie
se deja matar por un engaño!
Y el corazón, antes desilusionado, va adquiriendo
confianza. Y cuanto más lee las palabras de Cristo, más se enamora de
El; de la verdad que presentía, pero que temía haber perdido. Desea oír
más y más.... Las semanas se le hacen largas para ir a escuchar la
iluminadora palabra de Dios expuesta, quizá, por un sencillo pero
sincero creyente en una iglesia evangélica. ¿No es así como ha sido
recobrada la fe por alguno de los presentes?
3) Cristo pasa, se ofrece, pero no obliga
Como en el caso de los discípulos de Emaús, al lado del
descubrimiento de la fe, están los quehaceres prácticos de la vida, las
ocupaciones. Podéis «entrar en la casa», regresar a vuestros hogares y
olvidar las verdades del Evangelio. Podéis deciros: «Es interesante y
bonito, pero no quiero aceptar a Cristo todavía ni voy a fanatizarme en
estas cosas. Comprendo que si era el Hijo de Dios, y murió por mí,
debería unirme a El; pero no voy a preocuparme ahora de esto. Si hay
algo de verdad en la fe, ya lo veremos allá arriba, ahora tengo
trabajo.» ¿Es así como tratáis a Cristo? ¡Cuántos que estuvieron
sentados en estos bancos han tratado a Cristo de ese modo, y le han
dejado pasar sin invitarle.
Un día su corazón ardía, como el de los discípulos de
Emaús por el camino, pero lo han despedido. ¿Será esta vuestra
experiencia? (Véase anécdota El Dr. Adolfo Lorenz.)
—Quédate con nosotros porque se hace tarde —dijeron los de Emaús.
¿No declina así el día de tu vida? Sobre todo, si tienes
más de 50 años? ¿No tienes miedo de llegar sin Cristo a la noche de la
muerte? Pero aun cuando estuvieras tan solo en la mañana de la vida,
puede tu existencia cubrirse de nubarrones, hacerse tarde.... ¡demasiado
tarde!
Para el Cristo glorificado de Emaús, no se hacía tarde;
lo mismo le era la noche que el día, pero para ellos sí. Para ti también
se hace de noche, podría hacerse tarde definitivamente....
Si los discípulos de Emaús hubiesen cerrado la puerta y
dejado marchar a Cristo, no habrían estado en Jerusalén cuando se
apareció de nuevo en el aposento alto aquella noche; quizá no le habrían
visto de nuevo hasta el día que le verían en la otra vida, asombrados, y
El les diría: ¿Por qué no me reconocisteis? ¡Insensatos y tardos de
corazón! Ciegos e incrédulos para creer lo que los profetas han dicho;
lo que la Palabra ya revelaba y vosotros os negasteis a aceptar.
¿Querrás que el Señor tenga que decirte esto un día?
—Quédate con nosotros —le dijeron.
—Quédate conmigo —debemos decirle—. Toma posesión de mi
casa, de mi ser, de mi vida; tengo miedo de mí mismo, de mi propio
corazón, si no me decido hoy. Si no te confieso, tengo miedo de que
olvide pronto lo que ahora siento....; que el corazón se enfríe....;
tengo miedo de que tú te alejes y te pierda para siempre. (Véase
anécdota El dueño del cabaret que rompió el letrero.)
¡Ojala que así lo hagan muchos! Es quizá recordando esta escena de Emaús que Cristo dijo las palabras de Apocalipsis 2:20.
4) Necesidad de dar a Cristo el primer lugar
Los discípulos de Emaús no sólo le invitaron a entrar,
sino que le pusieron a la cabecera de la mesa, le rogaron partir el pan.
Hay quienes declaran haber recibido a Cristo en alguna ocasión pasada,
pero continúan su vida: no haciendo mucho caso de su Señor. Le dirigen
pocas palabras de domingo a domingo. Oyen los mensajes de la Palabra de
Dios con el pensamiento y el corazón en otra parte; temen confesarle por
el bautismo, ser víctimas de excesivo fanatismo.... y siempre viven en
la duda....
Suponed que así hubiesen hecho los discípulos de Emaús,
posiblemente Cristo no se les hubiera revelado. Siempre habrían estado
dudando. ¿No quieres ponerle hoy en la cabecera de tu mesa? Si no lo has
hecho, ve y dile: «Señor, yo te admití en mi vida, pero no te di el
primer lugar; le he tratado fríamente. Desde hoy oraré y leeré más tu
Palabra, escucharé lo que tengas que decirme, tendré más comunión
contigo y así Tú te darás a conocer a mi alma.
5) Correr a dar las nuevas
Si ya has reencontrado a Cristo y vives con El, todavía
te falta una cosa: Correr a dar las nuevas. Trabajar por El. Hay muchos
que están como tú estabas antes: perdido en la indiferencia y en la
duda, recordando que un día creyeron, lamentándolo o tratando de
olvidarlo. ¡Corre a decirles! He hallado a Cristo, el Señor resucitado.
El cristianismo no es un mito, hay motivos para creer. Háblales de las
evidencias de la fe, de la realidad de aquel Cristo vivo que está en los
cielos y vive en tu corazón.
Si lo haces, te ocurrirá como a los discípulos de Emaús,
hablando de El, testificando de El, le encontrarás de nuevo. ¿No nos ha
ocurrido muchas veces que hablando u oyendo el Evangelio el gozo de su
presencia ha invadido nuestros corazones de un modo muy semejante al día
de nuestra conversión? A Cristo volverás a encontrarle donde le gusta
ir.... No sé si ellos calcularon así, pero así fue. El ha dicho: «Donde
dos o tres se hallan congregados en mi nombre....»
Quiera Dios que muchos hallen a Cristo hoy mismo; le
inviten, le den el primer lugar en sus vidas, y empiecen a testificar de
El desde hoy.
***
ANÉCDOTAS
EL DOCTOR ADOLFO LORENZ
El
doctor Adolfo Lorenz, de Viena, fue en la mitad del siglo pasado uno de
los más famosos cirujanos del mundo. De todas partes venían a él
llamamientos por carta y por teléfono pidiendo su intervención para
salvar preciosas vidas. Incapaz de acudir personalmente a todas partes,
el doctor Lorenz procuró instruir a otros médicos en el arte de la
cirugía y finalmente fue a América para dar lecciones acerca de la
extirpación del apéndice y la hernia.
Un día,
tratando de encontrar un poco de distracción en su pesada labor, salió
para tomar el fresco al anochecer. En tanto, se acumularon negros
nubarrones y empezó a llover. El doctor Lorenz llamó a la puerta de una
casa de hermoso aspecto pidiendo cobijo, pero una mujer nerviosa abrió y
dijo apresuradamente:
—Estamos
atribulados en esta casa hoy. Busque cobijo en algún otro vecino —y
cerró la puerta. El doctor Lorenz salió a la calle y la tempestad le
caló hasta los huesos, antes de que la persona que salió del hotel en su
busca con un carruaje lograra encontrarle.
Aquella
misma noche la señora que le había rechazado abrió el periódico y vio en
la primera página una fotografía del famoso doctor. Al reconocerle
exclamó:
—¡Dios
mío, qué he hecho! He negado la entrada a mi casa a la única persona que
podía salvar la vida de nuestra hija ¡Quizá si le cuento el caso, aún
tendrá compasión de nosotros!
Corrió
hacia el hotel y le dijeron que el famoso doctor estaba dando una
conferencia a los médicos y no podía ser interrumpido. La señora esperó
ansiosamente, pero en vano. Al terminar la conferencia el doctor salió
por otra puerta para ir a tomar el tren que le conduciría a una ciudad
muy distante.
"Hay un
solo nombre dado a los hombres en quien podamos ser salvos. ¿Cómo
escaparemos nosotros si tuviéramos en poco una salvación tan grande?"
(Hebreos 12:2).
EL DUEÑO DEL CABARET QUE ROMPIÓ EL LETRERO
El Dr.
Truett cuenta de una miembro de su iglesia cuyo esposo simpatizaba con
el Evangelio pero se veía impedido a aceptarlo a causa de su oficio como
dueño de un cabaret. La esposa estaba muy afligida por tal motivo, e
instaba al pastor a ayudarla en oración para que su esposo rindiera su
corazón a Cristo.
Cierto
día que el pastor se encontraba en la casa visitando a la esposa enferma
esta le pidió orar. El marido estaba presente en la habitación y
escuchó atentamente la fervorosa oración que el pastor elevó a Dios.
De
repente se oyeron unos fuertes martillazos en la puerta y ruido de
cristales rotos. Cuando el pastor terminó la oración vio entrar al
marido con un martillo en la mano. Este explicó que durante la oración
se había sentido constreñido a entregarse a Cristo, renunciando a su
oficio, pero temiendo que tal decisión se desvaneciera cuando el pastor
hubiese marchado y le ocurriera como tantas veces que había estado muy
cerca de hacer la decisión por Cristo y se había vuelto atrás, decidió
romper en el mismo acto con lo que era un impedimento para recibir a
Cristo y empezar una nueva vida.
***
SERMÓN IX
FELICIDAD EN EL MATRIMONIO
(Génesis 2:15-24; Efesios 5:21-33)
Introducción
Es costumbre de los evangélicos considerar, en ocasiones
como la presente, el matrimonio a la luz de Palabra de Dios. Según la
Biblia, el matrimonio constituye la unión indisoluble de dos seres que
se asocian para ayudarse mutuamente y promover la felicidad del uno y
del otro en todos los aspectos. Puede que alguien sonría al oír tal
definición, diciendo: «Esto es muy bonito en teoría, en este día de
fiesta...., pero que entren los novios a la vida real y verán que no es
tanta la felicidad como hoy se imaginan. ¡Cuando no se convierte tal
unión en un infierno! ¡Es muy corto el trecho entre la «Luna de miel» y
la «Luna de hiel». ¿Por qué ha de ser así? Dios instituyó el matrimonio
como una «cosa buena», agradable, beneficiosa, sobre todo para el
hombre....; no tanto para la mujer, para la cual es mejor, en algunos
casos, no casarse.... Tampoco le es tan indispensable como al hombre;
pero en los matrimonios afortunados, es bueno para ambos. Creemos
sinceramente, como cristianos, las afirmaciones de aquel himno
optimista, que dice:
¡Oh Señor, Tú que al hombre creaste
Y un jardín de delicias le hiciste,
Sobre todas tus gracias le diste
La mujer como ayuda ideal!
Tú no cambias, Señor; para el hombre
Que ferviente te busca y proclama;
Para el alma que humilde te ama,
Este mundo se vuelve un Edén.
¿Qué debemos hacer para que sea así? Echemos una mirada
al Edén: ¿Cuáles eran las condiciones que hacían felices a nuestros
primeros padres?
Se han dicho muchas cosas acerca del mito del Edén, desde
que la teoría de la evolución se abrió paso en los círculos
científicos. Pero lo que no puede negar la ciencia es que hay un salto
tremendo entre el mono más evolucionado y el hombre consciente de sí
mismo, creador de ideas, dotado de habla; espíritu en estuche de barro
—como alguien lo ha llamado—. Y esto justifica, y reclama, una
intervención directa y especial del Creador en el inicio de la raza
humana....
Es un hecho notorio que la tradición del Edén se halla en
el fondo histórico de todos los pueblos y religiones de la tierra. ¿Por
qué no podemos creer que el Invisible que se manifiesta en sus obras
(Romanos 1:20), se hizo visible por teofanía y realizó, por una
intervención directa, en el Paraíso terrenal, el gran salto que la
antropología no puede explicar? Es bien lógico y plausible que ese ser,
el hombre, de categoría tan superior a los animales, fuera puesto en una
especie de museo natural donde pudiera aprender a conocer el mundo que
había de serle dado señorear con su superior inteligencia.
Y este hecho histórico, acreditado por las Sagradas
Escrituras y por las tradiciones o recuerdos más o menos vagos de la
humanidad entera, nos lleva a preguntarnos: ¿Cuáles eran las condiciones
que hacían felices allá a nuestros primeros padres? Les faltaban,
entonces, sin duda, muchas cosas buenas que el arte y la industria nos
han proporcionado en el orden material. Aprovechando tales ventajas que
nos ofrece la experiencia de la humanidad, podríamos ser nosotros mucho
más felices que ellos, y lo seríamos, si supiéramos cumplir las de orden
moral y espiritual que ellos poseían y practicaban: ¿Cuáles son éstas?
1. Las características del Edén
1) Identidad mutua. «Ayuda idónea», dice el texto
bíblico. Adán observó que todos los animales tenían su pareja, pero él
se hallaba solo.... Dios dejó al hombre, destinado a ser, corona de la
creación, solitario por un poco de tiempo para que se diera cuenta de su
necesidad. Una hembra del mundo animal, la mejor de la raza de los
simios, no podía satisfacerle.... No habría habido identificación ni
comunión posible con un ser de naturaleza tan diferente, sin
espiritualidad; sin habla, sin gusto ni capacidad para el arte, y la
belleza; sin inteligencia superior. Por eso el Creador intervino de
nuevo formando la verdadera corona de la creación, que lo es a la vez
del hombre: la mujer. Un ser que completaba al varón y suplía sus
necesidades físicas y morales. Con ella el hombre se sintió feliz y
agradecido: vio que Dios le había dado exactamente lo que le convenía.
2) Un amor sincero y único. Para Adán no había literal y
efectivamente otra mujer en la tierra que Eva; por esto la amaba con
toda la pasión de su alma. Según el poeta Mil-ton, era tan grande su
amor, que arrostró el peligro de desobedecer a Dios cuando ella hubo
desobedecido, para no verse separado de ella. ¡Quiso correr su suerte!
¡Muy poético, pero muy posible!
3) Ausencia de pecado. Hay quienes se burlan del pecado
(Proverbios 14-9). La Biblia los llama necios. Dicen que es una idea
inventada por los autores de las religiones, usada por curas y pastores
para asustar a la gente. «Haz lo que quieras, con tal que no topes con
la justicia humana —afirman—; de lo demás no tengas temor, pues ¿quién
puede fijar los límites del pecado?» Pero el pecado es una realidad,
porque el Autor del Universo es un ser moral, no puede ser un ser sin
inteligencia ni voluntad. «El que hizo el ojo, ¿no verá?», dice el Salmo
139. Por esto, algunas cosas le parecen bien y otras mal. El pecado es
desobediencia a la voluntad de Dios, es anteponer nuestra voluntad a
nuestra conciencia y a sus mandatos. En el Edén no había pecado, Dios
instruía a la primera pareja, y ambos decían «sí» y «amén»; no sentían
nada malo, no veían nada malo a su alrededor, no podían dudar el uno del
otro, ni de Dios, tenían la perfecta caridad que no piensa el mal. En
último lugar:
4) Disfrutaban de plena comunión con Dios. Nuestros
primeros padres no estaban enteramente solos; tenían un compañero
audible, y visible, por Teofanía.... Una manifestación del Infinito se
les aparecía diariamente para instruirles. Si era feliz el hombre, en su
soledad, mediante la comunión con Dios, lo fue mil veces más cuando tan
extraordinario privilegio pudo gozarlo en compañía de Eva. «¿Has oído,
amadísima —le diría— cómo El preparó todas las cosas para nuestro
bienestar? Hizo que creciese la hierba y los frutos jugosos de los
árboles para nuestro refrigerio, y este río que se reparte en cuatro
ramales, y las aves que nos alegran con sus cantos.... Dice que nos ama,
y es cierto: cada flor, cada pájaro, cada fruta sabrosa que descubro,
nos lo demuestran. Y mañana volveremos a oír su voz, nos dará nuevas
instrucciones. Si alguna cosa no la recuerdas, te la recordaré yo. ¡Cómo
quisiera llegar ya a mañana por la tarde!»
Así vivían y eran felices nuestros primeros padres, porque:
a) Se comprendían.
b) Se amaban.
c) No tenían pecado.
d) Disfrutaban juntos de comunión con Dios.
Pero el Paraíso se perdió. El enemigo introdujo la duda,
la desobediencia y tuvieron que salir desterrados. Desapareció la
felicidad, pero no el deseo. Todos queremos ser felices. De ahí la bella
frase poética de que «ya que por la mujer se perdió el Paraíso, cada
mujer debe esmerarse para convertir en paraíso su hogar».
2. Las características del Edén en el mundo moderno
Pero para que así sea, deben cumplirse las condiciones
morales del Paraíso. No ya las materiales, porque el mundo es diferente;
pero si logramos practicar las virtudes morales que en aquel feliz
lugar se dieron, podemos hacer que nuestra vida se parezca al Paraíso.
1) Conseguir ayuda idónea. Que la compañera con que uno
se junte se parezca a uno mismo. Decimos a los jóvenes: No vayas a
buscar una mujer muy culta si eres un sencillo peón; ni de alta
posición, si eres pobre; pues aunque la encontraras, no habría
idoneidad, sino una barrera entre ambos. Necesitas una compañera que
entienda en las cosas que tú entiendes y pueda ayudarte con su consejo.
No es necesario que tenga exactamente el mismo nivel intelectual que tú
tienes, pero por lo menos que pueda comprenderte e identificarse contigo
y tus cosas.
2) Amor único y verdadero. La adaptación razonada, fría
que comprende los derechos del otro, no proporcionaría, empero,
verdadera felicidad sin el adherente del amor. El amor facilita la
adaptación, la asegura. No me refiero a la atracción sexual.... esto no
es amor (todo hombre puede sentir atracción sexual a mujeres a las que
no ama), sino a la ternura, la simpatía, la admiración y gratitud que
inspira el compañero o la compañera con su afecto, su cariño, sus
atenciones, sus actos abnegados. Por esto se dice del amor: «Más que
ayer y menos que mañana.» Esto, empero, no es realizable de un modo
absoluto sin la tercera condición.
3) Ausencia de pecado. Alguien dirá: ¿Es posible esta
condición? Si todos tenemos la tendencia natural pecado; somos egoístas,
voluntariosos, recelosos, y estamos en un mundo malo. Cierto, pero hay
una clase de personas, los verdaderos cristianos, de los cuales Jesús
dijo: «No son del mundo como tampoco yo soy del mundo.» Los que han roto
con el pecado y cuentan con la gracia de Dios para ayudarles a vencer.
No estamos en el Paraíso, es cierto; pero Jesús dijo: «El Reino de Dios
entre vosotros está.» Cristo vino a establecer el Reino de Dios, el
nuevo Paraíso en los corazones por la conversión (explicarlo a los
nuevos oyentes en breves palabras). Tenemos millones de ejemplos de
hogares quebrantados y desechos por el pecado que fueron transformados
por este fenómeno espiritual. ¿Habéis roto con el pecado? ¿Habéis nacido
de nuevo? Hay millones de seudo cristianos, no sólo en el mundo
católico sino también en el protestante, totalmente engañados, pensando
que la regeneración fue obrada por el bautismo. ¿Sois, amigos
asistentes, cristianos de nombre?
4) Comunión con Dios. Este es el principal secreto de la
felicidad en los hogares y en la comunidad. Hay quienes piensan que esto
es cuestión sólo de frailes y monjas, pero no es así. Dios es una
realidad viva, un Ser inmanente en el Universo que quiere tener comunión
espiritual con los humanos hechos a su imagen. No se nos aparece en
Teofanía, como en el Edén, pero nos ha dado su Palabra, podemos hablar
con El, darle gracias, consultarle las cosas y vivir en su presencia. No
podemos quitar las cosas malas del mundo, ni la tendencia pecaminosa de
nuestros corazones, pero, creedlo, por la conversión, podemos poner a
Dios en nuestras vidas.... Cristo quiere unirse a los seres humanos que
ha redimido, de un modo tan íntimo, que los llama «su esposa», y ha
prometido llevarnos a un hogar nupcial que está preparando allá arriba
(Apocalipsis 3:20 y Juan 14:1). Algunos nos llaman fanáticos a los que
queremos tener esta comunión con Dios...., piensan que se puede ser
cristiano, católico o evangélico, sin tomar las cosas con tanto
fanatismo; yendo a la iglesia tres o cuatro veces al año, y tales
personas pretenden ir al cielo. Si hay un cielo, dicen, no quieren que
Dios les deje fuera.... Esto es tan insensato como si esta esposa
pretendiera ser esposa del joven que tiene frente a sí, viviendo
separada de él con sólo verle un ratito dos o tres veces al año. Sin
embargo, esto es lo que pretenden muchos llamados cristianos con su
celestial Esposo. ¿Cómo pueden esperar ser felices aquí y allá; en esta
vida y en la venidera?
La felicidad, pues, no consiste en cosas externas.... El
Paraíso de nuestros primeros padres no fue paraíso; cuando, a causa del
pecado, comenzó a faltar la comunión con Dios, y el hogar más suntuoso,
lleno de ricos tapices y alfombras, es a veces, un infierno para quienes
no tienen el amor de Dios en sus corazones. Un infierno de celos y
recelos, de envidias y rencores.... Y en tales casos, sin ninguna
esperanza para el más allá de la muerte que sabemos ha de venir a romper
y arrebatarnos todos los bienes y privilegios de la vida.
5) Amor eterno. Por esto quisiera llamar vuestra atención
a una frase que se repite profusamente en todo noviazgo, pero que
raramente se cumple: Eterna luna de miel. La idea es atinada, pues bien
cierto que no hay felicidad verdadera si no es eterna. Solamente el
pensar que termina una cosa buena es una contrariedad y un tormento
(ejemplo de unas vacaciones, un viaje agradable, una fiesta, etc). En el
matrimonio usamos esta frase sabiendo de antemano que es una hipérbole,
que no puede cumplirse. Esta condición suprema de la felicidad era un
hecho en nuestros primeros padres antes del pecado. Sabían que su suerte
era diferente a la de los animales, puesto que habían recibido con su
superior inteligencia una promesa de inmortalidad. «El día que pecareis,
moriréis.» Entonces os ocurrió —vino a decirles Dios— que siendo de una
raza superior, semejantes a los ángeles que no pueden morir, seréis
semejantes a las bestias; dejaréis de ser inmortales.
Y esta suprema, felicísima condición, es cumplida también
en nosotros, los cristianos. No de un modo corporal; de ahí que tenemos
en nuestras liturgias la consabida frase: «Hasta que Dios os separe con
la muerte», la que suena como una campanada fúnebre, como una gota de
ajenjo en el almíbar de nuestra felicidad en este día. Pero aun cuando
no podemos evitar la realidad de la muerte, hay esperanza para los
verdaderos cristianos. Jesús dijo: «Yo soy la resurrección y la vida».... El vino «a quitar la muerte, y a sacar a luz la vida y la inmortalidad, por el Evangelio».
Por esto podemos hacer nuestra la frase de «Eterna luna de miel», pues
aun cuando se termine la pequeña cantidad de miel del vaso en nuestras
vidas, tenemos el torrente inagotable de felicidad que Cristo nos ha
prometido en la vida superior. Allá os en-a nuestras amadas esposas y
esposos (pues el amor nunca deja de ser). Los encontraremos, no para una
unión física (que tampoco necesitaremos), pero sí para una unión moral y
espiritual, recordando la vida que pasamos juntos y mirando a la mucho
más feliz que tendremos delante.
Esto es lo que auguramos y deseamos, no solamente a
nuestros amados hermanos X y X, sino también a todos los que habéis
venido a presenciar su unión ante Dios, compartiendo su gozo en este
memorable día. ¡Ojala sea un día memorable, no sólo para ellos, sino
para quienes hoy pudieran comprender la felicidad de la vida cristiana,
dando a Cristo sus corazones empezarán a vivirla y experimentarla de
verdad.
SERMÓN X
SIGNIFICADO DEL AMOR
Efesios 5:25-28; 1.a Corintios 13:4-8
La boda de nuestros queridos X y X nos da la oportunidad de hablar del viejo tema del amor (1).
Se ha dicho que el amor es arte, poesía, música del alma.
Es el medio escogido por el Creador para la institución básica de la
sociedad humana: la familia; y para la preservación de las razas. El
amor es, ciertamente, el vehículo de la vida.
Por ser algo tan grande, tan sublime, el amor es también
la virtud más falsificada. Sabéis bien que en el terreno material no son
objeto de falsificación las cosas vulgares, sino siempre las más
preciosas, las de más valor, las obras de arte, las joyas....
En el terreno moral, el amor es el divino tesoro que más se ha procurado falsificar.
El amor se falsifica y envilece en los lupanares; se
finge en noviazgos de conveniencia; se imita y desvaloriza en
matrimonios mal avenidos....
Por esto, amados míos, en este momento solemne y sagrado
de vuestras vidas, cuando venís a juntarlas delante de Dios por el santo
lazo del matrimonio, considero oportuno daros, a la luz de la Divina
palabra, una idea concisa y exacta del verdadero amor, para que os
preguntéis en lo íntimo de vuestras conciencias si es y si será de esa
legítima calidad, el amor que os profesáis y que os ha traído a este
lugar.
1. Análisis del amor
Como la luz se descompone en siete colores al pasar a
través de un prisma y todos juntos forman el maravilloso don de Dios que
nos permite disfrutar del privilegio de la visión, así el amor,
analizado por el poderoso e inspirado intelecto del apóstol Pablo, es
descompuesto, para mostrarnos algunas de sus características de un modo
bien definido.
1) El verdadero amor es desinteresado. Con dos
grandes frases el apóstol Pablo define esta característica. Dice: el
amor «es sufrido», «no busca lo suyo». Mientras el falso amor es egoísta
y busca tan sólo el propio bien, la propia satisfacción, aparentando
amar al otro; el verdadero amor es altruista, procura el bien del otro,
es compasivo. Se dice: «No importa que yo sufra un poco más, con tal que
el otro ser a quien amo, sufra un poco menos, tenga menos molestias, se
beneficie o se recree. Yo me recreo, viendo como él, o ella, se goza.
Tengo en ello mi compensación.»
Cuando ese amor es mutuo, se establece una especie de
rivalidad en su práctica. Cuántas veces los maridos viejos recordamos
haber tenido que decir a nuestras fieles compañeras: «Si tú no comes
esto, yo no lo como», «si tú no vas, yo no voy....» De ahí la expresión
refranero: «Partirse un piñón», que significa compartir hasta las cosas
más pequeñas; todas las cosas buenas, del mismo modo que las
eventualidades de la vida nos obligan a compartir las cosas malas.
2) Es paciente. «Todo lo espera, todo lo
soporta.... El lazo del matrimonio significa la unión de dos voluntades
diferentes, diversas. ¿Cómo aunarlas? ¿Cómo ponerlas en concierto?
¿De qué modo ensambláis dos maderas? Cortando la mitad
del grueso de un cabo de la una y otra mitad de la otra. Así, una vez
ensambladas, parecen una sola pieza lisa. Del mismo modo debes
sacrificar, esposa, una parte de tu voluntad para dar lugar a la de tu
cónyuge. Otro día, si él es comprensivo, sacrificará una parte de su
voluntad para complacerte a ti.
Debéis tener en cuenta que ninguno de los dos es un ser
perfecto. Esposa, tu marido tendrá sus errores, sus obcecaciones, sus
gustos. No intentes hacérselos comprender o hacerle cambiar de parecer a
base de terquedades tuyas. Sé paciente, espera; vendrá el momento de
hacerles reflexionar cuando haya pasado la contrariedad.
Marido, tu esposa no es un ángel, aunque quizá se lo
hayas dicho más de una vez. No es un ser perfecto, tendrá fallos,
errores, retrasos, que quizá contrariarán tus planes; tiene, además, una
voluntad propia que debes respetar, no es una máquina ni una esclava.
Cuando ella haya fallado, es tu deber reparar el fallo, no con
reprensiones duras, que serían como gotas de ajenjo en la miel del amor
que os profesáis, sino con tu actividad, con tu ejemplo. Si se ha
retrasado en alguna cosa, ayúdala. El mismo hecho de verte dispuesto a
ayudarla, le será a ella de más estímulo que las palabras más duras,
pues la mujer española tiene un cierto orgullo de la profesión «sus
labores». Y hazlo con un rostro sonriente, incluso bromeando, para que
no tome a mal tu entrada en sus quehaceres.
Mantener el idilio del noviazgo es el secreto de vuestra
felicidad. ¿La romperíais por alguna tontería?, ¿por algún retraso, por
un descuido? El verdadero amor es paciente, no se irrita, no guarda
rencor.
3) Es confiado. «El amor todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta».
—Pero esto es ser candido —dirán algunos—. El amor es receloso, siempre desconfía, tiene celos; los celos son prueba de amor.
No, esto es una gran equivocación; los celos no son
prueba de amor, sino de egoísmo. ¿Querrás para ti solo todas las
sonrisas de tu ángel? Si así fuera, sería que no la amas tanto como
pretendes. Deja que otros admiren lo que tú posees, que te envidien tu
felicidad, que te feliciten en su corazón.... Y para que así sea, debes
permitir que tu esposa alterne con otros hombres, honradamente, dentro
de los términos de la pureza y el amor de Dios, que tú sabes son de tu
amada, su mayor tesoro espiritual. Los celos no caben entre creyentes de
alta calidad porque en sus vidas no cabe el pecado.
Y tú, esposa, ¿has de recelar de lo que pueda hacer tu
marido fuera de tu vista? Los celos, en lugar de ser una de las
cualidades del amor, son una enfermedad del amor, un tormento del alma.
Permíteme darte dos consejos, dos remedios eficaces contra el mal de la
posible infidelidad que trae revuelto al mundo entero y es origen de
toda clase de malquerencias, altercados y hasta de crímenes.
a) El primer remedio es tratar a tu marido de tal manera
cuando esté contigo, en casa o fuera de ella, que no halle otra
felicidad ausente de ti; trátalo como un novio toda la vida.....
b) El segundo remedio es fomentar en su alma la verdadera
piedad, el temor de Dios, una fe más y más profunda. Si tu marido vive
cerca de Dios, si se siente a cada momento ante su santa presencia, si
no ha descuidado la lectura de la Palabra divina y de otros libros
profundamente cristianos que eleven sus pensamientos y sus ideales,
difícilmente podrá ser arrastrado por las tentaciones del pecado. El
pensamiento cristiano de «Tú, Señor, me ves», le guardará de toda
tentación, pues sabe que aunque a ti pudiera engañarte, no puede engañar
a Dios.
Amados míos, tenéis el privilegio de que vuestro amor
esté cimentado sobre la roca de vuestra fe. Si ambos creéis de todo
corazón, si sabéis que no sois vuestros, sino que ambos pertenecéis a
Cristo, vuestro divino Redentor y Señor, no os sentiréis libres para
hacer lo que os dé la gana, para seguir los impulsos del viejo hombre;
ni en los pequeños detalles de la vida, ni tampoco para faltar a la
solemne promesa de fidelidad mutua que en este momento vais a
haceros....
4) Es permanente. Entonces vuestro amor tendrá por
encima, y como corolario de todas las otras virtudes que el apóstol
destaca, la virtud final, la decisiva, la absoluta, la virtud de la
permanencia. «El amor nunca deja de ser....»
2. El más alto ejemplo del verdadero amor
De ahí que el mismo apóstol que en 1.a Corintios 13 nos
da una descripción y análisis tan completo del amor en general, en el
segundo pasaje pone como ejemplo del amor conyugal, el más alto y
perfecto de los amores, el amor de Cristo a la Iglesia.
Ved la semejanza: El amor de Cristo fue y es
desinteresado, pues nada necesitaba ni necesita de nosotros; es sufrido y
benigno, pues le costó los sufrimientos de la cruz, el poder
redimirnos; no buscó su propio bien, sino el nuestro, hacernos felices
con El por la eternidad. Su amor es también paciente, pues nos soporta
cuando no somos para El lo que debiéramos ser, su amor es firme y
eterno. Nunca deja de ser.
Por esto el amor de Cristo es el amor que merece ser
tenido como lema y enseña de nuestras vidas, como modelo de nuestro
propio amor humano, si queremos disfrutar de la relativa felicidad que
nos es dable alcanzar sobre la tierra. Y sobre todo, amigos, y esto es
lo más importante, el amor a Cristo, la fe en Cristo, el pertenecer a
Cristo, es guía y garantía de aquella otra felicidad absoluta y perfecta
a que aspiran nuestras almas: la felicidad que no ha de tener fin.
Muchos se han preguntado: ¿Por qué en un pasaje tan
humano, que empieza con «Maridos, amad a vuestras mujeres», mezcla el
apóstol Pablo un tema tan diferente, tan espiritual, como el del amor de
Cristo para con la Iglesia? ¿Sabéis por qué? Porque además de las
curiosas semejanzas que hemos señalado, el amor de Cristo es lo más
importante, lo definitivo, lo eterno; todo lo demás, lo bueno y lo malo,
es transitorio, pasajero, deleznable y no llena de un modo perfecto las
necesidades de nuestra alma que, por ser hecha a imagen y semejanza de
Dios disfruta, sí, de lo pasajero, pero con nostalgia de lo eterno;
sintiendo que no es esto, lo de aquí, lo definitivo.
Cuando os vemos en este lugar, amados míos, en este día
de fiesta, de regocijo, en «vuestro día», sin duda el más feliz de
vuestra vida, recordamos nuestro propio día. Parece ayer que estábamos
llenos de ilusiones, de planes, de proyectos, delante de otro servidor
de Dios que nos hablaba en los mismos términos; sentados como vosotros a
la puerta de la vida, prometiéndonos una felicidad de la que hemos
disfrutado por casi medio siglo ante la presencia de Dios en medio de
las vicisitudes de la vida. Pero han pasado los años y estamos ya en el
ocaso. Si todo terminara aquí, ¡qué poca cosa sería, nos decimos, la
humana existencia!
Pero con esta referencia al amor de Cristo a la Iglesia, a
los creyentes a, los que han aceptado su amor, y a El se han unido por
los lazos de la fe, Dios nos dice: Sursum corda, «arriba los
corazones»; hay otra felicidad permanente, eterna para los cristianos.
Para los que tenemos un esposo celestial que ascendió a los cielos, hay
una esperanza mejor, por encima y más allá de todas las felicidades
pasajeras de la vida.
Sí, amigos, la Palabra de Dios nos asegura que hay una
boda espiritual para nuestros seres glorificados; un día de fiesta
gloriosa que El nos ha prometido; una boda en la cual todos, amigos
queridos, estáis invitados. Y bien quisiéramos que la invitación que os
ha llevado a presenciar la boda de nuestros amados X.... y X.... os
llevara también a aquella boda celestial. Que os indujera a pensar en lo
bueno y necesario que es ser cristiano de veras. Que os trajera a
recibir a Cristo en el corazón, y a vivir al amparo de su gracia, libres
de muchos peligros que destruyen la felicidad de tantas familias,
libres del pecado, libres del temor a la muerte, caminando con
esperanza, hasta que, apoyados en vuestros compañeros o compañeras de la
vida, tenga Dios a bien llamaros a disfrutar de aquella otra existencia
definitiva y eterna, salvos por Cristo.
Quiera Dios bendecir a nuestros amados hermanos en su
nuevo estado, haciéndoles un matrimonio cristiano ejemplar. Quiera Dios
que sea su hogar un remanso de paz, de amor, de amor verdadero y
perdurable, quiera Dios bendecir a sus hijos si tiene a bien
concedérselos, que les otorgue el Señor prosperidad y salud. Y que
cuando dentro de muchos años miréis atrás recordando este día, podáis
dar gracias a Dios por haberos hecho encontrar el uno al otro. Por
haberos permitido apoyaros y ayudaros mutuamente; unidos ambos al Señor,
en los momentos fáciles y placenteros como en los momentos difíciles de
vuestra vida. Y que sin haberse entibiado un ápice vuestro amor, antes
al contrario, amándoos más y mejor por los favores y servicios que
habréis tenido ocasión de dispensaros el uno al otro en múltiples
circunstancias de vuestra carrera terrestre, os dispongáis a entrar en
la felicidad definitiva del Reino de los Cielos, donde, sin existir el
amor físico, permanece empero la unión del amor con aquellos que hemos
amado sobre la tierra, pues «el amor nunca deja de ser».
1 Este
sermón fue predicado originalmente por el autor a la edad de 70 años en
la boda de unos sobrinos suyos. Los pastores jóvenes que tengan a bien
adaptarlo tendrán que modificar este párrafo cambiando los nombres según
cada caso.
SERMÓN XI
LA ESPOSA DE ISAAC, FIGURA
DE LA IGLESIA
(Génesis 24:34-38 y Efesios 5:22)
Abraham era el hombre escogido para ser padre del pueblo
judío, elegido por Dios para traer su revelación al mundo. Por esto le
sacó de su parentela idólatra. Para que se cumpliese la promesa divina,
necesitaba casar a Isaac, y tenía que hacerlo con una muchacha idólatra
de la tierra, una forastera que alejara a su hijo de los ideales del
clan patriarcal, fundado en las promesas de Dios. Por esto toma
juramento a Eliezer, porque había peligro de que sin esta formalidad
descuidara su encargo dadas las dificultades de la empresa. Son de notar
los siguientes detalles:
El peligro de ir con una caravana pequeña por el desierto.
La dificultad de encontrar y persuadir a la muchacha.
El riesgo de que una vez encontrada y traída al campamento patriarcal no fuera agradable al hijo, o quizás al padre.
No sólo Abraham era piadoso en aquella gran casa. Sus
servidores conocían a Dios como el Omnipresente, Omnisciente y
Omnipotente. Habían tenido pruebas de ello en el caso de Agar y en la
destrucción de Sodoma. Por esto Eliezer sabe recurrir oportunamente a la
ocasión, y se muestra un hábil emisario del gran patriarca.
Contar la historia brevemente, haciendo observar: a) Lo bien que presenta al heredero. Enfatiza que es neo y único.
b) La urgencia del caso, que le hace renunciar a un bien merecido descanso y espera en casa de Labán.
c) La intrépida decisión de la muchacha en su aventura de fe.
d) La piedad de Isaac. ¿Qué iría a pedir en el pozo del
«Viviente que me ve», o sea, la fuente milagrosa de Agar? Seguramente,
el buen éxito del mensajero que iba para un asunto tan importante de su
vida.
e) La humildad de la muchacha, mostrada en una curiosa
costumbre oriental (vers. 65). Toda la historia es un hermoso ejemplo
para los jóvenes. Podemos creer que no sólo en el casamiento de Isaac
intervino Dios sino que si «los ojos del Señor están sobre los justos», y
es cierto lo que nos asegura el Señor en Mateo 6:26-34, no ha de
pasarle desapercibido un asunto tan importante como el matrimonio de
cada uno de sus hijos. Casamiento que se principia, se concierta y se
efectúa en oración, no puede menos que resultar un éxito.
Notemos que Isaac no se apresuró. Tenía 40 años; ni miró
la belleza física de la novia, puesto que ni la conocía. Pensaba sólo en
su responsabilidad como «hijo de la promesa». Todo matrimonio es una
cosa muy seria, porque implica la formación de un hogar para pasar la
vida; que es a la vez una prueba o examen para la eternidad.
Esta historia no ha de ser considerada solamente como un
aleccionador ejemplo de matrimonio humano, pues ciertos detalles que en
ella concurren, nos lo hacen aparecer como parábola o figura de un
propósito divino mucho más grande y sublime.
1. La Iglesia es la esposa mística de Cristo
Esta no es una idea exclusiva de San Pablo. San Juan
Bautista lo previno en Juan 3:29 y Jesús mismo parece confirmarlo en la
parábola de las bodas y de las diez vírgenes.
a) La conversión a Cristo es, efectivamente, un idilio espiritual y tiene similitud con un matrimonio porque:
Está fundada sobre el amor. «Nosotros le amamos a El
porque El nos amó primero», afirma Juan, y Pablo exclama: «El amor de
Cristo nos constriñe.» El amor redentor de Cristo nos ha ganado el
corazón. No hay ninguna otra religión fundada sobre semejante base. Amor
con amor se paga. (Véase anécdota El toque de queda.) No somos
fanáticos, sino corazones agradecidos, y no tanto como debiéramos.
b) Se basa en un propósito inmutable de Dios. ¿Por qué
nos ha querido a nosotros y no a otros seres del Universo más dignos?
Misterios del amor divino. Cristo estaba rodeado de criaturas
celestiales perfectas desde la eternidad, a las cuales podía asociarse.
Ángeles, arcángeles y serafines se hubieran sentido privilegiados de
ocupar el lugar prometido a la Iglesia, pero ha escogido un pueblo
humilde y lejano, moral-mente, de la perfección celestial. ¿Por qué? La
gratitud aumenta el amor. Nunca ángeles o arcángeles podían amarle como
podemos y debemos amarle nosotros. ¿Le amamos como se merece? Nos parece
a veces que le amaremos mucho y le serviremos muy bien allí, pero no
será si no hemos empezado a servirle y amarle acá en la tierra. (Véase
anécdota Cosas que no podremos hacer en el Cielo.)
2. Eliezer, emblema del Espíritu Santo
De acuerdo con la promesa de Cristo en Juan 16:13-15, la
tercera persona de la santísima Trinidad está en el mundo desde el día
de Pentecostés con una misión especial, llamando a las almas al amor y
la fe en Cristo. Como en el caso de Eliezer, e infinitamente más, las
dificultades de la empresa han sido grandes en un mundo perdido como el
nuestro.
1) Por la oposición de Satanás. ¿Por qué han existido
tantas persecuciones en contra del cristianismo? Esta es la inquietante
pregunta desde aquí abajo, pero existe otra mejor: ¿Por qué ha habido
tantos fieles campeones de la fe en todos los siglos dispuestos a dar
para Cristo todo lo más precioso y tangible y aun la propia vida?
Imposible habría sido sin el Espíritu Santo.
Aún está aquí este gran ayudador divino. ¿No lo veis? ¿No
oís su voz en el corazón? ¿En el mensaje del predicador? El gozo y
entusiasmo que sentimos cada vez que nos ocupamos en las cosas
espirituales, ¿quién lo produce?
2) Como Eliezer, el divino Mensajero nos habla de un
invisible lejano. Esto es otra gran dificultad, pero no pretende
hacernos creer sin pruebas. El criado de Abraham presentó muestras de lo
que contaba acerca de las riquezas de su señor, las joyas de su
obsequio.
También nosotros tenemos pruebas que corroboran el empeño del mensajero divino.
a) Que Dios nos ama, ¿no lo vemos en mil muestras de la Naturaleza?
b) Que debe haber un cielo, ¿no lo sentimos en nuestro vacío de felicidad y en nuestro anhelo de vida eterna?
c) ¿No está el Evangelio acreditado desde hace veinte
siglos con dones del Espíritu Santo? (Hebreos 2:3-4). Ni siquiera los
enemigos de los primeros siglos niegan los milagros de Cristo. Cuadrato
habló con enfermos curados por Cristo, sus milagros fueron públicos y
realizados ante enemigos sagaces. Recordemos, empero, la bienaventuranza
de Jesús a Tomás: No pidamos más pruebas que las que necesitamos.
Obremos con la fe de Rebeca, o quedaríamos sin herencia.
3. El Espíritu Santo reclama una decisión inmediata
Eliezer estaba ansioso de servir a su Señor. Todo
servidor de Dios, inspirado por el Espíritu Santo, está deseoso de
producir una decisión en las almas. Cristo se lo merece. Hace cerca de
veinte siglos que murió y aún no está completo el número de los
redimidos. Podía haberse completado mucho antes si los cristianos
hubiesen sido más celosos y fieles, menos carnales y mundanos, más
llenos del Espíritu Santo.
Por esto rehúsa el descanso en Harán. En diez días podían
salir amigos que disuadiesen a Rebeca. ¡A cuántos que hicieron una
decisión por Cristo ha sucedido! Ahora no nos quita del mundo; pero nos
guarda del mal.
b) Porque Eliezer tenía interés en el bienestar de la
muchacha. Ella se había mostrado servicial y simpática en el pozo y la
apreciaba. Hay un doble motivo para el Espíritu Santo al procurar la
salvación de las almas. Si somos humanamente buenos como Cornelio,
porque sabe que nuestra bondad no es suficiente; si somos malos, para
librarnos de una mayor condenación.
c) Conocía mejor que ella y que sus pariente de Harán los
privilegios a que estaba llamada (vers. 35-36). Asimismo el Espíritu
Santo nos ha revelado, por las epístolas inspiradas, que Cristo es el
unigénito de Dios. El único Ser en el universo que es uno con el Padre.
Los ángeles y arcángeles no son más que criaturas, pero Cristo «es el
heredero de todo, por el cual asimismo hizo el universo (Colosenses
1:15-17). Es maravilloso pensar que semejante Ser nos amó, y vino a
sufrir por ti y por mí, y nos prepara un hogar a su lado (Juan 14:2 y
17:24).
¿Titubeas aún en aceptar la invitación del Espíritu
Santo? ¡Qué locura ha de parecerle a Aquel que conoce toda la realidad y
profundidad de este bien. ¿Y no queréis venir a Mí para que tengáis
vida?, decía Cristo. Lo que equivalía a declarar: ¡Pobres, desgraciados,
condenados a morir!, ¿no queréis uniros a la fuente de la vida? ¿No
queréis ser herederos de glorias eternas?
¿Qué responderás? Dile: Sí; iré enseguida. Espíritu de
Dios que hablas a mi corazón, iré contigo al cielo. Sostenme en los días
del viaje, durante la peregrinación, enséñame a amarle, hablándome de
él, y preséntame un día al divino esposo limpio de pecado, santo y sin
mancha.
1 El
presente sermón, por su carácter exegético, no es apto para ser usado
entero en un acto nupcial, a causa de su extensión, si ha de ser bien
desarrollado por el predicador usuario, sino en clases de estudio
bíblico para jóvenes. Pero lo ponemos en este lugar porque los
predicadores pueden sacar de él alguna idea apropiada para mensajes de
boda.
ANÉCDOTAS
EL TOQUE DE QUEDA
Se
cuenta que un joven había sido sentenciado a muerte por delito político
en días de Cromwell. Su novia fue a pedir el indulto, recibiendo la fría
respuesta de que el joven debía morir el día fijado, según era
costumbre en aquellos tiempos, al toque de oración de la tarde. Cuando
el sol iba poniéndose y se aproximaba la hora fatal, la amante joven
subió sigilosamente al campanario de la ciudad y se asió al badajo de la
gran campana. El campanero viejo y algo sordo, vino a la hora fijada y
tiró de la cuerda volteando el débil cuerpo de la muchacha en todas
direcciones. Pero ella resistió el dolor de repetidos golpes y
torceduras sin soltarse:
En el
cuartel, en tanto, el pelotón formaba en el patio aguardando el sonido
fatal para ejecutar la sentencia, pero iba oscureciendo y la campana
permanecía silenciosa. Cuando iba a investigarse el motivo de la
tardanza apareció la joven ensangrentada, y arrodillándose a los pies
del general pidió una vez más, con lágrimas, la vida de su amado.
El
Protector, Cromwell, que era un hombre duro pero tenía rasgos de
generosidad basados en su profunda fe cristiana, al verla en aquel
estado, y tras oírle contar entre sollozos lo que había hecho, exclamó
conmovido:
—Id, amantes de la vida. El toque de queda no sonará esta noche.
El joven
en cuestión, antes de comprometerse con aquella joven era libre para
escoger a ella o a cualquier otra. Aun después de comprometido (aunque
ello no es recomendable, y los creyentes deben evitarlo en todo lo
posible), podía arrepentirse de su elección y buscar a otra joven por
esposa. Pero después de aquel dramático suceso, ¿podía romper de tal
modo el corazón de la que tanto amor le había demostrado? ¿Cuál sería
nuestro juicio para tal proceder? Sin embargo, esta es la conducta de
aquellos que, conociendo a qué precio han sido salvados, rechazan a
Cristo y se niegan a entregarle su corazón.
***
SERMÓN XII
EL MOTOR DEL MINISTERIO CRISTIANO
(2.a Corintios 5:14)
Sermón devocional predicado en
el Congreso de Comunicaciones
Evangélicas de Huampani (Perú),
el domingo 17 de septiembre de 1967.
Hemos estado aquí exhortándonos, edificándonos,
recibiendo enseñanzas mediante ponencias, cursillos y coloquios. Yo
diría que hemos estado pulimentando y engrasando la maquinaria de
nuestro testimonio evangélico. Pero ¿cuál es el motor que ha puesto en
marcha e impulsa todos estos engranajes que envían la palabra hablada
por los aires en la cadenciosa lengua de Cervantes, y multiplica la
palabra escrita para que el mensaje de salvación entre por los ojos de
los niños, y hable a los corazones de jóvenes y adultos? ¿Qué es lo que
mantiene en acción a todo este instrumental de predicadores, locutores,
instructores de escuela dominical, vendedores de libros y visitadores?
Algunos se apresurarán a decir: La oración; otros, el Espíritu Santo. Yo
llamaría al Espíritu Santo la energía que desciende del Dios Trino, y a
la oración el contactar de ella, ¿pero cuál es, en realidad, el motor
de semejante actividad?
Creo que el pasaje leído de 2.a Corintios nos da la
respuesta. Allí encontramos a un hombre que es un portento de actividad
envagelística. Pudiera ser un rabino cómodamente situado en Jerusalén,
ocupando una cátedra en el colegio de su maestro Gamaliel; o un patricio
romano en su confortable hogar de Tarso de Cilicia; pero es un
incansable trotamundos, corriendo de nación en nación y de continente en
continente por las orillas del Mediterráneo. Un predicador espontáneo
insultado en las sinagogas, perseguido en las ciudades, apedreado,
puesto en la cárcel, abucheado por horas enteras, que anuncia el
Evangelio de día y trabaja de noche; escribe largas cartas, recibe
visitas y atiende con solicitud las consultas de numerosas iglesias.
Su actividad es tan extraordinaria y su consagración tan
apasionada, que algunos llegan a decir que está loco (versículo 13). El
apóstol defiende su sensatez y su prudencia aludiendo a la esperanza de
otra vida; (vers. 1, 9 y 10); y termina sometiéndose a un examen
imparcial ante la conciencia de su detractores (vers. 11). Después de
esto, abriendo de par en par las puertas de su alma declara a todos el
secreto de su asombrosa vida. Siguiendo la anterior metáfora, diría que
nos lleva a la sala de máquinas de su propio ser moral, y nos muestra en
el centro de su asombrosa personalidad una poderosa dinamo, conectada
con todas las actividades de su vida apostólica: «He aquí —exclama— el
secreto de lo que os extraña y admira. He aquí el poder que mueve la
vida, las manos, los pies de este hombre para vosotros incomprensible;
de este aparente loco». Es:
1) El secreto del amor (vers. 14:15). Se trata de
un loco de amor. Ganado, y estrechamente unido, a Aquel que con su vida,
con su muerte, con su sacrificio imponderable, conquistó su corazón y
lo encendió en esta llama viva, se mueve al impulso de este poder
sublime. «El amor de Cristo me constriñe»; me impulsa, me lanza, me
empuja a todas las actividades que admiráis, pues, como dice en otro
lugar, ¡Ay de mí si no anunciare el Evangelio....!
¿Es así nuestro caso, hermanos? Examinemos esta mañana
nuestros corazones ante Dios. ¿Cuál es el verdadero impulso que mueve
nuestras actividades y nuestras empresas para la comunicación del
Evangelio?
¿Es el dinero? ¿Somos meros profesionales de la obra de Dios?
¿Es el orgullo? ¿Que pueda ser admirada nuestra labor y
nuestras iniciativas por propios y extraños. (Véase anécdota El sueño de
un pastor.) ¿Cuál sería el resultado de un análisis de nuestro celo?
¿Para qué vivimos?
¿Por quién vivimos? ¿Es el amor de Cristo la única y verdadera fuerza impulsiva de nuestras vidas?
Se ha dicho que el cristianismo es un idilio
espiritual.... Así lo declara Juan: «Nosotros le amamos a El porque El
nos amó primero. Nuestra conversión y nuestra consagración a su
servicio, no son sino una respuesta lógica, natural, al amor de que
fuimos objeto.
Varias veces he predicado sobre el tema «El amor que ató a
Cristo a la cruz» y lo he ilustrado con la anécdota El mártir y las
cadenas (véase anécdota). ¿Cómo respondemos nosotros? ¿Es verdad que
servimos a Cristo por amor; con un amor tan puro, tan leal, tan
verdadero como el que El tuvo por nosotros?
2) El amor debe ser correspondido. Cuando niño,
solía visitar un laboratorio pedagógico de Física, situado en la cumbre
del Tibidabo, donde, entre muchos otros experimentos curiosos, se nos
mostraba el de la correspondencia del sonido. Una cuerda afinada a
cierto tono, al ser golpeada, producía una onda sonora que ponía en
vibración, y hasta en movimiento, otra cuerda afinada al mismo tono
situado a algunos metros de distancia. Para nosotros era una maravilla
ver cómo la cuerda simpática respondía con el mismo tono a la vibración
de su homogénea, sin que nadie la tocase. He aquí una ilustración de
cómo el amor de Cristo halla eco en lo corazones sintonizados por el
Espíritu Santo.
¿No os habéis fijado cómo parece ser esta la gran
preocupación de Cristo, en el famoso pasaje de Mateo 16? Cuando Jesús
anuncia por primera vez su muerte redentora a sus discípulos, y después
de reprender a Pedro que trataba de desviarle del camino del sacrificio,
exclama a renglón seguido: «Si alguno quiere venir en pos de mí,
niéguese a sí mismo.... porque el que quisiere salvar su vida la
perderá....» Uniendo este versículo al 26: «¿De qué aprovechará el
hombre si ganare todo el mundo y perdiere su alma?» Hemos aplicado
muchas veces este pasaje a los inconversos. Pero el versículo 26 es para
los inconversos y el 27 es para nosotros. Sabemos que la salvación no
es por obras, pero la recompensa sí. Podría darse el caso de salvar el
alma y perder la vida, es decir, la gran oportunidad que representa
nuestra vida en el plan de Dios, por no haber sabido o querido dedicarla
a lo único que tiene repercusión y premio en la eternidad. (Véase
anécdota Ingenua oración infantil.) ¿Hallará el Señor en nosotros obras
de amor, de legítimo afecto y gratitud que le permitan la satisfacción
de poner un gran crédito a nuestra cuenta? ¿Haremos de nuestra breve y
deleznable vida un éxito rotundo para la eternidad?
3) El amor debe ser tenaz. Esta es la condición
del verdadero amor. ¿Habéis visto lo que hacen dos que se quieren de
veras cuando chocan con la oposición de padres, parientes o amigos?
¡Cuántos dramas de amor humano tienen en tensión los corazones de
millares de lectores de novelas o de espectadores de la grande y pequeña
pantalla! Sin embargo, muchos que se emocionan por algún amor ficticio
han oído hablar de un amor sublime, no de un ser humano, sino divino,
que se sacrificó por ellos sin tener ninguna necesidad de amarles, ni
sufrir hasta tal punto y, sin embargo, permanecen indiferentes, o sea
amilanan fácilmente ante la oposición o persecución a que el amor a
Cristo les expondría (Mateo 13:21). Gracias a Dios, empero, que su amor
ha hallado eco en algunos corazones acá y allende el océano en personas
que pueden declarar como Pedro: «Señor, tú sabes todas las cosas; tú
sabes que te amamos.»
4) El amor es ingenioso. Me he gozado en estos
días al visitar la exposición del Congreso examinando, además de
interesantes libros, ingeniosos métodos audiovisuales que en ella se
exhiben. Lo que alegraba mi corazón era pensar que los cerebros y las
manos que habían ingeniado todos aquellos sistemas curiosos de presentar
el mensaje de Cristo a niños y adultos, lo habían hecho más que por
dinero por el ardiente deseo que sienten de hacer claro y asequible el
mensaje de Cristo. El amor es siempre ingenioso y a veces la dificultad
aguza el ingenio y la iniciativa. (Véase anécdota Recursos ingeniosos en
tiempos de intolerancia.)
Algunos hermanos extranjeros han mostrado admiración por
tales incidentes, pero yo no veo en ello nada de extraordinario. Estoy
seguro que muchos cristianos sinceros, en los países que representáis,
harían exactamente lo mismo, o quizá mucho más, de haberse encontrado en
las mismas circunstancias que nos hallamos en aquellos tiempos, porque
ellos también aman a Cristo.
5) El amor es permanente. «Nunca deja de ser», afirma el
apóstol Pablo. ¿Es así en nosotros? ¡Cuántas veces parece más bien
intermitente! Se enciende fácilmente y se apaga como fuego de bengala o
de virutas! Han pasado pocos años desde el tiempo de nuestras
dificultades en España, y a veces nos sentimos tentados a decir que
necesitaríamos otra época de intolerancia. Tenemos celos e
incomprensiones, egoísmos y contiendas, como en todas partes. ¿No será
porque no era todo oro puro lo que brillaba en los días difíciles? Eran,
sí, pepitas de oro, de verdadero amor a nuestro Salvador; pero
entremezclados con mucho orgullo personal, de iglesia, de denominación o
de empresa. Dios tiene que aquilatar nuestro celo por medio de pruebas.
¿Cómo podemos hacerlo para que sea sólo oro puro nuestro servicio?
Porque, hermanos, «el sueño del pastor» ha de ser realidad para cada uno
de nosotros antes de x años; quizá muchos menos de los que pensamos.
¿Qué motivos encontrará entonces en nuestro servicio? Salgamos de esta
asamblea con el sincero propósito de poner más fuego en nuestra vida;
más poder en la acción....
Recordemos la cruz. La fuerza divina que Cristo manifestó
cuando «fortaleció su rostro para ir a Jerusalén»; el valor y la
tenacidad que mostró al andar de Getsemaní al Pretorio, para llevar la
cruz y para mantenerse en ella a pesar de todas las incitaciones a
declinar su salvadora empresa.... Nosotros, salvados por su gracia y
servidores suyos, pidamos la misma fuerza, el mismo poder, la misma
decisión para corresponderle dignamente en nuestro servicio.
ANÉCDOTAS
EL SUEÑO DE UN PASTOR
Se
cuenta de cierto pastor que después de un domingo fatigoso y triunfal en
el que había pronunciado un elocuente sermón que despertó entusiasmo,
felicitaciones y decisiones, se sentó, cansado, en el gran sillón del
pulpito y quedando dormido tuvo el siguiente sueño:
Vio
entrar por la puerta del templo la majestuosa figura del Salvador que
avanzaba por el pasillo central hacia él. El pastor cayó de rodillas y
mediante aquel fenómeno psíquico que nos permite razonar durante el
sueño sin apercibirnos de la imposibilidad de aquello que estamos
soñando, exclamó: ¿Hasta aquí me honras, Señor? ¡Cuánto me consideras,
que te dignas visitarme! Pero la majestuosa figura del Salvador se
limita a decir: "¿Cómo está tu celo"?
El
predicador siente su celo como algo tangible dentro de su pecho, lo saca
y lo entrega a su augusto visitante. Este lo pone en una balanza y el
pastor oye con satisfacción decir: "100 libras." A continuación ve que a
golpes de martillo la piedra se parte como débil ganga y el Señor va
separando las diferentes partículas de metal precioso de otros
conglomerados. Observa el pastor con ansiosa zozobra cómo va escribiendo
el resultado. Por fin extiende la mano para recoger el esperado
análisis y lee lo siguiente:
Orgullo de denominación 20 % Madera
Orgullo de iglesia 35 % 1 Heno
Orgullo personal 40 % Hojarasca
Amor a las almas 2 % Oro
Amor a Dios3 % Puro
Total 100 %
Ante el
choque que le produce tan pésimo resultado, despierta el pastor y cae de
rodillas físicamente esta vez, pidiendo ahora que cuando venga la
realidad de lo que ha anticipado su subconsciente pueda su balance ser
mucho mejor.
¿Cuál
sería el resultado del análisis de este nuestro celo para la obra que
estamos llevando a cabo y que nos hemos gozado en exhibir en estos días?
EL MÁRTIR Y LAS CADENAS
En días
de persecución, al ser llevado cierto mártir a la hoguera, elevó una
oración expresando el gozo que sentía por el privilegio de sellar el
testimonio de su fe con su propia vida.
—Te doy
gracias, Señor —decía el noble mártir—, porque hoy es el día de mi
victoria; hoy mismo te veré y estaré contigo por todos los siglos.
El
verdugo, conmovido y atento a las palabras del noble testigo de Cristo,
dejaba flojas las cadenas que ataban a éste al poste de la ejecución.
Entonces el mártir, bajando la cabeza, exclamó:
—Sin embargo, amigo mío, sujeta bien las cadenas.
¿Por qué
hizo tal advertencia el noble mártir? Porque aun cuando el espíritu
estaba presto, sabía que la carne era débil, y temía que no pudiendo
aguantar el dolor del fuego, el instinto de conservación le hiciera
saltar de las llamas y realizar, en tal hora de prueba, lo que tantas
veces había rehusado: apostatar de su fe.
¿Pero
qué cadenas ataban a Jesucristo a la cruz? Cuando los siervos de Caifas
fueron a prenderle en el huerto de Getsemaní, tres veces cayeron en
tierra, con lo cual Cristo dio una prueba de su poder sobrenatural. Con
la misma facilidad habría podido librarse de sus enemigos en los
angustiosos momentos del Calvario.
—Baja de la cruz —le decían burlonamente sus enemigos.
—Baja y sálvanos también a nosotros, si eres el Hijo de Dios —clamaban sus compañeros de suplicio.
—Baja de
la cruz —le aconsejaba e incluso exigía su naturaleza humana ante un
dolor que parecía insufrible. Sin embargo, El no ejerció su omnipotencia
para librarse. Podemos, pues, decir que lo que sujetaba a Cristo en la
cruz del Calvario no era sino las cadenas de su profundo amor a cada uno
de los pecadores necesitados. Podemos imaginarnos al Salvador como
oyendo, en su sapiencia, las voces de millares de pecadores decirle:
"Sufre por nosotros, bendito Mesías, cumple la redención, y te amaremos,
te glorificaremos y seremos fieles testigos de tu amor, en nuestra vida
terrestre y por los siglos eternos." Este amor y esperanza fue, sin
duda, lo que mantuvo a Cristo sufriendo por nosotros en la cruz, hasta
que pudo exclamar: "Consumado es."
INGENUA ORACIÓN JUVENIL
El autor
recuerda que en los días de su juventud, cuando estaba preparándose
para predicar el Evangelio, leyó el libro "Jesús viene", de James H.
Conkey, y recibió tal impacto de la próxima venida del Señor, que cayó
sobre sus rodillas y oró dándole gracias al Señor por su venida,
añadiendo: "Señor, si es posible, retárdala algunos años, para que yo
tenga oportunidad de servirte, y ganar algunas almas para Ti"
RECURSOS INGENIOSOS EN TIEMPOS DE INTOLERANCIA
En los
difíciles días de la posguerra en España, los creyentes evangélicos
tuvimos que apelar a ingeniosas maneras para llevar adelante nuestro
testimonio. Los cultos se celebraban por las casas, ya que casi todos
los templos se hallaban clausurados. En algunas poblaciones esto se
realizaba con cierta tolerancia de parte de las autoridades locales,
pero en algunos lugares la vigilancia era muy estrecha y las sanciones
frecuentes.
En
Medina del Campo (Valladolid), donde la policía rondaba con frecuencia
alrededor de la casa en que se celebraban los cultos, y más de una vez
había entrado para esperar y castigar con una multa a todos los que iban
llegando, y con cárcel a los dueños de la casa, los creyentes eran
advertidos de si había o no peligro en entrar mediante un cántaro puesto
en el balcón de la calle (como es costumbre allí, y más en aquellos
tiempos, para mantener el agua fresca) De este modo, con una simple
mirada al balcón sabían los asistentes si podían entrar confiadamente o
sí tenían que pasar de largo aquel día, y evitar así el encuentro con la
policía. Una invitación a los mismos policías a beber agua fresca, o un
trago de agua bebido sin necesidad por alguno de los habitantes de la
casa, era la excusa para colocar el cántaro en la posición convenida con
los demás creyentes.
En la
ciudad de Tarrasa, después de dos años de celebrar los cultos por las
casas, había unas 16 personas que debían ser bautizadas A tal efecto,
invitamos a todos los miembros a acudir cierto domingo a la casa
pastoral, contigua a la iglesia. Durante la semana habíamos quitado con
cuidado el sello gubernativo fijado en una puerta interior que daba
acceso al templo. El bautisterio fue limpiado y preparado. Se advirtió a
los creyentes mantenerse de pie alrededor del pulpito. Después de
realizado el acto, y cuando nos disponíamos a poner de nuevo el sello de
clausura, nos dimos cuenta de que aun cuando el polvo sobre los bancos
estaba intacto, la presencia de la congregación quedaba delatada por las
pisadas sobre el polvoriento suelo ¿Cómo evitar la evidencia en caso de
inspección?
Fuimos a
comprar un saco de cemento color terroso y empezamos a lanzar sendos
puñados al aire, hasta que se hizo una nube de polvo que, posándose
suavemente sobre todo el local, cubrió enteramente las pisadas dejándolo
con la apariencia de que nadie había entrado en el recinto prohibido.
***
SERMÓN
LA VERDADERA GRANDEZA
(Lucas 1:13-17; Mateo11:7-E2)
En Lucas 1:15 leemos de un hombre que fue llamado «gran
hombre» antes de nacer. Algunos vienen a serlo después de su muerte, y
muchos lo procuran durante toda su vida sin lograrlo. Está la humanidad
tan baja, que se llama grandes hombres a muchos que no lo son en
realidad. ¿Fueron grandes hombres César, Napoleón, Hitler? ¿Merecen
realmente tan honroso calificativo? Aun entre los que adquieren su
renombre por medios más honrados (estadistas, escritores, cantantes,
artistas o inventores), sus biógrafos no pueden ocultar sus defectos.
Saber manejar bien un pincel o un violín, poseer una buena voz, dar una
buena estocada a un toro o una diestra patada a un balón, no es ser un
gran hombre. Pero aquí encontramos a uno —nadie lo diría por su aspecto—
que lo era realmente, pues lo era para Dios y esto es lo que importa.
Se le da el título antes de nacer y después de terminada su carrera, por
el único juez justo, que no hace acepción de personas (Mateo 11:11).
¿En qué consistía su grandeza? ¿En su cargo de precursor del Mesías? No
meramente por esto. No es el cargo, sino las cualidades. Generalmente el
cargo se recibe por razón de éstas. A Juan no le hubiera sido confiado
el honroso cargo de precursor del Mesías, si Dios, en su omnisciencia,
no hubiese previsto antes su grandeza moral. ¿En qué consistía?
1. En su completa consagración a su obra
Comprendió la importancia de su misión. Cuando su madre
le contaría los maravillosos sucesos acaecidos con motivo de su
nacimiento, podía tomar dos actitudes:
a) La de no creer nada. Podía llamar a la visión de
Zacarías, «una ilusión del viejo», sobre todo al llegar a su edad
juvenil, podía despreciar la historia, juzgarlo como un fenómeno
psíquico de su padre, Zacarías, debido a su deseo de tener un hijo.
La de creer toda la historia, pero someterse a sus
exigencias de mala gana, haciendo lo menos posible en relación con la
misión impuesta a su persona antes de su nacimiento. ¿No es éste el caso
con muchos hijos de creyentes? ¿Cómo tomáis el hecho de haber nacido en
hogares cristianos? ¿Os sentís atados o privilegiados?
Dios nos ha llamado, habiéndonos elegido antes de nuestro
nacimiento, a ser, si no precursores, sí seguidores del Hijo de Dios.
No tenemos que anunciar al que vendrá, sino al que vino. ¿Qué actitud
tomaremos? ¿Seremos incrédulos o cristianos fríos? Juan añadió mucho más
a lo que se exigía. Muchos buenos profetas de la antigüedad no vivieron
tan ascéticamente como él vivió; pero él quiso hacer su obra bien.
Quizá debido al estado caído de su pueblo comprendía que era necesario
algo dramático, un hombre de aspecto singular, en su persona, y se
sometió voluntariamente a una vida poco grata. Dios nos exige muy poco a
nosotros para ser salvos, solamente creer; pero ¿no nos consagraremos a
El y le daremos mucho más del mínimo que nos pide? ¿No lo exige en
nuestro caso el estado de nuestra generación?
2. En su irresistible fervor
El fuego acumulado en los años de meditación salió como
un volcán el día que empezó a predicar. No era monótono y frío, como los
escribas, porque conocía la verdad de Dios y lo solemne del momento en
que su pueblo vivía. La llegada del Mesías. Es ardiente por la salvación
de sus oyentes, teme que las gentes se engañen en su mismo
arrepentimiento; por esto exclama: «Haced frutos dignos.» Esta es una de
las cualidades que más agradan a Dios. (Véase anécdota El pastor y el
comediante.) Pensad en lo que Cristo ha amado a las almas, nada le place
más que vernos participar de la misma pasión que a él le consumía.
«Dame Escocia o me muero», decía Knox. (Véase anécdota El discurso del
Dr. DM//.J Jesús llama grandes únicamente a esta clase de hombres, que
se elevan sobre lo transitorio y viven para la eternidad.
3. En su humildad
Conocía la grandeza de Cristo y le aceptó anticipadamente
como Señor. Antes de que Dios revelara a San Pedro el misterio de su
divinidad, ya Juan no se creía digno de desatar la correa de su zapato.
Viene Cristo, bien diferente de que él pensaba. ¡Con qué entusiasmo le
dice: «Yo necesito ser bautizado de ti, y tú vienes a mí?» (Mateo 3:14).
Pero Cristo no se pone a su lado a predicar, ni promete hacerle su
ministro en el reinado mesiánico, sino que pasa de largo y empieza a
hacerle la competencia. Entonces dice: «A El conviene crecer, a mí
menguar.» Por eso Cristo le ensalzó, cumpliendo su misma promesa «El que
se ensalza, será humillado....» Si se hubiese ensalzado habría tenido
que humillarle, como a Pedro. (Véase anécdota Una lección de humildad.)
Bien nos conviene decir como uno de nuestros grandes místicos:
Sólo es grande en tu presencia
El que tiene la excelencia
De conocerse inferior.
Pues sea yo, dulce Dueño,
Cada día más pequeño,
Para ser, siempre mayor.
Así se ha cumplido infinidad de veces. (Véase anécdota Mildney y Morrison.)
4. En su inquebrantable justicia
Esta se manifiesta en forma gradatoria:
a) Ante los fariseos. No les adula porque son jefes del
pueblo, teme por la salvación de sus almas a causa de sus errados
conceptos religiosos. «No digáis, somos hijos de Abraham.» Aunque el
lenguaje es duro, era la verdad.
b) Ante los soldados. Actitud no menos difícil. Eran los
conquistadores; pero para Juan son almas pecadoras. «No hagáis extorsión
y contentaos cuando podáis hacerlo», habría sido el consejo de un
patriota judío o de un revolucionario de nuestros días; pero Juan, con
su mirada puesta en el Reino de Dios, les dice: «Contentaos con vuestros salarios y dad de ellos limosna.»
Este es el verdadero comunismo. Puede decirse que era fácil para Juan
dar este consejo porque no tenía nada. Cierto; pero poseía aún un valor:
su propia vida. ¿Estaría dispuesto a sacrificarla?
c) Ante el rey. Esta fue la prueba suprema (explicar el
caso de Herodías). Dios le va llevando de grado en grado en la prueba de
sus virtudes, y sobre todo de su valentía. Véase anécdota El pastor y
el rey.) San Juan Bautista era hombre de este temple. No temía sino a
Dios.
5. En su noble actitud ante la tentación
Hay un momento en que Juan parece flaquear; pero flaquear
un instante no es perder la fe. ¿Quién no ha sido tentado? Hizo lo
mejor que podía con sus dudas: llevarlas a Jesús. Este es todavía el
mejor método. Hay tres cosas que las gentes suelen hacer con sus dudas.
a) Decirlas a los hermanos. Es el procedimiento peor, ya
que con ello podemos perjudicarles gravemente. La duda resuelta para
nosotros puede continuar molestando y perjudicando al hermano menos
inteligente, a quien tuvimos la debilidad de confesarla.
b) Decirlas al pastor. Esto es mucho mejor. Es un
servidor de Dios para ayudarnos y tiene mejores posibilidades. Los curas
quieren, por lo general, que la feligresía crea a ciegas. Parecen
escandalizarse ante las preguntas de la juventud y muchas veces no
tienen mejor argumento que el de la autoridad de la Iglesia. Esta ha
sido a veces, también la actitud de algunos pastores. Jesús no lo hizo
así con Juan, sino que le dio pruebas. Se alegró de poder ayudarle,
aunque no como Juan deseaba. Así debe hacerlo el buen servidor de Dios.
Millares de cristianos se han perdido por falsa vergüenza, por no
declarar sus dudas; y millares se han salvado por poner remedio a
tiempo, mediante un buen consejero.
c) Decirlas a Jesús. Confesarle toda la verdad,
diciéndole como Pedro: «A pesar de todo, Tú sabes que te amo», y
escuchar su respuesta en su Palabra. Observemos que Jesús no le hizo
ninguna nueva revelación a Juan: estaba reservado a Pablo y a otros
conocer los profundos misterios de su humillación y redención; a Juan le
recordó simplemente los escritos que ya conocía y que se estaban
cumpliendo. Así nos responde el Señor por su Palabra. Cuando nos
sentimos desalentados y apurados por las circunstancias que atraviesa el
mundo y que a veces nos afectan cruelmente, ¿no es el cumplimiento de
lo que está escrito? ¿No tenemos que sentirnos alentados de ver que la
Palabra de Dios es fiel, por duro que resulte en nuestra vida presente?
Vayamos siempre a Jesús a confesarle todo. Judas se perdió porque se
confesó con sacerdotes ciegos y «guías de ciegos». Juan se hizo grande
porque fue a Jesús.
6. Una gran promesa para nosotros
«El más pequeño en el Reino de los Cielos, mayor es que Juan.»
¿Quién no quiere ser grande? A duras penas nos conformamos con nuestra
condición pues todos quisieran subir. Aquí hay una promesa para el más
pequeño y aun para el peor. En el período de la Iglesia, todos los
redimidos hasta el más pequeño somos mayores que Juan, porque el
precursor inauguró la nueva dispensación de la Iglesia, esposa del
Verbo, pero El se llamaba a sí mismo «amigo del esposo». Por esto Jesús
declaró: «El Reino está a vuestra mano desde los días de Juan.» Antes
estaba lejos, porque la muerte no significaba ir al Reino, pero desde la
inauguración del ministerio de Cristo el Reino está cerca, porque el
mismo Rey se nos acercó. Puede ser obtenido en el acto, como Zaqueo, y
gozado en el mismo día, como el ladrón de la cruz. Los que en él entran
por la fe son más bienaventurados que los que creyeron porque vieron
(Juan 20:29).
¿Queremos ser grandes en el Reino de los cielos? Podemos
serlo. No importa que nuestro nombre sea desconocido en la tierra. ¿De
qué vale hacerse un nombre aquí? (Véase anécdota Francisco de Borja en
la muerte de Isabel La Católica.) ¿Qué importan grandezas que pasan?
Como decía otro de nuestros místicos:
Pues a cuanto el mundo alaba
Pone fin la sepultura;
No quieras bien que no dure,
Ni temas mal que se acaba.
¡Pero cuántos héroes ignorados aquí brillarán
esplendorosamente allá! ¡El menor, más grande que Juan! Cada uno
tendremos cuanto menos en el Reino, la misma consagración a Dios, la
misma humildad, la misma justicia y la misma fe que Juan el Bautista
tenía cuando estaba en el mundo. Lo mejor del cielo no serán sus calles
de oro o su mar de cristal, sino el cambio moral y espiritual que hemos
de experimentar personalmente. Nos sentiremos como cuando uno ha
recobrado de una enfermedad. ¿Yo soy aquel hombre o aquella pobre mujer
que se llamó Antonio, Pedro, Lola o Josefa en el mundo?, diremos.
Esta es la grandeza que vale, pedidla al Señor con
humildad y con verdadero arrepentimiento. Pedidle el perdón de vuestros
pecados y que os ayude a vencer, a ser pequeños aquí para poder ser
grandes allá.
ANÉCDOTAS
EL PASTOR Y EL COMEDIANTE
Cierto pastor decía a un actor cómico:
—Parece
raro que yo predico cosas que son verdad, y usted finge ser verdad lo
que todo el mundo sabe que es mentira; y sin embargo, se llena el teatro
y está medio vacía la iglesia.
El comediante, que conocía lo monótono de las largas peroraciones del pastor, le dijo:
—Es que yo presento la mentira como si fuese verdad, y usted habla de la verdad como si fuera mentira.
EL DISCURSO DEL DOCTOR DUFF
Este
gran misionero en la India, predicó cierta noche en Escocia acerca de la
necesidad espiritual de aquel vasto país con tanta vehemencia, que cayó
desmayado en el pulpito de la iglesia invitante. Al volver en sí, en el
despacho del pastor, preguntó:
—¿Había terminado mi discurso?
Cuando le dijeron que no, que el desvanecimiento había venido repentinamente, dijo:
—Pues tengo que volver enseguida al pulpito.
Y así
fue: volvió a predicar de nuevo con tanto fuego que centenares de
jóvenes se levantaron aquella noche para manifestar su deseo de servir a
Dios predicando el Evangelio a los paganos, aunque ello les costase la
vida.
UNA LECCIÓN DE HUMILDAD
Se
cuenta que en un magnífico desfile de gala al que asistía la reina
Victoria con su familia, una hija de ésta, de 15 años de edad, admirando
a los vistosos jinetes que sentados en sus caballos con sus espadas en
alto saludaban a la carroza real, tuvo un malicioso pensamiento: Lo
interesante que sería que alguno de aquellos elegantes oficiales viniera
a inclinarse ante ella particularmente. Sacó su pañuelo bordado, y con
disimulo lo dejó caer al suelo. Al instante media docena de gallardos
mozos estaban pie en tierra dispuestos a ser cada uno el primero en
prestar un servicio a la princesa.
Pero habiendo advertido la reina Victoria la maniobra de su hija, se levantó severa y dirigiéndose a los oficiales les dijo:
—Señores,
cada uno a su puesto. Es una orden —y dirigiéndose a la avergonzada
niña, le ordenó—: Baja tú misma a recoger el pañuelo. La princesa
obedeció, roja como una amapola, y al volver a su asiento, la comitiva
reanudó la marcha.
MILNEY Y MORR1SON
Cuando
el célebre misionero Morrison ofreció sus servicios a la Misión de
China, fue rechazado por no poseer un título académico. En lugar de
sentirse desairado, el consagrado joven respondió:
—He dado
mi vida al Señor para servirle en China. Si no puedo ir como misionero,
¿no podría la Misión tomarme como criado de uno de los misioneros?
A la
Junta Misionera les pareció acertada la idea, pues habría trabajos
domésticos que un chino no sabría realizar en aquellos tiempos Así que
Morrison fue designado como doméstico del misionero Milney. El joven,
que poseía una fantástica memoria, aprendió tan rápidamente el idioma
chino que pronto pudo vestirse al estilo del país y mezclarse con el
pueblo chino sin que su habla le delatase. Poco después empezó la
traducción de la primera Biblia china al idioma tamil, con lo que hizo
su nombre famoso entre los misioneros y en el mundo entero, lodo ello lo
consiguió por el camino de la humildad.
EL PASTOR Y EL REY
Advirtieron
a un predicador de la corte de Francia que sus predicaciones estaban
molestando al rey de tal manera que peligraba su vida.
En lugar de amedrentarse, el predicador contestó:
—Temo demasiado a Dios, para poder temer la ira del rey.
FRANCISCO DE BORJA Y LA MUERTE DE ISABEL LA CATÓLICA
Cuenta
la historia que el capitán Francisco de Borja fue designado para
acompañar a Sevilla el cadáver de la reina de España Isabel la Católica.
Ese caballero militar, que era un gran admirador de la reina, tuvo a
gran honor la designación. Pero cuando llegó el cadáver a su destino,
después de tantos días de traqueteo por los polvorientos camines de
aquel tiempo, y fue abierto el ataúd para identificar el cadáver, éste
tenía un aspecto tan borroso y despedía un hedor tan nauseabundo, que el
joven militar tuvo aquel choque tremendo que le llevó a escribir los
famosos versos:
"No más abrasar el alma En sol que apagarse puede; No más servir a señores Que en gusanos se convierten."
Desde
aquel momento, Francisco abandonó la carrera militar y se dedicó a la
religión, convirtiéndose en el renombrado misionero jesuita de fama
mundial.
***
SERMÓN XIV
DISCÍPULOS DE CRISTO
(Lucas 14:26-35; Juan 8:31; 13:3 y 15:8)
Son diversos y muy hermosos los títulos que el Nuevo
Testamento da a los cristianos: Redimidos, creyentes, hijos de Dios,
hijos de Luz, santos, pueblo de Dios. Casi todos estos nombres los
usamos hoy. Pero hay uno que sobresale en los Evangelios y en los Hechos
de los Apóstoles, y que, sin embargo, apenas lo aplicamos hoy día a los
creyentes: el título de Discípulos. Parece que nos gustan más los otros
pero esto es lo que es y debe ser un cristiano: uno que aprende, que
recibe lecciones, que adelanta en conocimientos y habilidad.
Notemos quiénes eran los discípulos del Nuevo Testamento.
No eran sólo los doce, como a veces nos imaginamos por razón de que
también este nombre es dado a los apóstoles, pero en muchos lugares lo
vemos aplicado a todo el pueblo cristiano (Hechos 6:1, 9, 10,25, etc.)
Nosotros habríamos dicho «creyentes» o «convertidos», pero en aquellos
tiempos todos se consideraban discípulos y este era el título más
apropiado. Creyentes o convertidos lo eran también, pero esto era un
hecho del pasado, después de su conversión se consideraban perpetuamente
discípulos de la escuela del Señor.
¿Eres un discípulo de Cristo? ¿Tienes más práctica, más
capacidad espiritual, más habilidad para cumplir la voluntad de Dios, a
pesar do todas las tendencias de tu vieja naturaleza, este año que el
año pasado, o que hace tres años, diez o veinte?
1. Un título honroso
Los discípulos de los grandes maestros reciben una parte
de la honra de aquéllos. Si un médico puede decir que ha sido discípulo
del doctor Ramón y Cajal, del doctor Marañón o del doctor Barraquer,
inspira confianza a sus clientes. Se supone que aquellos hombres tan
sabios no habrían tolerado un zoquete a su lado, y que éstos recibieron
secretos profesionales muy valiosos de parte de tan grandes maestros.
Cada cristiano es un discípulo del más sabio, el más insigne de los
maestros. No sólo son discípulos los estudiantes de seminarios o
institutos bíblicos. Su discipulado allí es cultural, literario,
histórico; pero todos los cristianos lo somos en el sentido en que lo
eran todos los creyentes del Nuevo Testamento; en el terreno moral y
espiritual. Y este es nuestro mayor título de gloria.
2. Una posibilidad de progreso
Me temo que muchos cristianos nunca se han dado cuenta de
que son discípulos del Señor. Se consideran redimidos, hijos de Dios,
herederos del cielo, pero no discípulos. Les parece que habiendo
aprendido que ellos son pecadores y que Jesús es su Salvador, ya lo
saben todo; y todo está ya cumplido. Pero debemos decir que esto es tan
sólo la primera lección del discipulado cristiano; lección
importantísima, indispensable, que cada persona debe aprender, pues es
la primordial (1); pero después de esta primera lección hay muchísimas
otras a aprender: lecciones de fe, de amor, de humildad, de obediencia,
de abnegación, de santidad, de parte de Aquel que fue el más fiel,
amoroso, humilde, abnegado y santo de los maestros. Por esto es un
privilegio ser su discípulo, pues:
Un discípulo de la facultad de Medicina, llegará a ser médico.
Un discípulo de la Escuela Industrial será perito o ingeniero algún día.
Un discípulo de la Polifónica será músico o cantor.
Un discípulo de Cristo será un santo, por lejos que esté ahora de serlo.
Desgraciadamente, muchos están muy lejos de semejante
realización, pero tienen el deseo, el propósito, la aspiración que los
mundanos no tienen, no sienten.
A veces he tratado con cristianos sencillos, plagados de
defectos, pero llenos de buenos deseos, de fervor y de visión
espiritual. Me he dicho: aquí hay la vida de Dios; estos defectos son
tremendos lunares que afean a estos discípulos y debieran ser quitados;
pero esta alma está en camino de progresar.
En cambio he tenido relación con personas educadas,
morales, honestas, pero indiferentes a las cosas de Dios, muertos
espiritualmente. Y me he dicho: Estos son hoy como hace veinte años, y
de aquí a veinte años serán igual; no han entrado en la Escuela de la
fe, del amor a Dios y al prójimo, de la santidad, de la piedad.
¡Qué progreso se nota en algunos discípulos del Nuevo Testamento!
San Pedro, el impetuoso, escribe 1.a Pedro 3:15 y 5:8.
San Juan, el «Boanerges», «Hijo del Trueno», se expresa en los términos de 1.a Juan 4:7-8 y 20-21.
Se ha observado progreso teológico y de carácter en las
epístolas de San Pablo, aunque es el mismo Espíritu quien las inspiró.
Pero el instrumento humano muestra otro carácter cuando escribió 1.a y
2.a Tesalonicenses que cuando escribió Romanos y Efesios. Excelentes
epístolas las primeras, llenas de entusiasmo juvenil, pero había
aprendido mucho más el gran apóstol cuando escribió las segundas, mucho
más profundas.
¿Estamos aprendiendo nosotros en la Escuela del Señor?
Las mismas caídas pueden ser beneficiosas y aleccionadoras, como ocurre
con los niños. Muchos cristianos han aprendido y mejorado mucho con una
caída. Asimismo son aleccionadores los contratiempos, las dificultades,
los desengaños....
Ser discípulo es una tarea ingrata, significa ser
reprendido, amonestado y corregido; pero ¡qué delicioso cuando empezamos
a hacerlo bien!.... Lo que ayer era difícil, ahora no lo es tanto, y
mañana lo será menos (presentar ejemplos de andar en bicicleta, tocar
piano, matemáticas, dibujo, etc.) Así es en la vida espiritual. Lo que
ayer era imposible hoy no lo es tanto. Mañana menos, y un día ¡glorioso
día!, todos seremos maestros.... ¡Todos semejantes a El!
Refiriéndose a creyentes que se peleaban y acusaban ante
los tribunales del mundo, Pablo les amonesta con 1.a Corintios 6. Esto
significa: Los que sois santos en posición, vendrá un día que lo seréis
en realidad, y entonces os avergonzaréis de haber sido tan ruines, tan
estrechos de mente, tan miserables e insensatos cuando estabais sobre la
tierra.
3. Condiciones de] discipulado
Hay cuatro que podemos observar en el Nuevo Testamento y que el Señor nos exige de un modo indispensable.
1) Abnegación. Para ser discípulo en cualquier
carrera, se requiere sacrificio, abnegación. Muchos jóvenes tienen que
abandonar la familia, los mimos y las comodidades del hogar, pensando en
su porvenir. Vale más sacrificarse por un poco de tiempo y asegurar el
futuro, se dicen. Así es con el discípulo de Cristo. «El que no
aborrece...., no puede ser mi discípulo.» Esto es un hebraísmo que
podría ser mal interpretado. Dios nos manda amar a los padres y Cristo
dio ejemplo de ello con su madre en la cruz. El Nuevo Testamento nos
ordena amar a nuestras esposas (Efesios 5:25-33), pero la figura,
traducida a nuestro lenguaje, quiere decir que Cristo debe ser amado más
y mejor que lo que nos es más querido. (Véase anécdota La prueba de
Jorge Wagner.) Hoy no se nos exige tan severa prueba; pero ¿hasta qué
punto amamos al Señor? ¿Qué estamos dispuestos a sacrificar por El?
2) Perseverancia. (Juan 8:31). Hay muchos que
empiezan a estudiar cosas en las cuales no perseveran. Discípulos
fugaces. (Véase anécdota Clases de inglés en Tarrasa.) ¡Ay, que el error
es más terrible, pero mucho más frecuente en la ciencia espiritual! ¡Si
todos los que han empezado a interesarse en el Evangelio hubiesen
permanecido.... Jesús no quiere dar el honroso título de discípulos a
todos los que dicen «creo», sino a los que perseveran. Hablando de los
tiempos de persecución que tendrían que soportar sus seguidores, Jesús
declara: «El que perseverare hasta el fin, éste será salvo» (Mateo
10:22). Y refiriéndose a los últimos tiempos de apostasía, inmediatos a
su Segunda Venida, exclama lo mismo. (Mateo 24:13; Marcos 13:13 y Lucas
21). A estos tiempos estamos llegando. ¿Seremos perseverantes? El haber
escuchado, y hasta el haber seguido por una temporada el Evangelio, no
será ninguna ventaja en el juicio, antes al contrario. (2.a Pedro 2:21.)
Pero mil veces más favorable que la suerte de los paganos que ignoran
el Evangelio será la de los que han oído y han perseverado en la escuela
del Señor.
3) Amor. Hay otra marca del verdadero discípulo,
que no es sine quan non, como las dos primeras; si así fuera, muchísimos
creyentes no serían salvos; pero es una condición muy deseable, muy
recomendada por el divino Maestro, y nos da de ello la razón: «En esto
conocerán todos que sois mis discípulos, si tuvierais amor los unos por
los otros» (Juan 13:35). Hay escuelas que adoptan un uniforme por el
cual sus alumnos son conocidos en todas partes. El uniforme de la
Escuela cristiana es «amor». El mundo sabe que Cristo es el Maestro del
Amor; que enseñó y practicó el amor al prójimo, que murió intercediendo
por sus verdugos, y juzgan a los creyentes del siguiente modo: «Aquí hay
unos hombres y mujeres que se dicen discípulos de Cristo porque cantan,
leen la Biblia, comulgan, etc. Pero si ven que éstos que toman juntos
el pan y el vino no se aman, se critican, muestran un espíritu hostil,
¿cómo van a creer que somos verdaderos discípulos del Maestro del Amor?
Un cristiano rencoroso es como un discípulo de una academia uniformada,
en mangas de camisa. El amor no consiste en estrecharnos la mano, sino
en procurar el bien de otros, prefiriéndolo al propio. (Véanse anécdotas
El minero de Gales y Las dos viudas.)
El verdadero amor es gozarse en el bien de otros, aun
cuando nosotros no participemos de ello. La tendencia de la carne en
tales casos es envidiar; pero el Espíritu de Dios nos invita a hacer al
revés. Dice Spurgeon: «Si eres un cristiano pobre en bienes materiales,
debes alegrarte de que otros cristianos tengan más. ¿Lo malgastan? Son
siervos como tú y al Señor tendrán que dar cuenta. Si estás enfermo, da
gracias a Dios de que otros cristianos gozan de buena salud y pueden
hacer lo que tú no puedes. Ora por ellos. Si otro predica mejor que tú,
da gracias a Dios de que su obra cuenta con un servidor tan bien dotado
(Véase anécdota El candidato griego.)
Esta actitud del corazón es ciertamente uno de los
aspectos más difíciles de la santidad, pero es la que más honra nuestro
discipulado.
4) Actividad fructífera. Otra última condición que
honra nuestro discipulado y al Maestro que nos enseña, es la que
hallamos recomendada en Juan 15:8. Supongamos a un alumno pintor o
escultor que asiste a las clases, oye, ve, pero nunca toma el
instrumento para crear algo propio. ¿Podrá progresar? Es necesario que
produzca algo con sus manos, más o menos, mejor o peor....
Sin embargo, muchos discípulos de la Escuela de Cristo
son discípulos pasivos, por no decir indolentes. Asisten a los cultos,
oyen la Palabra de Dios y se limitan a decir: «Me ha gustado el
predicador, ha tenido párrafos excelentes.» Pero nunca se deciden a
poner en práctica lo que oyen. Los frutos del Espíritu brillan por su
ausencia; no adelantan en fe, en amor, en paciencia, y ninguna alma es
traída a Cristo por su testimonio. Alegan que no saben o no tienen
oportunidad; pero Cristo dice: «En esto es glorificado mi Padre, en que
llevéis mucho fruto.» Es bueno que glorifiquéis a Dios con vuestros
labios, con vuestros cantos y oraciones, pero lo que más le glorifica
son los frutos prácticos, en ejemplo, en trabajo, en testimonio y en
ofrendas. Esto honra al que os ha llamado a ser discípulos.
4. Habilitación para la eternidad
Todo discípulo en las artes humanas lo hace con un ideal,
el de capacitarse para un servicio de muchos años sobre la tierra, a
pesar de que muchas veces la muerte viene a truncar tales esfuerzos y
aspiraciones. El cristiano se está habilitando para un glorioso servicio
futuro. Lo hemos notado ya en la advertencia de Pablo a los cristianos
de Corinto, y lo tenemos ratificado en Apocalipsis 22:3 y en Efesios
3:10. Hay un servicio glorioso para los cristianos en las regiones
celestiales, para el cual estamos capacitándonos. El Dr. Zoller, en su
libro El Cielo, supone que llevaremos con nosotros todo lo aprendido
sobre la tierra. Algunas cosas no nos serán útiles porque las
condiciones de vida serán cambiadas; pero la gran mayoría de cosas lo
serán. No habrá como algunos piensan «borrón y cuenta nueva» en la vida
superior. Cada vez que la Sagrada Escritura nos habla de aquellas
condiciones de vida nos presenta a los fallecidos como recordando las
cosas de la tierra (Lucas 16:28 y Apocalipsis 6:10). La altura moral y
espiritual a que lleguemos aquí, nos será muy útil allá. Sin duda que
habrá desarrollo (Juan 17:26), pero la medida alcanzada sobre la tierra,
sobre todo en el aspecto moral, será la gran base para nuestro superior
servicio en la eternidad. ¡Vale la pena, pues, aplicarse y progresar en
nuestro discipulado con miras a la alta posición a que hemos sido
llamados!
ANÉCDOTAS
LA PRUEBA DE JORGE WAGNER
La
historia de los Anabaptistas europeos del siglo XVI contiene este
conmovedor incidente. El predicador Wagner condenado a muerte por la
Inquisición de Viena, fue objeto de toda clase de esfuerzos para hacerle
apostatar de su fe evangélica. La prueba final consistió en hacer salir
a su paso, cuando se dirigía a la hoguera, a su esposa y siete hijos,
quienes echándose sobre su cuello y abrazándose a sus brazos y a sus
rodillas le rogaron de todas las maneras que negase sus convicciones
religiosas y salvase su vida por amor a ellos. El heroico mártir ¡es
respondió: "Dios sabe que os amo más que todo lo más querido que para mí
existe sobre la tierra; pero no os amo más que a mi Salvador, y por
amor a El no puedo volver atrás de sus enseñanzas. Que El os bendiga
hasta que podamos reunimos en el cielo."
CLASES DE INGLES EN TARRASA
Después
de la guerra civil éramos visitados con tanta frecuencia por hermanos de
habla inglesa, que hacia el año 1952 los jóvenes de la Iglesia nos
rogaron insistentemente que estableciéramos para ellos clases de inglés.
Accediendo a su deseo, unos treinta jóvenes se enrolaron con gran
entusiasmo, pensando que la empresa era relativamente fácil; pero a
medida que pasaban las semanas y los meses, fue disminuyendo lentamente
el grupo de estudiantes hasta no quedar más que cuatro alumnos, un joven
y tres señoritas. Aquel joven es hoy pastor en Cataluña y tiene
constante correspondencia con hermanos de Estados Unidos e Inglaterra.
Una de las señoritas casó con un joven marino de la VII Flota del
Mediterráneo, quien vino a Tarrasa, en visita colectiva, durante una
estancia del portaviones "Midway" en Barcelona. Hoy es una feliz madre
de familia en Nordfolk, Virginia. Otra es enfermera en Toronto, y la
tercera, después de estudiar en Inglaterra y sacar el título de
enfermera en dicho país, ocupa un cargo de responsabilidad en un
programa evangélico de Radio. Al escribir estas líneas se halla en
U.S.A. visitando iglesias interesadas en el programa. Todos los que
perseveraron obtuvieron beneficios útiles, en premio de su aplicación;
pero solamente fueron cuatro entre treinta que tuvieron la misma
oportunidad.
EL MINERO DE GALES
En el
país de Gales, famoso por sus despertamientos religiosos, vivía un
minero cristiano conocido por su piedad, de la que hacían burla algunos
compañeros; pero su laboriosidad e inteligencia en el trabajo fue
observada por el director de la mina, quien le ofreció el cargo de
capataz de una nueva sección que se proyectaba establecer. El director
quedó estupefacto al oír decir al experto minero: —Agradezco mucho su
decisión, señor director, y pido perdón por mi atrevimiento, pero vengo
observando al compañero Juan (otro cristiano) que lleva muchos años en
la mina; él es tanto o más experto que yo, y por tener más edad le está
resultando muy penoso el trabajo de peón. ¿No podría darle el cargo a
él? Además, por sus condiciones familiares, necesita más que yo una
mejora en el sueldo. El tiene una nuera viuda y nietos, mientras que yo
vivo solo con mi esposa.
El
director, conmovido por este ejemplo de altruismo, accedió a la
petición; pero no sin antes reunir al personal y darles cuenta de lo
ocurrido como ejemplo de compañerismo obrero, a la vez que nombraba para
otra sección al obrero modelo en capacidad profesional y en corazón.
LAS DOS VIUDAS
En
tiempos en que no existían las leyes sociales que hacen hoy menos dura
la condición de las familias obreras numerosas, fue a residir
temporalmente en un pueblo de la antes citada región de Gales un
ingeniero llamado a dirigir la construcción de una nueva mina. Durante
su estancia dio trabajo doméstico a dos viudas de mineros fallecidos,
una de las cuales tenía tres hijos menores de edad y la otra nueve.
Terminada su estancia la esposa del ingeniero convino con éste en hacer a
ambas un obsequio de despedida. Con objeto de probarlas invirtió los
términos de su generosidad y dio a la que tenían tres hijos 30 libras
esterlinas y a la que tenía nueve, solamente 10 libras. Poco después
supo que la sirvienta más beneficiada había dado 20 libras a su
compañera. Inmediatamente llamó a ambas y después de explicarles su
propósito de prueba, elogió en altos términos a la más beneficiada, por
su altruismo, y a la otra por su ausencia de queja y murmuración ante la
prueba, después de lo cual premió a ambas con donativos suplementarios
que éstas no querían aceptar, pero que les hizo tomar de todas maneras.
EL CANDIDATO ATENIENSE
Un candidato a la magistratura de la ciudad de Atenas, al conocer que había sido derrotado en una elección popular, respondió:
—Me alegro de que la Patria tenga mejores hombres que yo mismo y los sepa elegir.
1 El
predicador puede añadir en este punto algunas frases para los
inconversos que puedan hallarse presentes; pero sin exceder de dos o
tres minutos para no romper el hilo del sermón.
***
SERMÓN XV
EL SEÑORÍO DE CRISTO
(Juan 21; Lucas 6:46)
Quisiera llamar vuestra atención a la palabra «Señor» que
se encuentra innumerables veces en la Sagrada Escritura, y siete en el
capítulo 21 de Juan. Hay dos palabras griegas para expresar esta idea,
la palabras Kurios, que indica dominio y autoridad con amor (es la que
usa San Pedro cuando pone a la mujeres el ejemplo de Sara, 1.a Pedro
3:6), y la palabra Despotys, que indica señorío absoluto; soberanía y
algunas veces se aplica a Dios. Los apóstoles usaban la palabra Kurios
con extraordinaria frecuencia: «Señor, manda que vaya sobre las aguas»,
«Señor, ¿a quién iremos?», etc. En cambio, no usaban esta expresión
cuando estaban de mal talante. Por ejemplo, en el caso de la tempestad
dicen: «Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?» En el cenáculo, el
traidor Judas le dice: «¿Soy yo Maestro?» Y en Getsemaní: «¡Salve,
Maestro!» Las gentes extrañas le llamaban generalmente «Maestro» (Mateo
19:16; Marcos 9:17; Marcos 10:51; 12:14; 12:19, etc.); los fariseos le
daban siempre el título de Maestro, nunca el de Señor (Mateo 12:38;
22:16; Lucas 19:39; 20:21; 28 y 39; Juan 3:2; 8:4, etc.)
Los once apóstoles reconocían el señorío de Cristo; no
eran escépticos, ni enemigos, como los fariseos; pero a veces lo
olvidaban en el terreno práctico, o no osaban darle este respetuoso
título (Marcos 9:38; 10:35; Lucas 9:49). ¿Y qué nos pasa a nosotros? Por
lo general, los cristianos evangélicos usamos con frecuencia esta
expresión como prueba de nuestro reconocimiento y lealtad a Cristo.
Cuando en España no teníamos la costumbre de que los
nuevos creyentes dieran testimonio de su conversión levantándose en la
Iglesia, el cambio de vocabulario con referencia a Cristo era la señal
con que reconocíamos su conversión. Pero no es una señal infalible. Hay
pseudos cristianos que tienen el instinto de imitación y usan la palabra
indebidamente. Por esto Jesús dice: «No todo el que me dice Señor,
Señor, entrará en el Reino de los Cielos.» Sin embargo, esta expresión
es buena en labios de los creyentes, pues cuando es sincera, demuestra
un afectuoso reconocimiento y una especial relación con Dios. Hay
cristianos que parecen tener vergüenza de usarla y dicen más bien Dios o
Jesucristo, omitiendo la palabra Señor, especialmente cuando están
fríos.
En el caso de la tempestad, habría sido mucho más propio
para los apóstoles decir: «Señor, ¡ten misericordia, que perecemos!»
¿Por qué usaron la palabra Maestro? Porque, sin atreverse a decirlo,
instintivamente parecen trocados los papeles....; ellos se muestran
señores. La expresión «¡Maestro, ¿no tienes cuidado?» Era como decirle:
«Somos tus discípulos en un mundo que te desprecia, tienes, pues, el
deber de cuidar de nosotros.... Eres Señor de los elementos, esto va sin
decir, pero nuestro criado. ¡A ver, pues, si te levantas a servirnos!»
¿No sentimos así en el fondo, algunas veces, en las
contrariedades y conflictos de la vida? Pero El es Señor en los buenos y
en los malos momentos; cuando lo sentimos con gratitud y afecto, y
cuando no lo sentimos.
1. La razón del señorío de Cristo
Tenemos motivos para reconocer a Cristo como Señor. Es el
Verbo encarnado, por el cual fueron hechas todas las cosas; y es
doblemente Señor nuestro por habernos comprado con su sacrificio cruento
en el Calvario. «Vuélvete a Mí, porque yo te redimí y te puse nombre;
mío eres tú», decía Dios a Israel (Isaías 43:1). Mucho más puede decirlo
al pueblo cristiano. «No sois vuestros, comprados habéis sido por
precio...., glorificad, pues, a Dios, en vuestro cuerpo y vuestro
espíritu, los cuales son de Dios» (1.a Corintios 6:20). No sólo somos
criaturas de Dios sino criaturas redimidas desde que comprendimos
nuestra necesidad y aceptamos a Cristo como Señor. (Véase anécdota El
barquito construido y comprado.) Así es nuestro caso; no sólo el Creador
empleó miles de años creando maravillas de este mundo y preparándolo
para la entrada en escena del ser humano, hecho a su imagen; sino que,
previendo que los hombres, al ser dejados libres, no se sustraerían de
la gran rebelión de Satanás, preparó, antes de la creación del mundo, un
Salvador, y a su tiempo vino el Verbo hecho carne, vivió, sufrió, murió
y pudo decir: « ¡Consumado es! Realizada está la obra de redención.»
Por esto pudo escribir años más tarde el protagonista de esta escena,
Simón Pedro: «Habéis sido rescatados, no con cosas corruptibles, sino
con la sangre preciosa de Cristo.» Amigo, ¿no quieres que El te aplique
tan glorioso precio? ¿Que El te compre, para que puedas ser suyo? (Véase
anécdota El esclavo rescatado con sangre.)
Si ya has aceptado a Cristo como tu Salvador y Señor, ¿no
crees que debas tratarlo como tal? ¿Por qué dar lugar a la amarga queja
de Lucas 6:46? Así ocurría en el caso de los discípulos que venimos
considerando.
2. La pérdida de la visión de su señorío
Recordad las circunstancias de este relato. Los
discípulos se hallaban en Galilea, no en Jerusalén, donde habían tenido
el privilegio de ser visitados por el Señor tantas veces. Habían ido a
Galilea por orden del mismo Señor, que les convocó en uno de sus montes
(Mateo 28:10 y 1.a Corintios 15:6), pero la orden fue que se fueran de
nuevo a Jerusalén (Hechos 1:4). Sin embargo, en lugar de esto, se
entretuvieron en Galilea. Hasta cierto punto era natural, estando en la
región donde tenían a sus parientes y amistades; pero ello les llevó a
la tentación de volver a su antiguo oficio, entreteniéndose más de lo
debido. «A pescar voy»; no era nada malo....; pero ahora estaban en otro
empleo, como les había dicho el Señor (Lucas 24:47 y Juan 20:21).
Así es con nosotros muchas veces. No son malas las
ocupaciones seculares y aun las diversiones, los «hobbys», los deportes,
pero debemos tener en cuenta que los cristianos somos llamados a un
deber superior: «Servir a Cristo.» «Trabajad, no por la comida, que
perece.» (Juan 6:27.) ¿Qué hacemos por lo que no perece? ¿Cómo tratamos
nuestra alma y los intereses del Reino de Dios?
3. Jesús sale al encuentro de los que han perdido la visión
Era necesario hacer reconocer a aquel puñado de
discípulos, que habían olvidado su señorío, sus órdenes, sus ocupaciones
superiores...., a El, en una palabra, y se dirige a su encuentro.
¿Cómo?
a) Va por las circunstancias adversas. No fue casual que
no pescaran nada. La voluntad omnipotente del Señor ahuyentaba los peces
en aquella triste y larga noche. Del mismo modo, nuestras adversidades
nos preparan para la instrucción que El quiere darnos. Como el labrador
remueve la tierra antes de sembrarla, Cristo zarandea a veces a los
suyos con adversidades y contrariedades para llevarnos por su camino.
(Véase anécdota Hans Egede, el primer misionero danés a los lapones.) De
semejante manera, en el presente caso el Señor reencaminó a sus
discípulos a su deber, quitándoles la pesca. No en vano les había dicho:
«Sin Mí, nada podéis hacer.» Y esto es una realidad aun en el orden
material para los que somos hijos de Dios. Cuando no eran discípulos,
los apóstoles podían pescar sin el Señor, después no. Hoy día la gente
del mundo hace lo que le da gana; mienten, trampean, trabajan en domingo
y prosperan. No debe extrañarnos ni queremos envidiarlos, no son del
Señor. El pescador Pedro nunca había pasado una noche como aquella en el
productivo mar de Galilea. ¿No sentiría la voz del Señor en su
conciencia con motivo de tal adversidad?
b) Se aparece en persona y no le conocen. Allí está a la
orilla, al despuntar el alba. Es natural que María no le conociera
después de su resurrección, pues habría una notable diferencia entre su
aspecto físico al final de su ministerio (sobre todo después de ser
desfigurado por los sufrimientos de la pasión) y su cuerpo glorificado,
rebosante de vida y de belleza. Además, estaba llorosa y quizá de
espaldas; pero los discípulos le habían visto resucitado muchas veces;
sin embargo, el día va clareando, la figura aparece más y más nítida, y
nadie le conoce excepto uno.
c) El ojo de la fe distingue al Señor. Fue Juan, el
discípulo del amor, el primero en distinguirle, y Pedro, el más
decidido, quien se lanza al agua. Quiere volver a disfrutar de su
compañía porque le ama, a pesar de su negación. No dice: ¿qué me importa
a mí?
Así ocurre con los verdaderos cristianos. Un mundano dirá
¿qué me importa el culto? No tiene ojos espirituales, para distinguir
al Señor en su Palabra y en los ejercicios piadosos, en el partimiento
del pan (por ejemplo). El mundano no tiene apetito espiritual para
disfrutar de la comunión con Dios por el Espíritu Santo, pero tú sí.
¡Has disfrutado tanto algunas veces! Pero, ¿por qué te vas a pescar....
si eres de Cristo.... si El es tu Kurios? No es posible tener a Cristo
como Salvador sin tenerle como Señor. No basta con tenerle en tal
concepto para las grandes cosas, olvidando que El lo es en todo, y que
es Omnisciente y Omnipresente. Sólo entonces te sentirás gozoso.
Todos tenemos a Cristo como Señor en un sentido general y
lejano; pero no con aquella actitud que expresa David en el Salmo
123:2. Aquellos siervos hebreos no esperaban la orden verbal, trataban
de adivinarla en los ojos de sus señores para así demostrar su profunda
atención y obediencia. ¿Es de este modo como mantenemos nosotros la
comunión con Dios?
Pero ¡ay, que esta actitud de David no fue constante en
su vida! Miraba los ojos de su Señor en muchas ocasiones cuando se
encontraba en conflicto, o en una euforia espiritual, como cuando trajo
el arca a Jerusalén; pero no el día que ocioso se subió al terrado para
curiosear en las casas de los vecinos y vio a Bathseba. Así es muchas
veces en las vidas de los cristianos. Es fácil ver al Señor en el culto y
escuchar su voz en la lectura de su Palabra o en algún libro piadoso,
pero el secreto de la vida cristiana es vivir en la presencia del Señor.
Esta actitud de creyentes no consagrados, tiene dos malos resultados:
1) Disfrutar poco de la comunión espiritual, que causa el
más profundo gozo en el alma cristiana, mayor que todos los goces
mundanos.
2) Llegar al final de la vida, a las playas de la eternidad, como llegaron los discípulos en esta ocasión, con la barca vacía.
4. El señorío reanudado
Aun estando los discípulos lejos, en la mar, el Señor les
esperaba. Su presencia les atrajo de un modo inconsciente, y cuando
llegan cerca les habla con una familiaridad que les descubre su persona:
«Poídos, les dice, ¿tenéis algo que comer? Los antiguos traductores de
nuestra Biblia usaron la expresión que juzgaron más a propósito para no
causar extrañeza a los lectores del Nuevo Testamento, poniendo la
palabra «mozos»; pero la revisada traduce con más propiedad «hijitos»,
aunque, literalmente, es «niños». Palabra cariñosa, pero también de
reproche. ¿No estaban obrando como niños? En lugar de ocuparse de la
alta misión de «enviados» a perdonar pecados (Juan 20:22-23) —o a hacer
que pecados fuesen perdonados), que almas inmortales pudieran encontrar
el secreto de la vida eterna, como ocurrió en Pentecostés; ¡entretenerse
a pescar peces! ¡Cuántas veces los cristianos debemos parecer niños a
los ángeles cuando nos ocupamos con excesivo e impropio interés de lo
que no tiene valor! El apóstol nos exhorta: «Sed niños en la malicia, mas hombres en el sentido.» Pero muchas veces somos totalmente al revés: - «Hombres en la malicia y niños en el sentido.»
Y peor todavía, niños mal criados; obedientes sólo cuando
se sigue su gusto. Así actuamos muchas veces los actuales discípulos
del Señor. ¡Cuántos dicen que no pueden ir al templo porque están
cansados; pero el lunes van a la fábrica cansados o no. ¡Reconocen un
señorío en la persona que les da el pan material, que no reconocen al
Señor. ¡Cuántas veces abusamos de El reconociéndole como Salvador, como
amigo, teóricamente como Dios, pero no como «Señor»!
a) El descubrimiento seguido por la acción. Cuando el ojo
del amor descubre al Señor, sigue la acción. Pedro se echa a la mar,
los otros se acercan, obedecen como a un desconocido, automáticamente.
Pero en Pedro y Juan había un sentido superior. Juan, hablando a su
compañero del Señor, Pedro, lanzándose a su encuentro. Es así como obra
la fe y el amor, con actos. Si le amas, hablarás de El a tu vecino, le
mencionarás instintivamente; acudirás al templo, harás las cosas que a
El le agradan. No querrás mantenerte separado de su comunión.
b) La tragedia de la frialdad. Pero los demás discípulos
se encuentran anonadados, cohibidos; «sin osar preguntarle, sabiendo que
era el Señor». ¡Qué cuadro tan exacto de la situación de muchos
cristianos! En el fondo, le amamos, le reconocemos; quizás haríamos algo
grande si viniera una persecución o alguien nos provocara insultando a
Cristo; porque le amamos..... Pero sentimos vergüenza de abrir la boca
por El en circunstancias normales; tenemos pereza de orar....
El autor de este apéndice al Evangelio de Juan, hace
notar este detalle, que alguien le contaría, con extrañe-za: «Nadie
osaba....» ¿El hecho de verle resucitado les sobrecogía de miedo? Es
posible, pero en otras ocasiones no fue así. Cuando les llevó al monte
de la ascensión, le hicieron preguntas; las mujeres se echaron a sus
pies el día que le vieron resucitado. ¿Por qué no ahora....? Porque les
había cogido in fraganti, pescando, cuando debían estar en Jerusalén
orando y esperando la Promesa. Por esto se hallaban mudos, rota la
íntima comunión; sin poder hablar al Señor como a un amigo. En Marcos
6:30 se nos dice que los apóstoles se juntaron con Jesús y le contaron
todo lo que habían hecho; pero entonces tenían algo que contarle, ahora
no había nada. Por esto estaban mudos, obedeciendo, trayendo la red,
comiendo, pero sin intimidad, franqueza, ni libertad.
5. El señorío confirmado
Jesús rompe el silencio con las tres preguntas a Pedro,
el culpable de aquella escena, pues fue él quien propuso ir a pescar.
«Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?» Seguramente ya se lo había dicho la
primera tarde de su resurrección (Lucas 24:34) y lo había demostrado con
su actitud impulsiva ahora mismo; pero por tres veces quiere oírlo de
su boca delante de sus compañeros; y delante de ellos ratificarle en su
ministerio apostólico, con una frase que es al mismo tiempo una
reprensión: «Apacienta mis ovejas.» Lo que implica: «No es este tu
lugar, cumple tu ministerio; no de pescar peces, sino de pescar hombres
para mi reino.» Jesús lo había dicho hacía pocas semanas en el cenáculo:
«Si me amáis, guardad mis mandamientos.»
¿Cuál es nuestra actitud? ¿La de niños mal criados,
desobedientes y tercos, o la de siervos fieles, agradecidos a su
preciosa redención y amigos del Señor? (Véase anécdota Domini Sumus.)
Que El nos ayude a sentir siempre, como sin duda sentimos
en estos momentos, que El es de veras nuestro Señor y merece nuestro
más abnegado y fiel servicio.
ANÉCDOTAS
EL BARQUITO CONSTRUIDO Y COMPRADO
Un niño
muy mañoso construyó con gran paciencia y trabajo un hermoso barquito
con su vela, timón y aparejos, de tal modo que parecía un barco de
verdad. Pero un día, tratando de hacerlo navegar por el río, la
corriente se lo llevó y lo puso fuera de su alcance, sin que pudiera
recobrarlo. Con gran desconsuelo regresó a su casa, no pudiendo apartar
de su mente el juguete perdido.
Un par
de semanas después, al pasar por delante de un establecimiento de
objetos de lance, vio expuesto su barco. ¡Sí, efectivamente, era el
suyo. ¡Lo conocía en tantos detalles...! Entró a reclamarlo, pero el
dueño del establecimiento no se atuvo a razones. Le dijo que sería suyo
si quería comprarlo y nada más. El muchacho fue a su casa, abrió su
hucha y pagó el precio de lo que había sido suyo. Cuando lo llevaba,
acariciando su pequeño tesoro, decía:
—Barquito, ahora te quiero más, pues eres mío dos veces. Primeramente porque te construí y luego porque te compré.
EL ESCLAVO RESCATADO CON SANGRE
Un negro
esclavo corría desesperadamente por la selva de África en dirección a
cierta Casa-Misión en busca de refugio. Había hecho enojar a su iracundo
amo, quien había jurado matarle, y corría tras él con el arco tensado,
esperando tenerle a tiro para clavar la flecha en sus entrañas.
A la
puerta de la Misión salió el director y viendo la peligrosa escena
empezó a dar voces al perseguidor, rogándole que se abstuviera de
disparar; pero el hombre, haciendo caso omiso, seguía corriendo detrás
de su víctima sin darle respiro. En el momento en que el fugitivo iba a
arrojarse a los pies del misionero implorando protección, el perseguidor
disparó su arco. Rápidamente el misionero extendió su brazo y recibió
en él la flecha que iba a clavarse en el cuello del perseguido. Del
brazo comenzó a chorrear sangre, que salpicó al pobre negro arrodillado a
sus pies.
—Has
derramado sangre inglesa —exclamó el misionero dirigiéndose al agresor
con severidad—. ¿Por qué no hiciste caso cuando te gritaba que te
detuvieras? ¿Sabes lo que esto puede costarte? —en aquellos tiempos la
bandera británica era muy respetada por los súbditos de su vasto imperio
colonial—. Sólo con una condición —continuó el misionero— no daré parte
a las autoridades de lo que has hecho: Que me cedas a tu esclavo,
renunciando a matarle.
El
esclavo, que además de salvar su vida recobró su libertad, no sabía cómo
ponderar la generosa acción del misionero. Cada vez que contaba la
historia se sentía no solamente favorecido, sino altamente honrado de
poder decir: "Me compró con su sangre."
HANS EGEDE, PRIMER MISIONERO DANÉS A LOS LAPONES
Cuando
Dios llamó al primer misionero Hans Egede a Groenlandia era éste un
pastor danés muy estimado de su congregación. Comunicó a su esposa el
deseo que Dios había puesto en su corazón de llevar el conocimiento del
Evangelio a los habitantes del helado Norte; pero ésta se le opuso
tenazmente. ¿Debían dejar su confortable hogar y su amada congregación,
que habían pastoreado por muchos años, para ir a vivir entre habitantes
de casas de hielo, paganos, supersticiosos y atrasodas, compartiendo su
miserable vida?
En vano Hans Egede mostraba a su compañera la orden de Cristo: ''Id por todo el mundo."
—¡Sí!
¿Pero por qué nosotros precisamente? —Argüía la esposa—. ¿No ha habido
Japonés durante siglos en las heladas costas del Norte? ¿Por qué a
ningún cristiano se le había ocurrido hasta entonces tal idea?
Pero
vino un día en que Dios removió el nido confortable de los esposos
Egede, y empezaron a surgir espinas. Se levantaron querellas en la
congregación danesa; uno y otro bando querían que el pastor les diera la
razón. Cada día llegaban noticias de quejas y murmuraciones en contra
del pastor. Entonces la esposa fue la primera en reconocer y confesar:
—¿Por
qué habrá ocurrido esto tan triste en nuestra iglesia, Hans? ¿No será
que Dios nos llama a la obra misionera en Groenlandia y nosotros estamos
fuera del camino de su voluntad?
De este
modo se inició la labor cristiana que transformó y trajo el gozo y la
esperanza de Cristo a los tristes habitantes del Polo Norte, gozo
también en el corazón de los pastores Egede, al ver que no había sido en
vano su obediencia al llamamiento de Dios.
"DOMINI SUMUS"
Martín
Lutero viajaba a pie muy a menudo. En cierta ocasión pidió alojamiento
en una casa de campesinos que le trataron tan bien como pudieron.
Al saber
que era el famoso reformador, rehusaron toda paga, pero le pidieron que
se acordara de ellos en sus oraciones y que escribiera en tinta
encarnada en su pared alguna inscripción de recuerdo.
Lutero
escribió "Domini sumus". El campesino le preguntó qué significaban
aquellas palabras, y Lutero explicó que en correcto latín pueden tener
un doble sentido, según el contexto de la frase.
—Significan
—dijo— "somos del Señor", pero pueden significar también "Somos
señores", que es precisamente lo opuesto, aplicándolas en sentido
opuesto.
Pero Lutero les dio una provechosa lección espiritual juntando ambos sentidos:
—Somos
del Señor —les dijo— porque El nos compró con su sangre; pero esto mismo
hace que seamos libres por su gracia, y no seamos más esclavos de
Satanás, ni de hombre alguno, sino señores, verdaderamente libres para
no servir más al pecado y para honrarle y glorificarle voluntariamente a
El.
***
SERMÓN XVI
EL REPOSO DE LOS SANTOS
(Hebreos 3:12-14)
Introducción
Estamos en época de vacaciones. Muchos habéis pasado unos
días de solaz, apartados del trabajo rutinario de cada día; gozando del
verdor, encanto y magnificencia de las alturas, o de las caricias del
mar. Y tendréis que empezar (o habéis empezado) dentro de x días, la
labor diaria, con su fatiga, sus preocupaciones, sus sinsabores y
dificultades.
Por esto me parece oportuno hablaros del trabajo y del descanso desde el punto de vista humano y espiritual.
1. Trabajo y reposo divino
El trabajo es ley universal. Dios mismo trabaja en su
alta esfera, y también reposa, o diríamos, aumenta y disminuye su
actividad creadora y organizadora en ciertos lugares del Universo. ¿Qué
significa, si no Génesis 2:1-3? Por esto, cuando oigo decir que este
mundo tiene tantos centenares de millones de años, o que la roca o el
fósil hallado en tal o cual lugar de la costra terrestre los debe tener
también, no digo que no; pero me quedo algo dudoso. ¿Sabéis por qué?
Porque me parece que los científicos juzgan las cosas por el ritmo
actual de la naturaleza, de acuerdo tan sólo con su actual experiencia.
Es decir, juzgan y calculan basándose en lo que saben, pero ¿y lo que no
saben? Sabemos hoy, por ejemplo, lo que se desconocía hace treinta
años, que por medio de radiaciones isotópicas pueden hacerse aparentes
milagros. Que vegetales expuestos en condiciones adecuadas a la
radioactividad pueden crecer en días y hacerse gigantescos. ¡Quizás esto
explica la existencia de los imponentes animales antidiluvianos que
precedieron a la creación del hombre! Quizás algún día la ciencia tendrá
que reconocer, no sólo lo que ya se ve obligada a admitir ahora, que
hubo seis épocas diversas, días de la creación, y su ordenada sucesión,
en la forma exacta que lo describe la Biblia, sino también que en
aquellas seis épocas creativas las cosas se hicieron más aprisa. En
otras palabras: que Dios obró con una actividad extraordinaria durante
aquellas susodichas seis épocas geológicas, y reposó (o mejor dicho,
está reposando todavía) en la séptima, la actual; en la cual la materia
está perdiendo lentamente radioactividad, sin recibir nueva potencia
creadora y organizadora.
Quizás esto explique el hecho notablemente extraño, dados
los incontables recursos de la Naturaleza, tal como los vemos
manifestados en este mundo, de que nos hallemos rodeados de mundos
compañeros de la tierra en el mismo sistema planetario del Sol, tan
atrasados, al lado del que nosotros habitamos. Entonces será quizá
reconocido que si nuestro planeta es tan diferente de la luna y de otros
planetas de la misma edad geológica, es no solamente por las causas
físicas a las cuales ellos atribuyen tal diferencia, por lo que
encontramos expuesto en Génesis 1:2, o sea, que Dios obró con una
actividad extraordinaria, y especialmente intencionada sobre la tierra
durante las seis épocas de la creación, y ahora nos hallamos en la
séptima, cuando el Creador reposa, o sea, no interviene sino muy
raramente, en el aspecto físico, en este maravilloso mundo en que
vivimos, mientras que no ha tenido a bien intervenir de un modo
particular en dichos planetas.
2. Trabajo y reposo humano
Cuando el gran Artífice invisible cesó de actuar
directamente sobre los elementos físicos, o sea, reposó, dio al hombre,
creado a su imagen y semejanza, la ley del trabajo, para que completara
su magnífica obra aprovechándose del maravilloso orden, por El
establecido, y de los recursos naturales puestos por su sabia
providencia en nuestro planeta.
a) El trabajo no es un castigo. No le dio el trabajo como
castigo, sino como un privilegio; el privilegio de cooperar con su
Padre celestial en el perfeccionamiento de este mundo. A tal objeto le
puso en una especie de museo o jardín botánico preparado en el Asia
Menor, el paraíso del Edén. Observad que había allí oro, el metal más
manejable, piedras preciosas, fuentes de aguas, árboles, plantas y
animales de todas clases (Génesis 2:10-15). «Aquí está todo, por lo
menos los tipos originales que después se han desarrollado en razas
—parece decirle—; úsalo. Nada te será contrario, sino todo favorable;
trabaja, no en los términos de una labor, sino de una distracción y
satisfacción.» Sin cardos ni espinas, sin plagas con que luchar, el
primer labrador humano no tenía una tarea pesada, y mucho menos lo
habría sido de haber podido utilizar los instrumentos que los
conocimientos científicos (más rápidamente alcanzados de no ocurrir la
tragedia del pecado) le hubieran proporcionado poco después. El trabajo
que Dios dio a Adán no era sino un privilegio de colaboración; como el
padre que permite al niño poner su manita en el asa de la cesta, para
que parezca que hace algo.... Para que puedas escoger las plantas y
frutos que te apetezcan —parece decirle Dios—; pon la semilla y cúbrela
de tierra. Esto es todo. Del resto me encargo yo, pues tú, pobre
criatura, nada más puedes hacer.»
b) El pecado, maldición del trabajo. Pero sobrevino el
pecado, el virus criminal de la desconfianza a Dios, con su secuela de
sentimientos malévolos; la ambición, el egoísmo, a envidia, el odio. El
simple acto de tomar y coger del árbol prohibido fue sólo la primera
manifestación, el primer fruto le la terrible semilla del mal, del
contagio, de la peste del recado que surgió del averno en la persona del
Tentador.
Entonces apareció el trabajo como castigo, como labor
penosa, como una lucha con fuerzas hostiles de la Naturaleza; y aun peor
que todo, con fuerzas hostiles dentro de la propia humanidad. Si el
pecado hubiese sido un mero acto y no una infección; un hecho erróneo
que tuviera que recibir como castigo la expulsión del Edén, no habría
sido nada grave. Un día u otro tenían que esparcirse los hombres sobre
la tierra, saliendo de la «Escuela Museo Didáctico de Dios», para
colonizar el mundo. Pero no fue esto sólo, sino que el pecado corrompió
el corazón del hombre, haciéndole capaz de actos criminales; le
transformó de un hijo de Dios en un criminal en potencia. Cuando vieron
los hombres que matando a sus prójimos se obtenía la ventaja de
apoderarse de sus bienes y de sus mujeres; utilizando la extraordinaria
inteligencia con que Dios les había dotado, empezaron a moldear las
piedras y a fraguar los metales, no tan sólo para defenderse de las
bestias, sino para guerrear entre sí. De Lamec, el biznieto de Caín,
leemos que cuando alguien le ofendió y golpeó, él lo asesinó a mansalva,
y advirtió a sus dos mujeres Ada y Zula: «Al que me toca, yo le
liquido» (Génesis 4:23-14). Pero, como dice el refrán, que «donde las
dan las toman», otros hombres hicieron lo mismo, y la tierra empezó a
llenarse de violencia hasta llegar a la depravación que trajo el
diluvio.
Por esto, antes y después del diluvio, los hombres se
dedicaron a formar agrupaciones, nombrando un jefe, para protegerse
mejor de sus enemigos; edificaron ciudades amuralladas; surgieron
guerras entre tribus y entre grupos de tribus; se hicieron prisioneros y
se inició la tragedia humana de la esclavitud, que ha durado siglos, y
ha hecho penosa y miserable la vida de millones de seres humanos, en
lugar de cumplirse el plan ideal del Creador, de independencia familiar,
mayormente agrícola, en un mundo abundante para todos y bien
distribuido. En Hebreos 2:15 se nos describe la triste condición de la
raza caída al decir: «Por el temor de la muerte estuvieron sujetos toda
la vida a servidumbre.» En efecto, en siglos pasados, a causa de las
guerras y de mala organización social maleada por el pecado, millones de
hombres trabajaron de sol a sol, nada más que por una miserable pitanza
que les permitiera seguir viviendo. Los millones de esclavos que
edificaron las pirámides de Egipto, las murallas de Tarragona, la gran
muralla de China, etc., etc., tenían descanso: día tras día y año tras
año, más que las breves horas de la noche. No existía para ellos ni el
reposo semanal, exclusivo de la nación hebrea por mandato de Dios, ú
tampoco tiempos de vacación como los que hoy tenemos. Cuán agradecidos
debemos estar de vivir, hoy día, en una sociedad que, aunque dista mucho
de ser perfecta, es, indefectiblemente, mejor que la de aquellos
oscuros tiempos.
c) El trabajo en el Reino de Dios. Porque El es quien
tiene en su mano el porvenir del mundo, el cuadro que nos dan las
profecías del reino de Dios sobre la tierra, es diferente del que nos
presentaba cierto programa de televisión, hablando de los problemas de
la vivienda y de la contaminación en el año 2000. Porque creemos que el
Señor ha de intervenir antes de que la humanidad llegue al estado que
prevén los pensadores humanos, sabemos que en aquella época feliz del
futuro, «cada cual se sentará debajo de su parra y de su higuera».
(Miqueas 4:4.) Esto significa que la humanidad, bajo el gobierno divino,
volverá a la tierra, distribuida equitativamente, y gozará de los
beneficios de una civilización extraordinariamente desarrollada por el
contacto con el cielo. Vivirán los hombres repartidos por el mundo, no
concentrados en grandes capitales, redimidos totalmente del trabajo duro
por máquinas a las que solamente se tendrá que hablar para que sus
computadores electromagnéticos las lleven a hacer toda clase de labores
penosas.
3. Una vocación eterna
Pero la perspectiva del futuro todavía es mucho más
halagüeña para los redimidos de Dios; los que durante esta época le
prueba pusieron su confianza en Cristo y vivieron de cara al porvenir:
«Queda un reposo para el pueblo de Dios», leemos en la carta a los
Hebreos. Prácticamente, y a la luz de las enseñanzas proféticas queda
una vacación eterna.
En efecto, ¿qué hacemos durante las vacaciones?
Abandonando los trabajos pesados, procuramos cambiar de ambiente, nos
dirigimos a otros lugares para disfrutar más y mejor de las buenas cosas
que Dios ha puesto en este mundo. Y esto es lo que nos aguarda en el
Reino de los Cielos.
a) Seguridad de la vacación celestial. Los judíos tenían
poco conocimiento de la vida futura. Para la mayoría de ellos las
bendiciones de Dios se cifraban en la presente. Por esto, el apóstol
trata de demostrarles que el reposo prometido por Dios a los padres, no
era sólo la Canaán terrenal como algunos pensaban. El rey David ya había
entrado y vivía en Canaán cuando exhorta a la fidelidad a Dios a fin de
no perder el reposo prometido. Si Josué les hubiera dado el reposo
—dice el texto— no hablaría después de otro día.
Este reposo existe y no es la muerte, como algunos
piensan. La muerte, como fin de la existencia, no es reposo. Los
esqueletos no puede decirse que reposan, porque reposo es lo opuesto a
cansancio, lo que no está cansado, no puede descansar. Implica el
disfrute del descanso. Descansa el labrador tumbado sobre la hierba,
descansa el caballo en el pesebre, o en el prado, pero no descansa
literalmente el carro o la azada, porque son instrumentos inertes que ni
se cansan ni pueden descansar. El descanso no significa, pues, cesar de
existir, o dejar de ser, sino disfrutar de una existencia mejor, exenta
de labores penosas, y esto es cabalmente el cielo; no un estado de
inactividad sino de servicio deleitoso y glorioso (Apocalipsis 22:4 y
Efesios 3:10). (Véase como ampliación de esta idea los libros Cuando El
venga, págs. 221-220; La Nada o las Estrellas, págs. 313-324; y El
Cielo, páginas 189 a 209.
b) Trabajando para el verdadero reposo. Hemos dicho que
Dios actúa en dos esferas, la física y la espiritual. Cuando cesó su
actividad en la esfera física, empezó la gran labor moral y espiritual
de reparar la obra nefasta de Satanás y redimir para sí un pueblo
propio, celoso de buenas obras», Jesús se consideraba un obrero de Dios
en este terreno, y dice Mi Padre hasta ahora obra, y yo obro.» (Juan
5:17.)
«Conviéneme hacer las obras del que me envió» (Juan :4).
«Yo te he glorificado en la tierra, he acabado la obra
que me diste que hiciese, ahora glorifícame tú acerca de Ti mismo» (Juan
17:4-5).
He aquí la misma ley del trabajo y el descanso, aun en
esta esfera tan elevada, la del Hijo de Dios obrando en favor e un mundo
perdido. Nosotros somos los beneficiados por i obra redentora de
Cristo. Pero, ¿para qué?
c) Nuestro trabajo para el Reino. Efesios 2 nos expone
plan divino de un modo muy claro: A los que «estábamos muertos nos dio
vida.» «Somos salvos por gracia» pero «para que andemos en las buenas
obras preparadas por Dios». Un muerto no puede trabajar. Los que están
muertos en delitos pecados pueden hacer muchas buenas obras según el
mundo, pero no pueden tomar parte en la obra más importante, la de
comunicar la buena nueva de salvación a las almas perdidas, pues ellos
mismos no entienden nada en este terreno; el más sencillo creyente puede
hacerlo, sobre todo entre los de su esfera. Un resucitado con Cristo ha
sido salvo para servir, para vivir una vida cristiana eficaz y activa.
Por esto decía Jesús (Juan 6:27). Lo peor es cuando los afanes de la
vida nos impiden cumplir los deberes cristianos. Cuando estamos fríos
espiritualmente, no tenemos ganas de glorificar a Dios; ni con nuestro
tiempo ni con nuestro dinero.
Nuestro texto presenta el caso de los israelitas que
salieron de Egipto y anduvieron por el desierto; pero no llegaron a
Canaán porque su corazón se llenó de incredulidad, se sintieron cansados
de seguir la nube.... A algunos les ha ocurrido esto, en el terreno
espiritual. Les hemos visto activos celosos, pero solamente por un
tiempo. Se cansaron, no del servicio de Dios, sino de servir a Dios.
Pero si hemos sido fieles; si hemos vivido para Cristo, si le hemos
glorificado en la tierra como Cristo glorificó al Padre, nuestras obras
nos seguirán (Apocalipsis 14:13). Quizá nada quede aquí, o se borre en
pocos años, pero quedará allá. Por esto podemos decir que es hermoso
cansarse sirviendo a Dios.... A los tales está prometido el descanso
feliz y verdadero. Pero es catastrófico cansarse de servir a Dios.
Recordemos que aun cuando la salvación es por gracia, Dios dará a cada
uno según sus obras.
En el mundo existe la injusticia social (quienes
disfrutan cada día de descanso sin trabajar) pero esta injusticia no
existe en el terreno espiritual. ¿Queremos que El pueda decirnos «ven,
buen siervo fiel, entra en el gozo», el descanso, la vacación eterna de
tu Señor? Procuremos ser sus fieles siervos aquí, busquemos cómo podemos
servirle en nuestras circunstancias, y continuaremos siendo sus
siervos, sus felices siervos, en la Canaán celestial.
Posiblemente, haya allí también períodos de más o menos
actividad y de actividades variadas; pero todo nuestro servicio será,
comparado con las penalidades del presente, como una feliz vacación,
pues podrá sernos dicho, como de aquellos siervos de Salomón, de quienes
declaró la reina de Saba: «Bienaventurados tus varones, dichosos tus
siervos que están continuamente delante de ti y oyen tu sabiduría.»
Porque estaremos con Aquel que aun durante su humillación era mucho
mayor que Salomón. Oiremos su sabiduría y compartiremos sus glorias en
una vacación eterna, por siglos de siglos.
SERMÓN XVII
ASPIRACIONES CUMPLIDAS
(Jeremías 29:11; Romanos 8:28-32)
Introducción
Una de las pruebas del origen y fin superior del hombre
es que es un ser capaz de anticipar el futuro.....tiene ideales y
aspiraciones. Los animales son lo que la filosofía moderna llama
existenciales; ellos sí viven solo y exclusivamente en el momento
presente; no se preocupan del futuro ni tienen capacidad para anticipar
el porvenir; pero el hombre piensa en lo que fue y en lo que será y
dirige sus esfuerzos de acuerdo con sus previsiones. El pajarito no se
preocupa por si mañana no habrá comida; llena su buche y se pone a
cantar satisfecho. Pero el hombre se preocupa y dirige sus afanes al
mañana con exceso, sin dar lugar a Dios. No es malo ser previsor; pero
lo es afanarse por el porvenir como si todo dependiera de nosotros. De
ahí la advertencia de Cristo en Mateo 6:25-34. Alguien dijo: «Lo que más
me ha hecho sufrir en la vida es lo que nunca ha ocurrido.» Esto es por
falta de confianza en Dios. No sentimos como debiéramos que Alguien
arriba piensa en nosotros.
Sin embargo, Dios mismo nos lo asegura en muchísimos pasajes de la Sagrada Escritura, y con muchos ejemplos de la historia.
Uno de los casos más concretos es éste, relacionado con pueblo de Israel durante el destierro babilónico.
1. El motivo histórico de la promesa divina
Sabemos que después de la toma de Jerusalén por los
asirios, lo mejor del pueblo hebreo fue llevado cautivo a Babilonia. La
añoranza era muy viva entre el pueblo alejado de su patria, como nos lo
demuestra el salmo 137. Parece probable que con motivo de la locura del
rey Nabucodonosor (Daniel 4) y el consiguiente desgobierno a que daría
lugar, cundió entre los desterrados la idea de huir y regresar a
Jerusalén. El rey Joachin se había rebelado, aprovechándose quizá de la
misma coyuntura. Vamos a ayudar al patriota monarca, se dirían los
emigrados forzosos de Babilonia. Era una empresa arriesgada y temeraria,
que lógicamente tenía que terminar en desastre, dada la distancia y los
escasos recursos de un pueblo recién sometido a la esclavitud, pero
tres profetas falsos, Achab y Sedechias (que no hay que confundir con
los reyes de dicho nombre que vivieron anteriormente), así como un falso
profeta llamado Semaías, les animaban a la fuga. Con tal motivo, el
verdadero profeta de Dios, Jeremías, les envió desde Jerusalén una carta
secreta, que no tenía nada de pesimista, pero sí de realista,
aconsejándoles no moverse de Babilonia. Les previene que dos de los
falsos profetas morirían ajusticiados por el gobierno asirio, y Semeías
salvaría su vida por la fuga, pero moriría tristemente en el destierro,
sin sucesión. Al mismo tiempo les da la promesa de parte de Dios de que
setenta años después de la fecha del destierro, el pueblo israelita
volvería a su patria.
Así se cumplió circunstancialmente en los días de Esdras y
Nehemías, y de un modo mucho más amplio y completo al cabo de 2.500
años, en el tiempo presente. Obsérvese la curiosa expresión: «De todas
las gentes y de todos los lugares donde os arrojé», en el versículo 14; y
la frase: «Los juntaré de los fines de la tierra» en el capítulo
31:8-10; ya que el esparcimiento, en aquel entonces no fue a todos los
lugares de la tierra, sino tan sólo a Babilonia. Así que la profecía de
Jeremías está teniendo su último y más exacto cumplimiento, precisamente
en nuestros propios días.
En este versículo encontramos tres grandes y significativas afirmaciones que merecen ser consideradas con atención:
1ª Dios piensa en nosotros: «Yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros.»
2ª Los pensamientos de Dios difieren de las apariencias: «Pensamientos de paz y no de mal.»
3ª Coinciden con nuestras mejores aspiraciones: «Para daros el fin que esperáis.»
2. Dios piensa en nosotros
¿Es posible?, exclaman algunos. ¿Qué somos nosotros para
El? Un industrial me decía: ¿No seremos nosotros para el Creador como
las hormigas son para nosotros? ¡Hay tantos millones de seres
humanos....! ¡Si Dios tuviera que pensar m todos! Pero la Biblia nos
afirma que sí que piensa. Nosotros no pensamos en El como debiéramos,
pero El piensa Porque es infinito y omnisciente. «Vuestro Padre
sabe»...., afirma nuestro Señor Jesucristo.
a) Dios nos conoce personalmente. No sólo se
acuerda, sino que tiene planes acerca de nosotros. Nosotros pensamos en
nuestros amigos, pero tenemos planes para nuestros hijos. ¡Qué feliz
seguridad! No somos huérfanos del destino. Al ver cómo van sucediéndose
las generaciones sobre la tierra, los hombres se preguntan: ¿Estamos
solos y huérfanos en el infinito universo? ¡A ver si tenemos hermanos en
algún planeta próximo o lejano....!
Hace dos mil años, Alguien que probó ser más que un
hombre, habló con gran seguridad de un Padre celestial y nos enseñó a
orar: «Padrenuestro que está en el Cielo....» Y este Padre tiene planes
personales acerca de nosotros. Los potentados de la tierra tienen planes
generales, pero no pueden tenerlos personales para cada uno de sus
súbditos. Sin embargo, en la parábola del buen pastor hay una frase
magnífica:
«A sus ovejas llama por sus nombres.» «Conoce el Señor los que son suyos.» (Juan 10:3 y 14 y 2.a Timoteo 2:19.)
b) Los planes de Dios son benéficos. «De paz y no de
mal.» Había una duda en el corazón de los desterrados. ¿Será el
propósito de Dios dejarnos para siempre en el destierro? No nos libró,
cuando rogábamos que Nabucodonosor no pudiera entrar en Jerusalén; que
le ocurriera como a Rabsaces, y ocurrió todo al revés. ¿Es que está
contra nosotros? ¿No nos perdonará?
c) Los planes de Dios son lentos. Así parece a nuestra
impaciencia. Nosotros construimos máquinas que hacen las cosas cada vez
más aprisa. Ponemos un molde, y plástico, y sale una flor a los tres
segundos. Pero las flores de Dios tardan meses en desarrollarse; sin
embargo, ¡cuánto más perfectas! Así es con las obras de su Providencia;
se desarrollan lentamente a nuestro parecer.
3. Los planes de Dios no tienen parecido con las apariencias
Los moldes de nuestras máquinas tienen un parecido con el
resultado que nos proponemos; pero de una semilla pequeñita y redonda
de Dios, sale un roble. El molde es imperceptible; sin embargo, allí
está fijado, en sus células invisibles a simple vista, el propósito
divino en cuanto al ser, vegetal o animal. Las obras de Dios no se dejan
adivinar por su apariencia.
Todos hemos oído hablar de las edades geológicas. Hace
centenares de miles de años este mundo tenía una vegetación exuberante,
pero convulsiones tremendas de la costra terrestre enterraron aquellos
árboles gigantescos, y cuando la vida reapareció, fue con una vegetación
y una fauna más adecuada al ser inteligente, «corona de la creación»,
que Dios se había propuesto colocar sobre la tierra.
¿Qué hace el Creador?, podrían preguntarse los seres
angélicos. ¿Por qué destruye tan rápidamente lo que ha costado siglos
para formarse? Pero Dios estaba almacenando en las entrañas de la tierra
las reservas de carbón, de petróleo, y de gas natural, que tan útiles
han resultado para el hombre, creado a su imagen. Así, en el terreno
moral, Dios acá bien del mal. Hace que todas las cosas ayuden a bien.
Lázaro muere, con desespero de sus hermanas que esperaban
la presencia de Cristo y el milagro. ¡Pero cuánto bien resultó de su
muerte! El texto más consolador e iluminador para todos los mortales lo
tenemos en este precioso relato. Juan 11:25).
«Contra mí son todas estas cosas!, exclamaba Jacob.
«Espera unos meses, Jacob, y lo verás todo convertido en bien», podía respondérsele.
¿De dónde sacaremos pan para que coman éstos....?, dicen os discípulos apurados. Pero Jesús sabía lo que tenía que hacer.
Dios siempre sabe lo que tiene que hacer. Tal es la
experiencia de nuestras vidas, mirando al pasado, y lo será más
llenamente cuando las miremos desde la eternidad.
4. Los pensamientos de Dios coinciden con nuestras mejores aspiraciones.
Nuestro texto tiene una palabra clave: El fin. «Hasta el
fin nadie es dichoso», dice el adagio. Y es muy cierto. Pero el fin no
se encuentra aquí. ¿Cuáles son las aspiraciones finales del ser humano?
¿Cuáles son las nuestras?
1ª Conocimiento. El sabio muere consciente de que
no sabe una ínfima parte de lo que podría y quisiera saber...., o
descubrirán otros mañana, pero esto no satisface al individuo.
Quisiéramos conocerlo nosotros.... Poder formar parte de esta humanidad
del futuro que prevemos más adelantada que a nuestra. Con la promesa de
inmortalidad va implícita la de conocimiento. ¡Qué privilegio! Ahora
conozco en parte, decía san Pablo, pero entonces conoceré como soy
conocido, esto no es una mera suposición del rabino-filósofo Saulo, sino
que corresponde a una promesa de Cristo. «Les he dado a conocer Tu
nombre y se lo daré a conocer todavía» (Juan 17:26). «Conoceremos y
proseguiremos en conocer al Señor», exclama el profeta (Oseas 6:3).
Nuestros deseos de conocimiento de Dios, de los secretos de su universo,
de su providencia y de su gracia han de ser satisfechos en la
eternidad.
2ª Felicidad. Vamos siempre detrás de este ideal. Siempre ilusionados de que lo alcanzaremos un poco más adelante. Como dice el poeta:
Y el hombre esperando vive,
Y el hombre esperando muere;
Nunca tiene lo que espera
Y tiene lo que está odiando.
Pero el salmista declara: «Yo en justicia veré tu rostro;
seré saciado cuando despertare a Tu semejanza» (Salmo 17-15). Esto
significa: Tendré mis aspiraciones cumplidas cuando pueda contemplarte
en el mundo superior. Aquí sólo en parte vemos cumplidas nuestras
aspiraciones. Yo diría que no debemos ser tan pesimistas como
Espronceda; no tenemos siempre lo que estamos odiando. Hay cosas buenas
también en esta vida, por la misericordia de Dios; pero no a la
perfección, y siempre con la amargura de ver que son transitorias,
cuando nuestro ser aspira a lo eterno.
3ª La gloria de Dios. ¿Tienes esta aspiración? ¿Te
gustan las cosas de Dios? Para las almas regeneradas, ya aun en esta
vida, lo que nos causa satisfacción más profunda es aquello que tiene
que ver con la gloria de Dios. Es una satisfacción íntima, sublime,
espiritual, que no se puede hallar en las cosas del mundo; ni aun en las
mejores; son de otra esfera, de inferior calidad, por buenas que sean. Y
esto nos lleva a la aspiración final.
4ª El servicio de Dios. El que ama a Dios muy
intensamente no se contenta con una actitud pasiva de adoración. Nos
gozamos en alabarle y oír que otros le alaben; pero la aspiración
suprema es de servicio. ¿Qué puedo hacer yo para Dios. ¿Qué puedo darle
que le agrade?
Y esta aspiración ha de ser cumplida. No me gustaría ver
en el Apocalipsis que en la eternidad los salvados estaremos siempre
sentados escuchando cantos de ángeles, aunque ello será, sin duda, una
parte deleitosa de nuestra vida futura; pero me gusta leer el texto:
«Sus siervos le servirán» Apocalipsis 22:3). Y según Efesios 3:10, le
serviremos glorificándole. Tendremos algo que hacer en el inmenso cielo
le Dios...., algo que le glorificará y nos hará eternamente felices.
Este es el fin que esperamos, el final supremo, apoteósico, eterno.
Dios conoce nuestras aspiraciones. ¿Cuáles son para esta
ida? ¿Cuáles son para la eternidad? Dios nos las cumplirá n su día,
aunque nos haga esperar; del mismo modo que cumplirá las aspiraciones
finales de nuestro ser.
«Buscad primeramente el Reino de Dios y su justicia —nos dice— y todas las demás cosas os serán añadidas.»
***
SERMÓN XVIII
EL GRAN DESCUBRIMIENTO DEL APÓSTOL JUAN
(1.a Juan 3:1-4)
PARA LA FIESTA DE LA RAZA
Hace 480 años, el 12 de octubre de 1942, un marinero
llamado Rodrigo de Triana, se hallaba en la proa del velero Santa María,
uno de los tres famosos buques que habían partido del puerto de Palos
(Cádiz) el 4 de agosto. Habían pasado 34 días sin ver tierra y la duda
estaba en el ánimo de todos. ¿Y si no hay nada más que agua delante de
nosotros? Pereceremos de hambre por el empeño de este iluso aventurero
llamado Cristóbal Colón que se empeña en lo imposible? Al clarear la
mañana de aquel día histórico le pareció a Rodrigo percibir en
lontananza una silueta de algo que no era agua, y después de otear una y
otra vez el horizonte para cerciorarse de que sus ojos no le engañan,
exclama alborozado: «¡Mirad....! ¡Tierra...., tierra!»
Hace 1900 años, aproximadamente, un pescador hijo de
Zebedeo, hizo otro descubrimiento mucho más importante que el de un
nuevo mundo sobre la tierra, el descubrimiento de un nuevo mundo de
amor, de paz y felicidad, en el reino de los Cielos.
1. Oscuridad espiritual
El joven de Cafarnaún había sin duda reflexionado, como
muchos otros seres humanos, acerca del gran misterio de la vida y de la
muerte. ¿Por qué existimos sobre la tierra? ¿Hay alguien que se propuso
que existiéramos? ¿Para qué? ¿Con qué motivo? ¿Qué ocurre cuando nos
morimos? El joven Juan había oído a los rabinos de luenga barba comentar
el Antiguo Testamento hablando de la resurrección. La vida está en la
sangre y queda en el sepulcro —decían aquellos maestros judíos—; pero un
día Dios hará un milagro, levantará a todos los muertos de los
sepulcros.... Pero había muchos peros a esta doctrina. ¿Se acordará el
terrible Jehová de darnos esta vida de la que se encuentran tan escasas
referencias en los profetas? «¿Qué es el hombre para que tengas de El
memoria?....», había dicho el rey David. Y en el caso de que llegara a
acordarse, ¿cómo pasar por su juicio? «Muy puro de ojos eres para ver el
mal y no puedes tolerar el engaño....» «Notó necedad en sus ángeles,
¡cuánto más en el hombre que es polvo y ceniza!» —Había dicho Eliú—.
«¿Cómo se justificará el hombre con Dios? Ni las estrellas son limpias
delante de sus ojos.» Es natural que Juan se sintiese aterrado, como
todos los judíos piadosos, que aun hoy sienten este terror de Dios. Id a
la sinagoga el día de Yom Kippur, en el mes de octubre, y veréis
hombres ricos, dueños de los más grandes establecimientos de nuestras
grandes ciudades, de pie, desde las 6 del viernes hasta las 6 del
sábado, gritando, pegándose golpes. Algunos ya no lo hacen más que de
rutina, pero otros conservan el temor de Dios recibido de sus
antepasados. Y el joven Juan lo conservaba....
En aquel tiempo, la piedad era acendrada y la familia de
Zebedeo era de las más piadosas. Juan estaba sin duda aterrado oyendo
cómo Jehová había enviado un diluvio sobre la tierra....; había hecho
descender fuego sobre Sodoma y Gomorra, y no es extraño que un
escalofrío recorriera su cuerpo cuando oía leer en el profeta Amos
4:12-13: «Puesto que te tengo que hacer esto, aparéjate para venir al
encuentro de tu Dios.»
2. El clarear de la fe
Fue sin duda debido a esta desazón de su alma, unida a la
curiosidad juvenil, lo que llevó a los dos hijos de Zebedeo al corro de
aterrados oyentes de Juan el Bautista. ¡Y qué sorpresa cuando cierto
día oyó declarar al adusto profeta acerca de un hombre joven que con
paso majestuoso se acercaba a la orilla del Jordán: «He aquí el Cordero
de Dios que quita el pecado del mundo.» El mismo nos refiere cómo
corrió, con su hermano, tras del indicado, y admirados por su palabra y
enseñanza se quedaron con Él aquel día. Vemos más tarde cómo el Nuevo
Maestro les llamó....; cómo anduvieron con El por tres años, en los
cuales le oyeron decir cosas tan gloriosas, tan diferentes de las que
explicaban los rabinos de la sinagoga de Cafarnaún; dichas con tal
seguridad y autoridad....; luego le habían visto morir crucificado;
regresar de nuevo, pletórico de vida y de poder; y ascender
majestuosamente a las alturas.
Pasaron muchos años desde entonces. Juan, ya anciano,
había tomado la pluma para escribir una carta de general importancia a
ciertos jóvenes y adultos que habían sido sus oyentes. De repente, le
parece como si hubiese hecho un descubrimiento que le hace palpitar de
gozo.... Está de cara al mar, en la isla de Patmos, antes o después de
la visión del Apocalipsis, no lo sabemos, pero ahora no es una visión,
sobrenatural y profética, sino una visión de los ojos del alma, de la
conciencia iluminada por el Espíritu Santo, que le hace exclamar.
«—¡Mirad, mirad, cuál amor nos ha dado el Padre!»
Era como decir: «Fijaos, atended a una cosa maravillosa,
asombrosa, inconcebible; mirad, no paséis de largo; poned vuestra
atención en el amor de Dios, el Padre celestial, en la maravilla que
representa el que podamos ser llamados hijos de Dios. Ha descubierto,
por su íntima relación con Jesús, que Dios no es solamente un juez
severo, dispuesto a analizar los hechos de los hombres para inflingirles
castigos; sino mi Padre amante que busca entre los seres pecadores de
este mundo hijos para su Reino. ¿Puede haber nada más admirable ni
mejor? ¡Mirad, considerad, analizad y apreciad el amor que Dios nos ha
revelado por aquel Ser que yo conocí, que parecía un hombre, pero que
era tan diferente de todos los hombres, quien nos ha dicho lo que ningún
otro profeta había antes declarado de un modo tan evidente: Juan 3:16.
3. La maravilla del amor de Dios
¿Qué clase de amor es éste? Podemos distinguir tres clases de amor:
1ª Amor granjeado. El amor conyugal siempre tiene
cono base el merecimiento. (Ejemplo de un noviazgo.) Siempre hay algo
que te hizo gracia, que te impresionó favorablemente....: una sonrisa,
unas palabras, un porte hacendoso. Dijiste: Me gusta, me conviene! No es
un amor espontáneo, sino franjeado, conseguido por el otro, consciente o
inconscientemente.
2ª Amor natural. Hay otra clase de amor que no es
graneado, sino que brota de sí mismo y, como hemos dicho muchas reces,
es más parecido al amor de Dios: El amor de madre, que ama al hijo feo,
contrahecho o inválido, porque es su hijo; está en su naturaleza, es su
instinto.... el instinto que Dios le dio.
3ª Amor sobrenatural. El mismo amor natural tiene
una fuente sobrenatural, el amor de Dios. Dios ama a todas sus
criaturas, ama a los ángeles, ama al divino Verbo, el unigénito.
Y ahora se ha propuesto extender su amor a la familia del
Hijo, a los que agradecidos a su sacrificio empiezan a amarle, y le
aman de veras sin verle. El amor sobrenatural de Dios nos viene a través
de Cristo (Juan 1:12).
d) Un amor ignorado. «Por eso el mundo no nos conoce» 1.a Juan 3:1).
La isla descubierta por Colón estaba desde siglos en
aquel lugar del Caribe, hasta que sus buques la descubrieron y empezó la
relación entre ambos mundos. El amor de Dios, es un mundo nuevo, un
tesoro ignorado para millones de personas que lo ignoran o lo pasan de
largo porque les parece un mito. Utopía era para los catedráticos de
Salamanca el nuevo mundo que les anunciaba Colón. Así es para el mundo
la esperanza de los cristianos. Por esto Juan la ratifica una y otra
vez. «Pero lo somos», recalca el texto de algunos manuscritos antiguos
del Nuevo Testamento.
e) Un amor ratificado. ¿Fue escrita esta epístola
poco después de la visión del Apocalipsis? Quizás esto explicaría la
admiración del apóstol Juan por el contraste. Tras de las glorias que
acaba de ver allí, se encuentra de nuevo el pobre anciano, rodeado por
algunos soldados, quizá de otros presos.... ¡Parece imposible que sea
verdad la prodigiosa visión....! ¡Pero lo es! ¿No te ha ocurrido esta
experiencia más de una vez? Vienes al culto, oyes la palabra de Dios
anunciada por el predicador y tu corazón palpita de gozo....! ¡Es tan
hermoso el Evangelio! ¡Tan esperanzador! ¡Tan consolador! Sales a la
calle y te encuentras con multitudes indiferentes y ajenas a lo que
acaba de regocijarte! «No le conocen a El.» En su caso, tenía un sentido
literal, pues Juan archivaba en su memoria recuerdos de Cristo que los
otros no tenían. En el nuestro es espiritual. No le conocen por la fe.
No le han visto con los ojos del alma. Afortunadamente, no estás solo en
una isla; y puedes encontrar en el mundo una minoría, de todas las
razas y lenguas, que le conocen, que han tenido la misma experiencia
espiritual que tú, y con ellos puedes entenderte y gozarte....
4. El descubrimiento reconocido y celebrado
Hay un cuadro magnífico pintado en el salón central del
Palacio de la Diputación de Cataluña, que representa la recepción de
Colón por los reyes Fernando e Isabel en Barcelona. Allí están, con el
descubridor, los indígenas del Nuevo Mundo, que le acompañaron, aves y
frutos que prueban la realidad de su gran hallazgo. ¡Y Colón, sentado en
una silla, en el mismo trono de los reyes! ¡Cuánto honor para el que un
día parecía un iluso demente!
Malaquías nos pinta un magnífico cuadro profético del
tempo del fin que complementa 1.a Juan 3:1-3. El mundo no sólo ignora,
sino que desprecia y hace burla de la esperanza cristiana. «¿De qué
aprovecha servir a Jehová y restringir el placer del pecado? ¡Los más
atrevidos en el mal son los más aprovechados; los más sensatos, los más
listos....! Pero os que temen al Señor comparten mutuamente su
esperanza, que para muchos es locura.... Y Aquel que ahora calla, toma
nota, para el día en que va a actuar, y se verá la diferencia» Malaquías
3:13-18).
¿Qué pasa en la lotería? Pero en la lotería humana es uno
el afortunado entre cien mil. En la lotería de la fe Dios nos asegura
que serán afortunados y premiados todos los que en él confían. «Para que
todo aquel que El crea....» «De cierto, le cierto os digo.... el que
cree.... tiene vida eterna....» ¿Y no queréis venir a Mí para que
tengáis vida?
¿No quieres ser descubridor y heredero de un Nuevo Hundo?
Colón sufrió ingratitudes de los hombres, pero tú no las sufrirás de
parte de Dios.... «El que en El creyere, no será avergonzado....» Si le
aceptas podrás un día decir como los israelitas después de su entrada en
el reposo simbólico de Canaán: «No cayó en tierra ninguna de las buenas
palabras que Dios habló; todo se ha cumplido.»
***
SERMÓN XIX
LA VICTORIA DEL CRISTIANO
(1.a Corintios 15:50-57)
Con razón se considera la vida como una lucha. Desde que
nacemos empieza la lucha para subsistir. Al principio no somos nosotros
solos quienes luchamos, pues el hombre es el más indefenso de los
animales; si se nos abandonara a nuestra suerte, probablemente
pereceríamos, pero la inteligencia y el amor que Dios ha dado a nuestros
progenitores proveen a todas nuestras necesidades; no solamente
presentes, sino futuras. Se hace objeto al recién nacido de toda clase
de atenciones y cuidados, y se le vacuna contra invisibles enemigos del
futuro.
Apenas puede el infante valerse, empieza su lucha propia
por la vida: lucha el niño en la escuela para adquirir los conocimientos
que necesita; lucha el joven con sus pasiones y sus desengaños; lucha
el hombre en sus negocios, para mantener su familia; lucha el anciano
con sus achaques, y en medio de toda esta lucha, no existe otra
perspectiva que la derrota final: Una enfermedad más fuerte que
nosotros, contra la cual, después de pelear en vano la ciencia se
declarará impotente para ayudarnos.... ¡Ciertamente la vida es una lucha
que no tiene otra perspectiva que la derrota!
El hombre no se conforma con ser un derrotado, y
generación tras generación, prosigue sus esfuerzos para conocer los
secretos de la Naturaleza, para vivir mejor y prolongar lo más posible
la humana existencia. Nuestra lucha es más fácil hoy día que en la Edad
de Piedra o que en la Edad Media, cuando las gentes perecían impotentes
por decenas de millares ante una peste.... Sin embargo, a pesar de todos
los avances de la ciencia, la muerte parece reírse de nosotros, todavía
no tenemos medios eficaces de lucha contra el cáncer y la leucemia; y
si llegara el día en que tuviéramos remedio para todas las enfermedades,
sólo sería una prolongación de la batalla por la vida durante algunos
años más, pues el desgaste natural nos rendiría. El hombre sin fe es un
derrotado, quiera o no confesarlo.
1. Un derrotado victorioso
Pero aquí nos encontramos con un derrotado victorioso que nos abre la perspectiva y la esperanza de una verdadera victoria.
El autor de este escrito era un derrotado...., un hombre
cuya vida había sido truncada, cuyos planes fueron desbarátalos en su
juventud y se encontraba siendo lo que nunca había pensado ser. En
efecto, Saulo de Tarso fue un joven consagrado a luchar por la religión
de sus padres, cuando apareció en sus días lo que él juzgaba como una
peste religiosa; unos fanáticos que decían que un hombre que había sido
crucifícalo por Poncio Pilato era el Mesías. Sin duda, Saulo pensaba que
entre las muchas sentencias malas e injustas del procurador romano de
que se dolían los judíos, aquella había sido buena. Por lo menos no
habría quien llevara multitudes excitadas al santo templo y clamara
desde sus atrios: «Escribas y fariseos hipócritas....»
Pero pasan siete semanas y el alboroto se hace mucho
mayor, pues han salido unos partidarios del ejecutado diciendo: Aquel a
quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor Cristo.» Y citan
misteriosos pasajes de los profetas y los aplican a El. Aquel
inexplicable pasaje de los Salmos: «No dejarás mi alma en el Sheol, ni
permitirás que tu santo vea corrupción», dicen que se refiere a El, a
Jesús de Nazaret. Fue levantado de la tumba por la potencia de Dios,
está obrando nuevos prodigios....
Saulo se enfurece ante tamaña insolencia y lucha,
entrando por las casas para aprehender a los cristianos y obligarles a
blasfemar de Cristo. Hasta aquel día que en el camino de Damasco oye la
palabras: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?», y tiene que terminar
exclamando: «Señor, ¿qué quieres que haga?» He aquí el derrotado,
entregando las llaves de su fortaleza.... Como él mismo confesaba años
más tarde: «Yo pensaba hacer muchas cosas contra los santos de
Jerusalén....»
Pero aquella derrota es su mayor victoria, porque se alía
con el «Victorioso»; hace causa común con El; y así, escribiendo a los
Corintios, después de narrar las evidencias de la resurrección de Jesús,
y de explicar cómo se apareció a Cefas, a los doce, a más de quinientos
discípulos, a Jacobo y, últimamente, a él, su mayor enemigo, exclama:
«Mas a Dios gracias que nos da la victoria por el Señor nuestro
Jesucristo.» ¡Y qué victoria! Oídle (vers. 53 al 57.)
2. Victoria del pecado
Notad, empero, un hecho curioso, remarcable (vers. 55-56.) La principal victoria no es sobre la muerte, sino sobre el pecado.
La muerte sin pecado no es nada en el mundo espiritual.
¿Habéis visto una abeja después de haber clavado su aguijón a alguien?
Es una mosca inofensiva y cansada. ¿Habéis tenido en vuestra mano una
víbora sin aguijón? Es una graciosa criatura que se enrosca y desenrosca
y puede darse a un niño para jugar sin peligro alguno.
Pablo, el único hombre después de Cristo, que conoce bien
los secretos del más allá, dice que la muerte, esta terrible víbora que
nos ataca, que se apodera de nosotros, que nos separa de nuestros
amados, que transforma nuestro cuerpo, este precioso cuerpo que cuidamos
con tanto esmero, es un puñado de polvo y huesos secos, no es de
temer.... Es una víbora sin aguijón, podemos reírnos de ella, desafiarla
impunemente.
3. Victoria del temor a la muerte
Por esto, mientras espera ser juzgado por el loco Nerón,
el incendiario de Roma, el asesino de sus propios cortesanos familiares,
escribe Pablo acerca de la vida y de la muerte como de dos personajes
imaginarios que vinieran a su cárcel e Roma haciéndole proposiciones y
él no sabe qué escoger, esta es, literalmente, la asombrosa palabra que
emplea: «escoger.»
La vida le dice: Si vienes conmigo podrás volver a
Macedonia; verás a aquellos hermanos e hijos espirituales que te quieren
tanto haciendo fiestas y recepciones en tu honor; les predicarás de
nuevo y te gozarás viendo el gozo en sus rostros y nuevas almas
salvadas. Después harás tu deseado viaje a España. Qué, ¿no quieres
venir conmigo? ¿No quieres la vida? Pide a Dios que Nerón tenga un
momento lúcido el día de tu juicio y diga como Galion, el sensato
gobernador español (Hechos 18:14-15).
Pero la muerte le dice: Será sólo un momento, Pablo; no
seas cobarde. Un golpe un poco fuerte en la nuca, y ya te encontrarás
rodeado de ángeles que te llevarán a la Jerusalén celestial.... y
pisarás sus calles de oro....; tu espíritu oirá melodías finísimas, de
redimidos y de ángeles.... Esteban y Jacobo te esperan, y muchos te
darán la bienvenida. Te llevarán ante el amado Rey Jesús, el que viste
por un momento en el camino de Damasco. Y no tendrás más cansancios, ni
sed, ni hambre; ni verás más injusticias, de pobres esclavos
maltratados, de gente llorando sin que tú puedas remediarles su
dolor.... Pide a Dios que Nerón se levante de mal alante el día de tu
juicio y diga: «Este Pablo, para que no cause más alborotos ni dé más
preocupaciones a mis pro-cónsules y prefectos, que le corten la cabeza.»
Y Pablo parece indeciso....
«No sé qué hacer —dice—. Esto último del golpecito en la
tuca, y volar al cielo, es muchísimo mejor que el viaje a Macedonia y a
España. Pero por amor a vosotros.... sé que permaneceré, que me quedaré
acá» (Filipenses 1:20-25).
4. Victoria sobre la misma muerte
¿Por qué Pablo podía tratar con tal desenfado a un
enemigo tan temido por todos los humanos como lo es la muerte? Porque la
muerte era para él sin aguijón. El sabía que existen dos muertes: la
primera inevitable; la segunda, optativa. La primera no es más que un
cambio fisiológico para quien ve la vida humana desde arriba; una etapa
en el desarrollo de nuestro ser. Primero el hombre es un bebé que
manotea, ríe, parlotea sin saber por qué; luego, un niño que juega
inocentemente; un poco después, un joven lleno de ilusiones; más tarde,
un adulto ocupado y resuelto.... y pronto, siempre demasiado pronto, un
anciano decrépito.... Luego, cuando menos lo piensa, se halla convertido
en un ser espiritual, sin cuerpo físico; pero con todas las facultades
de su yo consciente. Recuerda su pasado, sus amigos, sus hechos, goza o
sufre, puede ser consolado o atormentado, tiene deseos de justicia,
alaba a Dios.... Por las enseñanzas de la Sagrada Escritura, sabemos que
el ser humano sin cuerpo, puede sentir exactamente las mismas cosas que
cuando tenía un cuerpo mortal, pero sin acceso al universo físico. Por
esto desea ser sobrevestido. Sin embargo, este deseo no le hace sufrir.
Se halla «muchísimo mejor», como afirma san Pablo.
La primera muerte es sólo un cambio de vida, un
desarrollo del ser, no una pérdida; como lo es la mariposa con respecto
al gusano. La primera muerte, por sí sola, no es más temible que el
cambio de niño a hombre; pues como el hombre es más inteligente que el
niño, el alma no atada al cuerpo, no sujeta a un sistema nervioso que
limite sus posibilidades, posee capacidades insospechadas....
Una lucha ineficaz. Pero la vida humana tiene un
terrible peligro: el contacto del pecado. Venimos a un mundo extraño,
malo, donde no se cumple la voluntad de Dios, y llevamos dentro de
nosotros mismos un virus malévolo: la tendencia natural al pecado. Tus
abuelos, bisabuelos o tatarabuelos, pudieron ser cleptómanos, borrachos,
iracundos, sexuales, sodomitas, mentirosos, avaros. No tan sólo la
Palabra de Dios, sino la misma ciencia, nos confirman que llevamos en
nosotros el germen del pecado. «Tiene un genio como su padre, como su
abuelo», decían los antiguos sin saber por qué. Hoy, la embriología nos
habla de los misterios del óvulo materno; de los cromosomas y genes que
determinan nuestras características, no solamente físicas sino incluso
de carácter. ¡Cuan semejante a lo que la teología había venido diciendo
con su propio lenguaje acerca del pecado original....!
Pero hay, además, una Ley Divina a la que Pablo llama la
potencia del pecado», que hace al pecado «sumamente pecante»: La
revelación de la voluntad de Dios. Sus mandamientos. Y tú puedes
libremente oponerte a esta voluntad revelada; puedes decir sí o no a las
tendencias de tu yo interno; estás en el campo de batalla de tu propio
ser. Gozas de albedrío para inclinarte a un lado u otro, venciendo o
cediendo las circunstancias que te rodean y se confabulan a veces tus
tendencias naturales para hacer lo que no quisieras.
Algunos hombres aterrados por su condición, emprenden una
lucha con el pecado, aguijoneados por su conciencia. A veces incluso
sin conocer la ley revelada. Fakires y monjes han herido su cuerpo como
si fuera el culpable de sus tendencias naturales; pero ello es tan
inútil e insensato como el ladrón que castigara su guante. No es el
guante el culpable, ni siquiera la mano, sino el «yo» interno que mueve
la mano; el alma, que se ha dejado llevar por los instintos del cuerpo,
de la herencia, y no ha sido valiente para decir no....
En la lucha contra el pecado, el hombre que la emprende
solo, es siempre un derrotado, como lo es en la lucha contra la
muerte....
5. Victoria sobre la segunda muerte
Hemos dicho que Pablo podía tratar con indiferencia a la
muerte porque sabía que ésta era sin aguijón para él; había visto el
aguijón de la muerte clavado en Cristo, y por su gracia redentora se
sentía libre de la consecuencia del pecado, que es «la segunda muerte».
Ya no pretendía ganar la victoria por sí mismo; pues sabe que el hombre
que lucha solo contra el pecado, por temor a la muerte, es un derrotado
en este terreno moral, como lo es en el físico.
Quizá diréis que esta segunda lucha apenas existe hoy
día; los hombres han dejado de preocuparse por el problema del pecado;
más bien se burlan de tal idea. La Biblia los llama necios (Proverbios
14:9). Sin embargo, el verdadero aguijón de la muerte es el pecado, que
causa la segunda muerte, la separación de Dios en las tinieblas de
afuera. (Apocalipsis 21:8 y 27.) No queremos hacer descripciones
espeluznantes e imaginativas de la condenación, pero debe ser algo
bastante trágico para que Dios hiciera lo que hizo a fin de librar a los
hombres de tal peligro.
El precio de la victoria. La Biblia dice que «Cristo
padeció una vez por los pecados, el justo por los injustos para
llevarnos a Dios» (1.a Pedro 3:18; 1.a Corintios 15:3; 1.a Pedro 2:24;
1.a Juan 1:9).
Esta es la buena nueva del Evangelio. El remedio
infalible a tu necesidad espiritual, a la enfermedad del pecado, que es
fatal para tu verdadero yo, tu ser espiritual. Mucho más eficaz que los
mejores remedios que la ciencia ha descubierto para el cuerpo, es el
remedio divino que Dios ha provisto para tu enfermedad moral, que te
llevaría a la muerte segunda, mucho más terrible que la primera. ¿No
quieres este remedio? ¿Rehúsas aplicarlo a tu alma? ¿No quieres pedir a
Cristo que te salve por los méritos de su sacrificio? ¡Qué triste sería
que despreciaras el único remedio eficaz! (Véase anécdota El joven ruso y
su madre.) Cristo hizo un sacrificio mucho mayor que este joven. Si lo
desprecias, perecerás sin remedio (Hebreos 2:3.)
6. Victoria en la carrera cristiana .
Cuando hayas ingerido por la fe el remedio infalible
contra el pecado, cuando seas un hijo de Dios, no habrá cesado lucha: al
contrario, se habrá intensificado, pero ¡qué diferencia! Porque no
lucharás solo, sino aliado con el vencedor de1 pecado y de Satanás;
estrechamente unido a El.
Pablo vivía tan íntimamente unido a Cristo que podía
decir: «El cual hace que siempre triunfemos en Cristo Jesús (2.a
Corintios 13:12).
En Filipenses 3:14 se compara a un corredor deportivo
avanzando por un camino equivocado; pero Cristo, su enemigo, le ha
salido al encuentro; lo ha parado a las puertas de Damasco y le ha hecho
dar media vuelta.
7. El premio supremo
Ahora Pablo corre con su mirada puesta en el premio de
esta soberana vocación o llamamiento. Es también una lucha, una
competición, pero una lucha fructuosa en la que sabe que no va a salir
derrotado, sino premiado. Y cuando se refiere al premio, ni se atreve a
describirlo; deja a Juan leerlo en el Apocalipsis y declara (1.a
Corintios 2:9). Por su parte, sólo dice que «estar con Cristo es mucho
mejor», lentamente la obra y la vida de Cristo levanta tales
sentimientos en el alma cristiana que ya no es el cielo, sino Cristo
mismo lo que llena nuestras aspiraciones. Un cielo sin Cristo sería un
desengaño. Filósofos cristianos han dicho: «Habría sido bastante
condescendiente para el Hijo de ellos hacerse hombre, venir a
redimirnos, salvarnos y dejarnos en alguno de sus mejores mundos,
volviendo El a su condición de Verbo eterno, invisible sin más trato ni
relación con nosotros que con cualquiera de las órdenes de criaturas
celestiales.» Pero descubrimos con admiración que no es este el
propósito de nuestro amante Salvador. El retiene su cuerpo glorificado y
dice (Juan 14:1-3 y 17:24-26).
Por tal razón, Pablo habla de Cristo como cabeza de la Iglesia, el esposo celestial, y exclama: «Todo es vuestro.»
8. La gloriosa indumentaria del vencedor
Asimismo leemos en Apocalipsis 21:7: «El que venciere,
poseerá todas las cosas.» Y en el cap. 22:4: «Verán su rostro y su
nombre estará en sus frente», ratificando la promesa de Cristo en Mat.
13:43. ¿No significará esto que cada habitante de la Jerusalén celestial
tendrá algo que le distinga, como un redimido, miembro del pueblo
privilegiado adoptado por Cristo, y hecho coheredero de su reino eterno?
Conclusión
¡Te interesa en grado sumo ponerte al lado del
triunfador! Piensa en la inmensa diferencia que hay entre ser un
derrotado sin remedio, sujeto a la muerte, o un vencedor por la
eternidad.... Derrotado ya lo estás, hagas lo que hagas, pero en Cristo
puedes ser un triunfador y burlarte de la muerte como lo hace Pablo en
este brillante pasaje (1.a Corintios 15: 55-57).
Los paganos se sentían admirados y extrañados de la
actitud de los cristianos frente a la muerte. (Véase anécdota Justino
mártir y el procónsul, pág. 174.)
Su seguridad es una garantía para la nuestra, ya que
estaban tan cerca de los días de Cristo. Si ellos estaban seguros,
también podemos estarlo nosotros, poniendo nuestra fe en el Hijo de
Dios, el Divino Triunfador, uniéndonos a El por la vida y por la
eternidad.
ANÉCDOTAS
EL JOVEN RUSO Y SU MADRE
Un joven
campesino que había estudiado en la Universidad de Moscú, se hallaba en
su hogar cuando su madre fue mordida por un perro rabioso. El joven,
que conocía la eficacia de la vacuna antirrábica, recién descubierta,
tomó un trineo y corrió por tres días a la ciudad más próxima para
conseguir el precioso remedio. Lo obtuvo a un precio elevado, sin
concederse descanso emprendió el camino de vuelta para llegar tiempo de
aplicar el remedio y salvar la vida de su amada madre, evitándole graves
sufrimientos.
Pero la
ignorante campesina, no creyendo lo que le decían acerca de los efectos
terribles de lo que parecía una insignificante herida que ya se había
curado, se resistió a recibir la punción, y en medio de una discusión
sobre el asunto, logró apoderarse de la frágil ampolla que contenía el
líquido salvador, la arrojó al suelo y la pisoteó.
Cuando
sobrevinieron los inevitables ataques de hidrofobia, la infeliz mujer se
desesperaba reconociendo que por su ignorancia y terquedad había hecho
vano el sacrificio de su hijo y se había condenado sí misma a una muerte
horrible.
***
SERMÓN XX
EL CÁNTICO TRIUNFAL DEL LUCHADOR CRISTIANO
(2.a Timoteo 4:6 al 8)
Predicado con motivo del sepelio del notable
predicador español, pastor de la Iglesia Bautista de Barcelona, don
Ambrosio Celma, el 8 de enero de 1944.
Se dice del cisne que canta al sentir llegar la muerte.
Este fenómeno tuvo lugar en el apóstol San Pablo. Pero sus palabras de
despedida no suenan a réquiem, sino a gloria. Es porque el anciano
apóstol podía mirar a su pasado con tanta satisfacción como a su futuro,
mientras se ocupaba con perfecta calma de su incierto y mísero
presente. Observemos lo que dice acerca de:
1. Su pasado
a) He peleado la buena batalla. La vida de todo
cristiano es una batalla desde el momento de su conversión. Así lo
predice Cristo mismo (Mateo 10:34) y lo declara la experiencia del gran
apóstol (Efesios 6:12). Lo es en grado máximo la vida de un ministro del
Evangelio. ¡Cuántos conflictos tuvo que afrontar el denodado apóstol!
Pero ¿se arrepiente de haber emprendido la noble carrera? Todo lo
contrario; se hubiera arrepentido en aquellos solemnes momentos de haber
escogido cualquier otro camino. Tras sí contemplaba una serie
ininterrumpida de victorias: Derbe, Corinto, Filipos, Tesalónica,
Atenas, eran otros tantos jalones de su marcha triunfal. En cada sitio
almas esclavas del pecado y del enemigo habían sido libertadas por el
gran conquistador en nombre de su Rey. Algunos estarían esperándole al
otro lado del río de la muerte para darle a conocer como el instrumento
de su eterna dicha y agradecer sus esfuerzos en su favor. ¿Hay en
nuestro pasado victorias de tal género? ¿Tratamos de ganar almas para
Cristo? No será porque nos falte oportunidad. Qué nos falta, pues?
Cristo nos ha llamado a un conflicto feroz con los
poderes del mal; pero es una lucha que no deja luto, ruinas ni
mordimiento como el que algunos guerreros han sentido a la hora de la
muerte, sino todo lo contrario. Por esto la llama la «buena batalla».
Algunas causas buenas han tenido que ser defendidas con batallas malas;
pero es una gran satisfacción pelear por Cristo, como lo hizo Pablo,
sacrificando solamente a uno mismo en favor de otros. (2.a Timoteo
2:10.)
Como escribió Guillermo Booth en la célebre frase que dio
origen a su institución admirable, «la Iglesia es un ejército de
salvación». No es necesario vestir uniforme para ser soldado del mismo.
Pablo nunca lo vistió, pero fue quizás el más notable estratega en la
lucha de siglos que ha de terminar en la derrota efectiva contra el
pecado y mal que existe en el mundo.
¿Qué lugar ocupamos en esta titánica empresa? ¿Somos
soldados del bien, activos, decididos, conquistadores? Hay cristianos
que confunden su iglesia con un hospital. Eternos enfermos espirituales
quieren ser mimados y atendidos, en vez de hallarse dispuestos a luchar
por Cristo y a cuidar a otros. Estos no podrán entonar un cántico de
triunfo al final de sus días.
b) He terminado la carrera. Cualquier carrera no
terminada, es un gran fracaso y pérdida. Mucho más lo es la carrera
espiritual. «Si se retirare, no agradará a mi alma», dice el Señor.
(Hebreos 10:38.) Por esto era el anhelo del gran apóstol: «Solamente que
acabe mi carrera con gozo, Hechos 20:24.) Sólo pueden terminar con gozo
su carrera los que han vivido en el gozo de la comunión diaria con
Dios, (Génesis 5:24.) Así la terminó el hermano cuya partida recordamos,
trabajando en glorificar a su Maestro hasta el último momento. ¿Cómo la
terminaremos nosotros? Si somos fieles, habrá un doble motivo de gozo:
la satisfacción por los hechos nobles realizados durante la vida y la
esperanza de un glorioso porvenir. ¿Por qué cantaban los mártires en los
circos y en las hogueras?
c) He guardado la fe. ¿Cuál? La recibida de
Jesucristo (1.a Corintios 11:23). «La fe dada una vez a los santos.»
(Judas 3.) No una fe variable, modelada según la moda o capricho humano.
Tal fe debe ser guardada como un tesoro. Así la guardó Pablo, a pesar
de un Himeneo y Fileto, proclamadores de doctrinas «más razonables» (?)
(2.a Timoteo 2:18), pero no recibidas de la única fuente de Verdad:
Cristo Jesús. Así la guardó nuestro amado hermano; nunca se desvió de
los fundamentos. Así debemos guardarla nosotros.
2. Su presente
El final de una vida es siempre miserable y triste, ora
tenga lugar en una cárcel, ora en el lecho de muerte de una mansión
suntuosa. Lo que hace la mayor diferencia para el que se encuentra en
tal estado, no es lo exterior, sino lo interior. Compárese el estado de
ánimo del gran apóstol con el de ciertos impíos, tales como Voltaire,
Payne y otros, que han fallecido en medio de cruel desespero. Notemos
que San Pablo habla de:
a) Ser ofrecido. ¡Qué privilegio! ¡Ser puesto como víctima sobre el altar para glorificar a Dios!
b) Mi partida. Como si se tratara de un viaje de placer. No «mi fin», término de todo.
c) Trae el capote y los libros. Procura cuidar el
cuerpo y el espíritu hasta en las mismas puertas de la eternidad. Un
cuerpo resfriado y enfermo no podía ser empleado fácilmente en el
servicio de Cristo, escribiendo o hablando a los guardianes. Nuestro
cuerpo es el maravilloso instrumento de trabajo que Dios nos ha dado.
Cuidémoslo con esmero; usémoslo bien hasta el último momento y dejémoslo
sin pesar cuando Dios nos llame.
3. Su futuro
Me está guardada la corona de justicia. ¡Qué
hermosa seguridad! ¿De dónde la recibió? No podía ser una ilusión
inculcada por maestros religiosos, puesto que él siguió un nuevo camino
en religión, precisamente aquél que llamaban «herejía». Sólo por
verdadera revelación podía haber obtenido tan segura esperanza aquel
antiguo enemigo de la fe cristiana, había visto la corona, había
recibido la promesa de labios del mismo Cristo. Notad cuan hermosamente
lo expresa en Filipenses 3:12: «Me esfuerzo para ver si alcanzo aquello
para lo cual fui alcanzado por Cristo Jesús.»
Hay que distinguir que no se trata aquí de salvación, la
entrada en el Cielo, ganada por Cristo y obtenida mediante la fe en El
(Filipenses 3:9), sino de «la corona, el premio, los honores preparados
por el Padre para quien servirá al Hijo con fidelidad y lealtad (Juan
12:26).
No puede haber corona sin entrada en palacio. El apóstol
tenía ambas cosas. Había vivido de tal modo que estaba seguro de que el
juicio de sus obras, hecho por el «Juez justo», no podía menos que serle
muy favorable. ¿Podemos nosotros afirmar lo mismo?
4. Su generosa advertencia
El noble y amante apóstol no se contentaba con ser
coreado él. Se solazaba con la esperanza de que muchos más compartieran
su privilegio. Desea que sea así. Por esto formula su fiel advertencia:
«y no sólo a mí....» Hay corona «para todos los que aman su venida»,
pues es razonable esperar que quien ama su venida:
a) Es salvo por Cristo. No teme su encuentro. Sabe que sus pecados han sido perdonados. (Véase anécdota La muerte de Voltaire.)
b) Será un cristiano activo que trabajará para apresurarla, completando el número de los redimidos (2.a Pedro 3:12).
c) Vivirá de un modo irreprensible (Judas 24). Para ser hallado sin ofensa en el día de Cristo (Filipenses 1:10).
d) No temerá tampoco la muerte, que es otro modo de unirse al Salvador que espera (Véase anécdota La muerte de Moody.)
¡Cuan dulce es la voz del amor fraternal en estos
momentos solemnes de despedida! Con los pies en los umbrales de la
eternidad, piensa cariñosamente en todos aquellos a quienes ama, que
vienen siguiéndole en la carrera. «No sólo a mí....» Como dijo el gran
apóstol, nos diría nuestro amado hermano que ya ha entrado en su
descanso: «Vosotros que aún estáis en la lid, en la carrera, «procurad
de hacer firme vuestra vocación y elección....», trabajad y luchad
superando las dificultades. Vosotros podéis hacer algo más para
abrillantar vuestra corona; hacedlo, en tanto que tenéis tiempo. Pronto
nos encontraremos para disfrutar juntos del mismo bien que la gracia
abundante del Señor otorgará: «a todos los que aman su venida.» Amén.
ANÉCDOTAS
JUSTINO, MÁRTIR, Y EL PROCÓNSUL.
Cuando Justino Mártir fue presentado, con otros seis cristianos, ante Rusticus, el procónsul de Roma, éste les preguntó:
—¿Suponéis que si fueseis azotados y vuestras cabezas cortadas, subiríais al cielo para ser recompensados?
A lo que, adelantándose Justino, le contestó:
—No lo supongo, sino que lo sé, y estoy plenamente convencido de ello.
El mismo día, después de ser azotados, fueron conducidos al suplicio donde murieron glorificando a Dios
LA MUERTE DE VOLTAIRE
Voltaire
fue, sin duda, el ateo de más talento que el mundo ha conocido.
Escribió 250 publicaciones, la mayor parte de ellas contra el
cristianismo. Es lógico pensar que un hombre tan inteligente debería
permanecer fiel a sus convicciones a la hora de la muerte; pero no fue
así. Se sabe que dejó una declaración firmada en la que pedía a Dios
perdón por sus pecados. Decía que había sido abandonado por Dios y por
los hombres. Durante los días que precedieron a su muerte gritaba: "¡Oh
Cristo! ¡Oh Jesucristo!" para romper casi inmediatamente en blasfemias.
Su médico y la enfermera Marchal de Richelieu salieron del cuarto porque
dijeron que no podían ver una muerte tan horrible, con razón se ha
dicho que la hora de la muerte es la hora de la verdad.
LA MUERTE DE MOODY
Mr. Moody murió como había vivido. Solía decir este gran siervo del Señor.
—Algún
día leeréis en los periódicos que D. L. Moody ha muerto; no lo creáis.
Cuando digan que estoy muerto estaré más vivo que nunca.
En
verdad es muy fácil decir esto cuando se goza de buena salud, pero es un
hecho que Mr. Moody, en los últimos momentos de su vida, miraba a la
muerte cara a cara sin temor alguno.
En su
último día en la tierra, por la mañana, muy de temprano, su hijo Bill
que le velaba, le oyó susurrar algo e inclinándose pudo captar estas
palabras:
—La tierra retrocede, el cielo se abre, Dios me está llamando.
Inquieto, Bill llamó a los demás miembros de la familia.
—No, no, papá; no estás tan mal —le dijo su hijo.
El abrió los ojos y al verse rodeado de su familia, dijo:
—He estado ya dentro de las puertas. He visto los rostros de los unos. (Se refería a dos nietos que hacía poco habían muerto.)
Poco después perdió de nuevo el sentido; pero de nuevo, volviendo en sí abrió los ojos y dijo:
—¿Es esto la muerte? ¡Esto no es malo! No hay tal valle sombrío, esto es la bienaventuranza; esto es dulce, esto es la gloria.
Con el corazón quebrantado, su hija le dijo:
—¡Papá, no nos dejes!
—¡Oh,
Emilia —respondió el moribundo—, yo no rehúso el vivir si Dios quiere
que viva, viviré; pero si Dios me llama es preciso que me levante y
vaya.
Un poco más tarde, alguien procuró despertarle, pero él respondió en voz baja:
—Dios me está llamando. No me importunéis para que vuelva, este es el día de mi coronación. Hace tiempo que lo esperaba.
Y así voló su espíritu a la presencia de Dios para recibir la corona de su gloria.
***
SERMÓN XXI
LOS DOS PARAÍSOS
(Génesis 2:8-18 y Apocalipsis 21:1 a 22:6)
La Biblia empieza con un paraíso y acaba con otro. Ambos
son lugares de felicidad. El primero fue preparado para el hombre
natural; el segundo, para el hombre redimido.
Los escépticos se burlan del relato del Edén. Dicen que
es un mito. Pensémoslo serenamente. Hay un Ser en gran manera
inteligente, según se observa en la naturaleza, el cual estuvo durante
siglos preparando las condiciones de la tierra para poner en ella toda
clase de seres vivos, y por fin el hombre, el único que puede
comprender, admirar y agradecer las obras de su Creador. Si el hombre
era la obra cumbre de la Creación, si el mundo había sido preparado para
él, ¿no es natural que fuera introducido en alguna especie de museo,
donde pudiera aprender más pronto y fácilmente lo que le convenía acerca
del hogar que iba a habitar? (Génesis 2:9). Un hijo de Dios, por su
inteligencia y espíritu, no podía ser tratado como un irracional. Las
pinturas rupestres prueban que el hombre troglodita era mucho más que un
bruto. Por otra parte, la historia antigua está llena de tradiciones
del Paraíso: la «Edad de Oro» de los poetas clásicos, el «Jardín de las
Hespérides», etc. Todas coinciden en que se perdió.
Pero la Biblia termina con otro paraíso recobrado para el
hombre, muy superior en todos sus aspectos. Es muy interesante
considerar sus contrastes:
1. El primer paraíso era terrenal
Se detalla su emplazamiento en el Asia Occidental.
Estaba, por lo tanto, expuesto a las vicisitudes de la tierra, y fue
destruido, según parece, por el Diluvio.
El segundo paraíso es celestial. Se detalla también su situación, nada menos que en «el Cielo de Dios»; el lugar más evado del universo (Apocalipsis 21:2).
De allí desciende hacia la tierra. Posiblemente la eleva,
arrancándola de la órbita solar, para llevarla, una vez renovada por el
fuego (2.a Pedro 3:12 y 13), por el inmenso universo de Dios que es la
herencia de los redimidos, como dice el apóstol: «Todo es vuestro.» Sin
embargo, hay en el universo un lugar específico que es la patria de los
santos, e1 cual Jesús habla en Juan 14:1-3 y Juan 17:24): «La ciudad de
Dios», «la Jerusalén celestial», el verdadero y definitivo Paraíso.
2. Había noche
Esta es necesaria a causa de la fragilidad de nuestros cuerpos que requieren descanso; pero significa casi media vida perdida.
En el segundo no hay noche, porque no hay sol; Dios mismo
es su lumbrera (Apocalipsis 22:5). La actividad es sin descanso y sin
cansancio. El gozo, las alabanzas y las recepciones de los que traen a
este bendito lugar «la gloria y honor todas las naciones» del universo,
es incesante (Apocalipsis 5 21:26).
3. Entró Satanás
(Génesis 3:1). El gran enemigo de Dios, envidioso de la
deidad de nuestros padres, introdujo en su alma pura la desconfianza y
la ambición, los dos grandes males del mundo. ¿Por qué se pelean los
hombres? Satanás ha manejado siempre la humanidad tirando a placer de
estas dos riendas.
En el segundo, Satanás es excluido (Apocalipsis 20:10).
Ello significa que no habrá más pensamientos de desconfianza hacia Dios y
hacia el prójimo, ni más ambición, pues no habrá pecado. (Véase
anécdota Los dos ángeles.)
4. Entró el dolor
(Génesis 3:17). La condición del mundo parece que fue
variada después de la caída y a causa de ella (Romanos 8:20-22).
«Espinas y cardos» en la tierra, instintos feroces en los animales,
bacterias que producen enfermedades de las que parece se van produciendo
nuevas formas. El dolor aumenta a medida que progresa el pecado. No
somos más felices que los patriarcas, a pesar de que les aventajamos en
tantas cosas.
En el segundo, el dolor será quitado. Todos los motivos
de dolor moral y físico desaparecerán: A la muerte, la enfermedad, la
pobreza y el pecado, se les llamará «las primeras cosas»,
considerándolas sólo como un triste recuerdo del pasado (Apocalipsis
21:4).
5. Entró la maldición
El único que tiene poder para convertir su palabra en
realidad, tuvo que pronunciar sentencia de mal. Nadie más que El puede
hacerlo (Salmo 109:28). Es una osadía para simples humanos el pretender
lanzar maldiciones, y más en la Era cristiana. (Mateo 6:44 y Romanos
12:14.) En muchos aspectos permanecen todavía los resultados de la
maldición divina en el mundo.
En el segundo no habrá maldición, pues no existirá ningún
motivo para ella entre seres perfectos. La última maldición habrá sido
pronunciada contra los reprobos, y será la final en el Universo.
6. Hubo vergüenza
(Génesis 3:10). El hombre no puede sufrir a Dios ni a su
palabra cuando hace el mal. (Cítense los ejemplos de Caín huyendo de la
presencia de Jehová y de Joacin quemando el libro de la Ley.) Por esto
el cristiano debe evitar el pecado, por ser templo de Dios mediante el
Espíritu Santo.
En el segundo Paraíso habrá confianza (Apocalipsis 22:
4). A pesar de vivir en la presencia de Dios no tendrá temor de su
omnisciencia, porque nada podrá ser hallado reprochable en sus felices
habitantes. Debemos empezar aquí a vivir esta clase de vida.
7. Se cerró la entrada
Dios no quitó inmediatamente el paraíso de la tierra,
pero lo cerró (Génesis 3:22-24). Era para los primeros pecadores un
testimonio de la felicidad perdida.
El segundo paraíso está siempre abierto (Apocalipsis 21:
25). Esto maravilló a Juan, acostumbrado a ver ciudades antiguas
cuidadosamente amuralladas y cerradas. Pero no hay peligro de que entren
enemigos en la ciudad celestial. Sus puertas abiertas son símbolo de la
libertad.
8. Tuvo fin
(Génesis 3:24). No sabemos cuánto duró la felicidad del
primer paraíso, pero es de suponer que fue muy breve, ya que el primer
hijo de Adán nació ya fuera del Edén.
El segundo no tendrá fin (Apocalipsis 22:5). Se ha dicho
que sólo lo eterno de la felicidad es felicidad. Cuanto más preciosa y
grata es una cosa, peor resulta el perderla. Lo mejor del cielo es que
será nuestro hogar para siempre.
¿Tenemos lugar en el segundo paraíso? Está allí nuestro
tesoro y nuestra esperanza. Cualquier clase de bien fuera de este es un
engaño y ha de venir a ser pronto una desilusión.
El Cielo, que algunos consideran una ilusión mística, es a
única realidad verdaderamente objetiva. Cristo afirmó su existencia con
su autoridad sin igual (Juan 14:2). Pensándolo racionalmente, no hay
imperio sin capital, como no hay cuerpo sin cabeza. El universo no puede
estar sin un centro.
Cristo nos asegura que tan elevado y bendito lugar será
nuestra habitación eterna si nos unimos a El por la fe. Vino a abrirnos
las puertas del Paraíso superior con su muerte expiatoria; es el segundo
Adán (Romanos 5:18-19). Su mayor satisfacción en la misma cruz fue
ofrecer al ladrón moribundo inmediata entrada al nuevo Edén. ¿Está el
Cielo abierto para ti?
ANÉCDOTAS
LOS DOS ANGELES
Queriendo
demostrar un predicador la condición moral de los seres celestiales,
dijo que si Dios destinara a dos ángeles para ir, el uno a gobernar una
ciudad y el otro para barrer sus calles, los dos se sentirían
satisfechos de cumplir la voluntad de Dios. ¿Pero qué ocurriría si el
mandato fuese dado a dos hombres de igual condición? Se levantaría
inmediatamente en el corazón del menos favorecido una tempestad de
envidia y de rencor. He aquí el pecado.
SERMÓN XXII
EXISTENCIA DEL ALMA
(Salmo 8; Mateo 10:28 y 16:26)
Introducción
(Véase anécdota Nietzche y el guarda del parque.)
Ciertamente las preguntas: ¿Qué soy en el mundo? ¿Qué papel ocupamos los
seres humanos en el inmenso Universo? ¿Por qué existimos? ¿En virtud de
qué podemos darnos cuenta de nuestra existencia?, son preguntas que no
puede menos que hacerse todo hombre pensador.
David no sabía nada de lo que la ciencia nos ha revelado
cerca de la grandeza del Universo; sin embargo, comparando la pequeñez
del hombre con las cosas que él conocía y veía, y en un arrebato de
inspiración, exclama: «¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria, y
el hijo del hombre para que lo visites?» Ciertamente, considerado como
materia, el hombre más apuesto y robusto, es bien poca cosa en un mundo
de cuarenta millones de metros de circunferencia y de billones de
quintales de peso. Pero David ve en él mucho más que un compuesto de
materia: un ángel en estuche carnal (vers. 5) y Jesús, que conocía las
cosas mejor que David, lo pone en más alta estima (Mateo 16:26). ¿Por
qué? El hombre es un ser espiritual que siente, medita, sabe, ama, vive
ahora y vivirá por la eternidad, y Dios, que es también espíritu pero
infinito, se preocupa del hombre más que de cualquier otro ser material.
No mira su pequeñez sino sus facultades.
Suponed un padre rico que ve incendiado su palacio, en el
cual se halla un hijito de pocos años. No apreciará la muerte de su
hijo como la pérdida de 30 ó 35 kilos de materia que se carboniza. Su
hijo ha venido de él, lleva su imagen, algo de su carácter, y facultades
capaces de desarrollarse: todo lo cual, no poseen su palacio, ni sus
muebles, ni sus máquinas. Por esto se lanzará a las llamas clamando:
«Salvad a mi hijo.»
1. El hombre lleva la imagen de Dios
Todos los hombres llevamos la imagen del Dios invisible.
Poseemos facultades que sólo Dios puede tener y que no se hallan en
otros seres. Estudiando la naturaleza descubrimos las huellas de un Ser
Inteligente dotado de voluntad, de iniciativa, de sabiduría y poder
inmensos, el cual ha organizado con designio y previsión admirables el
Universo que nos rodea. Estas cualidades innegables que reconocemos en
el Creador, las encontramos en nosotros mismos. No se podría decir de un
animal que es «imagen de Dios». Este tiene cuerpo y cerebro
maravillosos, pero sus facultades no corresponden a las que debe haber
en la Divinidad.
Se ha observado que los animales hacen todas las cosas
atraídos por sensaciones físicas: hambre, sed, deseo sexual, etcétera, o
bien por un impulso interior que viene de Dios como ley general y se
llama instinto. No hay en ellos iniciativa intelectual, ni tampoco
progreso. El pájaro nunca ha sabido inventar una cubierta para preservar
su nido de la lluvia. El conejo nunca ha ideado formar habitaciones en
su madriguera. La abeja construye un panal que deja admirado al más
sabio geómetra, pero es obra de la especie (o sea, de Dios por la ley
del instinto), no suya propia.
Por maravilloso que sea el instinto, no revela
personalidad. Golondrinas con cabezas más grandes o más pequeñas, con
más o menos materia gris, construyen sus niños igual. Pero un hombre no
hace lo que otro hombre. Las pinturas de Velásquez o la música de Bach
no los pueden idear otros hombres. El espíritu humano no sólo tiene
facilidades para aprender sino que puede crear. El más sencillo obrero
es un creador de modelos en su mente, a los que dará pronto forma si
tiene materiales a su disposición. ¿A quién parece este pequeño creador
de la tierra sino a su Padre Creador supremo de los cielos?
2. El hombre posee virtudes morales
Hemos descubierto que Dios es bueno al examinar las obras
de la Naturaleza. Lo que parecen males, no son sino accidentes
inevitables, algunos encaminados a mayor bien, e infinidad de detalles
el Creador ha procurado poner elementos de felicidad para todas sus
criaturas que revelan su carácter bondadoso. La Biblia nos habla del
amor de Dios en otro terreno más elevado, el de la Redención (Juan
3:16). Por ello concuerdan perfectamente el libro de la Revelación y el
de la Naturaleza.
El hombre creado a imagen de Dios, conserva, aunque medio
borrados por el pecado, estos distintivos de su origen. Posee
sentimientos de compasión, de bondad, de ternura (no sólo hacia su
prole, como los animales por instinto), sino hacia todos los otros
seres. ¿Por qué? Porque Dios es amor.
Por la misma razón poseemos conciencia moral. ¿Quién es,
en efecto, este yo que se levanta contra el otro yo para juzgarle y
condenarle en nuestro fuero interno, aun cuando el motivo de la
reprensión sea algo sumamente favorable a nosotros mismos? ¿Es un nervio
que reprende a otros nervios de nuestro cuerpo? ¿Es un músculo que
reacciona contra otros músculos? ¿Es, en una palabra, la materia
condenando a la materia?
El animal se encuentra perfectamente satisfecho con
saciar sus instintos, pero el hombre es atormentado por su conciencia si
aquella satisfacción es en perjuicio de un prójimo. ¿Por qué? Porque
Dios es justicia, y llevamos algo dentro de nosotros de ese atributo
divino. Aun los hombres más relajados, más degenerados y crueles, tienen
a veces algún rasgo de nobleza. Estos vestigios que nos quedan de la
«imagen de Dios», prueban nuestro origen superior, y como consecuencia
lógica un destino superior que el que nos presentan los filósofos de la
«Nada».
3. El alma no es el cerebro
Nuestro yo no es ese pobre cuerpo que nos sirve de
habitación. Muchos confunden el ser con el instrumento, pero el
instrumento material no puede ser causa eficiente del pensamiento. ¿Cómo
una vibración del tímpano puede convertirse en sentimiento de odio o de
amor, de placer o de tristeza? ¿Quién se alegra o entristece? ¿Las
neuronas, o sea, las células cerebrales? No, éstas son meros agentes
transmisores, pues como dicen los sicólogos, no podemos imaginar el
cerebro como un productor y receptor de imágenes que nadie recibe, que
nadie recoge e interpreta. «Yo estoy triste con la noticia» no puede
traducirse «una serie de imágenes dentro de mi cerebro se han puesto
tristes». Sin el «yo», las más admirables operaciones de la perfectísima
computadora del cerebro, nada son ni significan.
El cerebro es, ciertamente, la oficina del alma; y es
maravillosa en su configuración y organización. Allí el alma archiva sus
recuerdos. Pero debe haber algo más que un archivo. Por ejemplo, cuando
olvidamos una cosa y la tenemos, como vulgarmente se dice, «en la punta
de la lengua», alguien recuerda que otros detalles están ahí, y no
dispone de ellos. Quizás el nombre de una ciudad, o de una persona.
¿Quién es el que posee el recuerdo del hecho, o de la
cosa, pero carece del detalle perdido y lo manda buscar dentro de su
archivo físico de neuronas? ¿Quién es el que «sabe» que lo «debe saber»?
Es sin duda el «yo» extra-físico que llamamos «alma».
Tenemos muchos motivos para creer que el cuerpo es tan
sólo el instrumento del alma, y sin duda alguna es el más adecuado para
ella. Un cuerpo de ave o de pez, dotados de espíritu, habrían tenido
grandes dificultades para poner en práctica sus pensamientos. Otros
seres, muy semejantes a nosotros en cuerpo físico, pero no en
inteligencia (los monos), parecen haber sido puestos para probarnos que
la inmensa diferencia no consiste en formas o estructuras corporales,
sino en algo extra-físico superior a la materia.
4. El alma es inmortal
a) Nos lo dice la lógica. No es material, y si la
materia no se pierde, sino que se transforma, algo debe ocurrir con el
alma. Si es hecha a imagen de Dios, y Dios es eterno, propio es que ella
lo sea también.
b) Nos lo demuestra la gradación en la Naturaleza.
Observamos en ella tres reinos: el mineral, vegetal y animal, en cuya
cumbre se encuentra el hombre. Pero si la muerte nos destruyese por
entero sería el retorno brusco de lo superior a lo inferior, del
espíritu inteligente al polvo de la tierra. ¿Qué objeto tendría en tal
caso la Creación entera? Pero si el mundo y el universo son habitaciones
para educar seres morales y eternos, se explica la solicitud del
Creador en beneficio de sus hijos.
c) Nos lo dice nuestra conciencia. ¿De dónde le
vino al nombre la idea de inmortalidad si Dios no la reveló? Sería una
burla demasiado cruel darnos el deseo y no satisfacerlo. El hecho de que
el hombre haya pensado si tiene alma inmortal, es la mejor prueba de
que la tiene, ya que a ningún animal se le ha ocurrido semejante duda.
d) Nos lo dice Cristo. El gran revelador de Dios a la humanidad afirma: «No temáis a los que matan el cuerpo» (Mateo 10:26). «Dios no es Dios de muertos.... porque todos viven a El» (Lucas 20:38).
La inmortalidad es la clave por la que el Nuevo
Testamento resuelve todos los enigmas morales. La solución de todas las
injusticias que padecemos, y la más gloriosa de las esperanzas. ¿Qué
importa ya en tal caso la enfermedad y la vejez? (2.a Corintios 5:1).
¿Qué importa la misma muerte? Filipenses 1:21).
5. El alma puede perderse
Todo espíritu manchado por el pecado no puede entrar en a
Vida donde reina la armonía de la perfección de los hijos le Dios. Este
es el gran peligro acerca del cual Cristo nos vino a advertir (Juan
3:15 y Lucas 13:28).
Es la pérdida más terrible por ser irreparable. Todas las
pérdidas humanas, de intereses o de salud pueden remediarse. Pero no
poseemos más que un alma: si la perdemos, cuando Dios la pone a prueba,
queda perdida para siempre. (Véase anécdota Pérdida irreparable.)
No estamos capacitados para definir en detalle lo que
significa la perdición, pero debe ser algo bastante terrible, cuando
decidió el Verbo de Dios a encarnarse y sufrir tanto con objeto de
librarnos de semejante tragedia. Para evitarla es indispensable, empero,
no solamente su sacrificio sino nuestra aceptación del mismo. De ahí
tantas exhortaciones del Hijo de Dios al arrepentimiento y a la fe
(Marcos 1:15 y Juan 5:40).
6. El alma puede salvarse
En otra frase más moderna, menos teológico-escolástica,
«puede cumplir su destino». Según Hebreos 2:10, el Creador tuvo un gran
propósito desde el principio de la raza, «llevar a la gloria a muchos
hijos. (Véase anécdota Dos modos de imaginarnos a Dios.) Podemos
malograr el propósito de Dios y perdernos, o ajustamos a él y salvarnos.
¿Cómo? Aceptando el medio de salvación por El dispuesto. Dios envió a
Cristo a morir por nuestros pecados para poder perdonarnos con justicia,
y al propio tiempo mover nuestro corazón retrotrayéndonos a una
obediencia voluntaria y gozosa, la obediencia por amor, por gratitud por
el afecto que su sacrificio ha levantado en nuestros corazones. ¿Lo
haremos? ¿Corresponderemos al sublime propósito que Dios ha tenido de
salvar nuestras almas?
7. ¿Qué significa la salvación del alma?
El alma humana, por ser espiritual y por ende inmortal,
tiene posibilidades insospechadas, inimaginables desde este encierro de
carne mortal en que nos hallamos. Puede observarse la grandeza de tal
propósito en Juan 17:24; Juan 14: 1-3 y Efesios 1:11-12. (Breve glosario
de tales textos según el tiempo y las circunstancias).
Aún estamos a tiempo para salvar nuestra alma inmortal.
Hagamos caso de las palabras de Cristo. Tomemos en serio el asunto.
Démosle el valor que tiene. Lo peor de la condenación será la idea de:
«Podía ser feliz y no lo fui, podía salvarme y me condené.» Quiera Dios
que ninguno de los presentes tenga que decirlo.
ANÉCDOTAS
NIETZCHE Y EL GUARDA DEL PARQUE
Se
cuenta del gran filósofo ateo Nietzche —quien después de haber escrito
enjundiosos libros terminó su vida en un manicomio— que cierto día,
hallándose sentado en un parque de Berlín le pasó desapercibida la hora
del cierre. Un guarda tomándole por un viajero vagabundo que intentaba
pasar la noche en el parque, se le acercó y le dijo:
—¿No ha oído usted la sirena de cierre? Dígame: ¿Quién es usted? ¿De dónde viene? ¿A dónde va? —A lo que Nietzche replicó:
—Esto es
precisamente lo que me he estado preguntando desde hace cuarenta años y
aún no he llegado a saberlo. ¿Podría decírmelo usted?
PERDIDA IRREPARABLE
Un
hombre deseoso de adquirir fortuna vendió todo lo que tenía para
trasladarse a California. Allí trabajó durante 16 años sin conocer
descanso buscando el codiciado polvo de oro, logrando con el tiempo
reunir una gran fortuna, la cual (en aquel tiempo cuando no existían las
actuales facilidades bancarias), convirtió en un valioso diamante que
se proponía vender en Europa por una cantidad que le haría rico durante
el resto de sus vidas. Pero un día en que estaba mostrando la preciosa
joya a unos amigos de viaje, un movimiento del buque le hizo perder el
equilibrio, con tan mala suerte que el diamante resbaló de sus manos
yendo a parar al mar. ¡Qué terrible momento! Pero es peor la pérdida del
alma.
DOS MODOS DE IMAGINARNOS A DIOS
Alguien
ha dicho que considerando las maravillosísimas disposiciones de la
Naturaleza y el fracaso que representa la muerte para la vida, sobre
todo en lo que al ser humano se refiere, o bien debemos imaginarnos a
Dios como un niño que hace burbujas de jabón por el gusto de ver cómo se
deshacen, o tenemos que considerar a Dios como a un padre que está
educando a una familia para la Eternidad. ¿Cuál de los dos conceptos es
más digno del Creador, y sobre todo, de un Creador sapientísimo como el
que nos revelan las obras de la Naturaleza?
***
SERMÓN XXIII
LA INVITACIÓN SIN IGUAL
(Mateo 11:28-30)
Cierto día que Jesús se hallaba enseñando al pueblo,
vinieron unos alguaciles de parte de los sacerdotes para préndelo.
Deseando justificar su acción, estuvieron esperando oírle pronunciar
alguna palabra comprometedora; mas en lugar de echarle mano, volvieron a
sus jefes con la respuesta: «Nunca habló hombre así como este hombre.»
(Juan 7:46.)
Ciertamente tenían razón aquellos ministriles. ¿Qué
hombre se ha atrevido jamás a pronunciar palabras como las de nuestro
texto? (Vers. 28). Sin embargo, ¿era necesario que fueran pronunciadas?
¿Responden a una necesidad del género humano?
Se ha dicho que el hombre es un eterno buscador de
felicidad, la cual se va alejando de él a medida que crece su capacidad
para gozar. El niño de pocas semanas se siente feliz con muy poca cosa;
mas sus dificultades crecen en la misma medida que sus facultades se
desarrollan. Al entrar en la pubertad, se amplía su capacidad de gozar;
una sonrisa del ser amado le hace feliz; pero, ¡cuántos desengaños
también! Llega al matrimonio con la esperanza de que la posesión
absoluta de lo que ama le hará feliz, y ni en los mejores casos es así. Y
muere el hombre con la esperanza de ser más feliz un poco más adelante,
pues cuando parece haber casi alcanzado su ideal, un quebranto de salud
o fortuna o la pérdida de un ser amado derrumba su castillo de
felicidad. De ahí la necesidad que la Humanidad ha tenido y tendrá
siempre de consuelo. Tanto es así que en Grecia y toma existían
consoladores de oficio, los cuales acudían a )restar sus servicios a los
hogares afligidos, leyendo pasajes le los clásicos, mas presentando
luego su factura, como nuestros médicos o abogados.
Pero el gran Consolador se ofrece en este texto a realizar gratuitamente lo que nadie ha podido llevar a cabo de un nodo eficaz.
Se ha dicho que hay tres grandes motivos de infelicidad jara los hombres:
a) Los dolores físicos.
b) Las penas morales.
c) El temor de la muerte.
Que el dolor físico turba la felicidad no es difícil probarlo.
Que hay dolores iguales o peores que los físicos en los
dominios del alma, es cosa bien evidente: el remordimiento, la ansiedad,
la vergüenza, el temor, nos hieren más profundamente que los dolores
del cuerpo. Tanto es así que el alma puede sobreponerse a los dolores
físicos, como ha ocurrido en los grandes santos y mártires, pero no hay
remedio para os dolores del alma. Hoy podemos más fácilmente que nunca
librarnos del dolor físico; pero no hay narcótico para el remordimiento,
para el pesar; no hay remedio para la muerte, sin embargo, aparece el
humilde carpintero de Nazareth y exclama: El remedio del mal, del dolor,
del quebranto de corazón, del temor y de la incertidumbre del más allá,
soy yo. «Venid a Mí los trabajados y cargados, y os haré descansar.»
Notad que no ofrece un consejo, sino su persona. Esto no
puede decirlo un simple mortal. En primer lugar, porque nadie puede
atender a todos sus semejantes, ni siquiera en el alivio de dolores
físicos, y mayormente porque nadie es capaz de quitar ciertos dolores
del alma. Nunca la Humanidad había oído pretensión semejante. Estas
palabras serían la más insigne locura si no fueran pronunciadas por
quien las dijo. Pero ¿no es Cristo el más sabio, el más prudente, el más
perfecto de los hombres?
1. Cristo, el Consolador de los dolores físicos
Este hombre singular empezó por aliviar los dolores
corporales. No hubo enfermo o dolorido que no hallara en El consuelo.
Sus milagros son públicos e innegables. Sus propios enemigos los
atribuyen a cualquier cosa: magia, pacto con el demonio, etc., pero no
los niegan. (Véase anécdota La afirmación del Talmud.) Con ello demostró
su poder para aliviar los males espirituales (Lucas 5:24). Aun fuera de
los Evangelios existen indicios históricos de la realidad de su poder
sobrenatural. (Véase anécdota La declaración de Cuadrato.)
Aun sin ir a los días de su ministerio, la oración de fe
en su nombre ha obrado muchas veces milagros de sanidad, aunque éstos no
puedan ser regla absoluta porque tal clase de intervención divina,
llevada a cabo de un modo constante, si bien aumentaría grandemente el
volumen de la fe, no la haría de la calidad que Dios desea (Juan 20:29) y
quitaría la ocasión de manifestarse las virtudes heroicas: la
paciencia, la confianza y el amor a toda prueba. Mas si no quita el
dolor en todos los casos, quita el aguijón del dolor al descubrirnos el
gran secreto que presiente nuestra conciencia, que Dios es amor y no
consiente el mal de su grado, sino para que de ello resulte algún bien
en favor nuestro para la eternidad. Esto quita la parte moral del dolor,
lo dulcifica, lo hace amable.
2. Cristo, Consolador de los males morales
De ellos es Cristo el Médico por excelencia, ya que casi
todos tienen su origen y causa en el pecado. Temor, remordimiento,
ansiedad y los males originados por el odio y la envidia, todos tienen
su causa en la trasgresión de la voluntad divina. Quien vino a quitar el
pecado vino a destruir todas sus consecuencias. La doctrina de la
Redención es el remedio supremo para la conciencia. No hay motivos para
afligirse por el pecado; no porque sea cosa ligera, sino porque aunque
es horrible ante Dios, ha sido expiado en la cruz del Calvario, donde el
Consolador de los hombres sufrió el castigo para que nosotros
pudiéramos tener el perdón y la paz. Esta doctrina da descanso aun al
alma más sumergida en el pecado, dejándola ligera y apta para toda buena
obra. (Véase anécdota La conversión del bandido TUSO.)
3. Cristo, el Consolador de la muerte
En este aspecto sí que es único Jesucristo. Nadie ha
hablado de la muerte y del más allá en la forma que El habló. Los
diálogos de Platón sobre la inmortalidad del alma son un modelo de
lógica y buen sentido, pero no hay en ellos el lenguaje firme y
autoritario que sólo pudo usar el que vino del mundo de la inmortalidad.
Ningún profeta, sabio ni filósofo se ha atrevido jamás a decir: «Yo soy
la resurrección y la vida», « ¿No queréis venir a Mí para que tengáis
vida?», «En la casa de mi Padre muchas moradas hay». La esperanza de
ultratumba que Cristo ofrece no es una penosa ascensión a través de
innumerables reencarnaciones; una visión de avances y retrocesos casi
sin fin, sino una mano poderosa que se extiende para librarnos de
nuestra miseria moral y elevarnos a las más altas dignidades en los
cielos. Esta esperanza hacía exclamar a San Pablo: «Quisiera ser
desatado y estar con Cristo» y era también la que ponía flores y mirto
sobre las frentes de las doncellas cristianas que iban a ser devoradas
en los circos de Roma, cual si se tratara del día ie su boda. Ella ha
quitado el temor de la muerte a todo aquel que la posee. (Véase anécdota
Poesía conmovedora.)
4. Las condiciones para el consuelo divino
Notemos que para obtener tal descanso y privilegio es ndispensable cumplir dos condiciones:
1ª Sentirse cargado y fatigado.
2ª Acudir directamente al Dador de descanso.
Quizás objetes no sentirte en las condiciones que reclama
¡1 Salvador; pero aunque no estés desesperado, mira, lector, al fondo
de tu conciencia. « ¿Eres feliz? ¿Tienes cumplidos todos tus deseos? ¿No
sientes el más leve remordimiento ni temor? ¿Será eterno el bien que
hoy disfrutas? Si no puedes responder de un modo afirmativo a todas
estas preguntas, necesitas a Cristo. Realmente no hay hombre o mujer del
todo feliz sin El. Muchos que parecen felices no hacen sino tratar de
olvidar que son desdichados. (Véase anécdota El preso y la concertina.)
5. Las condiciones para la felicidad completa
Hay una reiteración extraña entre los versículos 28 y 29,
pero ello es quizá la mejor prueba de la sabiduría divina de quien
pronunció tan extraordinarias palabras. El vers. 28 nos muestra el
factor divino de nuestra felicidad, lo que Cristo hace por nosotros
cuando acudimos a El, y el 29 la parte nuestra. Nos dice que podemos ser
más o menos felices, hallar más o menos descanso moral según cumplamos
las enseñanzas del Salvador. Para ser enteramente felices cabe llenar
dos condiciones:
1ª Llevad mi yugo sobre vosotros
Hay quienes creen ser más felices aceptando la salvación
sin el yugo; creer sin unirse visiblemente a Cristo y a su Iglesia. Mas
es un gran error. Confesar a Cristo aumenta el gozo espiritual. Es un
pobre y triste cristianismo el de aquellos que tratan de llevar
escondida su fe.
Es casi una vergüenza que Cristo mismo tenga que defender
su causa afirmando que su yugo es fácil. ¡Bien lo sabemos, querido
Salvador! ¡Cuan poco exiges de los tuyos en esta época de gracia! Mas
¡cuánto te mereces! Bien debiéramos decirle: Aunque fuera mil veces más
pesado tu yugo, lo llevaríamos gustosos, Señor, por amor de ti.
2ª Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón.
Otros hay que aceptan fácilmente el yugo; algunos quizás
irreflexivamente; pero se hallan poco dispuestos a aprender e imitar las
virtudes del Salvador. Pero la felicidad absoluta no es posible sin
asemejar del todo nuestra vida a la de nuestro Maestro y Ejemplo.
Podríamos ser muy felices en esperanza y muy poco en la realidad
presente si vivimos alejados de las virtudes cristianas. Cristo quiere
hacernos dichosos aquí y allá. ¡Cuánto más lo seríamos si supiéramos
recibir as contrariedades y las ofensas con la mansedumbre y humildad
del Salvador! Así debe ser, de un modo real, no aparente; por esto añade
«humildes de corazón». Bien sabía el Señor que mucha de la humildad de
los que profesarían ser sus discípulos sería hipocresía. Tan sólo la
humildad de corazón hace enteramente feliz al que la posee.
¿Quién no quiere ser feliz en la vida? No busquéis la
dicha donde no está. Id a Cristo; recibidle por Salvador; confesad su
Nombre aunque sea afrontando el oprobio; imitadle en sus actitudes
morales, y vuestra dicha comenzará ahora para no terminar jamás.
ANÉCDOTAS
LA AFIRMACIÓN DEL TALMUD
El
Talmud, escrito por los judíos enemigos de Cristo en los primeros siglos
de nuestra Era, declara que Jesús de Nazaret obró milagros, curó cojos y
mancos, dio vista a ciegos y aun resucitó muertos, pero que fue por
artes mágicas que había aprendido en Egipto. Para nosotros, hombres del
siglo XX, que sabemos no existen artes mágicas capaces de efectuar tales
maravillas, la confesión de sus enemigos es una de las pruebas que
tenemos de que Jesucristo era realmente el Hijo de Dios.
A DECLARACIÓN DE CUADRATO
Cuadrato, que escribió en la primera mitad del siglo II, nos ha dejado este testimonio:
"Las
obras de nuestro Salvador fueron siempre visibles, porque fueron reales;
de esta clase son tanto los que sanó como los que resucitó, los cuales
fueron vistos no sólo cuando fueron sanados y resucitados, sino después
de su partida y por bastante tiempo después de ella, tanto que algunos
de los que los conocieron han llegado hasta nuestro tiempo.(Eusebio H.
E., Libro 4, Cap. III.)
LA CONVERSIÓN DEL BANDIDO RUSO
Pablo
Tichomiroff emigró con su familia a Siberia, donde sus padres murieron
del cólera. Después de algunas experiencias penosas, juntóse a una
cuadrilla de ladrones que le enseñaron a robar y matar. Un día
asesinaron a dos hombres, robándoles entre otras cosas un Nuevo
Testamento y un libro titulado "La voz de la fe". Tichomiroff leyó
aquella misma noche Romanos 3, y fue profundamente conmovido, viendo su
retrato en aquellas palabras. En la primera página del Nuevo Testamento
halló este escrito: "15 de mayo de 1898, día de mi conversión al Señor,
de mi arrepentimiento y nuevo nacimiento. En este día El perdonó mis
pecados y lavóme con su sangre." Casi no durmió en toda la noche.
Al día
siguiente, los bandidos discutieron sobre los libros, resolviendo por
fin que fueran leídos en voz alta. Uno de los bandidos, llamado
Solowjew, recordó palabras que había oído leer a su madre. Después de un
mes de lectura, este compañero y Pablo resolvieron cesar en sus
prácticas criminales, y cuando hablaron a sus compañeros de su
propósito, otros cinco acordaron dejar su vida de pecado y entregarse a
las autoridades.
El
gobernador quedó atónito y empezó a leer con su esposa el libro que obró
tan maravillosa transformación, resultando la conversión del
gobernador. Tichomiroff predicaba a los presos y el capellán de la
Iglesia Griega pidió que fuese apartado de éstos. Entonces se dedicó a
anunciar el Evangelio a sus guardianes. Un año después, los siete
ladrones fueron condenados a diez años de trabajos forzados. El juicio
fue una magnífica exposición del Evangelio, pues en sus declaraciones no
cesaban de glorificar a Jesucristo. Fueron enviados a cárceles diversas
y antes de separarse se comprometieron solemnemente a ser honestos
delante de Dios y testigos de Cristo dondequiera que fuesen enviados.
Tichomiroff
y Solowjew fueron enviados más allá del lago Baikal. Después de dos
años de estar allí fue observado que muchos presos turbulentos habían
cambiado de conducta. Algunos años después fueron indultados con motivo
de una fiesta nacional. Cuando se despidieron de ellos en el campo de
concentración, todos lloraban. Volvieron a Rusia a pie, visitando muchos
grupos de creyentes por los pueblos donde pasaban. En una población
donde predicaron, hubo un despertamiento espiritual y muchos se
convirtieron. De vuelta a Sosnowka, su pueblo natal, el trabajo
evangelístico de Pablo despertó la oposición de los sacerdotes rusos,
por lo que fue apresado nuevamente, pero esta vez por causa de Cristo.
Finalmente fue desterrado a Siberia, donde continuó su obra evangélica.
En la
primera página del Nuevo Testamento robado, que fue la causa de su
conversión, Pablo escribió: "Perdóname por amor de Cristo, amado
hermano. Yo te maté cuando yo mismo estaba muerto en mis pecados. El
Señor me ha perdonado y me ha levantado a novedad de vida. Tu muerte
prematura me llevó, no solamente a mí, sino a otros muchos pecadores y
asesinos, a la vida eterna. Por esto doy gracias a Dios, Señor mío y
tuyo. Amén."
Eran las palabras de arrepentimiento de un Pablo ruso a un descocido Esteban ruso.
(POESIA CONMOVEDORA)
La
siguiente poesía fue hallada en el chaleco de un soldado norteamericano
muerto en una de las batallas de la invasión de Francia:
Escucha, oh Dios, jamás yo pensé en Ti,
mas quiero saludarte, mi Señor.
Decíanme que Tú no existías;
necio de mí, así lo creí yo.
Jamás me fijé en tus grandes obras
y anoche, desde el cráter de un obús,
vi tu universo, hermoso, estrellado,
y comprendí haber sido engañado
No sé, mi Dios, si me recibirás
si vengo a Ti, mas bien comprenderás, ¡
Señor, qué extraño encuentro haber hallado
en este infierno tu luz tan admirable.
No he de decirte mucho, Padre mío;
sólo que me da gozo haberte conocido.
Al toque de alba, ¡Señor! habrá ofensiva,
mas ya no temo porque estás conmigo.
La señal, Dios mío, he de partir.
¡Cuánto lo siento, oh Dios! Y es la razón:
¡Era tan dulce hablar aquí contigo!
Mas me detengo, y quedo así te digo:
La lucha será hoy cruel, sangrienta;
quizás hoy mismo llamaré a tu puerta.
Aunque nunca fui, Señor, tu amigo,
¿no me permitirás venir conmigo?
Si he de acudir hoy mismo a tu puerta,
¿no la tendrás, Señor, para mí abierta?
Estoy aquí llorando. ¿No lo ves?
Llorando estoy, Dios mío, arrepentido.
Lloro de gozo al hablar contigo;
del gozo de sentirme ya tu amigo.
He de partir, ¡mi Dios! He de partir,
ni un solo instante me concede el deber.
Adiós, Señor, adiós o hasta bien presto.
¡Qué extraño que no temo ya la muerte!
¡TRAEDME UNA CONCERTINA!
Un joven
condenado a muerte, al serle ofrecido pedir lo que quisiera en la
última noche, como es costumbre, dijo: "Traedme una concertina." Y con
ella estuvo tratando de distraer su pena hasta el mismo momento de
llevarle al cadalso.
¿Le
hacía más feliz la concertina al desventurado? Verdadera felicidad la
habría obtenido con el indulto. Cristo quiere hacerte realmente feliz
dándote el indulto de Dios. ¿No quieres recibirlo?
***
SERMÓN XXIV
CAMBIO DE FILAS
(1.a Crónicas 12:16-18)
La historia del traspaso a David de los primeros
voluntarios de Saúl viene a ser una hermosa ilustración de las mas que
desertan de las filas del Diablo para enrolarse n las de Cristo.
Consideremos:
1. El ejército de Saúl
Tenía mucha semejanza con el del Enemigo de las almas.
a) Era grande. Cientos de miles de israelitas
seguían a Saúl (1.° Samuel 15:4). Este era el único rey visible. A
David, lejos y escondido, nadie le veía. Del mismo modo, las filas del
Diablo son bien nutridas (Mateo 7:13). Las multitudes obedecen a su rey
sin darse cuenta. ¿Por qué es tan numeroso este bando?
b) Es un bando profano, es decir, independiente de
Dios y de sus leyes. El de Saúl lo demostró varias veces, oficialmente
era el ejército de Jehová, pero ni le buscaban ni le escuchaban. En la
batalla contra Amalec se quedaron con el ganado y todo lo que les
pareció. Era muy cómodo servir a un jefe que les dejaba hacer lo que les
daba la gana. ¿Y no es éste el género de vida de las gentes del mundo?
Viven a su antojo sin consultar para nada la voluntad e Dios.
c) Rebelde a Dios. No sólo indiferentes, sino
opuestos a sus mandamientos, a pesar de su formulismo religioso. Muchos
sacrificios, pero mucha desobediencia (1.a Samuel 15:22). Tal es la
posición de los que hoy militan en las filas del Diablo. Aun cuando
muchos se cubran con la máscara de la religiosidad, en el interior son
rebeldes a Dios.
d) Condenado a destrucción (1.a Samuel 28:18,19).
Su rebelión no podía quedar impune; Dios dictó sentencia contra Saúl y
todos los suyos. Se cumplió en la batalla de Gilboa. Recuérdese la
trágica muerte de Saúl (cap. 31:4). Pero aún es más trágico el destino
que aguarda al Diablo y a las almas que le sirven (Apocalipsis 20:10,
15).
2. El ejército de David
Figura de los fieles de Cristo. Era:
a) Pequeño. Formado al principio sólo de sus
criados; creció paulatinamente, pero siempre fueron pocos comparados con
el de Saúl. ¿Y no ha sido así con los seguidores de Cristo? Pocos eran
en los días de su ministerio y aunque el número ha crecido, siempre ha
sido y es minoría. Es muy estrecha la puerta para que entren las
mayorías mundanas.
b) Perseguido. Huyendo de cueva en cueva,
sufriendo desprecios y miserias por todas partes. Así con los santos de
Cristo. Testigos de ello son las catacumbas de Roma, los Alpes de
Italia, los Cevennes de Francia y las montañas de Escocia. Aun hoy, en
muchos partes, los fieles del Señor tienen que sufrir directa o
indirectamente.
c) Compuesto de necesitados y afligidos. (1.a
Samuel 22:2). Estos buscaron mejoramiento y consuelo en el servicio del
virtuoso rey. Así con la mayoría del ejército de Cristo (1.a Corintos
1:26-28).
d) Invencible. Muchas veces se halló en apuro,
pero siempre triunfó. Del mismo modo y aún más maravillosamente ha
preservado el Señor a su Iglesia (Mateo 16:18). Ni Nerones, ni
Dioclecianos ni las persecuciones de la Edad Media han podido destruir
el testimonio del puro Evangelio de Cristo. Dios es el aliado y
guardador de su Pueblo y aunque le permita a veces sufrir para mayor
gloria, jamás lo deja perecer.
e) Destinado a reinar. Para esto había sido ungido
David. Era promesa de Dios y debía cumplirse. Sabemos que fue, con un
reinado grande y espléndido. También Cristo será un día rey de este
mundo y los suyos reinarán con El (Lucas 12:32). ¡Cuánto más glorioso no
será su reinado que el de David! Este por un tiempo; el de Cristo por
la eternidad.
¿Qué era mejor, permanecer con Saúl o estar con David?
Considerando el fin que ha de venir, ¿qué es preferible, estar con el
mundo o con Cristo? ¿En qué bando estamos? Todos por naturaleza nos
hallamos en el primero. Si queremos ser de Cristo es necesario:
3. El cambio de filas
No sería cosa fácil para aquellos guerreros. ¡Cuántas
dudas antes de decidirse! ¿Será verdad que David reinará. Abandonaremos
nuestra posición, bienestar y reputación para andar errantes por su
causa? ¿Valdrá la pena?.
¡Cuántas almas se encuentran en este caso! Desean acudir a
Cristo, pero se preguntan: ¿Tendré que dejar mis amistades y mis
diversiones? ¿Arriesgaré mi empleo? Y en todo caso, ¿será cierto lo del
más allá? Hasta cierto punto natural la indecisión; pero si se prolonga
mucho, puede ser desastrosa. ¿Cuál habría sido el fin de aquellos si
hubiesen) deliberando hasta el día de Gilboa? Afortunadamente se
decidieron a tiempo. ¡Ojala que así sea con toda alma! Notáis en ellos:
a) Una convicción de fe (ver. 18): «Tu Dios te
ayuda.» había una razón lógica para su fe. También la hay para nosotros.
Tenemos muchos ejemplos de la fidelidad de Dios para los que ponen una
entera y razonada confianza en El. (Véase anécdota La vida de fe.) Esto
les hizo mirar al futuro: por fe vieron a David coronado y su propio
ensalzamiento estando su lado. Cada alma debe mirar al futuro eterno que
viene tras esta vida. Lo que ahora tenemos por fe será entonces
realidad. Perdición para los que no son de Cristo; gloria para los que
aquí se unieron a El. Véase anécdota fe, rey errante.)
b) Una completa consagración. «Tuyos somos, oh
David, y contigo estamos» (versión moderna). ¡Qué emocionante encuentro!
No eran palabras hipócritas; su conducta lo demostró. ¡Con cuánto mayor
motivo debe decirlo el alma a Cristo! Somos suyos doblemente, como
Creador y Redentor (1.a Corintios 6:19, 20). No podemos simpatizar tan
sólo con su causa o unirnos a El con una conversión fría; debemos
consagrarnos totalmente.
4. La recompensa
David premió con creces su decisión. Ocuparon:
a) Un lugar en el corazón del rey. «Mi corazón será unido
con vosotros» (ver. 17). No sólo tendrán su gobierno, sino su afecto,
que era mucho mejor. ¡Qué privilegio, ocupar un lugar en el corazón de
un rey de la tierra! Pero mucho más es tenerlo en el corazón de Cristo.
¡Que nosotros seamos el objeto preferente de su amor infinito! Un lugar
en su corazón nos asegura un lugar en su reino de felicidad eterna (Juan
17:24).
b) Un puesto de honor en su servicio. «Y púsolos
entre los capitanes de la cuadrilla» (vers. 18). En el tiempo de la
humillación y en el de gloria. Lo que fueron en el desierto lo fueron
mucho más en el reino. ¿No debemos anhelar lo mismo nosotros, servirle
en la tierra y en el cielo? No sólo redimidos, sino soldados; si puede
ser entre los más distinguidos. Esto depende más de nuestra consagración
que de cualquier otro don que poseamos, pues El ensalzará a los fieles
humildes. Pensemos que de lo que ahora seamos depende el grado de
nuestra gloria eterna.
¿Cuál será la actitud de cada lector u oyente? Los que
están aun sin Cristo, ¿no lo aceptarán como Rey y Salvador? ¿No se
decidirán a hacer hoy mismo el cambio de filas? Los creyentes, ¿no
haremos más firme y completa nuestra consagración a El? ¿No le diremos
«tuyos somos, Señor», usa nuestra vida para gloria tuya y vive más cerca
de nuestra alma para que podamos cumplir tu voluntad?
ANÉCDOTAS
LA VIDA DE FE
Jorge
Muller solía decir que había levantado sus orfanatorios no sólo con el
objeto de realizar obras benéficas, ya que había muchas otras
instituciones similares en Inglaterra, sino para demostrar a un mundo
escéptico que hay un Dios en el Cielo que escucha la oración, lo mismo
en nuestros tiempos que en los tiempos bíblicos.
EL REY ERRANTE
Cuando
el rey Roberto Bruce de Escocia era perseguido, entró en un gran bosque y
se acercó a una cabaña donde encontró una mujer, la cual le dijo:
—Todos los fugitivos son bienvenidos aquí por amor de uno.
—¿Y quién es este uno? —preguntó el rey.
—Es
Roberto Bruce —contestó la buena mujer—. El es el verdadero señor de
Escocia y aunque le están buscando con perros y cuernos, yo espero verle
como rey sobre todo el país.
—Puesto que usted le ama tanto —dijo el rey—, sepa que está ante usted; yo soy Roberto de Bruce.
—¡Usted! —exclamó la mujer—. ¿Y por qué está tan solo?
—Todos me han abandonado —dijo el rey.
—Pero
desde ahora no será así —repuso la heroína, porque tengo diez robustos
hijos y ellos serán sus sirvientes —y los diez juraron fidelidad al rey.
***
SERMÓN XXV
EL BUEN PASTOR
(Lucas 15:1-7)
De un modo admirable vemos ilustrado en esta parábola el
amor de Cristo y su afán de salvar a los perdidos. Muy poco sabían los
fariseos de la gracia de Dios cuando murmuraban contra Jesús, viéndole
entre publícanos y pecadores. Su ceguera espiritual les hacía mirar con
desprecio a estos hombres; pero Jesús ama, busca, se acerca y salva al
perdido. El amor de Jesús no es un mero sentimiento; es un amor
diligente y activo que despliega toda su energía para conducir al alma
extraviada a la gloria de Dios.
1. El Pastor encuentra a faltar una oveja
Otro cualquiera no se hubiera apercibido poseyendo un
número tan elevado; pero el buen pastor nota inmediatamente la falta.
Todo su afecto está puesto en su rebaño, y lo que para otro hubiera sido
una pérdida leve, para él es muy grave y sensible.
Así el Dios de Cielos y Tierra, que se complacía en la
obra de sus manos y contemplaba con satisfacción los innumerables mundos
por El creados y a sus felices habitantes, ha visto que uno le faltaba,
porque se perdió por el pecado. Voces sin cuento le aclaman en los
cielos, pero El se ha apercibido de que la Tierra no glorifica ni
obedece a su Hacedor. Los únicos seres que en este planeta podían darse
cuenta de su posición y de sus deberes para con su Creador se han
extraviado; se trazaron caminos más cómodos, yendo en pos de sus
concupiscencias, que el de la ley de Dios escrita en sus conciencias y
expresada en los diez mandamientos. El Gran Pastor se ha dado cuenta del
horrible extravío. ¿Qué hará?
2. El Pastor en busca de la oveja
Las noventa y nueve que le quedan no calman su ansiedad
por la perdida; es preciso recobrarla antes que perezcan. Ella por sí
sola jamás volverá; es necesario arrostrarlo todo para ir en su auxilio.
a) Va personalmente. No envía criados asalariados
para recobrarla, evitándose él duras molestias. Nadie como él la
buscará. Así el eterno Verbo de Dios no delegó su misión en ángeles;
prefiere tomar El mismo carne humana.
b) Va a pesar de las dificultades. La noche, las
asperezas del camino, los lobos y otros peligros no le arredran. En la
noche del pecado y entre las espinas y abrojos de las miserias humanas,
Jesús sufre, pero sigue adelante pensando en la triste suerte del
extraviado.
c) Va lleno de compasión. No lleva un garrote en
su mano para castigarla. Las aberraciones y extravíos de la oveja le
cuestan muy caro, pero no cambian el tierno afecto que por ella siente.
El pecado y la obstinación que Jesús nota en los pecadores no cambian su
amor en odio. No ha ido a condenar, sino a salvar al mundo.
d) Busca su oveja hasta encontrarla. Aunque la
oveja se alejó más y más, el pastor no cejará de su empeño hasta traerla
en sus brazos. (Véase anécdota La conversión de un caballero escocés.)
Esta es más o menos la experiencia de Dios, al pensar en el tiempo
anterior a nuestra conversión.
¡Ojala fuese nuestro empeño buscar a otras almas con la
misma perseverancia con que Cristo nos buscó! (Véase anécdota El empeño
de Garibaldi.)
3. El hallazgo de la oveja
Los esfuerzos del pastor no han sido vanos, pero no terminan en el hallazgo, pues la oveja se encuentra en una triste condición.
a) Enredada en la maleza del bosque, sin
posibilidad de librarse. Tal es la situación del hombre alejado de Dios,
enredado en el vicio y en el pecado que le sujetan fuertemente.
b) Extenuada por el constante vagar. De la misma
manera el hombre se siente fatigado después de vagar en el mundo sin
hallar lugar de descanso.
c) Al borde del precipicio. ¿No lo está toda alma? Inesperadamente la muerte puede poner fin a su extravío, sumiéndole en la perdición eterna.
4. La liberación de la oveja
Le faltó tiempo al pastor para acudir en su socorro
cuando ésta respondió a su voz con un triste balido. Fue lo único que la
oveja podía hacer. ¿No es éste también el caso de cada pecador? Clamar a
Cristo por salvación, pedir su auxilio y dejarse salvar por El es todo
lo que le corresponde hacer. Los esfuerzos para librarse sólo empeoraban
la situación de la descarriada metida en los zarzales; pero el pastor
sabe librarla separando las espinas que la tienen sujeta. Así hace
Cristo con el perdido. (Véase anécdota El borracho de nacimiento.)
5. La amorosa conducción al redil
Este es el detalle más tierno del caso. El pastor no
obliga a la descarriada a andar, arrastrándola con una cuerda atada al
cuello, sino que la conduce sobre sus hombros como un tesoro. Es el
hallazgo frutos de muchos sufrimientos, que lo hacen más estimable.
Cristo no nos ata con dura ley después de nuestra conversión, como tenía
derecho a hacer, castigando severamente todas nuestras faltas. El no
quiere que nos ensuciemos otra vez en el pecado, quiere librarnos de
tropiezos en el camino que conduce a la gloria. Para esto se ofrece El
mismo: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta fin del mundo» (Mat.
28:20). Siempre está dispuesto a ayudarnos y sobrellevarnos, si nos
acogemos y unimos a El. Somos «guardados» para una herencia también
«guardada» (1.a Pedro 1:5). De otro modo, el Adversario, que anda
alrededor como león rugiente» (cap. 5:8), no nos permitiría llegar al
redil.
6. El parabién
Este es el último cuadro de la sublime escena. El pastor
anuncia a sus amigos el hallazgo de su oveja. El Cielo es la casa de
Cristo. Los ángeles contemplan la obra redentora con santa simpatía y se
gozan por cada pecador arrepentido que vuelve al redil. Aunque al
presente estamos formando parte de su grey en la Tierra, expuestos a
muchos peligros, Jesús se ha adelantado a dar la buena nueva en los
cielos, donde prepara lugar para nosotros. Nos considera como ya
entrados en el redil. Esto es garantía de nuestra propia salvación
Efesios 2:3-4).
Un día, millones de almas que se habían perdido como
ovejas descarriadas, alabarán al Buen Pastor que las halló y salvó. ¿No
quisieras estar tú también? ¿No quieres ser hallado por Cristo? El te
busca, te llama y se acerca a ti, quizás por este mismo mensaje.
Confíate en sus brazos y serás salvo por la eternidad.
ANÉCDOTAS
LA CONVERSIÓN DE UN CABALLERO ESCOCES
Preguntóse
a un caballero escocés cómo había hallado a Cristo. —Yo no lo hallé
—fue su extraña respuesta— Yo no hice más que resistirle y huir de El;
pero el Buen Pastor me halló a mí.
EL EMPEÑO DE GARIBALDI
Cuando
acampaba Garibaldi con su ejército en las montañas de Italia acudió un
pobre pastor quejándose del extravío de una oveja. Garibaldi, movido a
compasión, mandó a varios soldados que le ayudaran en su búsqueda, pero
éstos volvieron declarando que había sido imposible hallarla. Garibaldi,
que raramente admitía la palabra imposible, se levantó por la noche y
fue en busca de la oveja extraviada. Por la mañana, sus ayudantes, al
despertarle, viéronle salir de su tienda rendido de sueño, pero
sonriente, llevando en sus brazos la perdida oveja.
EL BORRACHO DE NACIMIENTO
Se
llamaba Juan, pero se le conocía con el apodo del título, porque sus
padres habían sido tan borrachos como él. Casó con una mujer que no
merecía. Esto le llevaba a reflexionar haciendo propósitos de enmienda
cada vez que estaba sereno, que era solamente las quincenas que pasaba
en la cárcel. Un día entró en un salón del Ejército de Salvación y oyó a
los que daban testimonio de la liberación de sus pecados por la fe en
Cristo. Como impulsado por un resorte, se adelantó al banco de los
penitentes y clamó a Cristo por perdón y liberación de su vicio. Docenas
de veces había hecho tales propósitos llorando, pero al levantarse en
esta ocasión, sintió que no era el mismo hombre. Desde entonces, el
deseo de la bebida desapareció. Su trabajo de vendedor de periódicos le
llevaba a visitar las tabernas y esto hacía temer a los oficiales del
Ejército de Salvación; pero él les decía que todo lo podía por Cristo.
Un día, después de incitarle mucho sus antiguos compañeros le arrojaron
el licor en la cara, diciéndole: "Si no por dentro, por fuera." Pero él
dio un hermoso ejemplo de humildad cristiana, limpiándose el rostro y
pronunciando palabras de perdón. Cristo le había libertado de su genio
tanto como de su borrachera. ¿Habría podido hacerlo nadie más que el
Todopoderoso Salvador y Libertador de las almas?
***
SERMÓN XXVI
LOS CINCO SI CONDICIONALES
DE CRISTO
(Juan 8:30-59)
El castellano tiene dos palabras exactamente iguales,
pero totalmente diferentes de significado. La una es el adverbio
afirmativo «sí», y la otra el «si», conjunción condicional.
En el pasaje que nos sirve de tema, encontramos cinco
«sí» condicionales pronunciados por Jesús, que bien pueden ser
comparados a los goznes de otras tantas puertas: Sobre los que gira la
actitud del alma y nuestra suerte eterna.
Todo trato humano se basa sobre esta conjunción
condicional, el comercio, la amistad, el amor: «Si pagas, «si quieres»,
«si te casas». Así ocurre también en el terreno espiritual. ¿Es que Dios
exige condiciones como cualquier contrato humano? Hasta cierto punto,
no; ninguna exigió para mar la iniciativa de nuestra salvación. Su amor
se desbordó sin consultarnos, envió a Cristo espontáneamente, abrió las
puertas de la Gracia, proveyó salvación.... En esto consiste La
soberanía de Dios; pero El no quiere obligarnos a pasar e ir a la fuerza
por el camino que su misericordia nos abrió para darnos acceso a la
bienaventuranza eterna. En esta disputa de Jesús con los fariseos, nos
presenta como cinco puertas, puestas una tras otra, por las cuales todo
discípulo suyo tiene que pasar.
1. La puerta del discipulado (ver. 31)
«Si permaneciereis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos.»
Esta es la primera relación que se establece entre el alma y su
Salvador. Cualquier persona que oye el Evangelio, es un discípulo
incipiente. A los cinco minutos ha aprendido algo de las verdades de
Dios. Esta primera relación es indispensable para llegar a otras
relaciones más elevadas: La de «amigos», «hijos», «redimidos», etc.; sin
dejar la de discípulos, ya que la fe empieza, o viene, por el oír.
Sin embargo, de nada sirve oír con más o menos atención;
ser discípulos una temporada; si no se cumple la condición que Cristo
establece aquí mediante un solemne sí condicional: «Si permaneciereis en
mis palabras, seréis verdaderamente mis discípulos.» Permanecer es una
condición esencial. Muchos han sido discípulos por unos minutos o por
meses; han recibido el mensaje con gozo, pero como la simiente caída
entre pedregales, su fe ha sido temporal. Jesús declara en este pasaje
que sólo los que permanecen vienen a ser verdaderos discípulos modelados
por el Maestro. Sin permanecer, nunca serás ni discípulo, ni hijo, ni
redimido: El que no pasa totalmente la primera puerta, no pasará la
segunda, ni la tercera. Veamos cuáles son éstas. (Véase anécdota Premios
a la perseverancia en la adquisición de una lengua.)
2. La puerta de la redención (vers. 34-36)
«Si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres.»
Jesús enseña en este pasaje que los hombres son por naturaleza hijos del
diablo, esclavos del archienemigo de Dios, que con astucia introdujo el
pecado en el mundo. Los esclavos del diablo suelen tener una cuerda más
larga o más corta, y según ésta, se sienten más o menos esclavos.
Algunos viciosos se dan cuenta de su esclavitud a causa de los
inmediatos y desastrosos resultados de su pecado. (Ejemplos de un
jugador, un borracho, un drogadicto, etc.). Otros, que no lo sienten
tanto, lo son, sin embargo, igualmente. De los tales eran aquellos
judíos con los cuales Jesús discutía: «Simiente de Abraham somos y jamás
fuimos esclavos de nadie» exclaman. Esto no era verdad más que en el
orgullo de s corazones, ya que políticamente eran súbditos de Roma; pero
Jesús se refiere a otra clase de servidumbre. Por esto les dice: «Todo
aquel que hace pecado, es siervo de pecado.» es una cuerda invisible,
pero muy fuerte. Aquellos descendientes de Abraham que se creían libres,
estaban en aquel mismo momento sugestionados por el diablo y eran
instrumentos de aquel Ser maligno que estaba empeñado en hacer
desaparecer al Hijo de Dios de sobre la faz de la tierra. Del mismo modo
que movió a Herodes a matarle y que pretendió hacer arrojar a Jesús de
las almenas del Templo, estaba mandando ahora a estos judíos fanáticos,
que terminaron apedreándole (ver. 59). ¡A ver si no eran esclavos! Sólo
tenían medio para librarse de esta maligna sugestión del enemigo: Ser
libertados por el Hijo de Dios, que era El mismo quien odiaban; el único
que tenía poder. La infusión del espíritu en sus almas les quitaría el
deseo intenso del pecado, o les permitiría descubrir al enemigo. Sabemos
que Satanás tienta también a los creyentes, pero con una diferencia: el
hijo del diablo no ve la cuerda, puede pecar sin remordimiento; el
creyente, sí. Por eso se nos dice: «Resistid al diablo, y de vosotros
huirá.»
Este poder nos es impartido por la obra redentora de
Cristo. Los que reciben a Cristo como su Salvador están al amparo de su
sacrificio expiatorio, como los primogénitos de Israel se hallaban
amparados por la señal de la sangre en el dintel de la puerta, para que
el destructor no les tocase. Por eso leemos en el Apocalipsis 12:11: «Y
ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra
del testimonio, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte.» Hay un
poder especial en la sangre de Cristo. La mención de la obra expiatoria
del Hijo de Dios, es algo que el diablo no puede sufrir. Existen
ejemplos tangibles en el caso de personas psíquicamente afectadas por el
enemigo. (Véase el libro del Dr. Kurt E. Koch Ocultismo y cura de
almas, págs. 265-270. y
Diccionario del Diablo, págs. 135 a 158.) Pero la mayor
liberación es en el terreno espiritual. La sangre de Cristo da
seguridad.
3. La puerta del amor a Cristo (vers. 41-42)
«Si vuestro Padre fuera Dios, ciertamente me amaríais»,
dice Jesús. Los judíos tenían una opinión extrañamente errónea acerca de
la generación. Un principio verdadero, establecido en el Decálogo y
confirmado hoy día por la ciencia eugenésica, de que los hijos reciben
las consecuencias de los padres, les llevó al extremo de pensar que
solamente eran criaturas de Dios los nacidos de un matrimonio legítimo, y
que los nacidos de fornicación son hijos del diablo, atribuyendo a este
enemigo de Dios un poder creativo que no tiene. Ciertamente no es así.
Dios ha dado leyes fijas a la naturaleza, la cual se mueve según reglas
mecánicas, sin interesarse en motivos morales. El hijo de ramera no
tiene culpa alguna de ello, y es igual criatura de Dios que cualquier
otro. Pero al oírse llamar hijos del diablo respondieron airadamente que
ellos eran nacidos de buenas familias, y por lo tanto, tenían derecho a
considerarse hijos de Dios. Pero Jesús les demuestra que el ser hijo de
Dios no depende de ninguna generación natural, sino de un proceso
espiritual. Todos somos criaturas de Dios, pero tan sólo criaturas; son
hechos hijos de Dios por adopción tan solamente aquellos que reciben la
redención que Cristo vino a realizar (Juan 1: 12).
Ahora bien, el que es hecho hijo de Dios, coheredero con
Cristo, no puede menos que amar a este hermano mayor que dio su vida por
nosotros después de humillarse haciéndose como uno de nosotros. De ahí
el argumento de Cristo: «Si fuerais hijos de Dios, ciertamente me
amaríais, porque yo salí de El.» El amor a Cristo revela nuestra
verdadera relación con Dios. Es la piedra de toque de nuestra religión.
Todas las religiones humanas fallan en este punto; desde los primeros
herejes gnósticos, hasta los modernos espiritistas, teósofos, testigos
de Jehová, etc. ¿Hallará satisfacción un padre en las adulaciones de un
siervo que abofetee a su hijo? (Véase anécdota El rey Teodosio y el patriarca de Constantinopla.)
En efecto, si Cristo no es Dios manifestado en carne, qué
mérito tendría su sacrificio? Solamente creyendo que n El y por El
fueron creadas todas las cosas, podemos apreciar la inmensidad de su
amor. (Véase anécdota El judío de Barcelona y los mártires de Hitler.)
Ciertamente hay quienes han sufrido por diversas causas, y una de ellas
por amor de Cristo, posiblemente más que lo que Cristo mismo sufrió,
pero estos mártires no eran sino criaturas humanas, sujetas de por sí al
dolor y a la muerte, en mejores o peores circunstancias. Jesús, en
cambio, podía ascender al cielo desde la cruz, porque era Hijo de Dios
desde la Eternidad. El judío de Barcelona veía en Jesús solamente un
hijo de María, de la tribu de Judá. Pero Pablo, guiado por las
Escrituras, veía en El, al Mesías divino de Isaías 7, Emmanuel; y todos
los apóstoles lo comprendieron y creyeron por propia experiencia. La
confesión de Pedro. De ahí la profundidad de su amor y porque Pedro
podría decirle un día: «Tú sabes todas las cosas (porque eres Dios) y
sabes que te amo.»
Si Cristo viniera aquí, ¿qué le diríamos? ¿Sabe El que le
amamos como Hijo de Dios que murió por nosotros? ¿Que conocemos la
inmensidad de su sacrificio voluntario, y por tanto le apreciamos con un
amor que no tiene igual? Si es así, este amor complace al Padre. Jesús
decía: «Pedid, y no os digo que yo rogaré al Padre, porque el mismo
Padre os ama por cuanto vosotros me amasteis.» Los judíos pretendían
amar a Dios y no a Cristo, y aun continúan en esta actitud, pero Jesús
les dice: «Si fueseis de Dios, y amaseis tanto a Dios como pretendéis, y
prestareis atención a su Palabra, veríais en ella quién soy yo.»
Por el contrario, sois hijos del diablo porque él inspira
los pensamientos de odio a mi persona y de rechazamiento de mí amor
hacia vosotros. Esto hace toda la diferencia. Por tanto, la gran
pregunta aun hoy día es: ¿De quién somos hijos? Si no has recibido a
Cristo, lo eres moralmente del diablo, aunque físicamente seas una
criatura de Dios. No importa que tengas cierta simpatía a Cristo. Es
necesario que estés unido a El por los lazos de un amor profundo
habiéndole recibido como Salvador. Entonces serás, no un amigo, sino un
hijo, si has pasado por esta puerta del verdadero y profundo amor a
Cristo basado en el conocimiento y aceptación de su obra redentora.
4. La puerta de las obras (ver. 39)
Esta próxima puerta es consecuencia natural de haber
pasado por las anteriores y también gira sobre un «sí» condicional, en
esta disputa con los judíos: «Si fueseis hijos de Abraham, las obras de
Abraham haríais», les dice Jesús. Pablo presenta a Abraham como modelo
de fe, y Santiago como modelo de obras. Ambos tienen razón.
Dios le dijo a Abraham: Tú me amas mucho, pues bien, dame
tu hijo, tu único hijo, a ver si es verdad. Y Abraham no dijo: Sí,
Señor, te amo mucho; pero empezó a dar vueltas sobre su cama de pieles
de oveja y dejó que el Sol se levantara, y el campamento se pusiera en
movimiento, y las ovejas balaran y los criados anduvieran por en medio, y
su esposa interviniera y lo estorbara todo.... Se levantó muy de
mañana, despertó silenciosamente a su hijo y a dos criados y se marchó a
cumplir la voluntad de Dios, por dura que fuera. Apliquemos el ejemplo:
¿Diremos al Señor: Yo te amo mucho, pero me quedo en casa mientras mis
hermanos te adoran, soy un hijo tuyo y te quiero mucho, pero cierro mi
bolsillo para tu obra....?
Abraham hizo obras que demostraron su amor: Dio a
Melquisedec el diezmo de todo, porque era sacerdote del Dios alto, del
Dios primitivo que las gentes habían olvidado y luchaba con la idolatría
cananita. No dijo: «Señor, a ti te quiero mucho, porque eres mi Dios y
me has bendecido; pero a Lot que lo parta un rayo, porque es un egoísta y
un ingrato; sino que le dio a escoger el llano, y corrió en su auxilio
en momentos de apuro.... Por esto Jesús dice: «Si fuereis hijos de
Abraham, las obras de Abraham haríais.... Nosotros no lo somos por la
carne, pero lo somos por la fe (Gálatas 3:13 y 29). ¿Hacemos las obras
de Abraham? Aún más: ¿somos hijos de Dios? Jesús dijo: «Sed, pues,
vosotros perfectos como vuestro Padre que está en los cielos es
perfecto.» La puerta de las obras es tan indispensable como la de la fe.
¡Ay del que confía en una fe sin obras, su fe es una fe muerta.... o
podrá salvarle; oirá el «No te conozco de donde seas»!
5. La puerta de la glorificación (vers. 54-55)
Jesús menciona una última puerta. Un último «sí»
condicional: El de la glorificación. «Si yo me glorifico a mí mismo soy
como vosotros.» Los judíos se glorificaban a sí mismos con espíritu
farisaico; y lo que ellos hacían, pensaban que lo hacía Jesús; pero
había una inmensa diferencia: sus milagros. Las obras que yo hago ellas
dan testimonio de mí. Un Jesús judío, simple hijo de María, no podía
hacer milagros. Por esto dice: «Mi Padre es el que me glorifica si
dijere que no, que no soy el Hijo de Dios; para complaceros, para no
escandalizaros, sería mentiroso. Pero observen el final del texto: «Y
guardo su palabra.» Aun siendo Dios, por haberse humillado a la
condición de hombre, había una condición que El mismo tenía que
observar: Cumplir la voluntad de Dios.
Era como si Dios le hubiese dicho: «Eres el divino Verbo,
pero en la tierra darás ejemplo de obediencia, nunca harás las cosas
por ti mismo. Por esto podía decir: «La voluntad de mi Padre hago
siempre.» «Aunque era Hijo por lo que padeció, aprendió la obediencia»,
dice la carta a los Hebreos.
Y en ello nos es ejemplo a nosotros. ¿Buscamos nuestra
propia gloria, o la gloria de Dios, en nuestra vida y en nuestro
servicio cristiano? Las cosas que hacemos, ¿para qué las hacemos? Si
venimos al templo, si cantamos, si oramos, si damos para la obra, ¿cuál
es el verdadero y principal propósito? ¿Es Dios tan solamente o nosotros
mismos?
Si glorificamos a Dios con sincero corazón, El nos
glorificará, como hizo con su divino Hijo, de quien se dice: «Por cuanto
se humilló a lo sumo, dióle un nombre que es sobre todo nombre.» Si es
Dios el motivo supremo de nuestras vidas, habremos cumplido el ideal de
nuestra vida cristiana imitando a Aquel que vivió tan sólo para
glorificar a Dios, y que es nuestro supremo modelo. «Si alguno me
sirviere, mi Padre le honrará.» Con una honra naturalmente menor
derivada de la suya; pero sabemos que su glorificación será la nuestra.
Conclusión
Así será si hemos pasado o pasemos por cada una de estas cinco puertas:
La del discipulado, aprendiendo de Cristo, no por una temporada, sino permaneciendo en El y con El.
La de la redención, siendo libertados del yugo del pecado por una fe sincera en su sacrificio.
Por la del amor, sintiendo un afecto por Cristo superior a todo otro afecto o amor humano.
Por la de las obras, no fiando imprudentemente nuestra
salvación en ser hijos de cristianos, como aquellos judíos que se
gloriaban de ser hijos de Abraham, ni en una mera profesión de fe, ya
que la fe sin obras es muerta, sino cumpliendo aquellas cosas que
agradan a Dios.
Y finalmente, por la de la glorificación, viviendo
una vida de verdadera consagración a Dios para que El pueda
glorificarnos, como glorificó a su divino Hijo, nuestro Modelo; Aquel
que supo decir: «La voluntad de mi Padre hago siempre», y pudo oír desde
las alturas aquella voz que una vez fue oída en el Jordán, pero que ha
de resonar un día en las alturas, aplicada a ti y a mí, si hemos sido
discípulos e imitadores suyos: «Estos son mis hijos amados, aceptos y
unidos al Verbo, mi Unigénito por la fe y el amor. Por tanto, ellos son
amados de Dios.»
Entonces será nuestra glorificación, si hemos cumplido
sus cinco condiciones, como discípulos, redimidos, amantes, obreros
activos e imitadores de nuestro Señor Jesucristo. Amén.
ANÉCDOTAS
EL REY TEODOSIO Y EL PATRIARCA DE CONSTANTEVOPLA
Hallándose
el emperador Teodosio muy inclinado al arrianismo, le fue solicitado
audiencia por el Patriarca de Constantinopla, campeón de la antigua fe
en la completa y eterna divinidad de Cristo.
En
aquellos días el monarca acostumbrada hacer sentar en sus audiencias
públicas al príncipe heredero para que se entrenase en los asuntos y
problemas de gobierno. Al entrar el patriarca en la sala regia hizo una
profunda reverencia al emperador, pero apartándose de de la acostumbrada
etiqueta, no hizo ningún caso del príncipe.
—¿Cómo os atrevéis...? —exclamó indignado el soberano, señalando la silla del heredero.
—No os
indignéis, majestad —respondió el patriarca—. Todos mis respetos son
para el príncipe; pero deseaba haceros sentir cuál será la actitud del
Soberano de todas las cosas hacia los que menosprecian al Unigénito, que
es el resplandor de su gloria y la misma imagen de su sustancia.
EL JUDIO DE BARCELONA Y LOS MÁRTIRES DE HITLER
Discutiendo con un judío de Barcelona acerca del mesianismo de Cristo, me dijo:
—No sé
por qué los cristianos han de dar tanta importancia a Jesucristo cuando
millones de otros judíos han sufrido agonías peores más prolongadas en
los campos de concentración de Hitler, y nadie ocupa de ellos.
Al
instante traté de hacerle ver que aquellos eran infelices dignos,
ciertamente, del mayor aprecio y lástima; pero eran simples hombres, que
no podían hacer nada más que sufrir; no tenían ningún poder para
librarse de manos de sus esbirros; pero Cristo había mostrado tener todo
poder; no lo negó cuando fue juzgado por el Sanedrín, y, sin embargo,
se sometió a la burla que provocaron sus palabras y a los terribles
sufrimientos de su pasión y muerte, solamente para poder redimirnos.
***
SERMÓN XXVII
CIUDADES DE REFUGIO
(Deuteronomio 19:1-10 y Job 11: 3-20)
La prudente disposición legislativa de ciudades de
refugio en la ley mosaica, puede ser considerada como una parábola de la
salvación en el Antiguo Testamento. Respondía, ciertamente, a una
necesidad gubernamental de la época. La costumbre del «vengador de la
sangre» se hallaba establecida desde los tiempos patriarcales, cuando la
justicia se administraba familiarmente. El pariente más próximo de un
accidentado o asesinado recibía alabanzas o censuras de su clan, según
su celo en vengar al muerto. No era posible suprimir tal costumbre de
golpe. Sin embargo, tan primitivo método de justicia se prestaba a toda
clase de errores, ya que no daba lugar a la verificación de los hechos.
El vengador obraba por mera suposición o sospecha. En tales
circunstancias, Dios tuvo a bien poner un remedio circunstancial: Seis
ciudades levíticas, repartidas por todo el país, servirían de refugio;
no para proteger a los criminales, sino para dar tiempo a la acción de
la justicia, sustrayendo al presunto asesino de manos del vengador.
El mismo relato bíblico nos presenta un caso bien
posible. El de dos leñadores que salen juntos a su trabajo, y uno de
ellos tiene la desgracia de que su hacha se le escape de la mano o del
mango y vaya a caer con mala fortuna sobre la cabeza de su compañero. El
involuntario homicida tiene dos caminos: Reconocerse culpable y correr a
la ciudad de Refugio, o bien hacerse el desentendido, alejándose del
lugar; pero este último recurso sería siempre el peor. Habría indicios
de su aparente crimen; quizás alguien les habría visto salir juntos al
campo. El vengador se levanta en su busca. El homicida se apercibe,
corre en busca del camino que lleva a la ciudad de Refugio; el vengador
le persigue. Ambos corren con todas sus fuerzas. Jadeante el primero,
¿podrá llegar a tiempo? Cada vez al volver la cabeza, ve al vengador más
cerca; pero ya se vislumbra la ciudad en lontananza. Hace un esfuerzo
supremo para mantener una distancia con su adversario que se acorta por
momentos; pero por fin hace un esfuerzo supremo y logra traspasar la
puerta, la cual el centinela cierra rápidamente tras él. El vengador,
furioso, arroja el hacha intentando alcanzarle en el último momento,
pero ésta queda clavada en la gruesa puerta. Está a salvo.
¿Qué enseñanzas podemos sacar de este ejemplo?
1. Todos hemos pecado por imprudencia
Hay personas perversas de corazón, pero la inmensa
mayoría no son malas deliberadamente. La naturaleza, el medio ambiente,
el tentador, son causantes de nuestro pecado. ¿Pero si no somos
culpables? Sí; si no deliberadamente, por imprudencia, por debilidad,
por dar oído al tentador. (Véase anécdota El brahmán y el misionero.)
Por ello estamos expuestos a la condenación, Dios no tiene la obligación
de admitir en el cielo almas manchadas por el pecado (Romanos 3:10). Si
no hemos cometido homicidios materiales, somos culpables de muchos
homicidios morales. «E1 que aborrece a su hermano es homicida», exclama
Juan (1.a Juan 3:15).
2. Debemos reconocernos pecadores
Ante un juez omnipotente y omnisciente como Dios, es el
único camino a tomar. ¿Quién le engañará? El fariseo pensó que podía
deslumbrar a Dios con la exposición de sus actitudes; pero el publicano
sacó mejor partido confesando humildemente su culpa. (Véase anécdota El
galeota y el príncipe.)
3. Debemos buscar refugio
Reconocer y lamentar el hecho imprudente no bastaba. El
vengador llegaría mientras el homicida involuntario estuviera
lamentando, y lo más probable, en aquellos tiempos es que no se atuviera
a razones. Afortunadamente había un remedio, correr a la ciudad de
Refugio. Así es con el pecador.
El refugio del alma es Cristo (Isaías 32:2 y Mateo
11:28). Acudir por fe al Señor; confesar el pecado; aplicar la obra de
Cristo a nuestra alma invocando sus promesas, es el mejor camino a
tomar. Dios ha puesto este Refugio compadeciéndose de nuestra ignorancia
(Hechos 17:30). No hay recurso para los ángeles rebeldes, pero sí para
los hombres.
Pero es vano el refugio si no acudimos a él. Observad que
no dice que Dios, teniendo en cuenta nuestra ignorancia, lo pasará todo
por alto, sino que «denuncia a todos los hombres en todos los lugares,
que se arrepientan». Jesús mismo en la cruz reconocía la parte
involuntaria de sus perseguidores («no saben lo que hacen»). Dios
escuchó la petición de su divino Hijo, pero fue necesario que los
interesados corrieran al refugio el día de Pentecostés (Hechos 2:37-41).
4. Antes de que llegue el vengador
Se ha dicho que la muerte es el enviado de Dios para
traer a las almas a su hogar celestial. Esto es cierto, sí, para los
cristianos; pero para los inconversos la muerte es el mensajero del
diablo; el vengador del pecado, que nos persigue al paso del tiempo, y
ha de alcanzarnos con toda seguridad. Es una gran imprudencia esperarle
fuera de Cristo; especialmente cuando el recurso de su salvación nos es
conocido.
Muchos se aprestan a decir: El vengador está lejos;
todavía soy joven. Por cierto que esto fuere, todos sabemos que el
vengador puede salirnos tras la esquina, en forma de ataque cardiaco,
cáncer, accidente, etc. Si eres joven, da gracias a Dios porque tienes
una vida para servir al Señor, y menos probabilidades de llegar tarde,
como sucede a menudo a los que empiezan a correr, o sea, a pensar en
Dios y su salvación, en el lecho de muerte. (Véase anécdota El joven que
perdió el tren.)
5. Debemos correr por el verdadero camino
«Hay camino que al hombre parece derecho, mas su fin son
caminos de muerte» (Proverbios 16:25). No basta correr por cualquier
camino, hay que buscar el verdadero. Muchos se cansan en vano corriendo
por caminos errados (Ilústrese con algún caso de fakires de la India o
santones mahometanos). Aun en nuestros países nominalmente cristianos,
hay muchos que corren por sendas extraviadas, confiando en sus propios
méritos o en recursos supersticiosos.
Sólo en Cristo hay satisfacción completa para el alma que huye del pecado.
6. Debemos permanecer en Cristo
Una vez convertidos, el enemigo queda afuera de la ciudad
de Refugio acechando a los salvados. Pedro lo compara a un león
rugiente. Es cierto que Cristo ha prometido guardamos y dice: «Mis
ovejas nadie las arrebatará de mi mano.» pero no podemos abusar de tal
declaración. También Cristo conocía la promesa de las Escrituras para
con el «hombre justo», el Mesías: «A sus ángeles mandará que te
guarden», sin embargo, no cometió El la imprudencia de arrojarse desde
las almenas del templo. Cuando abandonamos el refuto nos exponemos a que
el enemigo nos haga perder. Si no la misma salvación, sí mucho del
premio que Dios quisiera darnos; y aun podemos quedar indiferentes del
todo. (Véase anécdota Le costó su alma.) Sigamos a Cristo de cerca,
mantengámonos unidos a El por la fe y el amor. Entonces nos sentiremos y
estaremos seguros.
7. Debemos procurar que los postes del camino sean claros para los demás
Nos es necesario recordar que no somos los únicos
pecadores por los cuales Cristo murió. Deber nuestro es facilitar la
salvación a otros. Isaías 35:8 es una preciosa promesa para el Milenio;
pero entre tanto, los caminos que llevan a la salvación pueden estar muy
mal cuidados. Cuando la gente yerra, juzgando equivocadamente el valor
de la religión, ¿no será la culpa muchas veces de los mismos cristianos?
Como estaba ordenado a los israelitas en cuanto a las ciudades de
refugio, debemos nosotros indicar claramente el camino de la salvación a
los pecadores, con nuestras palabras y con nuestro ejemplo. El mundo
está lleno de pecadores errantes que no buscan la salvación, o van por
caminos equivocados. Vivamos para ellos. Alcemos la bandera de la
salvación. Traigámoslos a Cristo.
ANÉCDOTAS
EL BRAHMÁN Y EL MISIONERO
Cierto brahmán se acercó a un misionero que estaba predicando al aire libre y le opuso la objeción:
—Si el diablo es quien nos tienta a pecar, nosotros no somos responsables. Dios debía de castigar al diablo y no a nosotros.
El misionero le contestó:
—¿Ve
usted aquellos hombres que están descargando mercancías de una barca en
la orilla del río? Si yo le entrego un revólver y le doy el mal consejo
de asesinarles y robar su mercancía, ¿a quién castigarán los jueces, a
usted o a mí?
—A ambos —respondió el objetante sin titubear—. A usted por haberme aconsejado y facilitado el crimen, y a mí por criminal.
—Exactamente
del mismo modo procederá Dios en su justo juicio. Los pecadores serán
castigados, pero el diablo y sus agentes, los demonios, no saldrán bien
librados de su mala actuación durante siglos en este mundo.
EL GALEOTE Y EL PRINCIPE
Un
príncipe francés, con motivo de una visita que hizo al arsenal le
Marsella, decidió dar libertad a uno de los delincuentes allí condenados
a remar en las galeras. Con el fin de investigar quién sería el más
digno de tal merced interrogó a varios de los prisioneros, todos los
cuales se defendieron de sus culpas, alegando que otras personas que les
querían mal testificaron contra ellos injustamente. Por fin llegó a un
condenado modesto y humilde, quien confesó su culpa sin paliativos de
ninguna clase. El príncipe, admirado por su sinceridad y humildad,
dirigiéndose al jefe de la fortaleza, dijo irónicamente:
—No podemos consentir que tanta gente buena esté en contacto con este hombre tan malo. Que sea éste el que reciba el indulto.
DEMASIADO TARDE
Cierto joven llegó desaforado a la estación en el mismo momento en que el último coche del tren pasaba por delante de sus ojos.
—¡Qué
lástima! —dijo con un grito, que hizo girarse al jefe de estación—
Después de haber corrido con todas mis fuerzas...; ya no podía correr
más...
—Lo comprendo, joven —sentenció el jefe—, pero me temo que empezó usted a correr un poquito demasiado tarde.
LE COSTO SU ALMA
Paseando
dos ministros del Evangelio por las afueras de cierta población,
llegaron a una hermosa finca donde había una magnífica casa rodeada de
un bien cuidado huerto que pertenecía a un antiguo miembro de la
iglesia.
—¿Cuánto le costaría esta finca a su propietario? —preguntó el visitante al pastor local.
—No lo
sé, en cuanto a dinero —respondió el interpelado—, pero me temo mucho
que le ha costado su alma. En otros tiempos el propietario de este
terreno era un miembro entusiasta de la iglesia, asistiendo a todos los
cultos; pero desde que empezó a enriquecerse, y sobre todo después de
adquirir esta propiedad, ha estado tan absorto en su cuidado, que no le
hemos visto más por la iglesia, y parece haberse vuelto totalmente
indiferente por las cosas de Dios. Aunque él dijo que i había adquirido a
precio de ganga, me temo que pagó por ella un precio demasiado alto: el
de su propia alma.
***
SERMÓN XXVIII
TARJETA DE IDENTIDAD
CELESTIAL
(Apocalipsis 2:17)
Apelando a las costumbres de su pueblo y de su época,
Nuestro Señor Jesucristo usó curiosas figuras al dirigirse a los hombres
y expresarles su propósito de salvación.
Durante su ministerio terrenal le vemos presentar las
figuras del yugo, del agua, del pan, del sembrador, del hijo pródigo,
etc. Antes de entrar en la era de la gracia, que es también la de la
prueba de la fe, en su revelación al apóstol Juan, en Patmos, usa
también, de un modo más breve, curiosas figuras: la del alfabeto (cap.
1:8), la del templo 3:12), de la puerta (3:20), etc.
Sin duda, la más curiosa de todas es la de la piedrecilla
blanca (cap. 2:17) que muchos habrán leído más de una vez
preguntándose: ¿Qué significa? ¿Por qué usa el Señor tan extraño
ejemplo?
1. La «tessera hospitalis»
Se nos dice que los romanos tenían una curiosa costumbre.
Cuando dos personas entablaban una profunda amistad, hospedándose uno
en el hogar del otro, si el hospedador quería al despedirse de su
hospedado, sellar su amistad de un modo perenne, tomaba una tablita de
mármol cuadrada, en la cual hacía una incisión con un buril de acero, y
con el mismo escribía en una parte, el nombre de la persona hospedada y
en la otra el suyo propio. Inmediatamente, la piedra era partida con un
golpe seco y la mitad de la piedra que contenía el nombre del hospedador
era entregada al hospedado, y la parte que contenía el nombre de aquél,
quedaba en posesión de éste.
Si después de muchos años, uno de los dos quería reanular
la amistad, si necesitaba algún favor del otro, tomando la piedrecita
de mármol que contenía el nombre de su amigo se dirigía al hogar de
aquél; y fuera que éste sobreviviera pero los años hubiesen cambiado sus
mutuos semblantes, la piedrecita blanca servía de pieza de
identificación para hacerle recordar sus promesas; o fuese que hubiera
fallecido su dador, los parientes tenían el deber de respetar la señal
de amistad que la tessera hospitalis significaba. Un criado buscaba la
otra mitad en el archivo pétreo de la casa, y si era encontrada la parte
coincidente, podía contar con la benevolencia del viejo amigo o de sus
deudos.
Nosotros vivimos en otros tiempos, y tenemos otros medios
más prácticos de identificación, pero «Jesucristo es el mismo, ayer,
hoy y por los siglos», y lo que explicó a las gentes de su siglo con
figuras y ejemplos prácticos de su época, lo dijo también a nosotros.
Observemos, pues, las principales enseñanzas de este curioso ejemplo.
2. Las condiciones del receptor
La piedrecita blanca no se daba a cualquiera, sino a la
persona que se hacía acreedora a este privilegio y con la que se quería
establecer una íntima amistad. En el caso espiritual, el Señor dice: Al
que venciere, le daré una piedrecita blanca.»
Muchas veces nos es presentado el Evangelio como un don
gratuito de Dios, libre, de pura gracia, y otras, quizás, a renglón
seguido, se habla de ello como una recompensa o resultado de gran
esfuerzo. Por ejemplo, en el cap. 21:6 y 7 de Apocalipsis. ¿Cómo aunar
las declaraciones de ambos textos?
Tenemos una ilustración en el caso de David y el pozo de
Belén en el cap. 11:16-19 de 1.a Crónicas. El agua era ciertamente
gratuita, brotaba generosamente dentro del pozo y estaba al alcance de
cualquiera, pero lo difícil, en aquel caso, era llegar hasta allí. Se
necesitaba ser un valiente, un héroe en tales circunstancias. Muchas
veces, a través de los siglos, se ha cumplido el dicho del Señor: «En el
Reino de los cielos se hace fuerza, y los valientes lo arrebatan.» En
nuestra nación nuestros antepasados necesitaron ser valientes para
acercarse a la fuente. (Véase «Cosecha española», un nuevo libro de los
orígenes de la obra evangélica en Galicia, España). Incluso en los
países políticamente libres, es difícil hoy día ser cristiano, sobre
todo vivir en cristiano.... Hay que pelear cada día con amigos
bienintencionados que tratan de distraernos y apartarnos del camino
estrecho, o con el propio corazón, el yo complaciente y egoísta de cada
uno. Hay miles de pequeñas y grandes victorias que ganar. Pero
ciertamente vale la pena ganarlas. Observad los privilegios de la
significativa figura.
3. El nombre nuevo del Dador
En el capítulo 19:13 de este misterio libro de «La
Revelación», Jesús se aparece a Juan con su nombre antiguo; el que
presintió Filón y Juan enfatiza en el primer capítulo de su evangelio,
«El Verbo de Dios». Esto es, la manifestación visible de la divinidad
invisible (Juan 1:18).
Hay una misteriosa frase bíblica en Miqueas 5:2 que nos
abre un insondable horizonte respecto a este nombre y a la persona de
Cristo antes de su encarnación. Después de anunciar su nacimiento en
Belén de Judea, dice el profeta: «Cuyas salidas son desde la eternidad,
desde los días de los siglos» (los días del Olam, según el original
hebreo). ¿Qué significan tales «salidas» del niño que había de nacer en
Belén?
La interpretación teológica tradicional de este pasaje
era aplicándolo a las teofanías o revelaciones del Omnipotente a Adán,
Abraham, Jacob, Moisés, etc.; pero me parece desproporcionado el
lenguaje de Miqueas para referirse tan sólo a estos tres o cuatro casos
bíblicos. ¿Por qué no pensar en un desdoblamiento, quizá múltiple, del
Verbo Divino en un ser visible para revelarse (como Teofanía,
naturalmente), a otras razas del Universo representadas en los dichos de
Jesús por los noventa y nueve justos que no necesitan arrepentimiento?
En tales «salidas» actuó como Verbo de Dios, revelador del Ser invisible
(Juan 1:18). Pero la salida del Verbo divino a este minúsculo, pero
hermoso «planeta azul» del sistema solar, que celebraron los ángeles en
la noche le Navidad, es una manifestación totalmente diferente. No una
teofanía, sino una encarnación, una real y positiva identificación del
Verbo con una raza caída para restaurarla, para redimirla, para salvarla
de la ruina del pecado y elevarla a altísimos destinos, y ello da lugar
a un nuevo nombre para el divino Verbo. ¿Cuál? El glorioso nombre de
Salvador (Filipenses 2:9).
Este nombre nuevo, honorable, glorioso, de nuestro
Redentor, ha de estar grabado sobre la piedrecita blanca que nos
representa, es decir, sobre nuestro corazón. ¿Lo está? ¿Podemos decir
como la bendita virgen, «Mi espíritu se alegró en Dios mi Salvador»?
Y nuestro nombre debe de estar allá arriba, en la otra
parte de la emblemática «piedrecita blanca». «Gózaos de que vuestros
nombres están escritos en el Libro de la Vida», dijo Jesús. ¿Está
nuestro nombre allí?
4. El secreto del nuevo nombre
«Un nombre nuevo.... que nadie puede entender sino aquel me lo posee», sigue diciendo nuestro texto.
El nombre grabado con el estilete en la tessera
hospitalis no significaba nada, nada decía a un extraño, pero para su
dueño significaba gratos recuerdos y esperanzas halagüeñas de favores
disfrutados y prometidos. Así es con los cristianos. El mundo no nos
conoce porque no le conoce a El» Para Juan, el nombre de Jesús
significaba todo, era un apóstol del Señor con un porvenir eterno
gloriosísimo. Para el soldado, o soldados, que le guardaban en Patmos,
Juan era un pobre viejo que había caído en desagrado de las autoridades
romanas; pero él conocía las promesas de Cristo y podía expresarlas con
el elocuente lenguaje de 1.a Juan 3:1-3. Esta es la maravillosa
seguridad de cada cristiano. (Véase anécdota El colportor Félix Vacas y
el general Aguilera.)
5. La adaptación de las dos partes
La piedrecita blanca, que es una figura de nosotros
mismos, se adaptaba a su otra mitad, porque era rota, no aserrada. ¿Y
nosotros nos adaptamos al Señor Jesús? ¿Tenemos una identidad moral con
El que nos haga aptos para el cielo, es decir, para convivir en su
gloriosa compañía, y la de santos ángeles por los siglos eternos? ¿Nos
hemos adaptado a su carácter? ¿Nos parecemos a El? (Véase anécdota Vive
cerca de mi casa.) ¿Se adapta de tal modo nuestro carácter al de Cristo
que podríamos ser así confundidos con El? Todo el mundo quiere ir al
cielo, pero pocos se esfuerzan en adaptarse para el cielo.
Afortunadamente, el Evangelio que predicamos tiene este poder
transformador innegable, reconocido aún por sus enemigos. (Los salvajes
de la Tierra de Fuego y otros ejemplos de la Enciclopedia de Anécdotas,
págs. 183-194, sección VIII; Vida cristiana: Transformación por la
conversión.) El discipulado cristiano es una adaptación de nuestro
carácter al de Aquel a quien lo debemos todo (2.a Corintios 3:18).
También esto requiere una lucha.
6. Los privilegios del celestial secreto
Dios tiene siempre altos e insondables motivos para todos
sus actos, porque su mente infinita abarca el pasado, el presente y el
porvenir. ¿Quién hubiera dicho, cuando empezó a crear la materia prima
del mundo lo que en este ínfimo pero bello planeta tenía que
desarrollarse? ¿Y quién podrá decir, cuando Dios llama a un cristiano,
quizás una simple humilde piedra espiritual de su iglesia, los
propósitos que tiene para aquel ser individual en los insondables siglos
de a eternidad? Las parábolas de las minas y de los talentos nos dan
alguna leve visión de ello, pero todos comprendemos que será algo más
grande y glorioso de lo que desde aquí podemos imaginarnos. ¿Estaremos
preparados para ocular el lugar que tiene dispuesto para nosotros?
Aparte de tales parábolas, hay frases del Salvador que
nos dan mucho que pensar, como la de Lucas 16:10-11): «Lo joco», en este
significativo pasaje, es lo deleznable, lo pasajero; «lo mucho», es lo
definitivo, lo eterno. Sin embargo, esta es la hora de la prueba, para
convertir «lo poco» «en mucho», la que nunca más pasaremos por
circunstancias de vida semejantes a las presentes. (Véase anécdota Cosas
que no podremos hacer en el cielo.)
Por esto somos amonestados por el mismo Señor,
refiriéndose al tiempo de su segunda venida, con las palabras: «Orad,
velando en todo tiempo, para que seáis tenidos por dignos de evitar las
cosas que han de venir y estar de pie ante el Hijo del Hombre» (Lucas
21:36). Esto significa que podamos decirle como Pedro: «Señor, tú sabes
todas las cosas»...., sabes que te amé, que no negué tu nombre; a pesar
de todas mis debilidades y flaquezas, tú sabes que he tenido un corazón
sincero para ti. Haz de mí lo que quieras y como quieras para servirte
ahora, como traté de hacerlo, a pesar de todo y contra todo, en mi
tiempo de prueba sobre la tierra. Amén.
ANÉCDOTAS
EL COLPORTOR FÉLIX VACAS Y EL GENERAL AGUILERA
En tiempos del rey Alfonso XIII de España se hizo popular en las guerras de África el nombre del general Aguilera.
Cierto
día, un hombre bajito, bizco, y humildemente vestido, se hallaba a la
puerta de un cuartel en Ciudad Real tratando de vender ejemplares de la
Sagrada Escritura a los soldados que descansaban, tomando el sol,
durante el periodo de guardia. Era el bien conocido colportor Félix
Vacas, el hombre que llevaba en su cuerpo las marcas de Cristo, por
algunas palizas que había recibido de parte de fanáticos enemigos del
cristianismo evangélico. De repente, el valiente colportor se halló sin
auditorio por haberse dado la voz de "a formar". Pocos instantes después
bajaba de un lujoso automóvil un caballero vestido de paisano, quien
viendo al colportor recoger apresuradamente su mercancía, se acercó a
interrogarle. El humilde servidor de Dios continuó su trabajo,
murmurando alguna excusa; ante el temor del sargento y, sobre todo, del
oficial de guardia que, firmes en sus puestos barruntaban verse
atrapados en algún compromiso, según fuera el carácter de los libros.
Como el colportor se apresurara a terminar su faena con la cabeza
inclinada, el caballero le gritó:
—¡Míreme a la cara, hombre, y póngase firme! ¿No sabe usted con quién está hablando?
—No, señor —respondió el aludido.
—Con el general Aguilera.
—Perdone usted, general, no le había reconocido vestido así de paisano.
De
repente, le acudió al colportor una de esas ideas chispeantes, propias
de su carácter andaluz y de su firme fe cristiana. Levantando la cabeza y
estirándose sobre la punta de los pies, exclamó:
—Y usted, mi general, ¿sabe con quién está hablando?
Los ojos de los oficiales chispeaban de enojo y los de la tropa de hilarante curiosidad, cuando oyeron al pobre buhonero decir:
—Con el
hijo de un Rey, señor general, con un hijo de Dios. Vea cómo lo dice
aquí —y abriendo rápidamente un Nuevo Testamento mostróle Juan 1:12,
iniciando una plática evangelizante que el general escuchó benévolamente
por unos momentos, y sonriendo entró en el cuartel.
VIVE CERCA DE MI CASA
Cierta
niña china entró en una sala de escuela dominical mientras la
instructora estaba describiendo la persona del Señor Jesucristo,
ponderando sus virtudes, su amabilidad, su amor a los niños, a los
desvalidos y a los enfermos. Mientras la profesora estaba hablando vio a
la niña que con el dedito en alto mostraba, inquieta, deseos de hablar.
La instructora interrumpió su disertación y dirigiéndose a la recién
llegada la invitó a hablar. Ante el asombro de todos, la niña dijo:
—Este señor de quien usted está hablando, le conozco. Vive cerca de mi casa.
Muchos
niños no pudieron contener su risa, sabiendo que la maestra estaba
hablándoles del Señor Jesús que está en el Cielo. Pero la niña, sin
inmutarse, continuó refiriendo lo que ella había visto de un misionero
que vivía a poca distancia de su casa.
EL OFICIAL DE LA REINA VICTORIA
En
relación con el anterior mensaje, recuerdo el incidente de un oficial
que dijo a la reina Victoria, en una recepción que tuvo lugar en el
palacio real de Su Majestad Británica, que estaba ansioso de que se
declarara alguna guerra en la cual pudiera mostrar su amor y lealtad a
su soberana y a la patria. Al leer esta anécdota me he preguntado si
algún día en la eternidad, llevados por nuestra lealtad y creciente
admiración por nuestro adorado Redentor, no nos diremos' "¡Quién pudiera
vivir de nuevo en un mundo de pecadores para poder hacer, por amor a
nuestro Rey, cosas difíciles, cosas heroicas y abnegadas, las cuales hoy
descuidamos!"
COSAS QUE NO PODREMOS HACER EN EL CIELO
Me
impresionó cuando era joven, y lo he referido sucintamente muchas veces a
vía de ilustración, un sermón que oí en Nimes del predicador ciego Mr.
Jalaguier, sobre este tema.
El predicador mencionó tres cosas que no podremos hacer en el cielo:
1.a Predicar salvación a pecadores perdidos, pues no los habrá en aquel bendito lugar.
2.a Dar de lo nuestro a Dios, pues viviremos en santa comunidad celestial donde no habrá tuyo y mío.
3.a
Enfatizaba la tercera cosa como la más fácil, la más a mano para todos,
pero la más difícil. Algo que todos podemos hacer aquí, pero que no
habrá oportunidad alguna de practicar allá: amar y perdonar a nuestros
ofensores, porque todos allí seremos perfectos.
Estas
tres cosas debemos esforzarnos en realizar aquí, ya que nunca más
tendremos oportunidad de ponerlas en práctica. Es aquí donde tenemos
ocasión de mostrar al Señor el valor y eficacia de nuestra fe, en
circunstancias que no volverán a producirse en los siglos de la
eternidad.
***
SERMÓN XXIX
LA PARÁBOLA DEL ARADO
(Lucas 10:17-24; Mateo 11:25-30)
1. El motivo de la gran invitación
La conocida frase de Jesús, «Venid a Mí todos los que
estáis trabajados y cargados, que yo os haré descansar», tiene un
precioso marco. Parece que fue pronunciada yendo de camino, a juzgar por
el primer versículo del próximo capítulo. Comparando este pasaje con su
paralelo de Lucas 10, podemos percatarnos del interesante momento
psicológico que dio lugar a la «gran invitación». Era aquel día en que
habían regresado los 70 con gozo declarando que habían hecho milagros, y
el evangelista nos dice que Jesús se alegró en espíritu y les dijo: «No
os gocéis de esto, sino de que vuestros nombres están escritos allá
arriba. Venían llenos de entusiasmo por lo poco que habían visto del
poder de Dios realizando milagros; pero Jesús, que veía más allá, se
sentía más gozoso que ellos. Cuando el niño a quien su padre ha
destinado para ser ingeniero bate palmas por haberle salido bien una
cuenta de sumar, el padre pensará: «¡Bendita inocencia! ¡Si supieras los
cálculos algebraicos con los cuales resolverás algún día grandes
problemas técnicos!»
Por esto, al echar una mirada al profundo misterio de su
encarnación y verse a sí mismo como el puente entre el Todopoderoso
autor del Universo y sus humildes discípulos, se siente movido a
exclamar: «¡Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra que has
escondido estas cosas a los sabios y entendidos y lo has revelado a los
pequeños.» Dicho en otras palabras, entre este pobre mundo de seres
mortales, pequeños e ignorantes, y el Ser infinito, hay un abismo
insondable; no podéis conocer el misterio de Dios; tampoco podéis
conocerme a Mí en mi carácter divino; sólo veis el lado humano de mi
persona; solamente el Padre me conoce, El sí me ve en mi verdadero
carácter de Dios-Hombre.... Pero aunque vosotros no podéis conocer a
Dios, y a mí me conocéis imperfectamente, yo soy como el puente, el lazo
de unión entre vuestra fe y la Divinidad insondable. Y aquello que los
sabios y filósofos no pueden alcanzar con sus más complicadas y sutiles
disquisiciones, yo lo puedo revelar y lo revelaré a los humildes, a los
sencillos, a los que por Mí se acerquen a Dios. Y lo que para los sabios
es un misterio impenetrable, será una realidad sencilla y evidente para
los pobres en espíritu que no me desdeñan.
Por consiguiente, lo natural, lo lógico, lo prudente, es
que esta humanidad ignorante, necesitada, incapaz de penetrar en los
misterios del ser, aterrorizada y afligida por la incógnita de la
muerte, acuda a Mí, venga a Mí, no tiene otro camino ni otro medio de
conocer a Dios.... Y entonces exclama aquellas palabras que nadie se
habría atrevido a pronunciar, que serían locura en cualquier boca
humana: Venid a Mí todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os
haré descansar.» Es como decir:
Venid a Mí, huyendo de vuestra miseria y flaqueza, y hallaréis ayuda y fortaleza.
Uníos a Mí, hacedme el compañero de vuestra vida, y hallaréis descanso y felicidad.
Aprended de Mí, o sea, imitadme, y llegaréis a ser tan
santos, tan perfectos, que nada os inmutará ni os perturbará; hallaréis
una fuente de paz y satisfacción interior: el reposo permanente.
Podríamos llamar a estos tres aspectos de la invitación
el Salvador: descanso, trabajo y habilidad. Tres dones o privilegios
paradójicos.
2. E1 descanso que Jesús da
Se ha llamado con razón a este mundo un mundo de fatigas;
del cuerpo y del alma. La fatiga del cuerpo no es la peor cuando el
alma está descansada, es decir, reposada y tranquila.
Nos dice la ciencia que llevamos a cuestas de 1.200 a
1.800 kilos por metro cuadrado, que es el peso de la atmósfera según la
altura en que nos hallemos. Para un ángel este planeta es como un mundo
de galeotes aprisionados a las leyes físicas. No podemos sino
levantarnos a unos pocos metros, a menos de utilizar potentes y ruidosos
motores; pero es mucho peor el peso de nuestra carga moral. Cada hombre
y mujer lleva sobre sí, quien más quien menos, una terrible carga de
pecado, de errores y equivocaciones. ¿Quién no tiene que decir ¡si lo
hubiera sabido!, ¡si lo hubiera pensado? ¿Podía haberlo hecho mejor? Y
mirando bien al fondo de nuestras equivocaciones siempre encontramos una
raíz de pecado; un egoísmo, un rencor, un sentimiento carnal. Pero ya
está hecho y tenemos que marchar con nuestras cargas. (Véase anécdota
Las mujeres de Zululandia.)
Pero Cristo ha venido a quitar la carga del pecado (Juan
1:29; Lucas 24:46-47). Cuando se quita el pecado se alivian muchas
cargas. (Ejemplos del borracho, el jugador, el licencioso.) Para todos,
Jesús tiene el remedio, perdón y vida nueva. (Véase anécdota El trapero
de Tortosa.) ¡Qué bien lo expresó el poeta cristiano, autor del conocido
himno que dice:
A Cristo mis pecados
Declino por entero;
Pues El es el Cordero
Sin mácula de Dios.
Tomándolos por suyos.
De todos El se encarga,
Y de la horrible carga
Liberta al pecador.
3. El compañerismo que ofrece
Pero Jesús no sólo quiere ser un Salvador, sino un
compañero. Sería poco que nos quitara la carga del pecado y nos dejara
solos, andar por nuestros caminos otra vez a nuestro antojo, haciendo la
voluntad de la carne. Esto sería la ruina de nuestra vida espiritual;
nuestro empobrecimiento en el Cielo, si no la pérdida de su misma
salvación. Sin embargo, esto es lo que quisieran algunos, que les
perdonara tres o cuatro veces en la vida, cuando se hallan, demasiado
cargados, y.... por supuesto a la hora de la muerte.
Pero éste no es el plan del Salvador; por esto se da en
este texto la gran paradoja, que a renglón seguido de la promesa de
descanso viene la invitación a tomar su yugo. Son las paradojas del
Salvador. ¡Descanso llevando un yugo! Observamos que:
1) El yugo une. Ata la voluntad de una bestia a la otra, haciéndolas ir juntas.
2) Es un instrumento de restricción al par que de
auxilio. Es un principio universal que toda fuerza, para ser útil, tiene
que ser restringida. El alambre de cobre es un yugo para los electrones
que corren a lo largo del mismo. Las vías del tren lo son para el
convoy, obligándolo a ir en la dirección precisa. El volante de
dirección del automóvil, obligando las ruedas delanteras, son un yugo
para el veloz y potente motor; y no digamos nada de los frenos, que
hacen gemir las ruedas en el momento que la velocidad es más atractiva,
nada en la tierra es útil hasta que es restringido y reducido a obedecer
y servir a alguna voluntad inteligente: Las fuerzas de la Naturaleza,
la voluntad de Dios mediante aquello que llamamos leyes naturales; las
fuerzas creadas por el hombre, por los mecanismos que las controlan.
Así es en el mundo moral: el descanso, la paz y el
bienestar no se encuentran sino en la restricción de nuestra libertad en
favor de la Verdad y del Bien; en otros términos, en favor de la
voluntad de Dios revelada.
El hijo pródigo no halló descanso hasta que sometió de
nuevo aquella libertad que tanto le ilusionaba, a la voluntad el padre.
Nunca podemos tener paz con nosotros mismos hasta que la hallamos
sometiéndonos a las restricciones de Dios, aceptando el yugo de Cristo.
Se ha dicho que el yugo de Cristo tiene tres anillos. Uno para el pensar, otro para el hablar y otro para el hacer, o proceder.
a) Unidos a Cristo en el pensar. A muchos les
gusta llamarse librepensadores, y la palabra es buena cuando expresa la
virilidad de romper las trabas intelectuales forjadas por los
hombres.... La humanidad no podía avanzar cuando el pensamiento humano
se hallaba atado a las argollas de la Santa Inquisición, y hombres como
Galileo tenían que someter las evidencias de la ciencia a los señores
inquisidores. Está bien que la humanidad rompa estos yugos y declare
libre la enseñanza y la investigación.
Pero, ¡cuidado, hombres, cuidado!, que hay esferas en las
que el pensamiento humano se pierde. Si rompemos el yugo de las
enseñanzas de Cristo quedaremos desorientados. Si Cristo dijo que hay
castigo para el pecado más allá de la muerte, que hay resurrección,
digamos: «No lo entiendo, no sé cómo puede ser, pero Cristo lo dijo y
tengo que aceptarlo.» Nadie puede detener la imaginación, pero se ha
llamado a la imaginación la loca de la casa.... Debemos recordar a esta
loca que aunque le damos un poco de cuerda para que nos ayude a
descubrir cosas en este maravilloso mundo de Dios, no se la damos para
que nos lleve en dirección opuesta a Cristo.
b) Unidos a Cristo para el hablar. Jesús pone
corcel a la boca con aquella solemne sentencia: «De toda palabra ociosa
que los hombres dijeren de ella darán cuenta en el día del juicio»
(Mateo 12:36). Es una de aquellas frases de Jesús que nos es difícil
comprender o aceptar. Pero debemos decir: El lo sabe mejor.
Jesús pone freno a las palabras cuando dice: «Sea vuestro
hablar sí, sí, no, no. Condenando la mentira. Los hombres muy sabios y
muy santos miden el alcance de sus palabras, recordando que «en las
muchas palabras no falta pecado» (Proverbios 10-19).
c) Unidos a Cristo en el obrar. Pablo decía: «Y
todo lo que hacéis, hacedlo todo a la gloria de Dios....» «Vivo no ya
yo, más Cristo vive en mí.» (Véase anécdota El convertido de Barragana.)
No debemos empeñarnos en hacer obrar a Cristo las cosas que El no
quisiera, ya que somos instrumentos suyos y él vive por su Espíritu en
nosotros. No empeñarnos en llevarle donde El no quisiera ir.
Nuestro tiempo es suyo. No deberíamos intentar leer un
libro sin poder decir al Señor: «Vamos a ver si encontramos algo bueno
en este volumen, algo que a mí me sea útil, que te complazca a ti.»
Nuestro dinero también es suyo. Debemos decirle como
Jacob: «Si gano, Señor; si me bendices, ganaremos los dos» Estamos
unidos a Cristo en todas nuestras actividades; y le corresponde su
parte. No podemos estafársela.
3) El yugo es un gran auxiliar para la carga.
(Véase anécdota Para no volver a ser pobre.) No es comparable lo que
pesa con la ayuda que da. En el terreno espiritual podemos decir que
vale la pena andar estrechamente unidos con Cristo por el gran auxilio
que en El hallamos en la vida (ejemplo del padre que lleva la mayor
parte de la carga, permitiendo a su hijito poner la mano sobre la
cesta). Cuando andamos cerca de Cristo cargas terribles resultan
ligeras. (Véase anécdota La enferma crónica de Nimes.) Feliz el
cristiano que puede decir:
A Cristo mis pesares,
Confío y mis dolores;
Mi llanto y sinsabores,
Mis dudas y temor.
A tales sufrimiento
Me ofrece lenitivo;
Y toma compasivo
Su parte en mi aflicción.
4) El yugo es un instrumento de cooperación. Es un
gran privilegio sentirse cooperador con Cristo. ¡Con qué satisfacción
decía Pablo: «Somos coadjutores de Cristo»! Estamos arando el campo del
mundo con nuestro testimonio. Cada predicador es un sembrador desde el
pulpito, pero poca cosecha habría si no fuera por el trabajo y
testimonio personal de cada creyente que rotura el campo virgen,
despertando el primer interés en los amigos.
Para ello debemos aprovechar cualquier oportunidad que se
nos abre. En cualquier esfera a la que se nos introduce. Debemos estar
alerta que sea un medio para dar testimonio de la luz espiritual que ha
puesto en nosotros, no un simple medio de glorificarnos a nosotros
mismos, olvidando que somos de Cristo y estamos unidos a El.
Sería un error no entrar por las puertas que El nos abre
por recelos sectarios o doctrinales; por un exceso de temor a lo que
decíamos antes, de no llevar a Jesús donde El no quisiera ir; pero que
seamos lo que somos en cualquier lugar. Pablo en el Areópago, no dijo:
No; esta cátedra ya ha sido ocupada por oradores epicúreos y estoicos,
sería rebajar la dignidad del Evangelio, me quedo en la plaza con los
pobres y los ignorantes. Al Areópago no voy porque Jesús ha escogido lo
vil del mundo y lo menospreciado. Esto dirían algunos predicadores
fanáticos de nuestro siglo, pero el secreto en muchos casos, no diré en
todos, es que estos predicadores tan escrupulosos no son capaces; no
tienen cultura ni habilidad para entrar en tales esferas, y entonces los
escrúpulos sectarios son una buena excusa para quedarse en casa, para
no escribir, para no hacer, para cultivar la indolencia y la pereza.
Pablo no era así. Pero observad que no predica ciencia o sociología en
el Areópago, sino un claro mensaje del Evangelio con el lenguaje de los
sabios.
El gran apóstol era bastante humilde para llevar a Cristo
a la plaza, a las sinagogas, al lado del río con las mujeres, pero si
un día se le abría la oportunidad de dar testimonio en el Paraninfo más
famoso del mundo allí va. ¡Y cómo habla, con qué diplomacia! No dice más
supersticiosos como la antigua versión de Valera, sino «extremadamente
religiosos», como claramente expresa la frase griega Deisida-mone
sterous urnas theoro. A los traductores de la Edad Media les pareció que
esta cortesía no correspondía a la condenación de la idolatría que hace
después; pero lo cortés no quita lo valiente. El resultado de este
proceder fue Dionisio, Dámaris y otros. Nunca olvidemos que somos
cooperadores con Cristo dondequiera que nos hallemos, con los altos o
con os bajos, con los grandes o con los humildes.... No nos
secularicemos con el fin de agradar y hacernos más populares, recordemos
que estamos unidos con Cristo y no podemos desprendernos de El. (Véase
anécdota Tuvo que cambiar de opinión.)
El yugo figura de la iglesia local. «Donde están dos o
tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ello», dijo
nuestro Señor. Por consiguiente, la actitud que asumimos con la iglesia
es evidencia de la que tenemos con Cristo (1.a Juan 4:20). Se necesita
un grado de piedad superior para tener una hora de comunión con Dios
solo. Por esto necesitas el yugo de la Iglesia que te une a tus hermanos
y al Señor.
4. La habilidad que nos proporciona
Hemos dicho que Cristo nos ofrece descanso, compañerismo y
habilidad. En otras palabras se nos presenta como Salvador, compañero y
maestro. Observemos brevemente este último punto. Después de haber
dicho: «Venid a Mí y os haré descansar», continúa: «Aprended de Mí y
hallaréis descanso.» ¿Es una repetición inútil? De ningún modo, indica
que no es sólo andando, o sea, siendo nominalmente cristianos, que
recibiremos sus beneficios y sus dones, sino aprendiendo de El. Un
acertado refrán dice: «Dime con quién andas te diré quién eres.» Si
andamos en la compañía de Jesús, ¿no debiéramos asemejar nuestro
carácter al de Cristo?
Notad dos cualidades superiores en esta frase: una de
actitud (manso) y otra de carácter (humilde de corazón). Alguien puede
ser manso en ciertos momentos; pero humilde de corazón indica
mansedumbre constante. La mansedumbre o es falta de energía. Jesús era
muy enérgico, como lo demostró con los mercaderes del templo, pero no
había en u corazón rencor ni odio, ni siquiera para aquellos a quienes
fustigaba. Lo demuestra en su oración en la cruz. Allí se aliaban los
escribas y fariseos. Cuando no hay rencor, uno puede soportar las malas
interpretaciones, los insultos y las ofensas sin alterarse, pero la
mansedumbre debe tener como asiento la humildad de corazón. Hay personas
que por su cultura no se alteran, pero tampoco son capaces de
humillarse, no perdonan, no piensan que pueden haberse equivocado. Su
mansedumbre es humildad aparente; una lección aprendida en la escuela de
la etiqueta. Esto es orgullo entronizado y barnizado con una capa de
humildad.
Por esto Jesús insiste: Si tenéis que andar a mi lado
como discípulos míos, aprended de Mí, que soy manso y humilde de
corazón; es decir, humilde, en el fondo, hasta el punto de saber vencer
el mal con el bien.
Hacer esto cuesta, se necesita verdadera habilidad y vivir muy cerca del Maestro.
Pero aprender es intentar. Prueba de imitar a Cristo una
vez y otra. Si la primera vez no eres capaz, o lo haces mal, repítelo en
la próxima oportunidad; no te desanimes. Dile «yo quiero aprender de
ti, estoy unido a ti por la fe...., marcho contigo, ayúdame a hacer las
cosas como Tú las harías, quiero marchar a tu paso....
Haciéndolo así, no solamente tendrás gran descanso en tu
alma, sino que al fin se cumplirá la preciosa promesa: «Si alguno me
sirve, sígame, y allí donde yo estuviere, allí estará también mi
servidor. Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará.»
ANÉCDOTAS
LAS MUJERES DE ZULULANDIA
Ciertos
pasajeros se extrañaron al observar que las mujeres de Zululandia iban
por agua y hasta a labrar sus campos llevando un gran bulto atado a sus
espaldas. Al preguntarles la razón de ello dijeron que en el bulto
llevaban los utensilios de cocina y cosas más preciosas de su hogar,
pues el hábito del robo es tan general en el país, que no había
seguridad alguna en dejarlos en sus humildes cabanas. Todas ellas tenían
que hacer el mismo sacrificio por la falta de confianza de unas a
otras. ¡Qué insensatez!, decimos. Pero ¿qué diremos de las naciones que
sostienen pesadísimas cargas financieras en armamentos por no fiarse
unas de otras? ¡Ciertamente el pecado hace la vida penosa a la humanidad
entera! Y el adelanto moderno no ha hecho a los hombres más sabios de
corazón que los salvajes zulús...!
EL TRAPERO DE TORTOSA
Visitando
la iglesia de Villanueva y Geltrú tuve ocasión de saludar i un creyente
que me dijo tener solamente dos años de convertido. Al preguntarle cómo
conoció a Cristo me explicó que siendo trapero en Tortosa encontró en
una partida de papel viejo dos libros evangélicos, los cuales recogió y
leyó con avidez, despertando su curiosidad por las doctrinas que había
leído. Por años no tuvo ningún otro con-.acto con evangélicos.
La
capilla de Villanueva está situada en lugar donde había al lado mismo,
por mucho tiempo, una casa de prostitución, a la que el hombre
concurrió. Desde allí oyó los cánticos de la iglesia y preguntó qué era
aquello. Al decirle que se trataba de un culto evangélico, recordando
las cosas que había leído en los viejos libros, se dirigió
inmediatamente a la capilla, constatando que, efectivamente allí se
anunciaba la misma doctrina que tanto había llamado su atención años
atrás. Cuando salió se dijo a sí mismo.
—Aquí está la felicidad y la certeza que durante años he venido Buscando.
"Continué
asistiendo —me dijo— hasta que encontré a Cristo y ahora bendigo a Dios
que quiso encaminarme por torcidas veredas al camino recto de
Jesucristo.
PARA NO VOLVER A SER POBRE
Carlos
Pache fue un joven arruinado sin empleo y sin un centavo. Un día se
detuvo en la calle para escuchar un culto del Ejército de Salvación.
Cuando pasó la bandeja de las ofrendas dijo a la joven oficial que le
invitaba a ofrendar, que no tenía ni un centavo. Entonces ella, sacó un
dólar de su propio bolsillo y le dijo:
—Tome
esto, pero cámbielo inmediatamente y ponga 10 centavos en la bandeja de
las ofrendas, y de aquí en adelante cuide de dar siempre a Dios la
décima parte de todo lo que El ponga en su mano, guarde esto como regla
sagrada toda su vida, y nunca volverá a ser un hombre arruinado.
A los
pocos días el joven encontró un empleo y recordando el consejo de la
muchacha, empezó a dar el diezmo. Algún tiempo después entró a tener
parte en el negocio. Poco a poco se hizo millonario y su nombre es
conocido en Inglaterra como el del filántropo que dio a Dios mucho más
que el diezmo, edificando hospitales y ayudando en muchas formas a
llevar adelante la obra de Dios.
LA ENFERMA CRÓNICA DE NIMES
Es uno
de los recuerdos de mi más temprana juventud, hace 50 años, el cual he
presentado muchas veces como ilustración. La persona más feliz que he
conocido en mi vida fue en Nimes, cuando iba a recibir instrucciones del
doctor Rubén Dubarry, ex discípulo de Spurgeon, sobre mis estudios para
el ministerio cristiano.
En cada
viaje, me invitaban a visitar a la señorita Soussine y no tenían que
rogármelo. Era ésta una joven de unos 35 años que padecía de asma, y
durante años no pudo levantarse de la cama. Incluso por las noches tenía
que dormir en posición de sentada, apoyada sobre almohadones. Sin
embargo, su rostro estaba adornado por una celestial sonrisa. Si le
hablábamos de sus dolencias pronto cambiaba de tema, dirigiéndolo a las
cosas espirituales. Siempre tenía palabras del Señor en sus labios y
escuchaba con tanto interés y gozo todo lo que tenía referencia a la
piedad y a la obra de Dios, que salíamos siempre de aquella habitación
de enferma con la impresión de haber estado en la compañía de un ser del
mundo superior.
TUVO QUE CAMBIAR DE OPINIÓN
Durante
una serie de cultos especiales que celebramos en Barcelona para los
judíos, se interesó y asistió con cierta frecuencia un comerciante judío
quien me escribió invitándome a acudir a su comercio para hablar
conmigo. Cuál sería mi desilusión cuando me dijo:
—Son muy
interesantes las conferencias que usted está dando sobre el pueblo
judío, su historia, sus persecuciones y el actual levantamiento de
Israel; pero quisiera darle un consejo. Usted sacará de los judíos todo
lo que quiera, pues hay algunos inmensamente ricos y generosos —y empezó
a contarme detalles de su generosidad para con la sinagoga y sus
instituciones—, pero por lo mucho que aprecio sus conferencias, quisiera
darle un consejo: que deje usted de mencionar a Cristo. Esta es la
condición esencial para ser apreciado por nuestra gente.
—Usted
no ha comprendido el objeto de nuestras conferencias —le dije—. No deje
usted de asistir a las dos últimas que faltan y lo comprenderá.
El hombre asistió efectivamente, y al final de ellas me dijo:
—Ahora
veo por qué no puede usted dejar de mencionar a Cristo. Si es verdad
todo lo que dice, hay grandes motivos para hablar de El y ponerle en el
primer lugar en sus mensajes.
1 Hemos
incluido este sermón sobre el mismo texto que el sermón XXIII para
mostrar a los estudiantes de Homilética, como pueden formularse sobre un
mismo texto dos sermones enteramente diferentes.
Obsérvese,
empero que el sermón XXIII es textual-temático, porque analiza un solo
texto, el 28, y lo hace desde un solo punto de vista el del descanso que
Jesús da. Todo gira alrededor del tema: "Descanso", mientras que el
presente es textual-expositivo. Textual, porque comenta el texto
evangélico, frase por frase, y expositivo porque lo hace, no sobre un
solo versículo, sino sobre tres: del 28 al 30. No obstante el estudiante
debe fijarse en la relación que se puede establecer entre los tres
textos, considerados a la luz de la figura del yugo, que constituye el
tema de este sermón.
***
SERMÓN XXX
JOSÉ, FIGURA DE CRISTO
(Salmo 105 1 al 23)
La historia de José es, sin duda, la narración histórica
más amplia y admirable del Antiguo Testamento. El Espíritu Santo trajo
los acontecimientos para el bien de José y de su pueblo, pero el mismo
pudo hacer de modo que fuera un tipo del futuro Mesías. Es admirable
esta semejanza, sabiendo que ocurrió casi dos mil años antes. Ello puede
ser considerado una prueba tanto de la inspiración de la Biblia como de
la divinidad de Cristo. Observemos catorce semejanzas entre este
personaje histórico de la edad patriarcal y nuestro Señor Jesucristo.
1. Amado de su Padre
Véase Génesis 37:3-8. Así también Cristo. Dios tiene
millones de millones de hijos por creación, pero ninguno es la imagen
perfecta de Dios como lo es el Verbo (Colosenses 1:15). Los ángeles son
puros y santos, pero Cristo es divino.
2. Fue a buscar a los hermanos perdidos
Léase Génesis 37:15. Así Cristo vino en busca de los que
el misericordiosamente llama hermanos (Hebreos 10:7 y Lucas 9:10).
¡Cuánto amor rebosa de estos pasajes!
3Fue aborrecido de sus hermanos
Aquellos por cuyo bien sufría, le odiaron hasta matarle
Génesis 37:4 y 5. Compárese con Juan 1:12 y 15:25). ¡Cuánta ingratitud!
Puede ilustrarse con «El error del cazador alpino.)
4. Odiados por anunciar su grandeza futura
Era la pura verdad, que un día tuvo que ser reconocida
(Génesis 35:9), pero prevaleció la incredulidad por parte de los que les
veían en su estado humilde (Mateo 26:64).
5. Ambos fueron vendidos
(Compárese Génesis 37:23-28 con Mateo 26:15). ¿Para qué
en el caso de Cristo? Parece una insensatez de parte de sus enemigos,
pues podían prenderle fácilmente sin tal recurso. Jesús mismo se lo
reprocha. Hay dos razones: Una humana y astuta: «Para que no se haga
alboroto en el pueblo»; y otra divina y confirmadora de la fe: «Para que
se cumpliera la Escritura.» Ciertamente estaba profetizado que debería
sufrir el dolor de la traición, era una parte de su tragedia moral.
¡Cuánto dolor moral sufriría José! ¡Por treinta piezas miserables, se
diría, cuando en casa hay millares! Compárese con el dolor de Jesús para
con Judas. ¿Do qué le ha de servir al desgraciado? Era la dolorosa
reacción del Salvador que le hace exclamar: «Más le valdría al tal
hombre no haber nacido.» ¿Será éste el doloroso sentir de Cristo acerca
de ti? Tendrá que condenarte, amándote incluso, si hoy rechazas su
salvación.
6. Ambos fueron tentados para poder compadecerse de los que son tentados
José, a los quince años, antes de ser vendido, ignoraba
lo que era la tentación y por ello podía juzgar muy severamente a sus
hermanos por las debilidades carnales, que extrañamente tenemos narradas
en Génesis 34 y 38. Pero pudo sentir la malicia de Satán y lo atractivo
del pecado, al pasar por la tentación, de la que salió triunfante. Así
Cristo, como Dios, conocía la teoría de las tentaciones humanas; pero
quiso pasarlas personalmente. Ahora es un Salvador apto para comprender y
perdonar a los arrepentidos.
7. Ambos fueron condenados injustamente y no se defendieron
¿Cómo es que José no se defendió de la vil calumnia?
¿Pensaba que sería inútil porque Potifar creería más a su adúltera
esposa que a un esclavo forastero?. Es posible, pero bastante raro, pues
el instinto de defensa está en el corazón, en la boca de todo acusado
injustamente. Lo más probable es que prefiriese sufrir antes que traer
desconcierto en el hogar y en el corazón de su señor que tan bien le
había tratado. Pero hay otra razón oculta: Sufrió callando porque debía
parecerse al Cordero de Dios, de quien era tipo. Cristo, prefirió sufrir
para evitarnos la desgracia del infierno. Es muy difícil sufrir
callando. Si alguien lo duda que haga la prueba, pero Cristo lo hizo por
nosotros. No quiso inspirar compasión a sus verdugos, ni trató de
infundirles temor para que le atormentaran menos, sino que prefirió
agotar la copa de maldición porque era necesario por amor de nosotros. (Véase anécdota La niña hugonote en el serón.) El amor la hizo aguantar.
8. Ambos fueron reconocidos justos por los ejecutores de su injusta sentencia.
José, por el carcelero; Cristo, por Pilato y el centurión.
9. Anunciaron mensajes de vida y de muerte a otros encarcelados durante el tiempo de su humillación.
Compárese la interpretación del sueño del copero y el
madero con Isaías 61:1. La profecía había llamado a la muerde Cristo
encarcelamiento (Isaías 53:8). Ciertamente, una existencia como la de
los seres humanos, con el fin inevitable de la muerte, había de parecer
un encarcelamiento a los celestiales, que veían a Cristo, el Verbo
Divino, en semejante condición.
10. Ambos fueron extraordinariamente exaltados.
Compárese Génesis 41:49-44 con Filipenses 2:8-11. El
premio de su humillación fue mayor gloria. La importancia de este mundo
en el Universo no es por ser la quinta estrella del sistema planetario
del sol, o la más adelantada del sistema en cuanto a desarrollo
geofísico y posibilidades para la vida, sino porque fue el escenario de
la encarnación y muerte redentora del Verbo unigénito de Dios. Nótese la
expresión del versículo 10: Arriba en la tierra y debajo de la tierra.
Los antiguos pensaban que el interior de la tierra era habitación de
espíritus de los fallecidos: pero nosotros sabemos que el Universo
estelar está por arriba y por debajo. La expresión Toda lengua confiese
que Jesucristo es el Señor es extraordinaria. Hoy todavía existen muchas
lenguas que no le reconocen ni le confiesan. ¿Lo reconoces tú? Es mucho
mejor reconocerlo ahora y confesarlo ahora, que tener que hacerlo
entonces por la fuerza.
11. Proveen a la necesidad de los suyos
Cristo quiso hacerse hermano nuestro según la carne
(Hebreos 2:10-13) para poder salvarnos, más que del hambre física, de la
condenación eterna. (Hebreos 2:14-15). Cristo nos ha salvado del hambre
espiritual que está padeciendo el mundo por su culpa, ya que no «con
sólo pan vivirá el hombre» (Lucas 4:4). Cristo nos trajo abundante
Palabra de Dios mediante la cual nuestra alma recibe vida.
12. Ambos perdonan generosamente a los culpables
¡Cuan emotivo es el relato de Génesis 45! ¿Y qué diremos
del Evangelio desde que Jesús empezó su ministerio con el mensaje de
Marcos 1:14-15?
13. Ambos prueban a sus hermanos, antes de ensalzarlos
Es muy sabio el procedimiento por más que nos duele. Lo
reconocemos en el caso de José porque podemos ver el plan terminado,
pero así será también con nosotros. Notemos los objetivos de la prueba:
a) Quiso hacerles sentir su pecado. Asegurarse de
que lo reconocían y estaban arrepentidos. ¿No es esto lo que hace hoy
nuestro Señor? (Véase Marcos 1:15; Lucas 13:5.) Dios no puede perdonar a
un corazón no arrepentido (Véase anécdota Cómo perdió el perdón.)
b) Quiso probar y desarrollar su amor al Padre por medio de pruebas muy ingeniosas.
Al pedirles a Benjamín y pretender retenerlo, cuando les oía murmurar
en su lengua: El pobre padre, ¿qué dirá? ¿Qué aflicción le causaremos?»
José se regocijaba. El discurso de Judá, con motivo de la copa hallada
en el costal de Benjamín, le dejó convencido y conmovido, por esto les
perdonó y ensalzó. Cristo nos prueba también. Cuando oye a las personas
decir: «Primero morir que ofender a Dios», ve que su victoria moral es
competa en tal alma; puede entonces glorificarla.
c) Quiso probar su codicia al devolverles el dinero.
«El amor al dinero es la raíz de todos los males.» Dios nos prueba
también para ver si somos buenos mayordomos. Quiere saber si le robamos o
le devolvemos con amor lo que nos da, y de derecho le pertenece
(Malaquías 3:9 y 10).
d) Finalmente les prueba en cuanto a su amor material.
En el banquete, aumentando la parte de Benjamín; luego poniendo la copa
en su costal. Aun después de haberse manifestado a ellos, teme en
cuanto a la medida de su fraternidad. «Ni riñáis por el camino», les
dice. Sabía quizá que esta era su costumbre cuando andaban juntos.
Cristo nos hace la misma recomendación en Juan 15:17, como hermanos
suyos, amados, que vamos al cielo, pues sabe que aun hay peligro de que
riñamos en el camino por innumerables fruslerías.
3. José trajo a sus hermanos al país de su gloria
Compárese con Juan 14:1-3 y 17:24. Para esto tuvieron que
decidirse a dejar su antigua tierra y emprender como peregrinos el
viaje a Egipto. Antes ya lo eran viviendo en tiendas, pero ahora sabían a
donde iban y lo que les esperaba, porque su precursor había pasado
delante en los días de su humillación y ahora era poderoso. ¿No es este
exactamente nuestro caso? ¡Gloria a Dios! Aunque el país de la muerte os
es desconocido, no lo es el Señor de la muerte. (Apocalipsis 1:18),
sino que es nuestro Amigo, nuestro Hermano y nuestro amante Salvador.
ANÉCDOTAS
LA NIÑA HUGONOTE EN EL SERÓN
Durante
la persecución de los hugonotes en Francia, cuando estaba prohibida la
emigración desde dicho país, una niña hugonote fue confiada a unos
parientes que tenían libertad para viajar, con el fin de que la llevaran
a Inglaterra. Con tal objeto, la niña fue metida dentro de un serón
como si se tratara de una mercancía vulgar. Al pasar el registro en la
frontera los soldados franceses, para evitarse el abrir todos los
bultos, los pincharon con sus espadas. Aterrorizados los portadores de
la comprometedora mercancía vieron cómo la espada se clavaba en el serón
que contenía la niña, temiendo, no solamente por la vida de la niña,
sino también que ésta les comprometiera con un grito. Cuando
apresuradamente se alejaron del lugar de la inspección y abrieron el
serón, pudieron ver que la niña había sido herida en el muslo,
penetrando la espada varios centímetros dentro de la carne.
—¿Cómo fue que no gritaste? —le dijeron.
—El amor me hizo aguantar —declaró la niña— El amor a vosotros, a mis padres y al Señor Jesús.
COMO PERDIÓ EL PERDÓN
Se
cuenta de cierto hombre que había sido condenado a muerte, a quien un
amigo influyente visitó personalmente en la cárcel, pues eran antiguos
conocidos, llevándole una carta de indulto, que pudo obtener del
gobernador de su Estado con grandes esfuerzos.
Sin embargo, deseando asegurarse de la disposición en que se hallaba el reo para merecer su generosa oferta, le preguntó:
—Si fueras indultado y te vieras libre, ¿qué harías? —El hombre, mirando a su amigo con una expresión de odio, exclamó:
—Lo primero que haría sería ir a asesinar al juez que me condenó y a Mr. X que declaró en mi contra en el juicio.
Apenado
el amigo por esta respuesta, habló poco más con él y al salir de la
cárcel rompió el indulto que llevaba en su bolsillo. El hombre se había
hecho a sí mismo indigno del perdón.
Así sucede con muchos pecadores endurecidos por el pecado.
ÍNDICE DE ASUNTOS Y TEXTUAL
DEL VOLUMEN I
I. NAVIDAD Y AÑO NUEVO
La gran noticia (Lucas 2:10-11)
Pobre siendo rico (2.a Corintios 8:9)
Cosas diarias (Salmo 88:9)
La vida es un viaje (Hebreos 11:1-19)
II. SEMANA SANTA Y PASCUA
Las siete palabras de Jesús (Lucas 23:34, etc.)
¿Qué, pues, haré de Jesús? (Mateo 27-22)
La resurrección del Señor (1.a Corintios 15:1-22)
El camino de la fe (Lucas 24:13-40)
III. MATRIMONIO
Felicidad en el matrimonio (Génesis 2:15-24)
Significado del amor (1.a Corintios 13:4-8)
La esposa de Isaac, figura de la Iglesia (Génesis 24:34-38; Efesios 5:22)
IV. RETIROS PASTORALES Y CONVENCIONES
El motor del ministerio cristiano (2.a Corintios 5:14)
La verdadera grandeza (Lucas 1:13-17)
Discípulos de Cristo (Lucas 14:26-35)
El señorío de Cristo (Juan 21)
V. VACACIONES
El reposo de los santos (Hebreos 3:12-14)
Aspiraciones cumplidas (Jeremías 29:11)
VI. FIESTA DE LA RAZA
El gran descubrimiento del apóstol Juan (Juan 3:1-4)
VII. MEMORIALES Y ENTIERROS
La victoria del cristiano (1.a Corintios 15:50-57)
El cántico triunfal del luchador (2.a Timoteo 4:6-8)
Los dos paraísos (Génesis 2:8-18 y Apocalipsis 21:1-22:6)
VIII. EVANGELIZACION
La existencia y valor del alma (Salmo 8:4)
La invitación sin igual (Mateo 11:28-30)
Cambio de filas (1.a Crónicas 12:16-18)
El buen pastor (Lucas 15:1-7)
Los cinco «sí» condicionales de Cristo (Juan 8:30-59)
Ciudades de refugio (Deuteronomio 19:1-10)
IX. DEVOCIONALES
Tarjeta de identidad celestial (Apocalipsis 2:17)
La parábola del arado (Mateo 11:25-30)
José, figura de Cristo (Salmo 105:1-23)