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biblias y miles de comentarios
7. COMO PREDICAR EL SERMON
El predicador se ha preparado y está listo para predicar a una congregación expectante. Mi recomendación es no anunciar que desde ahora en más sus sermones serán expositivos. Lo más probable es que no lo entiendan, y hasta crean que resultará aburrido. La experiencia demuestra que el público advertirá la diferencia por sí solo, sin necesidad de explicaciones de su parte. Le aconsejo que directamente comience a predicar.
La eficacia inmediata del sermón depende en gran manera de la forma en que se entrega. Asegúrese de que la gente escuche con atención, para que entonces capte el mensaje. Aunque éste es el último paso en la preparación, no por ello tiene menos importancia. ¿De qué vale al predicador comprender un pasaje estudiado exegéticamente y transformarlo en un mensaje, si luego falla la comunicación con los oyentes?
Consideremos algunas reglas sobre cómo presentar el mensaje expositivo o, como diría Spurgeon, “cómo servir el manjar en el plato de tal manera que la gente quiera comer con gusto y entusiasmo.”
A. SEA FIEL AL TEXTO BIBLICO.
Recuerde que está predicando un sermón expositivo y que por lo tanto el texto bíblico es su mensaje. Evite deambular de un lado a otro de la Biblia y ajústese al pasaje. Ya habrá ocasión de predicar sobre otras porciones bíblicas y otros temas. No se vaya por tangentes que carecen de importancia para el asunto central que quiere comunicar. Las otras cuestiones surgirán naturalmente al exponer otros pasajes de la Escritura.
Evite constantes exhortaciones negativas ya que crean respuestas negativas y ponen a la gente a la defensiva. Enfatice lo que somos como hijos de Dios, no lo que no somos. Haga resaltar lo que disfrutamos, no lo que despreciamos. El mundo en general y los creyentes en particular (éstos por la obra del Espíritu Santo) son conscientes de lo malo, pero muy pocos en verdad conocen aquello que es bueno, correcto, justo, agradable a Dios.2
Spurgeon llamaba al púlpito “el castillo de los cobardes” porque muchos predicadores lo utilizaban para vengarse de algún oyente o para atacar desde una posición alta. El púlpito debe reservarse para los propósitos de Dios, y no de los hombres. Una manera de evitar el peligro del mal uso del púlpito es amar a los oyentes y edificarlos positivamente. Sin embargo, en pasajes como Gá. 5:17–21, ciertas porciones de 1 Corintios, o incluso Judas, lo importante es declarar verdades que tal vez sean desagradables, pero al mismo tiempo mostrando cómo la obra de Cristo puede transformarnos.
C. USE TERMINOLOGIA E IMAGENES ACTUALES.
Sea dinámico y actual en su comunicación. Al expresarse, utilice términos comprensibles (1 Co. 14:9). El Señor Jesús usó un lenguaje que todo su público—compuesto en su mayoría por gente de pueblo—podía entender fácilmente.3
E. EVITE LA MONOTONIA.
Hay quienes objetan que la gente se aburre de los sermones. El Dr. Campbell Morgan afirma: “La indiferencia en el mundo es mayormente el resultado de la falta de pasión en el púlpito.” Cuando los hombres no escuchan la palabra de Dios, es porque falta pasión en el corazón de los que la predican. Cada vez que un predicador alega que el público no quiere oír exposición, en realidad es una condenación al predicador en sí, no a los sermones expositivos.
Spurgeon explicaba: “Esforzaos en presentar en vuestros sermones pensamientos tan interesantes como sea posible. Si veo a alguna persona volteándose en su asiento o cuchicheando, o cabeceando, o consultando su reloj, concluyo luego que estoy faltando a mi deber, y me esfuerzo en el acto de ganar su atención … cuando me pasa, tengo la costumbre de culparme a mí mismo, y de confesar que no merezco la atención de mis oyentes si no sé cómo cambiarla.”
Según Spurgeon, la lección que uno debe aprender de su falta de éxito no es cesar en los empeños, sino cambiar los métodos. Evite la monotonía variando sus métodos. Deténgase en forma repentina y luego siga con lentitud. Use sus manos y brazos. Modifique la extensión de divisiones y puntos en el mensaje. Alguna vez corte el sermón con mucha anticipación. Mantenga a la gente en un suspenso sano. Haga lo opuesto a lo que el oyente prevé.4
Como señal de entusiasmo y para mantener la energía, recomiendo el uso de frases cortas en la predicación, ya que transmiten con sencillez y eficacia el fuego de Dios.
E. HAGA BUEN USO DE LA ORATORIA.
Esta tiene su lugar y valor. Sin embargo, recuerde que su propósito no es el brillo personal sino la comunicación de un mensaje de parte de Dios. Este debe ser el propósito primordial de la oratoria en el púlpito cristiano evangélico.
Un hombre dotado de la más excelente voz, y a quien le falten conocimiento y un corazón ardiente, será—al decir del pensador Plutarco—“voz y nada más”.
F. TRANSMITA ENTUSIASMO.
Predique con entusiasmo; muestre pasión al hablar del pasaje. Su entusiasmo entusiasmará. Si la congregación se muestra aburrida, es porque por regla general el predicador aburre con su manera de predicar. Si ése es su caso, ¡cambie radicalmente! Hasta los jóvenes vendrán a escuchar con ánimo y expectativa si usted en sus mensajes transmite dinamismo.
Por otro lado, cuando el predicador experimenta una vida de poder, su meta primordial es agradar a Dios. Cuando ése es nuestro objetivo Pablo afirma que estamos animados.5 Esto significa que tenemos entusiasmo y alegría en nuestra vida y deseamos transmitirlos.
G. SEA PRUDENTE EN EL USO DE LA VOZ.
Al predicar, asegúrese de que las palabras sean no sólo audibles sino además pronunciadas con tal claridad que los presentes las entiendan. Si una buena parte de la congregación no oye claramente al predicador, poco provecho se sacará de su mensaje, aún cuando hablara en lenguas humanas y angélicas (1 Co. 13:1).
En la predicación evangelística, siendo que se trata de ganar la atención de gente que no está interesada, a veces es necesario elevar la voz. Pero en predicación expositiva lo recomendable es hablar con tranquilidad—aunque también con dinamismo. Hable como hablaría un verdadero padre o hermano en la fe a una persona interesada en el asunto que están tratando. La mejor ayuda práctica para la voz es el descanso antes del sermón. Si uno no ha dormido bien, la voz se vuelve más apagada. Además, el ejercicio físico resulta de gran ayuda para la voz.6
En su libro Discursos a mis estudiantes, Spurgeon incluye capítulos sobre el uso de la voz en la predicación.7 En uno de los capítulos el autor menciona que a menudo la Biblia nos habla acerca del uso de la voz, por ejemplo Levanta fuertemente tu voz (Is. 40:9).
Varíe el volumen de voz donde corresponda, y sepa cargarla de emoción, autoridad o alegría, según resulte apropiado.8
H. COMO LEER LA BIBLIA EN EL PULPITO.
Hay distintos métodos para leer la Escritura y mantener la expectativa de la congregación. Busque el método apropiado para la suya. En mi experiencia, estos pasos específicos produjeron excelentes resultados:
1. No anunciar el pasaje completo. Simplemente diga por ejemplo: “Veamos juntos el capítulo 3 de Tito, y el versículo 1.” Como en ese caso el primer punto cae en el versículo 2, deje de leer allí. Esto sorprenderá a la gente, acostumbrada a largas lecturas. En seguida entonces comience con el primer punto del mensaje en la forma más natural. Ellos nunca sabrán donde terminará.
2. Leer sólo los versículos que corresponden a cada punto del sermón. Siguiendo con el ejemplo de Tito 3, después de haber dado su exposición de los versículos 1 y 2, continúe diciendo algo como: “En los versículos 1 y 2 Pablo declara cuál es la nueva conducta del creyente en Cristo, y en los versículos 3 al 7 nos recuerda lo que fuimos y cómo Dios nos sacó de tal condición. Leamos esos versículos.”
La lectura bíblica por etapas puede usarse como medio tanto para mantener la expectativa y atención del oyente, como también para ayuda del mismo predicador en el manejo del tiempo. Si por alguna razón el tiempo no le alcanzara, sólo tiene que concluir antes de finalizar todo el bosquejo, sin que los demás necesiten saberlo.
Lea el primer párrafo y haga la exposición. Lea el segundo párrafo y haga la exposición. Lea el tercer párrafo y haga la exposición.
I. REPASE A MEDIDA QUE AVANCE.
Esto mantiene el hilo de la exposición en la mente del oyente. Su sistema debiera ser “avanzando y resumiendo lo dicho, avanzando y resumiendo”. El objetivo del repaso es demostrar la continuidad y conexión de su mensaje y la lógica de sus conclusiones. Esto tiene la ventaja adicional de que el predicador lleva de la mano al oyente en la caminata por el párrafo bíblico.
SEGUNDA PARTE
EL PREDICADOR
1. QUE ES UN PREDICADOR
Nuestra predicación está íntimamente ligada a nuestra vida personal, y es un reflejo de nosotros mismos.
Hechos 20:17–38 y 1 Tesalonicenses 2:1–13 son dos pasajes claves en el tema de la gloria de la predicación, y como predicadores debiéramos estudiarlos de rodillas. Allí vemos el carácter de Pablo y la razón por la que Dios lo usó de manera tan poderosa.
La predicación es la combinación de la vida personal del predicador y la Palabra de Dios hablada. Nuestro mensaje es probablemente 50% lo que predicamos, pero no podemos esconder el otro 50% tras la cruz. Nuestros oyentes nos observan.
¿Qué es el predicador?
PROFETA
La misión del predicador cristiano es ser profeta cuya tarea es advertir y ser observador, según su experiencia, del don de Dios y la unción del Espíritu Santo.1
Al hablar de profecía no hacemos referencia específica a la predicción del futuro, sino a la declaración de las verdades de Dios. Vayamos a un ejemplo:
¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios.
(1 Co. 6:9–10)
Esa es la palabra de un cristiano que observa la situación a su alrededor y con la autoridad de un profeta advierte en términos claros y cortantes que la maldad aleja al hombre del reino de Dios. Ante esa advertencia, habrá personas que se sentirán aludidas y arreglarán sus cuentas con Dios.
SACERDOTE
Cuando les hubo dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se regocijaron viendo al Señor. Entonces Jesús les dijo otra vez: Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío. Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos.
(Jn. 20:20–23)
Si bien todos los cristianos somos sacerdotes ante Dios, la idea aquí es comparar al predicador con el sacerdote que declaraba limpia a una persona. Sin embargo y por extensión, bajo el pacto de la gracia todos los creyentes pueden llevar a cabo esta misión.
¡Qué autoridad entrega el Señor a los predicadores de su Palabra! Estamos en el mundo para proclamar el mensaje de Dios con la misma autoridad que Cristo tuvo y que nos delegó. Al darnos el Espíritu Santo Jesucristo nos asegura que tenemos la autoridad de decirle a quien se convierte a Cristo: Tus pecados te son perdonados. (Lucas 5:20).
VEHICULO
No somos la fuente de estos pensamientos grandiosos y profundos. La mayoría de las ideas que compartimos al predicar las hemos tomado—consciente o inconscientemente—de otros con más experiencia o que han pasado más años estudiando. Si la idea es nueva y original, el Señor nos las dio. Muy pocas cosas nacen de nosotros ya que no hay nada nuevo bajo el sol. La fuente es Dios mismo.
Algunos hemos sentido que Dios nos llamaba a ser predicadores (Gá. 1:15). Sin embargo, el estar conscientes de una vocación no significa que seamos la fuente de lo que hacemos. Sólo somos vehículos, instrumentos en el drama de la fe.
Predicar la palabra de Dios, ya sea para salvación o edificación, y reafirmar que es la Palabra de Dios, debiera producir en nosotros cierto temor de que en verdad estamos transmitiendo un mensaje de Dios, y no simplemente comunicando lo último que hemos leído.
Cuando hacemos que una criatura nazca espiritualmente, somos instrumentos. Es como si hubiéramos estado allí cuando el Señor hacía nacer al bebé espiritual.
Somos vehículo a través del cual Dios habla. Nuestra tendencia es olvidar que cuando hablamos, Dios mismo está hablando y somos sus instrumentos (Hch. 9:15). El mensaje no se originó en nosotros sino en la Escritura. Los pensamientos no son nuestros sino que el Espíritu Santo los trae a la memoria. Son pensamientos revelados en la Escritura que nunca hubieran venido por sí solos a nuestra mente.
En un sentido estamos hablando, pero es Dios quien lo está haciendo a través de nosotros (2 Co. 5:20).
VASO
Somos vasos/recipientes saturados de Dios y de la obra de Dios. Debemos estar llenos de Dios y de su Palabra (Sal. 119:11; Ef. 3:19).
Somos un vaso que rebosa (Sal. 23:5). Pidámosle a Dios que esto sea una realidad constante a fin de tener pasión por las almas; y asegurémonos de que la pasión continúe y el fuego siga ardiendo.
Somos vasos puros y útiles para el Maestro (2 Ti. 2:21).
VOZ
Somos la voz autorizada de Dios pues el Señor Jesús nos ha autorizado y predicamos en su nombre (Ef. 4:11); somos la voz del heraldo que viene en nombre del rey; la voz de un testigo que ha visto algo y actúa con responsabilidad de modo que su testimonio sea creíble (Hch. 1:8). Somos la voz de salvación que está presente cuando se opera el milagro de la conversión. También estamos presentes en la crisis de la santificación porque Dios nos utiliza para que un apartado regrese.2
ENCARNACION DE SU PROPIA PREDICACION
Sed imitadores de mí (1 Co. 11:1) dice Pablo repetidamente. Si usted no es digno de ser imitado, es mejor que no predique. Eso no significa que seamos perfectos. Sabemos que nunca seremos la total encarnación de nuestro mensaje, de manera que en lo que decimos hay un toque de humildad y ternura.
También hemos de ser la encarnación de lo que predicamos en relación al cónyuge y a los hijos (1 Ti. 3:4–5).
No que el predicador sea automáticamente dicha encarnación, sino que procura serlo, y por ello actúa con humildad.
2. LOS PROPOSITOS DEL PREDICADOR
Cuando era adolescente comencé a sentir el llamado de Dios. Recién me iniciaba; nadie me conocía. Sólo era un muchachito soñando que el Señor lo usaría. Fue entonces que recordé las palabras de un viejo himno que solíamos cantar:
Jesús yo he prometido
servirte con amor;
concédeme tu gracia,
mi amigo y Salvador.
El Espíritu Santo trajo ese himno a mi corazón y lo canté con tanta sinceridad que incluso hoy me emociona hasta las lágrimas. Mi vida tiene un propósito: estoy comprometido a cumplir esa promesa de servir a Jesús hasta el final. El sueño que el Señor trajo a mi corazón en mi adolescencia, es un sueño que permanece vivo y que me lleva a obedecer a Dios en mi tarea y objetivos como predicador.
GLORIFICAR A DIOS
La gloria de Dios es el más alto propósito en la misión del predicador (2 Ts. 1:12; 3:1; 1 P. 4:11). Glorificar a Dios, no glorificarse a sí mismo ni a su congregación, talentos, apariencia, capacidades intelectuales o verbales. Dios advierte: No daré mi gloria a otro (Is. 42:8).
Cuando se proclama el nombre de Jesucristo, Dios está siendo glorificado (2 Co. 2:14–16), y éste debe ser el primer y último pensamiento del predicador. Dios es glorificado cada vez que, ungidos por el Espíritu Santo, presentamos un mensaje.
CONVERTIR A LOS PECADORES
Dice Santiago: Si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le hace volver, sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados (5:19–20). Trabajemos a fin de hacer volver al que se ha extraviado de la verdad. ¡Qué privilegio salvar a un alma de la muerte!
¿Qué motiva a un cristiano a hablar a otros acerca de Jesús y a persuadirlos a ser cristianos? El amor de Cristo que ha sido derramado en nuestro corazón (Ro. 5:5; 2 Co. 5:14).
Recuerdo cuando en mi juventud mi madre nos alentaba a mí y a mis amigos, diciendo: “Vamos, ustedes no necesitan una revelación especial de Dios para ir a los perdidos. Hace siglos El dejó la gran comisión de anunciar las Buenas Nuevas a todo el mundo. Así que vayan. No se queden esperando más instrucciones.”
CAPACITAR A LOS SANTOS
Jesús comisionó a sus seguidores, ordenándoles que hicieran discípulos en todas las naciones (Mt. 28:19). Es vital que el predicador tenga como meta la edificación y crecimiento espiritual de los creyentes. El Señor constituyó a unos pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo (Ef. 4:12).
DEMOSTRAR EL PODER DE DIOS
Bajo la plenitud y unción del Espíritu Santo, el predicador cristiano debe bregar por una predicación que demuestre el poder de Dios (1 Co. 2:4; 1 Ts. 1:5). Pidamos al Señor que durante la predicación se manifieste su poder y obre en los corazones; que los incrédulos se humillen ante Dios, reconociendo la presencia divina en medio de su pueblo que profetiza y predica la Santa Palabra de Dios (1 Co. 14:24–25).1 Pidamos también a Dios que el mensaje llegue al corazón de los suyos, y que los edifique en el conocimiento de Cristo.
3. LA MENTALIDAD DEL PREDICADOR
CONFIANZA EN DIOS
Seamos cristianos de fe. Fe en Dios y en su poder. Pablo señala: Ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios (1 Co. 2:4–5).
Es envidiable el entusiasmo y la casi pueril confianza en Dios de los nuevos creyentes. Las historias de héroes de la fe tales como Jorge Müller o Corrie ten Boom inspiran a los nuevos cristianos a lanzarse a acciones que algunos podrían considerar osadas.1
Pero con el correr del tiempo, las arterias espirituales pueden endurecerse y nos llegamos a volver cínicos. Perdemos el gozo y la emoción de la vida cristiana. Aunque nuestras declaraciones doctrinales son teológicamente correctas, es posible que nuestras vidas nieguen la realidad que afirmamos con nuestros labios. Si deseamos que Dios nos siga usando, confesemos nuestra incredulidad pidiéndole que renueve nuestra fe en su poder.
Transmitamos fe a aquellos con quienes compartimos el mensaje, y reflejemos esa fe en nuestra confianza en la Palabra de Dios.
EXPECTATIVA
El predicador debe tener un sentido de expectativa de que Dios obrará, de que Dios está hablando y en consecuencia no serán meras palabras huecas de nuestra parte. Jesucristo prometió: El que cree en mí, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará … (Jn. 14:12). Dios ansía resultados, tanto en los cristianos como en los que no lo son.
Como evangelista, decidí ilustrar este punto con lo que podría parecer privativo de la evangelización, pero el sentido de expectativa del predicador es más amplio y se aplica a todos los aspectos del ministerio.
Creo firmemente que Dios desea atraer a sí a todos los hombres (2 P. 3:9). Creo en la predicación para decisiones inmediatas. No puedo dar por sentado que quienes me están oyendo tendrán otra oportunidad de responder al evangelio. Se cuenta que una vez Spurgeon, el famoso príncipe de los predicadores, se encontró con un joven estudiante de un instituto de pastores. El muchacho le dijo:—Señor Spurgeon, yo no comprendo cómo es que cada vez que usted predica se convierten personas a Jesucristo, mientras que cuando yo predico prácticamente no se convierte nadie.
—¿Acaso esperas conversiones cada vez que predicas?—inquirió Spurgeon.
—No, por supuesto que no—contestó el joven.
—Pues ya ves por qué no se convierte nadie … Tú no esperas que se convierta nadie y, como consecuencia, no ves resultados.2
La Biblia declara: Conforme a vuestra fe os será hecho (Mt. 9:29). Tengamos expectativa porque Dios está hablando a través del mensaje. Es por ello que habrá resultados y el Señor será glorificado.
HUMILDAD
Es preciso que el predicador tenga una actitud de humildad y evite a toda costa tener más alto concepto de sí que el debido (Ro. 12:3).
Nuestra actitud siempre debe ser la de humildes siervos de Dios. El bendice a aquellos que se humillan (Lc. 14:11). Muchos cristianos ya no son creyentes útiles por haberse elevado en el pedestal del orgullo.
En Mr. 9:33–37 leemos: Y llegó a Capernaum; y cuando estuvo en casa, les preguntó: ¿Qué disputabais entre vosotros en el camino? Mas ellos callaron; porque en el camino habían disputado entre sí, quién había de ser el mayor. Los discípulos estaban disputando quién sería el más sobresaliente y gozaría de más reconocimiento.
Sin perder la calma, el Señor Jesús les advirtió: Si alguno quiere ser el primero será el postrero de todos y el servidor de todos. Seguidamente tomó un niño, lo puso en medio de los demás, y rodeándolo con sus brazos dijo: El que reciba en mi nombre a un niño como éste, me recibe a mí; y el que a mí me recibe, no me recibe a mí sino al que me envió.
Dios aborrece el corazón altivo (Pr. 16:5), pero se deleita cuando un siervo suyo proclama su Palabra con las rodillas dobladas y el corazón humillado (Pr. 15:33; Is. 57:15; 1 P. 5:5).
Recuerdo que en cierta ocasión estaba en Alemania predicando el evangelio, y en ese mismo lugar estaba el Dr. Billy Graham. Un joven predicador alemán le solicitó una entrevista, y tras algunas preguntas y consejos dijo:—Dr. Graham, por favor ore por mí; déme una bendición.
Billy se puso de rodillas, hincándose con el rostro en el piso y comenzó a orar por este joven predicador con una pasión y una entrega totales. Cuando terminó de orar, yo (que estaba en la misma sala) tenía lágrimas en mis ojos al ver a este famoso y gran hijo de Dios en esa posición de entrega, derramando su alma por un predicador que recién se iniciaba. Soy muy amigo de Billy Graham, y le pregunté por qué había puesto su rostro en el piso para orar por el joven.
—Luis—respondió Billy—, aquellos a quienes Dios usa en su obra, somos los primeros que debemos hincarnos ante El y humillarnos. El Señor desea que le demos la gloria que le pertenece.
Tal vez seamos como Juan y Jacobo, que deseaban estar sentados a la derecha y a la izquierda del trono de Dios. En ese caso, el Señor habrá de recordarnos: Si alguno quiere ser el primero, será el postrero de todos, y el servidor de todos (Mr. 9:35).
Los pastores, ministros y líderes del pueblo de Dios son quienes sirven al pueblo de Dios. El apóstol Pablo reconoció que por amor a Jesús él era siervo de los cristianos a quienes ministraba (2 Co. 4:5). Esa es la actitud que corresponde a un verdadero discípulo de Jesucristo, y quien desea ser líder sólo en nombre, título o reconocimiento, jamás podrá ser líder en todo el sentido de la palabra.
Innumerables cristianos que parecían tener dones extraordinarios, gran potencial y un tremendo futuro, al mismo tiempo caminaban en el poder de la carne en vez de hacerlo en el poder del Espíritu.3 Tales cristianos deseaban imponer su propia voluntad antes que servir al pueblo de Dios con humildad. ¡Que el Señor nos libre de tal orgullo y de sus consecuencias!
COMPASION
Porque amaba a su Padre, Jesús tenía pasión por hacer su voluntad y completar el trabajo encomendado (Jn. 4:34). Ninguna otra cosa importaba más. En términos prácticos, la pasión de Cristo por la voluntad de su Padre se traducía en compasión por las multitudes.4
Pastores y predicadores, ante todo conozcamos y amemos a Dios con todo el corazón, el alma, la mente y todas nuestras fuerzas. Luego entonces, canalicemos ese amor en pasión hacia los demás. Una pasión que, a través del Espíritu Santo, lleve a las ovejas perdidas al Buen Pastor, y una vez que estén seguras las pastoree y las ayude a madurar.
Pablo exclamó: Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros, quisiera estar con vosotros ahora mismo y cambiar de tono, pues estoy perplejo en cuanto a vosotros (Gá. 4:19–20).
El corazón Pablo estaba lleno del amor de Dios. Fuimos tiernos entre vosotros, como la nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos. Tan grande es nuestro afecto por vosotros, que hubiéramos querido entregaros no sólo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas; porque habéis llegado a sernos muy queridos (1 Ts. 2:7–8). Esa es la actitud que Dios honra en quien proclama su Palabra. No la dureza ni violencia de palabras, sino la ternura de corazón.
La mayoría somos conscientes de las limitaciones de nuestro amor. Y necesitamos muchísimo amor y devoción tanto para persuadir a otros a seguir a Cristo como para edificar a los creyentes en el conocimiento del Señor Jesús. ¿Cómo podemos obtener ese profundo amor y esa devoción? Por el amor de Cristo, que obra en nuestro interior (2 Co. 5:14).
Como predicadores, pidamos a Dios unción de lo alto a fin de tener la actitud de un padre y una madre que aman entrañablemente a sus hijos. Y entonces con esa unción y ternura, atraeremos a las almas a los pies del Hijo de Dios y las ayudaremos a madurar en la fe.
VALENTIA
Además necesitamos valentía y fuerzas. La cobardía y el temor no provienen de Dios, quien nos ha dado su Espíritu de poder, de amor, de templanza (2 Ti. 1:7).
Mostremos valentía, pero no la confundamos con imprudencia. El abuso verbal no equivale a valentía espiritual. Santa audacia e intrepidez deben ir de la mano del amor y del dominio propio. Los grandes predicadores del pasado fueron hombres y mujeres de santo denuedo y audacia. Se arriesgaban hasta las últimas consecuencias. Juan Calvino, por ejemplo, se enfrentó a toda la iglesia francesa. Martín Lutero se enfrentó con denuedo a la iglesia católico romana. El conde Zinzendorf tuvo la osadía de ir a las Indias Occidentales y enviar misioneros y evangelistas cuando en esa época no sucedían tales cosas.5 Whitefield ministró por toda la región británica y asimismo en el continente americano—a pesar de las amenazas del ridículo y de la violencia por parte de la gente.6
Esos predicadores tuvieron santa audacia. Como ellos, aprendamos a lanzarnos en el nombre del Señor, asumiendo riesgos y aun enfrentando la muerte con valentía.
A través de los años viví situaciones donde militantes de la guerrilla amenazaron asesinarme. Mi deseo inicial en ese momento fue subirme a un avión y regresar a casa, esperando que algún otro concluyera la tarea de predicación. Sin embargo, la actitud correcta es decirnos: “Soy un siervo del Señor. El no dudó en ofrecer su vida por los demás. La gente necesita ver en mí un líder valiente y un espíritu altruista. Debo continuar en el nombre de Jesucristo”.
La santa audacia también nos insta a probar nuevos métodos. Tal vez usted esté preparado para utilizar una técnica que otros (la gente mayor, por ejemplo) cuestionarán. Sin embargo, trate de usar esa técnica en el nombre del Señor, con humildad, buscando consejo. Las cosas no tienen por qué hacerse siempre de la misma manera. Creo que cualquier método es válido en tanto sea etico y moral.7
UNIDAD CON LA IGLESIA
Dios desea que la iglesia funcione como un equipo, y que el predicador entregue el mensaje no como si proviniera de sí mismo sino con el apoyo y aprobación del Cuerpo del Señor. El predicador no está solo pues cuenta con la comunión, amor y oración de aquellos que le rodean.8 Es una excelente idea que el pastor forme un grupo de apoyo dentro de la iglesia, o con otros pastores de la zona.
Pensando en la evangelización, por ejemplo, es una bendición tener una cruzada unida en una ciudad donde todo el cuerpo de Cristo trabaja en unidad como una sola cosa. Como equipo nuestra meta siempre ha sido la saturación de una ciudad a través del trabajo con, para y a través de la iglesia local. Las iglesias de cada lugar son nuestros mejores aliados en una cruzada. Como iglesia universal estamos llamados a cooperar en la evangelización del mundo. He viajado por muchos países y he experimentado gozo y bendición cuando la iglesia está unida. ¡Qué triste cuando diferencias denominacionales y pequeños problemas evitan que los cristianos aúnen fuerzas para realizar la tarea!
Debemos bregar por estrecha comunión y trabajo con nuestros hermanos en la fe porque ésa es la voluntad de Dios.9 Los cristianos (y más aun los líderes cristianos) debemos no tan sólo aceptar la unidad como teoría teológica, sino además buscar esa unidad en forma práctica.
El trabajo en equipo (y más aún en la iglesia local) alienta y estimula el corazón. Para mí siempre ha sido un privilegio colaborar con los miembros de mi equipo en la multiplicación de los ministerios que el Señor nos ha dado. Este ministerio no sería tal sin el trabajo incansable de cada uno de mis compañeros.
Es un peligro, especialmente para los jóvenes predicadores, creer que tienen derecho a lanzarse solos y en forma independiente, sin apoyo de la iglesia. Todo joven que desea servir al Señor debiera trabajar en equipo, en humildad y para gloria de Dios. Pensemos en la experiencia de Jesús. Cuando se inició en el ministerio, ante todo reunió a los doce apóstoles. Eran su equipo.
El trabajo en equipo demuestra:
a. Que los cristianos nos amamos.
b. Que somos uno en el Señor. (Al trabajar en equipo estamos dando ejemplo del amor y la unidad que tenemos en Cristo).
c. Que podemos orar unos por otros.
d. Que podemos exhortarnos, edificarnos y estimularnos mutuamente.
VISION
Debemos ser cristianos de visión para poder impartir visión. Una gran visión da perspectiva y estabilidad. Quien ha volado en un aeroplano con una sola turbina, sabrá que se mueve de lado a lado ante cada pequeña turbulencia. Por otro lado, un avión “jumbo” es muy estable y apenas se sacude durante las tormentas. Las grandes alas me recuerdan lo que significa ser visionario. Cuando uno tiene gran visión, las alas de la vida se mueven pero el avión apenas oscila. Pero cuando la visión es pequeña, el aeroplano parece estar haciéndose pedazos con la turbulencia. La visión ayuda a atravesar las nubes y la tormenta sin ser sacudido ni sentirse tentado a abandonarlo todo.
Fue emocionante cuando el Señor Jesús dijo a sus discípulos: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega (Jn. 4:35). Cristo nunca limitó la visión de sus discípulos. Aunque restringió su propio ministerio público a Palestina, vino y murió por toda la humanidad (1 Jn. 2:2). Después de su resurrección, encomendó a sus seguidores que hicieran discípulos en todas las naciones (Mt. 28:19), y los envió a Jerusalén y hasta lo último de la tierra (Hch. 1:8).
En el comienzo de la iglesia primitiva, Dios usó al apóstol Pablo de manera poderosa. Aun sus enemigos admitían que había saturado provincias enteras con el evangelio y que estaba impactando al mundo (Hch. 17:6). Pablo tenía visión y estrategia (Ro. 15:19) suficientemente grandes para alcanzar a todo el Imperio Romano y para brindarle estabilidad cuando las circunstancias se volvían difíciles.
En vez de malgastar tiempo discutiendo para ver quién es la estrella del show (tal como hicieron los discípulos en Marcos 9 y 10), impartamos visión y valentía para que otros se lancen al ministerio.
Al leer el diario, no nos concentremos tanto en los detalles políticos de cada suceso sino tratemos de ver la mano de Dios en los acontecimientos de las naciones. Miremos a las naciones con los ojos de Dios. Parte de nuestra responsabilidad como obreros en la viña del Señor es estar al tanto de las diferentes tendencias espirituales. Es probable que usted no haya sido llamado por Dios para predicar a nivel internacional sino a pastorear una iglesia local, pero al interesarse en el evangelismo mundial, su propio ministerio podrá encenderse con un propósito aun mayor. Esté informado sobre los eventos mundiales y sobre cómo el Espíritu Santo está trabajando a través de la iglesia en todas partes.
Por otra parte, al preparar mensajes, hagámoslo pensando en los oyentes. Pidamos al Señor visión para saber a dónde debemos apuntar específicamente en la predicación, y cómo debemos hacerlo.
Como predicadores que tomamos en serio nuestro servicio al Señor, pidámosle una visión mundial y una perspectiva histórico-bíblica.
URGENCIA
Prediquemos con sentido de urgencia. Por mi parte, como evangelista tengo un constante aumento en mi urgencia para predicar las buenas nuevas. El mismo Jesús transmitió a sus discípulos el sentido de que es urgente: La mies es mucha … (Mt. 9:37)
Pablo declaró: Conociendo, pues, el temor del Señor, persuadimos a los hombres (2 Co. 5:11). Ese es el objetivo de la predicación en general, la predicación expositiva y el evangelismo, y también es el deseo del corazón de Dios.10 Pero no alcanzaremos esa meta sin sacrificio de nuestra parte.
¿No decís vosotros: Aún faltan cuatro meses para que llegue la siega? He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega. Y el que siega recibe salario, y recoge fruto para vida eterna, para que el que siembra se goce juntamente con el que siega. Porque en esto es verdadero el dicho: Uno es el que siembra, y otro es el que siega. Yo os he enviado a segar lo que vosotros no labrasteis; otros labraron, y vosotros habéis entrado en sus labores.
(Jn. 4:35–38)
Jesús aprovecha lo que acaba de ocurrir con la mujer samaritana para implementar una lección válida a través de los siglos, y se vale de lo cotidiano: la visión de los campos listos para la cosecha. A nuestro alrededor hay millones que están listos para ser cosechados espiritualmente. Alguien debe ofrecerles el mensaje que puede transformarlos, y luego, el mensaje de edificación que los haga crecer en su fe.
A menudo comento acerca de lo mucho que quisiera vivir hasta los 92 años, como Jorge Müller. Si así fuera, aún tengo mucho tiempo para seguir predicando el evangelio. Pero al margen de cuánto más vivamos, se acerca la noche, cuando nadie puede trabajar (Jn. 9:4), por lo tanto debemos hacer la labor ya.
Aunque me encantaría vivir hasta los 92, podría estar muerto en tres años, tres meses o tres días. No somos dueños del mañana. Podemos hacer planes como si fuéramos a trabajar 40 años más, pero de la misma manera debemos trabajar como si hoy fuera nuestro último día sobre la tierra.
4. EL ESTILO DEL PREDICADOR
Quiero mencionar varias características que considero indispensables para el predicador.
1. Personal en su mensaje
Durante las varias décadas en que he predicado la Palabra de Dios, he aprendido que la mejor manera de que la gente escuche es predicar en forma personal e íntima, como si estuviera hablándole a una sola persona. Sea que esté predicando a tres personas o a trescientas, el mensaje es para cada individuo en particular.1
2. Lleno del fuego de Dios
En Lucas 24 se relata la historia de los discípulos de Emaús. Mientras caminaban es probable que estuvieran física y emocionalmente exhaustos. Jesús se acercó y comenzó a caminar con ellos y a hablarles. Los hombres no sabían quién era este viajero, pero su misma presencia pareció reavivar sus espíritus cansados. Recién cuando se sentaron a comer reconocieron a Jesús, quien instantáneamente se desapareció de su vista mientras los discípulos decían: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras? (Lc. 24:32).
Sus corazones ardían como resultado de un encuentro vital con el Cristo viviente. Por nuestra parte, a través del Espíritu Santo podemos tener esa experiencia con Cristo de manera constante. Y como en aquellos discípulos, el fuego de su Espíritu puede producir en nosotros un corazón que no se apague.
Eliminemos la apatía y la pasividad de nuestra vida, y cultivemos la pasión por el Señor Jesucristo, las multitudes perdidas y la edificación del pueblo de Dios.
Como predicadores mostremos entusiasmo y energía, sinceridad y fuego. Exclama el profeta: ¡Oh, si rompieses los cielos, y descendieras, y a tu presencia se escurriesen los montes, como fuego abrasador de fundiciones, fuego que hace hervir las aguas, para que hicieras notorio tu nombre a tus enemigos, y las naciones temblasen a tu presencia! (Is. 64:1–2). Y Jeremías confiesa: Había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude (20:9). Son poderosas palabras que hablan de la pasión de un hombre que está lleno del mensaje de Cristo.
Uno de mis maestros espirituales me enseñó a predicar mensajes con declaraciones en su mayoría positivas y terminantes, aunque transmitidas con humildad. Quien predica un mensaje expositivo no está argumentando, discutiendo ni filosofando. Porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó; lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos … (1 Jn. 1:2–3). Tal es la clase de expresión positiva que debe usar quien proclama las buenas nuevas de vida eterna y predica la Palabra.3
4. Uso de ademanes
Los ademanes y movimientos físicos son parte integral del proceso de comunicación eficaz. Esta no es meramente verbal ni espiritual sino también física ya que comunicamos tanto con la voz como con los gestos. Los ademanes deben ser naturales. El predicador no debe mantenerse rígido todo el tiempo, hablando como un autómata. Pero tampoco es natural que los ademanes adquieran excesivo dramatismo, de manera de quitar la atención del mensaje y trasladarla a la “gimnasia” del predicador.
Otras sugerencias prácticas: (1) Predicar frente a un espejo y analizarse con ojo crítico; (2) grabar los sermones en video, y luego evaluar si el uso de ademanes ayuda a comunicar el mensaje; (3) observar a los mejores predicadores de la zona y cómo se valen de gestos y ademanes en sus mensajes.
5. Buen sentido del humor
El humor es parte de la vida diaria, de manera que lo ideal es incorporarlo a la predicación. Sin embargo, evite el extremo de convertirse en un payaso. Use sabiamente el humor y demuestre que el cristiano sabe gozar de la vida. Cuando uno utiliza humor sano, el oyente enseguida se relaja y se halla más dispuesto a escuchar el mensaje.
Como predicador, el evangelista Moody era un caso fascinante. El Dr. Scofield dijo sobre él: “Entre sus dones naturales estaba el humor, siempre refinado, y un gran poder de descripción debido a su imaginación. Pocos hombres le han igualado en su habilidad de pintar un incidente bíblico ante una congregación: Los hacía vivir y tenía la soberana gracia de la brevedad. Sabía cuándo parar”.
6. Buen estado físico
El buen estado físico juega un papel esencial. Pablo expresa: Porque os acordáis, hermanos, de nuestro trabajo y fatiga; cómo trabajando de noche y de día, para no ser gravosos a ninguno de vosotros, os predicamos el evangelio de Dios (1 Ts. 2:9). Sumado a su trabajo en el ministerio Pablo trabajaba físicamente, y así se mantenía en buen estado.4
El ejercicio regular—especialmente el aeróbico—ayudará a que estemos más alertas durante el día y a la hora de estudiar, contribuirá a que tengamos más energía en forma cotidiana y en el púlpito, y jugará una parte importante en nuestro bienestar integral.5
5. LA PERSONA DEL PREDICADOR
¿Qué tipo de persona ha de ser el predicador a fin de que Dios lo use con poder?
Porque nuestra exhortación no procedió de error ni de impureza, ni fue por engaño, sino que según fuimos aprobados por Dios para que se nos confiase el evangelio, así hablamos; no como para agradar a los hombres, sino a Dios, que prueba nuestros corazones. Porque nunca usamos de palabras lisonjeras, como sabéis, ni encubrimos avaricia; Dios es testigo; in buscamos gloria de los hombres; ni de nosotros, ni de otros, aunque podíamos seros carga como apóstoles de Cristo. Antes fuimos tiernos entre vosotros, como la nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos. Tan grande es nuestro afecto por vosotros, que hubiéramos querido entregaros no sólo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas; porque habéis llegado a sernos muy queridos.
(1 Ts. 2:3–8)
A. UNCION DEL ESPIRITU—aplicada a la predicación
Muchos de los predicadores y comunicadores que Dios utiliza son gente común. (Personas comunes han hablado naturalmente, por fe, y Dios las ha usado de manera poderosa.) Incluso conozco a predicadores que provienen de hogares muy humildes y carecen de preparación teológica, pero Dios los está utilizando en gran manera. Son cristianos que en forma constante se valen del poder del Espíritu Santo.
Como cristiano, el predicador ha sido investido y ungido con el poder del Espíritu de Dios (Hch. 1:8).1 Cuando el Espíritu Santo tiene todo lo que debe tener de un predicador, éste tendrá todo lo que debe tener del Espíritu Santo. Su conducta será pura; su testimonio será persistente; su visión perseverará y aun aumentará con los años. Como resultado, el predicador tendrá tanto un corazón como un mensaje ardiente, elementos imprescindibles para que el mundo se encienda en fuego por Jesucristo.
El poder del Espíritu Santo jamás debe confundirse ni sustituirse con el poder de persuasión. Sólo Dios puede dar el don y ungir al creyente para el ministerio—ya sea como pastor, maestro, profeta, evangelista, predicador, etc.
Toda la energía física y mental combinada con todas las palabras ocurrentes y persuasivas imaginables, no pueden fabricar el poder del Espíritu, que otorga autoridad al mensaje.
¿Cómo usamos cada hora que Dios nos da? ¿Estamos sirviendo al Señor con poder de lo alto? ¿O acaso tratamos de predicar la Palabra de Dios con nuestras propias fuerzas, sin pasar tiempo en la presencia de Dios, sin confesar nuestros pecados, sin la plena comunión que Dios desea tener con nosotros?
El apóstol Pablo declara que debemos elegir entre vivir en el Espíritu o en la carne, entre confiar en nuestros propios y limitados medios o en la inagotable fuente del Espíritu (2 Co. 3:1–4). Además Pablo afirma que hay dos maneras de recomendarnos en el ministerio. O bien tenemos aprobación escrita por mano de hombres, o bien contamos con la aprobación del Espíritu. Nuestras vidas ponen de manifiesto qué clase de aprobación tenemos.
B. VIDA CONTROLADA POR CRISTO—implicaciones para un predicador.
Como predicadores, vivamos controlados por Cristo y gozosos en ese control. Es difícil que si estamos amargados, ansiosos, angustiados, aburridos o envidiosos podamos transmitir con claridad el mensaje de Dios. Jesús declaró: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva (Jn. 7:37–38). El secreto está en tener sed de Dios y saciar nuestra sed creyendo en Cristo y permaneciendo en El. Es así que habrá impacto en lo que decimos, habrá poder en nuestra vida y en nuestro hablar—sea que estemos predicando, enseñando un estudio bíblico, aconsejando, o simplemente tomando parte en una conversación cotidiana.
Es una bendición oír a un mensajero de Dios de cuyo interior corren ríos de agua viva. Conozco a predicadores que tienen facilidad de palabras pero a quienes parece faltarles algo. Es inadmisible que vivamos a nuestro antojo, incluso en pecado, y que cinco minutos antes de predicar el mensaje confesemos: “Dios, perdóname, lávame, lléname del Espíritu Santo porque ahora tengo que hablar en tu nombre”. Con Dios no podemos jugar. Vivamos controlados por Cristo siempre, aunque no estemos predicando. En consecuencia, cuando llegue el momento de entregar el mensaje habrá poder, no nuestro sino de Cristo que vive en nosotros.
Existe el peligro de predicar un hermoso sermón, y a la vez un mensaje que no provenga de Dios. El sermón puede entregarlo cualquiera que tenga un poco de imaginación; un verdadero mensaje sólo se consigue pasando tiempo ante Dios, humillándose ante El y pidiéndole su guía.
Un sencillo predicador totalmente rendido a Dios—como lo fue Moody, por ejemplo—por lo general produce repercusiones de alcance creciente y multiplicado (aunque él no pueda ver esos alcances). Hombres acaudalados y de vasta cultura recibieron grandes lecciones espirituales a través de la vida de Moody. Sabían que era humilde, sincero y que dependía de Dios, no de sí mismo.
El principio no ya yo sino Cristo en mí (Gal. 2:20) es la base y el fundamento no sólo de una predicación poderosa, sino además de un ministerio fructífero y una vida que honra al Señor.
C. VIDA DE ORACION
Spurgeon exhortaba a sus estudiantes: “Hermanos, permitidme que os ruegue que seáis hombres de oración.”
Cada uno de los grandes predicadores del pasado supo lo crucial que es la oración, y fueron cristianos de oración intercesora, poderosa y persistente. Lutero solía levantarse a las 4 de la mañana para orar, y declaró: “De la misma manera que la tarea del sastre es hacer ropa y la del zapatero es remendar zapatos, la tarea del cristiano es la oración.” El mejor estudio del mensaje comienza y termina con oración. “Haber orado bien es haber estudiado bien,” solía decir el reformador.2 El secreto de la revolucionaria vida de Lutero fue su compromiso a pasar tiempo a solas con Dios cada día.3
El evangelista Carlos Finney decía: “Mi alma estaba ejercitada a fondo sobre el tema de la oración y la santidad personal. Me entregué a mucha oración. Me levantaba a las 4 de la mañana para orar, y lo hacía hasta las 8. Sobre mis rodillas pasé largas horas considerando el asunto de la santidad, y le rendí todo a Dios.” Y en otra ocasión añadió: “La oración prevaleciente o eficaz es aquella que obtiene la bendición que busca.”
Por otra parte, Finney tenía un compañero de oración, el padre Nash, que viajaba con él. El padre Nash no predicaba, y la mayoría desconocía que estuviera con Finney. A menudo se quedaba en el bosque orando mañana, tarde y noche. Oraba por Finney, por cada reunión, por la obra del Espíritu Santo de Dios. ¡Qué gozo tener un compañero de equipo tan dedicado a la oración!
Moody siempre instaba al pueblo de Dios a orar. Una vez dijo: “Debemos ver el rostro de Dios cada mañana antes de ver el rostro de los hombres. Si tienes demasiadas cosas que hacer que no te queda tiempo para orar, créeme, tienes más cosas de las que Dios desea que tengas.”
Spurgeon además manifestó: “El predicador se distingue por supuesto sobre todos los demás como hombre de oración. Ora como un cristiano común, de lo contrario sería un hipócrita. Ora más que los cristianos comunes, de lo contrario estaría incapacitado para el desempeño de la tarea que ha emprendido.”
D. VIDA FRAGANTE
Cuando Cristo es el centro de nuestro vivir, manifiesta su fragancia a nuestro alrededor. Por lo tanto, el predicador que vive una vida de victoria y éxito, lleva la fragancia de Cristo a otras personas. El mismo apóstol Pablo llevaba ese aroma, y dondequiera que iba tenía influencia sobre la gente e inundaba el ambiente a su alrededor.
Pablo describe el perfume de Cristo y su resultado:
Por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento. Porque para Dios somos grato olor de Cristo entre los que se salvan, y entre los que se pierden; para unos, olor de muerte para muerte; para otros olor de vida para vida.
(2 Co. 2:14–16)
Cuando pienso en la fragancia de Cristo, me imagino en un ascensor con una persona que evidentemente se ha puesto perfume. Al instante todos notan a esa persona, y el aroma aún persiste cuando se va. Así debe suceder con el cristiano: la presencia divina en su vida es un elemento dinámico que otros perciben y no olvidan con facilidad.
La fragancia de Cristo no es algo que podamos fabricar u obtener por medio de la educación; es obra de Dios. Cuando nuestro andar está conforme a la voluntad divina, el perfume de Jesucristo nos envuelve y se manifiesta a otros. El Señor entonces nos ha de usar para su gloria a fin de manifestar al mundo su delicada fragancia.
Cierta vez estábamos comiendo en un restaurante con miembros de mi equipo evangelístico. En una mesa cercana a la nuestra había varias parejas. Un hombre llegó más tarde que los demás, y antes de sentarse saludó efusivamente a los otros. Yo me dije, “Esas personas en verdad se aman fraternalmente. Seguro que son cristianas.” Cuando sirvieron la comida, inclinaron sus rostros y dieron gracias en oración. Más tarde hablamos con ellos, y supimos que por cierto eran cristianos. Pero aun antes de verles orar o incluso hablar con ellos, yo había sido bendecido al verles hablar y reír juntos. Mientras disfrutaban de la mutua compañía, la fragancia de Cristo se manifestaba. Y no era algo que hicieran en forma consciente. Se comportaban de modo natural, pero el perfume de Cristo fluía a su alrededor.
E. PACIENCIA ANTE LAS CRITICAS
Desde el más pequeño hasta el más grande, pastores, líderes, evangelistas, maestros de la Biblia, todos han sido criticados, atacados o hasta perseguidos. No nos sorprendamos ya que todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución (2 Ti. 3:12).
Algunos cristianos creen que si están caminando con Dios todo el mundo los aplaudirá y tendrá buen concepto de ellos. Por lo general ocurre lo contrario. Recordemos la advertencia del Señor Jesús: ¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! (Lc. 6:26). Claro que es agradable cuando los demás hablan bien de nosotros. Yo lo prefiero a la crítica. Sin embargo, si cuando compartimos el mensaje del evangelio ciertas personas comienzan a molestarse por lo que representamos y predicamos, es un signo de que estamos haciendo las cosas bien.
Juan Calvino se vio a sí mismo como “sólo un humilde evangelista de nuestro Señor Jesucristo”, pero sabía lo que era enfrentar la crítica y los ataques. Martín Lutero se encontró con intensa persecución, y aun así en las palabras de su himno “Castillo fuerte es nuestro Dios” advertimos victoria, no derrota. Aunque estaba escapando de quienes trataban de matarlo, Lutero declaró que vencería al demonio, y hoy lo honramos por ello.
El predicador y pastor británico Carlos Spurgeon fundó una gran iglesia en Londres, y sufrió el ridículo, los insultos y las burlas.
El mismo Billy Graham ha tenido que enfrentar momentos en que la gente lo insultó y quiso acabar con él. Sin embargo, siempre ha perseverado con fidelidad y ha sido y es un gran hombre de Dios. ¡Qué maravilla su ejemplo de integridad y justicia en esta generación!
F. AMOR POR LAS ALMAS
El apóstol manifiesta: Tan grande es nuestro afecto por vosotros, que hubiéramos querido entregaros no sólo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas (1 Ts. 2:8). Pero aunque hagamos propias esas palabras, serán huecas si nuestra vida no está entregada a los oyentes.
Recuerdo que cuando era muchacho, durante mi viaje al seminario donde estudiaría en los Estados Unidos de América, conocí a un diplomático de la India, cristiano, y quise averiguar cuál era el mejor método para acercarse a los presidentes y altos funcionarios.
—¿Qué estrategia usa usted para llegar a ellos?—le pregunté.
Me rodeó con su brazo y sonrió:—No hay métodos. Lo único que hay que hacer es amarlos.
Al principio creí que me estaba tomando el pelo y no quería compartir su secreto. Con el tiempo comprendí que ése fue uno de los consejos más sabios.
La Escritura declara que cuando Jesús vio a las multitudes tuvo compasión de ellas, porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor (Mt. 9:36). Pidamos a Dios que mueva nuestros corazones con la misma compasión que tiene El.
Lutero, Calvino, Finney, Moody, Spurgeon, Corrie ten Boom, Wesley, Whitefield, Zinzendorf, Zwingli y otros grandes predicadores del pasado tenían pasión por las almas. Spurgeon declaró: “Hermanos, si el Señor no os da celo por las almas, dedicaos a cualquier cosa que no sea el púlpito.”
R. A. Torrey solía decir que hay tres cosas necesarias para tener pasión por las almas:4 (1) debemos saber lo que dice la Biblia en cuanto al estado presente y destino futuro de quienes están sin Cristo; (2) debemos creer que lo que dice la Biblia es verdad; (3) debemos orar para que en vista de ello el Señor encienda nuestro corazón con amor por las almas a fin de que hagamos algo.
Conocí a la misionera holandesa Corrie ten Boom durante un congreso mundial de evangelización. Ella ya era anciana, estaba impedida físicamente, y no podía levantarse, de manera que me arrodillé a su lado y le escuché decir: “Amo a mi Jesús”. Ese amor la llevó a proclamar a Jesucristo en más de 60 países y a guiar a muchos millares a la fe en el Señor Jesús.5
Carlos Finney era un predicador muy emotivo. Lloraba al pensar en sus amigos perdidos sin Cristo. Al principio sus emociones eran tan evidentes que algunos se preguntaban si era sincero o si sería un truco. Sin llegar a ese extremo, necesariamente, recordemos que los oyentes son candidatos a la vida eterna y a una vida de victoria en Cristo. Mostremos amor y compasión divina al hablarles.
El predicador debe actuar con sinceridad para con la Palabra de Dios, o sea que ha de leerla y estudiarla con corazón abierto, sin máscaras. Ha de proclamar la verdad divina con sinceridad (2 Co. 2:17) y transparencia, no adulterando la Escritura ni intentando usarla para sus propios fines (2 Co. 4:2).
La sinceridad también habrá de mostrarse ante los oyentes. Algunos creen que desde el púlpito uno debiera ocultar las debilidades o problemas internos. Muchos predicadores hablan y actúan como si ellos no tuvieran fracasos ni tropiezos. No aparentemos ser más santos que los oyentes ya que no lo somos. Estemos dispuestos a confesar nuestras faltas y a compartir de qué manera Dios, por medio de la Escritura, nos ayuda a vencer fracasos y tropiezos.
Las palabras de 1 Jn. 1:7 no tienen que ver únicamente con nuestra relación con Dios y nuestros pecados, sino también con la relación entre nosotros. Para que haya contacto y comunión con los oyentes, es necesario que el predicador camine en la luz del Señor. No quiere decir que sea perfecto sino que descubrirá sus imperfecciones y hablará verdad.
Jacob, por ejemplo, es el antitipo de una persona íntegra. Tenía un gran futuro ante él, Dios lo había elegido para una misión especialísima, pero no quiso esperar que el Señor cumpliera su promesa y trató de llegar a un acuerdo: seguridad y prosperidad a cambio de su diezmo. ¿Esperaba, tal vez, que Dios le siguiera el juego? Antes de condenar a Jacob tengamos en cuenta que podemos asemejarnos. Cuando nos sorprenden violando una promesa o siendo pobres mayordomos de nuestro ministerio, ¿acaso por lo general no tratamos de llegar a acuerdos con Dios nosotros también?
En contraste, José es un ejemplo y modelo de integridad. Aunque era hijo del engañoso Jacob, caminó en sinceridad y honestidad ante Dios y los hombres. A veces eso le costó caro, pero caminó en la luz de Dios y no se desanimó.
H. SER EJEMPLO
Como predicadores cristianos, seamos ejemplo en palabras, conducta, amor, espíritu, fe y pureza (1 Ti. 4:11–12). Seremos ejemplo cuando nuestro carácter refleje las armas espirituales que Dios nos ha dado: la santidad y el poder del Espíritu Santo.
I. PERSEVERANCIA
Es crucial comenzar el trabajo, pero igualmente crucial es acabarlo. He conocido a muchos que empezaron con un grito de triunfo y terminaron con un suspiro de fracaso. ¿Por qué? Oposición quizás, o tal vez planes preconcebidos que nunca funcionaron. Cualquiera haya sido la razón—y podría haber miles—miraron hacia atrás, abandonaron.
El Señor Jesucristo resucitado nos exhorta: Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida (Ap. 2:10). Los mayordomos han de ser fieles a la visión y al llamado de obediencia.7 Cuando yo era un niño en edad escolar, tenía un cuaderno de autógrafos. Cuando cantantes u oradores venían a nuestra escuela, les pedía que firmaran mi cuaderno. Una misionera optó por dibujar algo que atesoro hasta hoy. Era el dibujo de una casa con un sendero. Afuera estaba oscuro, pero desde la ventana de la casa una lámpara brillaba e iluminaba el camino, debajo del cual escribió: “Deja que tu luz brille delante de los hombres para que ellos vean tus buenas obras y glorifiquen a tu Padre”.8 Aunque yo era un niño, fueron palabras de Dios que nunca olvidé, y hasta hoy me emociona recordarlo. A través de los años me ayudaron a mantenerme fiel al llamado de Dios.
Alguien más firmó mi cuaderno de autógrafos con una paráfrasis de Lucas 9:62, Has puesto tu mano en el arado; nunca mires hacia atrás. El Espíritu Santo me recuerda: “Tu mano está en el arado; no mires hacia atrás, Palau, porque si lo haces no eres digno del reino de los cielos.”
Si hemos de acabar el trabajo encomendado, las brasas del Espíritu Santo en nuestra vida deben reavivarse continuamente.9 Al hacerlo, el fuego arderá de tal manera que los demás verán nuestras obras y darán toda la gloria a Dios.
6. EL PREDICADOR Y SU RELACION CON DIOS
Spurgeon afirmaba que el poder del sermón depende de lo que antecede al sermón, y animaba a preparar el mensaje en íntima comunión con Dios y verdadera santidad de carácter. Podré ser un brillante predicador, pero si mi vida no muestra los frutos del Espíritu Santo y no camino en santidad, resulta incongruente con el llamado de un Dios Santo. Si la vida no concuerda con la predicación, entonces la doctrina y la Palabra de Dios serán deshonradas.
El llamado de Dios es: Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor (He. 12:14).
Estamos en un lugar visible y muchos cristianos nos ven como modelos. Además, somos blanco predilecto del enemigo. Satanás sabe que si logra tumbar a un predicador habrá deshonrado en grado superlativo el nombre del Señor.1
Recordemos también que Jehová tu Dios anda en medio de tu campamento para librarte y para entregar a tus enemigos delante de ti; por tanto, tu campamento ha de ser santo, para que él no vea en ti cosa inmunda, y se vuelva de en pos de ti (Dt. 23:14). Como líderes en el cuerpo de Cristo, el Señor nos exhorta a no permitir nada indecente en el campamento.
Por un lado, entonces, servimos a un Dios santo. Apocalipsis 4:8 nos dice que en el cielo no cesaban día y noche de decir: santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso. La virgen María exclamó: Santo es su nombre (Lc. 1:49). El salmista manifestó: Tus testimonios son muy fìrmes; la santidad conviene a tu casa, oh Jehová (sal. 93:5).
Los cristianos somos “templo de Dios” (1 Co. 3:16). No merecemos sino el infierno, y sin embargo, por la misericordia divina tenemos perdón, vida eterna y a un Dios santo viviendo en nuestro ser.
Por otro lado, predicamos un evangelio santo. La Palabra de Dios dice que el evangelio es “su santo pacto”, “el santo mandamiento”, “vuestra santísima fe” (Lc. 1:72; 2 P. 2:21; Jud. 20). Este mensaje que proclamamos tiene que ver con el corazón del Dios Todopoderoso; revela los horrores de la depravación humana, su juicio y la necesidad de arrepentimiento. Pero por sobre todas las cosas, revela el amor de Dios, la muerte de su glorioso Hijo y nuestra redención. El evangelio ofrece perdón, regeneración, adopción, vida eterna, santificación, resurrección de entre los muertos y la seguridad del cielo mismo. Por cierto que es un santo evangelio.
Por consiguiente, somos llamados a ser santos. La pureza en la vida diaria debe ser la única respuesta obediente a tan maravillosa gracia divina. El apóstol recordó a Timoteo que Dios nos llamó con llamamiento santo (2 Ti. 1:9). Pedro exhorta: Como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir (1 P. 1:14–15).
Santidad es caminar en la luz, ser transparente ante Dios y ante otros. La santidad es ser conformados al carácter de Dios. Según el escritor C.H. Mackintosh “Ser santo es ser como Jesús.” La meta de nuestra santificación es ser hechos conforme a la imagen de su Hijo (Ro. 8:29).
Como predicadores llamados por Dios, ¿mostramos diariamente el santo carácter del Señor Jesús? Aquellos que están a nuestro alrededor, ¿pueden decir de nosotros “es como el Jesús que predica”?
Un pastor amigo mío declara: “Si usted cree que el pecado es divertido, debiera probar la santidad.” Por cierto que es mucho más emocionante.
El gran predicador inglés Juan Wesley enfatizaba la santidad de vida.2 Para él no era una mera doctrina ni un modo de vivir sino que era el único camino a la madurez y la estabilidad cristiana.
Seamos siervos útiles y eficaces, viviendo día tras día con corazones transparentes. Acabemos con cualquier sombra de pecado en nuestra alma, leamos las Escrituras y oremos sin cesar para no endurecernos ni volvernos insensibles a la santidad de Dios. El quiere que a cada paso caminemos en su ley; anhela que tomemos decisiones correctas que nos conduzcan a una vida santa. Una vida santa es una vida de poder, y en una vida de poder hay servicio eficaz, comunicación eficaz y fruto que permanece.
A. SANTIDAD EN CADA AREA DE LA VIDA
La santidad debe tocar cada área de la vida del predicador. Y ya que como predicador me dirijo a predicadores, pastores y líderes, quiero considerar ciertas áreas en que somos especialmente vulnerables. El filántropo británico Wilberforce expresó: “No existen caminos cortos para llegar a la santidad. Debe ser la ocupación de toda nuestra vida y de todo nuestro ser, espíritu, alma y cuerpo.”3
1. Santidad de espíritu.
No debe haber nubes en mi espíritu, es decir pecados sin confesar, sino que debo vivir con una conciencia transparente. Aunque la meta es la perfección (1 P. 1:16) y sabemos que aquí en la tierra no la conseguiremos, nuestro propósito es ser santificados y ser santos en nuestro espíritu. Además, la gloria de Dios ha de ser el deseo más profundo de mi ser interior.
2. Santidad de alma.
(a) Arrogancia y espíritu competitivo. Cuidémonos de convertirnos en predicadores y obreros en quienes no se puede confiar, rompiendo promesas, comportándonos como estrellas, creyéndonos superiores, teniendo en menos a quienes no están de acuerdo con nuestras ideas. Son pecados graves que entristecen al Espíritu Santo y ofenden a nuestros colaboradores. Además, está el peligro de un espíritu competitivo, en especial con respecto a otros colegas en el ministerio. Ese espíritu crítico y destructivo de parte del obrero cristiano puede ser su eclipse y la causa de su posterior caída.
(b) Envidia. Puede surgir un espíritu de menosprecio hacia predicadores y obreros más jóvenes que están experimentando resultados en su ministerio y de quienes tememos puedan sobrepasarnos. Resulta bochornoso confesar que tales pensamientos cruzan nuestra mente, pero es así. Mira bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe (He. 12:15).
(c) Mal uso del dinero. ¡Gloria a Dios por el dinero que poseemos porque lo necesitamos para vivir y la iglesia lo necesita para poder ministrar! Pero que con sinceridad podamos decir: Vosotros sois testigos, y Dios también, de cuán santa, justa e irreprensiblemente nos comportamos con vosotros los creyentes (1 Ts. 2:10). Seamos cristianos con buena reputación para dirigir nuestras finanzas, a fin de que el enemigo no pueda blasfemar a Jesucristo. Actuemos honestamente, no defraudando, sino mostrándose fieles en todo, para que en todo adornes la doctrina de Dios (Tit. 2:10). Mi repetida oración a Dios es que me ayude a ser generoso de manera continua.
3. Santidad de cuerpo.
Sin temor a contradicciones diré que el pecado sexual, más que cualquier otro pecado, es lo que más deshonor ha traído al nombre de Jesús. Ha producido dolor al cuerpo de Cristo, tropiezo a los nuevos cristianos y burla del mundo.
No nos creamos exentos de la tentación. El escritor C. S. Lewis declara en su libro Cartas a un diablo novato: “Ningún hombre sabe cuán malo es hasta que trata de ser bueno. Hay por allí una idea ridícula de que la gente no sabe lo que es la tentación”.
(a) El sexo y el hombre interior. Somos parte de una cultura en la que resulta fácil contaminarse y hasta considerar correcto el mal uso del sexo. Guarda tu corazón, dice el Señor (Pr. 4:23). Todos somos tentados, y la clave del éxito está en guardar nuestro corazón.4 Cuidémonos de no fantasear ni soñar despiertos cuando la mente está ociosa. Rechacemos de plano la pornografía—ya sea escrita, en películas, en videocassettes o en la pantalla de la mente. En forma sutil uno puede autoconvencerse de que nada de malo hay en ello.
Por otro lado, el primer paso es admitir que pastores y líderes somos tentados como cualquier otro cristiano. Los principios que Dios ha dejado para nuestra protección deben implantarse en nuestra alma, ser creídos, aceptados y reafirmados. Estudie Mal. 2:13–16; 1 Ts. 4:1–8 y haga de la historia de José un modelo (Gén. 39), ya que hay ocasiones en que la mejor defensa es huir. El tenía principios divinos arraigados muy dentro de sí, y de esa manera pudo enfrentar, resistir y huir triunfalmente de la situación crítica.
Si permitimos que nuestros deseos nos lleven a la inmoralidad sexual, tarde o temprano la mano de Dios será quitada de nuestro servicio para El y traeremos deshonra a su nombre. Sansón perdió el poder y la fuerza, pero él no sabía que Jehová ya se había apartado de él (Jue. 16:20). Billy Graham afirma: “Si Dios quita su mano de mi vida, mis labios se convertirán en barro.”
Recordemos que al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá (Lc. 12:48). A los obreros cristianos y a los predicadores se nos ha dado mucho, por lo tanto mayor responsabilidad tenemos y mayor juicio caerá sobre nosotros.
(b) El predicador y su cónyuge. El amor conyugal y una profunda relación de amor con la esposa son vitales. La Biblia enseña que debemos brindar placer a nuestra esposa o esposo (1 Corintios 7; Cantar de los Cantares). En nuestro anhelo de ser santos y “más espirituales”, no queramos abstenernos de placer sexual con nuestro cónyuge, ya que eso es antibíblico y legalista por más que sea sincero.
(c) El predicador frente al otro sexo. Salomón aconseja: Adquiere sabiduría, adquiere inteligencia (Pr. 4:5). No permitamos la codicia en nuestra vida. La sabiduría indica que la codicia podrá resultar atractiva a la imaginación pero será destructiva.
Si, por ejemplo, aconsejamos a miembros del sexo opuesto, tengamos sumo cuidado y actuemos sabiamente. Los sentimientos de lo íntimo del ser y las emociones deben estar sujetos al Señor (Sal. 19:14). Seamos cuidadosos con las preguntas que hacemos y asegurémonos de que estén dirigidas a echar luz sobre el problema. Muchos han resbalado por el simple hecho de compartir problemas personales.
La santidad sexual también requiere que nos veamos libres de flirtear, que no juguemos con el lenguaje corporal, que no “desvistamos” al otro sexo con la mirada, que no comparemos a otra mujer con nuestra esposa, que nos apartemos de las insinuaciones de doble sentido. Esto podrá parecer superficial, pero he sido testigo de tristes casos de cristianos que a la larga cayeron por falta de cuidado en estas áreas.
El Dr. Jorge Sweeting, quien fuera presidente del Instituto Bíblico Moody, manifestó: “La caída en la vida cristiana rara vez sucede de repente; por lo general, se trata de un proceso gradual.” La caída no ocurre de la noche a la mañana, en un momento de total descuido y explosión de pasiones descontroladas. Cuando un predicador da ese paso fatal, éste se ha estado gestando en su alma durante meses, quizás años. Un cristiano no “cae en pecado”; más bien se mete en él con sus ojos bien abiertos. Al jugar con el pecado se reduce el nivel de sensibilidad, se permiten pensamientos inadecuados. Pareciera que el Espíritu Santo deja de hablar a la conciencia, y antes que uno se dé cuenta, viene la caída.
B. SANTIDAD Y RENOVACION ESPIRITUAL
¿Cómo hace un predicador para mantenerse espiritualmente renovado? Es emocionante leer acerca de la historia de la iglesia y ver que a través de los siglos el avivamiento ha sucedido una y otra vez. Por lo general fueron hombres y mujeres jóvenes que, cansados del status quo, buscaron a Dios, meditaron en la Escritura, oraron de rodillas por los perdidos y vieron pecado en ellos mismos y en el pueblo de Dios. Luego confesaron ese pecado, se arrepintieron y por fe aceptaron la llenura de Jesucristo. Entonces comenzó el avivamiento entre el pueblo de Dios, y poco después la cosecha.
1. Nuestro diario andar con Dios es personal e irreemplazable.
El secreto está en vivir espiritualmente renovados y cerca de Dios cada día. El predicador no siempre está en el acto de oración, dijo Spurgeon, pero siempre está en el espíritu de oración.5 Por cierto la adoración diaria, la oración y la transparencia ante nuestro Señor son su provisión para mantenernos renovados (Sal. 51:1–3). No fue simplemente un gran culto de consagración cuando éramos adolescentes o jóvenes, o alguna gran manifestación de poder divino en una reunión. Lo que trae fruto a su tiempo es el poder diario de “Cristo vive en mí” (Gá. 2:20), que me permite vivir renovadamente (Ro. 12:1–2).
Por otra parte, la Palabra de Dios en nuestro ser permite que el hombre interior se mantenga fuerte y en santidad. En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti (Sal. 119:11).
2. Una vida familiar santa es la provisión divina para la verdadera frescura en la vida y el ministerio del predicador.
Cuando estoy en casa, paso tiempo cada día con mi familia. Leemos la Biblia, hablamos de ella, compartimos alegrías y tristezas y oramos el uno por el otro. Esto me mantiene cerca de ellos en el Señor y podemos hablar acerca de casi todos los temas en la presencia de Dios. Además dedico momentos especiales a mi esposa a fin de mantener siempre encendida la llama del amor que nos unió.
3. La importancia de la comunión con la iglesia.
La iglesia local es una de las provisiones de Dios para el gozo, la santidad, el crecimiento, la madurez, y—cuando fuere necesario—la disciplina. En la iglesia local debemos servir, no ser servidos. Recordemos que no estamos por encima de los demás. Por otra parte, el Señor ha provisto siervos maduros como consejeros (Pr. 11:14). Ellos son la protección de todo pastor y líder cristiano. Sugiero que cada uno tenga tres o cuatro amigos del mismo sexo con quienes orar y abrir el corazón (Pr. 18:24). Esto ayudará a mantener el equilibrio en la vida.
Nuestra tarea es tener en alto a Jesucristo, predicar su evangelio y edificar a su iglesia. El predicador que sienta una carga por la iglesia, intentará reavivarla por el poder del Espíritu Santo. Si tiene alguna crítica, la compartirá con el liderazgo en privado y a puertas cerradas.
Los grandes siervos de Dios del pasado aprendieron a amar a la iglesia de Jesucristo después de haber visto sus propias debilidades. Las cuestiones denominacionales secundarias ya no resultaban tan importantes.
Cuando yo era muchacho asistía a una congregación bastante cerrada. El sentimiento subyacente era: “Somos los únicos buenos cristianos en el pueblo. Conocemos la verdad. Los demás están equivocados. ¿Por qué siquiera orar por ellos, entonces?” Pero al crecer en el Señor comencé a darme cuenta de que la gente que ama a Cristo es gente admirable. Podremos no estar de acuerdo en todas las áreas, pero si en verdad conocemos y amamos a Jesucristo, todos somos parte del mismo cuerpo.
No me estoy refiriendo al mero ecumenismo estructural que esconde la verdad en aras de unidad sin fundamento sólido.6 Hay diferencia entre esa clase de ecumenismo y la auténtica unidad del cuerpo de Cristo, de aquellos que aceptan las verdades básicas de la fe cristiana.7
Algunos podremos preocuparnos por algún punto doctrinal y otros por otro. Sin embargo, los grandes predicadores del pasado comprendieron que podemos tener diferencias en cuestiones secundarias. No estamos haciendo de cuenta que no existen, pero lo que creemos se hace evidente, por ejemplo, por la forma en que hablamos, la manera en que escribimos, los versículos que citamos. No pretendemos que todos están de acuerdo con nosotros o que nosotros estamos de acuerdo con todos. Tenemos nuestras convicciones y nuestras distinciones. No nos olvidamos de ellas ni las abandonamos pero nos decimos el uno al otro: “Te amo en Jesucristo. Puedo ver la presencia de Dios en tu vida. Prediquemos el evangelio juntos por amor a los perdidos, y ayudémonos mutuamente para crecer en la gracia y en el conocimiento del Señor Jesucristo.”
* * * * *
El misionero David Brainerd rogaba: “Sólo quiero ser más santo; más como mi querido Señor. Quiero la santificación.”
Para concluir, recordemos las palabras de un gran hombre de Dios: “De acuerdo a nuestra santidad, así será nuestro éxito. Un hombre santo es un arma poderosa en la mano de Dios.”
Oración del predicador:
Señor, tú estás aquí, presente. Yo estoy aquí, obediente a tu mandato. Voy a proclamar tu mensaje. Tú has prometido bendecir tu Palabra. Por lo tanto descanso en ti con gozo y paz. Gracias porque vas a obrar. Las almas serán bendecidas y Dios será glorificado. Aleluya porque Cristo vive en mí.
1 Ver también punto 3 en el capítulo “El estilo del predicador”.
2 Dentro de este concepto es propio enfatizar cómo Cristo nos cambia, nos rescata, nos ayuda a dejar todo lo vil, etc.
3 Ver capítulo 6, punto E, “La actualidad del mensaje.”
4 Considere la posibilidad de dramatizaciones de vez en cuando. Además, es útil contar con un retroproyector a fin de que los oyentes vayan siguiendo el bosquejo del sermón.
6 Ver punto H, “Buen estado físico” en cap. “La persona del predicador.”
7 Exhortaba a sus estudiantes: “No dejéis de pensar debidamente en vuestra voz porque su excelencia puede contribuir mucho a que logréis el objeto que esperáis conseguir.”
8 El sabio consejo de Spurgeon era: “Para ganar la atención de vuestro auditorio, haced tan agradable como os sea posible, vuestro modo de predicar. No hagáis uso, por ejemplo, siempre del mismo tono. Variad la elevación de la voz. Variad también la rapidez de vuestra elocución. Variad vuestro acento, alterad vuestro énfasis, y evitad la monotonía. Dad también variación a los tonos. Buscad de todos modos la variedad.”
1 Esto quizás sea más aplicable al evangelista y predicador itinerante que al pastor. Por otro lado, hallamos que Pablo define la misión del pastor en 1 Ti. 4:13. En ese caso, exhortación puede equivaler a la parte profética, aunque vez tras vez en Timoteo el apóstol habla de la misión de enseñar que tiene el pastor.
2 En mi caso, el predicador Ian Thomas fue la voz de santificación porque me enseñó qué significaba la obra del Cristo viviente en mi vida, y eso cambió mi ministerio, mi predicación, mi fruto, y todo mi ser.
3 Ver cap. “El predicador y su relación con Dios.”
1 La confrontación entre el poder de Dios y el poder de Satanás se hace muy real en un esfuerzo de corte evangelístico. Las fuerzas malignas atacarán del lado menos esperado. Las fuerzas del maligno se oponen a la proclamación del mensaje de salvación en Cristo porque Satanás se resiste a que se predique la obra de la cruz.
1
Jorge Müller de Bristol, en Inglaterra, pasaba largo tiempo en oración. Fue uno de los grandes maestros de la Biblia en su país. Nunca le pidió 10 centavos a nadie, y con la respuesta a sus oraciones llegó a alimentar a más de 2000 niños diariamente en los cinco orfanatos que dirigía.
Corrie ten Boom, por su parte, autora de “El refugio secreto”, pasó largo tiempo en campos de concentraciones durante la Segunda Guerra Mundial, y luego se dedicó a la obra misionera, empezando por su Holanda natal.
2 Si no comprendemos por qué nadie se salva, hagámonos varias preguntas esenciales: ¿Lo espero? ¿Es mi meta? ¿Presento el evangelio? ¿Oro para que haya conversiones? ¿Hay inconversos presentes?
4 Al observar el sufrimiento y la confusión de los seres humanos, comprenderemos por qué el Señor Jesús los comparó a ovejas sin pastor (Mr. 6:34).
5 Zinderdorf (1700–1760) comenzó una organización con un programa misionero extranjero, y previamente había trabajado con gente perseguida de Bohemia y Moravia. Su lema fue: “Sólo una pasión: El y sólo El.”
6 George Whitefield (1714–1770), predicador inglés asociado con los hermanos Wesley, hizo un trabajo exhaustivo en reuniones al aire libre y como evangelista itinerante.
7 Por otra parte, el mensaje en sí es sagrado y nunca cambia.
8 Spurgeon manifestó: “Apenas habrá cosa imposible para un hombre que puede conservar una congregación unida por años enteros, y ser instrumento de su edificación durante centenares consecutivos de días consagrados al Señor.”
10 Juan Calvino escribió sus Institutos como una apelación evangelística. En el prefacio confesó que su única intención era “instruir a aquellos que anhelaban ser hijos de Dios.” Durante su vida revisó los Institutos cinco veces, a fin de obtener una más clara y convincente exposición de la fe. Era un teólogo motivado por un gran sentido de urgencia—compartir el evangelio con cada persona que encontraba.
1 Por lo general desde el púlpito elijo a 2 ó 3 personas y predico mirándolas en forma especial. Aunque miro a todos, el centrar mi atención en unos pocos hace que mi forma de hablar sea más personal.
2 Ver también subpunto “Sea positivo y edificante” en el cap. “Cómo predicar un sermón”.
4 Hasta el mismo Spurgeon en su tiempo hablaba de la importancia del ejercicio, aunque en la cita que sigue lo restringe a cierto tipo de predicadores: “A los hombres de pecho angosto se les aconseja que hagan uso todos los días por la mañana, de los aparatos gimnásticos provistos por el colegio. Necesitáis pechos bien desarrollados, y debéis hacer todo lo posible por adquirirlos.”
5 Además, quienes caminan, hacen trote o corren disfrutan de un excelente tiempo para orar y estar a solas con Dios.
1 El Espíritu Santo actúa a través de nosotros y nos convertimos en boca del Señor (Jer. 15:19). Como resultado, hay poder e impacto en lo que decimos. El que oye quizás no sepa con seguridad qué ocurre, pero percibe que algo le está hablando a un nivel más profundo. Dios está usando mis palabras para hablar a la otra persona o para hacer algo en su vida.
2 Según Spurgeon, la oración es doblemente bendita: bendice al predicador que ruega, y al pueblo a que predica.
3 Hablando de él, comenta Teodoro: “Le escuché cuando estaba en oración; pero ¡Dios mío! con qué animación y espíritu lo hacía! Oraba con tanta reverencia como si le estuviera hablando a Dios; y con tanta confianza, como si estuviera hablando con su amigo.”
4 En este caso se refiere a las almas de los no cristianos.
5 Corrie ten Boom, autora de “El refugio secreto”, pasó largo tiempo en campos de concentraciones durante la Segunda Guerra Mundial; y luego se dedicó a la obra misionera, empezando por su Holanda natal.
6 Del gr. EILIKRINEIA, de EILE (luz del sol) y KRINO (juzgar, examinar). Se refiere a lo que es hallado puro al ser examinado por la luz del sol. Habla de pureza y candidez.
1 Si el predicador cree que ciertos pecados nunca podrán alcanzarlo, está por resbalarse con una cáscara de banana espiritual (1 Co. 10:12).
3 Wilberforce (1759–1833) fue un político inglés que durante 45 años atacó y luchó contra el tráfico de esclavos en su puesto en el Parlamento.
4 El corazón es todo lo secreto e interno, la mente, las emociones, los pensamientos, la conciencia.
5 “Si su corazón está en el trabajo que le incumbe, no puede el pastor comer o beber, tener asueto, acostarse o levantarse por la mañana, sin sentir constantemente un fervor de deseo, un peso de ansiedad, y una simplicidad de su dependencia de Dios; y de esta manera, en una forma u otra continúa su oración. Si tiene que haber algún hombre bajo el cielo, obligado a cumplir con el precepto de ‘Orad sin cesar’, lo es sin duda el ministro cristiano.”
6 Ejemplo de ello sería: ¿No crees que Jesús nació de la virgen María? No importa, somos todos una gran familia feliz.
7 Las verdades básicas serían las del credo apostólico. “Creo en Dios Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo. Nació de la virgen María; padeció bajo el poder de Poncio Pilato; fue crucificado, muerto y sepultado … al tercer día resucitó … subió a los cielos … desde donde ha de venir a juzgar … Creo en el Espíritu Santo, la iglesia … la comunión de los santos, el perdón de pecados, la resurrección de la carne, y la vida eterna. Amén.”