sábado, 7 de julio de 2012

Las cadenas son rotas: Liberacion por Cristo Todopoderoso

biblias y miles de comentarios
 
Libertad del ciclo de abusos
Me agrada empezar una conferencia preguntándole a la gente: «¿Me agradarían si en verdad lograra conocerlos en el poco tiempo que estaré aquí? Quiero decir: ¿Si los llegara a conocer verdaderamente?» Hice esa pregunta a mi clase en el seminario y antes de que pudiera continuar uno de mis alumnos respondió: «¡Me tendría lástima!» Lo dijo en broma, pero captó la perspectiva de muchos que experimentan una vida de desesperación disimulada. Perdidos en su soledad y autocompasión, se aferran a un hilo de esperanza que, de alguna manera, Dios irrumpirá entre la espesa neblina de la desesperación que rodea sus vidas.
El sistema no los ha beneficiado. Los padres que se suponían iban a ofrecer el amor, el cariño y la aceptación que necesitaban, eran más bien la causa de su condición. Tampoco la iglesia de la que se habían aferrado en busca de esperanza parecía tener las respuestas.
Tal es el caso de la persona que nos presenta el primer relato. No conocía a Molly antes de recibir su extensa carta, en la que me dio a conocer su recién lograda libertad en Cristo. Meses más tarde, tuve el privilegio de encontrarme con ella cuando dictaba una serie de conferencias. Esperaba ver a una criatura acabada y regordeta. Por el contrario, la persona que almorzó con mi esposa y conmigo era una profesional inteligente y atractiva.
Conforme usted conoce, creará su imagen mental. Su relato es importante porque no la aconsejé personalmente. Encontró su libertad viendo en la Escuela Dominical los videos de nuestro congreso sobre «Cómo resolver los conflictos personales y espirituales». Su historia representa a todos los que sufren debido a una familia disfuncional y a una iglesia inepta. Creo que muchos de los que hoy viven en la esclavitud espiritual saldrían a la libertad ahora mismo si supieran quiénes son en Cristo y cuál es la naturaleza de la batalla espiritual que se libra en sus mentes. Jesucristo es el que libera, Él ha venido a darnos vida en abundancia.
*     *     *
La historia de Molly
Nací de las dos personas más odiosas que jamás he conocido.
Toda mi vida ha cambiado desde que empecé a participar en la serie de videos sobre: «Cómo resolver los conflictos personales y espirituales». Por primera vez en mi vida se me aclaró cuál era la fuente de mis ataduras. Tengo cuarenta años y siento que sólo ahora he encontrado «la tierra prometida».
Nací en una zona rural de Estados Unidos, hija de las dos personas más miserables que jamás he conocido. Mi padre era un agricultor de muy poca educación que se casó con mi madre cuando ella era muy joven. Él era uno de los quince hijos de una familia plagada de enfermedades mentales. Hay también una gran inestabilidad en la familia de mi madre, pero simplemente niegan que haya un problema.
La luz que más brillaba entre mis familiares era mi abuela. De no haber sido por ella, estoy convencida que de no haber sido por ella, hace años estuviera loca. Fue una santa y yo sabía que me amaba.
Fui la primogénita de mis padres, sin embargo, nací cuando cumplieron doce años de casados. Mis primeros recuerdos de ellos juntos eran que en la noche mi madre dejaba fuera a mi papá. Todavía veo la expresión feroz de su cara mientras se dirigía a mí a través de la puerta y gritaba: «¡Molly! Ábreme la puerta y déjame entrar». Mi mamá, parada directamente detrás de mí, me gritaba: «No te atrevas a abrir esa puerta».
Al pie de la cama pude ver la clásica figura del diablo
Mis padres se divorciaron cuando tenía cuatro años y mi madre nos llevó a otra casa. Mucho antes del divorcio recuerdo la noche en que mis padres iban a salir. Mi hermanita de un año de edad y yo estábamos en la cama de ellos, sin duda esperando a la muchacha que nos iba a cuidar, cuando de repente vi bailar al pie de la cama una aparición malévola exactamente como el tradicional diablo rojo. Estaba petrificada del temor y me sentí obligada a no decirle a nadie lo que veía.
Llamé a mi mamá y llorando solamente le dije que había algo en el cuarto. Encendió la luz y dijo: «Aquí no hay nada, ni acá». Me cubrió con las mantas para no ver el pie de la cama cuando ella apagó la luz y salió del cuarto. Pasé largo rato escondida debajo de las mantas, demasiado aterrorizada como para asomarme. Cuando lo hice, todavía estaba allí aquella presencia, riendo.
Sentí que esas palabras me traspasaban el corazón como un puñal.
Después del divorcio de mis padres, recuerdo que se encontraron una vez en la calle, se pararon a conversar y papá le pidió a mamá que lo dejara llevarse a mi hermanita. Sentí que esas palabras me traspasaban el corazón como un puñal, porque me indicaban que mi padre no me quería.
Lo más probable es que las voces hayan empezado en esa época: «Tu padre ni siquiera te quiere». Y era verdad. Siempre me había dicho que era «exacta a mi madre». Sabia lo que significaba eso: Sabía que la odiaba. Ella era colérica y a mí me aterraban sus arranques de ira.
Una vez, cuando tenia unos seis años y estaba en casa de mi papá, una tía le dijo: «Molly es exacta a ti». De inmediato, cambió su expresión por completo y le gritó: «¡Es exacta a su madre! ¡Vivi dieciséis años con esa mujer y ella se parece a su madre!» Diciendo eso salió furioso de la casa y sentí que un dolor agudo me atravesaba el pecho.
Temía mucho que ella nos envenenara.
Nuestros familiars pensaban que mi madre podría maltratarnos. Una vez, cuando ella estaba muy mal llegó una tía y se paró fuera, frente a una de las ventanas. Nos estaba vigilando porque temía por nuestra seguridad. Mamá nos maldecia muchísimo y controlaba nuestras vidas totalmente. No tenía amistades, ni amor, ni ternura y a menudo decía que su vida habría sido mucho major sin mí. Sentí que estaba resentida con nosotros y que le éramos un estorbo.
En los dos años siguientes, mamá llegó a ser aún más cruel y malévola. Temí por mi vida el resto de mis años junto a ella. Aunque no conocía mucho del mundo espiritual, sentía, aun en ese entonces, que Satanís estaba involucrado en nuestra vida familiar.
Llegó el momento en que no comía a menos que ella lo hiciera antes, porque temía que nos envenenara. Me es imposible describir el terror de ser una niña que siempre vivía amenazada por el peligro de muerte. Aun cuando algunos de nuestros parientes temían por nuestra seguridad, no nos ayudaron porque le temían más a ella.
Una vez, cuando tenía catorce años, mi madre creyó que le habia perdido algo y no me quiso alender cuando traté de decirle que nunca habia tenido en mis manos aquello. Me pegó y me estuvo maldiciendo desde las seis de la tarde hasta la una de la mañana, obligándome a revisar la basura una y otra vez para encontrar ese objeto. Al fin se acostó. Sin duda muerta del cansancio. ¡Lo que buscaba era la tapita del tubo de pasta de dientes!
Poco después llegó mi padre para su visita mensual. Tal vez nos hubiera visitado más a menudo a no ser que su esposa alegaba y rabiaba todo el tiempo que estaban con nosotras, tratándonos de la misma manera que lo hacía nuestra madre. De regreso a casa ese día, de repente mi mente se quedó en blanco. No podía recordar quién era ni toda esa gente que estaba en el auto. Se me hizo un enorme nudo en la garganta, estaba tan asustada que no podía hablar. Luego, de manera igualmente repentina, me volvió la memoria como un torrente apenas papá hizo que el auto doblara hacia la calle en que vivíamos. Cómo odiaba el regreso al «infierno» de mi hogar, pero no tenía otro recurso.
En medio de todo, anhelaba desesperadamente el amor de mis padres. Todavía cuando tenía treinta y tantos años llamaba a mi madre a diario, a pesar de que muy a menudo me tiraba el teléfono. A esas alturas seguía tratando de obligarla a amarme.
Siempre me amenazaba con decirle a mi mamá que yo fumaba cigarrillos si le contaba lo que él me hacía.
Cuando aún era pequeña, uno de mis tíos, que tenía muchos hijos, llegaba a mi casa y me sacaba a pasear. Al parecer, a mi madre jamás se le ocurrió ser cautelosa y preguntarme por qué hacía eso. Cuando tenía entre cuatro y siete años, recuerdo que me hacía caricias íntimas y me amenazaba con que si alguna vez le contaba a mamá lo que me hacía, me acusaría con ella de fumar cigarrillos. Recuerdo haber sentido una culpabilidad inmensa, creyendo que debía haber dicho que «no», pero tenía miedo de hacerlo.
Después llegué a enviciarme con la masturbación, un problema que jamás pude controlar hasta que encontré mi libertad en Cristo. Ese deseo sexual ha tratado de volver, pero ya sé lo que tengo que hacer: simplemente proclamo en voz alta que soy hija de Dios, le digo a Satanás y a sus mensajeros malignos que me dejen. Entonces la compulsión se va inmediatamente.
Hace poco quise contarle a alguien acerca de esa adicción sexual para aceptar mi responsabilidad. Cuando se lo conté a una de mis amigas del mismo estudio bíblico, exclamó: «¡Yo siempre he tenido ese mismo problema!» Lloramos juntas y le conté de mi victoria sobre esa influencia demoníaca y sobre todos los pensamientos sexuales violentos que la acompañaban. Me regocijo ahora que ya no tengo que estar sometida a la presencia malévola y al poder arrollador que se asociaba con ese acto. En Cristo soy libre para decidirme a no pecar de esa manera.
De nuevo, a los nueve años de edad, un compañero de trabajo de mi madre abusó de mí. Ella le permitía llevarnos a pasear en auto, a mi hermana y a mí, me besuqueaba y me metía su lengua en la boca. Una vez estaba tan asustada de lo que me podría hacer que me subí a la ventana trasera de su auto y le rogué que nos llevara a casa, después de lo cual jamás nos volvió a sacar.
Había visto películas en que la gente perdía toda noción de la realidad.
A medida que crecía, todo empeoraba. No recuerdo exactamente cuándo fue, pero empecé a pedirle a Dios que no me dejara volver loca y parar en un asilo. Sabía que no sería muy difícil terminar allí porque había estado escuchando voces desde que tenía uso de razón. Había visto películas como «Las tres caras de Eva», en que la gente perdía toda noción de la realidad y me era fácil verme en esa misma condición.
No teníamos vida espiritual alguna. Mi madre rechazó el cristianismo totalmente y no me dejaba hablar con ella del tema. Mi padre asistía todos los domingos a la iglesia, pero era demasiado legalista, trampa en la que después caí yo también.
De adolescente empecé a asistir a una iglesia del vencindario y me convertí en una legalista muy aferrada, haciendo todo lo que me indicaran … todo … para lograr ser feliz cuando fuera adulta.
A la edad de catorce años le pedí a Jesucristo que fuera mi Salvador. Me sentí tan emocionada que esperaba con ansias aprender todo lo que pudiera sobre Él. La primera vez que asistí a un grupo de jóvenes, distribuyeron unos libros y nos asignaron una tarea. Para la siguiente semana, ya había contestado todas las preguntas y había comprado un cuaderno de notas. Alguien vio que había completado el trabajo y gritó: «¡Miren, todos! Ella hasta contestó las preguntas».
Todo el grupo se rió y jamás volví a hacer una tarea.
La Escuela Dominical fue peor. Había muchas muchachas en la iglesia que eran acaudaladas, toda la clase pertenecía a una hermandad de muchachas, excepto otra muchacha y yo. Ella y yo nos llamábamos cada domingo por la mañana para estar seguras de que ambas asistiríamos, porque las demás no nos hablaban y ninguna de las dos quería estar allí sola.
En todo ese tiempo las voces me decían: «Eres fea. Eres repugnante. Eres indigna. Dios jamás te podrá amar». Y con lo que era mi vida, me convencí de que era así.
Cuando me casara, Dios me permitiría encontrar la felicidad.
La opresión, la depresión y las voces de condena seguían, pero nadie lo sabía. No tenía a quién contarle esta parte de mi vida. Creía que lo merecía. Cuando trataba de contarle a la gente cómo era mi madre, no entendían o respondían de manera inadecuada. Una vez se lo confesé a una maestra en la Escuela Dominical y me dijo: «Vamos a hablar con tu mamá». Fue tal el terror que sentí por lo que sabía sería la reacción de mi madre una vez que se hubiera ido la maestra, que me negué a hacerlo. Estaba demasiado aterrorizada.
Vivía de acuerdo al código del autoesfuerzo, tratando de complacer a mamá para evitar que se enojara. Creía que Dios me había puesto en el lugar donde estaba y, si podía aguantar el sufrimiento, ser obediente, llevar una vida buena y sin pecado, cuando me casara, Él me permitiría encontrar la felicidad. Mi meta era tener un hogar y un marido cristianos para ser feliz; tener un lugar seguro donde nadie abusara de mí.
El matrimonio fue una gran conmoción.
El verano después de mi graduación de la enseñanza secundaria me encontré con un hombre que me presentaron en aquella graduación, fue amor a primera vista. Con él me casaría diez meses después, a los diecinueve años de edad, en busca de felicidad. Asistíamos a la iglesia todos los domingos y miércoles por las noches y a cualquier otro programa al que se pudiera asistir. Pero no teníamos amistades y jamás nos invitaron a otro hogar.
En nuestra iglesia no ofrecían orientación prematrimonial, de manera que el matrimonio fue una gran conmoción. Me había guardado para el matrimonio, pero odiaba el sexo. Al cabo de una semana, mi marido empezó a salir de casa por largo rato, a veces todo el fin de semana. Nos mudamos a un apartamento y con todas las cajas sin desempacar, simplemente se fue a jugar golf y a estar con sus amigos.
Ese fue el colmo, después de toda una vida de no sentirme jamás amada por nadie. Mi autoestima estaba tan baja que cuando me di cuenta de que a mi esposo ya no le importaba, me enfermé, sumida en una tremenda depresión. A las tres semanas, me convencí de pecado y me levanté, pensando: ¿Cómo podrá amarme? No podrá jamás respetar a una mujer que se le une y trata de seguir desesperadamente cada paso que dé. Así que traté de cambiar y de hacer que nuestro matrimonio marchara bien. No sé cómo, pero logramos estar juntos durante quince años … quince años de conflicto, de rechazo y de dolor … vacilando entre una vida de pretensión legalista en el cristianismo y de dar la espalda a Dios completamente.
No era el tipo de mujer coqueta.
Esperaba que tener un hijo nos traería la felicidad, como no podía quedar embarazada empecé a visitar a distintos médicos. Cuando mi doctor de cincuenta años de edad fue bondadoso y me tomó de la mano, creí que simplemente actuaba como un padre. Pero luego me acarició íntimamente cuando estaba sobre la camilla. Más tarde, cuando me salió una protuberancia en un seno, fui a otro médico que me hizo algo parecido.
No era el tipo de mujer coqueta; pues apenas si podía mirar los ojos a otra persona. Creo que es exactamente como obra Satanás, utilizando a los demás para traer su maldad a nuestras vidas cuando somos vulnerables. Me sentía muy incómoda mientras sucedían estas cosas, pero de todos modos estaba acostumbrada a sentirme molesta.
Más tarde, me llamó una de mis amigas que trabajaba en un bufete de abogados, me dijo que uno de esos médicos le había hecho lo mismo a otra mujer, la que lo estaba enjuiciando. Fue en ese momento que al fin supe que no era yo, lo cual me alivió bastante de las muchas dudas que tenía sobre mí misma. Lo bueno era malo y lo malo era bueno. Los procesos mentales que tenía andaban tan equivocados que ya no sabía lo que era justo y recto.
Al fin quedé embarazada y salté de repente a la maternidad. Al poco tiempo, mi esposo llegó a casa una noche y me dijo: «De lo único que hablan los compañeros de trabajo es de muchachas y de sexo, por lo que me paso la mayor parte del tiempo con Linda. Ella asiste a nuestra iglesia, es cristiana y en mi tiempo libre estoy con ella.
Me preguntó si me importaba y le dije que no. Con el tiempo me dejó por Linda.
Mis amigas me habían advertido que se estaba viendo con otras mujeres, pero no lo creía. Simplemente decía: «Él no haría eso».
Traté así el asunto porque quería evitar el dolor de saber o enterarme que me estaba siendo infiel.
Renuncié a Dios.
Cuando al fin mi esposo me abandonó y me dejó con dos bebés, renuncié a Dios, culpándolo de todo mi dolor. En la iglesia había aprendido que el camino a la felicidad para la soltera era casarse con un cristiano, cosa que había hecho. Ahora estaba enojada con Dios y durante seis años lo eché a un lado.
Mi madre me instaba: «Haz algo. No te quedes allí sentada toda tu vida. Haz algo, aunque sea malo».
Mis compañeros de trabajo querían que los acompañara al bar y, aunque jamás había entrado en uno, fui con ellos y pronto quedé inmersa en ese estilo de vida. Jamás tuve la intención de salir con hombres indecentes, pero esa clase baja de personas me hacía sentir mejor. ¡Hasta terminé yendo a bares donde algunas de las personas ni siquiera tenían dientes! Supongo que ese era el único lugar donde me sentía bien conmigo misma porque ellos estaban peor que yo.
Todavía estaba atada por el legalismo y a veces trataba de ir a la iglesia, pero eso demandaba un esfuerzo hercúleo. Los viernes en la noche iba al bar y, cuando mis hijos regresaban el sábado de la visita a su padre, volvía a mi papel de buena madre. El domingo trataba de llevarlos a la iglesia, pero cuando lo hacía, sentía como si me clavaran la frente. Había padecido siempre de dolores de cabeza, pero este dolor era insoportable. A veces me enfermaba y tenía que salir de la iglesia; una de ellas me vomité en el auto, por lo que decidí no volver a la iglesia.
Iba al bar y alguien me decía algo agradable.
Recuerdo uno de los últimos sermones que escuché. El predicador dijo: «Hay una espiral descendente. Cuando empieza, el círculo es bien grande y las cosas se mueven lentamente en la superficie. A medida que baja se acerca cada vez más, adquiriendo velocidad hasta que pierde el control. Pero usted puede parar esa espiral descendente simplemente al no dar ese primer paso».
Di ese primer paso y las cosas se escaparon de mi control y ya no pude parar. Cuando me deprimía, iba al bar y alguien me decía algo agradable. Me tomaba un trago y por el momento no me sentía tan mal. Me aceptaban más en el bar que en la iglesia. Desde los catorce años había asistido a ella con regularidad, pero nunca tuve una amiga íntima. Era muy retraída y parecía que la gente no me extendía la mano, por lo que me quedaba sola y triste.
Me encontraba en una situación muy mala en mi vida. La gente en esos bares se peleaba con cuchillos y a veces alguno sacaba una pistola. Pero conforme pasaba el tiempo, logré ir a tomarme un trago sola sin hacerle caso al peligro. En realidad, no me importaba ya lo que me sucediera.
Recuerdo que decía: «No creo que esto sea malo».
Tuve un encuentro con el cáncer que me asustó mucho y pensé que quizás era Dios que me estaba golpeando fuerte. Así que renuncié a los bares y volví a la iglesia. Pero un año después ya se me había pasado el susto y había vuelto a mi antiguo estilo de vida. Vivía una mentira tal que era inevitable. Siempre había tenido una conciencia muy fuerte, pero en ese momento me acuerdo que pensé: Ni siquiera me siento mal por esto.
Me sentía infeliz, miserable y pensé en el suicidio, pero era tan cobarde que no lo podía hacer. Mi vida estaba tan descontrolada que cuando conocí en el bar a un hombre que se quería casar conmigo, me lancé sin pensarlo. No le pregunté a Dios qué le parecía, porque sabía la respuesta que me daría y no me importaba. El tipo todavía estaba casado cuando lo conocí, era cliente del lugar donde trabajaba. Tenía muchísimo temor de que mencionara que me había conocido en el bar, pues quería mantener esa parte de mi vida en secreto. Me casé con él en mi desesperada búsqueda de felicidad, pero sólo estuvimos junto dos años.
Aun antes de este matrimonio había vuelto al ciclo legalista en que trataba de controlarlo todo. Íbamos a la iglesia y me aseguraba de que mi esposo leyera todo lo que yo quería que leyera. Pero estaba más enfermo que yo y muy débil, sin el menor sentido de su identidad propia. Al principio pude controlarlo todo, pero cuando llegaron sus dos hijas a vivir con nosotros, «se desataron los infiernos». La madre había estado en un hospital siquiátrico y ahora tenía una relación lesbiana. Las niñas no tenían la menor disciplina y yo había decidido que las iba a «salvar»; pero me salió el tiro por la culata.
Al fin le pedí a mi esposo que se fuera, pues ya sabía que lo estaba pensando y quise adelantarme a los hechos. Pedí el divorcio, pero entonces no podía dormir en las noches y paré el procedimiento. Sabía que lo que hacía era malo. Le dije que cuando quisiera, le daría el divorcio, pero jamás supe nada más de él.
Fuimos a los consejeros, pero nadie nos ayudó.
Mi segundo esposo y yo sí fuimos a buscar consejería matrimonial, pero no hubo quien nos ayudara. La gente no trataba la realidad del conflicto espiritual, así que, ¿cómo nos podrían ayudar? Sólo nos daban una palmadita en la mano y nos decían que todo iba a resultar bien.
Finalmente, el último consejero que tuve reconoció que estaba experimentando un problema espiritual. Muchas veces le hablé de mi temor a la muerte … de los pensamientos de suicidio … de la incapacidad de sentir el amor de Dios … de la nube que me rodeaba cada vez que entraba a mi casa … pero no parecía saber cómo ayudarme.
Me preguntó si amaba a Dios, a lo que respondí: «No lo sé». Entonces me contestó: «Bueno, sé que lo amas». Le dije que el único Dios que conocía era el que me esperaba en los cielos con un martillo para golpearme. Discutió conmigo que Dios no era así, pero de nada valió.
No le hablé de la enorme araña negra que veía todas las mañanas al despertar, porque apenas comenzaba las actividades del día se me olvidaba. Es increíble que hubiera sucedido durante diez años y que jamás lo recordara excepto en el momento en que sucedía. En ese momento me convencía de que tenía una pesadilla con los ojos abiertos.
Finalmente no pude seguir fingiendo: lloraba todo el fin de semana y clamaba a Dios: «Ya no puedo fingir más que estoy bien». Apenas llegaban los niños del fin de semana con su padre, me levantaba y ponía la cara de buena madre. La verdad era que había pasado todo el fin de semana acostada en el sofá, envuelta totalmente en tinieblas. Jamás abría las ventanas y nunca salía. No le hablaba a nadie porque siempre habían voces que me decían: «Ellos no quieren hablar contigo. No les gustas». Nunca me di cuenta de que esas cosas negativas que escuchaba en la cabeza las puso allí el mismo Satanás.
Era como si una nube me esperara para devorarme.
De día, en mis labores, trabajaba más o menos bien, pero en el instante en que entraba por la puerta después del trabajo, me esperaba una nube para tragarme. De nuevo me tiraba en el sofá, sintiéndome miserable. Pequeñeces como ir a comprar al supermercado me eran dificilísimas porque allí había gente y sentía que todos me odiaban.
Seguí visitando a ese último consejero porque estaba desesperada y ya no podía seguir con la farsa. Llegué al punto en que siempre lloraba en el trabajo y le dije a mi consejero: «Me estoy volviendo loca, me siento desgraciada. Ya no puedo más».
Me dio un libro para leer, pero este no llegó a la raíz de mi problema. A pesar de que hablaba de Cristo, no había solución; la única esperanza era asistir a una de las clínicas que describía. Sin embargo, el libro tocaba el tema de la codependencia maligna y yo sabía que ese era mi caso: sin amistades, totalmente aislada, viviendo una mentira, sin saber quién era. Eso me aterró.
Terminado el libro, fui a ver a mi consejero y le dije: «Esta soy yo …»
Estaba al borde del suicidio, pero sólo me dijo que volviera a los quince días. Intenté ingresar a la clínica, pero no pude por no tener el dinero que exigían.
En esa misma época, mi hermana estaba pasando también por problemas serios, pero no podía visitar al consejero de nuestra iglesia porque no era miembro. Tenían tantos casos que atender que no podían tomar casos que no fueran de miembros. Mi consejero recomendó una clase para hijos de familias disfuncionales, ofrecida en otra iglesia. También quise asistir, pero me era demasiado dificil volver a empezar con un grupo nuevo.
Al llegar el fin de semana, se fueron mis hijos y me acosté en el sofá todo el viernes por la noche y todo el sábado, totalmente deprimida y comiendo nada más que rosetas de maíz. El domingo se me ocurrió que debería asistir a aquella clase. No había nada más difícil en este mundo que hacerlo, no sé ni cómo, pero logré armarme de valor. Apenas entré, me sentí completamente como en mi casa. Empecé a asistir con regularidad y me ayudó muchísimo, pues me sirvió de mucha ayuda tener amistades aunque también estuvieran enfermas.
A medida que observaba el video me quedaba boquiabierta.
Una de mis nuevas amistades me invitó a una clase distinta en que iban a pasar una serie de videos de Neil Anderson. A medida que observaba el video, me quedaba boquiabierta repitiendo constantemente: Esto sí es verdad. A partir de ese momento, jamás falté ni una sola vez a la clase. Una vez fui enferma, porque no había nada en mi vida que me hubiera dado tanta esperanza.
Cuando oí a Neil hablar de personas que escuchan voces, me emocioné muchísimo porque al fin había encontrado quien comprendiera lo que estaba experimentando. Luego habló de Zacarías 3 donde Satanás acusa al sumo sacerdote y el Señor le dice: «Jehová te reprenda». Esa verdad me liberó porque pensé: Yo lo puedo hacer.
En ese momento me di cuenta de que el padre de las mentiras, Satanás, me había engañado. Me había acusado toda la vida y no me había plantado contra él. Aprendí que al estar en el Señor Jesucristo tengo autoridad para reprender a los espíritus engañadores y rechazar las mentiras de Satanás. Cuando esa noche salí del curso, me sentí flotando en las nubes.
Se fue mi depresión … se fueron las voces … ¡desapareció ese enorme objeto parecido a una araña que vi durante diez años en mi cuarto al despertar por las mañanas!
Ahora amo la luz.
Para Navidad, mi jefe me regaló una serie de casetes titulada: «Cómo resolver los conflictos personales y espirituales», que escucho siempre. En mi mente hay luz donde antes había oscuridad. Ahora amo la luz y abro las cortinas y las ventanas para permitir que entre. ¡Es cierto que ya soy una nueva persona! Recibo en mi casa a personas que quieren estudiar la Biblia en esos casetes, cosa que jamás hubiera podido hacer antes.
Al reflexionar sobre mi pasado veo que los mensajes que recibí de parte de mi familia fueron negativos. No recuerdo jamás en mi vida haber sentido amor hasta que escuché los videos y me di cuenta de que Dios me amaba tal y como soy.
Antes de encontrar mi libertad en Cristo me portaba de la misma manera que mi mamá conmigo: con arranques de ira hacia mis hijos y luego odiándome por haberlo hecho. Ahora esos arranques son raros y mis hijos se sienten bien conmigo.
No soy como antes; estoy sanando. Sé lo que debo hacer cada vez que me veo cayendo en un viejo hábito o patrón de pensamiento. No tengo que humillarme en autocompasión. En cada punto de conflicto puedo buscar la mentira específica que Satanás quiere que crea y luego enfrentarla, escogiendo deliberadamente lo que ahora conozco como la verdad.
Mi gran meta ahora es ser el tipo de madre que Dios quiere que sea, y creo que Él compensará todos esos años que se comieron las langostas (Joel 2:24, 25).
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Cómo vive la gente
Nadie se puede comportar constantemente de manera que no corresponda con la visión que tenga de sí mismo. Molly creía que no valía nada, que nadie la quería, que no era digna de ser amada. Vivía una vida distorsionada, impuesta sobre ella por padres maltratados y abusadores. Ese ciclo de abuso habría seguido, de no haber sido por la gracia de Dios.
Cada vez que escucho un relato como este, y son muchos los que oigo, simplemente deseo que la gente como Molly pudiera recibir un sano abrazo de parte de alguien, por cada vez que haya sido tocada por el mal. Deseo disculparme con ella porque tuvo que tener esos padres. Deseo ver que la gente tenga oportunidad de cambiar. Están sentados en los bares cerca de su iglesia. Algunos se meten sigilosamente por la puerta de atrás del santuario y se sientan en la última fila. Otros se convierten en pestes que se le guindan a uno y a quienes se busca evitar. Son hijos de Dios, pero no lo saben, y la mayoría no han sido tratados como tales.
Detener el ciclo del abuso
Los cristianos tenemos todo el poder necesario para llevar vidas productivas y la autoridad para resistir al diablo. Las personas como Molly no son el problema; son las víctimas … martirizadas por el dios de este mundo, por padres abusadores, por una sociedad cruel y por las iglesias legalistas o liberales.
¿Cómo paramos este ciclo de abuso? Los conducimos a Cristo y les ayudamos a establecer su identidad como hijos de Dios. Les enseñamos la realidad del mundo espiritual y los animamos a andar por la fe en el poder del Espíritu Santo. Nos importan lo suficiente como para enfrentarnos a ellos en amor y apoyarlos cuando caen. Lo hacemos al transformarnos en los pastores, padres y amigos que Dios quiere que seamos. Le hacemos caso a las palabras de Cristo en Mateo 9:12, 13:
Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos. ld, pues, y aprended qué significa: Misericordia quiero y no sacrificio. Porque yo no he venido para llamar a justos, sino a pecadores.
Los «Pasos hacia la libertad» que ayudaron a Molly cuando vio las películas, están en el apéndice. También se encuentran en el libro The Bondage Breaker [Rompiendo las cadenas].
El camino hacia Dios
De ninguna manera estoy abogando por una solución fácil a los problemas difíciles. Parece que seguir siete pasos u oraciones sencillas es algo simple o fácil, pero me temo que no es así. Hay un millón de maneras en que uno se puede equivocar. El camino a la destrucción es amplio, las sendas numerosas y su explicación compleja. Pero el camino hacia Dios no es tan ancho. Jesús es el camino estrecho, la verdad simple y la vida transformadora. No es de extrañar que Pablo hubiera dicho: «Pero me temo que, así como la serpiente con su astucia engañó a Eva, de alguna manera vuestros pensamientos se hayan extraviado de la sencillez y la pureza que debéis a Cristo» (2 Corintios 11:3).
A pesar de esto, no es tan fácil ayudar a la persona a reconocer el engaño, la dirección falsa y a decidirse por la verdad. Saber cómo lograr que la persona se dé cuenta del dolor emocional del pasado y se esfuerce por perdonar no es tampoco tan fácil. Más bien, enfrentarla con su orgullo, su rebelión y su comportamiento pecaminoso exigen muchísimo amor y aceptación incondicionales.
Muchos pueden elaborar estos pasos por sí solos como lo hizo Molly. Mi hijo me preguntó una vez si la gente podría lograr su libertad en Cristo. Sí lo pueden hacer, porque la verdad es la que nos libera y Jesús es el libertador. Sin embargo, muchos van a necesitar la ayuda de parte de una persona piadosa. Prerrequisito para el pastor o consejero es que tenga el carácter de Cristo y el conocimiento de sus caminos. Este tipo de orientación exige la presencia y la dirección del Espíritu Santo, el «Maravilloso Consejero».
Pareciera como si la mayoría de los profesionales de servicio se concentraran en el problema. Padecemos de parálisis analítica. Si estuviera perdido en un laberinto, no me gustaría que alguien me estuviera explicando todas las complejidades de los laberintos y por qué la gente se mete en ellos. En realidad, no necesito que nadie me diga qué tonto fui al meterme en ese lío. Necesitaría y querría que alguien me diera un mapa para salir de allí. Dios envió a su Hijo como nuestro Salvador, nos dio las Escrituras como mapa del camino y nos envió al Espíritu Santo a guiarnos. La gente en todo nuestro entorno se está muriendo en el laberinto de la vida, por falta de alguien que le muestre con mucha ternura cuál es el camino.



Libre de las cadenas: Cristo El Libertador

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Libertad para los cautivos
¿Dónde están los dolientes?
¿Cuál es su esperanza?
Cuando me gradué del seminario esperaba llegar a ser el capitán de un barco del evangelio. Zarparíamos hacia el eterno atardecer, rescatando a la gente del abismo acuático. Tendríamos estudios bíblicos, clubes para los niños y deportes para los que les guste (con el fin de evangelizarlos, por supuesto). Nos amaríamos unos a otros.
Zarpé a cargo de mi primera misión, y casi de inmediato noté un barco sombrío navegando al costado. Allí se encontraban personas con toda clase de problema. Luchaban contra el alcohol, el sexo, las drogas y todo tipo de abuso concebible. De repente me di cuenta que estaba en el barco equivocado. Dios me había llamado a ser el capitán del barco sombrío. A través de una serie de hechos trascendentales en mi vida llegué a ser ese capitán; y para mi sorpresa, ¡descubrí que era el mismo barco!
Los necesitados no sólo están «por allí» en cualquier lado. Nuestras iglesias están repletas de personas dolidas que usan máscaras, asustadas de que alguien descubra lo que realmente sucede en su interior. Para ellas no habría mayor gozo que recibir un poco de esperanza, confianza y apoyo.
Este libro trata sobre la liberación de ese tipo de esclavitud. Aquí leerá relatos verídicos de personas valientes que decidieron narrar sus historias desde su propia perspectiva. Antes de nuestro encuentro eran cristianos evangélicos. Algunos ejercen el ministerio a tiempo completo. Sólo que para proteger sus identidades hemos cambiado los nombres, oficios y referencias geográficas. Le aseguro que lo que dicen es verdad y que no se trata únicamente de unos cuantos casos aislados.
Tenemos cientos de relatos similares de sesiones de consejería personal y miles que se contaron en congresos. Lo que está en juego no es mí reputación ni un ministerio transitorio, sino la integridad de la iglesia y de los millones incontables de personas que dependen de que la iglesia tome su lugar debido en el programa del reino de Dios de liberar a los cautivos. Espero que al leer estas páginas, encuentre una gran ayuda personal pero más que eso, es mi sincera oración que llegue a participar del creciente movimiento de Dios para liberar a los cautivos, que empieza a desarrollarse en la Iglesia.
Esperanza para los desesperados
Un día me llamó un colega en el ministerio. Charlamos sobre lo que Dios estaba realizando en nuestras vidas. Después de contar los testimonios de matrimonios rescatados y de gente liberada del cautiverio, fue al objetivo principal de su llamada.
«Neil» empezó a decir, «me acuerdo que decías que un marido se puede ver en un conflicto de conductas cuando trata de aconsejar a su propia esposa. He tenido el privilegio de ayudar a otros a encontrar su libertad en Cristo, pero lograr esto en mi propia familia es otra cosa. ¿Te sería posible encontrar un momento para hablar con mi esposa, Mary? Es una mujer maravillosa, la gente la ve muy equilibrada, pero interiormente tiene una lucha diaria».
Observe que esta es la esposa de un hombre que tiene un ministerio. Sin embargo, ¿por qué Satanás no debería atacar a los que se encuentren en el frente de batalla?
Me reuní dos veces con Mary. El primer día apenas llegamos a conocernos. Al segundo día la acompañé a dar los pasos hacia la libertad en Cristo, relacionados con las siete áreas principales en que Satanás podría tener la oportunidad de lograr una fortaleza en nuestras vidas (estos pasos hacia la libertad se encuentran en el apéndice). A la semana siguiente recibí esta carta:
Querido Neil:
¿Cómo se lo puedo agradecer? El Señor me permitió pasar un rato con usted cuando llegaba a la conclusión de que no había esperanza de romper con la espiral descendente de la derrota continua, de la depresión y la culpabilidad. No conocía mi posición en Cristo ni reconocía las acusaciones del enemigo.
Todo el mundo pensaba que era tan fuerte por dentro como por fuera.
Prácticamente me crié en la iglesia, y por eso, así como también por ser esposa de un pastor durante veinticinco años, todo el mundo pensaba que era tan fuerte por dentro como por fuera. Al contrario, sabía que interiormente no tenía infraestructura, y a menudo me preguntaba cuándo se desplomaría mi vida bajo el peso de tratar de mantener mi fortaleza. Parecía que lo único que me sostenía era la voluntad firme de seguir adelante.
Era un día diáfano y maravilloso cuando salí de su oficina el jueves pasado; al ver las montañas coronadas de nieve sentí que un velo se me había caído de los ojos. En la casetera sonaba la melodía al piano del himno: «Alcancé salvación», cuyas palabras prácticamente estallaban en mi mente ante la conciencia de que estoy bien con mi Dios … por primera vez en muchos años.
Al día siguiente en el trabajo, mi respuesta inmediata a la pregunta: «¿Cómo estás hoy?», fue: «¡Estoy maravillosamente bien! ¿Y tú, cómo andas?» Antes hubiera susurrado algo así como que apenas estaba viva. El siguiente comentario que escuché fue: «Bueno, algo te tiene que haber sucedido ayer».
Quiero proclamar a los cuatro vientos lo que ha sucedido en mi vida.
He escuchado las mismas canciones y he leído los mismos versículos bíblicos de antes, pero es como si fueran totalmente nuevos. Hay gozo y paz entretejidos en medio de las mismas circunstancias que antes me llevaban al fracaso y al desánimo. Por primera vez he querido leer mi Biblia y orar. Me cuesta contenerme porque quiero proclamar a los cuatro vientos lo que ha sucedido en mi vida, pero mi verdadero deseo es que mi vida grite por mí.
El engañador ya ha tratado de sembrar en mi mente que esto no va a durar, que es simplemente otro truco que no va a servir. La diferencia es que ahora sé que esas son mentiras de Satanás y no la verdad. ¡Cuán distinta me siento con mi libertad en Cristo!
Muy agradecida,
Mary
Y en efecto, ¡cuán distinta! ¿Será que hay algo especial en Neil Anderson que hizo que esta sesión de consejería fuera tan eficaz? ¿Será que tengo un don único de Dios o una unción especial? No lo creo. Es más, hay gente en todo el mundo que utiliza con resultados similares las mismas verdades que yo para ayudar a la gente a encontrar su libertad en Cristo. Entonces, ¿cómo nos explicamos tales resultados?
¿Qué es la salud mental?
Los sicólogos y los expertos en salud mental generalmente admiten que las personas tienen buena salud mental cuando se mantienen en contacto con la realidad y en cierto modo libres de la ansiedad. Desde un punto de vista secular, entonces a cada persona mencionada en este libro se le consideraría enferma mental, y por lo tanto lo sería cualquier que estuviera bajo ataque espiritual. Visto a través del marco de nuestra cultura occidental, esta gente tiene un problema neurológico o sicológico.
Si alguien oye voces o ve una aparición que el consejero no capta, este llega a la conclusión de que la persona ha perdido contacto con la realidad y hay que ponerla bajo medicamentos antisicóticos para callar las voces. Sin embargo, he aconsejado a muchas personas que oyen voces, y hasta el día de hoy todas han sido voces demoníacas o con trastornos de personalidad múltiple). Contando con la colaboración de la persona, normalmente se requiere entre dos y tres horas y media para liberar a un cristiano de esa influencia.
En 1 Timoteo 4:1 vemos que «en los últimos tiempos algunos se apartarán de la fe, prestando atención a espíritus engañosos y a doctrinas de demonios». Para mí es más fácil creer que estas personas que escuchan voces están bajo ataque espiritual y no que son enfermos mentales, ni que su mente se ha dividido de algún modo y una parte converse con la otra. Después de oír sus relatos, he dicho a muchos que no se están volviendo locos, sino que hay una batalla espiritual que se libra en sus mentes. No se puede imaginar el gran alivio que esto da a las personas atribuladas.
Si están mentalmente trastornadas, no les puedo ofrecer un pronóstico muy positivo. Pero si hay una batalla en sus mentes, podemos ganar la guerra. Sí creo, sin embargo, que durante un trauma severo la mente se puede disociar como mecanismo de defensa para sobrevivir. Discutiré ese fenómeno en el último capítulo.
Satanás paraliza a su presa
Cualquiera que esté bajo ataque espiritual fallaría también en el segundo criterio para la salud mental: estar relativamente libre de la ansiedad. El temor es un hecho para los esclavizados. Como un león, el rugido engañador de Satanás (1 Pedro 5:8) paraliza de temor a su presa, pero debemos permanecer firmes en nuestra fe, o sea, en lo que creemos. El temor y la fe se excluyen mutuamente. Si el temor a lo desconocido gobierna nuestra vida, entonces no hay fe en Dios. Sólo el temor de Dios es compatible con la fe bíblica. En realidad, este león que se llama «Satanás» ya no tiene dientes, ¡pero con sus encías está asustando de muerte de manera desaforada a los cristianos!
Un pastor amigo llamó para pedirme ayuda. Su esposa estaba enfrentando una enfermedad terminal, y él me llamaba porque ella experimentaba un temor tremendo. En el transcurso de nuestra conversación ella me dijo con lágrimas que quizás no era una cristiana. Eso me asombró. Era uno de los más amorosos y piadosos ejemplo de cristianismo que jamás he conocido. Sin embargo, al encontrarse cara a cara con la muerte no tenía seguridad de su salvación.
—Cariño—le contesté—, si tú no eres cristiana, estoy en problemas serios. ¿Por qué piensas eso?
—A veces cuando voy a la iglesia tengo pensamientos terribles acerca de Dios y me pasan malas insinuaciones por la mente—replicó.
—Esa no eres tú—le aseguré.
Media hora después entendía de dónde provenían esos pensamientos y cuáles eran las tácticas de Satanás; con eso se desaparecieron, así como su temor.
Si esos pensamientos hubieran sido suyos, ¿qué podía haber concluido respecto a su propia naturaleza? «¿Cómo puedo ser cristiana y a la vez pensar esas cosas?», razonaba, así es como lo hacen millones de cristianos bien intencionados. Cuando se expone la mentira y se comprende cuál es la batalla por la mente, se gana la mitad de la lucha. La otra mitad se gana teniendo un verdadero conocimiento de Dios y sabiendo quién es uno como hijo de Dios.
Dónde empieza la salud mental
Creo que la salud mental empieza con un conocimiento verdadero de Dios y de quiénes somos como sus hijos. Si sabe que Dios lo ama, que jamás lo dejará ni lo desamparará y que le ha preparado un lugar para toda la eternidad … si sabe que sus pecados son perdonados, que Dios suplirá todas sus necesidades y lo habilitará para vivir con responsabilidad en Cristo … si no le teme a la muerte porque la vida eterna es algo que posee ahora y para siempre … si sabe todo eso … si lo conoce profundamente y lo cree … ¿tendrá buena salud mental? ¡Por supuesto que sí!
Si la salud mental empieza a partir de ese conocimiento verdadero de Dios y de quiénes somos, déjeme agregar de inmediato que la clave de la enfermedad mental es un conocimiento distorsionado de Dios: una comprensión patética de su relación con Él y la ignorancia de quién es usted como hijo de Dios. Por eso los consejeros seculares muchas veces odian la religión. ¡La mayoría de sus clientes son muy religiosos! Visite un salón siquiátrico en un hospital y observará algo, unas de las personas más religiosas que jamás haya visto, pero no tienen una comprensión real de quiénes son en Cristo. Como los consejeros seculares ignoran el mundo espiritual, se equivocan al echar la culpa de los problemas de sus clientes a los pastores y a las iglesias (aunque debo aceptar que existen algunos pastores e iglesias bastante enfermizos, que en realidad le crean problemas a la gente).
El evangelio en la consejería sicológica
Le pido a Dios que venga el día en que se pueda definir la consejería cristiana en base a dos asuntos clave. Primero, ¿qué papel juega el evangelio en el proceso de consejería? ¿Son los atribulados sólo un producto de su pasado, o serán principalmente un producto de la obra de Cristo en la cruz? Las experiencias del pasado pueden tener un efecto profundo sobre nuestro diario vivir y en nuestras perspectivas actuales, pero, ¿podremos ser libres de nuestro pasado? ¿Cómo?
A menudo se hacen intentos de arreglar el pasado. Usted no puede arreglarlo; ni se puede devolver para deshacer lo hecho. Es muchísimo mejor la verdad de que se puede ser una nueva criatura en Cristo Jesús y obtener su libertad del pasado, estableciendo una nueva identidad en Cristo y perdonando a los que le hayan ofendido. La cruz de Cristo es el eje central de la historia y de la experiencia humanas, y sin esto no habría evangelio ni perdón (este es el tema de mi primer libro, Victory Over the Darkness [Victoria sobre la tinieblas]).
El segundo asunto clave que debe caracterizar a la consejería cristiana se relaciona con la perspectiva bíblica del mundo: ¿Toma en cuenta el consejero pastoral la realidad del mundo espiritual? ¿Qué importancia tiene en nuestro proceso de consejería el hecho de que «nuestra lucha no es contra sangre ni carne, sino contra principados, contra autoridades, contra los gobernantes de estas tinieblas, contra espíritus de maldad en los lugares celestiales»? (Efesios 6:12) ¿Cómo puede el consejero conducir a la persona de la esclavitud a la libertad? (Este es el tema de mi segundo libro, The Bondage Breaker [Rompiendo las cadenas]. Ambos libros ofrecen la base teológica por medio de la cual encontraron su libertad en Cristo las personas cuyas historias se relatan en el presente tomo.)
¿Poseído por un demonio o endemoniado?
Hay otro asunto que tiene que ver con la posesión demoníaca. ¿Puede un cristiano ser poseído por un demonio? No hay asunto que polarice más a la comunidad cristiana que este, y la tragedia es que no hay forma bíblica para resolverla. Sin embargo, existen dos puntos dignos de notarse: en las traducciones bíblicas del griego al castellano, la frase «poseído por un demonio» se deriva de una sola palabra griega. Por lo tanto, prefiero usar más bien la palabra «endemoniado». Además, la palabra que se traduce como «posesión demoníaca» jamás vuelve a aparecer en las Escrituras después de la cruz, por lo que nos deja sin ninguna precisión teológica respecto a lo que consiste estar endemoniado en la era de la Iglesia.
Pese a ello, el que un cristiano pueda estar de un modo u otro bajo la influencia del «dios de este mundo» es un hecho en el Nuevo Testamento. De no ser así, ¿por qué se nos instruye que nos pongamos la armadura de Dios y estemos firmes (Efesios 6:10); que cautivemos todo pensamiento a la obediencia de Cristo (2 Corintios 10:5), y que resistamos al diablo (Santiago 4:7)? ¿Qué pasa si no nos ponemos la armadura de Dios, ni nos mantenemos firmes, ni nos responsabilizamos por lo que pensamos? ¿Y qué si dejamos de resistir al diablo? ¿Entonces qué? Somos presa fácil para el enemigo de nuestras almas.
Así que, ¿cómo nos damos cuenta si un problema es sicológico o espiritual? Creo que esa pregunta es fundamentalmente falsa. Nuestros problemas nunca dejan de ser sicológicos. No hay momento alguno en que las experiencias previas, las relaciones personales y nuestra propia mente, voluntad y emociones no contribuyan a nuestros problemas actuales, ni sean la clave para resolverlos. Pero, de igual modo, nuestros problemas jamás dejan de ser espirituales. No hay momento en que Dios no esté presente, ni momento en que se pueda dar el lujo de quitarse la armadura de Dios. La posibilidad de ser tentado, acusado y engañado por el maligno es una realidad constante. Debemos tratar con la totalidad de la persona, tomando en cuenta tanto lo espiritual como lo sicológico, o una espiritualidad falsa suplantará a la auténtica, como sucede con la invasión de la filosofía de la Nueva Era en los grupos de los doce pasos así como en otros de autorrecuperación, de sicología secular y de educación.
¿Un encuentro con la verdad o un enfrentamiento de poderes?
Ahora me gustaría tocar un tema de metodologías. Propongo sostener un «encuentro con la verdad» antes que un «enfrentamiento de poderes». El modelo clásico de liberación es conseguir a algún experto que invoque al demonio, consiga su nombre, y hasta su rango en la jerarquía, para luego echarlo fuera. En un enfrentamiento de poderes hay una lucha entre un agente externo y la fortaleza demoníaca. Pero no es el poder el que le da la libertad al cautivo: es la verdad (Juan 8:32). Cuando viven en derrota, los creyentes a menudo estiman equivocadamente que lo que necesitan es poder, así que buscan alguna experiencia religiosa que se los prometa. No hay ningún versículo en la Biblia, después de Pentecostés, que nos inste a buscar el poder, sólo la verdad. Eso se debe a que el poder del cristiano reside en la verdad; al estar en Cristo poseemos todo el poder que necesitamos. El problema es que no lo vemos ni lo creemos, por lo que el apóstol Pablo ora que lleguemos a comprenderlo (Efesios 1:18, 19). En contraste, el poder de Satanás reside en la mentira y una vez que esta se ha expuesto ese poder queda anulado.
En un encuentro con la verdad, trato únicamente con esa persona y no hago a un lado su mente. De forma que la gente es libre para tomar sus propias decisiones. Jamás hay falta de control en la medida en que facilito el proceso de ayudarles a asumir su responsabilidad ante Dios. Al fin y al cabo, no es lo que yo diga, haga o crea lo que libera a la gente; es a lo que renuncien, confiesen, abandonen, a quienes perdonen y la verdad que reafirmen lo que les da la libertad. Este «proceder de la verdad» me exige que trabaje con la persona integralmente, tratando con su cuerpo, su alma y su espíritu.
La medicina y la iglesia
Tratar a la persona en su totalidad incluye lo físico y lo interpersonal. Por supuesto, existen problemas glandulares y desequilibrios químicos, y tanto la iglesia como el campo médico deberían ansiar los aportes. La profesión médica se dispone a sanar el cuerpo, pero sólo la iglesia está en condiciones de resolver los conflictos espirituales. Así que no nos sentemos en juicio de las deficiencias del mundo secular si como iglesia no nos responsabilizamos con las soluciones espirituales.
En estos últimos días veremos muchas falsedades espirituales. En mi libro, Walking Through the Darkness [Caminando a través de las tinieblas], trato de identificar esos falsos prodigios y establecer los parámetros de la dirección divina. Necesitamos ese tipo de discernimiento espiritual para mantenernos firmes contra las filosofías de la Nueva Era y de los falsos maestros que surgirán de entre nosotros (2 Pedro 2:1 ss). Los principales promotores de la medicina integral son los de la Nueva Era, y son los que manejan la mayoría de los negocios de alimentos para la salud. No hay nada malo en comprar las pastillas en los estantes, pero no lea la literatura en los anaqueles.
El mayor asidero de Satanás
Además, nuestros problemas jamás se originan ni se resuelven independientemente de las relaciones personales. Tenemos una necesidad absoluta de Dios, pero también nos necesitamos desesperadamente unos a otros. En mi experiencia, la falta de perdón para con los demás le abre a Satanás la principal puerta de acceso a la iglesia. Cuando la gente perdona de corazón, da un paso gigantesco hacia la libertad. Y una vez libres, las buenas relaciones ayudan a promover ese crecimiento. Es por eso, por ejemplo, que no es una solución adecuada resolver el problema espiritual de un niño para volverlo a internar en una familia con disfunción en sus relaciones. (Steve Russo y yo hemos tratado extensamente este tema en nuestro libro The Seduction of Our Children [La seducción de nuestros hijos].)
No hay tal madurez instantánea
El último asunto es distinguir entre la libertad y la madurez. No creo en la madurez instantánea. Se necesita mucho tiempo para renovar nuestras mentes, desarrollar el carácter y aprender a vivir con responsabilidad. Un cautivo primero necesita ser liberado para luego aprender a disfrutar de esa libertad, porque fue por libertad que Cristo nos hizo libres (Gálatas 5:1). En mi experiencia, las personas atadas no crecen y rara vez, si acaso, experimentan la sanidad emocional. Una persona atada necesita su libertad y a una persona herida hay que tratarla con compasión para que pueda recibir su sanidad con el tiempo.
Ahora bien, permítame presentarle a algunos de los seguidores selectos de Cristo. Conforme digan la historia de sus vidas, agregaré algunas percepciones mías respecto a la naturaleza y solución de sus problemas. Por lo menos usted aprenderá tanto de sus experiencias como de mis comentarios. Es mi oración que sus testimonios sean de tremendo estímulo para los que anhelan ser libres, así como para los que desean ayudarles.


Interpretando los Textos en el Contexto de Toda la Biblia

biblias y miles de comentarios
 
Un cuerpo moreno desnudo chapoteando en un fangoso río de Sumatra, un estudiante universitario de traje entero luchando por mantenerse a flote en el Cam – dos hombres en el agua, pero por razones bastante diferentes. Uno está tomando su baño diario, el otro ha caído por accidente.

Tanto los israelitas como los egipcios entraron al Mar Rojo, pero solamente el primer grupo salió otra vez. El asunto de Naamán en el río Jordán era diferente al de aquellos judíos penitentes que se amontonaban para unirse allí con Juan el Bautista. En cada caso el evento es similar, pero su significado es diferente dependiendo del contexto.

Las palabras tampoco pueden separarse del contexto en el que fueron dichas. En la película “¡Por Dios!” vemos a Peter Sellers como un vicario incompetente pero bien intencionado realizando visitas a sus feligreses. En una puerta es rechazado por uno de los feligreses nada amistosos quien sabe suficiente de la Biblia como para citarla fuera de contexto: “Mateo 27:5, “Judas fue y se ahorcó”; Lucas 10:37, “Ve y haz tú lo mismo.” Pero algo que es infinitamente más serio es la cita sutil de la escritura fuera de contexto que puede engañar de manera genuina, como por ejemplo, aquella realizada por el mismo Diablo (Mat. 4:6).

Un entendimiento del contexto es una parte vital de la hermenéutica. Generalmente es obvio que las palabras y eventos se relacionan con su contexto inmediato. Lo que no siempre se aprecia de manera plena es la necesidad de considerar todo el trasfondo con el contexto inmediato. Un hombre que se baña en el río Musi no significa la mismo que si se estuviese bañando en un río inglés: en un contexto sería una persona perfectamente normal, en el otro, sería un excéntrico o un exhibicionista. El estilo de recreación de un estudiante inglés probablemente sería visto como algo más excéntrico para un aldeano asiático, para quien el tiempo libre es para descansar, no para gastar una preciosa energía. Si su compañero quiere ir a Granchester, ¿no podría tomar un autobús?

De modo que, el significado de un evento o palabra se ve afectado por su lugar en el contexto de toda una cultura y su estilo de vida. En términos de la hermenéutica bíblica, esto significa que un texto necesita ser entendido no solamente en su contexto inmediato, sino también en su contexto más amplio, el cual es toda la Biblia.

El Contexto Bíblico: Historia y Teología

La Biblia registra la historia y la teología del pueblo escogido de Dios. Luego de un breve registro teológico del principio del mundo, el primer evento principal en la historia bíblica es el llamado a Abraham para que salga de uno de los grandes centros de la civilización pagana para fundar la santa nación de Israel (Gén. 12:1-3; Éxo. 19:4-6). La historia del pueblo de Dios se adelanta luego hasta dos milenios, hasta la llegada del apóstol Pablo al centro del impío Imperio Romano con el mensaje de la salvación de Dios a todas las naciones (Hech. 28:16-31). El registro es concluido con una colección de cartas que tratan con asuntos teológicos y pastorales, y visiones que se relacionan con el fin del presente orden.

En el lenguaje teológico, la historia bíblica generalmente es llamada heilsgeschichte (historia de la salvación o salvífica; e.g., von Rad, Cullmann). Con esto se quiere dar a entender que los eventos de aquella historia se presentan no simplemente como pura actividad humana sino también como la actividad de Dios, quien está obrando en ellos para salvar. La historia no es producto de la casualidad, ni se deriva en última instancia del esfuerzo humano, sino que es la realización del propósito divino. La Biblia proclama como Dios está llamando a los hombres, sacándolos de la oscuridad y llevándolos a su luz maravillosa, e incorporándolos en su propio pueblo: la raza escogida, real sacerdocio y nación santa (1 Ped. 2:9). En otras palabras, la Biblia contiene historia teológica. La historia es la esfera de la revelación de Sí mismo al hombre, tanto en palabras como en hechos. Por ejemplo, Dios reveló su grandeza y poder en el Éxodo y en los eventos asociados con éste; y reveló su voluntad y propósito para el pueblo que había salvado en los escritos que registran e interpretan esos eventos.

La historia bíblica se divide en dos eras, las que corresponden al Antiguo y al Nuevo Testamento. La relación entre las dos es bastante compleja, pero uno de sus principales aspectos ha sido resumido de forma muy conveniente en la fórmula ‘promesa y cumplimiento’ (Kümmel, Zimmerli), por la cual se quiere dar a entender que las primeras partes de la historia contienen promesas que son cumplidas en las partes posteriores. En particular, las promesas del Antiguo Testamento se enfocan en el Mesías, cuya venida se registra en el Nuevo Testamento. A través de la ley y los profetas Dios prometió salvar a su pueblo, y por medio del evangelio y los apóstoles Él produjo el cumplimiento de aquella promesa.

Una manera de entender la naturaleza distintiva de la historia bíblica ha sido tradicionalmente expresada por el concepto de ‘tipología.’ Desdichadamente, este término ha menudo se ha convertido en una excusa para todo tipo de interpretaciones extravagantes, y como resultado tanto el término como el concepto que se halla detrás de él fueron casi olvidados por la erudición histórica y crítica en la primera mitad del siglo veinte. Quizá debido a eso algunos estudiosos sugirieron términos alternativos para representar lo que se halla en la raíz de la tipología, tal como ‘homología’ (Phythian-Adams) o ‘patrones comunes’ (Rowley). Pero después de la Segunda Guerra Mundial, con la llegada de la ‘Teología Bíblica,’ la idea de la tipología gradualmente llegó a ponerse de moda otra vez, redefinida y diferenciada de la alegorización y de otras maneras generalmente inaceptables de interpretar la Biblia. Uno de los proponentes más influyentes fue G. W. H. Lampe, cuya definición es muy representativa:

Es...  ‘principalmente  un  método  de  interpretación  histórica,  basado  en  la continuidad  del  propósito de  Dios  a  lo  largo  de  la  historia  del  pacto.  Busca demostrar la correspondencia que existe entre las varias etapas en el cumplimiento de aquel propósito’ (1953:202). Entendida de esta manera la tipología es un concepto sumamente útil para interpretar la historia bíblica, y por ende, para interpretar la relación que existe entre las dos partes principales de aquella historia, la Antigua y la Nueva.

¿Qué significa esto en la práctica? El término griego tupos, tal como se usa en la Biblia, significa ‘ejemplo’ o ‘patrón’ (Baker: 251-53). De modo que, un ‘tipo’ se puede entender como un evento, persona o institución en la historia bíblica que sirve como un ejemplo o patrón para otros eventos, personas o instituciones. Por ejemplo, el Éxodo es el ejemplo supremo de la actividad salvadora de Dios tal y como se registra en el Antiguo Testamento, de modo que frecuentemente es tratado como un evento típico por los escritores bíblicos (e.g., Salmos 66, 77, 135, 136; Oseas 11; Isa. 63:11-14; cf. 1 Cor. 10:1-11; Apoc. 15:1-8). Algunas veces un personaje particular en la Biblia se convierte en tipo de cómo debiesen vivir los creyentes, tales como David (1 Reyes 3:14; 15:3, 11; cf. Eze. 34:24; Zac. 12:8; Mat. 12:3-4; Heb. 11:32); mientras que Caín (1 Juan 3:12; Judas 11) y los testarudos Israelitas en el desierto (Salmo 95:8-11; Heb. 3:7 – 4:11) son ejemplos que no deben imitarse. El nombre de la colina ‘Sión’ se llega a usar para referirse a la santa ciudad edificada sobre ella (Sal. 97:8; Isa. 28:16), de allí que llega a ser un tipo del hogar espiritual de todos los que pertenecen al verdadero Israel (Isa. 60:14; Miq. 4:1-2; Heb. 12:22; 1 Ped. 2:5-6; Apoc. 14:1).

Así, la ‘tipología,’ como la ‘historia de la salvación,’ señala al hecho de que la historia registrada en la Biblia no es meramente historia humana, ni la historia de dos religiones, sino la historia de Dios y el hombre. Se basa en la convicción de que Dios realmente existe y que está involucrado en los asuntos del hombre, a quien creó y a quien está salvando. Debido a que Dios es uno, y consistente, hay una cierta consistencia a lo largo del curso de la historia que Él dirige, y por lo tanto se pueden trazar paralelos entre los diferentes eventos en esa historia. Las experiencias espirituales de los adoradores de Baal o Buda no se conforman en patrones para la experiencia espiritual Cristiana. Pero el encuentro de Israel o Rut con Yahvé es de relevancia inmediata para nosotros, porque ellos estuvieron en contacto con el mismo Dios que se ha revelado a nosotros en su Hijo (Heb. 1:1-2). De modo que, tales personajes bíblicos pueden convertirse en ejemplos o patrones (‘tipos’) para la experiencia de Dios por parte del Cristiano.

La figura clave en la historia de la salvación, quien es el ejemplo y patrón para todo Cristiano, es Jesucristo. La teología de la Biblia se sintetiza en la persona de Jesús y en Él encuentra su expresión más clara. El Antiguo Testamento extiende su mirada hacia Él, y el Nuevo Testamento dirige su mirada hacia atrás, hacia su primera venida – y hacia adelante, a su esperado regreso. Su vida no transcurre ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento. Ninguno de los documentos fue escrito durante su período de vida. Pero ambos Testamentos testifican del Cristo, quien vivió en la tierra durante el tiempo entre sus composiciones. La declaración Cristiana de la fe, que ‘Jesús es el Cristo,’ se basa en ambos Testamentos, pues el Antiguo Testamento promete y provee una definición provisional de ‘Cristo,’ mientras que el Nuevo Testamento provee su nombre, ‘Jesús,’ y muestra como Él cumplió y sobrepasó todas las expectativas (cf. Vischer, Miskotte).

De acuerdo a Jesús, el Antiguo Testamento habla de Él (Juan 5:39). Esto no equivale a decir que Él estaba presente en los tiempos del Antiguo Testamento, o que puede encontrarse y ser expuesto a partir de los textos del Antiguo Testamento. Pero sí significa que es imposible dar una verdadera interpretación teológica del Antiguo Testamento en la Iglesia Cristiana sin hacer referencia al Cristo que cumplió sus promesas y realizó sus esperanzas. No tenemos que imponer la interpretación Cristológica sobre el Antiguo Testamento desde el exterior, sino leyendo el Nuevo Testamento en el Antiguo, o viendo a ‘Jesús en el Génesis,’ o recurriendo a la alegorización o la arbitrariedad. Al contrario, la naturaleza misma del Antiguo Testamento, entendida de manera correcta, demanda la interpretación Cristológica. Así que, es inútil para un Cristiano tratar de entender el Antiguo Testamento sin tomar en consideración al Cristo que éste promete, y quien en realidad vino en cumplimiento de aquella promesa. Además, una correcta interpretación Cristológica del Antiguo Testamento es esencial para justificar la existencia del Cristianismo, porque fue precisamente la interpretación Cristológica diferente por parte de los Judíos de sus escrituras lo que los llevó a ejecutar a Jesús por blasfemia y a perseguir a sus seguidores.

Predicando los textos en contexto: algunas sugerencias

El lema de Pablo al predicar era predicar a Jesucristo como el Señor crucificado (1 Cor. 2:2; 2 Cor. 4:5). Muchos predicadores han hecho de este lema su punto de partida y meta – y han hecho bien. James Stewart, por ejemplo, aconseja al candidato a predicador que ‘si no estamos determinados a que en cada sermón Cristo sea predicado, sería mejor que renunciemos a nuestra comisión de inmediato y que buscásemos alguna otra vocación’ (p. 54). Ya sea que nuestro sermón se base en un texto del Antiguo o del Nuevo Testamento, o que sea temático, su objetivo primordial debiese ser declarar las Buenas Nuevas acerca de Cristo.

Pero quizás valga la pena señalar aquí cuán importante es seleccionar un texto adecuado como la base de un sermón. No todas las partes de la Biblia son apropiadas para toda ocasión. En la enseñanza, la predicación, la consejería, la apologética, la lectura privada, algunos textos son más relevantes que otros. Un aspecto importante de la hermenéutica es determinar cuál texto ha de ser interpretado. La tarea del predicador es predicar a Cristo, y la totalidad de la Biblia es un testimonio de Cristo, de modo que se constituye en el libro-fuente para la predicación, pero no toda oración y párrafo son igualmente apropiados para ese propósito. Génesis 11:10-26; Deuteronomio 23:1-8; Nehemías 12:12-21 y Salmo 109:6-15 tienen su lugar en la Biblia como partes de la historia de la salvación, pero eso no significa que debieran ser seleccionados como textos para el sermón dominical. El predicador ingenioso puede ser capaz de elaborar una homilía edificante a partir del texto más poco prometedor, con la ayuda de la alegorización y la imaginación, pero esto es poco más que imponerle nuestras propias ideas a la palabra de Dios.
En lugar de tratar de hacer que un texto sea relevante – que obviamente no es relevante para la ocasión – sería de mayor provecho seleccionar un texto diferente. ¡No hay escasez de material en la Biblia para predicar a Cristo!

Suponiendo que ya contamos con un texto adecuado, ¿Cómo lo interpretamos fielmente como parte de la Biblia? ¿Cómo se ha de predicar un texto en su contexto bíblico? Debido a que la Biblia no es una colección de textos independientes, sino una obra compleja, con frecuencia necesitamos referirnos a otras partes de la obra para buscar clarificación de lo que se está diciendo en un punto particular. Esta es la razón por la cual las referencias cruzadas forman una parte importante de una edición de la Biblia.

Primero, consideremos la predicación de los textos del Antiguo Testamento en su contexto bíblico. En algunos casos esto es relativamente sencillo, porque una referencia marginal o un pie de página en nuestras biblias señalan hacia una cita, alusión o interpretación en el Nuevo Testamento, o en otra parte del Antiguo Testamento. Por ejemplo, si el texto escogido es Números 21:4-9, no es demasiado difícil explicar primero esto en su contexto original en la historia de Israel, y luego referirse al uso que Juan hace de la historia para ilustrar la salvación por medio de Cristo (Juan 3:14-16). Eso no significa que Cristo sea el significado del pasaje en Números, o que podemos predicar a Cristo directamente de ese texto. Pero este ilustra ciertos principios de la actividad de Dios para salvar a su pueblo: Dios inicia la salvación, un mediador humano coopera, y la gente tiene que responder de la manera señalada. De modo que forma un trasfondo útil por el cual entender uno de los textos clave de la fe Cristiana. Por supuesto que esa es únicamente una manera de predicar a partir de Números 21:4-9. Igualmente podríamos seguir la dirección de Pablo (1 Cor. 10) y producir un sermón totalmente diferente. O podríamos señalar hacia 2 Reyes 18:4, del cual aprendemos que la serpiente de bronce – originalmente un símbolo de la gracia de Dios – había sido convertida en un ídolo y alejaba a la gente de Dios.

Muchos textos del Antiguo Testamento no tienen una relación tan obvia con el Nuevo Testamento, pero no obstante se pueden interpretar con mucho beneficio haciendo referencia a lo que el Nuevo Testamento dice sobre el tema. Por ejemplo, 1 Reyes 3:4-15 es un pasaje importante y obviamente significativo en el Antiguo Testamento. Salomón tomó en consideración la sabiduría para llevar a cabo la tarea que Dios le había encomendado. Consideró que la sabiduría era más importante que la salud, las riquezas y la seguridad política (v. 11). Su oración forma un buen patrón para la súplica: recuerda la bondad pasada de Dios (v. 6), reflexiona en su situación presente (vv. 7-8) y solicita la ayuda de Dios para el futuro (v. 9). Pero esta historia, tan iluminadora como es, más bien puede parecer bastante ajena a la experiencia del Cristiano promedio, quien quizás es capaz de archivarla en su mente junto con las historias de la niñez relacionadas con los deseos concedidos por las hadas. Por lo tanto, puede ser útil asociarla con un pasaje del Nuevo Testamento que trate con el tema de la oración, tal como la invitación de Jesús a pedir lo que necesitamos (Lucas 11:9) o el aliento de Pablo a orar en fe (Fil. 4:6). De esta forma se puede mostrar que el ofrecimiento de Dios, “¿Qué quisieras que te dé?” no fue solamente para Salomón, sino que es un ofrecimiento y desafío para todo Cristiano.

Hace pocos meses el texto presentado en nuestra iglesia fue Jer. 8:4-9. Este es un ejemplo de un texto que no es irrelevante para el Cristiano, pero que está claramente incompleto si no se complementa con el Nuevo Testamento. Enseña con toda claridad acerca de la naturaleza del pecado, que es un comienzo lo suficientemente bueno para un sermón, pero el predicador sería infiel a su llamado a predicar a Cristo si lo deja en ese punto. Una solución sería referirse a Romanos 3:23, que sintetiza el punto del texto en Jeremías (“Todos han pecado y están destituidos de la presencia salvadora de Dios”), y luego señalar hacia el siguiente versículo, que da la respuesta a la separación que existe entre Dios y el hombre (“siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús”, v. 24).

Segundo, se necesita considerar la predicación de los textos del Nuevo Testamento en su contexto. En la práctica es mucho más fácil predicar del Nuevo Testamento sin hacer referencia al Antiguo y viceversa, porque obviamente es más relevante para el Cristiano. Es lo mismo, predicar todo el consejo de Dios implica predicar un texto del Nuevo Testamento en el contexto de toda la Biblia, ya sea explícita o implícitamente.Con frecuencia un texto del Nuevo Testamento cita o alude explícitamente una palabra o evento en el Antiguo Testamento, y en ese caso claramente se requiere una explicación del propósito de la referencia. Textos de libros tales como Mateo, Romanos y Hebreos, por ejemplo, que se dedican específicamente a relacionar el evento de Cristo con la historia de la salvación en el Antiguo Testamento,  solo se pueden interpretar correctamente en esa luz. Hay muchos libros y artículos sobre el uso que el Nuevo Testamento hace del Antiguo que nos ayudan a hacer esto (ver Baker: 32-40).

En otros textos del Nuevo Testamento se implica una interpretación específica del Antiguo Testamento, que sin duda era obvia para los lectores originales, pero que no necesariamente es tan obvia para quienes se sientan en los bancos de la iglesia moderna. Por ejemplo:

“Y al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?” (Juan 9:1-2)

A un indonesio promedio de la calle no se le ocurre preguntar tal cosa sobre aquellos que se sientan en el pavimento o los puentes de Yakarta. En esta parte del mundo es la suerte lo que determina tales asuntos, no el pecado. La pregunta de los discípulos se basaba en su entendimiento del Antiguo Testamento (e.g., Gén. 3; Éxo. 20:5). De modo que puede ser necesario explicar el trasfondo Antiguotestamentario de un texto como ése.

Otra manera en que el Antiguo Testamento es esencial para la predicación a partir del Nuevo es la definición de los términos. Muchos de los conceptos teológicos básicos de la fe Cristiana provienen del Antiguo Testamento: pecado, reconciliación, sacrificio, perdón, Dios, el hombre, Cristo, gracia – para nombrar solo unos pocos. Por ejemplo, un sermón sobre Romanos 12:1 puede que no requiera una cita explícita del Antiguo Testamento. Pero, de hecho, casi todas las palabras significativas en este texto (misericordia, sacrificio, santo, adoración) provienen originalmente del Antiguo Testamento y sólo se pueden entender plenamente en ese contexto.

Conclusión

Para resumir, no es coincidencia que el Antiguo y el Nuevo Testamentos estén unidos en un solo volumen. El Dios que se revela a Sí mismo en el Antiguo Testamento es el Padre de nuestro Señor Jesucristo. El Nuevo Testamento narra el cumplimiento de las promesas hechas con siglos de anterioridad. De modo que los dos Testamentos forman una sola obra histórica y teológica, en la cual cada evento y obra se pueden entender plenamente cuando se interpretan en el contexto como un todo, y el todo sólo se puede interpretar correctamente a la luz de su evento y Palabra central, Jesucristo.

La Biblia tiene que ver con Dios y el hombre, la teología y la historia. Hubo un tiempo, hace casi dos mil años, cuando el antiguo pacto se agotó y el nuevo aún era un sueño, que Dios vino a la tierra. El Hijo de Dios llegó a ser el Hijo del Hombre. El Mesías prometido apareció en la persona de Jesús de Nazareth, el Rey-carpintero, la Palabra Encarnada. Ese es el mensaje de la Biblia y el punto de partida de nuestra hermenéutica. 
 
Bibliografía

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Niveles de contexto y lectura bíblica: Interpretando criticamente

biblias y miles de comentarios
 

Niveles de contexto y lectura bíblica

La interpretación de la Biblia tiene dos movimientos fundamentales. El primer movimiento es la interpretación del texto. Responde a la pregunta ¿qué quería decir este texto a sus primeros lectores? Este movimiento representa una labor principalmente literaria, histórica y teológica. El segundo movimiento es la aplicación al presente, y responde a la pregunta ¿qué nos dice hoy (o qué me dice a mí)? El segundo movimiento es lo que generalmente nos mueve a leer el texto bíblico. Nuestra meta es la aplicación.El presente artículo se centrará en un aspecto fundamental del primer movimiento: el contexto. Es probablemente el elemento crucial del proceso de la interpretación, pero requiere una definición más precisa. La realidad es que no hay un solo contexto, sino muchos contextos que uno tiene que tomar en cuenta. Aunque no existe un consenso de terminología, utilizaré los términos ‘co-texto’, ‘intertexto’ y ‘contexto’ para distinguir los diversos mundos contextuales de un texto bíblico.
CO-TEXTO
Se refiere a los datos lingüísticos de una obra completa. Incluye desde las relaciones de una oración con su párrafo hasta la relación de una perícopa a la narración completa. Hay diversos puntos de referencia dentro de este término, desde la relación de un texto con lo que le precede y le sigue inmediatamente hasta la relación de un material con la narración completa.
A fin de ilustrar el importante papel que juega el contexto en la interpretación, tomamos la cita de Lucas 9:18-20, cuya confesión de Pedro acerca de Jesús "El Cristo de Dios" queremos interpretar a la luz de su co-texto. Éste nos ayudará a entender esta confesión para el autor y para los primeros oyentes.
No hay duda acerca de quién es Jesús. Se aplican muchos títulos importantes en las narraciones de la infancia (1:5-2:52): Hijo del Altísimo (1:31); Hijo de Dios (1:35); "un Salvador, que es Cristo el Señor" (2:11); entre otros.
Pero desde el inicio de su ministerio (4:14ss.), su identidad no es nada clara ni para la gente ni para sus propios discípulos. En la sinagoga de Nazaret preguntan, "¿No es este el hijo de José?" Cuando Jesús perdona los pecados de un paralítico surge la pregunta, "¿Quién es este que habla blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios" (5:21)? Los discípulos de Juan el Bautista venían para preguntarle también (7:19). Y cuando le llegan a Herodes las noticias sobre Jesús, el tetrarca dice, "A Juan yo lo hice decapitar; ¿quién, pues, es este de quien oigo tales cosas" (9:9)?
Volviendo al texto en cuestión (9:18-20), la confesión de Pedro no da ninguna información que el/la lector(a) no tenga ya.. Pero nótese que es la primera vez que uno de sus discípulos confiesa su fe. Es bastante obvio que esta confesión es paradigmática o ejemplar para el autor: quiere que el/la lector(a) haga la misma confesión. Este propósito se hace aun más claro cuando la voz del cielo en 9:25 declara a tres discípulos: "Este es mi Hijo amado; a él oid."
La lectura cuidadosa del texto con relación a sus distintos niveles de co-texto es imprescindible para llegar a entender un texto bíblico. Pero el co-texto por sí solo no es suficiente para llegar a una buena interpretación del texto. Hace falta prestar atención también a la dinámica de la intertextualidad.
INTERTEXTO
Un texto depende de referencias lingüísticas para su significado. A veces un autor depende de una referencia lingüística conscientemente para dar significado. Por ejemplo, Lucas usa la Septuaginta (LXX). Por tanto, el/la lector(a) necesita tomar eso en cuenta al leer el texto lucano. La referencia no tiene que ser una cita de otra obra, puede ser una alusión o simplemente un eco lingüístico. Para que tengan su efecto, tendrán que ser referencias que los primeros lectores hubieran captado.
Para los lectores actuales, la intertextualidad representa un desafío. Se nos pueden escapar las alusiones y las referencias indirectas que sí habrían captado los primeros lectores. Por lo tanto, hace falta un estudio histórico con el fin de recuperar en lo posible la urdimbre intertextual. Afortunadamente, para la lectura del Nuevo Testamento podemos usar el Antiguo Testamento como un punto de referencia clave (pero no exclusivo).
Un ejemplo de la intertextualidad es el uso de escenas estereotípicas. El Antiguo Testamento presenta algunas escenas estereotípicas que los autores del Nuevo Testamento usaron. El/la lector(a) original conoce el estereotipo y sabe qué esperar del relato. Los autores del Nuevo Testamento, como el autor de Lucas, usan escenas estereotípicas para dar énfasis a través de la comparación y el contraste. El relato lucano sigue el estereotipo hasta un cierto punto, para luego apartarse de él. Puesto que el/la lector(a) espera una cosa pero encuentra otra, le llama mucho la atención, y es precisamente de lo que se trata.
Un buen ejemplo de la intertextualidad es el uso del material sobre Abraham (Génesis 11-21) que hace Lucas en 1:5-2:52. Por falta de espacio no podremos verlo todo, bastará con dar unos ejemplos. En Gén. 11:30 encontramos que Sara era estéril, una condición que comparte Elísabet (Luc. 1:7). El anuncio de un hijo para Sara, Elísabet y María viene a través de una revelación divina (Gén. 15:4; Luc. 1:13, 31).
Lo importante, sin embargo, es el uso que hace Lucas del material de Abraham. En Luc. 1:55, al final del Magnificat, y en 1:73, en la profecía de Zacarías, hallamos referencias directas a la promesa de Dios a Abraham (Gén. 12:1-4). El autor vincula la historia de Jesús a la historia de Abraham. Jesús el Salvador está en continuidad con lo que Dios estaba haciendo con Abraham. El uso intertextual de la historia de Abraham enraíza el relato de Jesús y así interpreta a Jesús como el cumplimiento de las promesas.
CONTEXTO
El contexto se refiere a las realidades socio-históricas del texto. Igual que un español leyendo el periódico capta muchos matices de significado por el mero hecho de compartir con los periodistas el mismo período histórico, la misma cultura y la misma sociedad--matices que un extranjero no capta con tanta facilidad, si es que los capta--los lectores originales de los textos bíblicos disfrutaban de una ventaja parecida. El/la lector(a) moderno(a) tiene una enorme desventaja para captar los matices socio-históricos puesto que hay una enorme distancia histórica.
El contexto es muy parecido al intertexto. La diferencia principal es que el intertexto tiene que ver con la lingüística y el contexto tiene que ver con la cultura, la sociedad y la historia. El/la lector(a) actual necesita hacer un esfuerzo especial para entrar en el ‘mundo’ del texto.
Por dar un ejemplo, volveremos a las narraciones de la infancia en Lucas. En Luc. 1:25 Elísabet hace referencia a la vergüenza de haber sido estéril. Para captar con más plenitud el significado de este versículo, es necesario saber que la esterilidad era considerada como una señal de desaprobación divina (Gén. 30:23; 1 Sam. 1:1-18). No era simplemente un asunto de decepción y frustración humana por ser estéril.
Nuestra meta al leer la Biblia es la aplicación. Para que nuestra aplicación sea apropiada y esté verdaderamente arraigada en el texto bíblico, es necesaria primero una buena interpretación. Las tres dimensiones de contexto que hemos presentado son clave para conseguir una buena interpretación, y por tanto una buena aplicación. Prestando buena atención al co-texto, al intertexto y al contexto, nuestra lectura del texto será más precisa y oiremos la Palabra con más fidelidad.


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