Podemos además agregar que en este pasaje bíblico vemos al Señor Jesús:
a. Enseñando (v. 1, 2). No debemos confundir esta visita a Nazaret con la registrada en Lc. 4:16—que tuvo lugar casi un año antes, cerca del comienzo de su ministerio en Galilea, oportunidad en que había ido solo. Regresó a su tierra cuando su fama se había extendido más, y como para darles una segunda oportunidad. Lamentablemente, otra vez el resultado sería negativo, mostrando la verdad de que “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (Jn. 1:11). De modo que no volvería más allí.
El Señor pasó de Capernaum a Nazaret en compañía de sus discípulos, que le seguían. Eso es, precisamente, lo que se supone que un discípulo debe hacer: seguir a su maestro.
Los habitantes de Nazaret se admiraban de cómo enseñaba porque Jesús no se había graduado en ninguna de las conocidas escuelas rabínicas. Sin embargo, realizaba la instrucción con una profundidad tal que ellos no llegaban a comprender, y por eso lo rechazaban. Quedaron admirados por el Señor, pero no fueron ganados por su mensaje.
Había cuatro cosas que llamaban la atención de la gente:
(i) La fuente de la sabiduría de Jesús: de dónde procedía.
(ii) El carácter o la naturaleza de su sabiduría tan especial.
(iii) El significado de su poder, manifestado en los milagros que realizaba.
(iv) La majestad de su persona.
Como predicadores, recordemos que nuestro deber es presentar a Jesús de tal manera que los oyentes admiren al Señor por esas mismas cuatro características.
b. Escandalizados (vv. 3, 4) ante el Señor:
(i) El desprecio evidente (v. 3) en la forma en que hablaron del Señor.
* “¿No es éste el carpintero?”
Esta es la única referencia en la Biblia a la ocupación terrenal de Cristo antes de iniciar su ministerio público. Esto no debió haberles extrañado porque muchas veces Dios ha empleado instrumentos sencillos y humildes para sus propósitos (ver Am. 7:14, 15; 1 Co. 1:27–29).
Cuando el Señor de la gloria se humilló y descendió a este mundo, no escogió un palacio sino un sencillo taller de carpintería. Con esto dignificó el trabajo secular.
En días del Emperador Diocleciano, un obispo cristiano fue llevado ante su presencia. El monarca se dirigió al obispo y burlonamente le preguntó: “¿Qué está haciendo ahora vuestro carpintero?” La respuesta fue: “Está ocupado fabricando el ataúd para su majestad y su imperio.” Como podemos imaginar, la respuesta le costó la vida al osado obispo.
* “Hijo de María” era una forma extraña para referirse a Jesús pues normalmente se mencionaba el nombre del padre.
Algunos creen que lo llamaron así porque José había muerto. En cambio otros aseguran que, tomando en cuenta la actitud que demostraron, era más bien una alusión al carácter ‘ilegítimo’ de su nacimiento, y que era una manera de insultarlo (ver Jn. 8:41).
* “Sus hermanos y hermanas.” Aquí se nombra a cuatro hermanos varones, y se menciona también que tenía hermanas. Ninguno de ellos creía en él (Jn. 7:5). Luego Jacobo llegaría a ser un dirigente de la Iglesia en Jerusalén (Hch. 15:13–21) y Judas escribiría una epístola (Jud. 1). En cuanto a José, Simón y sus hermanas, Lucas los menciona junto a María—sin especificar nombres—unánimes en oración luego de la resurrección y la ascensión (Hch. 1:14).
(ii) La distinción ausente (v. 4):
El profeta habitualmente tiene una mejor recepción lejos de su casa. Por lo general sus parientes y amigos están demasiado cerca de él como para apreciar el valor de su persona o de su ministerio. Por eso, como bien se ha dicho, “No hay lugar más difícil para servir al Señor que la propia casa”. No obstante, nuestro testimonio debe comenzar en nuestra Jerusalén particular (Hch. 1:8).
A pesar de que los mismos nazarenos eran despreciados por otros, miraron despectivamente al Señor cuando apareció entre ellos.
Sin embargo, al citar estas palabras, el Señor implícitamente estaba reclamando para sí el oficio de profeta, y estaba demostrando que la función principal del profeta era proclamar la verdad y no tanto predecir el futuro.
c. Efecto de la incredulidad de ellos (vv. 5, 6):
(i) La actitud de incredulidad (v. 5) producto de su envidia y escepticismo.
Tan intensa era la incredulidad de los nazarenos que el Señor no pudo hacer allí mayores obras, salvo sanar a algunos enfermos que acudieron a él en su necesidad. No es que Jesús no tuviera el poder y la capacidad para obrar milagros ya que no había limitación de su parte. Sucedía que ellos restringieron la manifestación de ese poder por su falta de arrepentimiento y, más aún, su falta de fe. Recordemos que Dios obra en respuesta a la fe. La incredulidad tiene el poder de robarnos las bendiciones más elevadas. Esto nos recuerda las palabras del salmista (Sal 78:41, RV 1909): “Y pusieron límite al Santo de Israel”. Hoy en día lo hacemos cada vez que contristamos al Espíritu (Ef. 4:30) o lo apagamos (1 Ts. 5:19).
(ii) El asombro del Señor (v. 6).
Sólo se registran dos oportunidades en que el Señor se haya asombrado. Una vez por la fe que demostró un centurión romano (Mt. 8:10 y Lc. 7:9), y en esta ocasión ante la falta de fe. ¿Hay algo en nosotros hoy que le cause asombro?
Luego de este rechazo, no hay datos de que Jesús haya regresado a Nazaret. Sin embargo, hubo otros lugares donde recibieron al Señor con gusto y apreciaron su ministerio.
BOSQUEJO
LA DISPOSICION DE RECHAZO (6:1–6)
a. Enseñando (1–2)
b. Escandalizados (3–4)
(i) El desprecio evidente (3)
* “¿No es éste el carpintero?”
* “Hijo de María”
* “Sus hermanos y hermanas”
(ii) La distinción ausente (4)
c. Efecto (5–6)
(i) La actitud de incredulidad (5)
(ii) El asombro del Señor (6)
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