lunes, 17 de agosto de 2015

Canten delante del Señor, que ya viene! ¡Viene ya para juzgar la tierra! Y juzgará al mundo con justicia, y a los pueblos con fidelidad

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
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Información 


 Los Salmos 
La misión 

    ¡Alaben al Señor todas las naciones!
    ¡Exáltenlo todos los pueblos!
    ¡Grande es su amor por nosotros!
    ¡La fidelidad del Señor es eterna!

    ¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor!

Este pequeño y breve salmo presenta dos elementos clave para reflexionar acerca de la presencia de una actitud misionera en el libro de los Salmos. En la segunda parte de este verso se advierte una afirmación que es más personal y se refiere al pueblo de Dios, es decir, a lo que el salmista llama «nosotros». Dios tiene un gran amor por su pueblo y le es siempre fiel. Dios se ocupa y se preocupa por su rebaño. No obstante, y simultáneamente, el poeta invita a que todas las naciones y todos los pueblos alaben al Señor. La intención de esta breve poesía es proclamar que ese amor (jesed) tan grande, esa fidelidad del Señor, no es solamente para un pueblo, sino para todas las naciones y pueblos que habitan la creación de ese mismo Dios.

Cuando analizamos los Salmos en busca de una propuesta misionera descubrimos que a lo largo de todo el salterio existe este binomio: pueblo de Dios // naciones, pueblos. La mayoría de los exégetas de la poesía hebrea presente en el libro de los Salmos no ha tratado el tema de la misión en estos poemas. Tampoco los expertos en misionología han encontrado en los Salmos una fuente de inspiración fecunda para sus propuestas misionológicas. No obstante, más allá del peligro de encontrar lo que se busca, creo que los Salmos contienen algunas enseñanzas y propuestas para lo podríamos denominar una misionología bíblica. Dicha propuesta está íntimamente relacionada con la realidad personal del salmista y con la realidad de naciones y pueblos que disfrutan de los privilegios y las responsabilidades de una relación con Dios basada en el pacto.

Es de conocimiento común que los Salmos bíblicos expresan el sentir de las personas en relación con diversos ámbitos de la vida. A través de esta literatura descubrimos al ser humano hablándole a Dios. Así como una gran parte de la revelación bíblica tiene que ver con Dios hablándole al ser humano, en los Salmos encontramos a personas que se dirigen a Dios de diferentes maneras. En algunas ocasiones la poesía resuena con la alegría de la alabanza. En otras, en cambio, retumba con sonidos de desesperación humana. Pero a través de todo el salterio es posible descubrir que la manera de expresarse del poeta es franca, transparente y sin prejuicios. De pronto, para el poeta, Dios es el único objeto de toda su alabanza. De pronto, el mismo Dios es su enemigo, el que le causa dolor y tristeza. Esta franqueza con que el salmista se dirige hacia su Creador es la misma que está presente en su preocupación misionológica. El interés del poeta no se limita a su propia realidad, que sin duda necesita ser transformada, sino que incluye también la realidad de los otros. El análisis que se presenta a continuación está impregnado de esta libertad de expresión del poeta. El salmista es pasional y cree en el cambio, en la transformación y en la posibilidad de una realidad diferente para él, para su pueblo y también para las naciones que no tienen conocimiento del Dios del pacto.

Los Salmos como actos constitutivos de la realidad

Distintos eruditos han sugerido que los Salmos son primordialmente una respuesta a la realidad, el poder y la maravillosa actividad de Dios. Es así que von Rad, en su obra magna sobre la teología del Antiguo Testamento, afirma que los Salmos representan la respuesta de Israel a la acción de Dios. Pero Brueggemann, tomando una propuesta de Mowinckel, ha dado un paso más y convincentemente ha sugerido que los Salmos, y en especial los de la alabanza, construyen un mundo teológico. Es decir, es posible considerar a los Salmos como actos constitutivos de la realidad.5 Los poetas, a través de su obra literaria, construyen, evocan mundos alternativos de los que están experimentando. Quien es poeta conoce y cree en el poder de la palabra.

El vocablo «palabra» en hebreo (davar) significa mucho más que lo que generalmente se entiende por «palabra» en castellano: davar expresa evento, cosa, asunto, acontecimiento. En este sentido, lo que una persona hace, piensa, planifica, dice, forma parte del mismo acontecimiento. Por esto, para el israelita las palabras habladas tienen tanto poder para cambiar situaciones como un hecho o una acción. Esto es mucho más significativo en el caso del poeta, cuyo lenguaje rico en imágenes y metáforas es capaz de sugerir y generar nuevas realidades. Cuando el poeta se expresa, lo hace con el poder de la «palabra», que tiene la capacidad de articular mundos diferentes, mundos que ofrecen un marco de esperanza en medio de un contexto de desesperanza.

Este proceso, según Mowinckel, ocurre en especial en el “culto” Para dicho autor, los Salmos fueron creados para el culto y, por ende, el culto es un acto constitutivo de realidad teológica y no meramente una respuesta del ser humano a Dios. Sin tener que estar necesariamente de acuerdo con la propuesta de que el salmo fue creado para el culto, lo importante de la sugerencia de Mowinckel es que lo que se hacía en el culto era construir una realidad. Mowinckel afirma:

    El culto (abodah) para Israel, como para el hombre primitivo en general, era las actividades santas, festivas a través de las cuales se obtenía el poder divino y la bendición para la sociedad, la comunidad y, por medio de ellas, para el individuo …

    Ei culto … es siempre drama … Pero no es una obra común, sino un drama generador de la realidad, un drama que actualiza con poder real el evento dramático, una realidad que demuestra poder real, es decir, un sacramento.

Según Mowinckel, el culto impregnado de Salmos construye una realidad diferente y efectiva. Los Salmos utilizados en el culto no solamente sugieren que existe una vida diferente sino que, en efecto, la construyen a través del poder de la palabra. Tal es así, que Mowinckel entiende que el concepto de la «vida» está presente en todo este drama sacramental. Por esto sugiere:

    El hecho de que la vida es creada a través del culto significa la salvación de la angustia y la destrucción que ocurriría si esa vida no fuera renovada. Porque la existencia es una guerra eterna entre las fuerzas de la vida y las fuerzas de la muerte, entre las fuerzas de bendición y maldición. «El mundo» se gasta si no se renueva regularmente, tal como cualquiera puede darse cuenta observando el ciclo anual de vida en la naturaleza. Entonces, lo que se actualiza en el culto es «el hecho (la realidad) de la salvación» … Esta actualización del hecho de la salvación se repite cuantas veces sea necesario.

Es importante recalcar la propuesta de Mowinckel en cuanto a que la vida es «creada» a través del culto. A partir de este marco teórico queremos presentar la propuesta de que varios Salmos «crean» vida y, por ende, tienen una profunda consecuencia misionológica. Si en la antología de los Salmos los poetas están “creando” vida a través de sus palabras ricas en imágenes y metáforas, y a la vez proponiendo alternativas teológicas que conducen a la vida, entonces es posible afirmar que existe una preocupación misionológica bíblica. Esta misionología presente en la poesía hebrea carece de metodologías mercantilistas, de proselitismos agresivos y deshumanizantes, y de reduccionismos nefastos. La invitación de los salmistas es a la “vida”, la cual proviene del único Dios verdadero que se resiste a cualquier tipo de manipulación o reducción.

Diversas propuestas misionológicas en los Salmos

Es muy probable que los poetas jamás hayan pensado en categorizar sus ideas, pensamientos e imágenes. No obstante, para clarificar algunas ideas que están presentes en una antología tan rica en ideas y proposiciones, miraremos algunos de los temas que surgen y que tienen relación con una propuesta misionológica.

La universalidad de la soberanía de Dios

La universalidad de la soberanía de Dios es uno de los temas más preponderantes en todo el salterio. Cuando el salmista exclama; «¡Cuán imponente es el Señor Altísimo, el gran rey de toda la tierra!”, y continúa diciendo: «Dios es el rey de toda la tierra; por eso, cántenle un Salmo solemne. Dios reina sobre las naciones; Dios está sentado en su santo trono. Los nobles de los pueblos se reúnen con el pueblo del Dios de Abraham, pues de Dios son los imperios de la tierra. ¡Él es grandemente enaltecido!» (47:2, 7–10), está afirmando que el dueño absoluto de toda la creación y de todos los reinos humanos es Dios, el creador por excelencia.

Este tipo de exclamaciones de júbilo de parte de los poetas ha llevado a algunos estudiosos de los Salmos a sugerir que el tema teológico central, que de alguna manera une y entrelaza todos los Salmos, es «Yavé reina» (Yhwh malak). 

Esta pequeña frase, cuya traducción es muy debatida,11 declara que Yavé no solamente reina, sino que es el dueño de todo lo que existe y, por ende, tiene derecho absoluto sobre la tierra y sus habitantes. Dicho concepto es realmente revolucionario para el mundo antiguo. Los dioses de las distintas naciones vecinas de Israel son dioses que están limitados en términos geográficos. Su poder y jurisdicción no van más allá de los límites geográficos que delimitan una nación. La declaración de que hay un Dios cuyo poder no está restringido por fronteras humanas es, de por sí, una afirmación misionológica radical. La soberanía y señorío del Yavé que reina es absoluta y abarca a toda la creación. Esto tiene por lo menos dos implicaciones significativas. 

En primer lugar, el Dios de Israel, el pueblo del pacto, no es patrimonio exclusivo de Israel. Si bien es verdad que Yavé ha decidido utilizar al pueblo de Israel como un instrumento para ser de bendición a todas las naciones, Israel no puede reclamar derechos absolutos sobre la deidad. En segundo lugar, esto indica que todo lo que significa Dios, es decir, todo lo que él es, está al alcance de todas las naciones. Dios, a través de su soberanía universal, se convierte en un recurso inagotable para toda la creación. 

Esta realidad articulada en los Salmos tiene una repercusión misionológica notable, en especial si se considera la frase del poeta cuando declara que los líderes de los distintos pueblos se reúnen con el pueblo del Dios de Abraham para enaltecer al único Dios. El hecho de que Dios, en su soberanía absoluta, sea el Dios de los imperios de la tierra sugiere fuertemente que esto debe proclamarse a todo aquel que aún no lo sabe o no lo entiende.

Es aquí, entonces, donde es importante introducir de qué manera esta soberanía universal produce o genera esperanza. El poeta dice, en otro contexto, que en Dios «está la fuente de la vida, y en tu luz podemos ver la luz» (36:9). Aquí tenemos otra declaración que define la realidad tal como se ha explicado anteriormente a la luz de la propuesta de Mowinckel. La vida no proviene de una casualidad cósmica ni de otros dioses cuyas jurisdicciones están limitadas por fronteras geográficas. La vida proviene del Dios creador de todas las cosas cuya soberanía es absoluta y universal. Esa vida articulada en los Salmos por los poetas hebreos es aquello que ofrece más esperanza a nuestro mundo contemporáneo. En términos de una propuesta misionológica, sugerimos que la proclamación de un Dios que es fuente, autor y generador de toda vida representa quizás el mensaje más poderoso y relevante para un mundo que está empecinado en destruir la vida.

La posmodernidad en la cual están inmersas las sociedades de este mundo define la realidad de tal manera que la vida, la esperanza, el ideal, la utopía ya no existen. Como parte de esta definición de la realidad, lo importante es sobrevivir en términos individualistas, sin ningún tipo de preocupación por «el otro» ni tampoco «por Dios». Este marco teórico conduce a una frustración y a un vacío carente de esperanza y vida. 

El poeta hebreo, en cambio, define la realidad en términos de una vida y una esperanza entregadas, dadas por un Dios que no puede ser manipulado ni controlado por intereses humanos que intentan definir la realidad en términos que no conducen a la vida. Esta alternativa poetizada por los hebreos ofrece un mensaje relevante que todo creyente debe abrazar con el propósito de hacer misión. Quien encarna esta definición de la realidad podrá unirse al poeta y proclamar a todo ser humano que «Tú, oh Dios y Salvador nuestro, nos respondes con imponentes obras de justicia; tú eres la esperanza de los confines de la tierra y de los más lejanos mares» (65:5).

El pueblo de Dios y las naciones

Los Salmos hebreos hacen referencia a las naciones con frecuencia. El hecho de que estén mencionadas en diversos contextos, es decir, en diferentes tipos de Salmos sugiere que para el poeta la realidad fuera de su propio contexto local era importante. La presencia de las naciones en esta literatura poética es coherente con el concepto que acabamos de analizar. Si la soberanía de Dios es absoluta y universal, es lógico pensar que esa soberanía se extenderá más allá de los parámetros del pueblo hebreo. Tal como se mencionó con anterioridad, el pueblo de Dios no tiene un monopolio sobre el Creador. Si bien ese pueblo fue creado por Dios para cumplir un propósito especial y universal (Ex. 19:5–6), esto no significa que el accionar de Dios en la historia se limitará a ese contexto específico, y es evidente que así se entendió en la poesía.

El Salmo 22 tradicionalmente se ha leído como el Salmo de la cruz, porque el lector inmediatamente lo relaciona con el clamor de Jesús cuando estaba colgado del madero. Este poema, que expresa un lamento profundo de alguien que se encuentra amenazado de muerte, retrata la realidad humana con total crudeza. El poeta no intenta esconder ni disfrazar la realidad que está viviendo y la expresa con total honestidad. Es más que interesante, entonces, que en este Salmo se mencione a las naciones y haya un preocupación por la gente que habita en ellas. El poeta declara con un sentido profético que «Se acordarán del Señor y se volverán a él todos los confines de la tierra; delante de él se postrarán todas las familias de las naciones, porque del Señor es el reino; él gobierna sobre las naciones» (22:27–28). 

Es significativo y digno de notar que, a pesar de que el poeta plantea una queja y un lamento descarnado, a la vez contempla la necesidad de las naciones. En el poema, el poeta no se calla absolutamente nada. Su protesta es real, su angustia interminable y su dolor insufrible. Sin embargo, en medio de una situación que no se caracteriza ni por estabilidad, ni por tranquilidad o prosperidad, el salmista es capaz de articular una visión misionológica transformadora y llena de esperanza. Se nutre de la promesa abrahámica (Gn. 12:3) para proclamar que el Dios de la vida, el Dios que lo hizo nacer (pero tú me sacaste del vientre materno, v. 9), es el mismo Dios que dará vida a las naciones. De esta manera, la poesía es constitutiva de una realidad diferente. En medio de una situación de dolor, de amenaza de muerte, la esperanza genuina es posible.

Cabe aquí una breve reflexión acerca de la posibilidad de hacer misión. Es común observar en nuestros contextos evangélicos actitudes y presupuestos que sugieren que para hacer misión deben existir ciertas condiciones mínimas de estabilidad, seguridad y comodidad. Se habla de que «todas las condiciones tienen que estar dadas» para llevar a cabo una obra misionera efectiva y exitosa. 

Sin embargo, el poeta hebreo propone y desafía a través de su obra poderosa que es posible articular y proclamar un mensaje de esperanza, un mensaje de vida en medio de situaciones que humanamente se definen como poco propicias. Sugerimos que el mensaje misionológico del Salmo 22 no es meramente que las naciones tienen el privilegio de participar de los beneficios de la bendición abrahámica, sino que esta realidad se puede y se debe proclamar en medio de cualquier circunstancia, adversa o propicia. 

Esto se convierte, entonces, en un verdadero desafío para nuestra realidad latinoamericana. Ya sea que nuestros pueblos estén sufriendo bajo las garras de la hiperinflación, como ocurrió en la década de los ochenta, o que ahora estén excluidos por la nefasta economía neoliberal, la proclama de vida y esperanza debe resonar en todo nuestro continente. El desafío del poeta es que la misión se articule en medio de circunstancias absolutamente adversas. En este sentido es importante recalcar que el sufrimiento no es impedimento ni obstáculo para hacer misión, sino todo lo contrario. El sufrimiento y el dolor pueden convertirse en canales significativos para llevar a cabo una tarea misionera. A diferencia de muchas teologías populares, donde el sufrimiento es visto exclusivamente como evidencia de pecado, el poeta entiende que en su condición de dolor puede hacer un llamado a la vida y a la esperanza que, en definitiva, construye una realidad diferente. Es así que el sufrimiento se convierte en un testimonio poderoso para aquellos que lo observan y ven cómo Dios puede y quiere obrar en medio de ese contexto.

El Salmo 86 es otro poema que expresa un lamento individual. Aquí el poeta expresa su dolor y su angustia en medio de una paradoja. El es fiel y confía en el Señor. Sin embargo, su vida está amenazada y siente que Dios no lo escucha. Tal es así que clama al Señor por compasión y ayuda, porque su situación es difícil. 

Pero, al igual que en el Salmo 22, el poeta, en medio de paradojas y contradicciones que afectan su realidad personal y que lo llevan a situaciones límites, es capaz de articular una realidad diferente que expresa un sentir misionero profundo. En primer lugar, define nuevamente la realidad para el mundo del cercano oriente antiguo al declarar que no hay entre los supuestos dioses otro como el Dios creador de todas las cosas. No hay ser que se iguale al Dios que él adora (86:3). En segundo lugar, y a partir de esta afirmación inequívoca—que construye una realidad diferente—el salmista proclama que todas las naciones que fueron creadas por Dios adorarán el nombre de Dios: «Todas las naciones que has creado vendrán, Señor, y ante ti se postrarán y glorificarán tu nombre. Porque tú eres grande y haces maravillas; ¡sólo tú eres Dios!» (86:9–10). El mensaje misionológico es muy rico. Primeramente, establece que Dios creó todas las naciones y, por lo tanto, éstas están bajo su soberanía. 

Seguidamente, el poeta proclama que estas naciones se postrarán universalmente ante el Creador, reconociendo así su señorío absoluto. Esta universalidad de adoración nos habla de que no habrá excluídos en términos de raza, color, clase social, nivel cultural, etc. Nos confronta con una realidad multicultural y multiétnica en la que todos están convocados a participar de la adoración de Dios. El llamado misionero aquí no es a grupos homogéneos ni a grupos sectarios, sino a todos los pueblos porque todos fueron creados por Dios. La realidad que define la poesía incluye a todas las culturas del mundo. No es una realidad que excluye ni que exige que se fusionen y sean todas iguales. Es cierto que el lugar de adoración para el hebreo era Sión. Pero Sión también simboliza el lugar donde todos los pueblos del mundo vienen al santuario de Dios, tal como lo expresa otra poesía:

    Las naciones temerán el nombre del Señor;
    todos los reyes de la tierra reconocerán su majestad.
    Porque el Señor reconstruirá a Sión,
    y se manifestará en su esplendor.
    Atenderá la oración de los desamparados,
    y no desdeñará sus ruegos.
    Que se escriba esto para las generaciones futuras,
    y que el pueblo que será creado alabe al Señor.
    Miró el Señor desde su altísimo santuario;
    contempló la tierra desde el cielo,
    para oír los lamentos de los cautivos
    y liberar a los condenados a muerte;
    para proclamar en Sión el nombre del Señor
    y anunciar en Jerusalén su alabanza,
    cuando todos los pueblos y los reinos
    se reúnan para adorar al Señor (102:15–22).

Los dos ejemplos analizados demuestran claramente que el poeta hebreo era consciente de la necesidad de abrazar una visión amplia en cuanto a la gente de todo el mundo. La esperanza ofrecida por el Dios de la vida es para toda nación, pueblo, tribu, grupo y familia que habitan en esta tierra. El salmista no habla de hacer un proselitismo agresivo entre las naciones. Simplemente declara que las «buenas nuevas» harán la obra de transformar a las naciones y así llegarán a adorar al Señor. Las «buenas nuevas» declaradas en poesía posibilitan esta transformación en las naciones.

Justicia y misión
El concepto de misión en la poesía hebrea es un concepto que abarca todos los ámbitos de la vida. La misión no se entendía en términos fragmentarios, sino en términos holísticos o integrales. En este sentido, una comprensión adecuada de justicia cobra importancia. La construcción de una realidad de vida y esperanza no puede llevarse a cabo sin la presencia real de una justicia bíblica. La justicia bíblica es una justicia relacional que contempla las necesidades de cada situación. Al ser relacional, la justicia bíblica busca el shalom (bienestar integral) de la persona. Esta es la clase de justicia que el poeta articula al construir una realidad diferente.

El poeta hebreo afirma la justicia de diferentes maneras. En primer lugar, establece que la justicia es una prioridad divina. Dios, en su preocupación por el ser humano, declara su interés por la justicia. El poeta declara esto de la siguiente manera: «El Señor ama la justicia y el derecho; llena está la tierra de su amor» (33:5). Este amor por la justicia tiene una consecuencia pedagógica: «El dirige en la justicia a los humildes, y les enseña su camino» (25:9). Además de ser pedagógica, es poderosa, amplia y abarcativa: «Tu justicia es como las altas montañas; tus juicios, como el gran océano» (36:6). 

También es una justicia que protege: «Porque el Señor ama la justicia y no abandona a quienes le son fieles. El Señor los protegerá para siempre, pero acabará con la descendencia de los malvados» (37:28). La justicia de Dios, al igual que su soberanía, no está limitada ni circunscrita a una región geográfica ni tampoco a un determinado pueblo. La justicia de Dios tiene alcances globales. «Que se diga entre las naciones: “¡El Señor es rey!” Ha establecido el mundo con firmeza; jamás será removido. Él juzga a los pueblos con equidad … ¡Canten delante del Señor, que ya viene! ¡Viene ya para juzgar la tierra! Y juzgará al mundo con justicia, y a los pueblos con fidelidad» (96:10, 13). La universalidad de la justicia de Dios, que de por sí es una realidad misionológica fundamental, también se expresa en el contexto de la alabanza: «Tu alabanza, oh Dios, como tu nombre, llega a los confines de la tierra; tu derecha está llena de justicia. Por causa de tus justas decisiones el monte Sión se alegra y las aldeas de Judá se regocijan» (48:10–11).

Las diversas maneras en que el poeta hebreo expresa la justicia de Dios hace que el concepto y la realidad de dicha justicia sea realmente algo muy rico que es necesario compartir con las naciones. La justicia divina, ofrecida a las naciones y no restringida a un pueblo, representa un mensaje de esperanza muy importante. No obstante, la poesía hebrea no es ingenua y reconoce que la justicia bíblica necesita ser abrazada e implementada por los que están en posiciones de liderazgo, ya sea en cargos políticos o religiosos. En este sentido, el Salmo 72 expresa una visión y un desafío, que analizaremos a continuación.

El autor del Salmo 72 articula una propuesta concreta acerca de la justicia que involucra a la persona del rey. La realeza, en el mundo hebreo, ejerce el poder en diversas áreas de la vida. En un sentido, simboliza el poder aquí en la tierra. Para el poeta existe una realidad ineludible en la que justicia, shalom y esperanza no son viables a menos que los que ostentan el poder político obren a favor de ellas. Y esto sólo puede ocurrir si los que están en el poder se someten al señorío absoluto del Dios creador y dueño de todo poder. Por esto, el poeta dirige todas sus plegarias y súplicas a Dios en favor del rey (símbolo del poder político y religioso).

El poeta comienza rogando que Dios le otorgue su justicia al rey: «Oh Dios, otorga tu justicia al rey» (72:1). El es consciente del importante papel que juega el rey en todo el proceso legal y jurídico de su reino. La posibilidad de que existiera justicia en la sociedad del cercano oriente antiguo dependía primordialmente de las actitudes y decisiones del rey. 

Por esta razón se eleva una clamor hacia Dios, quien es dueño de la verdadera justicia, para que esa justicia divina se manifieste en la persona del rey. Es por demás interesante notar el paralelo que el poeta traza entre el hacer justicia y el verdadero shalom (paz, bienestar integral): «Brindarán los montes bienestar al pueblo, y fruto de justicia las colinas … Que en sus días florezca la justicia, y que haya gran prosperidad hasta que la luna deje de existir» (72:3, 7). La realidad que define esta poesía plantea que el bienester integral de cualquier grupo humano y la prosperidad que pueda alcanzar dependen inexorablemente de la práctica de la justicia. 

Dicho de otra manera, el verdadero shalom no puede existir si no se practica y be nutre la justicia. El mensaje misionológico presente aquí es que existe la posibilidad de un liderazgo político permeado por la justicia bíblica porque Dios es capaz de otorgarle esa justicia al rey. Esa justicia tiene la posibilidad de alcanzar a todas las naciones y así proveer a los pueblos una esperanza genuina de vida. La propuesta del poeta es, sin lugar a duda, «contracorriente». 

En las estructuras de poder latinoamericanas, y en la sociedad en general, la prosperidad no depende de la práctica de la justicia sino todo lo contrario. En términos generales, es la injusticia la que lleva a la prosperidad. La opresión injusta de los «sin voz, sin rostro y sin poder» genera la riqueza ilícita de los que ostentan el poder. La realidad que propone el poeta es una realidad «al revés», y ese mundo al revés es precisamente la «buena nueva» proclamada con fe a todas las sociedades del mundo.

Asimismo, en este poema, al igual que en toda la revelación bíblica, la justicia se entiende primordialmente como la preocupación, protección y rehabilitación de los pobres, desprotegidos y desposeídos que representan lo más vulnerable de la sociedad. Una vez más, el verdadero shalom no puede convertirse en una realidad concreta a menos que el que está en posición de autoridad «haga justicia» a los pobres. El poeta lo expresa de la siguiente manera: «El rey hará justicia a los pobres del pueblo y salvará a los necesitados, ¡él aplastará a los opresores!… El librará al indigente que pide auxilio, y al pobre que no tiene quien lo ayude. Se compadecerá del desvalido y del necesitado, y a los menesterosos les salvará la vida. Los librará de la opresión y la violencia, porque considera valiosa su vida» (72:4, 12–14). 

El poeta, a través de su arte, establece cuál es la verdadera responsabilidad del rey. La monarquía debe tener como prioridad la ayuda al débil y al pobre, es decir, que los marginados sean tratados con justicia. El argumento detrás de la declaración poética es que la monarquía tiene el poder y, por tanto, la responsabilidad de aliviar el sufrimiento de los débiles y marginados. Paul Lehmann ha escrito: «La justicia es el eslabón crítico entre el poder de la responsabilidad y la responsabilidad del poder, porque la justicia es la acción justa de Dios que corrige lo que no está bien en el mundo». En este sentido, el rey, que representa a Dios aquí en la tierra y que ostenta el poder, tiene la sagrada responsabilidad de asegurar que la justicia cale todos los ámbitos de la vida humana. Por lo tanto, la poesía construye una realidad diferente a la impuesta por la cultura dominante, porque exige, pretende y cree que el poder debe hacer justicia. 

Mientras que en la cultura dominante el poder se caracteriza por corrupción, injusticia y deshumanización, el poeta articula teológicamente una alternativa que tiene consecuencias universales. Estas consecuencias universales tienen que ver con la realidad de la justicia y proveen una esperanza de vida a un mundo que está empecinado en propuestas de muerte. De esta manera, afirmando la justicia, la poesía proclama un mensaje que llama a la vida. Esta vida forma parte del desafío misionológico presente en la poesía hebrea.

Los pobres y la misión

La poesía hebrea, que define una realidad nueva a través del poder de la palabra expresada y escrita, de manera específica incluye a los pobres en esa nueva realidad. Por medio de afirmaciones contundentes vuelve a describir el proceso histórico en el que se ve inmerso el pobre. El poeta es capaz de declarar con confianza y fe: «¿Quién como tú, Señor? Tú libras de los poderosos a los pobres; a los pobres y necesitados libras de aquellos que los explotan» (35:10). Aquí el salmista reconoce que existe una realidad donde predominan los opresores que explotan a los que no tienen poder para volver a definir su situación. 

Pero, a la vez, proclama que existe una alternativa que proviene del único Dios, cuya soberanía es universal, y cuyo amor es justo. La existencia de este Dios significa que el poeta puede clamar a favor del que está marginado y hacerlo con la confianza de que hay una alternativa. Sin duda, esto puede considerarse como algo utópico, pero la buena nueva de la poesía hebrea es que no tiene que serlo necesariamente. Aquellos que tienen el poder (la monarquía en Israel) siempre tratarán de convencer a los marginados de que todo está definido y determinado, y que no existe alternativa alguna en esta realidad. No obstante, el poeta se resiste a esa descripción de la realidad y lo hace no solamente porque hay un Dios que es justo, sino porque ese Dios justo también es un Dios que actúa.

La acción de Dios a favor de los pobres está expresada de diferentes maneras. En primer lugar, existe una relación de amor paternal: «Padre de los huérfanos y defensor de las viudas es Dios en su morada santa» (68:5); «Las víctimas confían en ti; tú eres la ayuda de los huérfanos» (10:14b). Ese amor se manifiesta en la praxis en términos de una defensa activa de los indefensos frente a los opresores. Las viudas, cuya condición social generalmente se caracteriza por la pobreza, pueden tener la esperanza de que hay alguien que las defiende. Ese alguien es justo y poderoso. Además de defender la causa del débil, el poeta declara que Dios se ocupa de proveer amparo al desamparado y libertad al cautivo: «Dios da un hogar a los desamparados y libertad a los cautivos; los rebeldes habitarán en el desierto» (68:6). Esto representa una afirmación atrevida en medio de una situación de control y opresión. Proponer que existe la posibilidad de liberación y de «techo» para el marginado requiere coraje e imaginación teológica. Al imaginar una realidad diferente, el poeta articula esa nueva realidad en términos teológicos y de esa manera provee esperanza en medio de una situación de desesperanza.

La presencia preponderante de la categoría «pobres» en la poesía hebrea no significa que debamos minimizar ni «espiritualizar» la situación difícil y apremiante que viven los marginados. Estos representan a todos los que no tienen derechos, a los que están en una lucha diaria por sobrevivir y que, al carecer de todo tipo de influencia, están a la merced de los que tienen un monopolio sobre el poder. 

Para ellos, el poeta proclama y articula una situación nueva. Así como Dios provee liberación de situaciones deshumanizantes, también se ocupa de la alimentación: «… saciaré de pan a sus pobres» (132:15). Es decir, Dios no sólo actúa en el sentido de defender los derechos de los pobres en la corte y en la sociedad, sino que también busca satisfacer las necesidades básicas de todo ser humano. El accionar de Dios afecta todas las áreas de la vida. La influencia de Dios es integral y total.

El desafío misionológico, en este sentido, está planteado. El poeta articula una realidad diferente para los pobres. 

La poesía transforma situaciones de injusticia, de desamparo, de soledad y de hambre en realidades de justicia, amparo, comunidad y salud. Esto sugiere que el trabajo misionero contemporáneo debe considerar todas estas áreas en su tarea de compartir las «buenas nuevas» que tienen el poder para transformar. Los pobres en el continente latinoamericano son aquellos que apenas subsisten, pero no viven. Luchan a diario con la muerte, el pecado y la maldad. Su única esperanza es el poder transformador del Dios presentado en la poesía hebrea. 

Este Dios de justicia, de amor, de provisión integral, puede y desea ofrecer una realidad diferente a todo aquel que sufre. Así como utilizó a los poetas de antaño para articular esta realidad novedosa, hoy también utiliza y busca a quienes están dispuestos a correr el riesgo de describir nuevamente la realidad que está definida por la cultura imperante. El poeta expresó: «Dichoso el que piensa en el débil» (41:1). Hoy Dios también busca a quienes piensen en los débiles. 

Pensar, en el contexto hebreo, implica no solamente meditar sino actuar. El salmista también afirma que el rey que hace justicia es el preferido de Dios: «Tú amas la justicia y odias la maldad; por eso Dios te escogió a ti y no a tus compañeros, ¡tu Dios te ungió con perfume de alegría!» (45:7). En un sentido muy real y concreto, la posibilidad de que la humanidad realmente viva y no solamente subsista depende de que reyes y ciudadanos vuelvan a definir la realidad desde una perspectiva teológica.


Conclusión


Es importante aclarar que una misionología bíblica no puede nutrirse solamente de las propuestas ofrecidas por los poetas hebreos. También es menester señalar que todo análisis de los Salmos canónicos tendrá su cuota de subjetividad. No obstante, los Salmos ayudan a completar un cuadro misionológico bíblico más abarcador y real.

La condición humana, el sufrimiento y el dolor humanos son elementos que siempre preocupan a los poetas hebreos. Sus poesías tienen que ver con una realidad humana concreta. Por lo tanto, al describir poéticamente la realidad en la cual están inmersos, los poetas parten de un contexto de vida cotidiana y no desde una «torre de marfil». Por esta razón, la comunidad de creyentes a lo largo de la historia de la iglesia siempre se ha identificado de manera íntima con los poetas de antaño. Pero también, consciente o inconscientemente, la comunidad ha conmovido el corazón de los poetas porque estos artistas teológicos, a través de sus versos, proponen alternativas teológicas sumamente significativas.

Entre muchas de las alternativas que surgen de la poesía hebrea está la preocupación por el «otro». Esto, sin duda, debe formar parte de cualquier propuesta misionológica. Hacer misión sin pasión por el otro, es hacer proselitismo barato y mercantilista. En cambio, si existe una actitud de compasión, de amor fiel, de interés desinteresado, entonces existe la posibilidad de una realidad diferente. En este sentido, los poetas nos enseñan algo nuevo. A partir de su propia experiencia y existencia formulan alternativas que no los tienen a ellos mismos como destinatarios exclusivos, sino al ser humano en general, dondequiera que se encuentre. 

Por ellos proclaman que los reinos son de Dios: «pues de Dios son los imperios de la tierra …» (47:10). Esto significa que, en última instancia, los reinos, que hoy definiríamos como los grandes conglomerados multinacionales, no pertenecen a los agentes de poder. Esta nueva definición de la realidad radical afecta a toda la humanidad. 

Podemos sugerir entonces que la misión en los Salmos tiene como punto de partida la soberanía absoluta de Dios sobre todo lo que existe, inclusive sobre los que se «creen» soberanos. Tenemos aquí una propuesta de esperanza para nuestro continente latinoamericano que ha sufrido largamente bajo los «seudosoberanos» de la historia. Los «seudosoberanos» jamás han articulado una propuesta de esperanza y vida para la «gente». En cambio, la poesía hebrea articula una alternativa de vida a partir del Creador de toda vida.

Es significativo notar que en los Salmos hebreos la misión nunca se presenta en términos de «estadísticas» sino en la afirmación de que en Dios, el que verdaderamente reina, hay una esperanza de vida para el «otro». El «otro» nunca es un número, una persona «ganada», sino alguien que puede acceder a una nueva definición de la realidad a partir de una comprensión teológica de la misma, en la que Dios es el soberano universal que se interesa por la condición humana. Esta condición humana, definida hoy en América Latina por un neoliberalismo deshumanizante y demoníaco, debe ser confrontada por una misión radical que vuelva a definir el proceso histórico en términos de justicia y vida, tal como la entendieron y la definieron los poetas inspirados por el Creador de la vida.

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