viernes, 21 de agosto de 2015

Cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, cuánto más, ya reconciliados, seremos salvos por su vida

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
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PREPARÁNDONOS PARA  ACONSEJAR CUANDO HAY CRISIS 




AUSCULTANDO CASOS DE CRISIS

A principios del año 1960 yo formaba parte del personal de una iglesia grande como líder de educación cristiana y juventudes. Un domingo por la noche teníamos a un pastor de otra iglesia como predicador invitado. 

Su presentación produjo un efecto dramático en cada una de las personas de la audiencia. Cuando llegó el momento en que debía dar su mensaje, se levantó, anduvo hacia el púlpito y, sin una sola nota ni abrir la Biblia, empezó a recitar ocho pasajes de la Escritura de memoria como la base de su mensaje. Luego dijo a la congregación: «Esta noche quisiera hablaros acerca de lo que hay que decir y lo que no hay que decir, lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer en situaciones de aflicción y crisis.» Hizo una pausa, y vi desde mi punto de observación con ventaja, frontalmente desde la plataforma, que todo el mundo en la congregación estaba buscando un pedazo de papel en que tomar nota de los principios que el predicador estaba a punto de discutir. 

Yo también busqué un papel, y todavía conservo algunas notas sobre aquel mensaje. Nos dio toda la ayuda y guía que necesitábamos, porque la mayoría no sabía qué decir, aconsejar o hacer cuando uno pierde a un ser querido o se halla en una situación de crisis. (Es por esto que muchas personas procuran evitar situaciones de este tipo.)

Lo práctico y útil del mensaje de aquella noche está todavía grabado en mi memoria, y con frecuencia he pensado: «¡Qué diferente sería si los pastores educaran a sus miembros para muchas de las crisis de la vida como lo hizo este pastor! Tendríamos congregaciones que se ayudarían y se interesarían unos por otros. Podríamos hacer una labor mucho mejor al intentar comunicar con los que están en necesidad.»

El viaje de la vida incluye un conjunto de crisis, algunas de las cuales son predecibles y esperadas, y otras son completas sorpresas. Algunas crisis son de desarrollo, otras son situaciones. Tú, como ministro o como consejero laico, probablemente has experimentado numerosas crisis en tu propia vida y sabes lo que es pasar por ellas. El estar vivos significa que tenemos que estar resolviendo problemas constantemente. 

Cada nueva situación nos proporciona la oportunidad de desarrollar nuevas técnicas de usar nuestros recursos a fin de conseguir mantener el control. Algunas veces tenemos que intentarlo una y otra vez, porque nuestros primeros esfuerzos no dan resultado. Pero, al persistir, descubrimos nuevas formas de vencer los problemas. Y cuando hacemos frente a un problema similar en el futuro, hallamos que es más fácil resolverlo en base a lo que hemos aprendido en el pasado.

Un día, sin embargo, nos encontramos frente a un problema que parece hallarse más allá de nuestra capacidad. Cuando un problema es abrumador, o cuando nuestro sistema de sostén y apoyo, dentro de nosotros o de los demás, no funciona, perdemos el equilibrio. Esto es lo que llamamos una crisis. Y si hay precisamente alguien a quien se acuda para obtener ayuda durante una ocasión de crisis, éste es el pastor o ministro. Las crisis son parte de la vida. Deberíamos esperarlas y verlas venir. Son inevitables. El ayudar a los que pasan por crisis puede ser una fase muy importante del ministerio. 

De hecho, dos de las tareas del ministerio de la iglesia son el preparar a todos los miembros para resolver mejor sus propias crisis y equiparlos para ayudar a otros en tiempos de crisis. Los principios para la comprensión de una crisis y para ayudar a otros en tiempo de crisis se pueden enseñar en sermones y en clases. La razón por la cual las personas vacilan en implicarse en los problemas de los demás no es porque no les importen; más bien es que se sienten incapaces o poco preparados, ¡no saben qué hacer o qué decir! Incluso un ministro preparado tiene que luchar con los mismos sentimientos, y hay ocasiones en que vacila en envolverse en algunas situaciones de crisis. Esto es normal.

Todos los que nos dedicamos a aconsejar, sea en el ministerio o profesionalmente, hemos sentido los dolores de la inadecuación en un momento u otro, y vamos a seguir sintiéndolos el resto de nuestras vidas. Siempre hay que aprender más y nuestras técnicas pueden mejorar día a día.

Permíteme contarte algunas de mis experiencias en la labor de aconsejar durante el curso de los años. No serán muy diferentes de las que te vas a encontrar tú como pastor o consejero en tu iglesia. Al leerlas, procura visualizar la situación, y las personas afectadas, como si tú fueras la persona a quien acuden para pedir ayuda. Considera dos cuestiones importantes: 
  1. ¿Cuáles serían tus sentimientos en cada situación? 
  2. ¿Qué harías? 
Muchas personas pasan por alto la primera pregunta y se concentran sólo en la solución del problema. Pero nuestros sentimientos afectan a lo que hacemos.

Veamos:
CASO1
Una mujer de nuestra congregación entra en el despacho de la iglesia sin tener hora asignada y dice que desea verte. Está visiblemente trastornada y tú le dices que pase y que se siente. Te contesta: «La policía acaba de salir de nuestra casa. Vinieron esta mañana y preguntaron por mi marido. Nos dijeron que había sido acusado por tres de los niños del vecindario de haberles molestado sexualmente. 

Él dijo que no había hecho nada semejante. Pero los vecinos habían presentado una acusación formal. ¿Qué vamos a hacer? Mi marido no quiso decirme nada, y se ha marchado. No sé adónde se ha ido. ¿Qué debo hacer?» ¿Cuáles serían, como pastor, tus sentimientos y qué harías?

CASO 2
Te han llamado de un hospital los familiares de un individuo. No sabes casi nada de su situación y cuando entras te encuentras con la esposa y el médico. El doctor te dice que el enfermo se encuentra en estado terminal, y que se halla en una condición anímica tal que no se han atrevido a decirle nada de su estado. El marido enfermo ha solicitado un ministro para hablar con él, pero el médico te advierte que seas muy cuidadoso referente a su condición. Tú entras en la habitación e inmediatamente el enfermo te dice: «Quiero preguntarle algo, pastor: ¿Estoy a punto de morir? ¿Lo sabe Vd.? ¿Puede decírmelo?» ¿Cuáles serían tus sentimientos, y qué harías?

CASO3
Un individuo entra en tu despacho. Se trata de uno de los ancianos dirigentes de tu iglesia. Está llorando y con angustia en la cara te dice entre sollozos: «¡Mi esposa me ha dejado! ¡Llegué a casa hoy y ya se había ido! ¿Por qué? ¿Dónde está? ¿Por qué se marchó? ¡Yo no tenía idea de que hubiera problema alguno en nuestro matrimonio! Pero ¡se ha marchado! ¡Dijo que ya no me amaba, y que se iba a vivir con otro hombre! ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?» ¿Cuáles serían tus sentimientos y qué dirías o harías?

CASO 4
Estás sentado en tu despacho en la iglesia y suena el teléfono. Contestas y al otro extremo de la línea hay un hombre que dice que quiere hablar contigo. No quiere dar su nombre ni información alguna con que puedas identificarle. Te dice que se ha divorciado recientemente de su esposa. Te explica que es cristiano y quiere hacer la voluntad del Señor. Su esposa vive con otro hombre y tiene a los niños con ella. Empieza a preguntarte qué dice la Biblia acerca del suicidio. Te dice que lo único que impide que se quite la vida es que teme que iría al infierno si lo hiciera. Te comenta, sin embargo, que sería mejor para él dejar este mundo, y que no quiere que sus hijos estén con su esposa, pues es una «mala mujer». No desea que sus hijos tengan que pasar por lo que él ha pasado en la vida y sugiere indirectamente que quizás sería mejor «llevárselos» con él. ¿Cuáles serían tus sentimientos, y qué es lo que dirías?

CASO 5
Una mujer pide hora para verte. Reconoces que es una persona de la cual te ha hablado ya otro miembro de la iglesia. Esta mujer perdió hace poco un hijo de quince años en un trágico accidente. Cayó de una camioneta y se partió la cabeza contra el pavimento. Estuvo en coma ocho días en el hospital, durante los cuales ella no le abandonó nunca. El resto de la familia iba a visitarle y se marchaba, pero ella no se movía de su lado, ayunando y orando por su recuperación. El séptimo día comenzó a mejorar, pero precisamente cuando empezaba a tener esperanzas de que sanara, murió de repente. La mujer se halla sentada en tu despacho, te mira y te dice: «¿Dónde estaba Dios durante aquellos días? ¿Por qué me castigó de esta manera? Se llevó a mi hijo después de darme esperanzas de su recuperación. ¡Nunca …, nunca más … voy a recobrarme! He perdido todo deseo de vivir hasta que pueda ir donde se halla mi hijo.» ¿Cuáles serían tus sentimientos y qué dirías o harías?

Permíteme que te describa una última situación muy extraña. Sucedió hace unos años en mi iglesia. En varias ocasiones me he preguntado cuáles habrían sido mis sentimientos y qué es lo que habría dicho y hecho si me hubiera enfrentado cara a cara con el personaje que voy a describir.

CASO 6
Llegué a la iglesia hacia las 6 de la tarde, un miércoles. Cuando me dirigía al despacho, miré en el buzón de cartas que teníamos en el exterior del edificio, para ver si había alguna. En el buzón había una Biblia. No le di mucha importancia, imaginando que la habría dejado allí alguno de los estudiantes de la escuela secundaria. Después de la reunión de jóvenes di una mirada al interior de la Biblia. Me quedé un poco sorprendido al ver una fotografía en color de un hombre en traje de camuflaje del ejército, con una bandolera de balas colgando del hombro y un rifle en la mano. En el fondo se veían dos rifles más, apoyados contra la pared. Y luego noté que en la primera parte de la Biblia había diversas páginas de lo que parecía un diario personal. 

Empecé a leer:
  «Señor Jesús, creo que moriste por mis pecados en la cruz. Te recibo como mi Salvador y Señor personal. Te invito a tomar posesión de mi corazón. Te entrego mi vida. Tómala y haz que viva para tu gloria.

  El amor de Jesús no ha penetrado en los corazones de los que me rodean. Todos me traicionan de una u otra manera, y, al hacerlo, traicionan también a su Creador. Sé que soy un artista cristiano auténtico. Por eso quiero que la verdad suene de modo claro en mis grabaciones. Pronto voy a grabar de nuevo y voy a enviar las cintas a todos los editores de discos y cassettes. Pero sé que me encuentro bajo vigilancia electrónica y por medio de una manipulación de minorías se me priva de mi lugar legítimo en la sociedad.

  Todas las mujeres que mis enemigos controlan o manipulan a mi alrededor para dominarme no van a cambiarme nunca. Simplemente, no conseguirán controlarme más que convertir mi cuerpo en un árbol. Esta capacidad que tienen de influir a través de las mujeres es un arma muy fuerte. Pero no les sirve.

  Ésta es toda la historia: Dios me creó para que viviera como cantante, un artista y un hombre fuerte. Pero los humanistas profanos se están burlando de mí y de Dios.

  Cuando arda en llamas y se destruya el edificio de la injusticia federal, cuando queme la Constitución, la carta de derechos cívicos y todos los documentos de nuestra llamada herencia histórica, cuando el fuego destruya todo este mundo lleno de hipocresía, entonces, sólo entonces, voy a pagar mis impuestos.

  El hermano de Robert Kennedy fue asesinado; él mismo también. Sólo que de forma diferente. Mi hermano vive todavía; únicamente su mente fue asesinada volviéndola contra mí.
  Hay demasiados cristianos, o por lo menos gentes que se llaman con este nombre, que dan testimonio falso.

  ¡Y no veo razón alguna para continuar esta hipocresía! Querido mundo: no me preocupa ni me afecta la vida eterna. Lo que quisiera alcanzar o tener es un poco de vida ahora, aquí, en este momento. No vivo, meramente existo. Sal. 19:13; 54:3; 55:17; 59:2, 4; Jer. 23:1.»

  (Escrito enviado a la Policía del Estado de California.) «En esta casa están sucediendo cosas extrañas. El propietario me ha demostrado que es un malvado.

  Si muero como artista cantante, que es lo que soy, señal que será la voluntad de Dios. Si muero disparando, luchando por mi libre albedrío, por el derecho a mis propias decisiones y rehusando que mi vida sea anulada como lo es ahora. Si hablan mis pistolas, la sociedad misma será la causa de ello; yo soy solamente el efecto. Recuerda, mundo, cuántos años y cuántos días he pasado combatiendo contra este crimen infame de querer anular mi vida, luchando contra fuerzas imposibles de contener. Así que pido perdón por la sangre que he derramado, puesto que yo mismo he sido asesinado innumerables veces. Por ello, cuando me convierta en un peligro social, busque la sociedad las causas en sí misma, puesto que ella es la culpable. Este mundo está lleno de fuerzas malévolas en acción.

  Voy a encontrarme con Dios mucho antes de lo que debería hacerlo. Los que me persiguen —y hay abundante evidencia de que lo hacen— son la causa de mi muerte y de mi fracaso aquí en California o en parte alguna. ¿De dónde viene esta influencia?

  Es una conspiración religiosa, así como política, en la que está envuelta la policía. Tanto cristianos como judíos son parte de esta conspiración, pero es verdaderamente una conspiración y América no ha sido América para mí. Te quiero, Tom.

  Todos los masones que he conocido son, sin la menor duda, hombres inicuos. Juegan una parte importante en la influencia que hay detrás de esta conspiración. Washington y Jefferson sabían perfectamente que los masones de hoy se desentenderían de ellos, que se volverían en contra suya.

  Mi comida ha sido drogada. En defensa de los masones quiero decir que Carlos, el marido de mi casera, es un buen hombre y, ciertamente, no como los que he mencionado, que fueron condicionados contra mí. Su difunto marido era también masón, y estoy seguro de que fue un buen hombre para su mujer.

  La Palabra de Dios te guardará del pecado o el pecado te alejará de la Palabra de Dios. — Navegantes.

  Es una vergüenza que en esta llamada sociedad algunos tengamos que morir para poder ser comprendidos o creídos. Creo que ha sido siempre así, pero eso no quiere decir que yo sea uno de los grandes en esta lista de héroes. De un modo especial, el crimen de los que me persiguen, los humanistas profanos, es que están tratando de hacer de mí un hombre vulgar. Toda su pretendida ayuda es tratar de destruirme, ponerme en ridículo delante de la sociedad. Todo lo que hacen es destruirme porque ellos no saben cuál es la mente que Dios me ha dado, que no es la mente que ellos creen que yo debería tener. Sé que debería triunfar en el mundo del espectáculo como un cantautor. Pero lo que hacen es impedir que ocupe el lugar que me corresponde en la sociedad, lo cual me demuestra que se burlan de Dios, aquí en este país que una vez fuera tierra de oportunidad libre y digna. No puedo ser otra cosa que lo que Dios me ha creado para que sea. Repito, no hago más que existir, simplemente, puesto que no vivo. Se me niegan los talentos creativos que Dios me ha dado. Esto lo hacen mis enemigos. Me doy cuenta de que cada sociedad y cada religión ha creado sus propios demonios. Creo que esto es lo que se proponen los que me persiguen. Evidentemente yo soy para ellos un demonio. Lo veo bien claro en la máscara psicológica de mi propio hermano. Para él soy un demonio, pero sé que es tan sólo en su mente, no en mi corazón y, ciertamente, no en mi propia mente.»

Al final de la página había el nombre del autor. Tomé la Biblia y me dirigí hacia casa. Llegué a las 10 de la noche y mi esposa estaba preocupada. Su madre había llamado por teléfono desde una ciudad cercana y le había hablado de una búsqueda por parte de la policía y un tiroteo que había ocurrido hacía poco. 

Al parecer, un hombre había entrado en una farmacia y había secuestrado a uno de los clientes: una señora. Se la llevó en su coche a una área montañosa, en tanto que la policía los seguía, y después de un tiroteo el individuo fue capturado, quedando la persona secuestrada en libertad. 

Durante el día se había efectuado una búsqueda general por todo el estado. Al parecer, con anterioridad, el individuo estaba fuera de sí y con tendencias suicidas. Había intentado ponerse en contacto con el pastor de su iglesia. Durante tres horas el pastor había estado hablando con él. A pesar de todo, este hombre estaba todavía decidido a suicidarse y decidió manipular la situación de forma que muriera del disparo de un agente de policía. Se dirigió a una de las carreteras principales y condujo a una velocidad superior a 150 kilómetros por hora, hasta que atrajo la atención de la policía de tráfico.

Cuando le detuvieron salió del coche, empuñando una pistola con la que apuntó al policía de tráfico. Esperaba que éste respondería sacando su propia pistola y disparándole un tiro. Sin embargo, por alguna razón, el policía, o bien no reaccionó a tiempo, o no se dio cuenta de lo que ocurría, por lo que el fugitivo le disparó, matándole. Más tarde entró en la farmacia mencionada anteriormente y secuestró a la cliente.

Después de haber oído toda esta historia, decidí escuchar las noticias de las 11 para ver si obtenía más información. La dieron. Relataron de nuevo la historia con detalle y el locutor mencionó el nombre del interfecto. Cuando lo oí, me di cuenta de que este nombre era el mismo del documento. Lo comprobé al abrir la Biblia que había descubierto en la iglesia. ¡El sospechoso y el dueño de esta Biblia eran la misma persona! Llamé a la policía y les dije lo que tenía en mi poder. Me pidieron se lo entregara para poder examinarlo.

En algún punto durante este día trágico, había acudido a nuestra iglesia esperando hallar a alguien con quien poder hablar. Al no haber nadie disponible, dejó su Biblia en el buzón. A su manera esto era un grito pidiendo socorro. «¡Ayudadme! ¡Salvadme! ¡Detenedme!» ¿Qué es lo que habrías hecho si tú hubieras estado allí? ¿Cuáles habrían sido tus sentimientos? ¿Qué es lo que habrías hecho o dicho si te hubieras encontrado en aquel lugar?

Estoy seguro que podrías añadir a esta lista numerosas experiencias e historias propias. No hay límite en el número de experiencias de crisis que han ocurrido en tu vida. Piensa en las infinitas posibilidades: La pérdida de un empleo, la pérdida de un amigo o persona en que te apoyabas, un cargo u honor; una enfermedad que te ha incapacitado, una operación, un accidente; la muerte de uno de los padres, de un amigo, del cónyuge o un hijo; noticias de que estás enfermo de modo incurable; descubrir que tu hijo toma drogas o es homosexual; comprobar una minusvalía seria en ti mismo o bien en otro miembro de tu familia; un aborto, un embarazo no deseado; un huracán, un terremoto; un intento de suicidio; una separación o un divorcio; la lucha por la custodia de un hijo; una experiencia espiritual que afecta a los miembros de otra familia; descubrir que tu propio hijo es miembro de una secta rara; un nacimiento prematuro; un pleito; tener que llevar a los padres, ya mayores, a un hogar de ancianos; vivir con una persona deprimida de modo crónico; el descubrimiento de que tú o tu cónyuge sufrís la enfermedad de Alzheimer o la corea de Huntington; tener un ataque cardíaco o sufrir una operación seria que dé lugar a una pérdida de memoria. La lista no tiene fin. Ninguna de estas situaciones de crisis es ficticia. Todas son reales. Y tú y yo podemos vernos en la necesidad de ministrar a personas reales en situaciones semejantes.
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Jesús le halló en el templo y le dijo: —He aquí, has sido sanado; no peques más, para que no te ocurra algo peor.

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
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PREPAREMOS NUESTROS SERMONES
JUAN 5:1-15
Jesús sana al paralítico en Betesda
1Después de esto había una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. 2 En Jerusalén, junto a la puerta de las Ovejas, hay un estanque con cinco pórticos que en hebreo se llama Betesda.  3, 4  En ellos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos. 
5 Se encontraba allí cierto hombre que había estado enfermo durante treinta y ocho años. 6 Cuando Jesús lo vio tendido y supo que ya había pasado tanto tiempo así, le preguntó: 
—¿Quieres ser sano? 
7 Le respondió el enfermo: 
—Señor, no tengo a nadie que me meta en el estanque cuando el agua es agitada; y mientras me muevo yo, otro desciende antes que yo. 
8 Jesús le dijo: 
—Levántate, toma tu cama y anda. 
9 Y en seguida el hombre fue sanado, tomó su cama y anduvo. Y aquel día era sábado. 
10 Entonces los judíos le decían a aquel que había sido sanado: 
—Es sábado, y no te es lícito llevar tu cama. 
11 Pero él les respondió: 
—El que me sanó, él mismo me dijo: "Toma tu cama y anda." 
12 Entonces le preguntaron: 
—¿Quién es el hombre que te dijo: "Toma tu cama y anda"? 
13 Pero el que había sido sanado no sabía quién había sido, porque Jesús se había apartado, pues había mucha gente en el lugar. 14 Después Jesús le halló en el templo y le dijo: 
—He aquí, has sido sanado; no peques más, para que no te ocurra algo peor. 
15 El hombre se fue y declaró a los judíos que Jesús era el que le había sanado. 
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Construyamos el sermón
Juan 5:1–15

En este pasaje tenemos alguno de los milagros de que S. Juan deja constancia. Como todos los milagros de este Evangelio, se describe con minuciosidad y precisión. Y, como más de un milagro, lleva a un sermón profundamente instructivo.
Por un lado, en este pasaje se nos enseña cuánta desdicha ha introducido el pecado en el mundo. ¡Leemos acerca de un hombre que llevaba nada menos que treinta y ocho años enfermo! Había soportado el dolor y la debilidad durante treinta y ocho agotadores veranos e inviernos. Había visto a otros curarse en las aguas de Betesda y volver a sus casas con júbilo. Pero no había habido una curación para él. Sin amigos, impotente y desesperado, se encontraba junto a las aguas milagrosas pero no obtenía beneficio alguno de ellas. Iban pasando un año tras otro y él seguía enfermo. No parecía probable que pudiera llegar algún alivio o cambio para bien a excepción de la muerte.
¡Cuando leemos de casos de enfermedad como este debiéramos recordar cuánto hay que odiar al pecado! El pecado fue la raíz original, la causa y la fuente de toda enfermedad del mundo. Dios no creó al hombre para que estuviera lleno de achaques, dolores y enfermedades. Estas cosas son fruto de la Caída. Si no hubiera habido pecado, no habría habido enfermedad.
No puede haber prueba más grande de la incredulidad innata del hombre que su indiferencia respecto al pecado. “Los necios —dice el sabio— se mofan del pecado” (Proverbios 14:9). Hay miles que se deleitan en cosas claramente malas y corren tras lo que es puro veneno. Aman lo que Dios abomina y les disgusta lo que Dios ama. Son como el loco que ama a sus enemigos y odia a sus amigos. Sus ojos están cegados. Sin duda, si tan solamente los hombres miraran a los hospitales y enfermerías y pensaran en la destrucción que ha sembrado el pecado en la Tierra, jamás se complacerían en el pecado como lo hacen.
¡Bien se nos dice que oremos por la venida del Reino de Dios! ¡Bien se nos dice que anhelemos la Segunda Venida de Jesucristo! Entonces, y solo entonces, no habrá ya una maldición sobre la Tierra, ni más sufrimiento, dolor y pecado. Se enjugarán las lágrimas de los rostros de todos aquellos que desean la Venida de Cristo, el regreso de su Señor. La debilidad y la enfermedad desaparecerán. El retraso de lo que esperamos ya no entristecerá los corazones. Cuando Cristo haya renovado esta Tierra no habrá inválidos crónicos ni casos incurables.
Por otro lado, en este pasaje se nos enseña cuán grandes son la misericordia y la compasión de Cristo. “Vio” al pobre enfermo entre la multitud. Abandonado, desechado y olvidado entre la muchedumbre, fue observado por el ojo omnisciente de Cristo. “Supo” de sobra, gracias a su conocimiento divino, cuánto tiempo “llevaba […] así” y se compadeció de él. Le habló inesperadamente con palabras de bondadosa simpatía. Le curó con un poder milagroso, de forma inmediata y sin tediosa dilación, y le mandó a su casa lleno de júbilo.
Este es solo uno de los muchos ejemplos de la bondad y compasión de nuestro Señor Jesucristo. Está lleno de un amor inmerecido, inesperado y abundante hacia el hombre: “Se deleita en misericordia” (Miqueas 7:18). Está mucho más dispuesto a salvar al hombre de lo que este lo está a salvarse, mucho más dispuesto a hacer el bien que el hombre a recibirlo.
Nadie debe temer comenzar a vivir como un cristiano verdadero si se siente dispuesto a comenzar. Que no se demore y retrase por causa de la vana impresión de que Cristo no desea recibirle. Que acuda con valor y confianza. Aquel que curó al paralítico de Betesda sigue siendo el mismo.
Por último, se nos enseña la lección que debiera mostrarnos la recuperación de la enfermedad. Esa lección se encuentra en las solemnes palabras que dirigió nuestro Señor al hombre que había curado: “No peques más, para que no te venga alguna cosa peor”.
Toda enfermedad y dolor es la voz de Dios hablándonos. Cada una tiene su propio mensaje. Afortunados los que tienen ojos para ver la mano de Dios y oídos para oír su voz en todo aquello que les sucede. No hay nada en este mundo que ocurra por azar.
E igual que sucede con la enfermedad, así sucede con la recuperación. La salud renovada debiera enviarnos de vuelta a nuestro lugar en el mundo con un odio más profundo hacia el pecado, una vigilancia más escrupulosa de nuestra conducta y una intención más constante de vivir para Dios. Demasiado a menudo, la emoción y la novedad de la salud recuperada nos tientan a olvidar las promesas y los buenos propósitos del lecho de enfermedad. ¡La recuperación encierra peligros espirituales! Bien nos iría si, después de cada enfermedad, grabáramos estas palabras en nuestros corazones: “No peque más, no sea que me venga alguna cosa peor”.
Concluyamos este pasaje con corazones agradecidos y bendigamos a Dios por tener un Evangelio y un Salvador como los que la Biblia nos revela. ¿Estamos enfermos? Recordemos que Cristo ve, conoce y puede curar si lo considera adecuado. ¿Tenemos problemas? Escuchemos en nuestros problemas la voz de Dios y aprendamos a odiar más al pecado.

Notas: Juan 5:1–15

V. 1: [Después de estas cosas]. Algunos piensan que, cuando S. Juan relata algún acontecimiento inmediatamente posterior a lo último que narró, utiliza la expresión: “Después de esto” (como en Juan 2:12); pero que, cuando existe un intervalo de tiempo, utiliza la expresión: “Después de estas cosas”. Si esto es correcto, debemos suponer que hubo un período entre la curación del hijo del noble y la visita a Jerusalén que se documenta en este capítulo.

[Una fiesta de los judíos]. No hay nada que nos indique de qué fiesta se trataba. La mayoría de los comentaristas opina que era la Pascua. No obstante, otros muchos piensan que era la fiesta de Pentecostés. Algunos dicen que era la fiesta de los Tabernáculos; otros, la fiesta del Purim; y otros, la fiesta de la Dedicación. Cada interpretación cuenta con sus defensores y probablemente esta cuestión no se dirima jamás. Un argumento a favor de la Pascua es el hecho de que ninguna de las cinco fiestas judías parece gozar de una concurrencia tan regular de los judíos devotos como la Pascua. Un argumento en contra es el hecho de que en otras tres ocasiones en que se menciona la Pascua en S. Juan, este se cuida de llamarla por su nombre, y uno esperaría que también lo hiciera en este caso.
La cuestión no tiene gran importancia en realidad. Solo es interesante desde un punto de vista. Si la “fiesta” era la Pascua, demuestra que hubo cuatro Pascuas durante el ministerio de nuestro Señor en la Tierra. S. Juan menciona tres por su nombre aparte de esta “fiesta” (cf. Juan 2:23; 6:4; 12:1). Esto certificaría que el ministerio de nuestro Señor duró tres años completos o que, en todo caso, debió de comenzar en una Pascua y terminar en otra. Si la “fiesta” no era la Pascua, no tenemos prueba alguna de que su ministerio durara más que entre dos y tres años (cf. notas sobre Juan 2:13).
La expresión “una fiesta de los judíos” es una de las muchas pruebas incidentales de que S. Juan escribió específicamente para los conversos gentiles y consideró necesario para su beneficio explicarles las costumbres judías.

[Subió Jesús]. Debería advertirse siempre la constante asistencia de nuestro Señor a las fiestas judías y el respeto que mostró por los mandatos mosaicos. Fueron instituidos por Dios y los honró mientras estuvieron vigentes. Es una prueba importante para nosotros de que la indignidad de los ministros no es motivo para desestimar sacramentos de Dios como el Bautismo y la Cena del Señor. El beneficio que recibimos de los medios de la gracia y los sacramentos no dependen de la naturaleza de aquellos que los administran, sino del estado de nuestras propias almas. Los sacerdotes y gobernantes del Templo en tiempos de nuestro Señor probablemente eran personas muy indignas. Pero eso no impidió que nuestro Señor honrara las fiestas y ritos del Templo. En cualquier caso, de esto no se deriva que esté justificado escuchar la predicación habitual de falsa doctrina. Nuestro Señor jamás lo hizo.
Observemos que ninguno de los autores de los Evangelios hablan tanto de las obras de nuestro Señor en Judea como S. Juan.

V. 2: [Hay en Jerusalén]. Se piensa que estas palabras muestran que Jerusalén seguía en pie y no había sido destruida aún por los romanos cuando S. Juan escribió su Evangelio. De otro modo, se argumenta que habría dicho: “Había en Jerusalén”.

[Cerca de la puerta de las ovejas, un estanque]. No hay nada seguro acerca de este estanque o de su ubicación. Los viajeros modernos han querido situarlo. Pero existe poca base para determinar esta cuestión como no sean las conjeturas y la tradición. Después de todos los cambios de dieciocho siglos, puntos como este escapan a una solución satisfactoria. Quizá no haya lugar en el mundo donde sea tan difícil determinar con exactitud cualquier cosa relacionada con lugares y edificios antiguos.

[Llamado en hebreo Betesda]. Según Cruden, la palabra “Betesda” significa “casa de efusión” o “casa de piedad o misericordia”. No se menciona en ninguna otra parte de la Biblia. La mención del “hebreo” muestra una vez más que Juan no escribió tanto para los judíos como para los gentiles.

[El cual tiene cinco pórticos]. Estos pórticos eran probablemente galerías cubiertas, balaustradas, abiertas por un lado pero con una techumbre que protegía del Sol y de la lluvia. En un país cálido como Palestina, es muy necesario ese tipo de edificios.

V. 3: [En éstos yacía una multitud]. El contexto parece indicar que la multitud se congregaba en este lugar, en esta fiesta en concreto, esperando que se produjera cierto milagro que solo ocurría en este momento del año en particular.

[Movimiento del agua]. Este “movimiento” debía de ser algo observable por las personas que estuvieran en el lugar. El agua no tenía virtud o elemento curativo alguno hasta que se producía el movimiento.

V. 4: [Porque un ángel descendía, etc.]. Lo que se dice aquí es algo muy curioso. No hay nada semejante en la Biblia. Josefo, el autor judío, no lo menciona. La interpretación más sencilla es que era un milagro regular que se producía una vez al año —como dice Cirilo— o, en cualquier caso, únicamente en una época especial, por decisión de Dios, para recordar a los judíos las maravillosas obras que había hecho por ellos en tiempos pasados y hacerles ver que el Dios de los milagros no había cambiado. Pero cuándo se produjo este milagro por primera vez, en qué ocasión, por qué no se nos dice nada más al respecto y de qué manera descendía el ángel, son preguntas que no podemos responder. Es claro que los ángeles intervenían de forma milagrosa en los tiempos del Nuevo Testamento por los numerosos casos que se documentan en los Evangelios y en Hechos. Es claro que los judíos tenían una gran fe en la intervención de los ángeles en ciertas ocasiones por el relato de la visión de Zacarías, cuando simplemente se nos dice que las gentes “comprendieron que había visto visión en el santuario” (Lucas 1:22). Es muy probable que desde los tiempos de Malaquías, cuando cesó la inspiración, Dios considerase oportuno mantener entre los judíos una fe en las cosas invisibles por medio de un milagro regular. Lo más sabio es interpretar el pasaje tal como se nos presenta y creer lo que no podemos explicar.
Todos los demás intentos de superar las dificultades del pasaje son por completo insatisfactorios. Condenar el pasaje como no genuino es una forma cómoda de salir del paso y sin una base clara en los manuscritos. Decir que S. Juan solo utilizó el lenguaje popular de los judíos al describir el milagro y que en realidad no creía en él es, cuando menos, irreverente y blasfemo. Suponer, como han hecho Hammond y otros, que el “ángel” solo representa un “mensajero” humano común enviado por los sacerdotes y que la eficacia curativa del agua procedía de la sangre de muchos sacrificios que llegaba hasta el estanque de Betesda en la fiesta de la Pascua; o suponer, como otros, que Betesda era un estanque donde se lavaban los sacrificios antes de ser ofrecidos, son todas suposiciones completamente gratuitas que no superan la principal dificultad. No hay prueba alguna de que la sangre de los sacrificios se filtrara hasta el estanque. No hay prueba alguna de que la sangre confiriese virtudes curativas al agua. No hay prueba alguna (como dice Lightfoot) siquiera de que se lavaran los sacrificios (cf. Exercitations on John [Ejercicios sobre Juan], de Lightfoot, con respecto a este pasaje). Más aún, estas hipótesis no explicarían por qué solo se curaba una persona cada vez que se “agitaban” las aguas o la mención que hace S. Juan del “ángel” que agitaba las aguas. Aquí, como en muchos otros casos, la interpretación más sencilla y la que menos dificultades plantea es tomarlo tal como se nos presenta e interpretarlo como la narración de un hecho, esto es, de un milagro regular que se obraba literalmente en cierto momento y quizá cada año.
Después de todo, no hay más dificultad en el relato que tenemos delante que en la historia de la tentación de nuestro Señor en el desierto, los diversos casos de posesión demoníaca o la liberación de Pedro de la cárcel por un ángel. Una vez admitida la existencia de los ángeles, su ministerio en la Tierra y la posibilidad de que intervengan para ejecutar los planes de Dios, nada en este pasaje debiera suponer un escollo. El verdadero secreto de las objeciones que se le plantean es la tendencia moderna a considerar todos los milagros como un lastre inútil que debe arrojarse por la borda siempre que se pueda y eliminarse de la narración bíblica en cada ocasión que se presente. Debemos mantenernos en guardia y en alerta ante esa tendencia.
Comenta Rollock: “El pueblo judío de esa época se encontraba en un estado de gran confusión y se había retirado de él la presencia de Dios en gran medida. Los judíos ya no recibían a los profetas que Dios había acostumbrado a levantar con fines extraordinarios. Dios, pues, para no parecer completamente ausente de su pueblo, estaba dispuesto a curar a algunos milagrosamente y de forma extraordinaria a fin de dar testimonio al mundo de que la nación no había sido rechazada por completo”. Calvino y Brentano dicen algo muy parecido.
Poole piensa que este milagro solo comenzó poco antes del nacimiento de Cristo “como una imagen de Aquel que estaba a punto de venir que sería un manantial abierto para la casa de David”. Lightfoot es de la misma opinión.

[Agitaba el agua]. No hay razón para suponer que el ángel apareciera visiblemente al hacerlo. Basta suponer que a cierta hora se producía un movimiento y una agitación de las aguas, que inmediatamente después poseían la milagrosa virtud curativa, igual que las aguas de Mara se endulzaron inmediatamente después de que Moisés echara un árbol en ellas (cf. Éxodo 15:25).

[El que primero]. Esto muestra que era una cuestión milagrosa. No se puede explicar de ninguna otra forma por qué solo se curaba una persona tras la agitación del agua. Creo que es claro, a partir de las palabras del pasaje, que solo se curaba uno.

[De cualquier enfermedad que tuviese]. Estas palabras se podrían traducir de manera más literal como “cualquier enfermedad que le esclavizara”.
Piensa Bengel que la utilización del tiempo verbal pasado muestra que el milagro había cesado para cuando Juan lo escribió: “Descendía de tiempo en tiempo”; “agitaba”, etc. Tertuliano afirma expresamente que el milagro había cesado para cuando los judíos rechazaron a Cristo.

V. 5: [Hacía treinta y ocho años que estaba enfermo]. Este es el tiempo durante el cual el hombre había estado enfermo. No sabemos cuál era su edad.
Comenta Baxter: “¡Qué gran favor es vivir treinta y ocho años bajo la sana disciplina de Dios! Oh, Dios mío, te doy gracias por la similar disciplina de ochenta y cinco años. ¡Qué segura es una vida como esta en comparación con otra de plena prosperidad y placer!”.
Aquellos que ven significados tipológicos y abstrusos en los detalles más minúsculos del relato bíblico observan que treinta y ocho años fue exactamente lo que duró el vagar de Israel por el desierto. En el enfermo, impotente y sin esperanza hasta la llegada de Cristo, ven un tipo de la Iglesia judía. El estanque de Betesda es la religión del Antiguo Testamento. El pequeño beneficio que confería —esto es, curar a un solo hombre cada vez— representa el beneficio estrecho y limitado que confería el judaísmo al género humano. La misericordiosa intervención de Cristo a favor del hombre enfermo representa la introducción del Evangelio para todo el mundo. Estos son pensamientos píos, pero es dudoso que tengan alguna base.
Las ideas de que el estanque de Betesda era un tipo del bautismo y los cinco pórticos tipos de los cinco libros de la Ley o de las cinco heridas de Cristo me parecen meras invenciones ingeniosas del hombre sin fundamento sólido. Sin embargo, Crisóstomo, S. Agustín, Teofilacto, Eutimio, Burgon, Wordsworth y muchos otros las sostienen. Los que deseen ver una respuesta completa a la teoría de que el milagro del estanque de Betesda es una prueba típica de la doctrina de la regeneración bautismal, la hallarán en Gomarus, el teólogo holandés. Toma el argumento de Belarmino con respecto a esta cuestión y le da una respuesta completa.

V. 6: [Cuando Jesús lo vio […] supo que […] mucho tiempo así]. No debemos poner en duda que nuestro Señor conocía la historia de este hombre debido a su conocimiento divino que, como Dios, tiene de todas las cosas en el Cielo y en la Tierra. Suponer que descubrió la situación en que estaba por medio de indagaciones es una interpretación débil, exigua y fría. Como verdad práctica, es una doctrina sumamente reconfortante que Jesús conozca cada enfermedad y dolencia y toda su fatigosa historia. Nada se le oculta.

[Le dijo]. Este es un ejemplo de nuestro Señor siendo el primero en hablar e iniciar la conversación, igual que lo hizo con la mujer de Samaria (Juan 4:7). Sin que se le pidiera, y de forma inesperada, se dirigió misericordiosamente al hombre enfermo. No cabe duda que siempre comienza en el corazón del hombre antes de que el hombre comience con Él. Pero hace todas las cosas como Soberano, según su propia voluntad; y no siempre le vemos dando el primer paso de forma tan rotunda como aquí.

[¿Quieres ser sano?]. La pregunta quizá tenía la intención de despertar el deseo y la expectación del hombre y prepararle en un sentido para la bendición que poco después se le iba a conceder. ¿No es este, por verlo de forma espiritual, el mismísimo lenguaje que dirige Cristo continuamente a todo hombre y a toda mujer que oye su Evangelio? Nos ve en un estado desgraciado, desdichado y enfermo. Lo único que nos pregunta es: “¿Quieres ser salvo?”.

V. 7: [No tengo quien me meta en el estanque]. Sin duda esto se menciona intencionadamente como una demostración de la crueldad de la naturaleza humana. ¡Piensa en un pobre inválido esperando durante años junto al agua sin un solo amigo que le ayude! Cuanto más tiempo vivamos en la Tierra, más constataremos que es un mundo egoísta y que los enfermos y afligidos tienen pocos amigos en los momentos de necesidad: “El pobre es odioso aun a su amigo” (Proverbios 14:20). Cristo es el único amigo fiel de los que no tienen amigos y ayudador de los que no reciben ayuda.

V. 8: [Levántate, toma tu lecho, y anda]. Aquí, como en otros casos, es evidente que el poder milagroso se manifestó por medio de las palabras de nuestro Señor. De igual forma: “Extiende tu mano” (Marcos 3:5); “Id, mostraos a los sacerdotes” (Lucas 17:14). Mandatos como estos ponían a prueba la fe y la obediencia de aquel a los que iban destinados. ¿Cómo podían hacer estas cosas si estaban impedidos como el hombre que tenemos delante? ¿De qué servía hacerlas si estaban cubiertos de lepra como los diez leprosos? Pero era precisamente con el acto de obediencia como llegaba la bendición. Todo el poder es de Cristo. Pero Él ama que nos esforcemos y mostremos nuestra obediencia y fe.
S. Agustín ve en el mandato de “toma tu lecho” una exhortación al amor al prójimo, puesto que debemos llevar nuestras respectivas cargas; ¡y en el mandato de “camina” una exhortación a amar a Dios! Semejante alegorización me parece muy infundada y carente de resultado salvo ocasionar el desprecio de la Biblia, como un libro al que se puede hacer decir cualquier cosa.

V. 9: [Al instante […] fue sanado, […], y anduvo]. Aquí vemos la realidad del milagro que se obró. Nada sino un poder divino podía capacitar a alguien que había sido paralítico durante tantos años para que moviera sus miembros y acarreara una carga inmediatamente. Pero fue tan fácil para nuestro Señor proporcionar fuerza instantáneamente como crear músculos, nervios y tendones el día que se creó a Adán.
Cuando se nos dice que el hombre “tomó su lecho”, debemos recordar que probablemente no era más que un ligero colchón, una alfombra o un paño grueso como el que se acostumbra a utilizar en los países cálidos para dormir.

V. 10: [Los judíos]. Aquí, como en muchos lugares del Evangelio según S. Juan, la expresión “los judíos”, cuando se utiliza en referencia a los judíos de Jerusalén, hace referencia a los dirigentes del pueblo: ancianos, gobernantes y escribas. No se refiere vagamente a “la multitud judía” que rodeaba a nuestro Señor, sino a los representantes de toda la nación, los que encabezaban a Israel en aquella época.

[No te es lícito llevar tu lecho]. Para apoyar esta acusación de ilegalidad, los judíos no solo podían alegar la ley general del cuarto mandamiento, sino pasajes específicos de Nehemías y Jeremías acerca de no “llevar carga” en el día de reposo (cf. Nehemías 13:9; Jeremías 17:21). Pero no podían demostrar que esos pasajes se aplicaran al hombre que tenían ante sí. Que un hombre cargara con mercancía en el día de reposo era una cosa. Que un hombre enfermo, curado repentina y milagrosamente, volviera a su casa llevando su colchón era otra muy distinta. Prohibir que el primero llevara su carga era escriturario y legítimo. Prohibírselo al segundo era cruel y contrario al espíritu de la Ley de Moisés. El acto del primero era innecesario. El acto del otro era un acto de necesidad y misericordia. Quizá se pueda aducir a favor de los judíos que únicamente vieron a un hombre acarreando una carga sin saber nada acerca de su anterior enfermedad o de su curación. Pero cuando recordamos los numerosos casos que se documentan en los Evangelios de su interpretación radical y extrema del cuarto mandamiento, es dudoso que esta disculpa se sostenga en pie.

V. 11: [El que me sanó, él mismo me dijo, etc.]. La respuesta del hombre parece sencilla. Pero contiene un principio profundo. “Ciertamente debía obedecer al que ha hecho una cosa tan grande por mí cuando me dijo que tomara mi lecho. Si tenía autoridad y poder para curar, no era probable que me impusiera un mandato ilegítimo. Solo obedecí al que me curó”. Si Cristo ha curado verdaderamente nuestras almas, ¿no debiera ser este nuestro sentimiento hacia Él? “Tú me has curado. Lo que me mandes, eso haré”.

V. 12: [¿Quién es el que te dijo: Toma tu lecho y anda?]. Ecolampadio, Grocio y muchos otros señalan qué ejemplo constituye esto del espíritu malévolo y malicioso de los judíos. En lugar de preguntarle: “¿Quién te curó?”, preguntaron: “¿Quién te dijo que llevaras tu lecho?”. No les preocupaba saber lo que podían admirar como una obra misericordiosa, sino lo que podía servirles de base para una acusación. ¡Cuántos hay como ellos! Siempre están buscando algo que considerar una falta.

V. 13: [No sabía quién fuese]. Es más que probable que el paralítico no supiera quién le había curado y solo hubiera visto al Señor aquel día por primera vez. Desconocía su nombre y solo sabía que era una persona bondadosa que había aparecido y preguntado repentinamente: “¿Quieres ser sano?”; y que después de curarle milagrosamente desapareció de pronto entre la multitud.

[Se había apartado]. La palabra griega así traducida es singular, y solo se halla aquí. Parkhurst piensa que simplemente significa “se marchó o se fue”. Schleusner dice que la idea que hay detrás es “escabullirse o escaparse escabulléndose” y que el significado aquí es “se apartó discretamente de la gente que estaba en aquel lugar”. Si esto es así, no es improbable que nuestro Señor, igual que en Lucas 4:30 (en Nazaret) y en Juan 10:39 (en el Templo), hiciera una demostración de poder milagroso al pasar o deslizarse silenciosamente entre la multitud sin ser observado o detenido.

V. 14: [Después […] templo]. No está claro cuánto tiempo medió hasta que nuestro Señor se encontró en el Templo con el hombre que había curado. Si es cierta la teoría que señalé en la nota del versículo 1, debió de haber un intervalo. La palabra “después” es literalmente “después de estas cosas”.
Crisóstomo piensa que la circunstancia de que se hallara al hombre “en el templo” es indicativa de su piedad.

[Mira, has sido sanado; no peques más, etc.]. Estas palabras parecen indicar algo más de lo que se nos presenta. Son una solemne advertencia. Uno podría imaginar que nuestro Señor sabía que había un pecado detrás del comienzo de la enfermedad del hombre y que su intención era recordárselo. Ciertamente, parece muy improbable que nuestro Señor dijera general y vagamente “no peques más” a menos que se refiriera a un pecado específico que hubiera sido la causa principal de la enfermedad de este hombre (cf. 1 Corintios 11:30). Hay pecados que acarrean su propio castigo en los cuerpos de los hombres: y me inclino a creer que ese pudo haber sido el caso de este hombre. La expresión “algo peor” tendría entonces más fuerza. Sería un “castigo más grave”, un juicio peor que el de los treinta y ocho años de enfermedad. Un lecho de enfermedad es un lugar doloroso, pero el Infierno es un sitio mucho peor.
Comenta Besser: “Es algo terrible cuando la corrección y la misericordia del amor divino se aplican vanamente a un hombre. El que esté enfermo, que escriba sobre su lecho cuando se levante con salud renovada: ‘Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te venga alguna cosa peor’ ”. Brentano dice algo muy parecido.
Si el pecado había sido la causa de la enfermedad de este hombre y de que hubiera sufrido sus efectos durante treinta y ocho años, ¡es claro que debió de ser cometido antes del nacimiento de nuestro Señor! Este caso es un ejemplo del conocimiento perfecto y divino de nuestro Señor de todas las cosas, tanto pasadas como futuras.

V. 15: [Se fue, y dio aviso a los judíos]. No hay evidencias de que el hombre lo hiciera de manera malintencionada. Nacido como judío, y educado para reverenciar a sus gobernantes y ancianos, deseaba naturalmente darles la información que deseaban y, que sepamos, no tenía motivos para suponer que dañaría a su benefactor.


1. La impotencia del hombre (1–5).
Este hombre que durante años había permanecido inmóvil, es una figura de la situación del hombre moderno que no ha experimentado la vida nueva que llena el vacío del corazón.
El pecado inmoviliza el alma. Por más que el hombre sea culto o muy preparado profesionalmente, es impotente a nivel espiritual. En lo profundo de su ser está vacío, arruinado, fracasado y es incapaz de mover un solo dedo con acciones que lo lleven a Dios. Por sí solo es el mayor de los incapaces. Este paralítico junto al pórtico de Betesda es un símbolo de la impotencia espiritual del hombre de hoy.

Junto a este paralítico había una multitud de enfermos esperando que apareciera un ángel a mover las aguas, pues el primero que se echaba al agua del estanque, sanaba en forma milagrosa. Pero este pobre hombre estaba enfermo desde hacía 38 años, ni siquiera podía moverse, y por lo tanto nunca tenía la oportunidad de tirarse al agua y experimentar sanidad. El estanque se parecía a lo que tendríamos que hacer según la ley, pero somos incapaces de cumplir, no podemos llegar.

Aparece entonces en escena Jesucristo. 

2. La pregunta de Jesús (6).
Jesús preguntó: “¿Quieres ser sano?” Dada la situación del hombre, la pregunta pareciera un tanto ridícula. ¿Qué enfermo no desea ser sano? Sin embargo, la pregunta no es tan pueril puesto que este individuo necesitaba confrontar la realidad. Hay millones que con desesperación buscan su sanidad, buscan escapar de su dilema personal, de los problemas y vacío de su alma, y sin embargo se niegan a ser sanados moral y espiritualmente. Por ello Jesús le preguntó al paralítico si deseaba ser sano.
Es la misma pregunta que le hace hoy al hombre: ¿Quieres ser sano? ¿Quieres que tu alma y tu mente sean sanadas? ¿Quieres que tu mente y todo tu ser sea regenerado de una vez por todas?

3. El palabrerío por ignorancia (7).
La respuesta del enfermo no contestó directa ni específicamente la pregunta de Jesús. El paralítico sólo se limitó a relatar por qué le era imposible sanar cada vez que aparecía el ángel. Este enfermo ignoraba quién era Jesús, y con palabrería empieza a filosofar, dando explicaciones y argumentos humanos.
La actitud de este hombre enfermo es similar a la de muchos hoy día, que comienzan con argumentos y excusas en lugar de reconocer con honestidad su enfermedad física, moral y espiritual.

4. El poder de Jesucristo (8–9).
A pesar de todo, Jesús le dice: “Levántate, toma tu lecho y anda.” Hay cierto paralelismo entre estas palabras de Jesús y lo que dice a todo pecador arrepentido, al pecador con parálisis mental, moral y espiritual. Ningún pecador que en verdad se arrepiente tiene por qué quedar tirado, postrado en el camino de la vida. Al recibir a Cristo en su ser, el paralítico espiritual puede levantarse.
La obra de Jesús fue instantánea: en ese mismo instante el hombre sanó y volvió a caminar.

LOS HECHOS EN EL PASAJE
1. Los espectadores ofendidos (10).
Estos versículos muestran la dureza del corazón de los hombres, la conciencia cauterizada. Cuando ocurre un milagro o un hecho maravilloso, hay quienes en vez de gozarse en su corazón, se ofenden y hasta se enojan. Precisamente eso sucedió con los enemigos de Jesús cuando sanó al paralítico. En lugar de alegrarse por el milagro que beneficiaba a otro, sacan a relucir su legalismo y se convierten en religiosos hipócritas. ¡Cuán poco comprendían!

2. El sanado no comprende (11–13).
Por otra parte, el inválido curado ni siquiera reparó en dar gracias o averiguar quién había sido el autor de su sanidad. Después de 38 años de penurias por invalidez, llega el acto sobrenatural de Jesús, y hallamos que el sanado no podía explicar cómo había ocurrido ni sabía acerca de la persona que había realizado el milagro.
En nuestros días, hay quienes habiendo experimentado el milagro de la regeneración, quienes habiendo sido sanados aun físicamente, permanecen ignorantes de Cristo, de Dios y de la Biblia. Si alguien les preguntara cómo aconteció el milagro del nuevo nacimiento, lo único que sabrían responder es que creen en Cristo, que son cristianos. La maravilla de la nueva vida en el Señor es que si uno ha puesto toda su confianza en él, la obra es de Dios—aunque la persona sea ignorante y desconozca las enseñanzas de la Biblia.
El cristiano no debe conformarse con experimentar la nueva vida que Dios le ofrece, sino que debe estar dispuesto a conocer a su Salvador en calidad de Señor (ver 9:35–38 y 2 P. 3:18). Es triste ser un ignorante espiritual. Hay pocas cosas más tristes que ser cristianos ignorantes. Si pedimos a Dios sabiduría (Stg. 1:5), obtendremos crecimiento y madurez en la vida espiritual a fin de poder compartirla con otros.

3. El sanado al fin comprende (14–15).
Más tarde en el templo se produce el encuentro entre el ex-paralítico y Jesús. Con su advertencia el Señor le enseña que la sanidad también implica santidad (Ef. 4:17–32; 1 Jn. 3:6, 9). Al fin este hombre comprende el milagro que había acontecido en su vida por la misericordia divina, y lo anuncia a los demás.

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¿De dónde le vienen a éste estas cosas? ¿Qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¡Cuántas obras poderosas son hechas por sus manos!

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




 
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CONSTRUYAMOS UN SERMÓN
Base Bíblica
Marcos 6:1-6

Jesús es rechazado en Nazaret 
1Salió de allí y fue a su tierra, y sus discípulos le siguieron. 2 Y cuando llegó el sábado, él comenzó a enseñar en la sinagoga; y muchos quedaban atónitos cuando le oían, y decían: 
—¿De dónde le vienen a éste estas cosas? ¿Qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¡Cuántas obras poderosas son hechas por sus manos!  3 ¿No es éste el carpintero, hijo de María y hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón? ¿No están también sus hermanas aquí con nosotros? 
Y se escandalizaban de él. 4 Pero Jesús les decía: 
—No hay profeta sin honra sino en su propia tierra, entre sus familiares y en su casa. 
5 Y no pudo hacer allí ningún hecho poderoso, sino que sanó a unos pocos enfermos, poniendo sobre ellos las manos. 6 Estaba asombrado a causa de la incredulidad de ellos. Y recorría las aldeas de alrededor, enseñando. 
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Marcos 6:1–6
LA MALDAD DEL CORAZÓN HUMANO

Este pasaje nos muestra a nuestro Señor Jesucristo en “su tierra”, en Nazaret. Es una triste ilustración de la maldad del corazón humano y merece especial atención.

Vemos, en primer lugar, la tendencia del hombre a infravalorar las cosas con las que está familiarizado. Los hombres de Nazaret “se escandalizaban” de nuestro Señor. No creían posible que alguien que había vivido tantos años entre ellos y a cuyos hermanos y hermanas conocían podía merecer que se le siguiera como maestro público.

Nunca lugar alguno sobre la Tierra tuvo privilegios como los de Nazaret. Durante treinta años, el Hijo de Dios residió en esta ciudad y fue de un lado a otro recorriendo sus calles. Durante treinta años caminó con Dios ante los ojos de sus habitantes viviendo una vida intachable, perfecta. Pero no les sirvió de nada. No estaban dispuestos a creer el Evangelio cuando el Señor iba a ellos y enseñaba en su sinagoga. No podían creer que alguien cuyo rostro conocían tan bien y que había vivido durante tanto tiempo con ellos, comiendo, bebiendo y vistiéndose como uno de ellos tuviera derecho alguno a reclamar su atención. “Se escandalizaban de él”.

No hay nada aquí que tenga por qué sorprendernos. Lo mismo ocurre a nuestro alrededor cada día en nuestro propio país. Las santas Escrituras, la predicación del Evangelio, las ordenanzas religiosas públicas y las abundantes muestras de misericordia de que disfruta Inglaterra son continuamente infravaloradas por los ingleses. Están tan acostumbrados a todo ello que desconocen los privilegios que tienen. Es una terrible verdad que en la religión, más que en ninguna otra cosa, la familiaridad engendra desprecio.

Para algunos de los pertenecientes al pueblo de Dios hay consuelo en esta parte de la experiencia de nuestro Señor. También para los ministros fieles del Evangelio que son rechazados por la incredulidad de su congregación o de sus oyentes habituales. También para los verdaderos cristianos que están solos en sus familias y ven que todo lo que les rodea se aferra al mundo. Recordemos que están bebiendo la misma copa que su amado Maestro. Deben recordar que Él también fue despreciado principalmente por aquellos que le conocían mejor. Deben aprender que la conducta más coherente no hará que otros adopten sus ideas y opiniones más que el pueblo de Nazaret. Que sepan que las palabras más tristes de nuestro Señor generalmente se cumplirán en la experiencia de sus siervos: “No hay profeta sin honra sino en su propia tierra, y entre sus parientes, y en su casa”.

Vemos, en segundo lugar, lo humilde que era la clase de vida que nuestro Señor condescendió a llevar antes de comenzar su ministerio público. La gente de Nazaret decía de Él con desprecio: “¿No es este el carpintero?”.

Esta es una expresión singular que se encuentra solo en el Evangelio de S. Marcos. Nos muestra claramente que, durante los treinta primeros años de su vida, nuestro Señor no se avergonzó de trabajar con sus manos. ¡Hay algo maravilloso y sobrecogedor en este pensamiento! Aquel que hizo el cielo, la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos —Él, sin quien nada se hizo de lo que fue hecho— es el Hijo de Dios mismo, adoptó la forma de un siervo y comió el pan con el sudor de su rostro, como trabajador. Este es verdaderamente el amor que sobrepasa todo entendimiento. Aunque era rico, sin embargo, por nosotros se hizo pobre. Tanto en la vida como en la muerte se humilló para que, por medio de Él, los pecadores pudieran vivir y reinar eternamente.

Recordemos cuando leemos este pasaje que la pobreza no es ningún pecado. Nunca debemos avergonzarnos de la pobreza a menos que nuestros pecados nos la hayan acarreado. Nunca debemos despreciar a otros porque sean pobres. 

Es una deshonra ser ladrón, borracho, avaro o mentiroso; pero no lo es trabajar con nuestras manos o ganar el pan por medio de nuestro trabajo. La idea de la carpintería de Nazaret debe acabar con pensamientos de grandeza de todos lo que convierten las riquezas en un ídolo. No puede ser deshonroso ocupar la misma posición que el Hijo de Dios y Salvador del mundo.

Vemos, por último, lo terrible que es el pecado de la incredulidad. Se utilizan dos expresiones curiosas para enseñar esta lección. Una es que nuestro Señor “no pudo hacer allí ningún milagro” a causa de la dureza del corazón de las personas. La otra es que “estaba asombrado de la incredulidad de ellos”. La primera de ellas muestra que la incredulidad tiene el poder de privar a las personas de las mayores bendiciones. La otra muestra que el pecado es tan suicida e irrazonable que hasta el Hijo de Dios lo observa con sorpresa.

Nunca estamos suficientemente alerta contra la incredulidad. Es el pecado más viejo del mundo: Comenzó en el huerto de Edén, cuando Eva escuchó los consejos del diablo en vez de creer las palabras de Dios de que morirían. Es el pecado que trae peores consecuencias: Trajo la muerte al mundo y mantuvo a Israel durante cuarenta años fuera de Canaán. 

Es el pecado que más abunda en el Infierno: “El que no creyere será condenado”. Es el más necio e incoherente de todos los pecados: Hace que el hombre rechace la más clara evidencia, cierre sus ojos ante el testimonio más claro y, sin embargo, se crea mentiras. Y lo peor de todo es que se trata del pecado más habitual en el mundo: miles de personas son culpables de él en todas partes; profesan ser cristianos; no saben nada de Paine o de Voltaire; pero, en la práctica, son verdaderos incrédulos, no creen la Biblia sin reservas ni reciben a Cristo como su Salvador.

Vigilemos nuestros corazones en cuanto a la incredulidad. El corazón, y no la cabeza, es la sede de su misterioso poder. No es ni la necesidad de evidencia ni las dificultades de la doctrina cristiana lo que hace que las personas sean incrédulas. Es la voluntad de creer. Aman el pecado. Están casados con el mundo. En este estado mental nunca carecen de razones especiosas para afirmar su voluntad. El corazón que cree es humilde como el del niño.

Continuemos vigilando nuestros corazones aun tras haber creído. La raíz de incredulidad nunca es destruida por completo. Solo tenemos que dejar de vigilar y de orar para que aflore una nueva cosecha de incredulidad. Ninguna oración es tan importante para nosotros como la de los discípulos: “Señor, aumenta nuestra fe”.

Podemos además agregar que en este pasaje bíblico vemos al Señor Jesús: 
a. Enseñando (v. 1, 2). No debemos confundir esta visita a Nazaret con la registrada en Lc. 4:16—que tuvo lugar casi un año antes, cerca del comienzo de su ministerio en Galilea, oportunidad en que había ido solo. Regresó a su tierra cuando su fama se había extendido más, y como para darles una segunda oportunidad. Lamentablemente, otra vez el resultado sería negativo, mostrando la verdad de que “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (Jn. 1:11). De modo que no volvería más allí.

El Señor pasó de Capernaum a Nazaret en compañía de sus discípulos, que le seguían. Eso es, precisamente, lo que se supone que un discípulo debe hacer: seguir a su maestro.

Los habitantes de Nazaret se admiraban de cómo enseñaba porque Jesús no se había graduado en ninguna de las conocidas escuelas rabínicas. Sin embargo, realizaba la instrucción con una profundidad tal que ellos no llegaban a comprender, y por eso lo rechazaban. Quedaron admirados por el Señor, pero no fueron ganados por su mensaje.

Había cuatro cosas que llamaban la atención de la gente:

(i) La fuente de la sabiduría de Jesús: de dónde procedía.

(ii) El carácter o la naturaleza de su sabiduría tan especial.

(iii) El significado de su poder, manifestado en los milagros que realizaba.

(iv) La majestad de su persona.

Como predicadores, recordemos que nuestro deber es presentar a Jesús de tal manera que los oyentes admiren al Señor por esas mismas cuatro características.

b. Escandalizados (vv. 3, 4) ante el Señor:

(i) El desprecio evidente (v. 3) en la forma en que hablaron del Señor.
* “¿No es éste el carpintero?” 
Esta es la única referencia en la Biblia a la ocupación terrenal de Cristo antes de iniciar su ministerio público. Esto no debió haberles extrañado porque muchas veces Dios ha empleado instrumentos sencillos y humildes para sus propósitos (ver Am. 7:14, 15; 1 Co. 1:27–29).

Cuando el Señor de la gloria se humilló y descendió a este mundo, no escogió un palacio sino un sencillo taller de carpintería. Con esto dignificó el trabajo secular.

En días del Emperador Diocleciano, un obispo cristiano fue llevado ante su presencia. El monarca se dirigió al obispo y burlonamente le preguntó: “¿Qué está haciendo ahora vuestro carpintero?” La respuesta fue: “Está ocupado fabricando el ataúd para su majestad y su imperio.” Como podemos imaginar, la respuesta le costó la vida al osado obispo.

* “Hijo de María” era una forma extraña para referirse a Jesús pues normalmente se mencionaba el nombre del padre. 
Algunos creen que lo llamaron así porque José había muerto. En cambio otros aseguran que, tomando en cuenta la actitud que demostraron, era más bien una alusión al carácter ‘ilegítimo’ de su nacimiento, y que era una manera de insultarlo (ver Jn. 8:41).

* “Sus hermanos y hermanas.” Aquí se nombra a cuatro hermanos varones, y se menciona también que tenía hermanas. Ninguno de ellos creía en él (Jn. 7:5). Luego Jacobo llegaría a ser un dirigente de la Iglesia en Jerusalén (Hch. 15:13–21) y Judas escribiría una epístola (Jud. 1). En cuanto a José, Simón y sus hermanas, Lucas los menciona junto a María—sin especificar nombres—unánimes en oración luego de la resurrección y la ascensión (Hch. 1:14).

(ii) La distinción ausente (v. 4): 
El profeta habitualmente tiene una mejor recepción lejos de su casa. Por lo general sus parientes y amigos están demasiado cerca de él como para apreciar el valor de su persona o de su ministerio. Por eso, como bien se ha dicho, “No hay lugar más difícil para servir al Señor que la propia casa”. No obstante, nuestro testimonio debe comenzar en nuestra Jerusalén particular (Hch. 1:8).

A pesar de que los mismos nazarenos eran despreciados por otros, miraron despectivamente al Señor cuando apareció entre ellos.

Sin embargo, al citar estas palabras, el Señor implícitamente estaba reclamando para sí el oficio de profeta, y estaba demostrando que la función principal del profeta era proclamar la verdad y no tanto predecir el futuro.

c. Efecto de la incredulidad de ellos (vv. 5, 6):

(i) La actitud de incredulidad (v. 5) producto de su envidia y escepticismo. 
Tan intensa era la incredulidad de los nazarenos que el Señor no pudo hacer allí mayores obras, salvo sanar a algunos enfermos que acudieron a él en su necesidad. No es que Jesús no tuviera el poder y la capacidad para obrar milagros ya que no había limitación de su parte. Sucedía que ellos restringieron la manifestación de ese poder por su falta de arrepentimiento y, más aún, su falta de fe. Recordemos que Dios obra en respuesta a la fe. La incredulidad tiene el poder de robarnos las bendiciones más elevadas. Esto nos recuerda las palabras del salmista (Sal 78:41, RV 1909): “Y pusieron límite al Santo de Israel”. Hoy en día lo hacemos cada vez que contristamos al Espíritu (Ef. 4:30) o lo apagamos (1 Ts. 5:19).

(ii) El asombro del Señor (v. 6). 
Sólo se registran dos oportunidades en que el Señor se haya asombrado. Una vez por la fe que demostró un centurión romano (Mt. 8:10 y Lc. 7:9), y en esta ocasión ante la falta de fe. ¿Hay algo en nosotros hoy que le cause asombro?

Luego de este rechazo, no hay datos de que Jesús haya regresado a Nazaret. Sin embargo, hubo otros lugares donde recibieron al Señor con gusto y apreciaron su ministerio.

BOSQUEJO

  LA DISPOSICION DE RECHAZO (6:1–6)
  a.      Enseñando (1–2)
  b.      Escandalizados (3–4)
    (i)      El desprecio evidente (3)

    * “¿No es éste el carpintero?”
    * “Hijo de María”
    * “Sus hermanos y hermanas”

    (ii)      La distinción ausente (4)
  c.      Efecto (5–6)
    (i)      La actitud de incredulidad (5)
    (ii)      El asombro del Señor (6)
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