martes, 1 de septiembre de 2020

¿PODEMOS VIVIR EN MATRIMONIO MANTENIENDO NUESTRAS DIFERENCIAS?

PARA RECORDAR ... El que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6

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DE LA FANTASIA A LA REALIDAD Hay momentos en que enfrentar la realidad es realmente difícil. Sin embargo, es mucho más lamentable y peligroso vivir tratando de ignorarla. Si usted ha elegido el matrimonio para poder vivir en el mundo de la fantasía o muy pronto terminará su fantasía o lamentablemente terminará su matrimonio. Es verdad que generalmente somos atraídos por personas diferentes, pero la historia es totalmente diferente cuando tenemos que vivir con ellas. Esa es una razón por la que la mayoría de las parejas tienen serios conflictos cuando descubren lo diferentes que son.

Todo cónyuge en determinado momento comenzará a vivir temporadas de antagonismo al notar lo diferente que es la persona con quien eligió casarse. Todo matrimonio tarde o temprano tendrá uno de esos diálogos que en vez de traer esperanza, nos deja con un sabor amargo y que en vez de ayudarnos a encontrar respuestas, nos crea un sinnúmero de signos de interrogación. Es posible que alguna vez usted haya escuchado algunas de la siguientes declaraciones: «Somos tan diferentes que lo mejor sería separarnos», «Somos demasiado diferentes, y aunque no creo que es bueno separarse, creo que de aquí en adelante debes hacer las cosas a tu manera porque yo las haré a la mía», «Cuando yo pienso blanco, tú piensas negro», «Estas diferencias nunca terminarán». Por supuesto que no son palabras fáciles de escuchar y mucho menos si éstas salen de los labios de aquella persona con quien nos comprometimos a permanecer juntos para toda la vida.
 
Por dolorosas que sean estas palabras, sin duda, expresan grandes verdades. Lo desagradable es que nos anuncian que vienen consecuencias que ningún ser racional desea. Separarse o divorciarse por las diferencias, es tan ridículo como querer casarse con alguien que sea igual a uno. Resentirse y no aceptar las diferencias es como querer tener a su lado un robot. Alguien que hable, piense, haga y diga todo lo que uno le mande. Pero, ¿es realmente eso lo que busca el cónyuge que está haciendo estas declaraciones? Mi respuesta enfática a esta pregunta es un rotundo no. Lo que generalmente la persona busca es ser entendida, y en medio de su frustración expresa su desaliento. Obviamente este cónyuge siente que sus puntos de vista, sus formas de hacer las cosas, sus anhelos, sus deseos, no se están tomando en cuenta en la medida que espera.
Hoy, a diferencia de lo que pensaba antes, y después de muchos años de matrimonio, pienso que tras estas declaraciones se encuentra oculto un buen mensaje que se está entregando con el propósito de que sea comprendido. Debo reconocer que no siempre he pensado tan positivamente, pues hubo momentos en que al escuchar estas declaraciones de preocupación de mi esposa, sentí que todo mi mundo familiar se desmoronaba. Cada vez que escuchaba estas palabras me parecía oír el anuncio de una separación, sobre todo cuando concluíamos que no valía la pena seguir hiriéndonos. Era amenazante pensar que no tenía sentido seguir juntos si cada vez que yo hacía algo que a ella no le agradaba, o cada vez que ella hacía algo que a mí no me agradaba, volvíamos a discutir acaloradamente acerca del problema, y una vez más, después de conversar y expresar cada uno sus puntos de vistas, llegaríamos a la repetida y decepcionante conclusión: «Somos demasiado diferentes».

En determinados momentos y queriendo entender nuestras diferencias, tanto mi esposa como yo, tomamos el tiempo para pensar en el pasado y estudiar los antecedentes familiares de cada uno. Después de analizar las respectivas familias, llegamos a la conclusión de que una de las razones por la cuales somos tan diferentes es por la forma tan diferente en que fuimos criados. Creo que todos estamos de acuerdo con esta conclusión, pero una conclusión no es una solución, sobre todo cuando sabemos que tal vez nuestras diferencias nunca terminen y que algunas de ellas nos acompañarán toda la vida. El resultado de este frío análisis ha sido la frustración de mi esposa, su desesperanza y su respectiva declaración comunicándome que ella no podía vivir tranquila con estas diferencias. Precisamente en aquellos momentos aparecía en mi mente una gran incógnita. Si no podemos vivir tranquilos con nuestras diferencias, ¿cuál debería ser la solución o cuál debería ser el siguiente paso? Me pregunté muchas veces, ¿qué debe hacer una pareja que no sabe cómo vivir con sus diferencias?
Soy de las personas que piensan que determinaciones tan importantes como estas de ninguna manera deben ser producto de una decisión emocional, abrupta y sin profunda meditación. Esa es la razón por la que, cuando tuvimos estas dificultades en nuestro matrimonio, decidí pensar seriamente sobre el asunto. Tomé la decisión de investigar lo que Dios desea que todos nosotros hagamos cuando nos encontremos en esas circunstancias. Me repetí constantemente a mí mismo: Si Dios nos creó diferentes y permitió que con diferentes antecedentes, deseos, costumbres, anhelos y metas lleguemos a ser un matrimonio que está supuesto a convivir en la relación interpersonal más cercana e íntima de este mundo, es imposible que Él no tenga una respuesta, no es posible que no haya dejado un camino para poder convivir. Mi conclusión una vez más me daba esperanza pues Dios es el autor del matrimonio, Él creó la familia y sin duda tiene respuestas a nuestras más grandes interrogantes.

Creo que la mayoría de los cristianos, cuando buscamos el consejo divino, actuamos de la misma manera. Generalmente estamos esperando que Su consejo coincida con nuestras expectativas, pero muy pronto me di cuenta de que las respuestas que yo esperaba no eran las que la Biblia me entregaba. Una vez más tenía que ser recordado que las respuestas divinas no siempre son las que los orgullosos y egoístas seres humanos esperamos. Si las respuestas hubieran sido lo que mi esposa y yo esperábamos, Dios habría tenido que darnos dos respuestas diferentes y al aplicar sus consejos, en vez de terminar nuestros conflictos más bien nos habríamos metido en otros mayores porque tanto mi esposa como yo, esperábamos que la Biblia nos diera la razón.
La fórmula divina que descubro en las páginas de la Biblia realmente me resulta paradójica porque rompe los ideales humanos de la misma forma que lo hacen muchos de sus principios. En la historia podemos notar que cada vez que una sociedad ha encontrado una desarmonía entre sus valores y los valores divinos, ésta ha tratado de ridiculizar los categóricos principios y mandamientos divinos. A través de los siglos, los hombres han rechazado los altos valores divinos, porque sin duda, éstos se salen de las expectativas humanas. Las fórmulas divinas no son fácilmente aceptadas por nosotros los humanos. Es difícil aceptar que si nos humillamos, seremos exaltados y si sufrimos seremos bienaventurados. Estas son fórmulas que no encajan en nuestro orgulloso corazón. Pero, Dios no se ha equivocado. Estos fueron los principios que rigieron la vida de Jesucristo, y aunque a los ojos de sus contemporáneos puede haber terminado como un perdedor, ante los ojos de Dios-Padre, su humillación le llevó a la exaltación y su actitud de siervo a la posición de Rey.

Después de pensar en todo lo expuesto, creo que fundamentalmente el éxito de la relación conyugal radica en aceptarnos tal como somos. Ninguno debe intentar cambiar a su cónyuge, más bien cada uno por sí solo debe determinar hacer todos los cambios que sean indispensables para la adecuada relación matrimonial.
Estos cambios serán efectivos siempre y cuando se tome en cuenta las necesidades de la persona amada y cuando nuestra determinación de cambiar no esté basada exclusivamente en la opinión humana sino en el consejo divino, aunque éste vaya en contra de los anhelos humanos.

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sábado, 7 de diciembre de 2019

Los caminos torcidos serán enderezados, las sendas dispares serán allanadas, y todos verán la salvación de Dios

PARA RECORDAR ... El que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6

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EL BAUTISMO DE JUAN Y EL BAUTISMO DE JESÚS


En la Escritura encontramos el bautismo por primera vez cuando Juan el Bautista entra en escena. Juan ministró antes de que Jesús comisionara a sus discípulos a bautizar (Mateo 28:19) o siquiera dijese algo acerca del bautismo. En los cuatro relatos evangélicos se nos dan ciertos datos acerca del ministerio de Juan, pero quizá Lucas proporcione la mirada más extensa a su vida y obra. Allí leemos:

  Era el año decimoquinto del imperio de Tiberio César. Poncio Pilato era entonces gobernador de Judea, Herodes era tetrarca de Galilea, su hermano Felipe era tetraca de Iturea y de la provincia de Traconite, y Lisanias era tetrarca de Abilinia. Anás y Caifás eran sumos sacerdotes. En esos días Dios le habló a Juan hijo de Zacarías en el desierto. Juan fue entonces por toda la región cercana al Jordán, y predicaba el bautismo de arrepentimiento para el perdón de pecados, tal y como está escrito en el libro del profeta Isaías: “Una voz clama en el desierto: Preparen el camino del Señor y enderecen sus sendas. Todo valle será rellenado, y todo monte y colina será nivelado. Los caminos torcidos serán enderezados, las sendas dispares serán allanadas, y todos verán la salvación de Dios” (3:1–6).

Está claro que los apóstoles del Nuevo Testamento entendieron la venida de Juan el Bautista en el contexto de la profecía de Isaías sobre uno que vendría como heraldo del Mesías, uno cuya principal responsabilidad en el plan de redención de Dios sería preparar el camino para la llegada del Señor. Ellos además estaban muy conscientes de una profecía en el libro del profeta Malaquías. En el último capítulo de su libro —de hecho, en el último párrafo de su libro—, Malaquías habló de la llegada del “día del Señor”, que no ocurriría sino hasta la reaparición del profeta Elías (Malaquías 4:5). Por lo tanto, durante cuatrocientos años después de Malaquías, el pueblo judío esperó el regreso del profeta Elías, quien había sido llevado al cielo cientos de años antes (2 Reyes 2:11). En cada celebración de la Pascua, se dejaba una silla desocupada en la mesa en memoria de Elías, en caso de que llegara como un invitado aquella noche.

Por lo tanto, no es de extrañar que cuando Juan comenzó a captar la atención, “los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas para que le preguntaran: ‘Tú, ¿quién eres?’. Juan confesó, y no negó, sino que confesó: ‘Yo no soy el Cristo’. Y le preguntaron: ‘Entonces, ¿qué? ¿Eres Elías?’. Dijo: ‘No lo soy’ ” (Juan 1:19–21a). Cuando Juan descartó cualquier idea de que él podría ser el Mesías, a continuación las autoridades supusieron que era Elías. Pero Juan negó eso también.

Esta negación es más bien misteriosa, porque un ángel había dicho de Juan: “Lo precederá [al Señor] con el espíritu y el poder de Elías” (Lucas 1:17), y más tarde Jesús dijo: “Si quieren recibirlo, [Juan] es Elías, el que había de venir”, y: “ ‘Yo les digo que Elías ya vino, y no lo reconocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron…’. Al escuchar esto, los discípulos comprendieron que les estaba hablando de Juan el Bautista” (Mateo 11:14; 17:12–13). Sin embargo, la forma en la que Jesús calificó esos comentarios, y la declaración de que Juan vendría “en el espíritu y el poder de Elías”, indican que Juan no era el Elías real. No obstante, había una continuidad entre ellos, de manera que el ministerio de Elías se reintrodujo en la persona de Juan el Bautista.


¿EL FIN DEL SILENCIO?

Intenta imaginar que eres un judío del siglo I. De pronto, pareciera que todos están hablando de la aparición de un hombre de Dios que viene del desierto, que era el lugar de encuentro tradicional entre Dios y sus profetas en el Antiguo Testamento. En el desierto, el profeta recibía su unción; allí se le daba la Palabra de Dios y era comisionado para proclamarla a Israel. La gente pronto comenzó a preguntarse si Juan era un profeta.

Esta pregunta tenía mucho significado porque había habido un largo periodo de silencio profético. En los relatos del Antiguo Testamento, pareciera que hay un profeta detrás de cada piedra. Aquella era una época en la que la profecía era muy importante para la vida de los israelitas, y Elías encabezaba la lista de los profetas. Pero luego, de pronto la Palabra profética de Dios había cesado en la tierra. Malaquías había sido el último profeta en Israel. No había habido palabra de Dios por cuatrocientos años. El pueblo de Israel había estado esperando durante lo que parecía una eternidad a que Dios hablara nuevamente. Así, rápidamente revivió la esperanza de que Juan trajera la tan esperada palabra de Dios.

Tengo una pregunta capciosa que me gusta plantearles a mis alumnos: “¿Quién fue el mayor profeta del Antiguo Testamento?”. Algunos dicen Elías; algunos dicen Isaías; otros insisten en Jeremías. Finalmente yo digo: “No, el mayor profeta del Antiguo Testamento fue Juan el Bautista”. A veces nos olvidamos de que si bien leemos sobre Juan el Bautista en el Nuevo Testamento, él vivió antes de que Jesús inaugurara el nuevo pacto en el aposento alto la noche de su traición. Así que la economía del antiguo pacto se extendía desde el principio en el huerto del Edén hasta el momento de la Última Cena. Por lo tanto, Juan el Bautista pertenecía al periodo del Antiguo Testamento, y Jesús dijo de él: “De cierto les digo que, entre los que nacen de mujer, no ha surgido nadie mayor que Juan el Bautista” (Mateo 11:11).

“EL REINO DE DIOS SE HA ACERCADO”

Si bien Juan fue el mayor profeta del Antiguo Testamento, su tarea consistió en anunciar el fin del periodo de la historia redentora del Antiguo Testamento, porque el reino de Dios estaba a punto de irrumpir. En el Antiguo Testamento, la llegada del reino de Dios era un suceso futuro ambiguo. Pero Juan comenzó su mensaje con una radical nota de urgencia. Él clamaba: “Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 3:2). Él estaba diciendo que el reino de Dios no estaba en el futuro distante, sino que estaba a punto de llegar.

Juan utilizó dos metáforas para ilustrar la urgencia del momento. Primero, dijo: “El hacha ya está lista para derribar de raíz a los árboles” (Mateo 3:10a). No era como si el leñador recién se hubiera internado en el bosque y hubiera comenzado a desastillar la corteza de un árbol, pero todavía tuviera que dar otros mil hachazos antes de poder derribarlo. Más bien el leñador ya había cortado hasta el corazón mismo del árbol. Juan estaba diciendo que con un hachazo más el árbol caería.

En segundo lugar, Juan dijo: “Ya tiene el bieldo en la mano, de modo que limpiará su era, recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja en un fuego que nunca se apagará” (Mateo 3:12). El bieldo era una herramienta que usaban los agricultores de grano para separar el trigo de la paja. Después de que se trillaba el grano, es decir, se separaban las semillas de las cáscaras, el agricultor usaba una horqueta larga para arrojar montones de semillas al aire para que el viento arrastrara la paja más liviana, los últimos fragmentos de la cáscara. La paja volaba con el viento, pero las semillas más pesadas volvían a caer al montón. Juan estaba diciendo que el agricultor no estaba simplemente pensando en separar el trigo de la paja, ni iba caminando hacia el granero para tomar su bieldo. En lugar de eso, el agricultor tenía el bieldo en la mano y estaba a punto de comenzar el paso final en el proceso de su cosecha. El momento de separación, el momento crítico que apartaría el buen trigo de la paja inútil e indeseable, estaba a punto de acontecer. Juan estaba diciendo: “Israel, tu Rey está a punto de llegar, el Mesías está a las puertas, y tú no estás preparado”.


EL ESCÁNDALO DEL BAUTISMO

¿Qué tenía que hacer el pueblo para estar listo para la llegada del Mesías? Juan se lo dijo claramente: tenían que arrepentirse de sus pecados y bautizarse.

En la mente de los teólogos y los líderes de ese entonces, el llamado de Juan a que el pueblo se presentara en el Río Jordán para bautizarse era escandaloso. ¿Por qué? Cuando un gentil se convertía al judaísmo, tenía que adoptar los principios y las doctrinas del judaísmo, y tenía que circuncidarse. Además, tenía que pasar por un ritual que se había desarrollado durante el periodo intertestamentario, un baño ceremonial de purificación conocido como “bautismo del prosélito”. Este rito de purificación era administrado a los gentiles convertidos porque los judíos consideraban a los gentiles ceremonialmente impuros. Por el contrario, los judíos eran considerados limpios, así que no necesitaban pasar por ningún tipo de ritual de purificación. Pero cuando Juan los llamó a bautizarse, los fariseos se sintieron ofendidos por la implicación de que los judíos eran impuros. Ellos no podían ver que Dios le estaba imponiendo un nuevo requisito a su pueblo porque se acercaba un nuevo momento en la historia de la redención —la llegada del Mesías— y aun los judíos necesitaban remisión de sus pecados.

Un día, mientras Juan bautizaba en el Río Jordán, vio acercarse a Jesús. Él clamó: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29b). Entonces Jesús vino a Juan y le pidió que lo bautizara. Juan quedó pasmado. Mateo nos dice que “Juan se le oponía, diciendo: ‘Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?’ ” (3:14). Él sabía que Jesús no tenía pecado, y por lo tanto no tenía necesidad de un ritual de limpieza. Pero Jesús le dijo: “Por ahora, déjalo así, porque conviene que cumplamos toda justicia” (v. 15). Como Mesías, Jesús tenía que someterse a la totalidad de la ley de Dios. Su vocación no era simplemente morir por los pecados de su pueblo, sino que también tenía que obedecer perfectamente la ley para lograr la justicia que le sería imputada a dicho pueblo. Cada requerimiento que se le imponía a Israel se le imponía al Mesías de Israel, incluida la orden de bautizarse, una orden entregada por Juan el Bautista, un profeta de Dios. Así que Jesús fue bautizado.

Al considerar el bautismo de Juan, no obstante, es crucial que entendamos que este no es equivalente al bautismo del Nuevo Testamento. Son similares en muchos aspectos, pero no son lo mismo. El bautismo del Nuevo Testamento va más allá de lo que implicaba y simbolizaba el bautismo de Juan. Su bautismo era un ritual preparatorio para el pueblo judío mientras esperaban la llegada del Mesías, así que su significado estaba fundado y arraigado en el Antiguo Testamento. Funcionaba como un puente al sacramento del bautismo del Nuevo Testamento. Más tarde, Jesús ordenó algo más profundo y de mayor significación.


EL BAUTISMO ORDENADO

Al final del evangelio de Mateo, encontramos una comunicación culminante entre Jesús y sus discípulos. Mateo escribe:

  Pero los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había señalado, y cuando lo vieron, lo adoraron. Pero algunos dudaban. Jesús se acercó y les dijo: “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, vayan y hagan discípulos en todas las naciones, y bautícenlos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Enséñenles a cumplir todas las cosas que les he mandado. Y yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”. Amén (28:16–20).

Es significativo, creo yo, que Jesús introdujera este mandato diciendo a sus discípulos: “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra”. En toda su enseñanza hasta el momento de su crucifixión, Jesús nunca ordenó el bautismo. Pero aquí lo hizo. Habiéndose levantado de la tumba, él tenía autoridad, debido a su obra consumada, para crear una nueva señal para el nuevo pacto, y eso hizo precisamente al ordenar el bautismo.

En el Post anterior, afirmé que el bautismo no es necesario para la salvación. Sin embargo, si alguien me preguntara: “¿El bautismo es necesario para el cristiano?”, yo le diría: “Absolutamente”. No es necesario para la salvación, pero es necesario para la obediencia, porque Cristo, sin ambigüedades, ordenó que todos aquellos que le pertenecen, que son parte de la nueva familia del pacto, y que reciben los beneficios de su salvación, deben ser bautizados con la fórmula trinitaria.

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La Iglesia Católica Romana dice que la causa instrumental de la justificación es el bautismo

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EL BAUTISMO Y LA SALVACIÓN

Una de las descripciones más emotivas de la iglesia se encuentra en Efesios 4:4–6, donde leemos: “Así como ustedes fueron llamados a una sola esperanza, hay también un cuerpo y un Espíritu, un Señor, una fe, un bautismo, y un Dios y Padre de todos, el cual está por encima de todos, actúa por medio de todos, y está en todos”. La iglesia es un cuerpo lleno de un Espíritu y unida en torno a una esperanza, adora a un Señor y un Dios en una fe. Y se nos dice que hay un solo bautismo.

Gracias a este pasaje y otras numerosas afirmaciones bíblicas, el sacramento del bautismo ha desempeñado un rol central en la iglesia a través de su historia y es un importante aspecto de la adoración cristiana. No obstante, encontramos que existe una gran medida de controversia en torno al tema del bautismo. Aparentemente, hay interrogantes acerca de prácticamente cada aspecto del sacramento: 
A. El origen o institución del bautismo; el significado del bautismo; 
B.La administración del bautismo (¿quién está autorizado para bautizar a las personas?); 
C. La formula el bautismo (¿el bautismo debe administrarse solo en el nombre de Jesús o en el nombre de las tres personas de la Trinidad?);
D. El modo del bautismo (¿el bautismo debe realizarse por aspersión, infusión, inmersión parcial, o total inmersión?); y
E. Los receptores adecuados del bautismo (¿está restringido a los adultos que hayan hecho una profesión de fe creíble, o se puede bautizar a los niños también?). 
Otra importante controversia tiene que ver con la eficacia del sacramento (¿qué es realmente lo que el bautismo efectúa en la vida de quienes lo reciben?).

Dado que tenemos un Señor, una fe, y un bautismo, se podría pensar que habría menos preguntas en torno a este sacramento. Es trágico que los cristianos estén tan agudamente divididos respecto a estas cuestiones. Con todo, las divisiones y las controversias demuestran que los cristianos reconocen que el bautismo es un asunto serio. Después de todo, nadie puede leer el Nuevo Testamento, aunque sea someramente, y no ver claramente que el bautismo es un elemento muy importante de la fe cristiana. Así que los cristianos que toman su fe en serio también toman el bautismo en serio, y quieren entenderlo correctamente. Les importa lo bastante como para debatir las áreas de incertidumbre acerca del bautismo.

No cabe duda de que la mayor controversia sobre el bautismo se ha centrado en su rol en la salvación. ¿Debe bautizarse una persona para experimentar el nuevo nacimiento? Esta pregunta ha sido un enorme punto de debate en la historia de la iglesia, así que quiero abordarla en este capítulo inicial.


FE Y BAUTISMO

La Iglesia Católica Romana ve el sacramento del bautismo como la causa instrumental de la justificación. ¿Qué quiere decir Roma con eso? Para ayudar a responder esa pregunta, quiero que nos volvamos al antiguo filósofo griego Aristóteles, quien articuló la idea de la causalidad instrumental.

Aristóteles identificó varios tipos de causas. Su ilustración favorita de las diversas causas involucraba a una estatua. Él decía que una estatua tiene varias causas, varias cosas que deben estar presentes para que la imagen tome forma. 

Primero, dijo él, tiene que haber una causa material, que él definió como el material del que la estatua está hecha. Podría ser un bloque de piedra, un trozo de madera, o alguna otra substancia. 
Segundo, identificó la causa eficiente, una persona que cambia la forma del material y lo remodela. Para la estatua, la causa eficiente es el escultor. 
Tercero, está la causa formal, un plan, idea, o plano que dirige la alteración del material. 
Cuarto, está la causa final, que es el motivo de la estatua. 
Quinto,  Aristóteles identificó la causa instrumental, que es la herramienta o el medio por el que se realiza la transformación del material. Al esculpir su Piedad, Miguel Ángel no podía simplemente ordenarle al mármol que tomara la forma que él deseaba. Necesitó un cincel y un martillo. Esos fueron los instrumentos por los cuales ocurrió el cambio en el mármol.

Como cristianos, decimos que la justificación es solo por la fe. Esa pequeña palabra por es crucial para nuestra comprensión de cómo se lleva a cabo la justificación. No significa que la fe sea meritoria y obligue a Dios a salvarnos. Más bien la palabra por indica gramaticalmente lo que llamamos el dativo instrumental, que describe el medio por el cual una cosa se lleva a cabo. Por lo tanto, empleando las categorías de Aristóteles, la fe es la causa instrumental de la justificación, según la postura protestante.

Por el contrario, la Iglesia Católica Romana dice que la causa instrumental de la justificación es el bautismo. Roma proclama que una persona es justificada al ser bautizada por un sacerdote. En el bautismo, la persona recibe una infusión, un derramamiento de la gracia en el alma. A veces esta gracia se denomina la gracia de la justicia de Cristo o la gracia de la justificación. Cuando esa gracia se infunde en el alma de la persona bautizada, esta entra en un estado de gracia.


UNA SEGUNDA TABLA DE SALVACIÓN

Desde la perspectiva católica romana, es necesario que la persona bautizada coopere con la gracia infundida para permanecer en un estado de gracia, porque, según Roma, las personas pueden perder su justificación. Si una persona comete un pecado muy grave, mata la gracia de la justificación. En consecuencia, la Iglesia Católica Romana llama a este tipo de pecado “pecados mortales”.

Dado que la gracia salvadora se infunde en la persona en el bautismo, aparentemente si alguien que está bautizado comete un pecado mortal, eliminando así la gracia de la justificación de su alma, esa persona tendría que ser bautizada de nuevo para ser justificada nuevamente. Pero la Iglesia Católica Romana no rebautiza a las personas que cometen pecados mortales; ella enseña que si bien la justificación se pierde con los pecados mortales, hay un character indelebilis, una marca indeleble puesta en el alma de cualquiera que sea bautizado.

De esta forma, la restauración de la justificación en caso de pecado mortal se realiza por medio de otro sacramento, la penitencia, que la Iglesia Católica Romana describe como la segunda tabla de salvación para aquellos cuyas almas han naufragado (el sacramento de la penitencia fue lo que provocó la controversia que condujo a la Reforma Protestante en el siglo XVI). Así que la primera causa instrumental de la justificación es el sacramento del bautismo. Si alguien pierde la justificación, la próxima vez la causa instrumental será el sacramento de la penitencia. En resumen, según la iglesia de Roma, los sacramentos son los instrumentos por medio de los cuales se comunica la salvación.

“POR LA OBRA REALIZADA”

Como parte de su argumento a favor de la eficacia de los sacramentos, la Iglesia Católica Romana afirma que ellos funcionan ex opere operato, que literalmente significa “por la obra realizada”. Cuando los reformadores protestantes comenzaron a cuestionar las enseñanzas de Roma, afirmaron que ex opere operato debe significar que cualquiera que sea bautizado es automáticamente justificado. Las autoridades católicas romanas respondieron que la justificación no es automática, porque la infusión de gracia que ocurre en el bautismo no conduce a la justificación si el receptor la obstaculiza con incredulidad. A propósito, esto significa que aquellos que son bautizados cuando niños ciertamente son justificados porque ellos no son capaces de resistirse a la infusión de la gracia.

Contra el principio ex opere operato de Roma, los reformadores argumentaron que los beneficios significados por el bautismo no se reciben aparte de la fe. Cuando Dios le da a alguien la señal del bautismo, le hace una promesa de todos los beneficios que él concederá a todos los que creen. Por lo tanto, una persona puede ser bautizada y no obstante nunca venir a la fe y nunca experimentar todos los beneficios que hemos enumerado. En consecuencia, la teología reformada clásica repudia la idea de cualquier tipo de eficacia automática del bautismo.

¿Significa esto que el bautismo es simplemente un signo vacío? ¿Por qué realizarlo si no efectúa nada? En primer lugar, lo hacemos porque Cristo lo ordenó, pero también porque comunica la señal de la promesa de Dios de salvación por fe y de los beneficios que emanan de ello. Cuando una persona es bautizada y viene a la fe, si más tarde se preocupa por la pérdida de su salvación, puede hacer memoria de su bautismo —no porque el bautismo garantice su salvación, sino porque le recuerda la promesa fiel de Dios de preservar a todos los que están injertados en Cristo. Como veremos, cuando Abraham preguntó cómo podía estar seguro de que Dios cumpliría su promesa de darle la tierra de Canaán, Dios celebró una ceremonia de pacto. En otras palabras, Dios hizo un juramento. Hizo una promesa de pacto, diciendo, en esencia: “Abraham, que yo sea destruido si no cumplo la promesa que te hice”.

Dios no promete ninguno de los beneficios de salvación a los incrédulos. La promesa es solo para los que creen, y la promesa es absolutamente segura para ellos. Por lo tanto, el bautismo es infinitamente valioso.

El bautismo, entonces, no es necesario para la salvación. Solo tenemos que considerar el ejemplo del ladrón en la cruz. Él no fue bautizado, y no obstante Jesús prometió que en aquel día estaría en el paraíso. Algunos que creen están físicamente impedidos para ser bautizados, y algunos se abstienen de hacerlo porque creen que no es necesario. Con todo, yo creo que ellos estarán en el cielo si verdaderamente han confiado solamente en Cristo para su salvación.

El debate sobre el lugar del bautismo en la salvación de los pecadores es tan solo una de las controversias que han acompañado a este sacramento a través de los siglos. 
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jueves, 5 de diciembre de 2019

Un habito que daña a nuestro prójimo

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Juzgar a los demás 
Jesucristo prohíbe la práctica de juzgar indiscriminadamente: No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido (Mateo 7:1–2). Cuántas veces pasamos por nuestra lupa los defectos de otros y de inmediato, a la hora del café, en la oficina, a bordo del auto, junto a quien consideramos nuestro amigo, comenzamos a divulgar los errores de otras personas.

Note que el pasaje de Mateo 7:1–5 hace hincapié en la prohibición de Jesús respecto a la crítica entre los creyentes. ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo? ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano.

Con frecuencia nos dejamos llevar por el impulso de juzgar sin misericordia y la mayoría de las veces observamos detalles mínimos, sin trascendencia. Es como si viéramos la paja y nosotros no observáramos nuestras propias faltas. Lo lamentable es que esto ocurra entre hermanos, oficiales y líderes de la iglesia, incluso entre ovejas y el pastor. El fenómeno cunde por todos los rincones del cristianismo, entre jóvenes y viejos, en el púlpito y los asientos, entre grandes y pequeños. Sin lugar a dudas, la enfermedad más urgente a curar es la de la lengua.


Salomón dijo: El que cubre la falta busca amistad; mas el que la divulga, aparta al amigo (Proverbios 17:9). La palabra de Dios es tan clara como el agua purificada; es decir; no podemos criticar aquello que nosotros mismos practicamos. La palabra de Dios nos confronta y nos dirige a conclusiones muy alarmantes. Si murmuramos es porque no amamos lo suficiente y por esa razón no podemos candado a la lengua. El apóstol Pablo dijo: El amor no se alegra del mal, sino que se alegra de lo justo (1 Corintios 13:6). La versión “Dios llega al hombre” lo dice de la siguiente forma: No se alegra del pecado de otros, sino de la verdad. En otras palabras, el amor no guarda un archivo de los errores ni se regodea en los pecados de otros, antes bien, se goza en la verdad.

El gran hombre de Tarso, salvo por el poder de Jesucristo y experimentado en la consejería pastoral, nos dice: Si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado (Gálatas 6:1).


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viernes, 25 de octubre de 2019

¿Puede un hombre divorciarse de su esposa por cualquier razón?

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El divorcio

Mateo 19

3 Algunos de los fariseos llegaron para tenderle una trampa. Entonces le preguntaron: 

—¿Puede un hombre divorciarse de su esposa por cualquier razón? 

4 Jesús les respondió: 

—¿No recuerdan lo que dice la Biblia? En ella está escrito que, desde el principio, Dios hizo al hombre y a la mujer para que vivieran juntos. 5 Por eso Dios dijo: “El hombre tiene que dejar a su padre y a su madre, para casarse y vivir con su esposa. Los dos vivirán como si fueran una sola persona.” 6 De esta manera, los que se casan ya no viven como dos personas separadas, sino como si fueran una sola. Por tanto, si Dios ha unido a un hombre y a una mujer, nadie debe separarlos. 

7 Los fariseos le preguntaron: 

—Entonces, ¿por qué Moisés nos dejó una ley, que dice que el hombre puede separarse de su esposa dándole un certificado de divorcio? 

8 Jesús les respondió: 

—Moisés les permitió divorciarse porque ustedes son muy tercos y no quieren obedecer a Dios. Pero Dios, desde un principio, nunca ha querido que el hombre se separe de su esposa. 9 Y yo les digo que, si su esposa no ha cometido ningún pecado sexual, ustedes no deben divorciarse de ella ni casarse con otra mujer. Porque si lo hacen, serán castigados por ser infieles en el matrimonio. 

10 Los discípulos le dijeron a Jesús: 

—Si eso pasa entre el esposo y la esposa, lo mejor sería no casarse. 

11 Jesús les contestó: 

—Esta enseñanza sólo la entienden las personas a quienes Dios les da como regalo el no casarse. 12 Es cierto que algunos no pueden casarse porque, desde antes de nacer, tienen algo que se lo impide. Otros no pueden casarse porque alguien les ha dañado el cuerpo. Pero también hay personas que no se casan, para dedicarse a trabajar solamente para el reino de Dios. Por eso, esta enseñanza es sólo para quienes decidan vivir así. 
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Aquí tenemos la norma de Cristo en cuanto al divorcio, declarada, como otras disposiciones suyas, con ocasión de una disputa con los fariseos.

I. El caso que le proponen los fariseos: 
¿Es lícito a un hombre repudiar a su mujer por cualquier causa? (v. 3). Con esta pregunta, querían ponerle a prueba, no recibir instrucción de Él. Si se manifestaba en contra del divorcio, se aprovecharían de ello para soliviantar contra Él a la gente, pues verían en Él a un rabí demasiado estricto, que quería menoscabarles las libertades de que disfrutaban; además, le tendrían por enemigo de la ley de Moisés, que les había concedido esta libertad. Si decía que era lícito, podían alegar que su doctrina carecía de la perfecta pureza que había de esperarse de labios del Mesías, pues, aunque los divorcios eran tolerados, los grupos más puritanos los consideraban como de mala reputación. La pregunta era acerca de la licitud del divorcio por cualquier causa, conforme interpretaba la escuela de Hillel la frase «cosa vergonzosa» (lit. asunto de desnudez) de Deuteronomio 24:1, en contra de la escuela de Shammay, que la limitaba al adulterio. La escuela de Hillel había ganado mucha popularidad, por la sencilla razón de que los hombres somos inclinados a interpretar la Palabra de Dios del modo que más nos conviene. Esto ocurre con todo sistema teológico preconcebido, por muy «fundamentalista» que parezca. Se construye, o se sigue, un sistema, y luego se rellena con textos sacados del contexto general de la Biblia, por mucho que haya de estrecharse la Palabra de Dios en este lecho de Procusto. No cabe otra Teología Sistemática que la sacada del estudio, minucioso y sin prejuicios, de toda la Biblia, como un cuerpo doctrinal en que las piezas se encajan y conjuntan de dentro a fuera, no viceversa.

II. Respuesta de Cristo a esta pregunta. Aunque le habían hecho una pregunta muy restringida, y para tentarle, Cristo da sobre el tema una instrucción completa, enseña la indisolubilidad del matrimonio, y apela a su institución divina. La enseñanza de Cristo recalca tres aspectos:

1. La creación del hombre completo, dividido en varón y hembra, para que así fuese imagen de Dios (Gn. 1:27) en quien se hallan infinitamente equilibrados los dos polos predominantes en la masculinidad y femineidad respectivamente: cabeza y corazón, pensamiento y sentimiento, deducción e intuición: ¿No habéis leído que el que los creó al principio, varón y hembra los hizo? (v. 4). Dios creó un hombre y le dio una mujer; y formó (lit. construyó; Gn. 2:22) una mujer para aquel hombre único. De modo que Adán no podía divorciarse de Eva y tomar otra mujer, porque no había otra; y lo mismo hemos de decir de Eva respecto a Adán. Para mejor indicar esto, Dios había formado a Eva de una costilla de Adán, de modo que repudiarla equivalía a desunirse de una parte de sí mismo, salida de junto al corazón.

2. La ley fundamental del matrimonio, que es: Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer (v. 5). El vínculo que une al hombre con su mujer es más fuerte que el que le une con sus padres; ahora bien si la relación filial no debe ser violada, mucho menos puede serlo la relación conyugal. ¿Puede un hijo abandonar a sus padres o un padre a sus hijos? ¡No!; sólo tiene que poner por encima de esta relación el seguimiento de Cristo (10:37).

3. La naturaleza del contrato matrimonial: Y los dos vendrán a ser una sola carne (v. 6); es decir, como una sola persona (v. Ef. 5:28 y ss.). Los hijos son como prolongación de los padres, pero la esposa es parte del varón. Al ser la unión conyugal más fuerte que la de los hijos con los padres, es equivalente a la de un miembro con otro en el mismo cuerpo natural. De aquí infiere el Señor: Por tanto, lo que Dios juntó (lit. unció con un mismo yugo), no lo separe el hombre (v. 6b). Dios mismo instituyó la relación entre marido y mujer. Y, aunque el matrimonio no sea institución exclusiva de la Iglesia, sino que incluye a todo el mundo, adquiere un carácter peculiar entre los creyentes y debe ser llevado de una manera santa y santificado por la Palabra de Dios y la oración (v. 1 P. 3:1–7). El andar continuamente en la presencia de Dios ejercerá eficaz influencia en el cumplimiento de los deberes conyugales y, en consecuencia, sobre la misma relación conyugal. Si la unión ha sido hecha por Dios, no va a deshacerse por obra del hombre.

III. Objeción de los fariseos contra esta enseñanza: Le dijeron: ¿Por qué, pues, mandó Moisés dar carta de divorcio, y repudiarla? (v. 7). Cristo había citado la Escritura para razonar contra el divorcio; ellos apelan a la misma Escritura en defensa del divorcio. Las aparentes contradicciones que hay en la Palabra de Dios son piedra de tropiezo para los que la tuercen para su propia perdición (2 P. 3:16).

IV. Contestación de Cristo a esta objeción.

1. Rectifica la torcedura que los fariseos habían introducido en la Ley; la ley no mandaba repudiar a la mujer, sino que sólo lo permitía (en sentido de tolerancia, no de aprobación), y mandaba que, en tal caso, se le diera a la mujer un documento formal. Por tanto, los fariseos estaban torciendo las Escrituras.

2. Da la causa que motivó tal permisión o tolerancia: Por la dureza de vuestro corazón (v. 8). No fue porque tal tolerancia fuese en sí una cosa conveniente, sino porque el corazón de los israelitas se había endurecido contra Dios y contra el prójimo, como lo declaró tantas veces Dios por medio del mismo Moisés. No hay mayor dureza en las relaciones de este mundo que la dureza de corazón de un hombre hacia su propia mujer. Los israelitas se habían hecho famosos por esta dureza y, por eso, se les había permitido el repudio; del mal, el menor. También en esto, el Evangelio de Cristo puede sanar el corazón endurecido que la Ley no podía ablandar, ya que por la Ley es el conocimiento del pecado (Ro. 3:20), pero por la gracia es la conquista del pecado (Ro. 8:2–3, 37).

3. Apela a la institución original del matrimonio: Pero no fue así desde el principio. Las corrupciones que se introducen en todo lo que ha sido instituido por Dios, sólo tienen remedio al recurrir a la forma que en un principio configuró y dio vida a tal institución. Si una copia de algo resulta defectuosa, debe examinarse y corregirse a la luz del original.

4. Declara la norma correcta para el caso primeramente propuesto: Yo os digo (v. 9), es un pronunciamiento de divina autoridad, conforme a lo que ya había dicho en 5:32. En ambos casos, niega Cristo que haya causa alguna para romper el vínculo matrimonial. La aparente excepción parentética, salvo por causa de fornicación, que tanta tinta ha hecho derramar, no autoriza el divorcio vincular, porque:

(A) No se trata de adulterio. Tanto aquí como en 5:32, el griego no dice moikheia = adulterio, sino pornéia = impureza sexual. Por influencia del Derecho Romano (frangenti fidem, fides frangatur eidem = el que quebranta la fe conyugal merece que se le quebrante a él), hubo escritores eclesiásticos de los primeros siglos (por ej. Ireneo de Lyon) que admitieron el adulterio como causa del divorcio vincular, pero los mismos rabinos conceden que Jesús tuvo como totalmente indisoluble el matrimonio, como lo tenían los esenios y los samaritanos. El que se haya admitido el divorcio en algunas denominaciones protestantes, por causa de adulterio de uno de los cónyuges, se debe a una incorrecta exégesis del texto sagrado. La Iglesia de Roma nunca ha admitido causa alguna para el divorcio vincular dentro de un matrimonio rato (entre cristianos, o con dispensa si una de las partes no es cristiana) y consumado, aunque establece—sin base bíblica—, la posibilidad de disolver el matrimonio rato no consumado, y concede al Papa el poder de establecer impedimentos dirimentes (invalidantes) del matrimonio. Los ignorantes del sistema romano—la inmensa mayoría en todas las denominaciones, incluidos los católicos mismos—, piensan que el Papa concede divorcios vinculares en algunos casos, cuando lo que hace es declarar la nulidad inicial del contrato matrimonial, de acuerdo con los impedimentos que figuran en el Código de Derecho Canónico.

(B) La palabra porneia, en este contexto (como en 5:32), sólo admite dos sentidos posibles: 

(a) infidelidad durante el período del desposorio antes de la formalización del matrimonio (v. 1:18–19); 
(b) unión ilegítima, según los casos de parentesco próximo en grado prohibido por la Ley (comp. 1 Co. 5:1, según la opinión más probable).

(C) Al proclamar Jesús una norma mucho más estricta, no sólo en comparación con la escuela de Hillel, sino también con la de Shammay los discípulos se sintieron desconcertados (v. 10), lo que no hubiese sucedido en caso de admitir el adulterio como causa de repudio, según la escuela de Shammay. Si se implica o no la rotura del vínculo conyugal en 1 Corintios 7:12–16, se tratará en su lugar. Desde luego, no significa la «deserción» en el sentido que la entiende la Iglesia Anglicana.

(D) La regla general establecida por Jesús, una vez explicada la frase parentética, comporta la siguiente conclusión: Cualquiera que repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio; y el que se casa con la repudiada comete adulterio (v. 9). Esta es la respuesta directa a la pregunta que le hicieron al principio. No habría ocasión alguna para hablar de divorcio, si los cónyuges estuviesen dispuestos a soportarse y perdonarse mutuamente con amor (Ef. 4:2), como quienes han sido, y son, soportados y perdonados por Dios. Si los esposos amasen a sus esposas, y las esposas fuesen sumisas y respetuosas con sus maridos (Ef. 5:22 y ss.), y conviviesen como coherederos de la gracia de la vida (1 P. 3:7), no habría que pensar en separarse de ningún modo el uno del otro.

V. Ante la declaración de Jesús los discípulos reaccionan del modo siguiente: Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse (v. 10). Parece ser que ellos mismos se resintieron de la norma tan estricta que Jesús había establecido, y pensaban que, si se cerraba esta puerta libre, mejor era no encerrarse de por vida en el matrimonio. 
El corazón humano, engañoso y perverso, busca la propia conveniencia y aborrece la restricción del yugo. El hombre piensa hallar la felicidad en la completa libertad, sin percatarse de que la única esclavitud verdadera es la del pecado (Jn. 8:32, 34; Ro. 6:15–23). Somos, por naturaleza, seres egocéntricos y pensamos que la culpa de nuestra desdicha la tienen otros en este caso, el cónyuge. Pero si tuviésemos la mentalidad de Jesús no pondríamos la mira en nuestro propio interés, sino antes en el del cónyuge (Fil. 2:3–5); si somos verdaderos discípulos de Cristo dependeremos de Él, de Su persona, de Su obra y de la suficiencia de Su gracia para remontar las dificultades de la vida conyugal, y aprenderemos a sobrellevar los unos las cargas de los otros (Gá. 6:2). Así como las piedras esquinadas se redondean en el álveo del río al impulso de la corriente que las pule y lima en el mutuo contacto, así también los cónyuges creyentes, en vez de endurecerse mutuamente en el trato constante moldearán y templarán su propio carácter en el ejercicio de los frutos del Espíritu Santo. Si hay tormentas, traerán agua fertilizante y oxígeno desinfectante, pero no granizo destructor. Si ser cónyuges significa estar unidos al mismo yugo, cuanto más ajustado sea el yugo, y acompasado el paso, tanto más fácil será la marcha. Amor y mansedumbre son los lubricantes de esa complicada máquina del matrimonio.

VI. Respuesta de Jesús a la sugerencia de los desalentados discípulos (vv. 11–12). Jesús admite que el no casarse es aceptable en algunos casos, pero no todos tienen capacidad para poner en práctica esa máxima («no conviene casarse», del v. 10), sino aquellos a quienes ha sido dado (v. 11). El celibato es un don (1 Co. 7:7 y 9, dentro del contexto de todo el capítulo), el imponerlo es cosa prohibida por la Palabra de Dios (v. 1 Ti. 4:3; He. 13:4) y un lazo de perdición para los inexpertos que lo admiten con voto—sin el don—, cuando mejor es casarse que estarse quemando (1 Co. 7:9). 

A continuación, Jesús expresa tres clases de incapacidad para contraer matrimonio:

(A) Los que han nacido destituidos de órganos sexuales: que nacieron así (eunucos) del vientre de su madre. Estos deben permanecer célibes, sometiéndose humildemente a los inescrutables, pero siempre amorosos, designios de la providencia divina.

(B) Los que sufrieron amputación a manos de los hombres; se supone que se trata de una acción criminal, pero entra igualmente dentro de los decretos permisivos de Dios, a los que hay que someterse.

(C) Los que sin amputación física (Orígenes lo entendió literalmente y se hizo castrar en su juventud), han recibido de Dios el don de la continencia y se dedican totalmente al servicio del Señor (1 Co. 7:32) y a la extensión del Evangelio: por causa del reino de los cielos. Broadus resume admirablemente: «No es cuestión de un estado más o menos santo, sino de mayor o menor utilidad en la promoción del reino de los cielos». Sólo por esta causa, puede elegirse el celibato como «algo mejor».

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¿Será verdad que el Padre está dispuesto a hacer lo que le pidamos?

PARA RECORDAR ... El que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6
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Lograr que el cielo se alinee con nuestras peticiones nos ha sido concedido 

Otra vez os digo que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra acerca de cualquier cosa que pidan, les será hecho por mi Padre que está en los cielos, porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. 
Mateo 18.19–20

Debo confesar que, francamente, este versículo me incomoda. Contiene declaraciones que no cuadran con mi interpretación del evangelio, ni tampoco con lo que he visto dentro de la iglesia.
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Para empezar, comparte esta increíble afirmación: «si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra acerca de cualquier cosa que pidan, les será hecho por mi Padre…» ¿Acaso Cristo se refería a que el Padre actuaría conforme a lo que nosotros acordamos en la tierra? ¡Esto mismo parecen decir las palabras del texto! Pero, ¿cómo puede ser esto? ¿De veras que el Padre está dispuesto a hacer lo que le pidamos?

Nuestra reacción inicial es la de calificar, explicar o dar vuelta el sentido de las palabras. Nuestros argumentos, no obstante, no harán que desaparezcan ni que las mismas dejen de incomodarnos. Este «poder» de lograr que el cielo se alinee con nuestras peticiones nos ha sido concedido. La manifestación de esta verdad, sin embargo, es rara. ¿Por qué? Porque depende de que dos o tres se pongan de acuerdo. ¡Es tan sencilla la declaración y tan difícil su realización! Nuestro incansable compromiso con nosotros mismos presenta un notable escollo en el camino a recorrer. Queremos ser los dueños de una idea, los que la engendran y controlan, los protagonistas en todo. Estas mismas actitudes son las que impiden que podamos ponernos de acuerdo, pues esto solamente es posible cuando lo nuestro muera.

Y ¿qué podemos decir de la segunda parte del versículo? ¿En cuántos lugares he oído la consabida proclama que Cristo está presente, porque hay dos o tres reunidos? ¿Será tan sencilla la cosa? ¿Dos o tres cristianos nos presentamos físicamente en el mismo lugar y el Señor, automáticamente, se hace presente? ¿Qué pasa cuando estos dos o tres no se hablan más que los domingos? ¿Cómo puede estar presente Cristo entre dos o tres cuyo único acuerdo es el de orar juntos, cómo si esto garantizara la unidad de espíritu?

La condición para la manifestación de Cristo en nuestro medio no es que seamos dos o tres, ni tampoco que estemos reunidos en un mismo lugar. Es, más bien, que todo esto sea en su nombre. Es decir, los tres presentes reconocemos que es necesaria una sumisión conjunta a su persona. Nuestra reunión, no obstante, no es la suma de mi sumisión, más la sumisión de mis hermanos. Como comunidad, nos rendimos a sus pies e, inevitablemente, ¡nos rendimos a los pies los unos de los otros! Solamente cuando estemos dispuestos a darle la misma honra a los que están con nosotros será posible que Cristo acompañe.


Para pensar:
¡Qué interesante la realidad señalada por Cristo! «Allí estoy yo en medio de ellos». No está identificado con ningún individuo, ni otorga preferencia a uno por encima del otro. Está en medio de ellos. Es el Dios de una comunidad de fe, igualmente accesible a todos, igualmente deseoso de bendecir a cada uno.

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jueves, 22 de agosto de 2019

GÉNESIS: EL PRINCIPIO DE LA HISTORIA DEL PACTO DE GRACIA, QUE DIOS HIZO CON LA HUMANIDAD

PARA RECORDAR ... El que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



GENESIS

Nombre y propósito
Génesis es el nombre que se le dio al primer libro de la Biblia, el primero de los cinco libros que escribió Moisés. En la Biblia hebrea, este libro tiene el nombre de la primera palabra del libro mismo: “En el principio”. 

“Génesis” es una palabra griega que significa “origen”, y es un nombre muy apropiado. Este primer libro de la Biblia nos informa sobre el origen del universo y de la raza humana; describe los trágicos detalles del origen del pecado y sus terribles consecuencias.

Génesis también relata el origen de la obra misericordiosa de Dios para deshacer el daño que el pecado le causó a su creación, y que comienza con la promesa del
Salvador. 

La sección más larga del libro de Génesis (capítulos 12– 50) describe el origen de Israel, el pueblo especial de Dios.

Este importante libro de los orígenes no pretende ser un libro de historia universal del mundo antiguo; el propósito específico de Génesis es describir la actividad salvadora de Dios. Génesis es el primer capítulo de la magnífica historia de la operación de rescate que hizo Dios, a la que nosotros llamamos su plan de salvación. Es interesante e instructivo notar cómo describe Génesis la obra redentora de Dios, no por la formulación de declaraciones doctrinales, sino narrando las biografías de las personas. En la vida de esas personas podemos ver a Dios en acción, con el mensaje de su ley y de su amor.

Autor
En Génesis no hay una referencia directa a su autor, pero eso no significa que debamos considerar este libro como anónimo.

Las Escrituras no tratan a Génesis como un libro separado; desde los primeros tiempos, el pueblo hebreo consideró el libro de Génesis, junto con los siguientes cuatro libros, como una unidad.

A estos cinco libros los llamaron “la Torá de Moisés”. Torá (usualmente traducido como “ley”) significa “instrucción”, “enseñanza”. Esta “ley de Moisés” también se conoce normalmente como el Pentateuco (“cinco libros”). Los antiguos judíos con frecuencia llamaban al Pentateuco “los cinco quintos de la ley”.

La premisa desde la cual se escribe este comentario es que Moisés es el autor de estos cinco libros de la Biblia. El resto del Antiguo Testamento y todo el Nuevo Testamento simplemente dan por sentado que existía el libro conocido como la “ley de Moisés”, cuyo contenido recibió Moisés de Dios mismo. La Biblia reconoce tan sólo un autor humano del Pentateuco, y ese autor es Moisés.

Jesús definió de una vez por todas el asunto del autor de Génesis y de todo el Pentateuco, cuando les dijo a sus críticos: “Porque si creyeseis a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él” (Juan 5:46).

Esto plantea inmediatamente la pregunta: “¿Cómo recibió Moisés la información que escribió en el Pentateuco?” La mayoría de lo que está escrito en los libros de Éxodo, Levítico, Números, y Deuteronomio ocurrió durante la vida de Moisés; pudo haber usado sus experiencias personales para escribir estas cosas. Sin embargo, lo que está escrito en Génesis, desde el relato de la creación hasta la muerte de José, tuvo lugar mucho antes del nacimiento de Moisés. ¿Cómo pudo haber recibido este material?

Como no hubo testigos humanos en la creación del mundo, esta información sólo pudo haberle llegado a Moisés mediante el milagro de la revelación divina. Milagrosamente, Moisés recibió de Dios la información acerca de cómo llegó a existir el mundo; no es posible que la haya obtenido de otra forma. El Pentateuco es una parte de las Escrituras del Antiguo Testamento, del cual dijo Pablo: “Toda Escritura es inspirada por Dios” (2 Timoteo 3:16).

Podríamos preguntarnos: Cuando Dios le reveló a Moisés el contenido de Génesis, ¿lo hizo directamente? ¿O pudo Moisés haber usado documentos escritos previamente? Por ejemplo, al informar sobre los viajes del patriarca Abraham, ¿es posible que Moisés haya tenido acceso a documentos que Abraham conservaba? Lutero una vez hizo el siguiente comentario: “Pienso que Abraham elaboró un pequeño manual o un breve relato de la historia desde Adán hasta su tiempo”, documento que muy bien pudo haber usado Moisés. Aunque no puede decirse nada con seguridad acerca de si Moisés usó documentos existentes, no hay razón para que el cristiano creyente en la Biblia niegue esta posibilidad. Si Dios estimó conveniente usar la comida de un muchacho para alimentar a 5.000 personas, y usar el vientre de una virgen para dar al mundo un Salvador, ¿por qué no pudo haber usado documentos escritos previamente cuando reveló su verdad para que Moisés la escribiera?

Nuestra posición sobre la inspiración divina y la divina autoridad de la Escritura en general, y de Génesis en particular, se deriva de las presuposiciones de la fe cristiana. El mensaje bíblico de la ley de Dios y su mensaje del amor de Dios, nos han
convencido de que Dios nos habló milagrosamente en Génesis, y de que lo que dice es verdad. Dios no puede mentir. El Hijo de Dios se refirió en particular a las Escrituras del Antiguo Testamento cuando dijo: “La Escritura no puede ser quebrantada” (Juan 10:35).

No será una sorpresa para el lector saber que no todos los que estudian la Biblia abordan el estudio de Génesis con estas mismas suposiciones. Muchos consideran que el Pentateuco no fue escrito por un autor, sino que es el resultado de la unión de al menos cuatro documentos anteriores e independientes llamados: el yahvista, el elohísta, el deuteronomista, y el código sacerdotal. Se supone que el yahvista (J) debió ser un teólogo que vivió en el reino del sur hacia del año 850 a.C., y quien habitualmente se refirió a Dios como Yahveh. El elohísta (E), se ha dicho que vivió en el reino del norte alrededor del año 750 a.C., y que su contribución al Pentateuco puede identificarse por el uso predominante del nombre Elohim que le da a Dios. La fuente deuteronomista (D), se dice que fue: una persona, o una escuela, o un grupo, en el norte de Israel, que escribió después de que la capital de Samaria cayó en manos de los asirios, tal vez hacia el año 625 a.C. El código sacerdotal (P), se nos dice, estaba constituido por un escritor o un grupo de escritores que se dirigieron por escrito a Israel en el tiempo del exilio en Babilonia o más tarde (500 a.C., con un siglo más o menos de variación).

Éste vuelve a narrar la historia de los antepasados de Israel y explica la forma en que Israel adoraba a Dios. Las series genealógicas, las listas de tribus, y las reglas de adoración se le atribuyen generalmente a este código sacerdotal, ya que en esas cosas pudo haberse interesado en particular un sacerdote escritor.

Según esta teoría documental, se piensa que el Pentateuco es como un mosaico literario, que fue recortado y pegado usando diferentes documentos escritos con anterioridad. Este punto de vista sostiene que el Pentateuco alcanzó su forma actual tal vez algunos siglos antes de la época de Cristo, más de mil años después de Moisés. Se repite que este comentario está escrito con la convicción de que Moisés es el autor de los primeros cinco libros de la Biblia.

Estructura
A fin de apreciar la singular estructura del libro de Génesis, será útil recordar que Moisés organizó su material literario en diez secciones, la mayoría de las cuales se introducen con la fórmula: “Estos son los descendientes de…” (La Nueva Versión Internacional dice: “Estos son los relatos…”). 

Estos diez relatos son pequeñas historias que ilustran cómo, desde el principio de los
tiempos, Dios ha estado interesado y activo en el establecimiento de una familia de creyentes. Nueve de estos diez relatos llevan el nombre de las personas; el primero es el relato de los cielos y la tierra (2:4). En cada caso, el relato no nos dice el origen de las personas o de la cosa que se nombra, sino su historia subsiguientey siempre con referencia al gran plan de la salvación de Dios. Aquí tenemos un resumen de los diez relatos:

1. El relato de los cielos y la tierra (Génesis 2:4–4:26) explica lo que ocurrió cuando el diablo invadió la perfecta creación de Dios. Por la tentación de Satanás, Adán y Eva dudaron del amor de Dios y se rebelaron contra su santa voluntad, y por lo tanto, trajeron la maldición de la muerte y la condenación sobre toda la familia humana. La historia de los cainitas (capítulo 4) muestra la rapidez con que avanzó la maldad, una vez que se introdujo en el mundo. Sin embargo, por pura gracia, Dios dispuso restaurar su creación; prometió que el Salvador (la “simiente” de la mujer) destruiría el poder de Satanás y liberaría a sus cautivos.

2. El relato de Adán (5:1–6:8) describe los antepasados del Mesías prometido, desde Adán hasta Noé. Lucas 3:36-38 confirma que esto es historia, y no una leyenda popular. Un tema prominente de este relato es la muerte. Todos los que aquí son nombrados mueren, con la única excepción de un hombre que caminó con Dios. La trágica conclusión de este relato menciona la unión gradual de los descendientes de Set con los cainitas en su vana y propia glorificación y en su completo abandono moral. Por resultado, Dios tuvo que anunciar el juicio universal. Sólo Noé, por la gracia de Dios, permaneció fiel a Dios.

3. El relato de Noé (6:9–9:29) nos da un doble mensaje sorprendente. Mientras el diluvio universal destruía toda vida fuera del arca, el Señor en su gracia preservó la línea mesiánica a través de Noé y su familia. El mismo diluvio que trajo el juicio de Dios sobre el pecado y la dura incredulidad, trajo también la gracia de Dios que salvó de la muerte y de la destrucción el arca con su preciosa carga. Después del diluvio, el Señor usó a Noé para anunciar que la línea mesiánica seguiría mediante Sem.

4. El relato de los hijos de Noé (10:1–11:9) pone el énfasis en la unidad de la raza humana al describir la distribución de los tres hijos de Noé en varias naciones e idiomas. Esta “tabla de las naciones” examina el mundo de las naciones que el antiguo Israel conocía. Se enumeran con más detalle las naciones con las que el pueblo escogido de Dios tuvo mayor contacto. El relato concluye con la dispersión que tuvo lugar en Babel. Los que buscaron su propia gloria en lugar de glorificar el nombre de Jehová cayeron otra vez bajo el juicio de Dios.

5. El relato de Sem (11:10-26) nos menciona los antepasados del Mesías, limitando el linaje del Salvador de la línea de Sem a Taré, padre de Abraham.

Estos primeros cinco relatos describen el principio de la historia de la actividad salvadora de Dios en el mundo antiguo. El segundo grupo de relatos menciona la actividad salvadora de Dios entre los patriarcas.

6. El relato de Taré (11:27–25:11) es uno de los más largos, cubriendo casi una cuarta parte del libro de Génesis. Describe cómo, después de que la raza humana abandonó el evangelio (Génesis 6:5-7; 11:1-9), Dios estableció un nuevo programa de amor fiel para sus criaturas pecaminosas. Escogió a Abraham, de la familia de Taré, para ser el padre de su nación especial de Israel.

El Señor sacó a Abram de una cultura donde se practicaba la idolatría, y lo capacitó para confiar completamente en la promesa de Dios. Por esta fe Abram llegó a ser “el padre de los creyentes”.

7. El relato de Ismael (25:12-18) es el más corto de los diez relatos de Moisés, dado que los descendientes de Ismael, hijo de Abraham nacido de una joven esclava, no fue parte de la línea escogida, sino una línea secundaria en la historia de la gracia salvadora de Dios en el Antiguo Testamento. Este relato de seis versículos narra el cumplimiento de la promesa divina de que doce gobernantes descenderían de Ismael. Dios cumple todas sus promesas.

8. El relato de Isaac (25:19–35:29) lleva el cumplimiento de la promesa mesiánica mediante las dos generaciones que siguieron a Abraham. A diferencia de su ilustre padre, Isaac fue de naturaleza tranquila e introvertida. Él y su esposa tuvieron hijos gemelos; desde antes del nacimiento de los gemelos, Dios anunció que el mayor (Esaú) serviría al menor (Jacob). Al contrario de lo que se hubiera esperado, Jacob fue el hijo que Dios escogió para continuar la línea de la cual iba a nacer el Salvador.

Desafortunadamente, Jacob, en su juventud, tuvo la tendencia a confiar en su propia inteligencia para obtener el éxito. Este relato muestra que Jacob tuvo que aprender del modo más difícil a depender por completo de la gracia salvadora de Dios. Cuando
Jacob aprendió esto, Dios le cambió el nombre a Israel: el que, en fe, pudo con Dios y con el hombre.

9. El relato de Esaú (36:1–37:1) también constituye una línea secundaria. En primer lugar, nos habla del desarrollo de la línea de Esaú y, en segundo lugar, del desarrollo de los edomitas, vecinos de Israel ubicados al sur.

10. El relato de Jacob (37:2–50:26) es el último y más largo de los diez relatos de Moisés. Relata cómo los doce hijos y la hija de Jacob llegaron a formar una familia de setenta almas que, junto con sus familias, se fueron a vivir a Egipto. Dios en su gracia obró de forma misteriosa para realizar todas estas cosas, usando la crueldad de los hermanos de José para llevar a cabo sus maravillosos planes para la nación que había escogido. Este relato explica cómo las doce tribus lograron establecerse en Egipto y prepara la escena para la narración del Éxodo.

Entonces vemos que, al registrar la historia temprana del misericordioso trato de Dios para con la humanidad, Moisés divide su material en dos partes desiguales. Los primeros once capítulos de Génesis describen la actividad salvadora de Dios en el mundo antiguo: primero entre las dos primeras personas, luego entre los descendientes de Adán y Eva, y finalmente entre los descendientes de Noé.

Los últimos treinta y nueve capítulos del libro de Génesis describen la actividad salvadora de Dios entre los patriarcas: Abraham, Isaac y Jacob. Después del relato de los descendientes de Noé, que terminó en idolatría y rebelión contra Dios (11:1-9),
Dios introdujo un nuevo programa de su amor salvador.

Amorosamente escogió y capacitó a los patriarcas: Abraham, Isaac, y Jacob para formar su pueblo especial de Israel. Mediante este pueblo escogido, Dios resolvió llevar a cabo su maravilloso plan para rescatar del pecado a toda la raza humana. Por lo tanto, el amor salvador de Dios es el gran tema de toda la Biblia, desde la primera palabra de Génesis hasta la última de Apocalipsis.


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