biblias y miles de comentarios
MAMITA QUIERO CAMBIAR
PERSONAJES
AMALIA
BEBÉ
ARMANDO NIÑO
ARMANDO ADULTO
ALFREDO
NATALIA
DELINCUENTE 1
DELINCUENTE 2
INTRODUCCIÓN
Este es una historia que pudiera pasar en cualquier sitio de nuestra ciudad, donde una madre soltera tiene que luchar con su pequeño niño, por causa del abandono. En esta situación encontramos a Amalia, una joven madre, que tiene que afrontar la vida sola con su pequeño hijo Armando, a causa de la ruptura de su matrimonio. Amalia confía en que sola cubrirá todas sus necesidades. Con la ayuda del Señor Dios Todopoderoso, confía en que en un futuro Armandito, será un hombre de provecho que estará caminando cada día con Dios. Pero por una mala casualidad le tocará vivir la trágica jugada del destino, donde será separada de su hijo.
PRIMERA ESCENA.
(Se encuentra Amalia en un parque de la ciudad conversando con su pequeño hijito Armando.)
AMALIA. ¡Mi niño querido! ¡Viniste a llenar un vacío tan grande en mi vida! Nunca te voy a dejar solo, ¡siempre te voy a querer! Haré de ti un hombre de provecho, serás un buen hombre, ¡un profesional! Te enseñaré a valorar la vida, a amarme, a respetar a tu esposa... (Con desilusión.) No como tu padre que se fue y nos dejó solos... ¡Mi niño querido! ¡Mi Armandito! Vas a crecer fuerte y saludable, nunca te hará falta nada; el Señor ha prometido estar con nosotros y sustentarnos en todo momento, pero tú ahora estás muy chiquitico para entender estas cosas, ¿no? Eres tan pequeñito, tan indefenso, necesitas tanto de mis cuidados, de mi protección... Te pareces tanto a mí... No, no, no, ¿cómo te vas a parecer a mí? Si tú eres tan lindo… Tú eres un regalo de Dios, tú eres mi pedacito de cielo. (Comienza a canta una canción de cuna.)
SEGUNDA ESCENA
(Pasados ocho años se encuentra Armandito jugando canicas cerca de su casa, con Alfredito su amigo.)
ARMANDO. Dale, dale, que te toca a ti...
ALFREDO. Sabes que si le pego, te quedas sin nada...
ARMANDO. ¡Ok! ¡Está bien! Si es que logras pegarle… (Viendo sus anteojos.) Porque con esas lupas que tienes, lo dudo mucho… (Risas.)
ALFREDO. (Molesto.) ¿Te estás burlando de mis lentes?
ARMANDO. (Sigue burlándose.) ¡Dale! ¿Qué se va a hacer tarde…? Y ya va a ser hora de almorzar y mi mamá me va a llamar.
ALFREDO. ¡No te sigas burlando! Si te sigues riendo de mí, ya vas a ver… (Hace como que va a jugar y Alfredito se tapa la boca aguantando las ganas de reír.) Entonces, ¿te vas a seguir burlando de mí? (Arroja las canicas al suelo y se le encima tomándole por el cuello.)
ARMANDO. ¡¡Yaaaa!! Suéltame… (Logra soltarse.) Oye, suéltame, no te pongas bravo… No fue mi intención… ¡¡DISCÚLPAME!!
ALFREDO. (Llorando.) ¡¡Cállate!! Tú eres como los demás, todos se burlan de mis lentes… Yo no pedí ser así… Mi mamá me dijo que los necesito para poder ver bien y tú que dices ser mi amigo, te burlas como los demás, no es justo…
ARMANDO. (Apenado.) Oye, de verdad, discúlpame… No fue mi intención, cometí un error… Te prometo jamás volverme a burlar de ti… pero no llores… Mira, mi mamá me dice que la palabra de Dios dice: “un amigo es más que un hermano” y tú eres mi mejor amigo…eres como un hermano para mí y te quiero mucho; no nos volvamos a pelear por tonterías OK. ¡Dame esos cinco, amigo!
ALFREDO. (Secándose las lagrimas.) Bueno, pero ya sabes… (Estrecha las manos con Armando.)
ARMANDO. Bien terminemos.
VOZ EN OFF. (Interrumpiendo.) ¡Armandito!, ¡la comida está servida, ven a comer!
ARMANDO. ¡Epa! Me tengo que ir, mi mamá me está llamando.
ALFREDO. (Protestando.) ¿Y no vas a terminar de jugar?
ARMANDO. No, no, no... Mi mamá me está llamando, tengo que ser muy obediente por que eso le agrada a Dios. ¿No sabes que tenemos que honrar a nuestros padres? Después seguimos. (Sale de escena corriendo.)
TERCERA ESCENA
(Diecisiete años más tarde, Armandito convertido en un hombre se encuentra conversando con su mamá, quien está planchando.)
AMALIA. Menos mal, mijo, que por lo menos conseguiste un empleo estable, porque un muchacho corno tú, bachiller de esta República, haciendo cualquier cosa por ahí, no resulta. Imagínate que ninguna nevera se descompusiera, ¿qué va ser de nosotros? ¿Ah? Porque con lo poquito que gano planchando, no alcanza, y entre pagar el apartamento, la compra de la comida, y cancelar todos los servicios, se va todo el dinero, pero el Señor escuchó mi oración y pudiste conseguir ese empleo y hasta en gracia has caído, porque tu jefe te trataba muy bien, ¿no es así? (Armando no contesta ~ vuelve a preguntar) ¿No es así, Armando? Armando, ¿tú me estás escuchando?
ARMANDO. Sí, sí, yo te estoy escuchando, mamá, pero es que estoy apurado porque hoy es la fiesta de Lisbeth, y voy a ir con Belice. Es más, me acaba de llamar y me dijo que baje en 5 minutos y no quiero hacerla esperar.
AMALIA. (Preocupada.) Pero, ¡Armando! ¿En qué habíamos quedado? ¿No me dijiste ayer que me ibas acompañar a visitar a la hermana Rosa? Ella te aprecia mucho y le gustaría verte, además siempre te he dicho que ese camino que pretendes llevar, no te va a producir a nada bueno. ¿No sabes que la amistad con el mundo es enemistad contra Dios?
ARMANDO. (Molesto.) Pero bueno, mamá, ¿vas a empezar de nuevo con tu sermón? Siempre andas criticando mis amistades: que no te gusta lo que hacen…
AMALIA. Lo hago por tu bien. Tú naciste bajo la bendición de un hogar cristiano y tú me prometiste que hoy…
ARMANDO. ¡Que hoy nada mamá! Cambié los planes, ¿OK? ¿Tú crees que voy a perder mi tiempo con esa señora? No, mamá, lo siento mucho, además, ¡que la visite su familia! ¿Es que acaso se olvidaron de ella, que nosotros tenemos que estar arriba de ella?
AMALIA. ¡No hables así, Armando! Te desconozco… ¡Me estas faltando el respeto!
ARMANDO. Lo siento, mamá, pero es que a veces tú me cansas con tus sermones. Y me da mucha rabia. (Calmando las cosas.) Mira, dejemos esto hasta aquí, no quiero seguir discutiendo contigo, otro día te acompaño Ok…
AMALIA. (Reflexiva.) Como me gustaría verte en el grupo de danzas de la Iglesia. Danzándole al Señor… Dime: ¿cuándo piensas enseriarte con las cosas de Dios? Ya sabes lo que dice la palabra, “Acuérdate joven de tu creador en los días de tu juventud”. Él merece nuestra absoluta obediencia. A ver, explícame esto: ayer era Ana Teresa, ahora es Belice y mañana, ¿quién sabe? ¿Tú crees que vas a entrar en la universidad, si sigues con eso? ¿Si estás pendiente de fiestas y noviecitas?
ARMANDO. ¡Mamá, por favor! Yo entiendo que Jesucristo es mi Salvador, que murió por mí y todo eso, pero eso todavía no es para mí, ¡aún soy joven! Yo necesito vivir mi vida, ¡disfrutar mi juventud! Además, tú lo que quieres es tenerme sometido, tenerme aquí encerrado, ¿acaso tu me estás criando para que me quede contigo? Esta chica no te gusta, esta tampoco... ¡Yo no sé qué quieres tú!
AMALIA. Armando, yo solo quiero el bien para ti.
ARMANDO. ¡¡Ya!! No quiero escucharte más… ¡Me largo!
AMALIA. ¡¡Armando!! ¡¡Armando!!
(Armando sale de escena bruscamente, dejando a su madre sola.)
CUARTA ESCENA
(Al día siguiente, muy temprano por la mañana, Amalia se disponía a ir al mercado con Armando.)
AMALIA. ¡Dios del cielo! Yo no sé qué pasa con este muchacho... ¡Armando, Armando! ¿Se puede saber a qué horas llegaste?
ARMANDO. (Despertándose.) ¿Qué? ¡¡Déjame dormir!! Tengo mucho sueño…
AMALIA. ¡¡No vas a tener sueño, si llegas de madrugada…!!! ¡¡Bien bonito que te está quedando esa costumbre de llegar de madrugada!! Si así fueras cuando te digo que nos quedemos en la Iglesia para hacer una vigilia… (Armando se arropa la cabeza.) ¡Anda, levántate! Necesito que me acompañes al mercadito popular. Sabes bien que hay que ir bien temprano para aprovechar los precios, además tú sabes cómo se llena eso y necesito que me ayudes con las bolsas.
ARMANDO. (Levantándose.) Mamá, todas las semanas te acompaño al mercadito popular, pero entiéndelo, acabo de llegar. Y estoy bien cansado, además los muchachos me vienen a buscar más tarde para ir a la playa. (Se vuelve a arropar.)
AMALIA. (Sarcástica.) Así que, ¿te vienen a buscar de nuevo? Bien bueno contigo... ¿Por qué mejor no te mudas y vives en la calle…? Porque ya casi ni te la pasas en la casa.
ARMANDO. (Se levanta muy molesto.) ¡Sí! ¡¡Lo que me provoca es largarme!!¡¡Ahora no se puede dormir en paz en esta casa!!
(Armando sale de escena.)
AMALIA. ¡Armando! ¡No me hables así! ¡Mira que soy tu madre! ¡Armando…! Pero, ¿quién se ha creído éste que soy yo? Que el Señor reprenda el diablo… ¡Dios mío dame paciencia con este muchacho! (En ese momento toca la puerta Natalia, la amiga de Amalia en busca de unos palitos de fósforos.) Ahora quién será…
NATALIA. Buenos días, Amalia, ¿eso que todavía estás aquí? Ya te hacia en el mercado con Armadito, como ustedes salen bien temprano... Pero menos mal que te consigo, vine para ver si me puedes regalar unos palitos de fósforos que se me apagó la cocina y… disculpa la molestia.
AMALIA. No te preocupes, Naty, no faltaba más. (Los busca y se los da.) Aquí están, ¿vas al mercado?
NATALIA. Sí, ¿por qué?
AMALIA. Para ir juntas, porque Armando no podrá ir conmigo. ¿Vamos?
NATALIA. (Extrañada.) Ah, bueno. Vamos pues. Pasamos por la casa y con eso te cuento algo de Alfredo, pero primero llevamos los fósforos, busco el monedero y nos vamos. Ese muchacho no sé qué le pasa.
(Salen de escena.)
QUINTA ESCENA.
(Horas después aparecen en escena caminando Amalia y Natalia, con las bolsas del mercado, comentando.)
NATALIA. Ay no, Amalia, con estos precios no vamos a poder ni comer. Figúrate que ya subieron la harina de trigo, no se dónde iremos a parar...
AMALIA. Pero démosle gracias a Dios porque hasta ahora nunca nos ha faltado nada, y por ese mercadito que vende barato, porque yo vi. Esa misma harina la vi más cara la semana pasada en el abasto del señor Domingo.
NATALIA. Oye pero, no sé, a mí como que se me olvidó algo. ¿Qué será? ¡Ay! Se me olvidó comprar los fósforos...
AMALIA. (Risas.) Vaya, mujer, con esa cabeza tuya… Eres tan olvidadiza… No importa, no te preocupes, te voy a regalar una cajita que tengo en la alacena.
NATALIA. Gracias, mujer, eres tan buena… Eres una santa. (De pronto ve a dos delincuente en la esquina estaban drogados.) ¡Ay, Amalia! ¿Usted está viendo esos tipos de la esquina?
AMALIA. Sí, los he visto varias veces rondando el barrio. ¿Por qué, Natalia?
NATALIA. Porque esos tipos son unos delincuentes; le dicen los “morochos” y parece que lo están buscando y le digo una cosa: para nada bueno será. En el barrio dicen que la semana pasada mataron a uno por problemas de drogas… Mejor nos vamos por la otra calle…
NATALIA. No, se darían cuenta, además, ¿qué nos pueden hacer? Van a robar a dos pobres como nosotras… (Risas.) Vamos, el Señor nos cuida.
DELINCUENTE 1. Entonces my lady, buenos días. ¿Qué pasó, viejita? ¿Por qué van tan solitas? ¿Las acompañamos?
AMALIA. No, gracias, hijo, nosotras podemos solas.
DELINCUENTE 2. ¿Qué pasó morocho? ¿Te vas a meter con las señoras? No se preocupe mi vieja….
DELINCUENTE 1. ¿Qué pasó? ¿Por qué tan nerviosa, mi doña?
NATALIA. ¿Nerviosa yo…? Eh… para nada…
DELINCUENTE 1. Entonces, mi viejita, será que nos pasa alguito para comer…
AMALIA. Mira, muchacho, yo ni te conozco, y no te voy a dar nada porque ambos sabemos bien que no es para comer sino para comprar esa basura que te metes que además te está destruyendo la vida.
DELINCUENTE 2. (Molesto.) ¿Qué pasó, mi doña? Tampoco la cosa es así… (Saca una pistola.) Ahora, vieja estúpida, me vas dar la cartera o si no ¡¡te quiebro aquí mismo!!
AMALIA. ¡¡Suelta mi cartera!! ¡¡Auxilio!!
(Forcejean y el delincuente mata a Amalia.)
DELINCUENTE 1. ¡¡Vámonos!! ¡¡Te quebraste a la vieja!! ¡¡Corre!! (Salen corriendo.)
NATALIA. (Desesperada.) ¡Amalia, Amalia! ¡No! ¡Auxilio!, ¡ayúdenos!, ¡alguien que me ayude!, una ambulancia, ¡por favor!
AMALIA. (Agonizando.) ¡¡Natalia!!, me muero… me muero… Natalia..., cuida de mi hijo... dile que lo amo… que nunca se aparte de los caminos del Señor…... dile que lo amo... (Expira.)
NATALIA. (Gritando.) ¡¡Amalia!! ¡¡Amalia!!
(Entra en escena Armando apresuradamente.)
ARMANDO. ¿Qué pasó? Señora Natalia, ¿qué le pasó a mi mamá?
NATALIA. ¡La mataron! Armando… ¡la mataron!
ARMANDO. (Conmocionado.) ¡¡Noooo!! ¡¡Mamá!!, ¡¡mamá!!, (Grita desesperado pidiendo ayuda.) Mamá, despierta, estoy aquí, soy Armando, tu hijo Armando… ¿Quién pudo hacerte esto...? ¡Mamá, por favor, no te vayas!, por favor, ¡no me dejes solo!, contéstame mama... mamá, te quiero, tal vez no lo demostré cómo te lo merecías... si tú te vas, ¿quién va a estar en tu lugar? Nadie podrá sustituirte, ¿quién paralizó tus manos que trabajaron tanto por mí...?, ¿quién apagó tu voz...? ¡Mamita querida...! (Entona la canción y luego exclama.) Mamá: ¡¡TE PROMETO QUE VOY A SEGUIR A JESUCRISTO!! Escúchame: ¡¡acepto a Jesús!!