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domingo, 12 de abril de 2015

La fe es otorgada por Dios y es alimentada y sostenida por Él mismo: una certificación que el creyente tiene de que Dios está con él y dentro de él

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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LOS DONES ESPIRITUALES  EN TU VIDA Y LA IGLESIA
 Por los rasgos que le son señalados a quienes ejercen alguna forma de gobierno notamos que no sólo deben poseer cualidades humanas que los distingan, sino que, de un modo u otro, estas vienen a ser la expresión de la obra divina en ellos. Esto se pone de manifiesto en los requisitos necesarios tanto para el nombramiento de los pastores u obispos, como de los diáconos (1 Ti 3:1–13).
La iglesia es como un gran edificio en proceso de construcción, o un cuerpo integrado por muchos miembros. Su gran característica es que el edificio crece por las “piedras vivas” que van siendo agregadas por la acción de otras piedras semejantes, y así sucesivamente.
De manera que a la iglesia cristiana le ha sido dada una dinámica muy singular y particular. ¿De dónde proviene? ¿A qué se debe? ¿Dentro de cuál marco se da? ¿Cómo debe ser canalizada? Estas son algunas de las interrogantes que nos plantea el tema sobre los dones espirituales.


  1.      LOS DONES: NOVEDAD DE LA IGLESIA CRISTIANA

La fe cristiana presenta ante el mundo aspectos sumamente singulares. Por un lado enseña que ante la incapacidad del ser humano de resolver su problema de justificación ante Dios y, por tanto, de estar destinado a la condenación eterna, Dios se hace realmente hombre, cumple lo que éste no pudo, sufre y triunfa en su lugar. Una vez hecho esto, se abre el camino y la posibilidad de salvación y vida eterna. Esta acción divina en la persona de su Hijo Jesucristo es la expresión de su gracia y de su amor. A esto se le llama el “don” o regalo de la gracia de Dios (Ro 5:15, 16, 17; 2 Co 9:15; Ef 2:8).
Otro de sus elementos singulares lo constituyen los regalos o dones espirituales. Estos son dados por el Señor mediante el Espíritu Santo. Son otorgados como regalo divino con propósitos definidos y dan al seguidor de Jesucristo y a la iglesia un toque diferente de todo lo que se da en el mundo. Se afirma en ambos casos que dicha fe no sólo viene de Dios, sino que se alimenta y se sostiene por el poder de Dios. La fe y la experiencia cristianas no son simplemente respuestas humanas a un llamado de Dios, sino una certificación que el creyente tiene de que Dios está con él y dentro de él, y que el Señor le da capacidad especial para que tome parte activa en el desarrollo de sus actividades en el mundo.
Lo dicho anteriormente da la impresión que estuviéramos comparando la fe cristiana únicamente con otras creencias y vivencias religiosas. Pero no es así. A través de los siglos y por diferentes razones, la fe de los evangélicos perdió muchas veces su verdadero carácter sobrenatural. Se volvió una religión impuesta por el poder político o religioso, una simple expresión cultural, una característica y necesidad social que debía llenarse para formar parte del grupo, o bien un apegamiento a ritos y ceremonias externas. Lo profundo, lo íntimo, lo que verdaderamente vincula lo divino con lo humano, la vivencia de lo sobrenatural, se perdió.
Esto es lo particular del tema de los dones espirituales pues nos lleva a considerar una serie de elementos que le dan a nuestra fe y a la iglesia, distinción y peculiaridad. En el continente americano existe una vasta experiencia en este campo. El crecimiento que ha vivido la iglesia cristiana evangélica que, según algunos analistas, en cien años pasó de los cincuenta mil cristianos a unos 40 o 50 millones, evidencia el modo en que la fe en la realidad diaria ha afectado a tantísimas personas. Una muestra muy importante de que esto ha ocurrido está en la forma como el Señor ha derramado sus dones sobre el pueblo de Dios.
Pero el reverso de este asunto está en las falsificaciones que se dan respecto a los dones, del mal uso que hacen algunas personas, pastores y congregaciones, lo cual nos lleva a tener muy presente las advertencias de Jesús cuando enseñó: “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mt 7:22, 23).
De manera que algo que es tan precioso para la fe tiene también su elemento de cuidado. ¿En qué marco bíblico y práctico se dan los dones espirituales?


  2.      ¿QUÉ SON LOS DONES ESPIRITUALES?

En primer lugar, los dones espirituales se mencionan directamente en diversas partes del Nuevo Testamento (Ro 12:6–8; 1 Co 1:7; 12; 14; Ef 4:7, 8, 11; 1 P 4:10; 1 Ti 4:14; 2 Ti 1:6).
En modo indirecto, igualmente, fueron anunciados por el profeta Joel; por Jesús a sus discípulos, y confirmados el día de Pentecostés y en otras oportunidades (Jl 2:28; Mr 13:11; Lc 12:11; Jn 14:12; Hch 1:8; 2:1–21, 33; 10:44, 46; 19:6).
En segundo lugar, los dones se otorgan, como parte de la gracia divina, a los que obedecen a la fe de Jesucristo, según la voluntad del Espíritu del Señor (1 Co 12:1–11).
En tercer lugar, los dones son definidos a partir del sentido de la palabra “don” que implica mostrar favor, dar gracia, gracia que se hace efectiva en palabra y obra. En un sentido estricto el término significa capacidades sobrenaturales dadas por el Espíritu Santo a los cristianos para servicios especiales.
En la teología se hace una diferencia entre los “dones naturales” y los “sobrenaturales”. Los primeros tienen que ver con las cualidades que corrientemente tienen las personas para el desempeño de su vida, como las capacidades musicales, científicas, etc. Es lo que traen las personas como parte de su dotación natural para la vida. Los dones espirituales en cambio, son poderes o capacidades especiales, que cuando las personas conocen al Señor, les son otorgadas directamente por el Espíritu con fines especiales.
En cuarto lugar, como se ha señalado, es el Espíritu Santo quien los otorga. La palabra nos indica varias formas en las que se reciben dichos dones. Por un lado el Espíritu los da “como él quiere”, lo que posiblemente indica la persona a quien lo da y su capacidad para administrarlo, la oportunidad en que lo hace, la experiencia al recibirlo, la medida del poder o capacidad dada, y la variedad o cantidad de dones que les es dada a las personas, ya que una misma persona puede tener uno o más (Mt 25:14–30; 1 Co 12:11; 14:12). Otro modo como es recibido el don es por medio de la oración de la persona que desea el don, busca el mejor provecho, y lo pide al Señor (1 Co 12:31; 14:1).
En quinto lugar, en la explicación teológica de los dones del Espíritu se da una profunda disparidad. Un sector enseña que los dones fueron exclusivos para la iglesia primitiva y que cesaron en el siglo cuarto D.C. cuando la iglesia se había fortalecido lo suficiente.
Otro sector explica la vigencia de los dones en todos los tiempos de la iglesia y en todos los lugares, como algo que es propio de ella, del nuevo pacto, y como elemento vital para su edificación y su propagación. Esta perspectiva se fundamenta, no sólo en los caracteres mismos de los dones, sino en la función que cumplen en el cuerpo de Cristo, pues son los que realmente capacitan y movilizan a los cristianos para que la iglesia no sea un simple edificio o monumento, sino un organismo dotado de gran vitalidad, acción, movilidad y eficacia. Además se señala que los dones no desaparecerán sino hasta la segunda venida de Jesucristo (Ro 12:3–8; 1 Co 12; 14; 1 P 4:10; 1 Co 13:8–10).
La historia de la iglesia testifica igualmente que los grandes avivamientos espirituales tanto en congregaciones como en regiones de la tierra, vienen acompañados de muchas manifestaciones del Espíritu Santo, y entre ellas también los dones. América Latina, en diferentes congregaciones y denominaciones, regiones y épocas, ha conocido esta gracia divina, aun en círculos en los que no se pensaba ni se le buscaba. Los dones siempre vienen a recordar que la iglesia de Jesucristo no se mueve en función de la capacidad humana, sea ésta la posesión o carencia de poder político, económico o de otra naturaleza, sino en función de lo que “viene de arriba”, esto es, en el plano de lo sobrenatural.


  3.      ¿CUÁL ES LA FUNCIÓN DE LOS DONES?

Según la enseñanza apostólica, fundamentalmente, hay una función: edificar el cuerpo de Cristo.
La edificación corresponde a una responsabilidad asignada por el Señor a cada cristiano, hombre o mujer. Por lo tanto, Dios provee la capacidad para hacerlo. Si el hermano no responde debidamente, o se descuida, o los emplea en forma irresponsable, eso es otra cosa. Pero la responsabilidad y la capacidad son parte del vivir cristiano (Mt 25:14–30; Lc 19:11–27; 1 Co 3:10, 12, 13, 14, 15).
En un capítulo anterior fue señalado lo que Dios quiere: que si bien en la iglesia debe haber dirigentes, no sean éstos los únicos que hagan la obra del ministerio, sino cada uno de los hijos de Dios. Esta expresión “cada uno” o “alguno” es señalada específicamente en varios textos (1 Co 3:8, 10, 12–14, 17; 12:7, 11, 18, 28; 1 P 4:10). Y en Efesios se indica “la actividad propia de cada miembro” que al darse en forma concertada y unida hace crecer el cuerpo en amor (Ef 4:16).
La otra función tiene que ver con la conversión de los incrédulos, cuando miran las manifestaciones sobrenaturales, dadas en orden, y así reconocen la presencia del Señor (1 Co 14:23–25).
Al entender que los dones son capacidades para servir, hay dos factores que se desprenden de esta idea. Primeramente que no son, ni deben ser empleados para el beneficio personal, ya sea éste el simple placer de exhibir un poder especial, o un medio para tener dominio sobre las personas, para influir en ellas u obtener algo de ellas como fama o dinero. Lo que en términos religiosos se conoce como “simonía” se desprende del caso de Simón el mago, quien engañaba a la gente, tenía gran reputación por sus artes, y vio en los dones del Espíritu un medio muy eficaz para reforzar y ampliar su condición, para lo cual ofreció dinero al apóstol Pedro. Este reprendió duramente dicha actitud (Hch 8:9–13, 18–24).
En las congregaciones a menudo se observa fácilmente a hombres y mujeres que emplean sus dones, o aun, una falsificación de dones, especialmente lenguas, profecía e interpretación, para impresionar a la gente, exaltarse ellos mismos e ir tomando control de la congregación. Hacen uso ilegítimo de lo que Dios les ha entregado para otro fin, y esto tarde o temprano el Señor lo juzgará (Ro 2:16; Mt 7:21–23; Hch 19:13–16; Stg 1:22).
El otro elemento que se desprende de la finalidad de los dones es que son dados porque hay muchas necesidades que llenar; en muchos casos son las “buenas obras” que deben hacer los cristianos, y que “Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Ef 2:10). Es para que los cristianos sean útiles los unos a los otros, y aun para los no cristianos, que se dan dichas capacidades.
Los abusos en la administración de los dones, o la falsificación de ellos, han hecho que muchas personas vuelvan las espaldas a esta verdad bíblica. Pero tomar este camino, es igualmente peligroso, porque cierra la vía al manantial de gracia que vivifica a la iglesia. Así es como pueden caer las congregaciones en una religiosidad mecánica, basada en los simples recursos humanos y por tanto, desprovista de testimonio y efectividad en su vida y labor.


  4.      DONES Y MADUREZ ESPIRITUAL

Según lo que se puede deducir de la lectura de la primera carta a los Corintios, el Espíritu Santo otorga los dones, pero su posesión no indica que quien los recibe necesariamente sea una persona espiritualmente madura. Y por madurez en dicho contexto se puede entender una característica de los cristianos que han llegado a un entendimiento de su condición como hijos de Dios y como partes de un cuerpo, por lo cual sus actitudes y acciones deben condicionarlas a esta nueva posición. Los corintios habían recibido dones “de tal manera que nada os falta en ningún don”. Pero al mismo tiempo, el apóstol no les podía hablar “como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo” (1 Co 1:4–7; 3:1–4).
Para muchos es un problema comprender por qué Dios otorga capacidades especiales como los dones a personas que no reúnen las condiciones ideales para emplearlas correctamente. Se pueden dar varias respuestas. Una es que el amor, la gracia y la buena voluntad del Señor hacia sus hijos y hacia su cuerpo se expresan en sus dádivas. Aun más, por medio de ello Dios arriesga algo de su parte con las personas. En su profundo interés por el ser humano Dios hace lo posible por demostrárselo, sea por medio de Jesucristo como don perfecto, o por medio de esta otra gracia que son los dones.
También se puede pensar que Dios da los dones a personas no maduras porque “el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil 1:6). El Señor no mira al creyente sólo como él es “ahora”, sino como será en los años que vienen. Y da por sentado que su obra en las personas crecerá, aumentará, se perfeccionará, por lo que se debe dar cuanto antes oportunidad y responsabilidad a sus hijos.
Lo anterior representa incluso un patrón mental que todo pastor debe aprender a desarrollar, y es que si Dios se arriesga con nosotros, nos llama, nos da, nos capacita y aun está dispuesto a soportar muchos de nuestros errores, los pastores no debemos hacer menos. La tendencia en muchos líderes es esperar de los creyentes títulos en materias religiosas, o que estén largo tiempo sentados en las bancas antes de poder asignarles alguna tarea. Dios comienza temprano. Él sabe que si a las personas no se les asigna responsabilidad y metas, la tendencia será sólo querer recibir y no dar, a vivir tranquilo sin comprometerse, lo que resultará en un edificio con piedras muertas y no vivas.
Dios también da por sentado la responsabilidad que les compete a los pastores en la formación de sus hijos. Èl entiende que sus pastores enseñan a sus rebaños estos elementos básicos para las relaciones y actividades de la iglesia. De manera que a la gracia del Espíritu al entregar los dones debe ir aparejada una acción pastoral de enseñanza, orientación y supervisión, y cuando sea necesario, de disciplina.
Muchas de las experiencias negativas acerca de los dones se han debido, no sólo a que en algunas congregaciones no se permiten, sino a que aun en aquellas que son estimulados fervorosamente, falta el marco adecuado de enseñanza y supervisión. Por ejemplo, muchas congregaciones de tipo pentecostal o carismático dan un énfasis casi exclusivo a las lenguas y a la profecía y dejan fuera los demás dones. Esto trae un desequilibrio, motivación para ciertas cosas e inhibición para otros dones que cumplen un papel importantísimo en la vida del cuerpo de Cristo (1 Co 12; 13; 14).
Además olvidan las reglas que el mismo Espíritu Santo ha dado para evitar confusión y abusos, como con respecto al empleo de las lenguas en el culto público. Igualmente, referente a la comunicación de profecías sin ser examinadas, ya sea cuando son dadas a la congregación, o como lo están practicando muchos grupos, la profecía debe ser escuchada y juzgada por hermanos que tienen el discernimiento para hacerlo.
De manera que en materia de dones no podemos afirmar que la posesión de un don es sinónimo de madurez espiritual. Tampoco podemos exigirle al Espíritu que los otorgue sólo a los que creen ser maduros, porque él es soberano. Lo que señala claramente es la responsabilidad del cristiano para usarlos correctamente, y señala también la responsabilidad pastoral de enseñar estos asuntos como lo indica la palabra de Dios.


  5.      LOS DONES EN LA VIDA DE LA CONGREGACIÓN

Debido a lo anteriormente comentado, se hace del todo necesario tener un marco de comprensión más claro respecto a los dones. Conviene señalar los siguientes elementos.
Primeramente que los dones aunque son dados a personas, deben ser empleados en función de un todo que es el cuerpo de Cristo, ya sea en su sentido más amplio o bien en el de una congregación local, sea ésta numerosa o que sólo esté integrada por unos pocos hermanos.
La mención de los dones viene precedida en el Nuevo Testamento por la noción de un cuerpo integrado por muchos miembros, cada uno de estos con diferentes funciones, pero no independientes, sino coordinadas y orientadas hacia un fin (Ro 12:3–5, 6–8; 1 Co 12:12–30). Este es el genuino punto de partida de este tema. Si los dones se promueven en las congregaciones como una “emocionante experiencia espiritual”, o un campo “secreto” de conocimiento, o cosas semejantes, lo que se hace es poner un fundamento falso. La integración a un organismo vivo, su participación seria y responsable en él, conforme lo traza la palabra de Dios, es lo que debe presidir toda enseñanza en este campo.
En segundo lugar estas capacidades que otorga el Espíritu a los hijos de Dios son, para edificación de la congregación, no para exaltación o intereses personales (1 Co 14:3–6, 12, 17, 19, 20, 26). La edificación está relacionada con necesidades y aspectos muy variados tanto en la escala personal, como familiar y congregacional. Tiene que ver con necesidades espirituales, organizacionales, administrativas, y de salud, como se verá más adelante en la clasificación de los dones. De manera que el Señor los da para que los creyentes no encierren su vivencia cristiana dentro de sí mismos sino para que contribuyan siendo útiles a los demás y al cuerpo de Cristo.
El Espíritu Santo ubica sus capacidades como él quiere. No puede complacer a todos con lo mismo porque no todo el cuerpo puede ser sólo manos u ojos o piernas. Debe haber variedad porque se trata de funciones o formas de servicio que se conceden a cada uno. Además, él considera que a unos debe darles más honor que a otros, porque lo necesitan. Es lo que se percibe en muchos lugares acerca de hermanos que parecen no tener mucho valor ante los ojos de algunos pero de repente el Espíritu los capacita con algo que les ayuda a levantar su condición. Este privilegio lo ejerce el Espíritu a su propio arbitrio (1 Co 12:14–30).
Algunos hermanos sólo se interesan en dones espectaculares, en parte por lo llamativos y en parte a veces porque los mismos pastores destacan y promueven únicamente dichos dones. Aquí se exige humildad en todos los casos y sujeción a la voluntad del Espíritu. Incluso, cuando un cristiano pide un don, a menos que esté muy convencido de la razón por la cual lo pide, su oración debiera ser siempre para que le sea dado el que el Señor considere más necesario para su cuerpo, sea éste evidente o no. Lo importante para el hermano debe ser siempre que se realice plenamente el interés de Dios en su iglesia.
En tercer lugar, los dones al funcionar en un cuerpo deben estar sujetos a la cabeza que es Cristo. Esto quiere decir emplearlos tal y como él ordena. Pero en cuanto a la iglesia visible, la congregación, los dones deben sujetarse a su respectivo ministerio o liderazgo. Desde luego que a veces los mismos líderes no se ajustan a la enseñanza de la palabra y entonces poco o nada pueden hacer para orientar a los hermanos, por lo que es un deber muy grande de todo pastor, y de quienes le acompañan en su labor, tener la mayor información posible y trazar líneas directivas para toda la congregación.
Generalmente los aspectos conflictivos de los dones se presentan con respecto a las lenguas, la profecía y la sanidad. En las primeras por el ejercicio libre que algunos quieren ejercer en público, quizá más que todo como una demostración de su relación con Dios. Las directivas del Señor son que las lenguas son para la conversación privada del creyente con el Señor, lo cual debe hacerse igualmente en privado (1 Co 14:1–28).
En cuanto a las profecías, se enseña que pueden “profetizar todos uno por uno”, que los “profetas hablen dos o tres, y los demás juzguen”, y que sus espíritus estén “sujetos a los profetas” (1 Co 14:31, 29, 32). Se entiende en este contexto que cuando los profetas hablan es para edificar, exhortar (o sea, animar) y consolar (1 Co 14:3). Generalmente, cuando esto se hace no hay problemas. Esto se da cuando la profecía se refiere a supuestos acontecimientos que van a venir, a declaraciones sobre personas de la iglesia, como que están en pecado, o que deben hacer esto o aquello, o a acusaciones contra la congregación.
La profecía usada de este modo se torna conflictiva y peligrosa, aunque no siempre, pues a menudo el Señor revela cosas ocultas o necesarias. Primeramente hay que recordar que la profecía verdadera proviene del Señor. Pero también hay falsificaciones que proceden de las personas, según su estado de ánimo, sentimientos adversos hacia hermanos o hacia la congregación, intereses personales o familiares que se escudan con aquello de “esto dice el Señor: Hijitos míos …” También la falsa profecía puede provenir de Satanás.
Cualquier cosa que se haga pasar como profecía puede provenir de las tres fuentes mencionadas. Por esto es un deber de la congregación conocer estos asuntos. Y es responsabilidad también de los pastores enseñarlo y saber emplear los correctivos necesarios para que la congregación no reciba de buenas a primeras todo como si fuera de Dios, para que no caiga bajo la engañosa manipulación de algún “profeta” o “profetiza” que incluso puede ser hasta el mismo pastor, o bien que sea sometida a tensiones interpersonales, a esperar el cumplimiento de acontecimientos extraños y otras cosas semejantes.
De todo lo anterior se impone una adecuada enseñanza de la palabra. Además una sujeción a ella y al ministerio de la iglesia y un examen de profecías cuando éstas son de carácter conflictivo.
La falta de conocimiento y obediencia a la palabra de Dios, puede conducir, no a la libertad del Espíritu, sino al libertinaje y corrupción de tan precioso don. De esto testifican muchos casos de iglesias divididas, hermanos heridos, matrimonios que nunca debieran haberse hecho, enemistades entre creyentes, pastores calumniados o pastores que no quieren enfrentar su responsabilidad, simplemente porque dicen “esto dice el Señor”, y porque no aplican los principios de la palabra de Dios.
En cuarto lugar, es tarea del liderazgo de la congregación enseñar lo que la palabra muestra respecto a los dones, orar para que ellos sean manifestados y reconocerlos. Es el caso por ejemplo cuando el Señor da dones de sanidad a algunos hermanos y no se les da la oportunidad de ejercerlos, pues algunos pastores piensan que ellos son los que deben hacerlo. Vale la pena integrar hermanos que posean un don para que lo ejerzan como ministerio en la congregación. Así se debe hacer en otros casos de dones para que la congregación pueda tener la variedad necesaria para sus necesidades y operaciones. Lo que claramente dice el Espíritu Santo sobre la forma como él arregla el cuerpo, es que los pastores solamente tienen una parte en el gobierno y una parte de las capacidades. Para otras necesidades distribuye los poderes a otros hermanos como él quiere. Esto debe ser reconocido, respetado y estimulado.
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jueves, 2 de abril de 2015

Con la palabra echó [Jesús] fuera a los demonios, y sanó a todos los enfermos; para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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Dones de sanidades, milagros y profecía
Con seguridad podemos afirmar que estos dones están entre los que más desafíos presentan, sobre todo los de sanidades y de milagros. Parece que si alguna vez se manifiestan en la Iglesia, es siempre «allá lejos», en el Africa o en la India, o en cualquier otro sitio donde USTED no esté. Su acción en la iglesia contemporánea también ofrece un desafío al escepticismo en todos nosotros, porque la verdad es que, cuando realmente ocurren «allá lejos», resulta difícil documentarlos. Algunos líderes que se oponen a la manifestación de estos dones en la iglesia contemporánea dicen que la respuesta a esta cuestión es simple. Son difíciles de corroborar porque no están ocurriendo. ¡No se puede argumentar lo que no existe!
Por otro lado, están los que sí creen que suceden, incluso los que han tenido que enfrentar la muerte de un ser querido como consecuencia de una enfermedad terminal, la pérdida del trabajo, la de su casa o aun la de una relación, porque «la sanidad» o «el milagro» nunca se produjo. Ni siquiera dio resultado el esfuerzo de cruzar el país hasta llegar al que ofrece «sanidad por medio de la fe», mucho menos las aparentemente interminables sesiones de intercesión y fe de los santos locales.
¿Y qué decir de la profecía? Por supuesto, hay numerosas palabras proféticas que muchos de nosotros podemos haber escuchado y que nos han orientado, alentado y confirmado. Pero además, muchos otros han escuchado «promesas proféticas» de bendición, prosperidad y avivamiento que nunca se han cumplido, al menos hasta el momento, o no en la forma en que lo sugería la «profecía».
¿Qué debe hacer al respecto el cristiano sincero?
¿Qué debe hacer? Seguir adelante, eso es lo que hay que hacer. No queremos extremar el uso de un solo principio, pero en todo este asunto de las manifestaciones espirituales, DEBEMOS tener presente el pasaje de 1 Corintios 13.9, 12: «Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos[…] Ahora vemos por espejo, oscuramente». Vivimos aprisionados entre las bendiciones presentes y parciales del Reino de Dios, y las bendiciones futuras aun no consumadas. El Espíritu con sus manifestaciones están tan disponibles hoy como en el primer siglo, pero eso no significa que podamos experimentar la perfección consumada con sólo hacer o creer lo que corresponde. No fue así ni siquiera en la iglesia primitiva. El mismo Pablo que se echó sobre el cuerpo exánime de Eutico y presenció su milagrosa resurrección (Hch 20.9, 10), le dijo a Timoteo:«A Trófimo dejé en Mileto enfermo» (2 Ti 4.20), sin la menor insinuación de que se debiera a falta de fe o alguna causa semejante. Quizás se debía al hecho de que la consumación plena del Reino todavía no se ha dado y, por razones que no entendemos, Dios en su soberanía decidió no tocar a Trófimo. Mientras contendemos a favor de estos dones, no debemos pasar por alto el factor de la soberanía, ya que Pablo afirma claramente que «todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como El quiere» (1 Co 12.11). ¿Por qué dar sanidad, o cualquier otra manifestación, a una persona y no a otra? Sólo Dios lo sabe. Nuestra responsabilidad es «procurar» seriamente obtener los dones; la de Dios es repartirlos.
Dones de sanidades
No necesitamos comentar mucho este don; el cuerpo físico es importante para Dios (1 Ts 5.23), y en ocasiones necesita de su toque sanador. El punto de partida de la expectativa que la iglesia primitiva tenía respecto a la sanidad física milagrosa es el ministerio de Jesús mismo, un ministerio anclado en el Antiguo Testamento. «Con la palabra echó [Jesús] fuera a los demonios, y sanó a todos los enfermos; para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías» (Mt 8.16, 17). «Sólo entre los intelectuales y en una “era científica” se piensa que es demasiado difícil que Dios sane a los enfermos… eso es cierto, lamentablemente, en cuanto a muchos cristianos contemporáneos, cuya teología ha ocasionado una tajante dislocación entre el “entonces” y el “ahora” de la acción de Dios. Esta pareciera ser una interpretación incorrecta del Reino, que según el Nuevo Testamento fue inaugurado por Cristo en el poder del Espíritu, quien continúa la obra del Reino hasta la consumación».1
Lea los siguientes pasajes, observando con quién, o con qué, se asocia la enfermedad frecuentemente.
Lucas 13.16
Juan 5.13, 14
Santiago 5.15
Lea los siguientes pasajes e identifique cuál es la voluntad de Dios respecto a la sanidad.
Éxodo 15.25b, 26
Éxodo 23.25
Salmo 103.1–3
Según 1 Corintios 6.13, ¿qué piensa Dios respecto al cuerpo humano?
Dios se ubica decididamente del lado de la sanidad, y ha puesto en el ser humano un impulso sanador que lo lleva a luchar contra la enfermedad y las dolencias. Hay una serie de razones en la Biblia que indican el porqué no siempre son sanadas las personas, incluidas la falta de fe y la posibilidad del pecado en sus vidas; sin embargo, la primera razón por la que la gente no se sana es la que hemos apuntado más arriba: el Reino no ha llegado todavía a su consumación en cuanto a experimentar la sanidad, a pesar de que Jesús hizo provisión perfecta para ella con su obra en la cruz. ¡No hay nada que podamos hacer para disfrutar la plenitud del Reino antes de que Jesús venga otra vez, excepto alabar a Dios por el día en que experimentaremos el sometimiento de toda enfermedad bajo sus pies! Pero en todo esto, Dios tiene un solo anhelo y es que la raza humana sea sanada. Sin lugar a dudas, Dios mismo siente dolor por las limitaciones que El mismo se ha impuesto en relación con las manifestaciones actuales de su Reino. Cuando la gente no se sana, no se debe a la voluntad de Dios, sino al hecho de que la plenitud de lo que Jesús obtuvo aguarda aún su regreso para cumplirse total y definitivamente. Destellos de la plenitud del Reino aparecen de vez en cuando, aunque nunca podemos saber el momento en que se van a manifestar los dones de sanidades. Por ese motivo deberíamos orar siempre y estar a la expectativa de una manifestación de los dones de sanidades, sabiendo que Dios quiere sanar.
Jesús y las sanidades
¿Cómo resume Mateo, en parte, el ministerio de Jesús? (4.23; 9.35)
¿Cómo lo sintetiza Lucas? (Hch 10.38)
Mateo adapta Isaías 53.4 al ministerio de sanidad física de Jesús (8.16, 17). ¿A qué aplica el apóstol Pedro este mismo versículo? (1 P 2.24). ¿Qué nos dice esto acerca de la profecía de Isaías?
Según Romanos 8.9–11, ¿qué es lo que quiere dar el Espíritu Santo a nuestros cuerpos?
El contexto aquí muestra que la vida que da el Espíritu incluye nuestra resurrección corporal definitiva; sin embargo, el llamamiento que aparece a continuación (vv. 12–18) muestra que también se refiere a la vida que nos da aquí y ahora por medio de la sanidad física.
¿Por qué dones de sanidades?
Pablo usa el plural en todo el pasaje, tanto para referirse a «dones» como a «sanidades» (1 Co 12.9, 30). Nadie sabe con certeza por qué lo hace. Algunos eruditos creen que «dones» está en plural para destacar el hecho de que esta manifestación no es de carácter permanente ni reside en la persona. Igual que con las demás manifestaciones, está disponible a cualquiera de los miembros del cuerpo, según lo disponga el Espíritu; aun si una persona manifestara reiteradamente este don, no significa que lo posea como un don permanente; incluso, ni debería usarse en ningún caso como un título: «El sanador por fe “Juan Pérez”».
En cuanto al uso del plural en la palabra «sanidades», quizás la clave nos la dé el campo de la medicina, donde es evidente que la salud es una cuestión compleja. Es frecuente que un médico se especialice en un área específica de la medicina. Aun más, el ser humano puede estar enfermo en sentido físico, como también en emocional, mental o espiritual. El plural, entonces, podría indicar que el Espíritu Santo usa a determinadas personas, de una forma más específica, para un tipo de enfermedades y a otras para otro tipo. (Este enfoque concuerda con el contexto, que favorece la interdependencia, y sería, por cierto, una manera de ayudar, a quienes son usados en estas asombrosas manifestaciones, para que no «se les vaya a la cabeza».) El uso de los plurales también podría indicar la diversidad de formas en que se presenta esta manifestación del Espíritu.
Lea los siguientes pasajes y observe las distintas maneras en que Jesús obró sanidad:
Mateo 8.1–4
Mateo 8.5–13
Mateo 9.18–26
Marcos 7.31–37
Juan 9.6, 7
El hacer milagros
     Riqueza literaria
Milagro, Udunamis. Esta es una de las cuatro palabras griegas que significan «poder» y es también una de las tres palabras que en griego describen un suceso sobrenatural. Las otras dos son semeia (señales), y terata (maravillas), (véase Hch 2.22). Dunamis denota energía, poder, potencia, enorme fuerza, gran habilidad, fortaleza o milagro. Cuando se traduce como «milagro», describe el poder de la era venidera que se hace presente en la tierra, pasando por encima de las leyes naturales de causa y efecto. (Compárese la asociación de términos «dinámica» y «dinamita».)
¿Qué es lo que acompaña, según Marcos 9.1, la presencia del Reino?
En base a Marcos 5.30, la curación de la mujer que sufría hemorragia se produjo por una liberación de _______________
Cada uno de los pasajes que se mencionan a continuación usan la palabra dunamis para describir un hecho sobrenatural. Léalos y determine qué es lo que el Nuevo Testamento denomina como «milagro».
Lucas 1.34, 35
Lucas 4.36
Lucas 9.1
Hechos 19.11, 12
Según Lucas 10.19, ¿para oponerse a qué, necesita la iglesia de Dios que se obren milagros?
Conforme a Mateo 11.20–24, el hacer milagros tiene un fin que va más allá del bien específico que produce. ¿Cuál es ese propósito?
Según Mateo 13.54, en la vida de Jesús se observaba no sólo el hacer milagros sino también __________________.
Según Juan 14.12–14, ¿por qué es razonable que los cristianos esperen la manifestación de este don?
En Hechos 1.8 la venida del Espíritu Santo trae _______. ¿Cuál debe ser el resultado evidente?
En base a Hechos 5.15 y 9.40, ¿cuáles fueron algunas de las maneras en que la declaración de Hechos 1.8 se cumplió en la vida de Pedro?
El hacer milagros, entonces, es la manifestación de que Dios está obrando lo que de manera natural no podría hacerse. Ello trasciende las leyes naturales; es el resultado de la plenitud del Espíritu Santo en la vida de creyentes que con sinceridad buscan poder, y que, consecuentemente, manifiestan el poder que fluye desde su interior (cf. Lc 4.14). Como vimos anteriormente, este es un don que abarca un campo amplio y variado. «Aunque Pablo quizás incluyó los dones de sanidades bajo “el hacer milagros”, es más probable que esta manifestación abarque los demás tipos de actividades sobrenaturales, no solamente el de sanar a los enfermos».2
Profecía
Ya hemos dicho que «profecía» es un concepto bíblico muy amplio. Antes de seguir, por lo tanto, es preciso que dedique un momento a repasar la sección sobre «profecía» en la lección 8 y «Algunos, profetas» en la lección 9.
Para entender claramente esta manifestación del Espíritu tenemos que recordar el sermón de Pedro en el día de Pentecostés (Hch 2.14–36). «Según Hechos 2.4, 4.31, fueron todos llenos del Espíritu, y con respecto a Hechos 2.16ss es una señal especifica de la era del cumplimiento que el Espíritu no sólo toma posesión de algunos individuos sino que todos los miembros de la comunidad escatológica, sin distinción, están llamados a profetizar».3 Esta manifestación del Espíritu, por lo tanto, «consiste en mensajes espontáneos y comprensibles, inspirados por el Espíritu, pronunciados oralmente ante la asamblea reunida, con el propósito de edificar o estimular a los creyentes. No se trata, entonces, la entrega de un sermón previamente preparado[…], lo que sugiere 14.24 es que se trata de un don que está disponible, al menos en potencia, para todos los creyentes»,4
1 Corintios 14
Aprendemos mucho en cuanto a la forma de actuar y al propósito de esta manifestación en base al contraste que de ella hace Pablo en 1 Corintios 14 con los «diversos géneros de lenguas» y con la «interpretación de lenguas» en 1 Corintios 12.
¿A qué exhorta Pablo en relación con la profecía? (v. 1)
¿Cuáles son los tres propósitos primordiales de la profecía? (v. 3)
¿Quién se benéfica de las palabras proféticas? (v. 4)
¿Por qué se dice que «mayor es el que profetiza que el que habla en lenguas»? (v. 5)
¿Por qué prefiere Pablo la profecía en las reuniones congregacionales? (v. 19)
Según el versículo 22, ¿para quién es, en primer término, la profecía?
Según los versículos 24 y 25, la profecía tiene un papel que cumplir en la vida de los indoctos o incrédulos. ¿Cuál es ese papel?
«Indoctos» (del griego idiotes) se refiere a la persona sin instrucción en algo, en este caso el cristianismo. Es probable, por lo tanto, que se refiera a incrédulos, aunque algunos consideran que alude a creyentes que no han sido instruidos en lo relativo a manifestaciones espirituales.
¿Qué sinónimo de «profecía» usa Pablo en el versículo 26?
Según el versículo 29, todos los mensajes proféticos deben ser ____________________.
«Dos o tres» no significa que Pablo esté limitando a tres las profecías legítimas que pueden pronunciarse en cualquier reunión congregacional. Esto sería contradictorio con sus instrucciones de que «todos» pueden, potencialmente, profetizar (vv. 24, 31). Su preocupación, según el contexto, es que no debieran pronunciarse más de tres palabras proféticas a la vez, antes de que los demás tengan la oportunidad de «juzgar». Juzgar una profecía es discernir su coherencia con las verdades bíblicas ya confirmadas y su pertinencia o correspondencia con lo que se trate en la reunión. Las palabras proféticas pueden ser correctas desde el punto de vista doctrinal, pero inapropiadas a la circunstancia, sea porque no correspondan a ese momento concreto o porque se apliquen al individuo más que al grupo. En este caso, es mejor que la persona se abstenga de darlas a conocer y reflexione sobre ellas, teniendo en cuenta que «los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas» (v. 32), y que «si algo le fuere revelado a otro que estuviere sentado, calle el primero» (v. 30).
Según el versículo 31, ¿cuál es otra de las funciones que cumple la profecía?
¿Qué aprendemos en el versículo 32 respecto al «control profético»?
     Riqueza literaria
Sujetos, hupotasso. Literalmente, «estar debajo». La palabra sugiere subordinación, obediencia, sumisión, servicio. El don divino del hablar profético es puesto bajo el dominio y la responsabilidad del que lo posee.5
La «profecía» puede coincidir, en ocasiones, con el don de la «palabra de sabiduría» o la «palabra de ciencia», cuando se ofrece dirección práctica en determinadas situaciones; la profecía, sin embargo, parece dirigirse esencialmente a la congregación en su conjunto, en tanto que las otras dos manifestaciones son más bien para los individuos. Esta manifestación logra, básicamente en situaciones específicas y por medio de diversos creyentes, lo que el ministerio profético de Efesios 4.11 lleva a cabo mediante un ejercicio continuo del don.
     Sondeo a profundidad
Se discute mucho si a este don debe agregársele o no esta expresión: «Así dice el Señor Dios». Con la ayuda de una concordancia, busque al menos una docena de casos en los que se usa esta expresión en particular en la Biblia. ¿Quién la emplea? ¿Se utiliza en alguna de las profecías pronunciadas en el Nuevo Testamento? ¿Qué conclusión o conclusiones podemos obtener? ¿Cree que la manifestación del don de profecía de 1 Corintios 12 debe acompañarse con la expresión: «Así dice el Señor Dios»? ¿Por qué? Si su respuesta es sí, ¿considera que debe hacerse una distinción entre la manera en que se usa actualmente y cómo lo usaban los profetas clásicos del Antiguo Testamento? Si así fuera, ¿cuál es la diferencia? Evite adoptar una actitud dogmática, pero procure llegar a una conclusión práctica.

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domingo, 1 de mayo de 2011

El Ministerio del Espíritu Santo: Estudios a Nivel de Instituto Bíblico


El Ministerio del Espíritu Santo: Estudios a Nivel de Instituto Bíblico
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: 2MBytes | Idioma: Spanish |Categoría: Neumatología
Información
CONTENIDO
Cómo Usar Este Manual, 3
Sugerencias Para Estudio En Grupo, 3
Introducción, 5
Objetivos, 5

1. Introduciendo El Espíritu Santo, 7

2. Representando El Espíritu Santo, 19

3. El Ministerio Del Espíritu Santo, 26

4. El Bautismo Del Espíritu Santo, 39

5. Introducción A Los Dones Del Espíritu Santo, 51

6. Los Dones Especiales Del Espíritu Santo, 64

7. Los Dones de Habla Del Espíritu Santo, 87

8. Los Dones de Servicio Del Espíritu Santo, 95

9. Los Dones de Señales Del Espíritu Santo, 109

10. Descubriendo Su Don Espiritual, 122

11. El Fruto Del Espíritu Santo, 146

12. Las Obras De La Carne, 163

13. Desarrollando El Fruto Espiritual, 184
Respuestas de la Sección “Prueba Personal”, 194 

 Durante una de sus viajes misioneras el Apóstol Pablo cuestionó un grupo de creyentes sobre el Espíritu Santo. Él preguntó si ellos habían recibido el Espíritu Santo desde que ellos creyeron. Su respuesta fue, “Ni siquiera hemos oído que haya Espíritu Santo” (Hechos 19:2). Pablo compartió el mensaje del ministerio del Espíritu Santo con estos Cristianos (Hechos 19). Hoy es igualmente importante que los creyentes entiendan el ministerio del Espíritu Santo. Dios prometió: 

“Sucederá en los últimos días, dice Dios, que derramaré de mi Espíritu sobre toda carne. Vuestros hijos y vuestras  hijas profetizarán, vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños” (Hechos 2:17). 

El hecho que Dios está deseoso en este momento de verter Su Espíritu sobre nosotros hace este estudio importante. 

Nosotros debemos entender el ministerio del Espíritu Santo para ser parte de esta revelación especial del poder de Dios. El estudio del Espíritu Santo es uno de las doctrinas principales de la Biblia. Una doctrina es todas las enseñanzas que se relacionan a un asunto en particular. Pablo dijo: 

“... ocúpate en la lectura, en la exhortación y en la enseñanza” (1 Timoteo 4:13). 

No es a través de los poderes naturales del hombre  que Dios se mueve en nuestro mundo. Es a través del ministerio del Espíritu Santo: 

“No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los Ejércitos” (Zacarías 4.6).

Este curso examina la naturaleza y personalidad del Espíritu Santo. Discute los títulos dados al Espíritu Santo y os emblemas que lo representan. Los dos revelan mucho sobre Su ministerio. Se examinan los propósitos, dones, y o fruto del Espíritu Santo en detalle. Se dan las pautas prácticas para experimentar el bautismo del Espíritu Santo, identificando los dones espirituales, y desarrollar el fruto del Espíritu Santo. 

 OBJETIVOS DEL CURSO  Al concluir este curso usted será capaz de: 

  Describir la personalidad del Espíritu Santo. 
  Listar los varios nombres y títulos del Espíritu Santo. 
  Identificar los emblemas que representan el Espíritu Santo. 
  Describir el ministerio del Espíritu Santo. 
  Explicar cómo recibir el bautismo del Espíritu Santo.   
  Recibir el bautismo del Espíritu Santo. 
  Listar y definir los dones del Espíritu. 
  Identificar su don(es) espiritual(es). 
  Identificar el fruto del Espíritu. 
  Identificar las obras de la carne. 
  Desarrollar el fruto del Espíritu Santo en su vida.     
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