PREPARARSE PARA EL SALVADOR
Juan el Bautista señala el camino
TEXTO: Marcos 1:1–15 Propósito: A los niños se les requerirá su propia respuesta a la venida del Señor después de describir estos acontecimientos tempranos que encontramos al inicio del Evangelio según Marcos. Introducción para los maestros Anhelamos que cada uno de los niños que tenemos a nuestro cuidado se convenza de que ha de buscar al Señor, y esperamos que Él les llame mientras estén en nuestras clases. ¿Cómo podemos prepararles para que oigan? Juan el Bautista preparó al pueblo de Judea para la llegada de su Mesías. Podemos aprender mucho de él. Tres errores que debemos evitar.
El primer error que hemos de evitar es el de dar la impresión de que el arrepentimiento es “una buena obra”, o una forma de ganarnos la salvación. Juan el Bautista llamaba a la gente al arrepentimiento porque sabía que era la preparación adecuada para la visita del Salvador, el único que podía reformar el corazón mediante la obra del Espíritu Santo.
El segundo error es el de hacer que la lección se vuelva demasiado solemne. El arrepentimiento es, por supuesto, solemne, pero aquí lo estamos enseñando en el contexto de “ganancias” gloriosas. El motivo de la petición de arrepentimiento de Juan fue la gran venida del Señor, tan larga y ansiosamente esperada. Dejar nuestros caminos pecaminosos no se puede comparar en modo alguno con el privilegio de conocer al Salvador y sus bendiciones. El mismísimo Señor da un ejemplo de ello con la parábola de la Perla de gran precio.
El tercer error que hemos de evitar es aquel que el mismo Juan trata con minucia: concluir la lección con Juan y su misión en lugar de con el Señor y su obra (cf. Marcos 1:7)
Bosquejo de la lección Prepararse para recibir visitas.
Atrae la atención de los niños mediante la descripción de la forma en que se hacen los preparativos para recibir a las visitas especiales. A las clases de los mayores quizá les guste pensar en la preparación y revisión de la contabilidad antes de la llegada del auditor. Las clases de los pequeños habrán vivido la tarea de poner orden y de colocar exposiciones especiales en la escuela cuando preparan una fiesta para los padres. Recuerda a la clase que, cuando los líderes mundiales visitan otro país, es necesario hacer frenéticos preparativos —desfiles militares y banquetes de Estado— para impresionar al invitado. Prepararse para una visita real.
Luego haz que los niños se remonten atrás en el tiempo a un viaje de un personaje real. Explica que, en aquellos días, los reyes orientales, acompañados de sus sirvientes, tenían que viajar por los desiertos con una caravana de camellos, y cargar a los animales con todas sus pertenencias y todos sus regalos. Podían surgir todo tipo de problemas, que retrasarían su llegada durante semanas y hasta meses. No había teléfonos para avisar a sus anfitriones de la hora a la que esperaban llegar. La costumbre era, por tanto, que el visitante real o especial enviase a un mensajero por delante para que anunciara que ya se encontraba cerca. Los ciudadanos recibirían el aviso con tiempo para poder llevar a cabo los planes necesarios ante la llegada de su visitante. ¡Viene un Salvador!
Recuerda a la clase que ya en el principio del mundo, cuando Adán y Eva pecaron por primera vez y fueron expulsados del huerto de Edén, Dios había prometido enviar a un Salvador que llevaría el pecado y restituiría a Dios a aquellos que creyeran en Él. En todas las épocas del Antiguo Testamento, Él renovaba su promesa: a Abraham, a Moisés, al rey David y luego, con detalles aún más gráficos, a profetas como Isaías y Malaquías. Se promete un mensajero.
Tan grande e importante iba a ser la venida del Salvador que Dios prometió enviar a un mensajero para preparar su camino. Isaías predijo que este mensajero no aparecería en cortes reales, ni tampoco en el palacio de un rey judío, sino en el desierto. Profetizó que el mensajero sería una voz solitaria que llamaría al pueblo a prepararse para la venida del Señor y lo instaría a enderezar sus sendas (cf. Marcos 1:3). Luego indica a los niños que, aunque Isaías habló más de 700 años antes del nacimiento de Cristo, esto fue exactamente lo que ocurrió. Aparece Juan el Bautista.
Explica que su primo Juan apareció como un solitario mensajero en el territorio desértico situado a las afueras de Jerusalén, poco antes de que el Señor Jesús empezara su ministerio público. Había sido preparado solo por Dios para esta obra especial. No provenía de las filas de los líderes religiosos de aquellos días, tampoco se había educado en sus escuelas. En lugar de eso, un ángel había anunciado su nacimiento a su anciano padre Zacarías. El ángel había predicho que Juan conocería al Señor desde su nacimiento y que su vida se reservaría para la tarea especial que tenía por delante. Viviría una vida austera en el desierto, que haría recordar a los judíos al profeta Elías (cf. Lucas 1:13–17). Esta singular figura, que se vestía de pelo de camello, que ceñía en sus lomos con un cinto de cuero y que vivía de la comida del desierto —langostas y miel silvestre— (cf. Marcos 1:6), aparece súbitamente en escena predicando a las multitudes que acudían en masa procedentes de las ciudades, de los pueblos y de la capital, Jerusalén. Prepararse para el Señor.
Pregunta a los niños qué suponen ellos que decía Juan a estas multitudes. ¿Les pedía que cambiaran la decoración del palacio, o que colgaran vistosas guirnaldas para la venida del Mesías? Si el Señor Jesús hubiese sido un rey terrenal, una bienvenida semejante habría sido adecuada, pero era el Rey del Cielo. No le preocupaba la parafernalia externa. Había nacido, en efecto, en un pobre establo, y su cuna fue el pesebre. Su preocupación era la situación de los corazones de las personas. Recuerda a los niños que uno de los nombres de Cristo es “Sol de justicia” (Malaquías 4:2). Cuando sale el Sol, pone en evidencia la suciedad y la oscuridad de los meses de invierno, y nos indica que es tiempo de hacer la limpieza de primavera. Cuando el Señor Jesús aparece, brilla en los corazones, mostrando todo el egoísmo y el pecado, y haciendo que hombres y mujeres se avergüencen de sus caminos. Se arrepintieron.
Así fue como respondieron los oyentes de Juan cuando este anunció la llegada del Salvador. Se sintieron avergonzados y poco preparados para un invitado semejante. El pueblo de Judá y de Jerusalén sabía que su Dios era puro y santo y que la venida de su Mesías significaría que tenían que arrepentirse y rechazar sus pecados. Juan hizo algunas indicaciones muy prácticas al pueblo, mostrándoles que debían cambiar sus caminos, abandonar la falta de honradez, la opresión, el egoísmo y la hipocresía (cf. Lucas 3:11–14). Fueron bautizados.
Muchas personas se tomaron muy en serio las palabras de Juan y, como señal de sus intenciones, fueron bautizadas en el río Jordán. Explica que esto es un buen ejemplo para explicar el arrepentimiento, el cual tiene dos aspectos claros: (a) pesar por el pecado pasado, y (b) resolución de no continuar en él, confesar y renunciar. El bautismo representa la necesidad de ser lavado y de mantenerse limpio en el futuro. Buscaron al Salvador.
Explica que Juan les enseñaba que, aunque el arrepentimiento y el bautismo eran signos esenciales de una actitud correcta, sin embargo, no tenían poder alguno para traerles el perdón. El agua pura nunca podría lavar el pecado. Las buenas intenciones no podrían producir un cambio verdadero del corazón. Les instaba a que esperaran con interés la venida de la única persona que sería capaz de lavar su pecado y darles un corazón y una vida nuevos. Él, el Señor Jesús, los bautizaría con su Espíritu Santo, cuya obra especial era esa. Debían esperar ansiosamente su venida, ya que llegaría pronto. El bautismo del Señor Jesús.
Explica a los niños que, en esta atmósfera de arrepentimiento y expectación, llegó el Salvador, y Él mismo fue bautizado, un humilde acto que nos enseña cuán maravilloso es nuestro Redentor. Nos muestra
Su obediencia. Explica cómo el Señor Jesús llegó de Nazaret y se unió a la multitud que escuchaba a Juan. Él también pidió ser bautizado, una señal de su obediencia y humildad. ¡Qué diferente de los orgullosos fariseos! Estos utilizaban la religión para reafirmar su posición y su importancia, sin un verdadero deseo de agradar a Dios. Él, en cambio, deseaba obedecer humildemente todas las leyes y mandamientos de Dios.
Su bondad. El Señor Jesús, que no tenía que lavar pecado propio, se sometió a este acto externo y humilde al lado de personas culpables y egoístas que necesitaban su perdón. Ayuda a los niños a apreciar la bondad del Salvador. Pocos amigos en la Tierra están dispuestos a identificarse con nosotros cuando tenemos problemas y cuando se nos castiga.
Su divinidad. Tan modesto era que ni siquiera Juan el Bautista se dio cuenta de que este Jesús de Nazaret era el Mesías prometido hasta que salió del agua, los cielos se abrieron, el Espíritu de Dios descendió sobre Él, y vino una voz del Cielo que decía: “Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia” (Marcos 1:11) (El relato del Evangelio no menciona si la multitud fue testigo de este acontecimiento. Marcos solo dice que el Señor “vio abrirse los cielos” (Marcos 1:10), y Juan, en su Evangelio, dice que Juan el Bautista no reconoció a Cristo hasta que vio al Espíritu descender sobre Él (cf. Juan 1:32–34); entonces se lo dijo a los demás).
Su buena disposición a morir en el Calvario. El mismo amor que llevó al Señor Jesús a identificarse con los pecadores arrepentidos cuando eran bautizados en el río Jordán le llevó también al Calvario. Allí se humilló a sí mismo aún más y se hizo obediente aun hasta la muerte (cf. Filipenses 2:8). Clavado en la Cruz entre dos ladrones, insultado por el populacho y cargado con la vergüenza de todos los pecados de su pueblo, el Rey de gloria sufrió en agonía; todo por su amor hacia nosotros.
Un mensaje para ti.
Recuerda a los niños de tu clase que este mismísimo Señor Jesús va a regresar pronto. ¿Están preparados para ese gran día en que venga a juzgar al mundo? Indica que tú, como maestro de escuela dominical, tienes el mismo papel que Juan el Bautista. Como él, has de instar a los niños a enfrentarse con su insuficiencia, a colocarse frente a su Dios, a reconocer su pecaminosidad con vergüenza y pesar, y a mirar al Salvador, que se dio a sí mismo para que fueran limpios y perdonados. Complementos visuales Haz o muestra un mapa claro y a color de la Tierra Santa en los tiempos de Cristo . Señala en particular el río Jordán donde los discípulos oyeron a Juan el Bautista y se encontraron con “el Cordero de Dios” (Juan 1:29).
Señala las ciudades de Jerusalén y Belén. Utiliza los bordes del mapa para pegar imágenes pertinentes que añadan interés.
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