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Jesús... se presentó vivo después de su pasión mediante muchas señales convincentes; se les apareció durante un período de cuarenta días y les habló acerca del reino de Dios
RECUERDA
Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6
Los cuarenta días de espera
CUARENTA DÍAS Y DESPUÉS
(Hechos1:1–26)
El primer capítulo de Hechos provee una breve introducción a la narración del derramamiento pentecostal del Espíritu y sus consecuencias. Trata dos temas: las conversaciones del Señor resucitado con sus discípulos en vísperas de su ascensión, y la designación de Matías para cubrir la vacante en el apostolado causada por la traición y muerte de Judas Iscariote.
A. PRÓLOGO (Hechos 1:1–3)
El primer volumen que escribí, Teófilo, trataba de todo lo que Jesús comenzó a hacer y enseñar
hasta el día en que fue arrebatado, después que hubo dado su mandamiento por medio del Espíritu Santo a los apóstoles que había elegido.
Fue a ellos que se presentó vivo después de su pasión mediante muchas señales convincentes; se les apareció durante un período de cuarenta días y les habló acerca del reino de Dios.
Hechos 1:1–2
Teófilo, a quien está dedicado aquí el segundo volumen de la historia de Lucas, se menciona de modo similar al comienzo del primer volumen, donde recibe el título de “excelentísimo” (Lc. 1:3).
Ha habido mucha especulación dudosa acerca de él. Algunos han llegado a sugerir que no era ningún individuo en particular, sino que el nombre Teófilo —“amado por Dios”— se utiliza aquí para designar al “lector cristiano”.
El uso del título honorífico “excelentísimo” hace que esto sea improbable. No podemos estar seguros, sin embargo, si el título “excelentísimo” se aplica a Teófilo en sentido técnico, indicando su rango, o si se le otorga a modo de cortesía.
Tampoco se gana mucho señalando la omisión del título en Hechos, como cuando se sugiere que Teófilo se hizo cristiano después de recibir el “primer volumen” y, por lo tanto, ya no esperaría títulos mundanos de rango o de honor de parte de otro cristiano.
Otra sugerencia es que el nombre Teófilo oculta la identidad de alguna persona muy conocida, tal como Tito Flavio Clemente, primo del emperador Domiciano.
Esto también es improbable: Teófilo era un nombre personal sumamente corriente, atestiguado desde el siglo III a.C. A pesar del motivo claramente apologético de la historia de Lucas, es igualmente improbable que Teófilo fuera el abogado nombrado para la defensa de Pablo en la presentación de su apelación al César.
Es muy probable que Teófilo fuera un miembro representativo de las personas inteligentes de clase media en Roma a quienes Lucas deseaba ganar para que tuvieran una opinión menos prejuiciosa y más favorable hacia el cristianismo que la que era corriente entre ellas.
Lo cierto en cuanto al prólogo del primer volumen de Lucas (que sirve también como prólogo para las dos partes de la obra) es que Teófilo ya había aprendido algo acerca del origen y el desarrollo del cristianismo, y que el objeto de Lucas era ponerlo en posesión de información más precisa que la que ya tenía.
Tales dedicatorias eran corrientes en los círculos literarios contemporáneos. Por ejemplo, Josefo dedicó sus Antigüedades judías, su Autobiografía y sus dos volúmenes Contra Apión a un mecenas llamado Epafrodito. Al comienzo de su primer volumen Contra Apión, se dirige a él como “Epafrodito, el más excelente de los hombres”; además, comienza el segundo volumen de la misma obra con las palabras: “Por medio del volumen anterior, mi muy honorable Epafrodito, he demostrado nuestra antigüedad.”
Estas palabras de apertura son notablemente similares a las del segundo volumen de Lucas.
Lucas comienza con una breve referencia a su volumen anterior como relato de “todo lo que Jesús comenzó a hacer y enseñar hasta el día en que fue arrebatado” o, si seguimos el Texto Occidental, “hasta el día en que, por el Espíritu Santo, comisionó a los apóstoles que había elegido, y les encargó que proclamasen el evangelio”.
Esto resume exactamente la esfera que abarca el Evangelio de Lucas desde Hechos 4:1 en adelante: la comisión de los apóstoles se registra en Lucas 24:44–49. La implicación de las palabras de Lucas es que su segundo volumen será un relato de lo que Jesús siguió haciendo y enseñando después de su ascensión, ya no más en presencia visible sobre la tierra sino por su Espíritu en sus seguidores.
La expresión “hacer y enseñar” resume muy bien el doble contenido de todos los evangelios canónicos: todos registran la obra y las palabras de Jesús (para citar el título de una de las presentaciones de su contenido).
Fue “por medio del Espíritu Santo” que Jesús dio su encargo a sus apóstoles como despedida. Casi invariablemente Lucas limita la designación de “apóstoles” a los doce hombres a quienes Jesús eligió en una etapa temprana de su ministerio (Lc. 6:13–16), con la excepción de que Matías reemplazó a Judas Iscariote (como se nos dice más adelante en este capítulo). Su encargo los convirtió en los principales heraldos de las buenas nuevas que había traído. La extensión de las buenas nuevas en el poder del Espíritu es el tema de Hechos.
Cuando fue bautizado, Jesús había sido “ungido” con el Espíritu Santo y con poder (Hechos 10:38) y, más recientemente, en las palabras de Pablo, había sido “designado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos” (Ro. 1:4).
En el relato joanino de la comisión encargada a los discípulos por el Cristo resucitado, Jesús indicó el poder por el cual iban a llevar a cabo su comisión cuando “sopló aliento” en ellos y dijo: “Reciban el Espíritu Santo” (Jn. 20:22). Lucas deja en claro que es por el poder de aquel mismo Espíritu que se llevaron a cabo todos los hechos apostólicos que va a narrar, tanto que algunos han sugerido, como título teológicamente más apropiado para este segundo volumen, Los Hechos del Espíritu Santo.
Hechos 1:3
Durante un período de cuarenta días entre su resurrección y ascensión, Jesús se apareció a intervalos a sus apóstoles y a otros seguidores de un modo que no podía dejar dudas en sus mentes de que él realmente estaba vivo otra vez, levantado de entre los muertos.
La lista más antigua y más completa de estas apariciones es la que proporciona Pablo en 1 Corintios. 15:5–7, aunque los relatos en los Evangelios indican que aun la lista de Pablo no es exhaustiva. En las dos partes de la obra de Lucas las apariciones después de la resurrección se limitan a Jerusalén y sus alrededores.
¿Qué les enseñó Jesús durante esos días?
Muchas escuelas gnósticas, que florecieron en el siglo I y más tarde, afirmaban que les dio ciertas enseñanzas esotéricas, no registradas en la literatura canónica de la Iglesia Católica, de las cuales ellos mismos eran ahora los custodios e intérpretes. Dentro de las fronteras de la ortodoxia cristiana hubo una línea de tradición que lo representaba dándoles a los apóstoles instrucciones acerca del orden eclesiástico. Pero Lucas declara que continuó instruyéndolos sobre los mismos temas que habían formado el tema de su enseñanza antes de su pasión, asuntos relacionados con el reino de Dios.
Desde los tiempos más primitivos en Israel, Dios fue reconocido como rey (cf. Ex. 15:18). Su reinado es universal (Sal. 103:19), pero se manifiesta más claramente allí donde hombres y mujeres lo reconocen en la práctica, cumpliendo su voluntad. En tiempos veterotestamentarios su reinado se manifestó en forma especial sobre la tierra en la nación de Israel; a esta nación hizo conocer su voluntad y la llamó a una relación pactual consigo mismo (cf. Sal. 147:20).
Cuando en Israel se levantaron reyes humanos, fueron considerados vicerregentes del Rey divino, que representaban su soberanía en la tierra. Con la caída de la monarquía y el fin de la independencia nacional, surgió una nueva concepción del reino de Dios destinado a ser revelado en la tierra en su plenitud en fecha posterior (cf. Dn. 2:44; 7:13s.).
Es a la luz de esta última concepción que debemos entender las enseñanzas neotestamentarias acerca del reino de Dios. Jesús inaugura el reino, que se “acercó” con la inauguración de su ministerio público (cf. Mr. 1:14s). y fue liberado con poder por su muerte y exaltación (cf. Mr. 9:1). Las cosas relacionadas con el reino de Dios que constituyen el tema de su enseñanza posterior a la resurrección, al comienzo de Hechos, son idénticas a “las cosas relacionadas con el Señor Jesucristo” que constituyen el tema de la enseñanza de Pablo en Roma al final del libro (28:31).
Cuando contaban la historia de Jesús, los apóstoles proclamaban las buenas nuevas del reino de Dios, las mismas buenas nuevas que el mismo Jesús había anunciado antes, pero ahora con un cumplimiento efectivo a través de los actos salvíficos de su pasión y triunfo. Puede concluirse razonablemente que la enseñanza acerca del reino de Dios dada a los apóstoles durante los cuarenta días tenía como fin aclararles la relación de estos actos salvíficos con el mensaje del reino.
Lucas provee un ejemplo de esta enseñanza hacia el final de su Evangelio, donde muestra al Señor resucitado abriendo la mente de sus discípulos para que entiendan las Escrituras:
“Así está escrito, que el Cristo debía padecer y al tercer día resucitar de los muertos, y que debía predicarse en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén” (Lc. 24:45–47).
“El reino de Dios se concibe como algo que se hace presente en los hechos de la vida, muerte y resurrección de Jesús, y proclamar estos hechos, en su marco apropiado, es predicar el evangelio del reino de Dios.” Estas palabras de C. H. Dodd pueden adoptarse con una aclaración: Cuando los apóstoles proclamaban las buenas nuevas, no se detenían sólo en la resurrección y exaltación de Cristo, sino que continuaban hablando de otro acontecimiento más que consumaría la serie salvífica.
Pedro relató a la familia de Cornelio la forma en que Cristo había encargado a sus apóstoles “que predicaran al pueblo y testificaran que él es el que ha sido ordenado por Dios como juez de vivos y muertos” (Hechos 10:42).
Pablo les dijo a los areopagitas en Atenas que Dios “ha establecido un día en el cual va a juzgar al mundo en justicia, por un varón al cual ha designado, y de esto ha dado una garantía a todos, levantándolo de los muertos” (Hechos 17:31).
Este juicio del mundo coincide,
en la predicación apostólica, con la parusía de Cristo,
la manifestación perfecta y final del reino divino, cuando toda rodilla se inclinará ante su nombre y toda lengua lo confesará como Señor (Fil. 2:10s).,
cuando la voluntad de Dios se haga en la tierra como se hace en el cielo (Mt. 6:10).
En la primera venida de Cristo la era futura invadió esta era presente;
en su venida en gloria la era futura habrá reemplazado esta era presente.
Entre las dos venidas, las dos eras se superponen parcialmente; el pueblo de Cristo vive temporariamente en esta época presente mientras que espiritualmente pertenece al reino celestial y disfruta con anticipación de la vida de la era venidera.
La escatología bíblica es algo que se ha cumplido o “realizado” ampliamente, pero no totalmente; falta un elemento futuro, que se hará presente en la parusía. Un relato equilibrado de la presentación que hace el Nuevo Testamento del reino de Dios requiere que se le preste la debida consideración a este elemento futuro tanto como a aquellos que ya han sucedido.
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