domingo, 6 de septiembre de 2015

Al oírlo entonces, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 

 
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La predicación expositiva

Este libro trata acerca de la predicación expositiva, aunque quizás fue escrito para un ambiente en depresión. No todos creen que esta clase de predicación —o para el caso cualquier tipo de predicación—, sea una necesidad apremiante en la Iglesia. Es más, en algunos círculos se afirma que debiera abandonarse. El dedo acusador la dejó atrás y ahora apunta a otros métodos y ministerios más «eficaces» y acordes con la época.

La devaluación de la predicación

Explicar por qué la predicación recibe esta baja calificación nos llevaría a cada una de las áreas de nuestra vida común. La imagen del predicador ha cambiado, ya no se lo considera líder intelectual, y ni siquiera espiritual, de la comunidad. Pídale al hombre que se sienta en el banco de la iglesia que describa al ministro, y la respuesta quizás no sea halagadora.

Según Kyle Haselden, el pastor es algo así como la «combinación perfecta» del «obrero simpático, siempre atento, dispuesto a ayudar a la congregación; el consentido de las mujeres ancianas y confidente reservado de los adolescentes; el padre modelo para la gente joven; la compañía ideal para los hombres solitarios; el afable “amigo de todos” en las reuniones sociales». Si eso se ajusta a la realidad, entonces el predicador probablemente sea aceptado, pero con toda seguridad no será respetado.

La predicación hoy, para complemento, se expone en una sociedad supercomunicada. Los medios masivos nos bombardean con cientos de «mensajes» por día. La radio y la televisión presentan locutores que nos entregan una «palabra del patrocinador» con toda la sinceridad de un evangelista. En ese contexto, el predicador puede lucir como otro vendedor ambulante que, en términos de John Ruskin, «hace magia con las doctrinas de la vida y la muerte».

Tal vez lo más importante sea que el hombre del púlpito siente que no tiene un mensaje autoritativo. Mucha de la moderna teología le ofrece poco más que ideas religiosas, por lo que sospecha que las personas sentadas en los bancos tienen más fe en los libros de ciencia que en los de predicación. En consecuencia, para algunos predicadores, lo novedoso de las comunicaciones estimula más que el mensaje mismo.

Presentaciones espectaculares, grabaciones cinematográficas, sesiones interactivas, luces llamativas y música de última moda pueden ser síntomas tanto de salud como de enfermedad. Indudablemente, las técnicas modernas pueden ampliar la comunicación; pero por otra parte pueden llegar a sustituirlo —lo deslumbrante y novedoso puede ocultar cierto vacío.

La acción social apela más a cierto sector de la iglesia que lo que se diga o lo que se escuche. Se preguntan: «¿De qué sirven las palabras de fe cuando la sociedad demanda obras?» Esa clase de personas considera que los apóstoles se equivocaron cuando dijeron: «No es justo que nosotros dejemos la Palabra de Dios para servir a las mesas» (Hechos 6:2).
En esta época de activismo parece más lógico afirmar que: «No es justo que dejemos de servir a las mesas para dedicarnos a la Palabra de Dios…»

El marco de la predicación

A pesar del «desprestigio» de la predicación y los predicadores, nadie que tome en serio la Biblia se atreve a desechar la predicación. Pablo fue escritor. De su pluma tenemos la mayoría de las cartas inspiradas del Nuevo Testamento y, encabezando la lista de ellas, está la dirigida a los romanos. A juzgar por su impacto en la historia, pocos documentos se le comparan. Sin embargo, cuando el apóstol se la escribió a la congregación de Roma, confesó: «Deseo verlos y prestarles alguna ayuda espiritual, para que estén más firmes; es decir, para que nos animemos unos a otros con esta fe que ustedes y yo tenemos» (1:11, 12, VP).

Pablo comprendía que algunos ministerios sencillamente no pueden operar sin un contacto personal, cara a cara. Incluso la lectura de una carta inspirada no lo puede reemplazar. «Por eso estoy tan ansioso de anunciarles el evangelio también a ustedes que viven en Roma» (1:15, VP). Hay un poder que emana de la palabra predicada que aun la infalible palabra escrita no puede reemplazar.

Los escritores del Nuevo Testamento veían la predicación como el medio por el cual Dios obra. Por ejemplo, Pedro les recordó a sus lectores que habían renacido «no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la Palabra de Dios que vive y permanece para siempre» (1 Pedro 1:23). ¿Cómo afectó sus vidas esa palabra? «Y esta es la palabra», explica Pedro, «que por el evangelio os ha sido anunciada» (1:25). Dios los redimió a través de la predicación.

Más aún, Pablo se refiere a la historia espiritual de los tesalonicenses que se habían convertido «de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo» (1 Tesalonicenses 1:9, 10). Ese giro ocurrió, según el apóstol, porque «cuando recibisteis la Palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la Palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes» (2:13).

Pablo consideraba que con la predicación Dios mismo hablaba —aunque a través de la personalidad y el mensaje del predicador— para así confrontar a hombres y mujeres, y volverlos a Él, pero nunca como el simple hecho de que el hombre expusiera su punto de vista sobre religión. Todo eso explica por qué Pablo instó al joven Timoteo a que «prediques la palabra» (2 Timoteo 4:2).

Predicar significa «manifestar, proclamar, o amonestar». La predicación debería agitar de tal manera al predicador que lo haga proclamar el mensaje con pasión y fervor. Sin embargo, no toda prédica apasionada desde un púlpito posee autoridad divina. Cuando el ministro habla como mensajero, proclama «la palabra» del que lo envió. Nada menos que eso puede pasar, legítimamente, cuando se expone la predicación cristiana.

Necesidad de la predicación expositiva


El hombre que está en el púlpito enfrenta la apremiante tentación de entregar un mensaje diferente al de las Escrituras, un sistema político (de derecha o de izquierda), una teoría económica, una nueva filosofía religiosa, antiguos títulos religiosos, una tendencia sicológica. Puede proclamar cualquier cosa con un tono de voz solemne, después de cantar los himnos. Pero si no predica las Escrituras, pierde su autoridad. Ya no confronta a sus oyentes con la Palabra de Dios, sino con la del hombre. Por eso es que mucha de la predicación moderna no produce otra cosa que un gran bostezo. Dios no está en ella.

Dios habla a través de la Biblia. Esta es su principal medio de comunicación para llegar a los individuos hoy. Por eso, la predicación bíblica no debe confundirse con «la antigua historia de Cristo y de su amor», como si se relataran tiempos mejores en los que Dios estaba vivo y activo.

Tampoco es la predicación una refundición de ideas ortodoxas acerca de Dios, pero ajenas a lo real. A través de la predicación de las Escrituras, Dios encuentra hombres y mujeres y los conduce a la salvación (2 Timoteo 3:15), a la riqueza y a la madurez del carácter cristiano (2 Timoteo 3:16, 17). Cuando Dios confronta a un individuo con la predicación, y lo prende del alma, ocurre algo tremendo.

EL TIPO DE SERMÓN QUE MEJOR TRANSMITE EL PODER DE LA AUTORIDAD DIVINA ES LA PREDICACIÓN EXPOSITIVA. Sin embargo, sería ingenuo suponer que todo el mundo concuerde con eso. No se puede pretender que la gente que se aburre con predicaciones llamadas expositivas —aun cuando secas como hojuelas de maíz [Corn flakes] sin leche—, estén de acuerdo con ella. Aun cuando muchos predicadores se quitan el sombrero ante la predicación expositiva, su práctica los traiciona. Como la emplean poco, la desacreditan.

Es cierto que la predicación expositiva sufre severamente en los púlpitos ocupados por hombres que afirman ser sus aliados. Pero no toda predicación expositiva se puede calificar ni de «expositiva» ni de «predicación».

Lamentablemente, ningún departamento de pesas y medidas (de país alguno), exhibe en una vitrina un modelo de sermón expositivo con el cual comparar otros mensajes. Cualquier fabricante puede ponerle el título de «expositivo» al sermón que le plazca, y ni Ralph Nader [máxima autoridad en control de calidad en los Estados Unidos], lo cuestionará. A pesar del daño ocasionado por los impostores, la verdadera predicación expositiva es respaldada por el poder del Dios vivo.

Entonces, ¿en qué consiste realmente la predicación expositiva? ¿Qué constituye tal predicación? ¿En qué se asemeja o difiere de otros tipos de predicación?

Definición de predicación expositiva

Definir es una tarea delicada, ya que muchas veces destruimos lo que definimos. El niño que hace la disección de una rana para averiguar qué la hace saltar, destruye la vida del animalito para aprender algo de él. Predicar es un proceso vivo que involucra a Dios, al predicador y a la congregación, y ninguna definición puede pretender maniatar esa dinámica. Pero igualmente debemos intentar una definición que resulte.

La predicación expositiva es la comunicación de un concepto bíblico, derivado de, y transmitido por medio de, un estudio histórico, gramatical y literario de cierto pasaje en su contexto, que el Espíritu Santo aplica, primero, a la personalidad y la experiencia del predicador, y luego, a través de este, a sus oyentes.

El pasaje gobierna al sermón

¿Qué puntos de esta definición elaborada y un tanto infructuosa deberíamos destacar? En primer lugar, y por encima de todo, el pensamiento del escritor bíblico determina la sustancia del sermón expositivo. En muchos mensajes, el pasaje bíblico que se le lee a la congregación recuerda al himno nacional que se toca en un partido de béisbol: da inicio al juego, pero no se vuelve a escuchar en toda la tarde.

En la predicación expositiva, como lo describe R. H. Montgomery, «el predicador encara la presentación de algún libro particular [de la Biblia] como muchos toman el último bestseller. Procura llevar a su gente el mensaje en unidades definidas [esto es, porciones definidas que tratan un tema específico] de la Palabra de Dios».

La esencia de la predicación expositiva es más una filosofía que un método. Que un hombre pueda o no llamarse expositor comienza con su propósito y con su respuesta sincera al planteamiento que sigue: «Como predicador, ¿se esfuerza usted por someter sus ideas a las Escrituras, o usa estas para apoyar aquellas?» No es lo mismo que preguntar: «Lo que usted predica, ¿es ortodoxo o evangélico?» Ni tampoco: «¿Tiene usted una opinión elevada de la Biblia o cree que es la infalible Palabra de Dios?»

Por más importantes que parezcan estas preguntas en otras circunstancias, un título en teología sistemática no califica a un individuo como expositor de la Biblia. La teología tal vez nos proteja de los males ocultos en interpretaciones atomistas o estrechas. Pero también nos puede vendar los ojos para no ver el texto.

En este enfoque del pasaje, el intérprete debe estar deseoso de revisar sus convicciones doctrinales y rechazar el juicio de sus maestros más respetados. Tiene que dar una vuelta en U respecto a sus propias ideas acerca de la Biblia si entran en conflicto con los conceptos del escritor bíblico.

Adoptar esta actitud hacia las Escrituras exige tanto sencillez como delicadeza. Por un lado, el expositor enfrenta la Biblia con una actitud infantil para escuchar otra vez la historia. No va a discutir ni a demostrar un punto, ni siquiera a encontrar un sermón. Lee para entender y para experimentar aquello que lee. Pero, al mismo tiempo, sabe que ya no vive como un niño, sino que es un adulto encerrado en presuposiciones, y con una visión del mundo que dificulta su entendimiento.

La Biblia no es un libro de cuentos para niños, sino una literatura muy valiosa que requiere una respuesta responsable. Sus diamantes no están en la superficie para que los recojan como flores. Su riqueza solo se extrae mediante un arduo trabajo intelectual y espiritual preliminar.

El expositor comunica un concepto

La definición destaca que el expositor comunica un concepto. Algunos predicadores conservadores han sido descarriados por su doctrina acerca de la inspiración y por una pobre comprensión de cómo opera el idioma.

Los teólogos ortodoxos insisten en que el Espíritu Santo protege las palabras individuales del texto original. Las palabras constituyen el material del cual se componen las ideas —afirman—, y a menos que aquellas sean inspiradas, estas corren el riesgo de errar. Aunque esto sea un punto importante en la declaración de principios evangélicos en cuanto a la autoridad bíblica, a veces malogra la predicación expositiva.

Aun cuando el predicador estudie los vocablos del texto, y hasta trate con ciertos términos al predicar, las palabras y las frases nunca deben convertirse en fines por sí mismas. Las palabras son expresiones sin sentido hasta que se unen a otros términos para transmitir una idea. En nuestro acercamiento a la Biblia, pues, estamos interesados, principalmente, no en lo que las palabras individualmente significan, sino en lo que el escritor bíblico quiere decir con el uso de ellas.

Para expresarlo de otra manera, los conceptos de un pasaje no se entienden solo con analizar las palabras separadamente. Un análisis gramatical, palabra por palabra, puede ser tan inútil o aburrido como leer un diccionario. Si un expositor procura entender la Biblia y comunicar su mensaje, debe hacerlo a nivel de las ideas.

Francis A. Schaeffer, en su libro La verdadera espiritualidad, afirma que la gran batalla para los hombres se da en el ámbito de la mente:

    «Las ideas son la materia prima del mundo de la mente, y de ellas surgen todas las cosas externas. La pintura, la música, la construcción, así como los sentimientos de amor y odio entre los hombres, son resultado de amar a Dios o rebelarse contra Él, en el mundo exterior.

    »El lugar en el que el hombre pasará la eternidad depende de que lea o escuche las ideas, la verdad proposicional, los hechos del evangelio… sea que crea en Dios basado en el contenido del evangelio, o que considere a Dios un impostor…

    »La predicación del evangelio consiste en ideas, apasionadas ideas traídas al hombre, como Dios nos las ha revelado en las Escrituras. Estas no son una experiencia vacía recibida interiormente, sino ideas sobre cuyo contenido se actúa interiormente, lo cual marca la diferencia.

    »Así que cuando fijamos nuestras doctrinas, afirmamos ideas, y no simplemente frases. No podemos usar las doctrinas como si fueran piezas mecánicas de un rompecabezas. La doctrina verdadera es un pensamiento revelado por Dios en la Biblia, idea que calza perfectamente en el mundo exterior y en el hombre como los creó Dios; la que el hombre puede proyectar a través de su cuerpo al mundo de su mente, y actuar en base a ella. Para el hombre, la batalla radica básicamente en el mundo del pensamiento».

El concepto proviene del texto

El énfasis en las ideas como la sustancia de la predicación expositiva de ninguna manera niega la importancia de la gramática y el lenguaje. La definición continúa explicando que en el sermón expositivo la idea deriva de, y se transmite a través de, un estudio histórico, gramatical y literario del pasaje en su contexto.

Esto trata primero con la forma en que el predicador llega a su mensaje y, segundo, con la manera en que lo comunica. Ambas cosas IMPLICAN analizar la gramática, la historia y las formas literarias. Al estudiar, el expositor busca el significado objetivo de un pasaje con la consabida comprensión del idioma, el trasfondo, y la organización del texto.

Luego, en el púlpito, comparte con la congregación, suficiente información obtenida de su estudio, para que el oyente pueda comprobar la interpretación por sí mismo. En definitiva, LA AUTORIDAD TRAS LA PREDICACIÓN NO YACE EN EL PREDICADOR SINO EN EL TEXTO BÍBLICO.

Debido a ello, el expositor trata, mayormente, con una explicación de las Escrituras, para enfocar la atención del oyente en la Biblia. Un expositor puede ser respetado por sus habilidades exegéticas y por su preparación diligente, pero esas cualidades no lo transforman en un «papa» protestante.

Como escribió Henry David Thoreau: «Hacen falta dos para tratar la verdad: uno para hablar, y otro para escuchar». Ninguna verdad que valga la pena se alcanza sin luchar, de modo que si una congregación crece, es porque comparte esa lucha. «Para que haya grandes poetas, tiene que haber un gran público», confesó Walt Whitman.

La predicación expositiva eficaz requiere oyentes con oídos para oír. Y como sus almas dependen de ello, el predicador debe ofrecerles a sus oyentes suficiente información para que puedan discernir si lo que están escuchando es lo que la Biblia realmente dice.

Si las personas que están sentadas en los bancos de la iglesia tienen que esforzarse para entender al predicador, este también tiene que hacerlo para entender a los escritores de la Biblia.

Comunicación quiere decir «reunión de significados», y para que ella se dé a través de un auditorio o del tiempo, los involucrados deben tener algunas cosas en común: el idioma, la cultura, la visión del mundo, las formas de comunicarse.

El expositor acerca su silla al lugar donde se sentaron los escritores de la Biblia. Intenta encontrar el camino al mundo de las Escrituras para entender su mensaje. Aunque no necesita dominar los idiomas ni las formas literarias de los escritores bíblicos, debiera apreciar el aporte de cada una de esas disciplinas.

El expositor puede tener conciencia del amplio surtido de ayudas interpretativas a su disposición para usar en su estudio. Y, en la mayor medida posible, busca un conocimiento de primera mano acerca de los escritores bíblicos y sus ideas en el contexto.


El concepto se aplica al expositor

Nuestra definición de predicación expositiva sigue diciendo que la verdad debe aplicarse a la personalidad y a la experiencia del predicador. Esto pone el trato de Dios con el predicador en el centro mismo del proceso.

Por mucho que quisiéramos que fuera de otro modo, el predicador no puede separarse del mensaje. ¿Quién no ha oído a algún consagrado hermano orar antes del sermón: «Esconde a nuestro pastor detrás de la cruz para que no lo veamos a él, sino a Jesús?»

Elogiamos el espíritu de esa oración. Los hombres y las mujeres deben pasar a través del predicador y llegar hasta el Salvador. (¡O tal vez el Salvador debe pasar a través del predicador y llegar hasta la gente!) Pero no existe ningún lugar donde el predicador pueda esconderse. Incluso un púlpito grande no puede ocultarlo de los demás.

Phillips Brook estaba en lo cierto cuando describió la predicación como la «verdad derramada a través de la personalidad». El hombre afecta a su mensaje. Puede estar pronunciando una idea escritural, y ser tan impersonal como una grabación telefónica, tan superficial como un comercial de radio, o tan manipulador como un estafador. El auditorio no oye al sermón, oye al hombre.

El obispo William A. Quayle pensaba en esto cuando rechazaba las definiciones rígidas para la homilética. «Predicar, ¿es el arte de preparar y pronunciar un sermón?», preguntó. «No, eso no es predicar. ¡Predicar es el arte de preparar y presentar al predicador!» La predicación expositiva debiera convertir al predicador en un cristiano maduro.
Así como el expositor estudia su Biblia, el Espíritu Santo lo estudia a él. Cuando el hombre prepara sermones expositivos, Dios lo prepara a él. Como dijo P. T. Forsyth: «La Biblia es el principal predicador para el expositor».

Las diferencias que se hacen entre «estudiar la Biblia para obtener un sermón y escudriñarla para alimentar la propia alma», son engañosas y falsas. Un erudito puede examinar la Biblia como poesía hebrea, o como un registro de nacimientos y reinados de antiguos reyes, y no ser confrontado con la verdad de ella. Pero tal separación no puede existir para el que abre el Libro como la Palabra de Dios. Antes que el hombre proclame el mensaje de la Biblia a otros, debe vivirlo.

Lamentablemente, muchos expositores fracasan más como cristianos que como predicadores, porque no piensan bíblicamente. Un número apreciable de ministros, muchos de los cuales afirman tener un alto concepto de las Escrituras, preparan sus sermones sin consultarlas en absoluto.

Aunque el texto sagrado sirva como aperitivo para entrar a degustar el sermón o como aderezo para decorar el mensaje, el contenido principal yace en el pensamiento del propio predicador o de algún otro, recalentado para la ocasión.

Incluso entre lo que se titula «predicación expositiva», hay versículos que pueden llegar a convertirse en plataformas para lanzar las propias opiniones del predicador. Una receta común en los libros de cocina homilética dice algo así:
«Tome varios temas teológicos o morales, mézclelos con partes iguales de “consagración”, “evangelización”, y “mayordomía”. Agregue varios “reinos” o “la Biblia dice”. Remueva con una selección de historias bíblicas. Añada “salvación” para sazonar. Sírvase caliente sobre una fuente de versículos bíblicos».

Esos sermones no solo dejan mal nutrida a la congregación, sino —peor aún— hacen morir de hambre al predicador. No crece porque el Espíritu Santo no tiene con qué alimentarlo.
William Barclay diagnosticó la causa de la desnutrición espiritual en la vida del ministro al escribir: «Cuando más permita un hombre que su mente se vuelva negligente, perezosa y débil, menos tendrá que decirle el Espíritu Santo. La verdadera predicación ocurre cuando un corazón amoroso y una mente disciplinada se ponen a disposición del Espíritu Santo».
En definitiva, Dios está más interesado en desarrollar mensajeros que mensajes, y como el Espíritu Santo confronta a los hombres, principalmente, a través de la Biblia, el predicador debe aprender a escuchar a Dios antes de hablar en nombre de Él.


El concepto se aplica a los oyentes

El Espíritu Santo no solo aplica esta verdad a la personalidad y la experiencia del que predica, sino también —según nuestra definición—, a sus oyentes. El expositor piensa en tres aspectos. Primero, como exégeta, lucha con los significados del escritor bíblico. Luego, como hombre de Dios, batalla con la forma en que Él quiere cambiarlo personalmente. Por último, como predicador, reflexiona en lo que Dios quiere decirle a su congregación.

La aplicación le da el propósito a la predicación expositiva. Como pastor, el predicador expone las heridas, dolores y temores de su rebaño. Por eso estudia las Escrituras, buscando qué tienen ellas para decírselo a su gente que sufre dolor y culpa, duda y muerte.

Pablo le recordó a Timoteo que las Escrituras eran para usarlas. «Toda Escritura es inspirada por Dios, y es útil para enseñar y reprender, para corregir y educar en una vida de rectitud, para que el hombre de Dios esté capacitado para hacer toda clase de bien» (2 Timoteo 3:16, 17 VP).

La predicación expositiva pobre carece, generalmente, de aplicaciones creativas. Los sermones aburridos, por lo común, producen dos quejas principales. Primero, los oyentes protestan diciendo: «Siempre lo mismo». El predicador da la misma aplicación a todos los pasajes, o —lo que es peor—, no da ninguna. «Que el Espíritu Santo aplique esta verdad a nuestras vidas», invoca el expositor que no tiene la más remota idea de cómo afectará el mensaje a las personas.

Una segunda reacción negativa refleja que el sermón no tiene una relación suficientemente directa con el mundo como para que resulte útil. «Es verdad, lo creo, ¿y qué? ¿Dónde está la diferencia?» Después de todo, si el hombre o la mujer deciden vivir bajo el mandato de las Escrituras, tal acción, normalmente, tendrá lugar fuera del edificio de la iglesia.

Allá afuera, las personas pierden el trabajo, se preocupan por sus hijos, y encuentran que la maleza les está invadiendo el césped. Rara vez, las personas normales tienen insomnio a causa de los jebuseos, los cananeos, o los amorreos; ni siquiera a causa de lo que Abraham, Moisés o Pablo dijeron o hicieron.

La gente no duerme pensando en los precios de las mercaderías, el fracaso de las cosechas, la discusión con la novia, el diagnóstico de una enfermedad maligna, una vida sexual frustrante, la escalada de la competencia profesional donde siempre gana el otro. Si el sermón no tiene que ver mucho con ese mundo, la gente se preguntará si en realidad tendrá alguna utilidad.

En consecuencia, el predicador debe olvidarse de hablar solo en cuanto a la eternidad y hacerlo también respecto al momento en que vivimos. El predicador expositivo confronta a las personas consigo mismas basado en la Biblia, su función no es dictarles conferencias sobre historia o arqueología extraídas de la Biblia.

La congregación se reúne como jurado, no para condenar a Judas, Pedro o Salomón, sino para juzgarse a sí misma. El expositor debe conocer a su gente tanto como a su mensaje, y para adquirir ese conocimiento analiza las Escrituras y a su congregación. Después de todo, cuando Dios habla se dirige a los hombres y mujeres tal como son y donde estén.

Supongamos que las cartas de Pablo a los corintios se hubieran perdido entre la correspondencia y fueran entregadas a los cristianos de Filipos. Estos se habrían devanado los sesos tratando de entender los problemas específicos de los que escribió Pablo, ya que vivían en una situación diferente a la de sus hermanos en Corinto.

Las cartas del Nuevo Testamento, como las profecías del Antiguo, fueron dirigidas a congregaciones específicas, que pasaban por problemas particulares. Los sermones expositivos de hoy serán ineficaces a menos que el predicador comprenda que sus oyentes también viven en una situación particular y que tienen una mentalidad característica.

La aplicación eficaz empuja al predicador hacia la teología y la ética. Al ir de la exégesis a la aplicación, el hombre hace un arduo viaje a través de cuestiones relacionadas con la vida, las que a veces son desconcertantes.

Además de las relaciones gramaticales, el expositor también explora las personales y sicológicas. ¿Cómo se vinculaban los personajes del texto? ¿Cómo se relacionaban con Dios? ¿Qué valores se escondían tras las decisiones que tomaban? ¿Qué pasaba por la mente de aquellos que estaban involucrados?

Estas preguntas no se dirigen al «allá» ni al «entonces», como si Dios solo hubiera tratado con las personas en el pasado. Esas mismas preguntas que planteaba anteriormente se pueden plantear hoy respecto al «aquí» y al «ahora». ¿Cómo nos relacionamos en la actualidad? ¿Cómo nos confronta Dios con esos mismos puntos? ¿En qué formas el mundo moderno se asemeja o difiere del bíblico?

Las preguntas que plantean las Escrituras, ¿son las mismas que se hace el hombre hoy? ¿Se plantean en igual manera o no? Esta investigación se constituye en la materia prima de la ética y la teología. La aplicación que se adosa a un sermón en el intento de hacerlo relevante, se mantiene alejada de estas preguntas e ignora la máxima de nuestros antecesores protestantes: «Las doctrinas tienen que enseñarse en forma práctica, y los deberes en forma doctrinal».

La aplicación incorrecta puede ser tan destructiva como una exégesis errónea. Cuando Satanás tentó a Jesús en el desierto, trató de vencerlo con una aplicación falsa de las Escrituras. El tentador le susurró a Jesús el Salmo 91 con admirable precisión: «Pues a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos. En las manos te llevarán, para que tu pie no tropiece en piedra» (vv. 11, 12).

Satanás entonces discurrió: «Ya que posees esta salida prometida, ¿por qué no la usas y saltas del pináculo del templo, y así demuestras de una vez por todas que eres el Hijo de Dios?» Al rechazar al diablo, Jesús no discutió el aspecto gramatical del texto hebreo. Al contrario, atacó el uso que le quiso dar al salmo empujándolo a saltar del templo. Él tenía otro pasaje de las Escrituras que se aplicaba mejor a aquella situación: «No tentarás al Señor tu Dios.»

Tenemos que predicar en un mundo influido por el novelista, el periodista y el dramaturgo. Si no lo hacemos, tendremos oyentes de mentalidad ortodoxa, y conducta herética. Por supuesto, al predicar a un mundo secular, no debemos disertar con términos empleados por el secularismo.

Aunque las ideas bíblicas deben dirigirse a la experiencia humana, debemos llamar a los hombres y las mujeres a vivir en conformidad con la verdad bíblica. «Sermones relevantes» pueden convertirse en simples peroratas desde el púlpito a menos que relacionen la situación vigente con la Palabra eterna de Dios.

F.B. Meyer comprendió el temor reverencial con que el predicador bíblico habla acerca de los problemas de su época: «Pertenece a una descendencia importante. Los reformadores, los puritanos, los pastores de los padres peregrinos eran, esencialmente, expositores. No anunciaban sus opiniones particulares, que podían depender de interpretaciones privadas o de una disposición dudosa, sino que, aferrándose a las Escrituras, aseguraban sus mensajes con irresistible eficacia convencidos de que contenían lo que “Así dijo el Señor”».

Conceptos nuevos

Predicación expositiva

Definiciones

  Predicaciones expositivas: La comunicación de un concepto bíblico, derivado y transmitido a través de un estudio
      histórico
      gramatical
      y literario
    del pasaje en su contexto, que el Espíritu Santo aplica primero
      a la personalidad y a la experiencia del predicador, y luego,
      a través de él,
    a sus oyentes.
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