domingo, 17 de mayo de 2015

No tengas miedo. Yo soy el primero y el último, y estoy vivo. Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre, y tengo poder sobre la muerte.

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: 29MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
Información 




El lienzo de Cristo diseñado en la atmósfera terrestre
Apocalipsis 1:12–18


Entre los diversos aspectos del Apocalipsis, es prominente el hecho de que este es un libro que trata sobre una Persona, Cristo mismo, quien es su tema central. El doctor G. Campbell Morgan observa: “Cualquier estudio de Apocalipsis que no se centre en Cristo y que no vea todo lo demás en relación con El, conducirá al lector a un laberinto sin salida.” Así las primeras cuatro palabras de Apocalipsis declaran su naturaleza y su propósito: “La revelación de Jesucristo.” No es “la revelación de Juan el teólogo”, sino la manifestación de Uno a quien Juan amaba tiernamente.

Tampoco se trata aquí de “las revelaciones”. Es el singular, no el plural el que se usa. Es “la Revelación”, en la cual hay muchas facetas. En el Apocalipsis, Cristo es más plenamente revelado y exaltado que en cualquier otro libro de la Biblia. Abundan las alusiones a Cristo, como en las veinte o más referencias a El como “el Cordero”. Una división amplia del libro sería esta:
          •      Cristo y sus santos (Capítulos 1–3)
          •      Cristo y el mundo antiguo (Capítulos 4–19)
          •      Cristo y el mundo nuevo (Capítulos 20–22).

En los evangelios vemos a Cristo sirviendo y sufriendo. En el libro de los Hechos lo vemos vivo para siempre, obrando a través de su Iglesia. En el Apocalipsis, es el Héroe supremo, que derrota a todos sus enemigos.

Al observar la lucha entre el bien y el mal y los puntos más críticos de este drama, recibimos con profundo aprecio la imagen de Jesús como el futuro ejecutor de la justicia divina y el dispensador de la retribución y de las recompensas. Aquí se hace la presentación del Rey y su reino, y de cómo el Rey toma por la fuerza lo que le corresponde.
Cristo es la clave del libro; el Espíritu Santo es nuestro guía y nuestra propia espiritualidad es la medida de la manera en que podemos apreciar el retrato de cuerpo entero de nuestro Salvador.

En muchos sentidos, el primer capítulo es uno de los más importantes del libro, puesto que en él se da un sumario de todo lo que va a ocurrir. Los nombres, títulos y símbolos que se dan de Cristo en este capítulo inicial son distribuidos y ampliados a través del libro.

Ningún otro libro de la Biblia descubre la presencia, la Persona y el poder del Señor Jesucristo como lo hace el Apocalipsis, que se declara como un panorama maravilloso de nuestro Señor mismo y no meramente de los sucesos relacionados con su triunfo. El libro se abre con Cristo como el revelador de sí mismo (1:1–3). Puesto que es la revelación de Jesucristo, el libro adquiere un significado superior y se hace inmensamente importante. Aquí El es descrito como la figura central, que posee las llaves del destino. A pesar de los demonios y los hombres malvados, Cristo avanza invencible a través del fascinante y veloz drama del libro. Tome nota de las presentaciones autoritativas de Cristo en los “Yo soy” del primer capítulo y compárelas con los “Yo soy” que da Juan en su evangelio.

Una de las características especiales de este primer capítulo es el cuadro auténtico que nos da de Jesucristo. Hay aquí un retrato que ningún artista ha sido capaz de pintar. El capítulo abunda en títulos y superlativos y los utiliza para describir a Aquél que no tiene comparación.

1. El prólogo (1:1–3)
No simpatizamos con el sistema modernista de interpretar el Apocalipsis. Su falsa afirmación de que Juan tomó la visión de su libro de la antigua literatura apocalíptica y que sólo nos da una mezcolanza del folklore pagano, es claramente contradicha por la declaración que hace Juan acerca del origen y el orden de lo que vio y escribió. El apóstol no nos ha legado una colección de visiones paganas cristianizadas. Al contrario: Cristo nos presenta un sumario de su triunfo final sobre todas las fuerzas que se le oponen. Como esta revelación es dada por Dios, es nuestra solemne obligación inclinarnos reverentemente mientras la estudiamos.

En el Apocalipsis encontramos lo que bien podríamos llamar una escalera con cinco peldaños:

                                                                       Dios
                                                            Cristo
                                              el ángel
                                     Juan
    los siervos de Dios

Dios le dio la revelación a Jesucristo, puesto que ésta se refiere a El. Cristo, a su vez se la dio a su ángel, después de lo cual los ángeles son prominentes en el libro. El mensajero angelical le comunicó la revelación a Juan. Juan entonces puso por escrito todo lo que recibió para la iluminación y edificación de los santos de todas las edades. Ese es el orden que se sigue hasta la conclusión: “Y me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas. Y el Señor, el Dios de los espíritus de los profetas, ha enviado su ángel, para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto” (22:6).

Nadie estaba mejor calificado que Juan para actuar como el canal autorizado de esta sublime revelación. Esto es evidente por lo que los evangelios relatan acerca de la intimidad de este apóstol con Cristo. Juan fue amigo íntimo de Cristo y muy amado por El. También se dice que él se recostaba sobre el pecho de Jesús. Y fue Juan quien escribió las palabras de Jesús concernientes a la capacidad del Espíritu para revelarles a los siervos de Cristo las “cosas que sucederán.”

Antes de seguir adelante en nuestro estudio es esencial que hagamos una pausa y nos preguntemos: “¿Estoy yo preparado espiritualmente para recibir bendición del Señor a través de la lectura de este gran libro?” Nuestra actitud humilde debe ser: “Enséñame tú lo que yo no veo; si hice mal, no lo haré más” (Job 34:32).

Para poderle transmitir esta revelación a Juan por medio de su ángel, Jesús utilizó símbolos (1:1). Es decir, usó figuras y señales para impartirle su conocimiento. En nuestro estudio de estos símbolos, debemos tratar de interpretarlos a la luz de su uso en otras partes de las Escrituras. Debemos comparar símbolo con símbolo y así protegernos de las extravagancias de interpretación en las que caen muchos expositores.

Debemos también considerar cuándo fue que Juan vio todas las cosas que escribió posteriormente en el Apocalipsis. El indica que se encontraba en la isla llamada Patmos (1:9) y que la revelación le fue dada allí durante cierto día del Señor, mientras El estaba en el Espíritu (1:10). Dos frases constituyen aquí una interesante combinación: “en la isla” y “en el Espíritu.” Evidentemente, las limitaciones geográficas de Juan no eran un obstáculo para su visión espiritual. Su oscuro calabozo no era capaz de cautivar su libre espíritu. ¿Así ocurre con nosotros? Cuando nos encontramos atrapados y confinados en circunstancias que nos aíslan de un mundo libre que se halla alrededor de nosotros, ¿nos sentimos más capacitados espiritualmente para comunicarnos con el cielo? En nuestra isla de restricciones, ¿estamos nosotros también en el Espíritu?

Hay dos maneras de interpretar “el día del Señor”. La interpretación común y corriente es que este día en particular era un domingo o primer día de la semana, el cual observaba Juan cuando le llegó la visión. Y ciertamente esta es una designación apropiada del día que se conoce como “domingo”, aunque dicho día no se designa así en ningún otro lugar de la Biblia. El primer día de la semana es el día de Cristo: el día de la resurrección, el día que el Señor ha separado para la adoración de su nombre y la predicación de su Palabra. Y en este día, el mejor de todos, cuando tenemos la oportunidad de hacer a un lado las cosas del mundo, podemos escuchar la voz de Dios y dedicarnos a la comprensión espiritual de su Palabra.

Otros eruditos creen que esa frase no se refiere al primer día de la semana, sino que significa “el día del Señor”, quizá con un sentido más profético. Estar “en el Espíritu” puede referirse a alguna clase de preparación por medio de la cual el Espíritu Santo proyectó la mente de Juan hacia el futuro, como lo declaraban los profetas del Antiguo Testamento cuando profetizaban acerca del día del Señor. Isaías 2:10–22, por ejemplo, es considerado como un resumen general de los capítulos 4 al 19 del Apocalipsis. Juan fue llevado hacia el futuro por el Espíritu hasta el terrible día de los juicios y se le hizo describir detalladamente lo que Daniel y otros profetas habían visto en general.

Puede ser que la solución se encuentre en armonizar ambos puntos de vista sobre el día del Señor. Mientras Juan meditaba un primer día de la semana, el Espíritu Santo capacitó a Juan para que pudiera ver el panorama del futuro y distinguir allí el día venidero del Señor.

Antes de dejar el prólogo debemos considerar dos frases más. Juan recibió una revelación de “las cosas que deben suceder pronto” (1:1). Esta palabra “pronto” lleva en sí el sentido de presteza o inminencia. Una vez que comience la acción habrá una sucesión rápida de eventos. No existe aquí la idea de que Juan esperara que todo lo que él predijo se cumpliría casi inmediatamente.

La misma idea está asociada con la declaración “el tiempo está cerca” (1:3). Afirma Walter Scott: “La profecía aniquila el tiempo y todas las circunstancias que intervienen, aun las opuestas, y lo coloca a uno en el umbral de su cumplimiento.” De acuerdo con nuestra manera de pensar, parece como si Dios estuviera deteniendo el cumplimiento de sus últimos propósitos esbozados en el Apocalipsis, pero tal demora no significa más que gracia a favor de un mundo condenado.

2. Las prerrogativas (1:4–11)
Con un estilo autoritativo, el apóstol Juan empieza esta sección con su propio nombre: “Juan, a las siete iglesias que están en Asia.” Igualmente enfática es la expresión que se encuentra en el versículo 9: “Yo Juan.” La palabra griega apostello significa “enviar” y describe a un mensajero comisionado para cumplir una misión importante. En este sentido se aplica este término a Cristo (Hebreos 3:1). Cuando Juan inicia la comunicación de la revelación enviada a él (1:1), trata de afirmar su autoridad como apóstol, o “enviado”. Lo que él está a punto de anunciar, no procede de su propia creación. Como mensajero enviado por Dios, Juan va a describir “todas las cosas que ha visto” (1:2). Con la expresión “Yo Juan” del versículo 9, el apóstol proclama la apertura del libro que contiene la segunda venida de Cristo. En la frase “vengo en breve” de 22:20, Cristo anuncia su propia venida.

El Señor Jesucristo se presenta en el versículo 4 como el “que es y que era y que ha de venir”. “El que es” se refiere al presente y nos recuerda la inmutabilidad de Dios. Por ser el Dios Inmutable, Cristo está capacitado para actuar con independencia en un presente cambiadizo y fugaz. “El que era” retrocede hacia el pasado y nos hace volver millares de años atrás. “El que ha de venir” nos lleva hacia adelante y nos hace recordar que lo que el Señor ha sido, continuará siéndolo para siempre. El es el mismo ayer, hoy y por los siglos.

Hay otra importante verdad en la salutación de Juan (1:4, 5). La preposición “de” se usa tres veces: de El (1:4), es decir, de Dios, el independiente, el que existe por sí mismo; de los siete espíritus los cuales están delante del trono (1:4). Por la designación “siete espíritus” podemos entender (como ya lo hemos explicado) la plenitud de poder y la diversidad de actividades del Espíritu Santo; de Jesucristo (1:5). De esta manera, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo están ligados en la comunicación de esta revelación. Aquí, como en los demás lugares de las Escrituras, el Dios trino está obrando en perfecta unidad.

“Jesucristo, el testigo fiel” (1:5), le imparte fuerza al mandamiento del Señor a la iglesia de Esmirna: “Sé fiel hasta la muerte” (2:10). Su vida mostraba sus enseñanzas y mandamientos gráficamente. La descripción “Jesucristo el testigo fiel” demuestra la relación de Jesús con el Padre mientras el Salvador estaba en esta tierra. Como verdadero profeta, El nunca dejó de declarar todo el consejo de Dios. La palabra “testigo” describe a alguien que ve, sabe y por lo tanto habla, y es una palabra característica de Juan (quien la usa más de setenta veces en sus escritos).

“Jesucristo … primogénito de los muertos” (1:5) es un título maravillosamente descriptivo. “Cristo es tanto las primicias como el primogénito de los muertos,” dice Walter Scott. “El primer título indica que El es el primero en tiempo de la futura cosecha de los que duermen (1 Corintios 15:20, 23). El último título significa que El es el primero en rango de todos los que se levantarán de entre los muertos. ‘Primogénito’ es una expresión de supremacía, de preeminente dignidad, y no de tiempo o de secuencia cronológica (Salmo 89:27). Sin importar dónde, cuándo ni cómo entró Cristo en el mundo, necesariamente tomará siempre el primer lugar en virtud de lo que El es.” Dicho título también señala hacia la obra sacerdotal de Cristo.
“Jesucristo … el soberano de los reyes de la tierra” (1:5) retrata el aspecto de realeza dentro de la obra de Cristo. Los reyes de la tierra han sido siempre monarcas orgullosos y poderosos, y hasta el momento de la aparición de Cristo, ejercerán una fuerte influencia. Pero cuando Cristo venga para poner en función sus derechos soberanos, El tendrá el supremo dominio de todo. Todos los cetros imperiales serán destruidos y todas las autoridades opositoras serán desmanteladas. Como el Señor de señores, Cristo dominará sobre todos aquellos que ejerzan autoridad; como Rey de reyes, reinará sobre todos los que reinen. ¡Qué gobierno soberano le espera a esta caótica tierra!

“Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin” aparecen en 1:8, 11, pero muchos eruditos sostienen que la primera parte del versículo 11 no aparece en el texto original tal como lo escribió Juan. (El título habría sido tomado del versículo 8 y la frase “el primero y el último” vendría del versículo 17. Aquí nos encontramos con uno de esos divinos “Yo soy” que hacen resaltar la dignidad y la autoridad de Cristo. Alfa y omega, primera y última letras del alfabeto griego, sugieren que Cristo es el principio y el final de todo lo referente a los planes de Dios con relación a la humanidad. El es el primero y el último y todo lo que llena el intermedio.

Cristo aparece nuevamente en el versículo 8 como el Ser de los tres tiempos (como aparece en el versículo 4), pero esta vez, con dos adiciones: “el Señor”, “el Todopoderoso”. Estos títulos constituyen una conclusión apropiada para esta sección tan abundante en ellos. Con la manifestación del juicio sobre las fuerzas antagónicas del infierno y de la tierra y todo el odio que se había amontonado sobre los justos, es de mucha consolación contar con la revelación de la autoridad omnipotente del Señor, y otros recursos en los cuales apoyarnos desde el principio del libro.

Como veremos más tarde, las circunstancias en que vivirán los necesitados los obligarán a hacerle constantes demandas a tan poderoso nombre. Grandes poderes malignos tratarán de hundir al pueblo de Dios, pero el Todopoderoso estará presto a defenderlo. ¡La omnipotencia se enfrentará a esas fuerzas arrogantes y soberbias … ¡y triunfará! La gran pregunta del Apocalipsis es “¿Quién reinará?” Sólo hay una respuesta a esta pregunta crítica: El Señor Todopoderoso.

La revelación y la enumeración de las dignidades de Cristo figuran en la triunfante doxología de los redimidos (1:5, 6). Nuestros sentimientos son conmovidos profundamente y asciende nuestra adoración cuando meditamos en todo lo que el Señor es en sí mismo y de qué manera son aplicados sus atributos a favor de todos los suyos.

“Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre” (1:5). La liberación está ya realizada, pero el amor de Dios continúa para siempre. “Como había amado a los suyos … los amó hasta el fin” (Juan 13:1). ¡Qué gran fortalecimiento trae a los redimidos de todos los tiempos el amor inconmovible y siempre presente del Redentor! Durante el período de la Tribulación, cuando el fuego de la persecución se amontone alrededor del pueblo de Dios que haya quedado sobre la tierra, ¡qué cantos de triunfo y de victoria entonarán los redimidos al descansar confiadamente en el amor de su Libertador!

“Y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre” (1:6). Juan no olvida celebrar la alta dignidad de los redimidos. Cristo, cuya sangre y amor constituyen la base de nuestra confianza y descanso, ha hecho a su pueblo “un reino para ser sacerdotes para su Dios, su Padre”. La palabra original de la cual viene el término “reyes” aparece en singular: “reino”, lo cual está completamente de acuerdo con todo el libro, e indica que los redimidos no serán únicamente sujetos gobernados, sino que también ejercerán soberanía. Los santos han de reinar como sacerdotes. Ahora todos los creyentes ejercen las funciones sacerdotales aquí en la tierra (Efesios 2:18; Hebreos 13:15), pero el Apocalipsis prevé el ejercicio de un sacerdocio real.

Walter Scott pregunta: “¿Cuál es el significado de la dignidad real y la gracia sacerdotal? Zacarías 6:13 establece exactamente esta posición: ‘Se sentará y dominará en su trono, y habrá sacerdote a su lado.’ Como nosotros hemos de reinar con Cristo, el carácter de su reino determinará la naturaleza del nuestro. Nunca olvidemos nuestro elevado rango, ni actuemos por debajo de él en la práctica. Pensar en ello constantemente nos impartirá dignidad de carácter y nos mantendrá por encima del espíritu de ambición por el dinero que reina en nuestro tiempo (1 Corintios 6:2, 3).” ¡Sí, y notemos el orden: reyes y sacerdotes! Si queremos interceder con eficacia, debemos reinar constantemente en la vida. Cuando triunfemos sobre el mal interno y externo como reyes, entonces tendremos libertad y poder como sacerdotes para interceder por la causa de los perdidos y de las almas en pecado.

“A él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos” (1:6). En esta atribución de eterna gloria y dominio a Cristo, vislumbramos el cumplimiento de su gloria visible y su extenso dominio tal como lo anunciaran los santos del pasado. Conforme se va desarrollando la revelación, esta doxología aumenta en plenitud. Aquí es doble; en 4:11 es triple; en 5:13 es cuádruple; y en 7:12 es séptuple.

En el versículo 7 hallamos un testimonio sobre la segunda venida de Cristo. William Newell designa con toda razón este versículo como el primer gran texto del Apocalipsis. En 21:5 encontramos el segundo: “He aquí, yo hago nuevas todas las cosas.” El glorioso advenimiento de nuestro Señor es presentado con la exclamación “¡He aquí!” de pie como centinela en el umbral mismo del libro.

Aquí Juan está haciendo énfasis en el regreso de nuestro Señor a la tierra. Esto es, su manifestación pública ante el mundo entero, que terminará con el establecimiento de su reino. Y todo ojo, en un momento u otro, presenciará su manifestación personal en público. Por la expresión “los que le traspasaron” podemos entender los judíos y también los gentiles. Es Juan quien nos hace recordar que fue un soldado gentil quien abrió el costado del Salvador (Juan 19:33–37).

Así lo expresa Walter Scott: “El vacilante y débil representante de Roma degradó la grandeza imperial su jactanciosa reputación de justicia inflexible al ordenar cobardemente que su augusto prisionero, a quien había declarado inocente tres veces, fuera azotado y crucificado.” Pero, ¿hay aquí una referencia especial a los judíos, ya que ellos aguijonearon a Pilato para que crucificara al Salvador (Zacarías 12:10)? Cuando el pueblo de Israel vea aparecer a Cristo, creerá en El, y cuando el verdadero amanecer haya llegado para los judíos que moren en la tierra, el pueblo experimentará su nuevo nacimiento como nación.

El gemido general de angustia por la venida del Hijo del Hombre no se debe perder de vista. No debemos limitar el terror a las dos tribus de Judá y Benjamín, ni tampoco a las otras diez tribus. La expresión usada aquí no es “las tribus de la tierra de Israel”, sino “todas las tribus de la tierra”. El anuncio profético que describe a los hombres escondiéndose en las cuevas de la tierra para no presenciar la ira del Señor, llega hoy a su realización (Isaías 2:19; 1 Tesalonicenses 5:2, 3; Lucas 21:34, 35). Entonces viene el doble asentimiento al testimonio profético: “Sí” y “amén”. Cristo viene, tanto para los judíos como para los gentiles, y para ambos grupos la Palabra de Dios permanece para siempre.

3. Su Persona (1:12–18)
En esta sección, Juan presenta una impresionante descripción de Aquél cuya voz él escuchó. Los símbolos de cargo y de personalidad dados aquí, se identifican con el Hijo del Hombre, quien es poseedor de una plena y completa divinidad. Las siete partes del retrato de cuerpo entero de Cristo son fáciles de discernir y todas las características (como lo indicaremos más detalladamente en nuestra próxima sección) están distribuidas entre las iglesias. Al seguir adelante, debemos observar que hay una vasta diferencia entre los sufrimientos pasados de nuestro Señor y su soberanía futura. ¡Al fin vemos al Cristo escarnecido coronado para siempre como Rey de reyes y Señor de señores!

El Apocalipsis trata sobre la Persona y el poder de Jesucristo, con múltiples símbolos sobre sus actividades, funciones y carácter. Aquí vemos a Jesús relacionado con el tiempo y con la eternidad, con judíos, con gentiles y con la iglesia de Dios. La parte del primer capítulo en la que queremos detenernos, es la que muestra a Cristo como el personaje celestial con apariencia humana. En El están combinadas la deidad y la humanidad y están maravillosamente mezclados lo celestial y lo terreno (1:9–18). ¡Qué enorme diferencia hay entre los pasados sufrimientos de nuestro Señor y su futuro reinado! Al fin vemos a Jesús (quien fue una vez objeto de vergüenza, escarnio y contradicción), coronado de honra y gloria.

A. Su vestidura y su cinto (1:13)
    En medio de los siete candeleros,
    uno semejante al Hijo del Hombre,
    vestido de una ropa que llegaba hasta los pies,
    y ceñido por el pecho con un cinto de oro.

La posición de Cristo—en medio de la Iglesia (simbolizada por los siete candeleros)—lo declara como la Cabeza y el centro de poder de la Iglesia.

El título de Cristo—el Hijo del Hombre—lo identifica con la humanidad y con el juicio.
La vestimenta y el cinto de Cristo declaran su autoridad real y también la majestad de su sacerdocio. Es una alusión a las bellas vestimentas de los sumos sacerdotes bajo el orden levítico e indican las cualidades personales y la posición oficial del Sacerdote.
La vestidura de Cristo le “llegaba hasta los pies”, pero no se los cubría. De otro modo, Juan no hubiera podido distinguirlos para inclinarse a adorar a su Señor, cuya forma glorificada estaba debidamente vestida. En el Calvario, Jesús fue desvestido y sobre su ropa echaron suertes, pero ahora aparece vestido con su bella túnica, como el gran Sumo Sacerdote. “Y sus vestidos se hicieron blancos como la luz” (Mateo 17:2).

Cristo también estaba “ceñido por el pecho con un cinto de oro”. Cuando el cinto está alrededor de los lomos es indicación de preparación para el servicio (como en Juan 13:4, 5), pero cuando está ciñendo el pecho implica dignidad sacerdotal y juicio. El hecho de que el cinto es de oro, indica la divinidad de Cristo y su legítima dignidad real. El pecho bien puede implicar calma y reposo, o preparación para el juicio.

Juan no ve a Cristo vestido como Rey-Sacerdote ante el altar de oro con el incensario y el incienso ardiendo, sino que lo ve entre los candeleros con la despabiladera, como si estuviera revisando las lámparas del santuario para ver si pueden seguir alumbrando o si se veía en la necesidad de quitarlas de su lugar pronto. Todas las figures del lenguaje que siguen son una expresión de juicio; una revelación del Sacerdote, no en el altar con el incienso, ni siquiera junto a la lámpara con el aceite, para ver si era necesario llenarla, sino con la despabiladera en su mano para juzgar y limpiar los candeleros.

Esta visión inicial recibida por Juan, no se refiere a la gracia pastoral de Cristo, sino a su autoridad judicial. Esta es la razón por la cual el Apocalipsis debe ser visto como un libro de juicios. Las palabras “Juez” y “juicios” aparecen quince veces en todo el libro. Las siete iglesias se presentan como si estuvieran en el lugar de este juicio, el cual debe siempre empezar por la casa de Dios (1 Pedro 4:17). Si quiere una enumeración de los diversos juicios del Apocalipsis donde Cristo es Juez, tome nota del siguiente sumario:
    1.      Juicio de la historia terrena de la Iglesia (capítulos 2 y 3).
    2.      Juicio de las naciones rebeldes, especialmente las que adoraron a la bestia (capítulos 4–16).
    3.      Juicio del sistema de idolatría en la tierra (capítulos 17 y 18).
    4.      Juicio de la bestia, el falso profeta, los reyes y los ejércitos del Armagedón (19:19–21).
    5.      Juicio de la actuación que se le ha permitido al diablo sobre la tierra (20:1–3).
    6.      Juicio de las naciones salvadas (bajo equidad, paz y justicia impuestos) durante el milenio (20:4–6).
    7.      Juicio de los que se rebelan en la tierra al ser suelto Satanás (20:7–9).
    8.      Juicio de Satanás en el lago de fuego para siempre (20:10).
    9.      Juicio de los no salvos ante el gran trono blanco (20:11–15).
Cada uno de estos juicios venideros presenta un rasgo especial de Cristo en cada etapa.

B. Su cabeza y su cabello (1:14)
Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve.
La cabeza blanca de Cristo, descubierta, distinguía fácilmente a la Persona glorificada que era revelada. La blancura de la lana y de la nieve, usada por Isaías para describir la limpieza del corazón de las manchas del pecado (Isaías 1:18), simboliza aquí la pureza absoluta y también la existencia eterna del Salvador, cuya sangre derramada puede limpiarnos de lo vil del pecado y prepararnos para caminar con El en ropas blancas.

La majestuosa cabeza descubierta del Hijo del Hombre da la idea de experiencia madura y de sabiduría perfecta, acompañadas de una santidad inmaculada. Daniel tuvo una visión similar. Un “como anciano de días” estaba vestido de ropa blanca como la nieve y su cabello era como la lana limpia (Daniel 7:9).

La transfiguracón Cristo fue una anticipación de la visión de Patmos. Pedro, Santiago y Juan fueron testigos presenciales de la majestad de Cristo y se espantaron al ver que “resplandeció su rostro como el sol” (Mateo 17:2). Por un momento, ellos vieron su gloria, gloria como del unigénito del Padre.

Para nosotros, el cabello blanco es indicio de mucha edad, decadencia y proximidad a la tumba, pero eso no es lo que implica aquí el Apocalipsis, porque el que tenía la cabeza blanca en la visión de Juan es el inmutable, inmortal y eterno. Desde la eternidad hasta la eternidad, Jesucristo es el mismo y sus años no tienen fin.

Cristo siempre retiene la frescura y el vigor de su juventud. No obstante, siempre ha sido venerable en la eterna sabiduría y gloria que ha tenido con el Padre desde antes de la fundación del mundo. Juan, quien una vez contempló la cabeza y los cabellos de su Señor coronados con espinas, ahora los ve coronados con la diadema de la gloria del cielo.

C. Sus ojos como llama de fuego (1:14; 19:12)
    Sus ojos eran como llama de fuego.
La Biblia dice mucho acerca de los ojos del Señor, “porque los ojos de Jehová contemplan toda la tierra” (2 Crónicas 16:9) y están en todo lugar (Proverbios 15:3). Los ojos y la lengua tienen una connotación especial; los ojos del Señor, observando lo malo y lo bueno indican el discernimiento divino, su profunda penetración e íntimo conocimiento. En lo que respecta a la “llama de fuego,” representa el atributo del entendimiento perfecto y la capacidad de escudriñar los pensamientos, las intenciones y las motivaciones del corazón. Todas las cosas están expuestas ante aquellos ojos penetrantes y nadie puede escapar de su escrutinio.

Todos aquellos que vean al Señor a su regreso en gloria, verán sus ojos centelleantes como llamas de fuego (Apocalipsis 19:12). El Apocalipsis es un libro de fuego, porque en él se encuentra diecisiete veces la palabra “fuego”. Los llameantes ojos de Cristo siempre están fijos en las escenas de la vida humana; no se cansan de escudriñar los corazones de los hombres y el verdadero significado de todos los sucesos y las acciones de los seres humanos. Por eso quemarán todo lo que sea extraño y contrario a su mirada santa, cuando su poseedor vuelva a la tierra vestido con ropas ensangrentadas. “Todas las cosas están desnudas y descubiertas ante los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4:13).

Cuando Cristo estaba en la tierra, sus amorosos ojos a menudo se empapaban en lágrimas a causa de los pecados y sufrimientos de aquellos que lo rodeaban. Seguramente no hay ningún pasaje tan conmovedor en las Escrituras como aquel que describe la compasión de Jesús por la muerte de uno a quien El amaba: ¡Jesús lloró!

Pero los ojos que vio Juan aquí en Apocalipsis, no estaban rojos de llorar sino de juicio. Cuán agradecidos debiéramos estar de que a través de la gracia no tendremos que sufrir la mirada abrasadora de aquellos ojos que escudriñan y consumen todo aquello que se opone a la voluntad divina.

 
 
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