sábado, 14 de marzo de 2015

No hay ciudad ni nación que no pueda tener a su alcance al Dios de los cielos

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
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EL ARREPENTIMIENTO DE LAS CIUDADES Y LAS NACIONES
Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra (Salmo 2:8).
Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella (Lucas 19:41).
Gritad, porque Jehová os ha entregado la ciudad (Josué 6:16).
El Señor ama a todas las ciudades y naciones. Ama a la ciudad y la nación de usted. No hay ciudad ni nación que no pueda tener a su alcance al Dios de los cielos. La Biblia está llena de ejemplos de ciudades y naciones que se arrepintieron de sus pecados y se volvieron a Dios. La Gran Comisión es precisamente el mandato de Dios para que eso suceda. El Señor quiere que se hagan discípulos en todas las naciones (Mateo 28:19), para lo cual envió a su Espíritu Santo para que sus discípulos le fueran testigos en la ciudad de Jerusalén, en la región de Judea, en la nación de Samaría, y hasta lo último de la tierra (Hechos 1:8). Dios quiere que tengamos la visión de tomar ciudades, regiones y naciones, territorialmente, para Cristo.
El apóstol Pablo escribió sus epístolas para las ciudades de Roma, Éfeso, Corinto, Galacia, etc. El libro de Apocalipsis nos revela que Dios bendice y juzga a la iglesia de manera colectiva, no individualmente. Es decir, ante Dios el Padre no son las denominaciones ni las congregaciones las que representan a Cristo, sino que es la iglesia en su totalidad, los creyentes todos de una ciudad.
La epístola a los Hebreos dice que Dios edificó una ciudad: «Porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios[…] Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad» (Hebreos 11:10–16).
Todo lo anterior nos indica que Dios piensa en las ciudades y naciones del mundo, y que su voluntad es que procedan al arrepentimiento. Sus discípulos, sus obreros, sus mensajeros, sus pastores, son los instrumentos que Él ha escogido para ese arrepentimiento, porque todos, todos … somos y debemos ser los intercesores ante su trono de gracia para alcanzar misericordia.
Obediencia y oración
No obstante, es necesario que seamos obedientes. La Biblia nos da ejemplos al respecto en la vida de Josué y Caleb:
     Josué obedeció al Señor y conquistó para Él la ciudad de Jericó (Josué 6:16).
     Caleb obedeció y por fe recibió la tierra por posesión: «Pero a mi siervo Caleb, por cuanto hubo en él otro espíritu, y decidió ir en pos de mí, yo le meteré en la tierra donde entró, y su descendencia la tendrá en posesión» (Números 14:24).
Si obedecemos e intercedemos por nuestras ciudades y naciones, podremos entrar en la batalla para conquistarlas en la seguridad de que la victoria será nuestra, pues la batalla es del Señor:
Mas Jehová dijo a Josué: Mira, yo he entregado en tu mano a Jericó y a su rey, con sus varones de guerra (Josué 6:2).
Asimismo, nos convertimos en instrumentos de justicia para esa necesaria y apremiante reconciliación total. Por consiguiente, tiene que desaparecer la atmósfera contaminada que asfixia a nuestros pueblos; tiene que desaparecer la religiosidad vacía, la corrupción de mente, de espíritu y de cuerpo, para que en estos últimos días, las ciudades y las naciones puedan regresar a Cristo. Ante todo, tiene que desaparecer la división entre el pueblo de Dios, ese pueblo llamado a conquistar y a triunfar, pero como un solo ejército.
En el caso de Josué, vemos que primeramente creyó en las promesas de Dios y, debido a ello, recibió la visión para la conquista de la ciudad de Jericó. Luego, obedeció el mandato de Dios en cuanto a la estrategia para la toma de la ciudad; y fue en obediencia a las instrucciones que Él le dio que demandó la unidad de todo el pueblo para el asalto final: «TODO el pueblo gritará a gran voz, y el muro de la ciudad caerá» (Josué 6:5).
Más adelante, encontramos a Caleb diciendo:
Como podrás ver, Jehová me ha mantenido con vida y salud durante estos cuarenta y cinco años desde que comenzamos a vagar por el desierto, y ahora tengo ochenta y cinco años. Estoy tan fuerte ahora como cuando Moisés nos envió en aquel viaje de exploración y aún puedo viajar y pelear como solía hacerlo en aquella época. Por lo tanto, te pido que me des la región montañosa que Jehová me prometió. Recordarás que cuando exploramos la tierra vimos que los anaceos vivían allí en ciudades con murallas muy grandes, pero si Jehová está conmigo yo los echaré de allí (Josué 14:10–12, La Biblia al día).
La conquista fue posible porque hubo participación de todo el pueblo de Dios representado por cada una de las tribus de Israel:
Tomad, pues, ahora doce hombres de las tribus de Israel, uno de cada tribu (Josué 3:12).
Tomad del pueblo doce hombres, uno de cada tribu (Josué 4:2).
Como una señal de UNIDAD, Josué mandó tomar doce piedras (Josué 4:3) de en medio del Jordán, las cuales debían llevarlas y levantarlas: «Para que esto sea señal entre vosotros» (Josué 4:6).
La unidad es la clave para conquistar ciudades y naciones mediante el arrepentimiento. «¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía![…] porque allí envía Jehová bendición, y vida eterna» (Salmo 131:1, 3b).
Aunque continuemos (y debemos hacerlo) cumpliendo nuestras responsabilidades en las asambleas y congregaciones locales a las cuales Dios nos ha llamado a servir, tenemos también la responsabilidad de unirnos delante de Dios en nuestras ciudades y regiones para rendirle adoración, alabanza, loor, honor y gloria, intercediendo por ellas para que Él derrame su misericordia. Y entonces podremos decir como Pedro: «En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia» (Hechos 10:34–35).
Arrepentimiento y confesión
Los profetas Esdras y Daniel nos demuestran el corazón de un intercesor que clama a Dios por el perdón de los pecados de la nación de Israel. Reconocieron que el sincretismo trae maldición a un pueblo que sufre el juicio de Dios. Es por eso que claman a Él y retan al pueblo a arrepentirse y a renunciar a la idolatría de sus antepasados.
Y a la hora del sacrificio de la tarde me levanté de mi aflicción, y habiendo rasgado mi vestido y mi manto, me postré de rodillas, y extendí mis manos a Jehová mi Dios, y dije: Dios mío, confuso y avergonzado estoy para levantar, oh Dios mío, mi rostro a ti, porque nuestras iniquidades se han multiplicado sobre nuestra cabeza, y nuestros delitos han crecido hasta el cielo. Desde los días de nuestros padres hasta este día hemos vivido en gran pecado; y por nuestras iniquidades nosotros, nuestros reyes y nuestros sacerdotes hemos sido entregados en manos de los reyes de las tierras, a espada, a cautiverio, a robo y a vergüenza que cubre nuestro rostro como hoy día (Esdras 9:5–7).
¿Qué sucedió como resultado de esta intercesión?
Mientras oraba Esdras y hacía confesión, llorando y postrándose delante de la casa de Dios, se juntó a él una muy grande multitud de Israel, hombres, mujeres y niños; y lloraba el pueblo amargamente[…] Y se levantó el sacerdote Esdras y les dijo: Vosotros habéis pecado, por cuanto tomasteis mujeres extranjeras, añadiendo así sobre el pecado de Israel. Ahora, pues, dad gloria a Jehová Dios de vuestros padres, y haced su voluntad, y apartaos de los pueblos de las tierras, y de las mujeres extranjeras. Y respondió toda la asamblea, y dijeron en alta voz: Así se haga conforme a tu palabra (Esdras 10:1, 10–12).
He aquí la oración de intercesión de otro profeta, Daniel:
Ahora pues, Dios nuestro, oye la oración de tu siervo, y sus ruegos; y haz que tu rostro resplandezca sobre tu santuario asolado, por amor del Señor. Inclina, oh Dios mío, tu oído, y oye; abre tus ojos, y mira nuestras desolaciones, y la ciudad sobre la cual es invocado tu nombre; porque no elevamos nuestros ruegos ante ti confiados en nuestras justicias, sino en tus muchas misericordias. Oye, Señor; oh Señor, perdona; presta oído, Señor, y hazlo; no tardes, por amor de ti mismo, Dios mío; porque tu nombre es invocado sobre tu ciudad y sobre tu pueblo (Daniel 9:17–19).
Los profetas reconocieron que todo lo que le sobrevino a la nación fue debido a sus pecados. Pero sabían también que si se arrepentían, Dios los oiría desde los cielos.
Cuando la ciudad de Nínive oyó el mensaje del profeta Jonás, los habitantes creyeron y se arrepintieron, desde el mayor hasta el menor, hombres y bestias y aun el propio rey. Nos dice la Biblia que Dios los perdonó y no trajo juicio sobre la ciudad (Jonás 3:5–10).
Si tu pueblo Israel fuere derrotado delante del enemigo por haber prevaricado contra ti, y se convirtiere, y confesare tu nombre, y rogare delante de ti en esta casa, tú oirás desde los cielos, y perdonarás el pecado de tu pueblo Israel, y le harás volver a la tierra que diste a ellos y a sus padres (2 Crónicas 6:24–25).
El mundo entero está bajo el poder del maligno, dice la Biblia (1 Juan 5:19), pero «los ojos de Jehová contemplan toda la tierra, para mostrar su poder a favor de los que tienen corazón perfecto para con Él» (2 Crónicas 16:9a). Si intercedemos, Él tendrá misericordia.
Por lo tanto, cumplamos con nuestra misión de intercesión para que las ciudades y las naciones se arrepientan y vengan, de la presencia del Señor, tiempos de refrigerio (Hechos 3:19).
Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados y sanaré su tierra (2 Crónicas 7:14).
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