domingo, 23 de febrero de 2014

Aconsejar: Tarea necesaria en la congregación

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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—Pastor, me siento muy nerviosa; no duermo ni como bien —dijo la joven de veintiún años.
El pastor le respondió:

—¿Se preocupa usted mucho por algo, Susana? Por supuesto que tiene mucho en que pensar, pues le quedan menos de tres semanas para casarse con Carlos.

Susana vació su corazón durante la conversación. Le contó al pastor que tenía dudas de que le conviniera casarse con Carlos. Al comenzar a cortejarla, Carlos había consagrado su vida para ser pastor. Se matriculó en el instituto bíblico al cual ella asístía, pronto ganó el amor de Susana y se comprometieron para casarse.

Luego Susana comenzó a notar que la espiritualidad de Carlos carecía de profundidad. Se le ocurrió la siguiente pregunta: «¿Hizo Carlos una consagración solamente para casarse conmigo?» También le parecía que era poco maduro; no permanecía en ningún puesto de trabajo por más de dos meses. Sin embargo, ella pasaba por alto estas observaciones y se decía a sí misma: «Él cambiará». Cuatro semanas antes de la fecha de la boda, Carlos gastó todo su dinero comprando un viejo automóvil; además, tendría que pagar pesadas cuotas mensuales hasta cancelar la deuda.

—No tenemos dónde vivir, ni artefactos ni muebles, y parece que tendremos que vivir de lo que gano yo —dijo Susana—. ¡Qué error cometí prometiendo casarme con él!

    —Pero Susana, aún le queda tiempo para rectificar lo que le parece ser un error.
    —He pensado en eso pero ya hemos enviado las invitaciones para la boda. ¿Qué pensarían nuestros amigos?
    —Bueno, el matrimonio cristiano es algo permanente. Si usted comete un error ahora, tendrá que sufrirlo el resto de su vida. ¿No es su futuro más importante que lo que pensarán sus amigos?
    —Así es, pastor. Debo romper con Carlos, pero yo no podría soportar la vergüenza y el chisme. ¿No hay algún camino menos mortificante? No sé qué hacer.
    —¿No le convendría expresarle sus dudas a Carlos y tal vez postergar indefinidamente la fecha de la boda? Luego enviaría una nota a los invitados informándoles de su decisión. No es necesario explicar la razón. Así usted tendría tiempo de llegar a una decisión.
    —Eso es lo que haré. Gracias, pastor.


Susana habló con su novio y los dos decidieron postergar la boda. Al pasar seis semanas, rompieron el noviazgo. Carlos dejó de estudiar para el ministerio, y Susana le escribió a su pastor. Le agradeció por haberla animado a llevar a cabo lo que ella sabía que era conveniente. Este es un ejemplo del asesoramiento pastoral, aunque los nombres son ficticios.

Analicemos el proceso de asesoramiento que fue puesto en marcha cuando Susana acudió a su pastor y pidió oración. El pastor se dio cuenta inmediatamente de que el nerviosismo de la joven tenía sus raíces en un problema. Sabía que la ansiedad era algo insólito en la vida de la señorita, ya que ella tenía una personalidad serena y alegre. Razonó de la siguiente manera: «Si yo orara a Dios para que sane su nerviosismo sin ser solucionado el problema primero, sería tan inútil como pedirle al médico que quite el síntoma sin curar primero la enfermedad».

El pastor tuvo la intuición de que el problema de Susana tenía algo que ver con el venidero enlace matrimonial. Sin embargo, no formuló una pregunta directa sobre lo que pensaba intuitivamente. Más bien le abrió la puerta a la joven para que ella hablara espontáneamente del problema.

Al comenzar a contar el problema, Susana tuvo dudas en cuanto a la conveniencia de casarse con Carlos, pero todavía estaba indecisa. Su optimismo femenino que la alentaba a creer que su novio cambiaría, fue rudamente sacudido cuando Carlos compró un vehículo en el último mes antes del matrimonio. En este punto comenzó seriamente el conflicto interno de la joven.

Hablando con el pastor, Susana vio claramente su problema, y no le cupo duda alguna de que sería un error funesto casarse con Carlos. Pero vacilaba todavía en tomar una decisión firme y anular la boda. Pensó en la vergüenza que sentiría cuando se enteraran sus amigos. El pastor no dijo mucho, sino que dio a la señorita la oportunidad de hablar de todo corazón. El oído atento del pastor y su comprensión estimularon a Susana a traer a la luz los temores que había tratado de pasar por alto, y ver objetivamente su propio dilema. Al pastor le quedaba solamente afirmarla en su conclusión y sugerir el modo menos penoso de llevar a cabo lo que ella quería hacer.

1. El asesorar es una parte del ministerio: Muchos piensan que el asesoramiento pastoral es algo nuevo, una nueva dimensión del ministerio. En el sentido sicológico moderno, tienen razón, pero este asesoramiento pastoral ha existido desde mucho tiempo antes de los descubrimientos de Freud y James. Los pastores se han preocupado siempre de los problemas de los creyentes. Ricardo Baxter, predicador inglés de gran influencia en el siglo XVII, observó acertadamente: «El ministro no debe ser solamente un predicador público, sino que debe ser conocido también como consejero del alma, así como el médico lo es para el cuerpo». Washington Gladden escribió en su libro El pastor cristiano, en 1896: «Si el ministro es el tipo de hombre que debiera ser, muchos relatos de dudas, perplejidad, tristeza, vergüenza y desesperación serán probablemente vertidos en sus oídos».

Dios mismo nos da la pauta al decir que él «como pastor apacentará su rebaño; en su brazo llevará los corderos, y en su seno los llevará; pastoreará suavemente a las recién paridas» (Isaías 40:11). «Yo buscaré la pérdida, y haré volver al redil la descarriada, vendaré la perniquebrada, y fortaleceré la débil» (Ezequiel 34:16).

El Señor Jesús nos enseña en la parábola del buen samaritano que nuestro prójimo esaquel que necesita nuestra ayuda. Cuántas personas en nuestro derredor son heridas y despojadas de la paz y del gozo que debieran tener como herencia en Cristo. Tensiones, inseguridad, ansiedad, desviaciones morales, infelicidad matrimonial y problemas de adolescentes caracterizan a nuestra sociedad. Pero desgraciadamente, muchos pastores son como el sacerdote y levita de la parábola. Están tan ocupados en sus tareas eclesiásticas, que no atienden a los que son heridos por problemas abrumadores.

Algunos pastores no aconsejan a sus miembros por varias razones. James Hamilton, escritor evangélico, nota que algunos pastores estiman que «si los feligreses tuvieran una experiencia adecuada, el consejero no sería necesario …» Piensan que los problemas de sus miembros pueden ser solucionados si oran. Sin embargo, muchos creyentes «cuyo arrepentimiento es real, cuya consagración es definitiva y cuyo servicio y testimonio son indubitables», todavía necesitan tomar decisiones apoyados por un consejero.

Algunos predicadores desconfían de sí mismos en este ministerio. No se sienten aptos, seguros para asesorar. Tienen miedo de meterse en la relación íntima de aconsejar, o temen «las crudas realidades de la vida», que posiblemente descubran así, y por eso titubean en abocarse a la tarea de aconsejar de manera formal. Se encuentran también ministros evangélicos que no ven la importancia de visitar y de aconsejar. Piensan que con solo predicar, se cumple su ministerio.

El verdadero pastor se encuentra donde están las ovejas. Se compadece de sus debilidades, las ama de corazón, las consuela y las sana. Vive cerca de sus feligreses y piensa con la mente de ellos, ve con los ojos de ellos, siente con el corazón de ellos, sufre las congojas de ellos, sobrelleva las cargas de ellos, y así cumple la ley de Cristo.

El pastor tiene un lugar importantísimo en la vida de su congregación. Desempeña un papel único en las ocasiones significantes, tales como el nacimiento, la conversión, el enlace matrimonial, la enfermedad y la muerte. Es natural que sus miembros acudan a él cuando los hijos causan problemas. El pastor tiene la gran responsabilidad de aconsejar bien; de otro modo habrá consecuencias funestas. El asesorar no es fácil, es agotador, consume tiempo, y a veces no logra los resultados apetecidos. Pero vale la pena cumplir este ministerio tan necesario para el bien de los demás. Todo esto debemos hacer en el nombre de aquel que «no vino para ser servido, sino para servir».

El asesorar también tiene un gran valor para el pastor. Conocer a sus miembros y sus problemas, le da la oportunidad de preparar sermones más comprensibles, prácticos y profundos. Los miembros recibirán más ayuda de los mensajes para enfrentarse con sus problemas y se sentirán más cerca de su pastor. Se dijo acerca de un pastor que no quería involucrarse en la vida de sus miembros: «Durante la semana es invisible y el día domingo, incomprensible». Además de enriquecer el ministerio, el aconsejar proporciona muchas oportunidades de llevar a almas angustiadas a los pies de Cristo.

2. Los dos métodos principales para asesorar: Una forma de asesorar que los pastores han empleado a través de los siglos se denomina la técnica directiva. En esta técnica el papel del pastor es semejante al del médico. El miembro describe su problema y el pastor formula preguntas, reúne información, hace el diagnóstico y le ofrece el remedio. La única responsabilidad del asesorado es cooperar con el pastor y llevar a cabo su consejo.

Aunque este método a veces da buenos resultados, presenta muchas debilidades y peligros. El pastor puede equivocarse en su diagnóstico y perder la oportunidad de ayudar al asesorado. En tal caso, el consejo seria más perjudicial que beneficioso. Este método priva al asesorado de la oportunidad de ver por sí mismo su problema y comprenderse a sí mismo. También puede quitarle al asesorado la oportunidad de sanarse emocionalmente. El proceso de asesorar no es simplemente un proceso intelectual, sino que involucra tanto la mente como las emociones. Muchos de los problemas no se encuentran en la mente sino en el área de las necesidades personales, de las relaciones emocionales que tienen que ver con la satisfacción de los deseos básicos y con las frustraciones que resultan cuando estos no se satisfacen. El método directivo no da lugar a la libre expresión de emociones, sentimientos y actitudes, pues la dirección que da el pastor tiende a inhibir a la persona, haciendo que las emociones se interioricen, en vez de permitir que el asesorado las desahogue. Finalmente, la persona que es aconsejada puede acostumbrarse a depender del pastor en vez de resolver sus propios problemas.

La técnica directiva puede presentar al pastor la tentación de satisfacer su propio «yo», la de posar como una autoridad que sabe todas las respuestas. Trataría al asesorado con condescendencia en vez de situarse en un plano de igualdad. Hamilton comenta acerca del método directivo:

  Muchos pastores encontrarán fácil, casi natural, participar en esta forma de consejería, debido a que la posición del ministro es vista por muchas personas como una figura de autoridad. Los pastores que están inseguros encontrarán un gran refugio en esta posición de autoridad. Les será más fácil hablar condescendientemente a sus feligreses que trabajar con ellos. Cuando un pastor habla así a su gente … quiere decir que en realidad no experimenta lo que ellos experimentan y no entienden completamente lo que ellos sienten.

Por regla general, no conviene usar la técnica directiva. Pero en la experiencia pastoral, a veces se hacen combinaciones de este método con el indirecto, especialmente después de comenzar con el no directivo y de encontrar el problema.

La segunda forma de asesorar se llama técnica no directiva. Es el método que ha desarrollado Sigmund Freud, el padre de la sicoterapia. Aunque tanto el creyente como la mayoría de los sicólogos modernos rechazan muchas de las ideas freudianas, el pastor puede emplear algunos conocimientos comprobados y la técnica de los sicólogos. La aplicación de la sicología, sin embargo, no ha de negar la realidad del pecado, ni la importancia de la responsabilidad personal, ni el papel de las Escrituras en el proceso de asesorar. Más bien, el pastor aprende del analista la importancia de escuchar, de comprender a la persona que tiene problemas, de sentir su angustia, de aceptarla tal como es, de apoyarla, de animarla, de disminuir su aislamiento y soledad, y de aliarse con ella en la lucha con su problema.

En la técnica no directiva, el asesorado es la figura central; habla libremente de su problema y de sus sentimientos. El asesor le escucha, reflexiona y responde. No es juez ni consejero con todas las respuestas. El asesorar es «una relación interpersonal en la cual dos personas se concentran en esclarecer los sentimientos y problemas de una, y se ponen de acuerdo en que eso es lo que tratan de hacer». El consejero ayuda al asesorado a comprenderse a sí mismo, a encontrar el problema, a ver las alternativas, a tomar su propia decisión, y a llevarla a cabo. No trata de manipular la entrevista haciendo preguntas directas, ofreciendo interpretaciones y respuestas de cliché, e imponiéndole sus soluciones. Más bien, ayuda al asesorado a ayudarse a sí mismo.

La técnica puramente no directiva puede tener algunas desventajas. A veces, el consejero se mantiene demasiado pasivo y no le proporciona al asesorado las reflexiones, información, sugerencias y alternativas necesarias para que este pueda llegar a decisiones razonadas y basadas en la verdad bíblica. También esta técnica puede «ocupar mucho tiempo en el laborioso proceso de conducir … a un consultante, para llegar a conocer su problema y pensar en las alternativas que tiene». No todos los pastores cuentan con suficiente tiempo para usar este método.

Sin embargo, la técnica no directiva, cuando es modificada y adaptada para el uso del pastor-consejero, presenta mayores posibilidades de ayudar profunda y permanentemente al asesorado, en muchos de los casos. Hay otras técnicas, además de las dos que hemos considerado, y la elección de la técnica debe depender de la clase de problema o dificultad con que se trate. Consideraremos más adelante algunas otras técnicas.

3. Épocas de crisis en la vida: Hay cuatro etapas en que los cambios físicos y sociales producen, por regla general, tensión extraordinaria. Son: la adolescencia, la maternidad, la menopausia y la vejez.  Conviene que el pastor comprenda lo difícil y complejo de estas etapas a fin de que sirva como orientador en las épocas de crisis y pueda prepararse a sí mismo para enfrentar problemas en su propio hogar.

Son conocidos los problemas físicos y emocionales del período de la maternidad. Pero el ministro del evangelio debe tenerlo presente si quiere comprender a su esposa y a las otras damas de la congregación.

Entre los cuarenta y cincuenta años de edad, la mayoría de las mujeres experimentan la menopausia o «cambio de vida». Esta implica un atraso en el ciclo menstrual, hasta que finalmente este cesa, con lo cual termina la capacidad reproductiva de la mujer. Para muchas mujeres es una época de tensión emocional y de trastornos físicos. «Los síntomas más comunes son: tensión nerviosa, irritabilidad, depresión, insomnio, ira, transpiración repentina, desvanecimientos, dolores de cabeza, picazón y un hormigueo de la piel». Algunos de estos síntomas resultan de los cambios biológicos, pero hay otros factores sicológicos, relacionados con la edad madura. Debido al hecho de que muchas mujeres ponen énfasis en su atracción física, la merma de su belleza hace que muchas veces disminuya su autoestima. También a esta altura, los hijos, por regla general, han dejado el hogar y la mujer pierde su papel de madre. No se siente tan necesaria como antes. El consejero debe mostrar paciencia con las mujeres que atraviesan por esta crisis.

Muchos olvidan que al hombre, también, puede presentársele una crisis entre los cuarenta y los sesenta años. Disminuyen sus capacidades físicas. Algunos hombres se preocupan por su pérdida de virilidad, y buscan aventuras románticas para convencerse de que aún atraen al sexo bello. Es una edad en la que muchos caen ante tentaciones sexuales. El rey David ilustra muy bien el caso. Otros reconocen que ya no son tan atractivos ni tan fuertes como antes, y se ajustan a su condición. Algunos ceden a la tentación de caer en periodos de desilusión y depresión. La pérdida de su capacidad reproductora generalmente se produce entre los sesenta y los ochenta años de edad, y es mucho más lenta que la menopausia femenina. La mayoría de los hombres no experimentan síntomas físicos ni sicológicos en esta etapa, pero parece que algunos, al igual que las mujeres, experimentan «nerviosismo, ira y desvanecimientos».

La ancianidad también puede presentar una crisis en la vida. Floyd Woodworth comenta:

  Tenemos que ponemos en el lugar de los ancianos y tratar de sentir nosotros mismos lo que significa estar en el ocaso de la vida, cuando ya los seres queridos no dependen de uno como antes. Las fuerzas físicas se van. Muchos son los achaques que lo afligen. En el caso del ministro anciano, los hermanos van a buscar la orientación y dirección de personas más jóvenes y lo abandonan al olvido. La tentación es de dejarse caer en la melancolía, quejarse, refunfuñar, irritarse. Bendito el ministro que puede inspirar a los ancianos a mantenerse alerta, a mantener actitudes positivas, a seguir en actividades creadoras.

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