Narraciones de Un Exorcista: La Realidad del Inframundo Satánico
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: 7,36MBytes| Idioma: Spanish | Categoría: Lucha Espiritual
Información
También el demonio es una criatura de Dios. No se puede hablar de él y de los exorcismos sin definir, por lo menos en forma esquemática, algún concepto base sobre el plan de Dios en la creación.
No diremos ciertamente nada nuevo, pero quizás abriremos nuevas perspectivas a algún lector.
Con mucha frecuencia nos hemos habituado a pensar en la creación de forma equivocada, dando por descontada esta falsa sucesión de los hechos: se cree que un buen día, Dios creó a los ángeles; los sometió a una prueba, no se sabe cuál, y como resultado de la misma, nació la división entre ángeles y demonios; los ángeles fueron premiados con el paraíso, los demonios castigados con el infierno. Después, se cree que otro buen día, Dios creó el universo, el reino mineral, vegetal y animal, y, finalmente, al hombre. Adán y Eva en el
paraíso terrenal pecaron obedeciendo a Satanás y desobedeciendo a Dios. En este punto, para salvar a la humanidad, Dios pensó enviar a su Hijo.
No es ésta la enseñanza de la Biblia ni la de los Padres. Con una concepción semejante el mundo angélico y lo creado parecen extraños al misterio de Cristo. Léase en cambio el prólogo al Evangelio de Juan y léanse los dos himnos cristológicos que abren las Cartas a los efesios y a los colosenses. Cristo es el primogénito de todas las criaturas; todo ha sido hecho por El y para El. No tienen ningún sentido las discusiones teológicas en que se pregunta si Cristo habría venido sin el pecado de Adán. Es El el centro de lo creado, el querecapitula en sí mismo todas las criaturas: las celestes (ángeles) y las terrestres (hombres). En cambio es verdadero afirmar que, dada la culpa de nuestros progenitores, la venida de Cristo asumió un papel particular: vino como salvador. Y el centro de su acción está contenido en el misterio pascual: por medio de la sangre de su Cruz reconcilia con Dios todas las cosas, en los cielos (ángeles) y sobre la tierra (hombres).
No diremos ciertamente nada nuevo, pero quizás abriremos nuevas perspectivas a algún lector.
Con mucha frecuencia nos hemos habituado a pensar en la creación de forma equivocada, dando por descontada esta falsa sucesión de los hechos: se cree que un buen día, Dios creó a los ángeles; los sometió a una prueba, no se sabe cuál, y como resultado de la misma, nació la división entre ángeles y demonios; los ángeles fueron premiados con el paraíso, los demonios castigados con el infierno. Después, se cree que otro buen día, Dios creó el universo, el reino mineral, vegetal y animal, y, finalmente, al hombre. Adán y Eva en el
paraíso terrenal pecaron obedeciendo a Satanás y desobedeciendo a Dios. En este punto, para salvar a la humanidad, Dios pensó enviar a su Hijo.
No es ésta la enseñanza de la Biblia ni la de los Padres. Con una concepción semejante el mundo angélico y lo creado parecen extraños al misterio de Cristo. Léase en cambio el prólogo al Evangelio de Juan y léanse los dos himnos cristológicos que abren las Cartas a los efesios y a los colosenses. Cristo es el primogénito de todas las criaturas; todo ha sido hecho por El y para El. No tienen ningún sentido las discusiones teológicas en que se pregunta si Cristo habría venido sin el pecado de Adán. Es El el centro de lo creado, el querecapitula en sí mismo todas las criaturas: las celestes (ángeles) y las terrestres (hombres). En cambio es verdadero afirmar que, dada la culpa de nuestros progenitores, la venida de Cristo asumió un papel particular: vino como salvador. Y el centro de su acción está contenido en el misterio pascual: por medio de la sangre de su Cruz reconcilia con Dios todas las cosas, en los cielos (ángeles) y sobre la tierra (hombres).
Satanás era la criatura más perfecta salida de las manos de Dios, dotado de una reconocida autoridad y superioridad sobre los otros ángeles y, creía él, sobre todo cuanto Dios iba creando, que él intentaba comprender, pero que en realidad no comprendía. Todo el plan unitario de la creación estaba orientado a Cristo: hasta la aparición de Jesús en el mundo no podía revelarse en su claridad. De aquí la rebelión de Satanás, por querer seguir siendo el primero absoluto, el centro de la creación, aun en oposición al designio que Dios estaba llevando a cabo. De ahí su esfuerzo por dominar en el mundo ("todo el mundo yace bajo el poder del maligno", Jn 5, 19) y esclavizar al hombre, desde los progenitores, haciéndolo obediente a sí mismo en oposición a las órdenes de Dios: Tuvo éxito con los progenitores, Adán y Eva, y esperaba tenerlo también con todos los demás hombres, con la ayuda de "un tercio de los ángeles" que, según el Apocalipsis, lo siguió en su rebelión contra Dios.
Dios no reniega nunca de sus criaturas. Por eso aun Satanás y los ángeles rebeldes, en su distanciamiento de Dios, siguen conservando su poder, su rango (tronos, dominaciones, principados, potestades...), aunque los usan mal. No exagera san Agustín cuando afirma que si a Satanás Dios se lo permitiera, "ninguno de nosotros quedaría con vida". Al no poder matarnos, busca hacernos sus seguidores en contra de Dios, de la misma manera que él se opuso a Dios.
Ahora, veamos la obra del Salvador. Jesús vino "para deshacer las obras del diablo" (Jn 3, 8), para liberar al hombre de la esclavitud de Satanás e instaurar el Reino de Dios después de haber destruido el reino de Satanás. Pero entre la primera venida de Cristo y la parusía (la segunda venida triunfal de Cristo como juez), el demonio trata de arrastrar hacia su bando la mayor cantidad posible de personas; es una lucha que conduce desesperadamente, sabiéndose ya perdido y "sabiendo que le queda poco tiempo" (Ap 12, 12). Por eso Pablo nos dice con toda claridad que "nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal (los demonios) que están en las alturas" (Ef 6, 12).
Aclaro también que la Escritura nos habla siempre de ángeles y demonios (aquí en particular me refiero a Satanás), como seres espirituales, pero personales, dotados de inteligencia, voluntad, libertad, iniciativa. Yerran completamente los teólogos modernos que identifican a Satanás con la idea abstracta del mal: ésta es una auténtica herejía, es decir, es una abierta contradicción con la Biblia, la Patrística, el Magisterio de la Iglesia. Se trata de verdades nunca impugnadas en el pasado, por lo cual no han sido definidas dogmáticamente, salvo en el IV Concilio de Letrán: "El diablo (es decir, Satanás) y los demás demonios, por naturaleza fueron creados buenos por Dios; pero ellos se hicieron malos por su culpa". Quien suprime a Satanás, también suprime el pecado y ya no comprende lo obrado por Cristo.
Quede igualmente claro: Jesús venció a Satanás mediante su sacrificio; pero ya antes, mediante su enseñanza: "Si por el dedo de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios" (Lc 11, 20). Jesús es el más fuerte que ató a Satanás (Mat. 3, 27), lo ha despojado, ha saqueado su reino que está para acabarse (Mat 3, 26). Jesús responde a aquellos que van a prevenirlo sobre la voluntad de Herodes de matarlo: "Id a decir a ese zorro: Yo expulso demonios y llevo a cabo curaciones hoy y mañana, y el tercer día soy consumado" (Lc 13, 32). Jesús da a los apóstoles el poder de expulsar los demonios; luego extiende este poder a los setenta y dos discípulos, y finalmente lo da a todos aquellos que han de creer en él.
El libro de los Hechos nos atestigua cómo los apóstoles siguieron expulsando demonios después de la venida del Espíritu Santo; y así continuaron los cristianos. Ya los más antiguos Padres de la Iglesia como Justino e Ireneo, nos exponen con claridad el pensamiento cristiano sobre el demonio y sobre el poder de expulsarlo, seguidos por los demás Padres, de los cuales cito en particular a Tertuliano y Orígenes. Bastan estos cuatro autores para avergonzar a tantos teólogos modernos que prácticamente o no creen en el demonio o de hecho no dicen nada de él.
Dios no reniega nunca de sus criaturas. Por eso aun Satanás y los ángeles rebeldes, en su distanciamiento de Dios, siguen conservando su poder, su rango (tronos, dominaciones, principados, potestades...), aunque los usan mal. No exagera san Agustín cuando afirma que si a Satanás Dios se lo permitiera, "ninguno de nosotros quedaría con vida". Al no poder matarnos, busca hacernos sus seguidores en contra de Dios, de la misma manera que él se opuso a Dios.
Ahora, veamos la obra del Salvador. Jesús vino "para deshacer las obras del diablo" (Jn 3, 8), para liberar al hombre de la esclavitud de Satanás e instaurar el Reino de Dios después de haber destruido el reino de Satanás. Pero entre la primera venida de Cristo y la parusía (la segunda venida triunfal de Cristo como juez), el demonio trata de arrastrar hacia su bando la mayor cantidad posible de personas; es una lucha que conduce desesperadamente, sabiéndose ya perdido y "sabiendo que le queda poco tiempo" (Ap 12, 12). Por eso Pablo nos dice con toda claridad que "nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal (los demonios) que están en las alturas" (Ef 6, 12).
Aclaro también que la Escritura nos habla siempre de ángeles y demonios (aquí en particular me refiero a Satanás), como seres espirituales, pero personales, dotados de inteligencia, voluntad, libertad, iniciativa. Yerran completamente los teólogos modernos que identifican a Satanás con la idea abstracta del mal: ésta es una auténtica herejía, es decir, es una abierta contradicción con la Biblia, la Patrística, el Magisterio de la Iglesia. Se trata de verdades nunca impugnadas en el pasado, por lo cual no han sido definidas dogmáticamente, salvo en el IV Concilio de Letrán: "El diablo (es decir, Satanás) y los demás demonios, por naturaleza fueron creados buenos por Dios; pero ellos se hicieron malos por su culpa". Quien suprime a Satanás, también suprime el pecado y ya no comprende lo obrado por Cristo.
Quede igualmente claro: Jesús venció a Satanás mediante su sacrificio; pero ya antes, mediante su enseñanza: "Si por el dedo de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios" (Lc 11, 20). Jesús es el más fuerte que ató a Satanás (Mat. 3, 27), lo ha despojado, ha saqueado su reino que está para acabarse (Mat 3, 26). Jesús responde a aquellos que van a prevenirlo sobre la voluntad de Herodes de matarlo: "Id a decir a ese zorro: Yo expulso demonios y llevo a cabo curaciones hoy y mañana, y el tercer día soy consumado" (Lc 13, 32). Jesús da a los apóstoles el poder de expulsar los demonios; luego extiende este poder a los setenta y dos discípulos, y finalmente lo da a todos aquellos que han de creer en él.
El libro de los Hechos nos atestigua cómo los apóstoles siguieron expulsando demonios después de la venida del Espíritu Santo; y así continuaron los cristianos. Ya los más antiguos Padres de la Iglesia como Justino e Ireneo, nos exponen con claridad el pensamiento cristiano sobre el demonio y sobre el poder de expulsarlo, seguidos por los demás Padres, de los cuales cito en particular a Tertuliano y Orígenes. Bastan estos cuatro autores para avergonzar a tantos teólogos modernos que prácticamente o no creen en el demonio o de hecho no dicen nada de él.
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