domingo, 6 de julio de 2014

Maestro de la Escuela Dominical: Jesús siempre respondió de un modo perfecto a las circunstancias que le tocó vivir

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: 29MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
Información

  En una ocasión, una maestra amiga me compartió una experiencia triste que recién había vivido.
  —Hace unos días fui a visitar a tres niños de mi Escuela Dominical que acababan de perder a su madre por un cáncer—me comentó muy perturbada—. Pero cuando llegué, no sabía qué hacer o qué decir. ¡Nunca me sentí tan inútil!
  —¿Qué pasó? ¿Por qué estás tan mal? —le pregunté.
  —Cuando llegué abracé a los tres niños —dijo— y me largué a llorar a la par de ellos. Pero para mi sorpresa uno de los tíos me retó y me dijo que los niños no necesitaban verme llorando. ¡Tuve la sensación que mi visita les había molestado! Me fui de allí muy mal, sintiéndome como una intrusa. Todavía me queda una sensación fea, como que fracasé en mi intento de consolarlos.

Yo traté de darle a mi amiga otra perspectiva con relación al incidente que había vivido.
  —¿Qué te parece que hubiese hecho Jesús con esos niños? —le pregunté.
  Se quedó mirándome y luego me contestó que seguramente Jesús hubiese sabido perfectamente cómo consolar mejor a esos tres niños angustiados.
  —Puede ser —le dije—, pero creo que hubiese hecho lo mismo que tú hiciste. Creo que él los estaba consolando de la mejor manera a través de tus abrazos y tus lágrimas.

Nos cuesta pensar en un Jesús humanizado respondiendo en formas sencillas a la las complicadas demandas de la vida. Preferimos pensar que Jesús siempre respondió de un modo perfecto a las circunstancias que le tocó vivir, sin tener las dudas con las cuales nosotros luchamos. Nosotros, en cambio, no sabemos qué hacer o qué decir en ciertas circunstancias y llevamos un sentido de culpa por no tener las respuestas adecuadas. Por eso elaboramos enormes distorsiones en el concepto de Dios y, sin darnos cuenta, se las transmitimos a los niños. Las distorsiones pueden ser cambiadas solamente por una fe sencilla y natural demostrada por personas que aman a Dios y han aprendido a amar a los niños. Mi amiga estaba mostrando el amor de Dios a esos pequeños niños de la mejor forma, compartiendo su desolado dolor. Sus abrazos y lágrimas eran un reflejo de la misma actitud que el Señor demostró cuando lloró por la muerte de su amigo Lázaro y compartió la angustia de sus hermanas y amigos (Juan 11:17 a 37).

Este pequeño incidente que he relatado ilustra uno de los elementos más importantes del ministerio pastoral a los niños. El hecho de ejercer lo que llamo “ayuda pastoral” significa que aprovechamos cada oportunidad que se nos presenta para contribuir a la formación espiritual del niño. La enseñanza que recibe en la clase es solo una parte de lo que llamaríamos su “formación espiritual”. Idealmente, el entorno familiar debería contribuir a ello; mejor dicho, debería ser el fundamento de esta formación. Pero como esto no se da en la mayoría de los hogares, aun en aquellos donde los padres son cristianos. En tanto, es el maestro de Escuela Dominical u otro adulto comprometido a su bienestar quien juega un papel decisivo en la formación espiritual del niño. El nivel de influencia que ejerce esta persona dependerá en dos cosas: de la relación afectiva que tiene con el niño y de su comprensión de cómo guiar al niño en el desarrollo de su relación con Dios.

La necesidad de una relación personal con Cristo
Para que el niño pueda recibir la ayuda pastoral en su mayor sentido, debe conocer a Cristo como su Salvador personal. Esto no es una excusa para hacer diferencias en el trato con los niños. Pero no se puede hablar de formación espiritual sin que la persona, en este caso el niño, haya hecho un compromiso inicial de fe en Cristo como Salvador. Esta experiencia afecta el alcance de lo que se puede lograr en su formación espiritual. Por eso no debemos perder de vista la necesidad de estructurar momentos especiales donde podemos presentarles el plan de salvación y darles la oportunidad de tomar sus primeros pasos hacia un compromiso inicial con el Señor.

Hay muchas maneras de presentar el plan de salvación a los niños. La inmensa variedad de caminos a través de los cuales las personas llegan a Dios hace imposible fijar una sola fórmula que deba aplicarse para toda persona como pasos inalterables en la decisión de fe. La individualidad del niño es tan absoluta como la del adulto, y no debería ser ignorada por el uso de esquemas presuntamente aplicables a todos. No obstante, el niño debe entender en alguna medida ciertas verdades básicas para aceptar a Cristo como su Salvador. Sugiero que en este proceso de guiar al niño en su decisión de fe el maestro use un lenguaje sencillo (ver la explicación que sigue) sin entrar en explicaciones simbólicas, ya que, por su desarrollo intelectual, el niño no capta aún los simbolismos. También es mejor usar un solo texto bíblico para no confundirlo. Sugiero el uso de Juan 3:16 de la Versión Popular “Dios habla hoy”, en el cual, después de que el niño haya orado personalmente expresando su necesidad a Dios, el maestro puede leer el versículo con él sustituyendo la palabra “mundo” y la frase “todo aquel” con el nombre del niño.

Estas son las verdades básicas que el niño debe entender (los versículos en paréntesis son para el conocimiento del maestro):
1. Dios ama a todos sin excepción y quiere que seamos parte de su familia. Así lo declara Juan 3:16.
2. Todos hemos pecado y por eso no podemos sentir el amor de Dios ni tampoco ser sus hijos. El pecado es la actitud que dice: “Yo hago lo que yo quiero y no lo que Dios quiere”. El pecado me separa de Dios (Romanos 3:23).
3. Cristo, el Hijo perfecto de Dios, murió en la cruz por mis pecados (1 Juan 4:10, Romanos 5:8).
4. Si siento tristeza por mis pecados, puedo arrepentirme y pedirle perdón a Cristo. En ese momento, él me perdona y llega a ser mi Salvador personal, haciéndome un hijo de Dios (Juan 1:12).
5. Vivir como hijo de Dios significa obedecer lo que Dios quiere de mi vida. Él está conmigo para ayudarme a vivir así (1 Juan 2:17, Gálatas 2:20).

Este esquema cubre los puntos importantes del evangelio. Por supuesto, el niño puede responder a la invitación de recibir a Cristo como su Salvador sin entender todo lo que estos conceptos teológicos significan. La regeneración de una vida es obra del Espíritu Santo y no se ve limitada a nuestros tiempos ni esquemas de vida. Dios es original en todo lo que hace en cada vida. En la ayuda pastoral que el adulto ofrece al niño, uno no está obligándolo a cierto proceso sino acompañándolo en entender y profundizar su relación personal con Dios. Es importante reconocer y respetar los diferentes procesos que Dios utiliza en cada vida.

La confesión del pecado y el perdón de Dios
Los encuentros pastorales con niños en forma individual ofrecen hermosas oportunidades para profundizar los conceptos espirituales más importantes. Por ejemplo, cuando el niño reconoce que ha estado involucrado en algún problema que ha surgido de su conducta, el maestro tiene la oportunidad ideal para hablar del arrepentimiento y la confesión y, cuando es oportuno, preguntarle si quiere confesar su conducta incorrecta a Dios y pedir su perdón. Sin embargo, uno debe tener mucho cuidado de no culpar al niño por alguna conducta porque es posible que él haya sido víctima de circunstancias fuera de su control. Pero cuando el niño mismo acepta responsabilidad por su desobediencia, o cuando confiesa tener sentimientos de odio y rencor, la oportunidad se presenta para hablar del perdón que el Señor ofrece cuando confesamos nuestros errores. 

Un encuentro pastoral, donde se puede admitir los errores y pecados cometidos, es un momento propicio para que el niño comience a entender la importancia del perdón que él puede recibir. El niño debe ser ayudado a entender que él, al igual que todos, necesita practicar el hábito de pedir perdón por los errores que comete. También debe entender que él puede ofrecer perdón a otros. Merece señalar aquí que nunca se le debe obligar al niño a perdonar a las personas que le han hecho un daño. Más bien, uno debe explicarle que Dios nos capacita para perdonar a otros de la manera en que él nos perdona a nosotros, y que cuando uno perdona a la persona que me ofendió o me hizo daño, yo encuentro verdadera paz. Hay niños que necesitan ser ayudado en el difícil proceso de perdonar a quienes le han hecho daño: a sus padres, a sus hermanos, a sus maestros, a sus compañeros, a sus vecinos u otros. El poder perdonar a otro libera al niño, como lo hace también al adulto, de las emociones dañinas de odio, rencor y amargura. El perdonar a otro nos fortalece espiritualmente y hace posible la reconciliación entre las personas ofendidas o heridas.

Como el perdón es un concepto intelectual, el niño necesita algún elemento concreto para entender las circunstancias cuando debe perdonar y cuando podrá perdonar a otros. Una herramienta que he encontrado muy eficaz para esto es la “La rueda del perdón” (ver ilustración). La rueda más grande es para usar con un niño que necesita reconocer ciertas circunstancias donde debe perdonar a otro por algún daño cometido contra él (me mintió, me gritó, etcétera). La rueda intermedia contiene los nombres de las personas que pueden haben cometido el daño (amigo, padre, hermano, etcétera) y se usa para ayudar al niño a tomar conciencia de las personas que él puede perdonar. La rueda del medio especifica aspectos del perdón, como por ejemplo, “Yo lo perdono por…” o “Voy a escribir una carta que dice…”, etcétera).

El Concepto de Dios
El niño adquiere un concepto de Dios gradualmente a través de muchos factores que influencian su entorno. Si sus padres son cristianos y tienen el hábito de asistir a una iglesia, el niño irá formando su concepto a través de todo lo que escucha en la iglesia, principalmente por las clases donde recibe enseñanza bíblica, por las prédicas del pastor, por su participación en los cultos, y por los encuentros pastorales, si las hay. La adquisición de un concepto positivo de Dios es quizá el beneficio más importante en el ministerio pastoral entre la niñez. El niño, por su necesidad de tener representaciones concretas de los conceptos intelectuales, distorsiona fácilmente su imagen de Dios por lo que escucha en la iglesia y por lo que vive en su casa. 

Por ejemplo, sus primeras ideas acerca de Dios Padre han de estar estrechamente condicionadas por la percepción que tiene de su propio padre y de las experiencias que vive con él. Si esa relación es distante o conflictiva, su percepción de Dios adquirirá las mismas características. Es dichoso el niño que goza de una relación vital y afectiva con su padre, que confía plenamente en él y que siente que él está interesado e involucrado en su vida. 

Una relación así crea parámetros ideales para una relación sana e íntima con Dios. Debemos recordar la importancia que tiene la presencia de otro adulto en la vida del niño, especialmente en los casos donde el niño no tiene un modelo positivo. Este niño necesita a alguien confiable que puede estar involucrado en su vida y que sepa demostrarle amor incondicional y una vida que refleja las características del Señor. Cuanto más disfuncional sea la familia del niño, tanto más importante es el maestro u otro adulto en su formación espiritual. Esta persona puede ser hombre o mujer, pero es esencial que su compromiso con el niño sea incondicional y que sus interacciones con él manifiesten la actitud de gracia que Dios muestra hacia nosotros: “Tú eres mi hijo amado; estoy muy complacido contigo” (Marcos 1:11, NVI).

Todo programa religioso dirigido hacia el niño está impartiendo de muchas maneras información que condiciona su imagen de Dios. Piense en el escenario donde tal programa puede distorsionar el concepto de Dios en vez de edificarlo. Sería así: el programa de la Escuela Dominical está totalmente desorganizado; lo que se promete no se hace; los maestros no cumplen ni con los horarios ni con sus responsabilidades y manifiestan interés en cualquier otra cosa menos que en sus alumnos; el espacio físico donde se desarrollan las clases es estrecho, incómodo e improvisado; y la actitud de la congregación hacia ellos es sacarlos de los cultos para que no molesten. En ese escenario, el niño va recogiendo una impresión que ha de condicionar negativamente su vida de fe: “En la casa de Dios, no me toman en cuenta”.

Aunque ésta es la triste realidad en muchas iglesias, es más que evidente que no debemos insultar la dignidad del niño sujetándolo a esas condiciones. Tenemos que incentivar otra actitud hacia el niño, para que podamos sembrar conceptos positivos acerca de Dios en su vida. La redefinición que propongo en cuanto a la tarea del maestro es que él sea más que una fuente de información (preocupado únicamente por el contenido de la lección o las actividades de un programa) o más que un niñero (ocupado en entretener al niño durante el tiempo del culto de los adultos). Vuelvo a decir, entonces, que el maestro debe pensar en su labor en términos de dar cuidado pastoral a los niños bajo su cargo y debe orientar su tarea como un ministerio hacia ellos. Ese ministerio enfocará entre otras cosas las necesidades emocionales del niño, especialmente su dolor. De esa forma nuestras iglesias llegarán a ser verdaderamente lugares en donde los niños viven la realidad de las palabras de Jesús: “Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan, porque el reino de Dios es de quienes son como ellos” (Marcos 10:14, NVI).

La libreta de oración
Un aspecto fundamental del ministerio pastoral con los niños es la oración. La práctica de la oración es algo que se aprende. Dichosa la persona que aprendió de niño el hábito de la oración. La mayoría de las personas no han tenido esa experiencia y como tal luchan por incorporarlo en su vida adulta. El niño puede aprender el hábito de la oración. También puede experimentar que Dios se hace real en la vida a través de la oración porque por ella expresamos no solamente nuestras necesidades y problemas sino también nuestra gratitud y adoración. El niño necesita sentir la seguridad que la oración le puede dar para enfrentar sus vivencias. Esa seguridad queda confirmada cada vez que puede compartir un momento de oración con su maestro. 

Hay algo importante y concreto que el maestro puede hacer para reforzar con sus alumnos la importancia de la oración: esto es tener una “Libreta de Oración”. El maestro explica que esta libreta es su propiedad privada y que adentro hay una página que corresponde a cada niño. En ella anota las peticiones especiales que le puede compartir algún niño durante una clase o en un encuentro pastoral individual. Es importante que el maestro permita que los niños vean que usa su libreta (quizá cuando está anotando alguna petición) pero que lo guarde en seguida para que ellos sepan que sus peticiones más personales son mantenidas por el maestro en completa confidencialidad. En los encuentros pastorales subsiguientes con el niño, es valioso revisar las peticiones que ha expresado y cómo Dios ha obrado en ellas.

En mi ministerio he visto muchas veces cómo el niño responde a las palabras “estoy orando por ti”. Después de que yo haya tenido un encuentro privado con un niño y él haya compartido algún problema conmigo, cuando lo veo en domingos subsiguientes me acerco a él y le digo, a veces al oído: “estoy orando por el problema que me compartiste”. En seguida sus ojos destellan y brota una sonrisa. Con esas palabras sencillas, él sabe que no está solo. Hay un adulto que se interesa en él y lo acompaña en su lucha. Ojalá muchos adultos entendieran la importancia de sostener al niño de esta forma.
 


Cuáles son los planes para evangelizar: Evangelización, la tarea suprema del cristiano

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: 29MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
Información

  El problema de los métodos de evangelización
Propósito y pertinencia: estos son los problemas cruciales de nuestra labor. Tienen relación mutua y la significación de toda nuestra actividad dependerá en gran parte de la medida en que logremos que ambos elementos sean compatibles. El hecho solo de que estemos ocupados (o de que seamos hábiles) en alguna actividad no significa necesariamente que estemos cumpliendo algún propósito. Siempre habrá que preguntarse: ¿Vale la pena hacerlo? ¿Se cumple la tarea establecida?
Estas son las preguntas que debieran plantearse constantemente en relación con la actividad evangelizadora de la iglesia. En nuestros esfuerzos por llevar adelante las cosas, ¿estamos realmente cumplimentando la gran comisión de Cristo? ¿Vemos como resultado de nuestro ministerio una comunidad creciente y pujante de hombres consagrados que comunican al mundo el evangelio? No se puede negar que estamos muy ocupados en la iglesia, afanados por llevar a cabo un programa tras otro de evangelización. Pero, ¿estamos cumpliendo el propósito deseado?

  A la función le sigue la forma
Nuestra atención se centra de inmediato en la necesidad de idear una bien madurada estrategia de acción diaria, en función de la meta a largo alcance que nos proponemos alcanzar. Debemos estar conscientes de cómo armoniza determinado curso de acción con el plan general que Dios tiene para nuestra vida, si queremos que conmueva nuestra alma con un sentido de destino. Esto es así en cualquier procedimiento o técnica que se utilice para propagar el evangelio. Al igual que un edificio se construye de acuerdo con un plano diseñado en función de su uso, así también todo lo que hacemos debe tener un propósito. De lo contrario, nuestra actividad puede resultar inútil por falta de rumbo y por confusión de metas.

  Estudio de los principios
Lo anterior explica lo que ha motivado este estudio. Es un esfuerzo por descubrir los principios que dirigieron las acciones del Maestro; con la esperanza de que nuestros propios esfuerzos puedan conformarse a una pauta semejante. Por consiguiente, el libro no pretende interpretar métodos específicos de Jesús en la evangelización personal o de masas.* Es más bien un estudio de los principios que forman el sustrato de su ministerio: principios que determinaron sus métodos. Se le podría llamar un estudio de su estrategia de evangelización en torno a la cual orientó su vida sobre la tierra.

  Necesidad de más investigación
Causa sorpresa lo muy poco que se ha publicado acerca de este tema, aunque, desde luego, la mayoría de los libros que tratan de métodos de evangelización contienen en forma somera algo acerca de ello. Lo mismo podría decirse de los estudios acerca de los métodos docentes de Jesucristo, como también de las historias generales que tratan de su vida y obra.

Probablemente el estudio más esmerado que se ha escrito hasta la fecha, en cuanto al plan general de evangelización del Maestro, haya sido en relación con la preparación de los discípulos. Destaca entre todos el libro The Training of the Twelve (La Preparación de los Doce) de A. B. Bruce. Publicado por primera vez en 1871 y revisado en 1899, este relato del crecimiento de los discípulos en la presencia del Maestro, no ha sido superado en cuanto a riqueza de ideas. Otro volumen, Pastor Pastorum, de Henry Latham, escrito en 1890, hace hincapié sobre todo en la forma en que Jesús preparaba y capacitaba a hombres, aunque resulta menos comprensivo en su análisis. Después de estos primeros estudios, han aparecido unos cuantos volúmenes menores que proporcionan ideas estimulantes siempre en relación con el mismo tema. No todos estos volúmenes tienen el mismo punto de vista teológico evangélico, pero es interesante advertir que coinciden cuando se trata de evaluar la característica fundamental de la obra que Jesús realizó con los discípulos.

Lo mismo se puede decir de muchas obras prácticas acerca de diversas fases de la vida y ministerio de la iglesia que han sido publicadas en años recientes, sobre todo de los escritos relacionados con el movimiento creciente de testimonio laico y de grupos pequeños dentro de la iglesia. Estamos conscientes de que estos autores no han escrito de modo primordial desde el punto de vista de la estrategia de la evangelización; con todo, debemos reconocer lo mucho que les debemos por tratar de los principios fundamentales del ministerio y misión de nuestro Señor.

Sin embargo, el tema de la estrategia básica de Jesús muy pocas veces ha recibido la atención que merece. Aunque agradecemos los esfuerzos de los que la han estudiado —y no prescindimos de sus hallazgos—, sigue siendo apremiante la necesidad de más investigación y aclaración, sobre todo en el estudio de las fuentes primarias.

  Nuestro plan de estudio
Para comprender plenamente el plan de Jesús, debemos acudir al Nuevo Testamento y, en especial, a los Evangelios. A fin de cuentas, son los únicos relatos de primera mano que nos hablan del Maestro en acción (Luc. 1:2, 3; Jn. 20:30; 21:24; 1 Jn. 1:1). Es cierto que los Evangelios se escribieron primordialmente para presentarnos a Cristo el Hijo de Dios, y para que por fe podamos tener vida en su nombre (Jn. 20:31). Pero lo que a veces no acertamos a ver es que la revelación de esa vida en Cristo incluye la forma cómo vivió y enseñó a otros a vivir. Debemos recordar que los testigos que escribieron los libros no sólo vieron la verdad, sino que la verdad los cambió. Por consiguiente, al escribir el relato nunca dejan de hacer resaltar lo que más influyó en ellos y en otros para que dejaran todo y siguieran al Maestro. Claro que no lo mencionan todo. Como cualquier otro historiador, los autores de los Evangelios presentan un cuadro de conjunto, poniendo de relieve unas pocas personas y experiencias características y haciendo resaltar ciertos puntos vitales dentro del desarrollo de los acontecimientos. Pero en lo que respecta a esas cosas que se seleccionan y detallan con esmero y con integridad absoluta bajo la inspiración del Espíritu Santo, podemos tener la seguridad de que conllevan la intención de enseñarnos cómo seguir las huellas del Maestro. Por esto, los relatos evangélicos de Jesús constituyen nuestro mejor e infalible libro de texto sobre la evangelización.

De ahí que el plan de este estudio es el de seguir las pisadas de Jesús, tal como se describen en los Evangelios, sin recurrir mayormente a fuentes secundarias. Para ello se ha examinado con detenimiento —repetidas veces y desde varios puntos de vista— el relato inspirado de su vida, con el afán de descubrir la razón que lo indujo a llevar a cabo su misión en la forma en que lo hizo. Sus tácticas se han analizado desde el punto de vista de su ministerio en conjunto, con la esperanza de entender de este modo el significado más amplio que revistieron los métodos que siguió con los hombres. Hay que confesar que la tarea no ha sido fácil, y sería yo el primero en admitir que queda mucho por aprender. Las dimensiones ilimitadas del Señor de Gloria no pueden en modo alguno encerrarse en alguna interpretación humana de su perfección, y cuanto más lo contempla uno, tanto más se da cuenta de que así es.

  Cristo: ejemplo perfecto

No obstante de reconocer esta realidad, ningún otro estudio resulta más satisfactorio. Por limitadas que sean nuestras facultades perceptivas, sabemos que en Jesús tenemos al Maestro perfecto. Nunca cometió error alguno. Si bien compartió nuestra vida y fue tentado como nosotros, no estuvo sujeto a las limitaciones de la carne de que se revistió por nuestro bien. Aun en los casos en que decidió no utilizar su omnisciencia divina, su mente tuvo una claridad absoluta. Siempre supo discernir la senda recta y, como hombre perfecto, vivió tal como Dios viviría entre los hombres.

  Su propósito fue claro
Los días que Jesús vivió como hombre no fueron sino la manifestación, en el tiempo, del plan que Dios concibió desde el principio. Siempre lo tenía presente en su mente. Quería salvar del mundo y reservarse para sí un pueblo y también edificar una iglesia del Espíritu que nunca pereciera. Tenía puesta la mirada en el día en que su reino aparecería con toda gloria y poder. Este mundo era suyo por creación, pero no quiso convertirlo en su morada permanente. Sus mansiones estaban en lo alto. Fue a preparar para su pueblo un lugar que tenía fundamento eterno en los cielos.

Nadie estaba excluido de su propósito de gracia. Su amor era universal. No nos confundamos en cuanto a esto. Era “el Salvador del mundo” (Jn. 4:42). Dios quiso que todos los hombres se salvaran y llegaran al conocimiento de la verdad. Para ello se entregó Jesús a fin de ofrecer a todos los hombres la salvación del pecado, y al morir por uno, murió por todos. Al contrario de nuestra forma de pensar superficial, en la mente de Jesús no existió jamás distinción alguna entre misiones extranjeras y domésticas. Para Jesús era todo evangelización mundial.

  Se propuso triunfar
Toda su vida se encaminó a este propósito. Todo lo que hizo y dijo fue parte del plan general. Su significado emanaba del hecho de que contribuía al propósito último de su vida de redimir el mundo para Dios. Esta fue la visión rectora de su conducta. Fue la norma de todos sus pasos. Démonos bien cuenta de ello. Ni por un momento perdió Jesús de vista su meta.

Por esto es de suma importancia examinar la forma cómo Jesús realizó su propósito. El Maestro puso de manifiesto la estrategia de Dios para la conquista del mundo. Tenía confianza en el futuro precisamente porque vivió de acuerdo con ese plan en el presente. En su vida nada hubo fortuito: no hubo energías malgastadas ni palabras ociosas. Se dedicó a los negocios de su Padre (Luc. 2:49). Vivió, murió, y resucitó según lo previsto. Al igual que un general planea el curso de la batalla, el Hijo de Dios hizo planes para triunfar. No se pudo permitir el lujo de correr riesgos. Sopesó todas las alternativas y los factores variables en la experiencia humana, después de lo cual concibió un plan que no fallaría.

  Su plan merece cuidadoso examen
Es sumamente revelador estudiarlo. Reflexionar en ello con seriedad conduce al cristiano a conclusiones profundas y a veces abrumadoras, si bien es probable que su plena comprensión resulte lenta y ardua. De hecho, a primera vista podría incluso parecer que Jesús no tuvo plan alguno. Otros descubrirán una técnica particular pero no las normas básicas. Y aquí radica una de las maravillas de esa estrategia. Es tan modesta y silenciosa, que el cristiano atolondrado no atina a descubrirla. Pero cuando el discípulo dispuesto llega por fin a caer en la cuenta del método general de Jesús, le sorprende su sencillez y se pregunta cómo la pudo pasar por alto anteriormente. Sin embargo, cuando se reflexiona acerca del plan de Jesús, la filosofía básica del mismo es tan diferente de la de la iglesia moderna, que sus implicaciones resultan poco menos que revolucionarias.

Las páginas que siguen pretenden aclarar ocho principios rectores del plan del Maestro. Sin embargo, debe aclararse que no hay que entender los distintos elementos si se dieran siempre en un mismo orden, como si el último no comenzara hasta tanto que los otros estuvieran en pleno funcionamiento. De hecho, cada uno de ellos implica todos los demás y, en cierto modo, todos comenzaron con el primero. El esquema sólo pretende estructurar el método de Jesús y hacer resaltar la lógica progresiva del plan. Se observará que a medida que el ministerio de Jesús se desarrolla, los elementos se hacen más patentes y la secuencia de los mismos se vuelve más perceptible.

El maestro de Escuela Dominical: Ayuda en el dolor emocional de los niños

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
Información

El Dolor Emocional de los Niños: Cómo Ayudar

Es importante aclarar desde un principio los parámetros que definen lo que estoy llamando “ayuda pastoral al niño”. Cuando uno se acerca al dolor emocional de los niños, la tendencia es de responder con una u otra actitud que representa dos extremos. 

Una de esas actitudes es negar la realidad de que existe dolor en la vida de los niños, porque preferimos seguir creyendo que ellos son felices por naturaleza e incapaz de entender las dimensiones de la angustia humana. La otra actitud es de creer que la resolución del dolor en el niño supera totalmente nuestras capacidades y que la única solución es recurrir a la ayuda de psiquiatras o consejeros profesionales. 

La primera reacción no es válida y que la segunda es absolutamente necesaria, pero solo en algunos casos. Es mi fuerte convicción de que no podemos ayudar al niño si no partimos del hecho de que todo niño sufre dolor emocional, algunos más que otros, por las vivencias que experimenta en su hogar y en su entorno social. Es también mi convicción que todo adulto, y especialmente los que somos maestros, podemos hacer mucho para aliviar ese dolor y lograr sanidad emocional en la vida del niño. Y no tenemos que ser consejeros profesionales para lograrlo.

El maestro que trabaja en el contexto religioso tiene importantes recursos espirituales para ofrecerle al niño una contención correcta y adecuada. Aún más, son los recursos espirituales que nosotros mismos gozamos que nos dan la confianza para lanzarnos a esta tarea. Pero es necesario señalar que lo primero que hace falta para que esa ayuda se haga realidad es que el maestro defina su ministerio por algo más que la tarea de enseñanza. Debe ver su ministerio como una “tarea pastoral” y su vida como el instrumento que Dios utiliza para ofrecer al niño la contención espiritual que necesita, similar a lo que ejerce el pastor en relación a la congregación. Ese enfoque cambia el sentir de lo que hace, y demanda un compromiso distinto en cuanto a la tarea de formación espiritual del niño. Para empezar, impone la obligación de lograr una capacitación cabal para comprender las necesidades del niño en sus distintas etapas de desarrollo. Pero también requiere que haya una disposición conciente de permitir que Dios utilice su vida como un canal de ayuda y bendición para el niño, en formas que son más que una mera presentación académica de la lección bíblica en una clase los días domingo.

Lo que la ayuda pastoral NO es
Esta postura que quiero presentar es sencilla. Para empezar, el maestro NO está asumiendo un papel para el cual no está capacitado, como por ejemplo, el de asumir el rol de psicopedagogo o psicólogo. NO asume el papel de ser un experto en la terapia familiar. Tampoco NO está tratando de restarle autoridad al pastor titular de la iglesia ni a asumir una autoridad espiritual que no le haya sido delegada. NO cree tener todas las soluciones para resolver la confusión y el dolor del niño ni tampoco tiene la capacidad ni el tiempo de atender a todos los casos que le puedan llegar. Al contrario, acepta con humildad sus limitaciones y se da cuenta, desde el inicio de su ministerio, de que las necesidades de sus alumnos superan sus capacidades como ser humano. Igualmente reconoce que el entorno familiar del niño queda fuera de su alcance en cuanto a lograr transformaciones que uno desearía para el bien del niño. Su ayuda se limita, en la mayoría de los casos, a fortalecer espiritualmente al niño para que éste pueda enfrentar con otra actitud su triste realidad que probablemente no tenga soluciones inmediatas.

Debo enfatizar que la ayuda pastoral al niño NO debe proponer soluciones mágicas. Hoy en día en muchas de las iglesias evangélicas latinoamericanas hay una constante búsqueda por ver milagros. Parece que tenemos la necesidad de creer que el “Dios de lo imposible” puede intervenir en forma espectacular en las circunstancias que limitan el bienestar de los humanos. Eso hace que la oración se transforme en una forma de manipuleo a la soberanía de Dios, donde se insiste que él conceda el milagro que tanto anhelamos. Para dar más evidencia de una fe vigorosa, declaramos con soberbia que Dios va a conceder lo que hemos pedido, como si esto fuera nuestro derecho. Entonces, cuando le hacemos promesas al niño sobre el obrar de Dios (ejemplo: “Dios no va a permitir que tus padres se separen”), es jugar con su tierna fe y crear la posibilidad de un desengaño cuando no acontece lo que se dijo. La tendencia del niño es creer absolutamente en la palabra de su maestro y cuando ve defraudado esa confianza, es posible que empiece en él un proceso de desilusión en cuanto a Dios y en cuanto a la iglesia. Por eso el maestro, siendo responsable del correcto cuidado pastoral que ofrece al niño, debe presentarle a Dios como realmente es: un Dios soberano involucrado en la vida de sus hijos para ayudarlos a tomar buenas decisiones ante las circunstancias de la vida y para fortalecerlos cuando experimentan dolor y sufrimiento. Es, además, un Dios que se compromete con sus hijos para ayudarlos a resistir la tentación al pecado y a transformar situaciones luego que ellos hayan permitido que Dios los transforme primero. Reitero, entonces, que la oración no es una varita mágica para eliminar los contratiempos de la vida. La oración es el diálogo constante que utilizamos para desarrollar y fortalecer nuestra relación personal con Dios y por la cual vamos entendiendo sus propósitos en nuestra vida.

La ayuda pastoral al niño NO debe definirse en términos de una “guerra espiritual”. Aunque este enfoque se ha hecho muy popular en las iglesias evangélicas, debemos cuidarnos mucho con utilizar esta metodología con los niños. No hay duda que el Enemigo de nuestras almas lucha continuamente para destruir la vida espiritual de grandes y pequeños. No podemos negar tampoco que Satanás utiliza a adultos para dañar y destruir a los niños. La guerra espiritual es una realidad en la vida del creyente, sea adulto o niño. Sin embargo, cuando definimos la vida cristiana en estos términos, siempre existe el peligro de distorsionar las circunstancias. Por ejemplo, decir que un niño agresivo, malhumorado o deprimido está endemoniado, y a veces hasta decírselo al niño mismo, es acusarlo de algo terrible que le crea más confusión aún. Cuando a ese niño se le trata de hacer una “liberación” utilizando los métodos de la guerra espiritual, es posible crear una reacción traumática en el niño y le hace daño a su desarrollo espiritual. Hay niños que han sufrido grandes trastornos por ser tratados de esa manera.

Por cierto, hay niños que han sido expuestos a influencias satánicas por ser obligados a participar en horribles ritos de ocultismo. Otros, que han vivido en hogares donde los adultos habitualmente practicaban algún tipo de brujería, han sido víctimas de estas influencias que han contribuido al abuso físico y sexual. Algunos han sufrido increíblemente por el efecto del alcoholismo o la drogadicción en sus padres. En todos estos casos donde uno puede ver el descontrol de los padres en cuanto a su propia vida uno puede decir que se debe en gran medida a la opresión demoníaca. Cuando un maestro siente que la conducta de un alumno demuestra trastornos de índole satánico, debe buscar la ayuda de personas experimentadas en la intercesión y en la liberación que han demostrado tener discernimiento espiritual para enfrentar esta realidad en una manera eficaz. Es importante no ir a los extremos en esto: por un lado de “ver al diablo” en todas las malas conductas de los niños, y por otro de negar totalmente que hayan influencias satánicas que pueden haber dañado al niño.

¿Cómo se define la correcta ayuda pastoral al niño?
Para elaborar una definición adecuada a este tipo de ministerio entre los niños, relato un incidente que ocurrió en una clase de niños de 9 a 11 años de edad. Un alumno llamado Jorge llegó a la clase un domingo con una cara “de tormenta”. Se notaba por su rostro que algo le estaba afectando profundamente. Desde el inicio de la clase, su actitud fue de un desinterés total, algo no habitual en él. Además, los dos maestros se sorprendieron al ver conductas agresivas del niño hacia sus compañeros, ya que generalmente era un niño apacible y feliz. Cuando terminó la clase, uno de los maestros lo abrazó y le preguntó si podía quedarse unos minutos para charlar. Los dos maestros se sentaron a su lado y le preguntaron si le pasaba algo, porque veían que estaba molesto. El niño reaccionó en una manera inesperada. Escondiendo su rostro entre sus brazos, se largó a llorar amargamente. Cuando pudo contenerse, les contó de algo que le había dicho la hermana mayor en camino a la iglesia que lo había herido profundamente. Le había dicho que no era hijo real de sus padres, que era adoptado. Los maestros escucharon con atención, luego le aseguraron al niño que lo que había dicho la hermana no era cierto porque ellos conocían muy bien a la familia y le preguntaron si quería que ellos hablasen con sus padres y su hermana. El niño respondió enérgicamente que no, se calmó de su llanto y les sonrió. “Ahora estoy bien” les dijo secándose las lágrimas. Los maestros oraron por él y lo despidieron viendo a un niño transformado.

Una presencia que acompaña
Este pequeño incidente ilustra la esencia de lo que entiendo es la ayuda pastoral al niño. Todo niño interpreta sus vivencias emocionales en forma exagerada. El niño del incidente que relaté no se puso a analizar por qué su hermana le había dicho esas palabras. Tampoco entendía que lo había hecho por celos, o simplemente por fastidiarlo. 

El niño tomó las palabras con toda la fuerza de su impacto y reaccionó emocionalmente transformándolas en conductas. Su transparencia habitual hizo imposible esconder sus sentimientos. Dichosamente, los maestros supieron interpretar las transformaciones de conducta del niño como señal de algún problema aún no verbalizado.

La ayuda pastoral se puede definir como la disposición del adulto de interesarse lo suficiente en la vida del niño como para entender e identificar las áreas de necesidad en su vida y encontrar maneras de ayudarlo. Podemos agregar a eso la disposición de jugarnos por el niño para brindarle ayuda como la que el Señor mismo le ofrecería, es decir, una o todas las actitudes expresadas por las siguientes palabras: consuelo, apoyo, protección, compañía, bendición, guía, afirmación y esperanza. Es decir, brindarle al niño los maravillosos aportes que se describen tan bellamente en el Salmo 23.

Quiero ser claro: la ayuda pastoral no es tanto resolver los problemas que le trae la vida al niño, sino el fortalecerlo de diferentes maneras para enfrentar esos problemas. En el caso de Jorge que mencioné antes, el sentirse escuchado y afirmado por sus maestros, además de recibir una orientación distinta y el consuelo espiritual de sus oraciones, era suficiente para que él saliera de allí fortalecido en cuanto a su identidad y ayudado para hacer frente a la relación con su hermana.

Estoy convencido de que mucha de la angustia del niño de hoy, que se ve reflejada en su hiperactivismo, su agresión o su pasividad, está radicada en su sensación de soledad frente a la vida. Para el niño, el solo sentirse acompañado, aunque sea por un maestro que ve una vez por semana, le traerá alivio, seguridad y esperanza. El niño rápidamente aprende, como todos nosotros lo hicimos, que el mundo es difícil y que las convivencias son complicadas. Carole Klein, en su libro El mito del niño feliz, dice:

  No deberíamos ponernos a la defensiva mientras ellos luchan por definir su personalidad. Al comprender las limitaciones de nuestra capacidad de cambiar el curso de su desarrollo, podremos acompañarlos siempre con nuestro afecto, listos para ofrecer cualquier ayuda que podamos dar a medida que ellos van enfrentando los inevitables desafíos de la niñez.

Bruno Bettelheim, una autoridad en la correcta crianza de niños, declara:

  Una de mis prioridades en la enseñanza es corregir la falacia actual que sostiene que es deseable que los niños sean criados aislados de las frustraciones y dificultades de la vida. En cambio, debemos enseñarles desde la infancia que el éxito en la vida reside en la capacidad de saber enfrentar las dificultades, de luchar y de salir adelante.

Creo que en los planes de Dios para el correcto desarrollo de los niños, la ayuda pastoral adecuada apunta a eso.

Dentro de la iglesia siempre habrá algunos niños con problemas emocionales más severos que requieren ayuda profesional. Los maestros y los directores de los programas de niños deben estar atentos a casos así y la iglesia debe contar con el apoyo de profesionales para estas situaciones que requieren una consejería a largo plazo o, si hace falta, una terapia familiar. No debemos sentir vergüenza ni interpretar como algo contradictorio a nuestra fe, el que haya personas, ya sean niños o adultos, que pueden requerir ayuda profesional para resolver sus conflictos. Vivimos en un mundo caído donde abunda el pecado, lleno de crisis existenciales, donde la preocupación y la ansiedad son elementos constantes en la vida. No debe sorprendernos que haya trastornos mentales y emocionales en la gente. Pero en la mayoría de los casos, los niños que llegan a nuestras iglesias no requieren atención profesional. Ellos necesitan simplemente una mano extendida que representa el amor del Señor en nosotros. La ayuda pastoral, asumida correctamente, le ofrece esa mano al niño.

Ayuda para hablar de dolor
Este libro ha sido escrito originalmente con la intención de proveerle al maestro ayudas prácticas para ayudar al niño a hablar de su dolor. Esas ayudas ilustradas se dan por medio de láminas, una serie de actividades, juegos interactivos y libritos que sirven para crear un espacio en donde se le facilita al niño la posibilidad de hablar sobre los problemas que esté enfrentando.

¿Por qué es importante que el niño hable de sus problemas? Porque si no encuentra la forma de expresar lo que le pasa, seguirá sin aliviar el dolor que sufre y sus conductas, su rendimiento escolar y su capacidad de disfrutar de la vida serán afectados. El dolor internalizado, que nunca se resuelve, carcome profundamente la autoestima y distorsiona la vida emocional. Alguien me preguntó una vez si era suficiente sólo con escuchar al niño, sin hacer otra cosa. Mi respuesta fue que probablemente no fuera suficiente, pero mejor poco que nada. Ser escuchado representa una cuota enorme de la ayuda que el niño necesita recibir. Una de las angustias más grandes del niño es no saber cómo expresar lo que siente. Pero una vez que el niño haya encontrado las palabras para describir y nombrar lo que le sucede, él mismo podrá comenzar a entender que podrá transformar sus actitudes en relación a las circunstancias que le toca vivir. Cuando su maestro es capaz de orientar sus pensamientos hacia Dios y ayudarlo a entender que a través de diversas maneras Dios lo acompaña en medio de sus circunstancias, su vida espiritual será fortalecida. Para muchos niños sentirse escuchados por un adulto, sea su maestro o sus padres, forma sus primeras experiencias en saberse escuchado por Dios.

Estoy convencido de que el niño actual necesita desesperadamente de este tipo de ayuda. Ni la tecnología más avanzada, ni la película más divertida, ni el juego electrónico o programa de computación más ingenioso podrán ocupar el lugar de una relación comprometida de afecto e interés personal entre un maestro y su alumno, especialmente porque el maestro también representa una dimensión espiritual para el niño. Esto también se puede decir en cuanto al trato de los padres en relación a sus hijos. Una relación de afecto, donde los padres ponen el empeño de escuchar con cuidado a sus hijos, bautiza la relación con una dimensión pastoral porque ellos están contribuyendo a la creación de vidas sanas.
 

Dios bendiga como hasta ahora a aquellos maestrros de la Escuela Dominical: Pastores de Niños

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
Información

PASTORES DE NIÑOS: uNA OCUPACIÓN IMPOSTERGABLE


  Me impacta la escena que observo todos los domingos. Niños de todos los tamaños entran corriendo en el plantel educacional de la iglesia. No saludan a nadie hasta llegar a los pisos superiores donde están las aulas. Si la directora de la escuela dominical está en la puerta o en un pasillo, la saludan al pasar, pero su saludo es seguido siempre por la misma pregunta: “¿Está mi maestro?”. Esa expectativa de encontrarse con su maestro es, en realidad, una expresión del anhelo entusiasmado del niño de encontrarse con la persona que lo toma en cuenta, que lo llama por nombre y le da lugar para hablar de sus cosas en un ambiente preparado especialmente para él. Yo creo que éste es el contexto más adecuado para ejercer la ayuda pastoral al niño.

Debo explicar el sentir que le doy a través de todo el libro del término “ayuda pastoral”. Me refiero al trato que un adulto puede darle al niño que se caracteriza por una relación de afecto y que ofrece guía, orientación, apoyo, aliento, compañía y consuelo dentro de un contexto establecido. No estoy usando el término en relación al liderazgo y autoridad implícito en el puesto de pastor de una iglesia. Creo que esta ayuda está relacionada con un lugar físico, la iglesia, el edificio que va adquiriendo para el niño un significado especial relacionado con Dios. Esa ayuda se expresa por individuos que sienten la vocación y el llamado para el ministerio entre la niñez. El lugar y las personas, entonces, establecen el medio ideal donde el niño dolorido ha de ser escuchado y donde, a la vez, se habla de Dios y se aprende de su Palabra. Las personas ideales para ofrecer este tipo de ayuda son los maestros que tienen a su cargo la formación espiritual de los niños. Esos maestros no pertenecen a la familia del niño, pero por lo general la conocen y por eso pueden servir de puentes entre el niño y su familia cuando surgen circunstancias de dolor y confusión. Los maestros pueden llegar a ser los “abogados defensores” del niño, cumpliendo con el llamado de Jesús cuando dijo: “El que recibe a un niño como éste en mi nombre, me recibe a mí” (Mateo 18:5). ¡Qué tarea privilegiada!

El éxito que puede tener la persona en cuanto a la ayuda pastoral al niño depende en gran medida en la relación afectiva que se forma entre el maestro y su alumno. Creo que el lugar más apropiado para que esta relación se fomente es en la iglesia donde ya existen programas dirigidos hacia los niños. También hay situaciones donde una iglesia tiene otras formas de contactarse con niños de la comunidad, como por ejemplo, por una escuela privada o por programas especiales de deportes. Muchas veces se brinda como parte del programa pedagógico un consultorio de ayuda al niño y su familia, supervisado por un psicólogo profesional y llevado adelante por maestros capacitados o posiblemente por integrantes del equipo pastoral de la iglesia. En estos casos, sin embargo, la ayuda pastoral tiene un contexto académico, casi siempre relacionado con el rendimiento del niño en sus estudios. En cambio, cuando la ayuda pastoral se ofrece en la iglesia, está definida por el ambiente de la Escuela Dominical y basada en una relación voluntaria donde el maestro puede ganarse la amistad y confianza del niño.

Las oportunidades para realizar la ayuda pastoral pueden darse de diferentes maneras. La más natural es cuando nace como reacción o respuesta a la actividad de aplicación de una lección bíblica. La lección en sí ha tocado cierto tema. Digamos que sea, por ejemplo, la descarga de enojo de uno o varios miembros de la familia. Al observar las reacciones de los alumnos, el maestro puede darse cuenta de si hay algún niño que está siendo afectado por esta realidad. Es posible que, en forma espontánea, un niño diga: “Mi papá se enoja mucho conmigo. A veces me pega”. O que otro diga: “Yo me enojo mucho con mis hermanos”. El maestro, entonces, busca un momento donde puede conversar a solas con uno u otro de sus alumnos para darles la oportunidad de compartir, si desea, lo que está pasando en su hogar. En ese encuentro individual el maestro está dando oportunidad a que el niño hable de su realidad. Si el maestro es sensible a las reacciones de sus alumnos cuando se da la aplicación de la lección, estas situaciones pueden producirse continuamente. Muchas personas adultas me han comentado que en su experiencia de niño en la iglesia jamás tocó su realidad porque “nadie nunca me preguntó nada”. Recibieron una enseñanza bíblica artificial que nunca llegó a penetrar su diario vivir. Después de todo, el propósito de la enseñanza religiosa es lograr la transferencia de los conceptos bíblicos a la vida práctica. En ese proceso, el maestro tendrá reiteradas oportunidades de ofrecer una ayuda pastoral a sus alumnos.

Otra oportunidad donde la ayuda pastoral puede darse es cuando alguna circunstancia inesperada despierta en los niños un interés urgente en un tema, a tal punto que el maestro se ve obligado a dejar de lado la lección preparada para esa clase para atender el reclamo de sus alumnos. Recuerdo una clase que tuve la semana después de la muerte repentina del hijo del pastor de mi iglesia. El joven había fallecido de un infarto en plena reunión el domingo anterior. Los niños de la clase no habían tenido oportunidad de expresar sus interrogantes ni de hablar de sus temores en relación con lo que había sido una experiencia traumática para todos. Inicié la clase orando por la familia del pastor, y en cuanto dije “amén”, toda la clase quería hablar del tema. Sus preguntas y comentarios me dieron una excelente oportunidad de crear un encuentro especial sobre el tema de la muerte, dándoles lo que llamo “ayuda pastoral” para entender la realidad de esta experiencia trascendental que afecta la vida de toda persona.

Una tercera manera de llevar a cabo el cuidado pastoral al niño es a través de encuentros individuales que el maestro estructura con sus alumnos. Muchas veces el impulso para programar este tipo de encuentro se da cuando el maestro reconoce que un alumno necesita atención especial para hablar de alguna circunstancia que le está afectando. Dependiendo en la circunstancia o en la gravedad del problema, el maestro acuerda con el alumno tener uno o varios encuentros privados. Este libro describe estas circunstancias y brinda pasos prácticos para ayudar al maestro a trabajar con el niño en la resolución de sus problemas.

Una cuarta manera de realizar la ayuda pastoral al niño es a través de la formación de un equipo especializado de consejeros. Esto es un paso más complejo ya que requiere que haya personas con una capacitación suficiente como para atender a los niños que requieren una atención específica para resolver problemas más severos. Este equipo debe tener la aprobación y el apoyo del liderazgo de la iglesia y ser compuesta de quienes han demostrado capacidades especiales para aconsejar a los niños. Pueden ser personas que forman parte del plantel de maestros de la Escuela Dominical o, preferiblemente, personas con una capacitación especial en la asistencia social o en la consejería. Para un mejor rendimiento, este equipo debe establecer días y horarios específicos que se dan a conocer para que los padres puedan tener acceso a esta ayuda para sus hijos. Hace unos años se presentó el caso en nuestra escuela dominical de tener tres niños que manifestaban necesidades emocionales muy evidentes y que estorbaban el desarrollo normal de las clases. Para proveer una dimensión de apoyo a los maestros, la directora de la Escuela Dominical libró a una de las maestras de tener una clase para que estuviera disponible para poder llevar aparte a uno u otro de estos niños y darle la atención que necesitaba. Lo interesante fue que estos niños no veían como una disciplina el hecho de ser separados de su clase normal para tener este tiempo a solas con la otra maestra. Inclusive, luego de estar un tiempo con actividades especiales dirigidas por la maestra, generalmente decían: “Ahora estoy mejor. ¿Puedo volver a mi clase?” Era como si necesitaran de un respiro emocional con alguien que supiera proveerles un pequeño oasis donde calmar su ansiedad y nerviosismo. Estos encuentros especiales se hacían en una pequeña oficina de la iglesia o si no en algún rincón disponible, hasta a veces en una de las escaleras. Lo importante era que estos niños perturbados podían recibir la atención personalizada que necesitaban. Aunque los niños no se dieron cuenta, estaban participando en un encuentro pastoral.

El maestro que se dedica al cuidado pastoral de sus alumnos buscará toda oportunidad posible para conocer mejor a cada uno. Al decir esto, me doy cuenta que todo maestro lucha con las muchas demandas sobre su vida y tiempo, y encuentra difícil apartar el tiempo necesario durante la semana para hacerlo. Pero cuando servimos a Dios, debemos mantener un ideal alto y definirnos no lo que podemos hacer sino lo que debemos hacer. Esto quiere decir que como maestro establezco como prioridad dedicar tiempo para estar con mis alumnos en alguna actividad o momento, y entonces me organizo para llevarlo a cabo. ¿Qué puedo hacer para conocer mejor a mi alumno? Lo puedo hacer tratando de estar presente cuando él juega un partido de fútbol, cuando tiene una participación en un programa especial en el colegio, o cuando se celebra un evento especial en su vida, como su cumpleaños. Si el alumno se enferma, el maestro lo llama por teléfono y trata de visitarlo. Si alguien en su familia sufre un accidente, un robo o un incendio, o si se presenta alguna circunstancia traumática como la muerte de un ser querido, el maestro debe hacer lo posible para estar presente para consolar al niño y su familia. Pero más que nada, el cuidado pastoral se desprende de esos momentos que se dan todos los domingos en la iglesia donde el maestro se muestra cálido en su afecto y genuino en su interés por la vida y las actividades de su alumno. De esta manera el maestro crea un ambiente donde el alumno sabe que será escuchado y tomado en cuenta. Cuando existe una relación así entre maestro y alumno, siempre se darán en forma espontánea oportunidades para ejercer el cuidado pastoral. No hay forma de medir el impacto para bien que puede tener tal relación sobre la vida de una niño o un adolescente.

Hoy yo me gozo en la evidencia de que el cuidado pastoral del niño tiene grandes beneficios. A menudo recibo cartas, llamadas telefónicas o e-mails de niños, adolescentes o adultos que me cuentan de sus vidas, sus estudios, sus noviazgos, sus casamientos, sus hijos y una infinidad de experiencias que son parte de la vida. Y siempre me agradecen mi interés, mis oraciones y mi amor expresado hacia ellos. Me recuerdan incidentes y circunstancias cuando necesitaban la comprensión de un adulto, y me agradecen en palabras de gran emoción todo lo que representó para ellos mi vida. No hay recompensa más enorme que las vidas de mis ex-alumnos que hoy aman y sirven al Señor.

Siempre me impacta cuando observo en la puerta de la iglesia, o en un pasillo o en la vereda, a un maestro dialogando con un alumno, haciéndole preguntas e interesándose por sus actividades. Uno ve en la cara del niño el gozo e entusiasmo de ver que es tomado en cuenta. Uno ve el aprecio que siente el niño por su maestro cuando lo saluda con un beso al llegar o con un abrazo al despedirse. Al ver esas escenas, pienso que así era el Señor con todos los niños y me inspira ver que hay entre sus seguidores muchos que siguen su ejemplo. El cuidado pastoral del niño es, al fin, nada más complejo que saber expresarle el afecto genuino.
 


sábado, 5 de julio de 2014

Bosquejos para preparar sermones: Ayuda ministerial

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 

 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
Información
LA CREACION

Génesis 1:1–26

    Está ante nosotros una obra de maravillosa variedad.
    ¿Siempre existió? ¿tuvo un principio? Si lo tuvo ¿quién es el autor?
    ¿Con qué fin fue creada? Sólo la Biblia contesta estas interrogaciones.

  I.      LA CREACION TUVO UN PRINCIPIO
    La Biblia comienza con notas sencillas pero sublimes: “En el principio”.
    Moisés no argumenta para probar la existencia de Dios.
    Es postulado lógico y evidente que no hay creación sin creador.
    No puede haber orden ni combinación alguna sin una inteligencia.
    Si hay un pensamiento debe haber un pensador. Esto es lógico.

  II.      LA CREACION TUVO UN AUTOR
    “Creó”. El atributo de crear es exclusivo de Dios.
    El hombre puede transformar, combinar, pero jamás podrá crear.
    Los movimientos ordenados de la misma tierra o naturaleza nos hablan de un Dios omnipotente y omnisciente.
    La Biblia no nos dice cómo van los cielos sino cómo ir al cielo.

  III.      LA CREACION MANIFIESTA EL AMOR DE DIOS
    Había en Dios la necesidad de expresarse, de amar y ser amado.
    ¿Qué es el hombre? un pecador, mas Dios revela su gran bondad.
    La Creación es la primera revelación de Dios. (Sal. 19:1; Rom. 1:20).
    Desde el principio ya actuaron las tres personas de la Trinidad.
    1. Dios-Padre (v. 1) 2. Dios-Hijo (Jn. 1:1) 3. Dios-E. Santo (v. 2).

  IV.      LA CREACION NOS CONDUCE A LA REDENCION
    La Creación forma un contraste con la condición actual del mundo.
    Tierra, teatro de iniquidades, morada de dolor, reino del pecado.
    ¿Qué sucedió? El hombre se rebeló contra Dios, se hizo pecador.
    ¿Entonces? “Dios de tal manera nos amó, que ha dado a su Hijo …”
    Así como la Creación necesitó un Creador para que existiese, así también todo pecador necesita de un Salvador. (Jn. 3:16-21).
    ¡Qué maravillosa es la Creación! mas ¡oh, qué asombrosa es la gran redención obrada por Jesucristo!
 

martes, 1 de julio de 2014

los hijos de ellos que no supieron, oigan, y aprendan a temer a Jehová vuestro Dios todos los días que viviereis sobre la tierra

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MB | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Escuela Dominical
Información

                           LA OBRA DE LOS NIÑOS: NUESTRO FUNDAMENTO BÍBLICO
Un mandato evangélico: “Harás congregar al pueblo, varones y mujeres y niños, y tus extranjeros que estuvieren en tus ciudades, para que oigan y aprendan, y teman a Jehová vuestro Dios, y cuiden de cumplir todas las palabras de esta ley; y los hijos de ellos que no supieron, oigan, y aprendan a temer a Jehová vuestro Dios todos los días que viviereis sobre la tierra […]” Deuteronomio 31:12–13).
Jesús dijo: “Mirad que no menospreciéis a uno de estos pequeños […]” (Mateo 18:10).
“Y cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como este, a mí me recibe” (Mateo 18:5).
“Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar” (Mateo 18:6).
“Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos” (Mateo 19:14).
“Pero los principales sacerdotes y los escribas, viendo […] y a los muchachos aclamando en el templo y diciendo: ¡Hosanna el Hijo de David! se indignaron y le dijeron: ¿Oyes lo que éstos dicen? Y Jesús les dijo: Sí; ¿nunca leísteis: De la boca de los niños y de los que aman perfeccionaste la alabanza?” (Mateo 21:15–16)
Jesús dijo a Pedro: “Apacienta mis corderos” (Juan 21:15)
“Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15). (Como comentó C.H. Spurgeon acerca de este versículo: “¿Acaso no son criaturas los niños?”).
Del Antiguo Testamento: “Y cuando os dijeren vuestros hijos: ¿Qué es este rito vuestro?, vosotros responderéis […]” (Éxodo 12:26–27).
“Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22:6).
Y de las Epístolas: “Y vosotros padres […] criadlos [a vuestros hijos] en disciplina y amonestación del Señor” (Efesios 6:4).
“Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo” (Efesios 6:1).
“Y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús” (2 Timoteo 3:15).

domingo, 4 de mayo de 2014

Cerca de Tí Señor, quiero morar


Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 


En el capítulo anterior dije que si queremos entender por qué hacemos las cosas que sinceramente no queremos hacer, tenemos que comprender que estamos motivados por el deseo de satisfacer nuestras necesidades de significación y seguridad en las formas que creemos inconscientemente que funcionarán. Una esposa me dice que no puede entregarse sexualmente a su esposo. Conscientemente quiere hacerlo, y trata de entregarle su cuerpo en obediencia a 1 Corintios 7:1–5, pero se pone tan tensa que se retrae. ¿Por qué? Tal vez piensa que necesita del amor de su esposo para estar segura. Como él la ha herido en el pasado, tal vez ahora teme hacerse vulnerable a más sufrimiento al acercarse a él. Por eso se pone rígida y se retrae del sexo, la expresión más íntima de proximidad. Tal vez también siente cierto resentimiento hacia él por haberla herido, además de no confiar lo suficientemente en él para acercarse; y se retrae para desquitarse.
Un consejero que llega a estas conclusiones todavía no ha ayudado a su paciente. Ahora tiene que ayudarla a pasar de la motivación por déficit (la conducta según sus propias necesidades en mente) a la motivación por expresión (conducta que expresa su integridad dada por Dios en concordancia con la dirección bíblica). Si el consejero quiere ayudarla a efectuar ese cambio y además manejar con efectividad una amplia variedad de casos, tendrá que comprender algunos de los principios básicos del funcionamiento de la persona.
En este capítulo quiero dibujar la figura de una persona. Los artistas pintan lo exterior de la persona, su aspecto físico externo. Los profesores de anatomía describen el aspecto físico interno de la persona, mostrando los huesos y los órganos que están debajo de la piel. Yo también quiero ir más allá de la cobertura exterior, pero en lugar de describir más de la parte física, quiero tratar de apresar en el papel lo intangible. Los médicos hablan de anatomía física. A mí me interesa la anatomía personal, las partes constitutivas que hacen que la persona sea más que una colección de partes físicas en función. Quiero dibujar una persona. En términos apropiados para un psicólogo, podría decir que espero describir la «psicoanatomía» de una persona. ¿Cuáles son las partes interiores de una persona? ¿Con qué pensamos? ¿Cómo interactúan nuestros pensamientos, sentimientos, y actitudes deliberadas?
Antes de comenzar a dibujar una persona, quiero hacer dos observaciones importantes: (1) No soy lo que los psicólogos denominan un «reduccionista fisicista», o sea, yo creo que hay «partes» intangibles en la persona que no se reducen al cuerpo físico. La emoción es más que un funcionamiento glandular. El pensamiento es más que una actividad neurológica del cerebro. Aunque hay conexiones intrincadas entre el funcionamiento físico y el personal, no creo que el cómo sentimos, actuamos, y pensamos como personas se pueda explicar completamente en términos de correlaciones fisiológicas. (2) Cuando hacemos la disección de un organismo para examinar sus partes constitutivas caemos en el peligro de perder de vista el funcionamiento total del organismo. Un cirujano tal vez aprenda a pensar en el «objeto» que yace en la camilla como un conjunto de partes que incluye el corazón, los pulmones, el hígado, el cerebro, y demás. Yo creo que una persona es una entidad operante que actúa como una unidad. Al considerar las diferentes partes que componen esta persona integral, tal vez dé la impresión de que pienso en la persona como nada más que un conjunto de partes. Permítanme aclarar que creo que una persona es un todo indivisible. Mi intento en este capítulo será entender mejor cómo funciona ese todo indivisible observando los elementos claves del funcionamiento dentro de la personalidad humana.
Al considerar las partes de la persona muchos cristianos comienzan hablando acerca de espíritu, alma, y cuerpo. En mi pensamiento, como ya he dado a entender, es más útil concebir a los seres humanos como compuestos de dos partes: la parte física y la parte personal, o parte material y parte inmaterial. El cuerpo pertenece al lado físico del hombre. El espíritu y el alma a la parte personal. Aunque los términos de espíritu y alma a veces se usan en forma intercambiable en la Biblia, muchos estudiosos han intentado diferenciarlos. Yo estoy de acuerdo con los dicotomistas que sienten que el espíritu y el alma sólo se pueden separar en sentido funcional. Sugiero que ambos términos se pueden entender con más sencillez no como entidades materializadas o partes literales de la personalidad sino más bien como términos descriptivos que expresan si la personalidad como un todo está orientada primariamente hacia Dios o hacia otras personas. Cuando oriento mi energía personal hacia Dios en adoración, oración, o meditación, se puede decir que mi espíritu está interactuando con Dios. Cuando dirijo mi personalidad hacia otra persona, funcionando en sentido lateral y no vertical, entonces puedo vincular mi alma con la suya.
Si el espíritu y el alma realmente son términos descriptivos que se refieren sólo a la dirección del funcionamiento personal, tenemos que tratar de definir exactamente lo que queremos significar con funcionamiento personal. La forma en que funciona una personalidad humana tal vez se entienda mejor estudiando sus partes funcionales.


La mente consciente

El primer elemento en el funcionamiento personal es la mente consciente. La persona tiene conciencia de sí misma; podemos hablarnos a nosotros mismos en discurso normal. Con esta capacidad de decirnos cosas a nosotros mismos en forma de oraciones (es decir, plasmamos impresiones en palabras), evaluamos nuestro mundo. Cuando ocurre un hecho externo que atrae mi atención, respondo a él primero hablándome a mí mismo sobre el caso. Tal vez no siempre caiga en cuenta de las frases que me estoy diciendo, pero de todos modos estoy respondiendo en forma verbal, y si prestara atención a mi mente, podría observar qué frases estoy usando para evaluar el suceso. Por ejemplo, si me despierto frente a una tormenta de lluvia una mañana que tenía destinada a jugar al golf, probablemente considere mentalmente la situación con oraciones como: «Mi compañero de golf es un cliente potencial que se va mañana de la ciudad y tal vez pierda una oportunidad de hacer un buen negocio. Esta tormenta es una calamidad.» Mi reacción emocional sería sumamente negativa. Si mi esposa me preguntara por qué estoy deprimido, probablemente le diga: «Porque está lloviendo». Pero esa no sería la respuesta correcta. Una tormenta de lluvia no tiene ningún poder para deprimirme, pero una fuerte evaluación mental negativa de la tormenta sí lo tiene. En otras palabras, no son los eventos los que controlan mis sentimientos. Es mi evaluación mental de esos eventos (las frases que me digo a mí mismo) lo que afecta mi ánimo. Supongamos que cambiara mi evaluación «esta tormenta es una calamidad» por «el dinero es importante, pero confío en Dios para resolver mis necesidades; en consecuencia, aunque preferiría jugar al golf hoy, no es terrible que no pueda hacerlo». Con esa cláusula en mente, mi reacción emocional incluiría la verdadera desilusión pero también una serena sensación de paz.
Para quienes han estudiado teoría de la personalidad será obvio que aquí estoy describiendo un punto de vista subjetivo y fenomenológico más bien que objetivo y positivista. Freud y Skinner sostienen que lo que le ocurre a una persona es responsable de sus problemas. Con Adler, Ellis, Rogers, y otros, yo entiendo que la forma en que una persona percibe lo que le ocurre tiene mucho que ver con sus reacciones emocionales y de conducta. Si percibe lo que ocurre como una amenaza a sus necesidades personales, experimentará fuertes sentimientos negativos y actuará ante el evento en una forma defensiva de su personalidad. Tal vez lanzará un ataque emocional contra el suceso, tratando de cambiarlo. (Esposos y esposas son especialistas en el empeño de cambiarse uno al otro para que sus propias necesidades se vean mejor satisfechas.) O tal vez se retracte del suceso para evitar sufrir más. Sin embargo, si el evento se percibe como enaltecedor de la personalidad (para tener significación necesito reconocimiento; mi jefe acaba de alabarme por mis capacidades como administrador), el individuo se sentirá bien. Si percibe lo que ocurre como no importante a sus necesidades personales (huelga de mineros en Inglaterra), es muy probable que no tenga ninguna reacción emocional profunda. La forma en que una persona evalúa mentalmente un evento determina cómo se siente con respecto a ese evento y cómo actuará en respuesta al mismo.
La figura que he descrito hasta aquí puede esquematizarse como sigue:



La palabra griega para mente que más se acerca a lo que he denominado mente consciente es nous. El autor Vine define nous como «…el asiento de la conciencia reflexiva que abarca las facultades de percepción y comprensión, y las de sentir, juzgar, determinar». Yo la definiría sencillamente como aquella parte de la persona que hace evaluaciones conscientes incluyendo juicios morales. Pablo usa la palabra con frecuencia, tal vez en forma más notable en Romanos 12:2, donde nos dice que la transformación a la imagen de Cristo depende de la renovación de nuestras mentes. Para mí esto significa que mi crecimiento espiritual depende directamente de cómo percibo y evalúo mi mundo, o, en otras palabras, con qué cláusulas lleno mi mente en respuesta a un suceso dado. Si es así, es importante saber qué determina la oración que me digo a mí mismo conscientemente en mi nous. Para entender por qué evalúo los sucesos como lo hago, tengo que agregar otro elemento a mi esquema de psicoanatomía.


La mente inconsciente

En las Escrituras la palabra griega fronema quiere decir a veces «mente», por ejemplo, en Romanos 8:6 («ocuparse»). De mi estudio de ese pasaje resulta que el concepto central expresado por esa palabra es una parte de la personalidad que se desarrolla y se aferra a suposiciones reflexivas profundas. Por ejemplo, «…los que son de la carne piensan en las cosas de la carne» (v. 5) sugiere que las personas que no reconocen a Dios están totalmente saturadas por la idea de que las ocupaciones de la carne conducen a la felicidad personal. Permítanme apuntar tentativamente que este concepto corresponde aproximadamente a los que los psicólogos llaman la «mente inconsciente». Uniendo estos dos conceptos se esboza una definición de la parte inconsciente del funcionamiento mental como el asiento de suposiciones básicas que las personas alientan con firmeza y emoción acerca de cómo satisfacer sus necesidades de significación y seguridad.
Cada uno de nosotros ha sido programado en su mente inconsciente para creer que la felicidad, el valor, el gozo —todas las cosas buenas de la vida— dependen de alguna otra cosa que no es Dios. Nuestra carne (esa disposición innata a oponerse a Dios) ha respondido prestamente a la falsa enseñanza del mundo de que nos bastamos a nosotros mismos, que podemos encontrar una manera de lograr verdadera valía personal y armonía social sin antes arrodillarnos ante la cruz de Cristo. Satanás ha estimulado el desarrollo de la idea de que podemos satisfacer nuestras necesidades si solamente tuviéramos  (el espacio se llena de diferentes maneras según el temperamento particular de cada uno y su trasfondo familiar y cultural). Un sistema incrédulo y mundano, estimulado por Satanás y que apela a nuestra naturaleza carnal nos ha metido en el molde de suponer que hay algo que no es Dios que ofrece realidad y plenitud personal.
Si mi padre es un músico profesional, probablemente yo adquiera la idea de que la significación depende del desarrollo del talento, o tal vez del reconocimiento de otros por la expresión de una cierta habilidad. Todos nos formamos alguna suposición falsa acerca de cómo resolver nuestras necesidades. Adler llama adecuadamente a estas suposiciones básicas «ficción guiadora» de la persona, una creencia errada que determina mucho de nuestra conducta y de nuestros sentimientos. En la primera parte de este capítulo dije que las cosas que nos decimos a nosotros mismos conscientemente influyen marcadamente en cómo nos sentimos y qué hacemos. Ahora podemos ver dónde se originan estas palabras. Surgen de las falsas suposiciones que sustenta nuestra mente inconsciente. Rara vez nos damos cuenta de nuestra creencia básica errada acerca de cómo satisfacer nuestras necesidades. Sin embargo, esta creencia impía determina cómo evaluamos las cosas que nos ocurren en nuestro mundo y a su vez esa evaluación controla nuestros sentimientos y nuestra conducta. La batalla hoy es por la mente. Influya en lo que cree una persona e influirá en toda la persona.
Volviendo a mi ejemplo anterior, si creo profundamente que mi significación depende en gran medida del desarrollo de un talento, entonces, si después de estudiar el violín durante muchos años todavía lo hago chirriar como un principiante, es muy probable que evalúe mi pobre actuación (suceso) como algo muy malo, porque es una amenaza personal. Entonces me sentiré insignificante y, o bien (1) duplicaré mis esfuerzos por dominar el instrumento, o (2) buscaré una excusa para salvaguardarme (por ejemplo, me quiebro el puño «accidentalmente»), la que puedo usar para proteger mi valor personal de posterior daño, diciendo: «¡Qué mala suerte! Justo cuando estaba al borde del éxito…», o (3) me retiraré a una inactividad depresiva, ocasionada por un profundo sentido de inutilidad y sostenido por la seguridad que esto provee ante posibles fracasos futuros.
La figura ahora es la siguiente:



Aunque la forma exacta de la programación falsa puede variar con cada persona, probablemente hay algunas ideas comunes que se nos enseñan a creer, como por ejemplo:

  —Debo tener éxito en los negocios para tener importancia. Valor financiero equivale a valía personal.
  —Si quiero sentirme seguro, no debo permitir que me critiquen. Todo el mundo debe aprobarme en todo lo que haga.
  —Otros tienen que reconocer mis habilidades si quiero sentirme significativo.
  —Mi seguridad depende de mi madurez espiritual.
  —Mi significación depende del éxito que tenga en mi ministerio.
  —No debo fallar (dejar de alcanzar un nivel de éxito arbitrariamente establecido, el que generalmente bordea la perfección) si quiero considerarme honestamente como una persona valiosa.

Si nuestra evaluación de los hechos que nos ocurren depende de conceptos como esos, no es de sorprender que muchas personas se sientan ansiosas, culpables, o resentidas. Una mujer cuya seguridad depende de la ausencia de crítica no reaccionará amablemente frente a los comentarios negativos de su esposo acerca de su habilidad como ama de casa. Su resentimiento en este momento no es una respuesta directa a la crítica sino más bien una respuesta a su necesidad de seguridad amenazada. Si aprendiera a separar su valor como persona de la aprobación de su esposo, la misma crítica le provocaría una reacción mucho más tranquila. Si el pastor necesita que su congregación reconozca su capacidad para predicar como un medio de encontrar significación, entonces cualquier indicación de la iglesia de que no están disfrutando su sermón será percibida como una amenaza a su valía personal. Su reacción podrá ser de ansiedad («¿Soy realmente capaz de predicar en forma aceptable? Si no, ¿qué me queda? Ya no valgo para nada»), culpa («Mi trabajo es inferior siempre. Tal vez Dios me está castigando. Sencillamente no soy capaz»), o resentimiento («¿Cómo se atreven a criticar mi predicación? Me están privando de mi significación y eso me molesta»).
Para entender por qué el pastor comienza a manifestar actitudes nerviosas en el púlpito, o por qué pierde interés en su trabajo y se le ve sombrío, o por qué desoye fríamente las críticas, debemos estudiar su respuesta retórica a la crítica, es decir, qué frases pasan por su mente consciente mientras considera el hecho de la crítica. Luego habrá que buscar la fuente de esas frases en alguna suposición inconsciente acerca de la significación. El pastor ha permitido que su valía como persona quede atrapada en su aceptabilidad como predicador. Tiene una idea errónea acerca de cómo ser significativo.
Explorar el «sistema de supuestos» de una persona envuelve echar luz sobre una forma de pensar que hasta este momento ha estado sumergida en la oscuridad. Los consejeros deben comprender que pocas personas reciben bien las revelaciones desagradables acerca de sí mismas. Es difícil que un hombre admita que sus metas financieras representan una ambición totalmente egoísta para conseguir valía personal. Las esposas que han estado tratando de agradar a sus esposos por años y han creído honestamente que su conducta era generosa no se dan cuenta fácilmente de que en realidad han estado manipulando a sus esposos para que sean afectuosos con ellas porque creen que la seguridad personal depende del amor de sus esposos.
La resistencia a confesar la propia ficción guiadora egoísta adquiere muchas formas que van desde una negación directa hasta una vaga confusión. Resulta difícil no sentirse frustrado con un paciente que responde a todo lo que uno le dice con «podría ser, pero no lo sé.… Estoy confundido». No hay nada más fácil que el autoengaño. El descubrirse a uno mismo es muy penoso: hiere nuestro orgullo y empaña la buena opinión de nosotros mismos que tanto acariciamos. La Biblia dice que somos maestros en el autoengaño y que necesitamos ayuda sobrenatural para vernos como realmente somos (Jer 17:9, 10). La exploración profunda y honesta de las cámaras interiores de la personalidad es privilegio especial de Dios. El consejo guiador cristiano depende fundamentalmente en este aspecto de la obra esclarecedora del Espíritu Santo. Sin su asistencia, nadie percibe ni acepta la verdad acerca de su enfoque egocéntrico y errado de la vida.
Los psicólogos han luchado por mucho tiempo con el problema de la resistencia, que se podría definir como el esfuerzo del sujeto por evitar que aflore a la conciencia plena el material inconsciente doloroso. Desde un punto de vista psicológico, me parece que la resistencia se podría explicar de dos maneras. Primero, una idea que se ha arraigado y reforzado y ha guiado la conducta a través de los años, de mala gana se prestará a un cambio. La idea ha sido parte de la persona durante tanto tiempo que ya le resulta cómoda, como un par de zapatos que se ha usado mucho tiempo. Cualquier cambio de una posición que se ha hecho familiar, aunque pueda ser dolorosa, resulta amenazador.
Segundo, es importante comprender que los supuestos básicos son algo más que meras ideas mantenidas en forma lógica. Si con la mente consciente abrigamos proposiciones evaluativas, con nuestra mente inconsciente formamos actitudes. Las actitudes tienen componentes afectivos (emocionales) además de cognoscitivos. Se desarrollan en la atmósfera emocionalmente cargada del deseo fervoroso y consumidor que tienen las personas de satisfacer sus necesidades. «Tengo que llegar a ser valioso. ¿Cómo haré?» Entonces el mundo le enseña a la persona emocionalmente hambrienta qué es lo que necesita. Cuando la persona acepta cierta idea y adopta una estrategia para lograr sentirse valiosa, se aferrará a su idea equivocada con una tenacidad feroz. Socavar su creencia es cortar su cuerda salvavidas. El consejo que intenta enseñar nuevas verdades en forma lógica, pero sin tomar en cuenta la amenaza emocional que implica el cambiar el enfoque del sujeto para satisfacer necesidades personales, chocará de frente con la resistencia. Vuelvo a subrayar la importancia vital de la relación personal al aconsejar. Sólo dentro de una atmósfera de seguridad podrá una persona mirarse a sí misma abiertamente y plantearse el cambio de ideas que por muchos años han determinado su camino hacia la valía personal. El consultorio cristiano debiera ser un lugar seguro, donde el sujeto se sepa aceptado como persona a pesar de sus problemas. Los cristianos harían bien en leer a Carl Rogers sobre la necesidad profunda de aceptar al sujeto como ser humano valioso. En cierta oportunidad Rogers dijo: «Me sumerjo en la relación terapéutica con la hipótesis, o la fe, de que mi aceptación, mi confianza, y mi comprensión del mundo interior de la otra persona la conducirán a un proceso significativo de llegar a ser.… Entro en esa relación como una persona.»
En este tipo de relación, la persona tiene más posibilidades de enfrentarse a sí misma y cambiar.
Pensemos por un momento. ¿Dónde nos sentimos seguros? ¿Con quién podríamos abrirnos totalmente sin temor a la crítica o al rechazo, con la confianza de ser aceptados y de que la otra persona hará un genuino esfuerzo por comprendernos? Ese es el tipo de relación que la operación de aconsejar debe idealmente proveer para facilitar la sustitución de ideas erradas que se han sustentado en forma profunda y emocional.


Dirección básica (el corazón)

Un tercer elemento en la personalidad humana implica la dirección básica que una persona elige para sí. Las Escrituras hablan con frecuencia del corazón del hombre. La palabra griega kardia se usa de tantas formas diferentes que es difícil asignarle un sentido único. Por supuesto, literalmente se refiere al órgano principal de la vida física. La Biblia enseña que «…la vida de la carne en la sangre está» (Lv 17:11) y el corazón cumple la función de mantener al cuerpo provisto de la sangre que produce vida. Vine afirma que «por medio de una fácil transición la palabra llegó a significar toda la actividad moral y mental de la persona, tanto el elemento racional como el emocional. En otras palabras, el corazón se usa figuradamente para designar las fuentes ocultas de la vida personal». (Ver también Prv 4:23.)
Subyacente con relación al pensar erróneo de la mente inconsciente está el hecho de que la personalidad humana como un todo va en dirección equivocada. Separada de la obra soberana de Dios, la persona está definitivamente a merced de sí misma. Todas sus capacidades (racionalidad, juicio moral, emociones, voluntad) se dirigen en conjunto hacia la meta pecaminosa de la autoexaltación: «Quiero servirme a mí mismo; quiero lo que quiero y cuando lo quiero; quiero que las cosas sean como a mí me gustan.» Si el corazón es un término amplio que incluye toda nuestra naturaleza personal y si realmente se refiere a «…las fuentes ocultas de nuestra vida personal», entonces tal vez, como está usado en la Biblia, sea esa parte esencial de la persona que elige su dirección básica para la vida. Dicho de otro modo, sugiero que el corazón representa las intenciones fundamentales de la persona: ¿para qué o para quién elijo vivir?
Alguien ha dicho que cuando se ha revisado cuidadosamente toda la gama de posibles respuestas a una pregunta, esta gama se hace bastante angosta. Desde una perspectiva bíblica, en realidad hay sólo dos posibles direcciones básicas que se pueden elegir: vivir para uno mismo o vivir para Dios. Si con el corazón elijo vivir para mí mismo (cosa que todos hacemos naturalmente), entonces nunca tendré plenamente satisfechas mis necesidades personales. Al quitar a Dios de en medio (qué concepto más inseguro de la libertad: que simples seres humanos puedan quitar a Dios de en medio de sus vidas), perdemos la única fuente de significación y seguridad verdaderas. Quedamos abandonados a nosotros mismos y hacemos lo mejor que podemos para resolver nuestras necesidades personales. Tal vez estudiemos las opciones disponibles en el mundo, y tal vez, con la ayuda de un terapeuta, evitemos algunas de las más obviamente neuróticas (por ejemplo, estaré seguro sólo si todo el mundo me aprueba continuamente). Pero no encontraremos una opción que satisfaga enteramente nuestras necesidades. Si no ponemos a Dios en el cuadro, quedamos abandonados para elegir entre las diferentes alternativas que ofrece el diablo a través del falso sistema secular. La persona que sirve a su yo con el corazón tiene el siguiente aspecto:



Sin embargo, si nuestra intención básica es, por la gracia de Dios, tener a Cristo en primer lugar y servirle a él, entonces podemos rechazar las ideas del mundo sobre cómo llegar a ser valiosos (y de buena nos libramos, porque ninguna de ellas funciona) y comenzar a llenar nuestra mente consciente con las verdades de la Biblia. Recientemente, enseñando este concepto a un grupo, sin pensarlo grité que debemos «llenar nuestra nous con verdades bíblicas». El cristiano cuyo corazón está verdaderamente entregado a Cristo tendría el siguiente aspecto:



En lugar de eliminar el yo, esta persona ha entendido que uno debe perder el yo en Cristo. «No mi voluntad sino la tuya», «con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí», «el que pierde su vida por causa de mí, la hallará», «para que en todo tenga la preeminencia». Ahora hay dos fuentes de entrada a la mente consciente: lo que dice Satanás a través del mundo a nuestra mente inconsciente, y lo que Dios dice a través de la Biblia a nuestra mente consciente. Si la respuesta en palabras del individuo a los hechos sigue proviniendo de sus falsas suposiciones inconscientes, él funcionará con no más efectividad que un incrédulo. Pero si renueva su mente evaluando los hechos desde la perspectiva bíblica, se convertirá en una persona transformada. Cuando se le presente la desaprobación, se hará decir a sí mismo con base en la autoridad de la Biblia: Mi seguridad y significación como persona dependen sólo de mi relación con Cristo. Aunque este rechazo no me hace feliz, mi valor como persona sigue intacto. Por eso este hecho es doloroso pero no devastador. Sé que Dios puede hacer surgir el bien por medio de este hecho difícil y puedo seguir andando y confiar en él, responder bíblicamente y no derrumbarme.
Pablo miraba los sucesos de su vida desde la perspectiva de Dios. Cuando se veía confinado injustamente a la prisión podía tal vez evaluar el hecho como lamentable y ciertamente como muy incómodo, pero siempre como algo a través de lo cual Dios podía obrar (Flp 1:12–18). Su significación no dependía de realizar su propio interés. Más bien dependía únicamente de saber que podía ser usado por Dios. Como la dirección básica de su corazón era correcta («Para mí el vivir es Cristo»), Pablo podía evaluar los hechos en la perspectiva de Dios y experimentar el profundo gozo que está a disposición únicamente de quienes disfrutan de significación y seguridad. Pablo era significante como siervo del Dios viviente y estaba seguro en el conocimiento de que el Dios omnipotente era su Pastor, quien en todo momento tenía el control total de cuanto ocurría y proveía todos los recursos que Pablo necesitara para responder bíblicamente a sus circunstancias difíciles.


La voluntad

Además de la mente consciente, la mente inconsciente, y el corazón, las personas tienen la facultad de elegir su conducta. Cualquier idea sobre el funcionamiento personal que dejare de lado la voluntad sería incompleta. El Nuevo Testamento tiene por lo menos dos palabras fundamentales (boule y thelema) que dan la idea de elección. Generalmente las personas deciden hacer aquello que les parece que tiene sentido. En otras palabras, las percepciones y la evaluaciones de la vida (lo que uno se dice a sí mismo en la mente consciente) determinan el sesgo de conducta que uno se propone seguir. La libertad de elección de una persona está restringida por los límites de su comprensión racional. El espinoso asunto de la libertad ha de discutirse sabiendo del hecho de que las personas eligen hacer aquello que piensan que es razonable. Por ejemplo, el problema de una persona no salvada no es su incapacidad para elegir a Dios. Su voluntad es perfectamente capaz de elegir confiar en Cristo, pero su nublada comprensión no permitirá que su voluntad haga esa elección. No necesita reforzar su voluntad, necesita esclarecer su mente; y esa es la obra del Espíritu Santo.
Los predicadores y los consejeros pueden gastar sus energías exhortando a las personas a cambiar de conducta. Pero la voluntad humana no es una entidad libre. Está ligada al entendimiento de la persona. Las personas actúan según creen. En lugar de hacer un esfuerzo concentrado para influir sobre las decisiones, los predicadores deberían tratar de influir primero sobre las mentes. Cuando una persona entiende quién es Cristo, en qué radica su valor, y de qué se trata en realidad la vida, tiene toda la información necesaria para cualquier cambio permanente en su estilo de vida. Los cristianos que tratan de «vivir correctamente» sin corregir sus ideas equivocadas acerca de cómo encarar las necesidades personales vivirán en agonía continua con su fe, llevando a cabo mecánicamente su deber y su responsabilidad en forma forzada y sin alegría. Cristo enseñó que cuando conocemos la verdad podemos ser verdaderamente libres. Somos libres para elegir la vida de obediencia porque entendemos que en Cristo ya somos personas valiosas. Somos libres para expresar nuestra gratitud en la adoración y el servicio hacia Aquel que ha satisfecho nuestras necesidades.
Debo recalcar que la obediencia no sigue automáticamente a una adecuada comprensión. Dije que nuestras percepciones determinan el campo de opciones de entre las cuales elegiremos. La voluntad es una parte real de la personalidad humana que tiene la función de elegir responsablemente el conducirse según la forma en que la Biblia enseña que debemos evaluar nuestro mundo. Tales elecciones rara vez son fáciles. Actuar como corresponde envuelve a menudo un esfuerzo grande y penoso. Es importante elegir hacer lo que está bien momento a momento. Sin un definido ejercicio de la voluntad, no habrá obediencia continua. A medida que el cristiano sigue eligiendo el camino de la rectitud, aumenta su capacidad de hacer decisiones correctas frente a la adversidad y a las tentaciones. Se hace un cristiano más fuerte, a quien Dios puede confiar responsabilidades mayores.
Nuestro esquema de psicoanatomía debe incluir este elemento importante que es la voluntad:




Las emociones

Un elemento más de la personalidad humana completará nuestra figura: es nuestra capacidad de sentir, o sea, nuestras emociones. El haber dejado las emociones para el final no significa que se les reste importancia. El énfasis en lo tocante al pensamiento puede dar la falsa impresión de que mientras una persona piense correctamente, el consejero puede darse por satisfecho. Pero el pensar correctamente es una base necesaria para sentirse bien. La finalidad del consejo se podría concebir como un esfuerzo por aprender a «pensar correctamente» a fin de poder elegir «conductas correctas» y entonces experimentar «sentimientos correctos».
La Biblia habla mucho de los sentimientos. Vemos que el Señor fue movido a compasión muchas veces cuando veía la necesidad humana. Mostraba profundos sentimientos de solicitud por los demás. La palabra griega que se traduce por compasión en los evangelios (splagchon) en las epístolas aparece como «entrañas» abiertas, o afectos. Juan habla de cerrar las entrañas de la compasión cuando no respondemos en forma solícita a un hermano o hermana en necesidad. Una persona así podría llamarse un cristiano constipado.
Sobre esta cuestión de los sentimientos suele haber confusión entre los cristianos. Algunos dan la impresión de que si andamos con el Señor, y confesamos todo pecado conocido, nos sentiremos bien siempre. Otros piensan que es posible que los cristianos tengan emociones negativas, pero que se deben mantener ocultas y bajo llave, sin jamás expresarlas. Para estas personas, las emociones penosas son una mancha vergonzosa para el testimonio cristiano y por eso no debiéramos dejar que se vean. Pero esas enseñanzas producen caricaturas espirituales. Todos nos sentimos mal a veces. Y no todos los sentimientos «malos» son moralmente malos. Algunos sentimientos negativos, aunque puedan ser atroces, son perfectamente aceptables y constituyen experiencias normales en la vida cristiana, y pueden coexistir con un profundo sentimiento de paz y alegría. Otros sentimientos negativos provienen de formas de pensar y de vivir pecaminosas. Pero incluso estos no debieran ser encubiertos sino que más bien se los debe encarar, examinando sus causas y haciendo algo constructivo para remediar el problema.
Si algunos sentimientos negativos son aceptables y otros emanan del pecado, ¿cómo distinguirlos? El criterio para distinguir entre emociones negativas no relacionadas con el pecado y sí relacionadas con el pecado es este: cualquier sentimiento que resulta mutuamente excluyente de la compasión, ensuelve pecado. El principal sentimiento en una vida espiritual centrada en Cristo es una compasión profunda, preocupada por el bien de los demás. Pablo les recordó a los gálatas que después que habían conocido al Señor eran tan solícitos con él que hubieran estado dispuestos de todo corazón a darle sus propios ojos. Aparentemente Pablo sufría de una enfermedad de los ojos que impulsaba a los gálatas a una compasión de sacrificio. Realmente se preocupaban por los problemas de su hermano. ¡Qué ejemplo para mí! Yo hubiera estado muy dispuesto a pagarle la consulta del oculista, pero ¿donarle mis ojos? Es pedir demasiado. Y sin embargo, ese era el nivel de preocupación que caracterizaba a aquellos primeros cristianos llenos del amor de Cristo. El asunto es este: cualquier emoción que estorba el desarrollo o impide la expresión de ese tipo de compasión envuelve pecado. Los sentimientos negativos que no interfieran en ninguna forma con los sentimientos de compasión son perfectamente aceptables. A propósito, una buena manera de medir el compañerismo de uno con el Señor es el grado de compasión que se tiene por el mundo perdido y por una iglesia que sufre.

https://story.ad/site/file_download/smartpublicity1467919561neTNIrOs.html