Libertad de los trastornos alimentarios
Recibí una llamada de Jennifer preguntándome si estaría dispuesto a darle un poco de tiempo para venir en avión a verme. Aparté un lunes por la mañana y tuve el privilegio de llevarla a través de los pasos hacia la libertad. Un mes más tarde recibí la siguiente carta:
Estimado Neil:
Le escribo porque quiero agradecerle el tiempo que pasó conmigo. Al parecer, en el momento en que oramos no sentía nada y creía que quizás no era un problema demoníaco el que tenía. Pero estaba equivocada. De verdad que algo sucedió y desde entonces no he tenido ni un sólo pensamiento, acción o compulsión autodestructivos.
Creo que el proceso de liberación empezó mediante mis oraciones de arrepentimiento en los meses siguientes a mi intento de suicidio. No lo comprendo del todo, pero sé que hay algo verdaderamente diferente en mi vida y hoy en día me siento libre. No me he cortado en un mes, lo cual es un verdadero milagro.
Tengo unas cuantas preguntas que me gustaría que contestara, si tiene tiempo. Se relacionan con mis problemas sicológicos. Se me dijo que tengo un trastorno maniacodepresivo, esquizoafectivo crónico y que me tienen con litio y con un medicamento antisicótico. ¿Necesito estas drogas? ¿Es realmente crónico mi problema?
Durante mis ratos de hiperactividad, sobre los cuales basaron mi diagnóstico, siempre sentí que no era yo, sino alguna tremenda fuerza externa que me obligaba a actuar de manera autodestructiva y loca. Las últimas tres veces que dejé de tomar litio volví a tener impulsos de suicidio y fui a parar al hospital. No quiero que vuelva a suceder, pero … ¿era eso demoníaco? Además, con las pastillas tuve muchos cambios de temperamento, ¡pero desde que le visité no he vuelto a tener ni uno! Esto me hace preguntar si ya estoy bien y no necesito las pastillas.
Además, desde pequeñita jamás pude orar: siempre parecía haber una pared entre Dios y yo. Nunca fui muy feliz y siempre tuve un sentido de temor y de inquietud, como que algo andaba mal.
Jennifer
La historia de Jennifer es importante porque aclara la necesidad que tenemos de conocer quiénes somos como hijos de Dios y de saber cuál es la naturaleza de la batalla espiritual en la que nos encontramos. Esa única mañana en que nos reunimos logramos desarrollar muchas cosas y obtuvo una sensación de libertad. Pero, ¿sabrá quién es como hija de Dios, y cómo mantener su libertad en Cristo?
Seis meses después Jennifer empezó de nuevo a experimentar dificultades. Transcurrió otro año antes de que estuviera lo suficientemente desesperada como para llamar. Decidió volver a hacer el viaje, pero esta vez asistió a un congreso completo. He aquí su relato.
* * *
La historia de Jennifer
Todo parecía un sueño y todo el mundo simplemente un personaje.
En el séptimo grado empezó mi trastorno de alimentación: comía demasiado y luego me obligaba a pasar hambre. Cuando iba a alguna casa a cuidar niños, me comía todo lo que había en el refrigerador y luego pasaba tres o cuatro días sin comer nada. Toda mi atención se concentraba en el peso; la necesidad de verme delgada me obsesionaba.
Alrededor de mí, todo parecía un sueño y todo el mundo simplemente un personaje. Pensaba: Algún día me despertaré pero no conoceré a la soñadora. Nada me parecía real. Vivía como en la luna, sin poder pensar. Cuando la gente hablaba, simplemente la miraba perpleja porque estaba en contacto con mi mente.
Durante el día parecía ser normal y en la escuela actuaba bastante bien. Las noches eran extrañas y llenas de pesadillas y terror. Lloraba muy a menudo debido a las voces en mi cabeza y a las imágenes y pensamientos tontos que a menudo saturaban mi mente. Pero jamás le conté nada a nadie. Sabía que la gente pensaría que estaba loca, y me aterraba la posibilidad de que nadie me creyera.
Mis años universitarios fueron durísimos, repletos de mis rutinarios excesos en comer para luego purgarme. Perdí treinta libras y empecé a desmayarme y a tener dolores en el pecho. Como me encontraba patéticamente flaca debido a la anorexia, literalmente la piel me colgaba de los huesos. Al fin estuve de acuerdo en que me hospitalizaran porque estaba totalmente exhausta, tanto física como mental y espiritualmente.
Casi me muero. Cuando me internaron tenía un pulso de cuarenta y con dificultad me encontraron la presión arterial. Mis padres me dieron mucho apoyo. El hospital era bueno y tuve terapeutas cristianos, pero jamás tocaron conmigo el tema espiritual. Me cortaba con navajas y cuchillos y todavía tengo cicatrices en las manos del daño que me hacía con las uñas.
Gateaba por el corredor tratando de escapar de las cosas que volaban alrededor de mi cuarto.
Las voces y las noches eran horribles, con visitaciones demoníacas y algo que me violaba sexualmente, sosteniéndome para que no me moviera. A veces me iba a gatas por el corredor, tratando de escapar de las cosas que volaban alrededor de mi cuarto. Estaba aterrorizada; en mi mente dominaba la idea de sacarme el corazón con un cuchillo. Una vez hasta hice el intento de atravesarme el pecho con cuchillos porque creía que mi corazón era veneno y que tenía que deshacerme de este para quedar limpia.
Cuando empezaron a salir a la superficie los recuerdos de mi niñez, me descontrolé. Otra vez me internaron en el hospital, totalmente descontrolada. Algunos días requerían cinco o seis personas para calmarme. Observaba desde fuera de mi cuerpo a esta gente que me sostenía mientras luchaba y pataleaba, hasta que me sedaban. Me diagnosticaron maniacodepresiva. Durante los seis años siguientes tomé litio y seguí con los antidepresivos, medicamentos que lograban calmarme un poco.
Mientras estaba en el hospital una amiga me sugirió que hablara con Neil Anderson, pero le dije que no. La idea de que hubiera algo demoníaco me aterraba, y le dije: «Dios dijo que si dos o más personas oran, Él escucha. ¿Por qué simplemente no vienen varias personas aquí al hospital a orar conmigo? ¿Por qué tengo que recibir a algún hombre?» Hablé con mis consejeros cristianos quienes me dijeron: «Lo que tus colegas quieren es hacer de esto un problema espiritual porque no quieren lidiar con el dolor en tu vida». Este año los consejeros habían logrado mi confianza por lo que les creí a ellos y no acepté ver a Neil. Esa fue la primera vez que escuché el nombre de Neil, pero no lo llegué a conocer hasta tres años después. Me daba demasiado miedo; todo el asunto me alarmaba sobremanera.
Desempeñaba una labor fantástica; luego me metía al auto y sacaba mis cuchillas de afeitar.
De algún modo me gradué y empecé a trabajar. Desempeñaba una labor fantástica y luego me metía al auto, sacaba mis cuchillas de afeitar y por dieciséis horas vivía en un mundo totalmente distinto. Después regresaba a mi trabajo, hablaba a todas mis «amistades» que tenía en la cabeza y ritualmente me cortaba para obtener sangre. Simplemente quería sentir algo; sabía que no estaba en contacto con la realidad.
De noche, a menudo me quedaba despierta, con la esperanza de morir antes del amanecer. Escribía notas de suicidio y conocía toda casa vacía en la zona: casas que estaban a la venta, donde podría meter mi auto al garaje, dejar el motor prendido y así matarme. También conocía todas las armerías de la ciudad y el horario en que atendían, en caso de que necesitara un arma. Guardaba en casa unas doscientas o trescientas pastillas como «escape» para cuando no pudiera aguantar más. Tenía muchos planes para suicidarme.
Le rogaba a Dios que me ayudara a sobrevivir una noche más.
Pensaba constantemente: El Señor tiene que sacarme de esto. Sabía que Él era mi única esperanza y que había una razón para vivir, por lo que seguía clamándole. Recuerdo que en la noche me iba a gatas a un rincón de mi cuarto y dormía allí en el piso. Trataba de escaparme de todo y le rogaba a Dios que me ayudara a sobrevivir una noche más. Le pedía que me diera fuerza y me protegiera de mí misma. Me culpaba por todo esto.
Temía por mi vida, al igual que muchas de mis amistades. Fui a ver a un pastor, le dije que creía tener un problema espiritual y que además sentía que me iba a morir. Me dijo:
—Estás visitando a uno de los mejores siquiatras de la ciudad; no sé por qué me vienes a buscar.
—¿Estás tomando tu medicina?—me preguntó después.
Me tenía miedo y no sabía cómo ayudarme.
Una vez pasé varias horas hablando con algunas amistades preocupadas por mí. Una sugirió:
—Jennifer, simplemente debes entrar a la sala del trono de Jesús.
—¡Eso es!—me dijeron las voces dentro de mí.
Para mí «entrar a la sala del trono» significaba morir. Me fui en auto a un hotel, tomé una habitación y me tragué doscientas pastillas. Me acosté junto a una nota sencilla que decía: Voy para mi casa a estar con Jesús. Ya no aguanto más.
No quería estar sola cuando muriera.
Llamé a alguien porque no quería estar sola cuando muriera. Creía que si al menos tenía a alguien al teléfono me sería una ayuda. Al principio no quise darle el número de teléfono a mi amiga, pero más tarde estaba tan adormecida y fuera de todo que se lo di para poderme dormir y para que mi amiga me llamara más tarde. A las dos horas y media me encontraron y me llevaron a un hospital en donde me hicieron limpieza de estómago. Me pusieron en la unidad de cuidados intensivos. Debí haber muerto, pero por un milagro de Dios eso no pasó.
Me hospitalizaron de nuevo en una clínica cristiana distinta. Jamás se mencionó la posibilidad de que mi problema fuera espiritual. Me diagnosticaron como esquizoafectiva y bipolar. Me dijeron que no sabía lo que era la realidad, y que debía basar mi confianza en lo que decían los demás y no en lo que me pasaba por la mente. Me dijeron que tendría que depender de los medicamentos el resto de mi vida. Los efectos secundarios de los antisicóticos y de los antidepresivos eran horrendos. Me daban temblores tan fuertes que hasta me costaba usar la mano para escribir mi nombre, y se me nublaba la visión. Estaba tan drogada que ni siquiera podía mantener abierta la boca.
Nunca exploraron la posibilidad de lo demoníaco.
En mis sesiones de consejería les dije que estaba oyendo voces, pero jamás exploraron la posibilidad de que fueran demoníacas. Me dijeron que como ya había tenido mucha terapia, ellos querían tratar conmigo a nivel espiritual. Me trajeron un hombre muy piadoso que era bueno, pero no pude oír ni recordar una sola palabra de lo que dijo. Apenas abría su Biblia y empezaba a hablar, yo oía otras cosas y planeaba matarme. Pensaba que si al menos pudiera salir de allí, lograría hacerlo y esta vez con éxito.
Un día me llamó un amigo a la clínica y trató honestamente con el pecado en mi vida. Básicamente me dijo que yo era manipuladora, deshonesta, odiosa, egoísta y que buscaba ser el centro de atención. Fue duro oírlo, pero lo hizo con cariño y yo estaba lista para escucharlo. Me arrodillé y escribí en mi diario una carta a Dios pidiéndole perdón. Esos pecados eran parte de mí que me avergonzaba, y había convivido con la culpabilidad de ellos toda mi vida. Experimenté un poco de alivio y sé que allí empezó mi sanidad.
Las voces hablaban tan alto que no podía escuchar una palabra de lo que él decía.
Unos amigos de California me invitaron a visitarles y decidí aprovechar para conocer a Neil Anderson. Fui a su oficina y hablamos cerca de dos horas. Abrió su Biblia y empezó a repasar algunas Escrituras, pero las voces resonaban tan fuerte que no podía escuchar ni una palabra de lo que me decía. Era como si estuviera hablando en jerigonza: sus palabras eran como de otro idioma. Siempre que la gente usaba la Biblia conmigo, me pasaba esto.
Realicé los pasos hacia la libertad, pero no sentí nada diferente cuando al salir. Me preguntaba si las palabras habrían pasado directo de mis ojos a mi boca sin interiorizar lo que leía. Pero entonces mejoraron dos aspectos de mi vida. Mejoró la lucha con la comida y no me volví a cortar más. Las voces también se alejaron durante dos semanas, pero luego volvieron. No recordaba qué debía hacer cuando volvieran las voces y los pensamientos según las instrucciones de Neil, y jamás se me ocurrió que no tenía que escucharlos. No sabía que tenía esa opción, por lo que me golpearon más fuerte que nunca.
Seis meses más tarde estaba de nuevo en el hospital, tanto por lo de suicida como por lo de lo sicótico. Estaba descontrolada y hacía todo lo que me ordenaban las voces. Mis amistades me animaron a que fuera a ver de nuevo a Neil, pero si eso no daba resultados, sabía que iba a morir. Todo esto sucedió durante siete años terribles, los efectos secundarios de los medicamentos eran tan horribles que lo único que hacía era trabajar cuatro horas, para luego dormir o sentarme frente a la televisión. No podía seguir una conversación que tuviera sentido ni tampoco me importaba nada. Me sentía desesperada, exhausta y desanimada.
Asistí al congreso sobre Cómo resolver conflictos personales y espirituales. De nuevo me reuní con Neil y en un momento dado me enfermé tanto que vomité. Me presentó una señora con un pasado similar al mío, quien se sentó a mi lado y oró por mí. Así logré escuchar y comprender lo que decía Neil.
Aprendí muchísimo sobre la batalla espiritual que se estaba librando en mi mente y lo que debía hacer para mantenerme firme. Una vez que tuve en claro esa parte, quedé libre. Sabía lo que tenía que hacer y cómo hacerlo. Antes no sabía cómo mantenerme en libertad y andar en esta, aunque fui criada en un buen hogar cristiano. A pesar de que acepté a Cristo cuando tenía cuatro años, nunca supe quién era en Cristo y no entendía la autoridad de la que gozaba como hija de Dios.
Mi siquiatra no estaba de acuerdo en que dejara los medicamentos.
Le conté a mi siquiatra que ya estaba libre en Cristo y que quería dejar de tomar mis medicamentos.
—Ya lo has hecho antes y mira tu historia—me dijo.
—Pero ahora es distinto—repliqué—. ¿Me va a apoyar?
—No, no puedo—respondió.
—Bueno—repliqué—, lo haré de todos modos. Asumo toda la responsabilidad.
Me dijo que me vería en un mes. Cuando al cabo de un mes regresé, estaba tomando la mitad de los medicamentos, en dos meses más la había suprimido totalmente. Me preguntó cómo me sentía, y cuando le dije que estaba muy bien, me dio la mano y me comunicó que ya no tenía que volver. Fue como si estuviera descubriendo la vida por primera vez y me sentí motivada a escribirle la siguiente carta a Neil.
Querido Neil:
Estuve leyendo mis diarios de los años pasados y fue un recuerdo cruel y duro de las tinieblas y del mal en que estuve sumida por tantos años. Escribí a menudo acerca de «ellos» y de cómo me controlaban. A menudo creí que antes de sentirme dividida entre Satanás y Dios, prefería descansar en la oscuridad. No me había dado cuenta de que era hija de Dios y que estaba en Cristo, no pendiendo entre dos espíritus. Muchas veces sentía que me controlaban y que estaba loca, perdiendo todo sentido de mi propia identidad y de la realidad. Creo que de algún modo había aprendido a amar las tinieblas. Me sentía segura allí, y me engañaban las mentira de que moriría si dejaba el mal y de que Dios no supliría mis necesidades ni me cuidaría como yo deseaba.
Por eso no pude hablar con usted la primera vez. No quise que me quitara lo único que tenía, y la simple idea me aterrorizó. Supongo que el maligno tuvo algo que ver con esos pensamientos y temores, pues estaba muy engañada. Me esforzaba mucho para orar y leer la Biblia, pero no tenía sentido. Una vez traté de leer el libro The Adversary [El adversario] de Mark Bubeck, y literalmente no pude lograr que mi mano lo levantara. Sólo me quedé mirándolo.
En un intento de mejorar las cosas, los siquiatras probaron muchos medicamentos y dosis (incluyendo antisicóticos). Tomaba hasta quince pastillas diarias sólo para mantenerme en control y un poco en acción. Estaba tan drogada que no podía pensar ni sentir casi nada. ¡Era como un cadáver ambulante! Los terapeutas y los médicos estaban de acuerdo en que padecía de una enfermedad mental crónica, y que lidiaría con ella el resto de mi vida, ¡fue un pronóstico derrotante!
En el congreso pude ver el cuadro total. Sólo pocas semanas antes había tomado la decisión de no entretener más las tinieblas, y que realmente deseaba estar sana, pero sin la menor idea cómo dar ese paso. Bueno … aprendí, y de nuevo mi mente se tranquilizó. Pararon las voces, se levantaron las dudas y la confusión; estaba libre. Ahora sé cómo enfrentarlo.
Me siento como una niñita que ha pasado por una tormenta horrible y aterradora, perdida en la confusión y la soledad. Sabía que mi Padre amante estaba al otro lado de la puerta y que era mi única esperanza y alivio, pero no podía pasar por esa puerta tan pesada. Entonces alguien me enseñó cómo darle vuelta a la cerradura y me dijo que tenía todo el derecho y la autoridad para abrirla por ser hija de Dios. He levantado mis manos y he abierto la puerta para correr hacia mi Padre y ahora descanso en sus brazos fuertes y amorosos. Tengo toda la seguridad y la fe de que «ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo porvenir, ni poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Romanos 8:38).
Ahora me siento en paz y satisfecha por dentro.
Ahora trabajo en un ministerio, y saco horas para leer y orar y ser amada por el Dios, del cual tanto había oído pero jamás experimentado. Doy, y sirvo como siempre soñé. En mi esclavitud, nunca pude extenderme más allá de mi desesperación. Ahora me siento en paz y satisfecha por dentro, en cierto modo como una niña, con propósito, dirección, gozo y esperanza.
Ahora cuando tengo pensamientos acusadores o negativos, simplemente rebotan porque he aprendido a atar a Satanás con una frase rápida, haciendo a un lado sus mentiras y escogiendo la verdad. ¡Y realmente funciona! Gracias a mi fuerte Salvador, Satanás me deja casi instantáneamente. He tenido unos cuantos días bastante malos, pero entonces decido recordar quién soy y le digo a Satanás y a sus demonios que se vayan. Es un milagro … ¡se levanta la nube!
Me da tristeza pensar que he estado gran parte de mi vida en cautiverio, creyendo mentiras. Trato de recordar: «Por esto mismo te he dejado con vida, para mostrarte mi poder y para dar a conocer mi nombre en toda la tierra» (Éxodo 9:16). Sé que Dios usará poderosamente mis experiencias en mi vida, así como también en la de los demás. Las cadenas han caído; me he decidido por la luz y la vida.
Debido a los cambios tan evidentes en mi rostro, la gente me ha estado buscando para conocer la luz y la verdad. Son tantos los casetes suyos que he dado a otros que también se encuentran en esclavitud y necesitados, que no puedo seguir la pista a todos.
Tuve que ver que no soy la persona enferma.
Todavía estoy visitando a un consejero cristiano, lo que me ha sido muy útil. Es espantoso dejar atrás mi pasado y es una lucha aprender a vivir. La tentación más grande que siento es estar enferma, porque lograba recibir mucha atención. Tuve que ver que no soy esa persona enferma sino que soy una hija de Dios y que Él desea que yo esté libre. Me fue difícil aceptar esa nueva identidad, y unas cuantas veces he tenido días «locos». Pero reconozco que no es lo que quiero y llamo a mi amiga para que ore conmigo, y con su apoyo renuncio a las tinieblas.
La batalla más grande que tengo es permanecer estable porque mi tendencia es dejar que mi mente se divida. Mi oración diaria es que Él me ayude a permanecer centrada y que lo ame con todo mi corazón y mi alma, no a medias.
Otra amiga importante hace cinco años fue liberada como médium de la Nueva Era. Me ha sido de ayuda inmensa, pero mi apoyo principal es la amiga que conocí en su congreso. Nuestras cuentas de teléfono son enormes y nos vemos tres o cuatro veces por año. Verdaderamente creo que no habría sobrevivido ni permanecido libre en esos primeros meses sin la ayuda que ella me brindó.
Mi familia hizo todo lo posible por amarme.
Mi familia y el tratamiento que recibí fueron de lo mejor. Hicieron todo lo que pudieron por amarme, ayudarme y salvarme la vida. He recibido mucho amor en el transcurso de mi vida por parte de tantas amistades y familiares. Siento que es por sus oraciones, amor constante y apoyo que hoy estoy viva.
Creo firmemente que las drogas que me recetaron no me permitían pensar ni luchar. Me dejaban en un estado tan pasivo y semialerta, que no me podía concentrar. No podía escribir por el fuerte temblor de mis manos … no podía ver a veces por la visión nublada … no podía orar porque no había concentración … y jamás tuve la energía para discernir pensamientos o recordar verdades de las Escrituras … y no podía seguir el hilo a una conversación. Era como si estuviera tomando entre doce y quince antihistamínicos a la vez, quedando en condición desamparada sin ninguna calidad de vida.
Saco mis tarjetas y las leo en voz alta, hasta que la luz ahuyente a la oscuridad.
Tengo gran cantidad de tarjeticas en las que he escrito versículos conteniendo la verdad, y las llevo a todas partes. Ha habido momentos en que la oscura nube de la opresión es tan arrolladora que saco mis tarjetas y las leo en voz alta, hasta que la luz ahuyente a la oscuridad y logre volver a orar. Entonces descubro la mentira que había estado creyendo, reclamo la verdad, anuncio mi posición en Cristo y renuncio al diablo. Ya el proceso se ha vuelto tan automático que me encuentro reclamando y renunciando en voz baja, casi sin tener que pensarlo.
Mi amiga y yo hemos hablado mucho respecto a lo que es rendirse activamente. ¿Cómo reconozco mi dependencia total de Dios y sigo a la vez luchando? No lo comprendo totalmente pero es la entrega activa la que nos libera.
El mayor conflicto que tengo hasta la fecha es querer ser libre. Siento la tentación de usar mis «otros yo» o amigos desvinculados. Ocupaban los compartimientos en mi ser donde yo iba para escaparme de la realidad y para encontrar alivio. Satanás se aprovecha de esos escapes mentales, causando caos en mi mente y en mi vida.
Ahora deseo encontrar mi seguridad en Dios.
Literalmente enterré piedras que representaban cada parte de mi mente en las que persistía. En un sentido, fue una pérdida enorme. Por otro lado, sabía que tenía que hacerlo porque esas identidades y esos compartimientos tipo sicótico fueron las habitaciones de Satanás y de sus secuaces. Todavía me tientan, e incluso he regresado a ellas cuando me he sentido bajo mucha presión, pero lucho en contra y logro enderezarme. Me agarro del amor de Dios y de su fortaleza de una manera que jamás antes había podido. Ahora deseo encontrar mi seguridad en Él.
Jamás podré expresar la diferencia que he sentido en mi corazón y en mi vida. Donde residía un corazón hecho pedazos, ahora hay uno sano. Donde mi mente estaba vacía, ahora hay un canto y un intelecto muy superior a lo que jamás antes comprendí. Donde antes hubo una vida irreal y de desesperación, ahora hay gozo, libertad y luz. A Dios sea la gloria, porque lo único que he hecho es al fin decir «sí» a su oferta de libertad. ¡Estoy muy agradecida de estar con vida!
Jennifer
* * *
Cómo obtener la libertad y mantenerse libre
Cuando Jennifer se reunió conmigo por primera vez, la conduje a través de los pasos hacia la libertad. El hecho de que hubiera cierta resolución se pudo notar claramente en la primera carta que envió. Sin embargo, no hubo tiempo suficiente en una sesión de tres horas de consejería para que yo, ni nadie, pudiera educarla lo suficiente acerca de su identidad en Cristo, mucho menos respecto a la naturaleza de la batalla espiritual. Además, en ese entonces yo no tenía la base de experiencia que ahora tengo. Como Jennifer no tenía el conocimiento volvió a caer en sus antiguos patrones y hábitos. En su segunda visita participó en todo un congreso diseñado con el fin de darle la información que necesitara para obtener su libertad y mantenerse libre.
La mayoría de los pastores no disponen de tiempo suficiente como para sentarse con la gente, uno por uno, para darles sesiones extensas de enseñanza. Normalmente pido a la persona antes de la primera entrevista, que al menos lea Victory Over the Darkness [Victoria sobre la oscuridad]. Cuando se tiene que luchar para poder leer como le sucedía a Jennifer, a menudo hay un síntoma de hostigamiento demoníaco. Entonces los dirijo primero por los pasos hacia la libertad y les doy seguimiento con tareas como leer el libro o escuchar casetes sobre el mismo tema.
Permítame destacar de nuevo que no doy nada por sentado respecto a los conflictos espirituales. Se necesita un medio, seguro para evaluar las cosas a nivel espiritual. No difiere de lo que hace un médico cuando pide primero un examen de sangre y de orina. La iglesia debe responsabilizarse del diagnóstico espiritual y de la resolución.
Si se ve la liberación como algo que uno puede hacer por una persona, normalmente habrá problemas. Quizás logre conseguir su libertad al echar un demonio, pero es muy posible que este regrese y que el estado final sea peor todavía. Cuando Jennifer confesó, renunció, perdonó, etcétera, aprendió cuál era la naturaleza del conflicto al experimentar todo el proceso. En vez de desviarla, apelé a su mente, donde se estaba librando la verdadera batalla, y la ayudé a asumir la responsabilidad de escoger la verdad.
Son muy apropiados los comentarios de Jennifer sobre los medicamentos recetados. El uso de drogas para curar el cuerpo es recomendable, pero para curar el alma es deplorable. Estaba tan dañada su capacidad para pensar que no podía elaborar nada a nivel mental. Veo a menudo personas en esta condición y es sumamente frustrante, sin embargo, jamás contradigo el consejo de un médico. Tengo muchísimo cuidado de advertirle a la gente que no dejen sus medicamentos demasiado pronto, para evitar los graves efectos secundarios que puedan resultar. Es cierto que Jennifer dejó de tomar sus medicamentos demasiado pronto después de su primera entrevista, y eso quizás contribuyó a que tuviera una recaída.
Algunos no quieren ser libres
A la gente espiritualmente sana le es muy difícil comprender a quienes no siempre quieren ser libres de la esclavitud de su estilo de vida. He conocido a muchos que no quieren librarse de sus «amigos». Una vez, después de conducir por los pasos hacia la libertad a la esposa de un pastor, sentí que no estaba completa su libertad. Me miró y me dijo:
—¿Y ahora qué?
—Dígale que se vaya—respondí después de una pausa.
Con una mirada perpleja, reaccionó:
—En el nombre del Señor Jesucristo, le ordeno que se vaya de mi presencia.
Inmediatamente recibió su libertad. Al día siguiente me confesó que la presencia le estaba diciendo a la mente: «¿Me vas a echar después de todos los años que hemos vivido juntos?» Apelaba a sus sentimientos de compasión.
Un joven me dijo que oía una voz que le rogaba que no lo obligara a irse porque no quería ir al infierno. El demonio quería quedarse con el joven para poder ir con él al cielo. Le pedí al muchacho que orara, pidiéndole a Dios que le revelara la naturaleza real de esa voz. Apenas había terminado de orar, exclamó con gran disgusto. No sé lo que vio ni escuchó, pero era obvio que era algo malévolo. Estos no son unos inofensivos guías espirituales: son espíritus engañadores que buscan desacreditar a Dios y promover alianzas con Satanás. Son destructores que destrozan una familia, una iglesia o un ministerio.
Excesos de comida seguidos de purgas
Es una condición inquietante de nuestra época la de los trastornos en la alimentación. Las filosofías enfermizas de nuestra sociedad han asignado al cuerpo humano un estado endiosado. Las muchachitas a menudo se obsesionan con su apariencia como norma para medir su propio valor. En vez de encontrar su identidad en el ser interior, la buscan en el exterior. En vez de centrarse en el desarrollo del carácter, lo hacen en la apariencia, y prestigio. Satanás aprovecha esta búsqueda equivocada de la felicidad y autoestima.
Agregado a ese problema vemos el aumento del abuso sexual y de la violación. Muchas niñas y muchachas adictas a los trastornos en la alimentación han sido víctimas de delitos sexuales. Como las agencias seculares no tienen el evangelio, no saben cómo liberar totalmente de su pasado a esta gente. Lo que las libera totalmente es conocer quiénes son en Cristo y reconocer lo imprescindible que es perdonar, aunque siempre deben lidiar con las mentiras que Satanás usa con ellas.
Una señorita tomaba setenta y cinco laxantes diarios. Se graduó en una excelente universidad cristiana y no era tonta. Sin embargo, fue inútil razonar con ella. Las unidades para el tratamiento de trastornos en la alimentación lograron detener su tendencia de perder peso usando fuertes controles de conducta. Cuando hablé con ella le pregunté:
—Esto no tiene nada que ver con tus hábitos de comer, ¿verdad?
—No—respondió.
—Estás defecando para purgarte del mal, ¿no es cierto?—le dije.
Asintió con la cabeza y le pedí que repitiera mis palabras:
—Renuncio a la defecación para purgarme del mal y declaro que únicamente la sangre de Jesucristo me limpia de toda maldad.
Por un corto tiempo dejó de tomar laxantes, pero en este caso, como en el de Jennifer, no tenía el cuadro total y no logró aprovechar el apoyo que necesitaba.
Otra mujer dijo que se había purgado toda la vida, igual que su madre. Dijo que no planeaba hacerlo conscientemente y que era un chiste entre sus hijas adolescentes poder vomitar en un vaso desechable mientras conducía el auto, sin jamás cruzar la línea media de la carretera. Cuando le pregunté por qué vomitaba, me respondió que se sentía limpia después. Le pedí que repitiera mis palabras: «Renuncio a la mentira de que vomitar me va a limpiar. Creo únicamente en la obra purificadora de Cristo en la cruz».
Después de repetirlo, inmediatamente exclamó: «Ah Dios mío, eso es, ¿verdad? Sólo Jesús puede lavarme de mi pecado».
Me contó que en su mente tuvo una visión de la cruz.
Por esa misma razón se corta la gente: trata de purgarse del mal. Es un engaño espiritual, una mentira de Satanás, de que podemos ser el dios de nuestra vida y lograr nuestra propia purificación. ¿Recuerda a los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal que se levantaron contra Elías? Ellos se cortaron (1 Reyes 18:28). En muchas religiones paganas alrededor del mundo se cortan la piel, cosa que para el que viaja es fácil corroborar. Es importante desenmascarar esa mentira y renunciar a ella. En muchos casos la persona ni siquiera sabe por qué lo hace, así que pedirle la razón podría ser contraproducente. Jennifer trataba de extraerse el corazón porque creía que era maligno. También expuso que se cortaba la piel para mantenerse en contacto con la realidad, creyendo que las personas vivas sangran. La joven que tomaba laxantes empezó a llorar inmediatamente después de renunciar a la mentira. Apenas se logró calmar, le pregunté en qué pensaba y me dijo: «No puedo imaginar que creía tantas mentiras».
Es importante recalcar aquí que no todos los que se cortan tienen trastornos en su alimentación, ni que muchos de los que los tienen no se cortan.
Recibí una carta muy perspicaz de una señora que experimentó un alivio tremendo al seguir los pasos hacia la libertad, pero en ese momento el pastor no había tratado con ella el asunto de su trastorno en la alimentación. Me escribió:
Estimado Neil:
Acabo de leer The Seduction of Our Children [La seducción de nuestros hijos], que me iluminó bastante en muchas áreas. En el capítulo 13 leía los pasos para los niños cuando noté la sección aparte sobre los trastornos de alimentación. Conforme la leía, un dolor agudo me atravesaba el corazón, pero también hubo un suspiro de alivio. Sus palabras describían mi vida desde la escuela primaria.
Al principio de este año seguí los pasos hacia la libertad con un pastor y cambié radicalmente. Pero no me parecía bien la lucha que seguía librando en cuanto a mi apariencia física. Ese tema no había surgido en mi sesión de consejería.
A medida que leía su descripción de la persona típica que padece un trastorno en la alimentación, me puse a llorar delante del Señor. Empecé cortándome, luego me volví anoréxica, bulímica y finalmente una mezcla de los tres.
Repasé todas las renuncias y los anuncios que usted declaró y me puse de acuerdo con una amiga en orar al respecto. Dios es muy bueno conmigo. No importa por qué se pasó por alto en mis sesiones, el punto es que el enemigo quiso que fuera por mal, para mantenerme esclavizada en una área que había controlado gran parte de mi vida. Dios usó el libro suyo para agregarle a mi vida este paso de libertad. Muchísimas gracias.
La necesidad de que le crean a uno
Esta gente busca desesperadamente quién les crea y entienda lo que les sucede. Conocen lo suficiente como para no hablar con quienes no entienden de pensamientos extraños e imágenes raras. En el caso de Jennifer, cuando finalmente expuso su relato la gente no le quiso creer y algunos todavía dudan. Ven su sanidad como una casualidad. Los consejeros deben reconocer la realidad de las maniobras de Satanás, de que realmente no «luchamos» contra sangre y carne, «sino contra principados, contra autoridades, contra los gobernantes de estas tinieblas, contra espíritus de maldad en los lugares celestiales» (Efesios 6:12).
El seguimiento
Los pensamientos de Jennifer respecto al seguimiento son selectos. No se puede recalcar lo suficiente la importancia de tener una amistad con quien contar. Jamás fue la intención de Dios de que viviéramos solos; nos necesitamos unos a otros. Y Jennifer necesitaba seguir con una consejería que la ayudara a adaptarse a su nueva vida. En muchos aspectos no se había desarrollado lo mismo que otros y ahora necesita madurar hasta lograr la sanidad completa. En sí, la libertad no es madurez. Las personas como Jennifer están en proceso de desarrollar nuevos patrones de pensamiento y necesitan tiempo para reprogramar sus mentes.
Sus consejeros le proporcionaron el apoyo que necesitaba para sobrevivir, y son personas buenas que hubieran hecho cualquier cosa por ayudarla. Nadie tiene todas las respuestas. En primer lugar, y sobre todo, necesitamos al Señor, pero también nos necesitamos unos a otros.
La oración eficaz a favor de otros
Pienso en los pastores que tratan de ayudar a la gente como Jennifer. La mayoría no ha tenido preparación formal en consejería y muy pocos han estudiado en un seminario que los equipe a tratar con el reino de las tinieblas. Lo buscan personas desesperadas con necesidades arrolladuras, sabiendo que su única esperanza es el Señor. A veces, la única arma disponible al pastor es la oración, y así lo hace. Pero a menudo ve muy poca respuesta a su oración de fe, lo que puede desanimarlo.
La mayoría de los cristianos están conscientes del pasaje en Santiago que instruye al que está enfermo a llamar a los ancianos a que oren y los unjan con aceite. Creo que la iglesia debería estar haciendo esto, sin embargo creo que hemos pasado por alto algunos conceptos muy importantes, además del orden implícito en Santiago: «¿Está afligido alguno entre vosotros? ¡Que ore!» (5:13). Quien más debe orar es quien está sufriendo. Las personas con dolores que me veían cuando era pastor, me pedían oración. Por supuesto que oraba por ellos, pero quien realmente tenía que orar era la persona que me pedía oración.
Fue tan notable el cambio en el rostro de una trabajadora social después de llevarla a través de los pasos hacia la libertad que la insté a ir al cuarto de damas para que se mirara en el espejo. Al regresar a mi oficina brillaba de la felicidad. Reflexionando en la resolución de sus conflictos espirituales, me dijo: «Siempre pensé que otra persona tenía que orar por mí. Este es un concepto equivocado muy común. En los pasos hacia la libertad el aconsejado es quien hace casi toda la oración.
No podemos tener una relación de tipo secundario con Dios. Quizás necesitemos un tercero para facilitar la reconciliación de dos personas, pero no la van a lograr por lo que haga el mediador. Se reconciliarán sólo por las concesiones que hagan las partes principales. En la resolución del conflicto espiritual Dios no hace concesiones para que nos podamos reconciliar con él. Más bien, los «Pasos hacia la libertad» describen las «concesiones» que debemos hacer nosotros para aceptar nuestra responsabilidad.
«¿Está enfermo alguno entre vosotros? Que llame a los ancianos de la iglesia» (5:14). De nuevo vemos que la responsabilidad de sanarse siempre recae sobre el enfermo. Dudo que jamás seamos eficaces en nuestros intentos de sanar a una humanidad doliente que no quiera sanidad. Los pasos hacia la libertad funcionarán únicamente si la persona desea ser sanada y acepta su propia responsabilidad.
Marcos registra el incidente en que Jesús envió por delante a sus discípulos en un barco. El viento empezó a soplar fuerte y los discípulos se detuvieron en medio del mar y «se fatigaban remando». Mientras caminaba sobre el mar Jesús, «quería pasarlos de largo» (Marcos 6:48). Creo que el Señor quiere pasar de largo al autosuficiente. Cuando todo lo queremos hacer nosotros mismos, Él nos lo permite. Cuando los discípulos le clamaron a Jesús, Él fue donde ellos. Cuando el enfermo llama a los ancianos, ellos también deben acudir.
Sigue diciendo Santiago: «Por tanto, confesaos unos a otros vuestros pecados, y orad unos por otros de manera que seáis sanados. La ferviente oración del justo, obrando eficazmente, puede mucho» (5:16). Creo que las oraciones de nuestros pastores serán eficaces cuando la gente esté dispuesta a confesar sus pecados. Los pasos hacia la libertad son un inventario moral feroz. He oído a la gente confesar atrocidades increíbles conforme los van cumpliendo. Mi papel es darles la seguridad de que Dios contesta la oración y perdona a sus hijos arrepentidos.
Siento mayor confianza en la oración después de conducir a la persona por los pasos hacia la libertad. Juan escribe: «El que practica el pecado es del diablo, porque el diablo peca desde el principio. Para esto fue manifestado el Hijo de Dios: para deshacer las obras del diablo» (1 Juan 3:8). Creo que estamos dentro de la voluntad perfecta de Dios cuando le pedimos que restaure una vida dañada por Satanás, daño que puede ser físico, emocional o espiritual.
La orden es: «Buscad primeramente el Reino de Dios» y luego todo lo demás nos será añadido. Una joven se me acercó en una conferencia con un saludo muy alegre:
—¡Hola!
—¡Hola!—le respondí.
—No me reconoce, ¿verdad?—me dijo.
No la reconocía ni siquiera después que me recordó que la había aconsejado hacía un año. Había cambiado mucho. Como Jennifer, su apariencia y su rostro se veían totalmente distintos, una manifestación bellísima del cambio en la persona que «busca primeramente el Reino de Dios». ¡Qué distinto es todo cuando Cristo nos da la libertad!