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jueves, 7 de mayo de 2015

Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? …Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
Información 



Con Cristo no existe el fracaso

2 Corintios 1:12–2:17


En su libro Profiles in Courage [Perfiles de Valentía], John F. Kennedy escribió: “Grandes crisis producen grandes hombres y grandes obras de valentía”.
En tanto que es cierto que una crisis incide sobre la manera de ser de una persona, también es cierto que una crisis ayuda a revelar cómo es esa persona. Pilato enfrentó una gran crisis, pero su forma de manejarla no le dio ni valentía ni grandeza. La forma en que manejamos las dificultades de la vida dependerá grandemente de la clase de carácter que tenemos.
En esta carta tan personal Pablo abrió su corazón a los corintios (y a nosotros) y reveló las pruebas que había experimentado. Para empezar, había sido severamente criticado por algunas personas en Corinto debido a que había cambiado sus planes y al parecer no había cumplido su promesa. Cuando hay malos entendidos entre creyentes, las heridas pueden ser profundas. Además había el problema de la oposición a su autoridad apostólica en la iglesia. Uno de los miembros, posiblemente un líder, tuvo que ser puesto bajo disciplina, y esto le causó a Pablo gran tristeza. Finalmente, estaban las difíciles circunstancias que Pablo había atravesado en Asia (2 Corintios 1:8–11), una prueba tan severa que había llegado a temer por su vida.
¿Qué impidió que Pablo fracasara? Otras personas, al enfrentar las mismas crisis, habrían fracasado. Sin embargo, Pablo no sólo triunfó sobre las circunstancias, sino que de ellas produjo una gran carta que incluso hoy está ayudando al pueblo de Dios a alcanzar victoria. ¿Cuáles son los recursos espirituales que ayudaron a Pablo a persistir?


  Una conciencia limpia (2 Corintios 1:12–24)

La palabra conciencia procede de dos palabras latinas: com que quiere decir con, y scire que significa conocer. La conciencia es aquella facultad interna que conoce con nuestro espíritu y aprueba lo que está bien, pero nos acusa cuando hacemos mal. La conciencia no es la ley de Dios, pero da testimonio de esa ley. Es la ventana que permite entrar la luz; y si la ventana se ensucia debido a la desobediencia, entonces la luz que entra es cada vez más difusa (Mateo 6:22–23; Romanos 2:14–16).
Pablo usó la palabra conciencia veintitrés veces en sus cartas y ministerio de predicación que se relata en Hechos. “Y por esto procuro tener siempre una conciencia sin ofensa ante Dios y ante los hombres” (Hechos 24:16). Cuando una persona tiene una buena conciencia, tiene integridad, no duplicidad; se puede confiar en esa persona.
¿Por qué acusaban los corintios a Pablo de engaño y descuido? Debido a que no llegó a Corinto. Se había visto obligado a cambiar sus planes. Originalmente había prometido pasar el invierno en Corinto “si el Señor lo permite” (1 Corintios 16:2–8). Pablo quería recoger las ofrendas que los corintios habían recolectado para los creyentes judíos pobres. También quería darle a la iglesia el privilegio de enviarle a él y a sus compañeros camino a Jerusalén.
Pero para tristeza y vergüenza, Pablo había tenido que cambiar sus planes. Personalmente lo comprendo porque en mi propio ministerio algunas veces he tenido que cambiar mis planes e incluso cancelar reuniones, ¡y sin el beneficio de la autoridad apostólica! Pablo ahora planeaba hacer dos visitas a Corinto, una en su camino a Macedonia, y otra en su camino de regreso. Entonces añadiría la ofrenda recogida en Corinto a la de las iglesias de Macedonia, y continuaría su viaje a Jerusalén.
Sin embargo, incluso el segundo plan alternativo de Pablo tuvo que ser abandonado. ¿Por qué? Debido a que su propio corazón lleno de cariño no podía soportar otra “visita dolorosa” (2 Corintios 1:23; 2:1–3). Pablo le había informado a la iglesia del cambio en sus planes, pero ni siquiera esto silenció a la oposición. Lo acusaban de seguir sabiduría humana (2 Corintios 1:12), de tomar con ligereza la voluntad de Dios (2 Corintios 1:17), y de hacer planes sólo para complacerse a sí mismo. Estaban diciendo: “Si Pablo dice o escribe algo, ¡en realidad quiere decir otra cosa! Su sí es no, y su no es sí”.
Los malos entendidos entre el pueblo de Dios a menudo son muy difíciles de desenmarañar, debido a que un mal entendido conduce a otro. Una vez que empezamos a poner en tela de juicio la integridad de otros o a desconfiar de sus palabras, la puerta queda abierta a toda clase de problemas. Pero, sin que importe lo que sus acusadores pudieran decir, Pablo se mantuvo firme debido a que tenía limpia su conciencia. Lo que había escrito, dicho y vivido, concordaba. Y, después de todo, había añadido a su plan original la frase “si el Señor lo permite” (1 Corintios 16:7; ve también Santiago 4:13–17).
Cuando tienes limpia la conciencia, vives a la luz del retorno de Jesucristo (2 Corintios 1:14). “El día del Señor Jesús” se refiere al tiempo cuando Cristo aparecerá y llevará a su Iglesia al cielo. Pablo estaba seguro de que, ante el tribunal de Cristo, se regocijaría por los creyentes corintios y ellos por él. Cualquier mal entendido que pudiera haber hoy, cuando estemos frente a Jesucristo todo será perdonado, olvidado y transformado en gloria, para alabanza de Jesucristo.
Cuando tienes limpia tu conciencia tomarás en serio la voluntad de Dios (2 Corintios 1:15–18). Pablo no hizo sus planes al descuido o a la ventura; buscó la dirección del Señor. Algunas veces no estaba seguro de lo que Dios quería que hiciera (Hechos 16:6–10), pero sabía cómo esperar en el Señor. Sus motivos eran sinceros; estaba procurando agradar al Señor y no a los hombres. Cuando nos detenemos a considerar cuán difíciles eran la transportación y la comunicación en esos días, podemos maravillarnos de que Pablo no tuvo más problemas con su atiborrado calendario.
Jesús nos instruyó a ser serios en lo que decimos. Simplemente tenemos que decir “sí lo haré” o “no lo haré”. Tu palabra es suficiente, no hay que jurar. (Mateo 5:37). Sólo una persona con carácter malo usa palabras adicionales para dar fuerza a su sí o su no. Los corintios sabían que Pablo era un hombre de carácter veraz, porque era un hombre de conciencia limpia. Durante sus dieciocho meses de ministerio entre ellos, Pablo había demostrado ser fiel; no había cambiado.
Cuando tienes una conciencia limpia glorificas a Jesucristo (2 Corintios 1:19–20). No puedes glorificar a Cristo y practicar el engaño al mismo tiempo. Si lo haces, violas tu conciencia y erosionas tu carácter; pero a la larga la verdad saldrá a la luz. Los corintios habían sido salvos debido a que Pablo y sus amigos les predicaron a Jesucristo. ¿Cómo podía Dios revelar la verdad a través de instrumentos falsos? El testimonio y el andar del ministro deben marchar juntos, porque la obra que hacemos fluye de la vida que vivimos.
No hay sí y no respecto a Jesucristo. Es el eterno sí de Dios para los que confían en él. “Todas las promesas que ha hecho Dios son ‘sí’ en Cristo. Así que por medio de Cristo respondemos ‘amén’ para la gloria de Dios” (2 Corintios 1:20, NVI). Jesucristo revela las promesas, cumple las promesas, ¡y nos permite apropiarnos de ellas! Una de las bendiciones de una conciencia buena es que no tenemos temor de estar ante Dios o ante los hombres, o apropiarnos de las promesas que Dios nos da en su Palabra. Pablo no era culpable de manipular la Palabra de Dios para respaldar sus propias prácticas de pecado (ve 2 Corintios 4:2).
Finalmente, cuando tienes limpia tu conciencia, éstas en buenas relaciones con el Espíritu de Dios (2 Corintios 1:21–24). La palabra confirma es un término mercantil, y se refiere a la garantía de cumplimiento de un contrato. Es la seguridad que el vendedor le da al comprador de que el producto es como fue anunciado, o que el servicio se dará según lo prometido.
El Espíritu Santo es la garantía de Dios de que él es confiable y que realizará lo que ha prometido. Pablo se cuidaba de no entristecer al Espíritu Santo; y, puesto que el Espíritu Santo no le convencía de pecado, sabía que sus motivos eran puros y su conciencia estaba limpia.
Todos los creyentes han sido ungidos por el Espíritu Santo (2 Corintios 1:21). En el Antiguo Testamento las únicas personas que eran ungidas eran los profetas, los sacerdotes y los reyes. Su ungimiento los equipaba para el servicio. Cuando nos rendimos al Espíritu, él nos capacita para servir a Dios y vivir santamente. El nos da el discernimiento espiritual que necesitamos para servir a Dios aceptablemente (1 Juan 2:20, 27).
El Espíritu también nos ha sellado (2 Corintios 1:22; Efesios 1:13) de modo que pertenecemos a Cristo y él nos considera suyos. El testimonio interior del Espíritu nos garantiza que somos hijos auténticos de Dios (Romanos 5:5; 8:9). El Espíritu también nos asegura de que él nos protegerá, porque somos su propiedad.
Finalmente el Espíritu Santo nos capacita para que sirvamos a otros (2 Corintios 1:23–24), no como dictadores espirituales que les dicen a otros qué hacer, sino como siervos que tratan de ayudar a otros a crecer. Los falsos maestros que invadieron la iglesia de Corinto se portaban como dictadores (ve 2 Corintios 11), y esto había hecho que los corazones de la gente se alejaran de Pablo, quien se había sacrificado tanto por ellos.
El Espíritu es “las arras” de Dios (cuota de entrada, garantía, depósito) de que un día estaremos con él en el cielo y poseeremos cuerpos glorificados (ve Efesios 1:14). Él nos capacita para que disfrutemos de las bendiciones del cielo en nuestros corazones ¡hoy! Debido a que el Espíritu moraba en él, Pablo podía tener una conciencia limpia y hacer frente con amor y paciencia a los malos entendidos. Si vives para agradar a las personas, los malos entendidos te deprimirán; pero si vives para agradar a Dios, los enfrentarás con fe y valentía.


  Un corazón compasivo (2 Corintios 2:1–11)

Uno de los miembros de la iglesia en Corinto le había causado gran dolor a Pablo. No estamos seguros si este es el mismo hombre a quien Pablo se refería en 1 Corintios 5, aquel que estaba viviendo en fornicación abierta, o si era otra persona, alguien que públicamente había puesto en tela de juicio la autoridad apostólica de Pablo. Pablo había hecho una visita breve a Corinto para tratar este problema (2 Corintios 12:14; 13:1) y también les había escrito una carta dolorosa sobre la situación. En todo esto reveló un corazón compasivo. Fíjate en las evidentes muestras del amor de Pablo.
El amor pone a otros primero (vs. 1–4). Pablo no pensaba en sus propios sentimientos, sino en los de los demás. En el ministerio cristiano los que nos dan mayor gozo también pueden producirnos gran aflicción; y esto era lo que Pablo estaba experimentando. Les escribió una carta severa, brotada de la angustia de su propio corazón y bañada en amor cristiano. Su gran deseo era que la iglesia obedeciera la Palabra, disciplinara al ofensor y trajera pureza y paz a la congregación.
“Fieles son las heridas del que ama; pero importunos los besos del que aborrece” (Proverbios 27:6). Pablo sabía que sus palabras lastimarían a los que quería, y esto le partió el corazón. Pero también sabía (como todo padre amante conoce) que hay una gran diferencia entre lastimar a alguien y hacerle daño a alguien. Algunas veces quienes nos quieren nos lastiman para impedir que nos hagamos daño nosotros mismos.
Pablo podía haber ejercido su autoridad apostólica y ordenado a la gente que lo respetara y obedeciera; pero prefirió ministrar con paciencia y amor. Dios sabía que el cambio en los planes de Pablo tenían como motivo librar a la iglesia de más dolor (2 Corintios 1:23–24). El amor siempre considera los sentimientos de otros y procura poner el bienestar de ellos por sobre todo lo demás.
El amor procura ayudar a otros a crecer (vs. 5–6). Es digno de notarse que Pablo no mencionó el nombre del sujeto que se le había opuesto y había dividido a la familia de la iglesia. Sin embargo, Pablo le dijo a la iglesia que disciplinara al hombre por su propio bien. Si la persona a quien se refiere es el mismo fornicario mencionado en 1 Corintios 5, entonces estos versículos indican que la iglesia en efecto se había reunido y disciplinado al hombre, y que éste se había arrepentido de sus pecados y fue restaurado.
La verdadera disciplina es una evidencia del amor (ve Hebreos 12). Algunos padres jóvenes con pensamiento moderno respecto a cómo criar a los hijos, rehúsan disciplinarles cuando sean desobedientes aduciendo que quieren demasiado a sus hijos. Pero si en realidad aman a sus hijos, los disciplinarán.
La disciplina en la iglesia no es un tema popular, ni tampoco una práctica extendida. Demasiadas iglesias hacen caso omiso de los problemas en lugar de obedecer las Escrituras y enfrentar la situación con valentía “siguiendo la verdad en amor” (Efesios 4:15). El principio de “paz a cualquier costo” no es bíblico, por cuanto no puede haber verdadera paz espiritual sin pureza (Santiago 3:13–18). Los problemas ocultados tienden a multiplicarse y causar problemas peores más tarde.
El hombre al que Pablo confrontó, y a quien la iglesia disciplinó, fue ayudado por esta clase de amor. Cuando yo era niño no siempre aprecié la disciplina que mis padres me aplicaban, aun cuando debo confesar que merecía mucho más de lo que recibí. Pero ahora que miro en retrospectiva agradezco a Dios porque ellos me quisieron lo suficiente como para lastimarme y así impedir que me hiciera daño yo mismo. Ahora comprendo que ellos hablaban con verdad al decir: “Esto nos duele más a nosotros que a ti”.
El amor perdona y anima (vs. 7–11). Pablo instó a la familia de la iglesia a que perdonara al hombre, y dio sólidas razones para respaldar su admonición. Para empezar, debían perdonarle por causa del hombre mismo, “para que no sea consumido de demasiada tristeza” (2 Corintios 2:7–8). El perdón es la medicina que ayuda a sanar los corazones quebrantados. Era importante que la iglesia le asegurara su amor a este pecador arrepentido.
En mi propio ministerio pastoral he participado en reuniones en donde miembros bajo disciplina han sido perdonados y restaurados a la comunión; y han sido horas preciosas y santas en mi vida. Cuando la familia de una iglesia asegura a un hermano o hermana perdonados que su pecado ha quedado en el olvido y la comunión ha sido restaurada, se experimenta un maravilloso sentido de la presencia de Dios. Todo padre que disciplina a un hijo debe darle a continuación de la disciplina la seguridad de su cariño y perdón, o la disciplina hará más daño que bien.
Los corintios debían confirmar su amor hacia el hermano perdonado por causa del Señor (2 Corintios 2:9–10). Después de todo, la disciplina es tanto un asunto de obediencia al Señor como una obligación hacia el hermano. El problema no era simplemente entre un hermano que pecó y un apóstol afligido; era también entre el hermano que pecó y un Salvador afligido. El hombre había pecado contra Pablo y contra la iglesia, pero sobre todo había pecado contra el Señor. Cuando los líderes tímidos de la iglesia tratan de encubrir las situaciones en lugar de hacerles frente honestamente, están entristeciendo al Señor.
Pablo dio una tercera razón: debían perdonar al ofensor por causa de la iglesia (2 Corintios 2:11). Cuando no hay un espíritu perdonador en una congregación debido a que no se ha tratado con el pecado de una manera bíblica, se le da a Satanás una fortaleza de operación en la congregación. Cuando albergamos un espíritu no perdonador entristecemos al Espíritu Santo y le damos “lugar al diablo” (Efesios 4:27–32).
Una de las artimañas de Satanás es acusar a los creyentes que han pecado para que piensen que su caso está perdido. Ha habido personas que me han escrito o me han llamado por teléfono pidiendo ayuda porque han estado bajo la opresión y acusación satánica. El Espíritu Santo nos convence de pecado para que lo confesemos y acudamos a Cristo para que nos limpie; pero Satanás nos acusa de pecado para que nos desesperemos y nos demos por vencidos.
Cuando se disciplina según la Biblia a un hermano o hermana que han ofendido, y se arrepienten, entonces la familia de la iglesia debe perdonar y restaurar al miembro, y el asunto debe ser olvidado y jamás vuelto a traer a la luz. Si la familia de la iglesia, o cualquier persona en ella, mantiene un espíritu no perdonador, entonces Satanás usará esa actitud para sus nuevos asaltos contra la iglesia. Pablo pudo vencer los problemas que enfrentaba debido a que tenía una conciencia limpia y un corazón compasivo. Pero había un tercer recurso espiritual que le dio la victoria.


  Una fe conquistadora (2 Corintios 2:12–17)

En Asia parecía como que los planes de Pablo se habían desbaratado por completo. ¿Dónde estaba Tito? ¿Qué ocurría en Corinto? Pablo había abierto las puertas al ministerio en Troas, pero no tenía paz en su corazón para entrar por esas puertas. Humanamente hablando, parecía como que era el final de la batalla, con Satanás como el triunfador. Excepto por una cosa: ¡Pablo tenía una fe conquistadora! “Más a Dios gracias” (2 Corintios 2:14). Este canto de alabanza nacía de la seguridad que Pablo tenía debido a que confiaba en el Señor.
Pablo estaba seguro de que Dios le estaba guiando (v. 14a). Las circunstancias no eran de lo mejor, y Pablo no podía explicar los desvíos y desilusiones, pero estaba seguro de que Dios tenía las cosas bajo control. El creyente siempre puede estar seguro de que Dios hace que todo ayude a bien, en tanto y en cuanto le amemos y procuremos obedecer su voluntad (Romanos 8:28). Esta promesa no es una excusa para descuido, sino que es un estímulo para tener confianza.
Un amigo mío debía encontrarse con un líder cristiano detrás de la Cortina de Hierro, y arreglar la publicación de cierto libro, pero todos los arreglos se deshicieron. Mi amigo se encontraba solo en un lugar peligroso, preguntándose qué hacer, cuando dio la “casualidad” de encontrarse con un desconocido, que le llevó directamente a los mismos líderes con quienes deseaba hablar. Fue la providencia de Dios obrando, el cumplimiento de Romanos 8:28.
Pablo también estaba seguro de que Dios estaba guiándole en triunfo (v. 14b). El cuadro aquí es el del triunfo romano, el tributo especial que Roma daba a los generales conquistadores.
Si un comandante al mando ganaba una victoria sobre el enemigo en territorio extranjero, y si mataba por lo menos 5.000 soldados enemigos y ganaba nuevo territorio para el emperador, entonces tenía derecho a un triunfo romano. El desfile incluía al comandante montado en un carro dorado, rodeado de sus oficiales. También incluía una exhibición del botín ganado en la batalla, tanto como soldados enemigos capturados. Los sacerdotes romanos también participaban, llevando incienso ardiendo en tributo al ejército victorioso.
La procesión seguía una ruta especial en la ciudad, y concluía en el Circo Máximo, en donde los cautivos, reducidos a la impotencia, entretendrían a la gente, luchando contra bestias salvajes. Era un día muy especial en Roma cuando a los ciudadanos se les agasajaba con un triunfo romano a todo dar.
¿Cómo se aplica este retazo de historia al creyente atribulado hoy? Jesucristo, nuestro Comandante en Jefe al mando, vino a un país extranjero (esta tierra) y derrotó completamente al enemigo (Satanás). En lugar de matar a 5.000 personas, dio vida a más de 5.000: a más de 3.000 en Pentecostés y a otros 2.000 poco después de esa ocasión (Hechos 2:41; 4:4). Jesucristo se apropió del botín de la batalla: las almas perdidas que habían estado en esclavitud al pecado y a Satanás (Lucas 11:14–22; Efesios 4:8; Colosenses 2:15). ¡Qué gloriosa victoria!
Los hijos del general victorioso venían detrás del carruaje de su padre, participando en su victoria; y eso es lo que los creyentes son hoy: seguidores del triunfo de Cristo. No luchamos por la victoria; luchamos a partir de la victoria. Ni en Asia ni en Corinto la situación parecía de victoria para Pablo, pero él creyó a Dios, y Dios convirtió la derrota en victoria.
Dios le estaba usando así como le guiaba (vs. 14c–17). Mientras los sacerdotes romanos quemaban incienso en el desfile, el aroma afectaba a diferentes personas de diferente manera. Para los soldados triunfadores, significaba vida y victoria; pero para el enemigo conquistado, significaba derrota y muerte. Estaban en camino para ser muertos por las bestias.
Usando esta imagen del incienso, Pablo describe el ministerio cristiano. Vio a los creyentes como incienso, despidiendo la fragancia de Jesucristo a través de la vida personal. Para Dios los creyentes somos la misma fragancia de Jesucristo; para otros creyentes somos aroma de vida; pero para los incrédulos somos fragancia de muerte. En otras palabras, la vida y el ministerio cristianos son asuntos de vida o muerte. La manera en que vivimos y trabajamos puede significar vida o muerte para el mundo perdido que nos rodea.
No es para asombrarse cuando leemos lo que Pablo dijo: “Y para estas cosas, ¿quién es suficiente?” (2 Corintios 2:16). En el siguiente capítulo da su respuesta: “Nuestra competencia proviene de Dios” (2 Corintios 3:5). Les recordó a los corintios que su corazón era puro y sus motivos sinceros. Después de todo, no había necesidad de ser astuto o vender la Palabra de Dios, cuando estaba marchando en el séquito triunfante del Salvador victorioso. Ellos podían malentender al apóstol, pero Dios conocía su corazón.
¡No hay necesidad de fracasar! Las circunstancias pueden desalentarnos, y la gente puede oponerse a nosotros e incluso malentendernos; pero tenemos en Cristo los recursos espirituales para ganar la batalla: una conciencia limpia, un corazón compasivo y una fe conquistadora.
“Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? …Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (Romanos 8:31, 37).
 
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