Apariciones personales de Jesús: Orillas del Mar de Tiberías
APARICIÓN PERSONAL JUNTO AL MAR DE TIBERIAS
Juan 21:1–23
La mayor parte de las autoridades concuerdan en que el último capítulo de Juan es un apéndice o epílogo. Algunos sostienen que no fue escrito por el mismo hombre que escribió los 20 primeros capítulos. Otros ven aquí evidencia clara tanto en lenguaje como en contenido, de que proceden del mismo autor.
Entre los contemporáneos, Hoskyns representa a una minoría que afirma que el capítulo es parte integral del Evangelio, y que ambos fueron escritos por el mismo autor. El comenta: “Por medio de dos breves escenas sus lectores reciben la plena confianza en la universalidad y poder de la iglesia. La pesca de 153 peces y el cuidado paciente apostólico de las ovejas y los corderos le dan un clímax al Evangelio, no a la fe de Tomás.” Westcott, que lo considera un epílogo, pero del mismo autor, dice: “La manifestación del Señor, dada en detalle en el libro, tiene como propósito ilustrar la acción del Señor en la sociedad.”41
1. Los discípulos van a pescar (21:1–14)
Antes de su crucifixión, Jesús les había dicho a sus discípulos que después que resucitara de los muertos El iría delante de ellos a Galilea (Mt. 26:32; Mr. 14:28).
Las escenas sinópticas después de la Resurrección se refieren al encuentro del Señor en ese lugar (Mt. 28:7, 10, 16; Mr. 16:7). Pero Juan es el único que detalla la escena en el mar de Tiberias, donde Jesús se manifestó (ephanerosen, lit., “se hizo manifiesto, reveló”) otra vez a sus discípulos (1).
Este lenguaje indica que “El no estaba continuamente visible entre la resurrección y la partida final”. El se revelaba a los suyos solamente cuando era necesario para sus seguidores.
La escena es introducida por la expresión y se manifestó de esta manera (1), que literalmente quiere decir que “se les reveló a sí mismo de esta manera”. Después de esto sería después de su resurrección, es decir, de las apariciones registradas después de la resurrección que encontramos en el 20.
Siete de los discípulos estaban juntos. El primero mencionado es Simón Pedro (cf. 1:40–41), indicando de esta manera su lugar de liderazgo entre los discípulos. Hay otros cuatro nombrados, Tomás, Natanael, los dos hijos de Zebedeo (Jacobo y Juan) (2). Hay dos discípulos más cuyos nombres no son mencionados.
A pesar del hecho de que estos hombres habían visto y hablado con su Señor resucitado en dos ocasiones distintas, excepto Tomás (una sola), todavía eran como ovejas sin pastor. Era natural que pensaran en su antigua ocupación. Pedro, Jacobo y Juan eran pescadores de oficio.
De modo que Pedro les dijo: Voy a pescar (3, lit., “Estoy yendo a pescar”). Su proposición fue aceptada rápidamente por los otros seis, que le dijeron: Vamos nosotros también. Westcott sugiere: “Los discípulos parecían haber regresado a sus labores comunes, esperando con calma una señal que les indicara lo que les depararía el futuro.” Fueron y entraron en una barca (3).
La mejor pesca era durante las horas de la noche. Pero aun con el tiempo favorable aquella noche no pescaron nada (cf. Juan 9:4; Juan 11:10). Si la noche y las tinieblas fueran ocasión de fracaso, un tiempo cuando el verdadero trabajo de la vida no podía hacerse, el antídoto se les presentaría con la llegada de la luz.
Cuando ya iba amaneciendo en inmediato contexto con la llegada de “la Luz Verdadera” (Juan 1:9)—se presentó Jesús en la playa (4). Jesús no fue inmediatamente reconocido. Mas los discípulos no sabían que era Jesús (cf. Juan 20:14; Lc. 24:16, 31). Algunos han dicho que la falta de reconocimiento por parte de los discípulos se debió a la distancia de la playa (como unos 95 metros, 8), la luz opaca del amanecer o una niebla en el lago. Pero nada de esto es necesario tener en cuenta ya que Jesús se reveló a Sí mismo como El quería y de acuerdo a la necesidad de sus seguidores.
Bernard dice: “El Señor resucitado no era reconocible, si ‘El no se manifestaba’.” Westcott sugiere que ellos estarían “preocupados con su trabajo… de modo que la visión de lo divino estaba oscurecida”.
Jesús inicia la conversación con una pregunta. Una versión literal rezaría: “Muchachos, no han pescado nada, ¿verdad?” Y ellos le respondieron: No (5). Y enseguida Jesús les dio instrucciones a sus discípulos que poco esperaban lo que iba a suceder: Echad la red a la derecha de la barca (bote) y hallaréis (6). Siguiendo la sugestión, (realmente era un mandato) del desconocido Extraño desde la costa, ellos entonces la echaron, y ya no la podían sacar por la gran cantidad de peces.
Algunos han sostenido que la gran cantidad de peces no era milagrosa. Bernard dice: “El mar de Galilea todavía tiene enjambres de peces.” Más adelante, dice: “Esta gran pesca no debe ser descrita como un semeion (señal, milagro) ni de sugerirse como algo milagroso.” Sin embargo, Trench lo discute bajo el título “La Segunda Pesca Milagrosa de Peces” (cf. Lc. 5:5–11). Teniendo en cuenta el hecho de que el autor de este evangelio, el Discípulo amado, recordara este momento de reconocimiento cuando él dijo: ¡Es el Señor! (7), debe haber visto en la pesca algo más que una gran cantidad de peces.
En este episodio Juan y Pedro se ven en su verdadero carácter. Juan era profundamente perceptivo, “un genio espiritual”, (cf. Juan 20:8) quien vio a Jesús en el milagro. Fue Pedro, “un líder impetuoso, vehemente y amante”, quien se encarreró hacia la costa (cf. Juan 18:10; Juan 20:6). “Se puso las ropas”, porque estaba desnudo para el trabajo y se echó al mar (7).
En un mensaje sobre Juan 21:1–7, Alexander Maclaren usa como texto y tema el descubrimiento y exclamación de Juan: ¡Es el Señor! (7);
(1) Sólo ven correctamente los que ven a Cristo en todas las cosas, 3–4;
(2) Solamente los que aman ven a Cristo, 7;
(3) Aman aquellos que saben que Cristo les ama, 5–6.
Siguiendo a Pedro, los otros discípulos vinieron con la barca (bote, barco pequeño) arrastrando la red de peces (8). El barco más grande (ploion) no podía acercarse a la playa debido a las aguas poco profundas, por eso emplearon el bote con que llevaron la pesca a la playa.
En ese lugar, vieron brasas puestas, y un pez encima de ellas, y pan (9). Jesús los invitó: Traed de los peces que acabáis de pescar (10). Pedro tomó la delantera, se dirigió al bote y sacó la red a tierra, llena de grandes peces, ciento cincuenta y tres (11).
Las interpretaciones de estos números (153) han sido distintas y numerosas. Algunos ejemplos son:
Tres elementos simples 100 + 50 + 3 representando “la plenitud de los gentiles”, “el remanente de Israel” y la “Santa Trinidad”, respectivamente (Cirilo de Alejandría); diez es la Ley, siete la gracia, por lo tanto diecisiete es la plenitud de la revelación divina y los números desde el 1 al 17 agregan un total de 153, “que significan todos aquellos que han sido incluidos en la operación salvadora de la gracia divina (Agustín)”.
Otra interpretación sugerida frecuentemente es que los griegos creían que había 153 clases de peces. En consecuencia, “los discípulos hicieron una perfecta pesca”,57 simbolizando así la universalidad del evangelio.
Los comentadores más modernos lo toman simplemente como el total de lo pescado. Hoskyns comenta: “No hay significado simbólico en el número mismo: Es importante como cantidad y debe haber sido reconocido como tal por los griegos eruditos, en cuyo caso, puede ser usado, por transferencia, para simbolizar una perfecta y única pesca.”
Aun, con una pesca tan extraordinaria, la red no se rompió. Es evidente que todo el episodio es una manifestación de la iglesia en acción pescando a los hombres—hombres de todas clases. La red que no se rompió, un punto notado por Juan el expescador, dice algo de esa figura. “Las fuentes de la iglesia con Cristo en su medio, jamás pueden ser sobrepasadas.”
Por una parte, la escena es absolutamente casual; por ejemplo en la pregunta de Jesús del 5, y aquí (12) cuando El les dijo: “Venid, tomad el desayuno” (lit.). Por otra parte, no había la comunicación fácil que caracterizó las preguntas de los capítulos 13 y 14. Ninguno de los discípulos se atrevió (tuvo coraje) a preguntarle: ¿Tú, quién eres? sabiendo que era el Señor (12).
Como de costumbre, Jesús presidió la comida. Tomó el pan y les dio, y asimismo del pescado (13). Aunque algunos han creído ver en esta la comida de la eucaristía no hay buena evidencia de que tal cosa fuera el propósito del autor (cf. Juan 6:11). Como si se propusiera llamar la atención sobre el propósito del evento, Juan notó que era ya la tercera vez que Jesús se manifestaba (revelaba) a sus discípulos, después de haber resucitado de los muertos (14).
2. Jesús y Pedro (Juan 21:15–19)
Tan pronto como terminaron de comer Jesús llegó a su propósito mayor de esa mañana. Se dirigió a Pedro: Simón, hijo de Jonás (Juan) ¿me amas (agapas) más que éstos Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo (philo) (15). Las dos preguntas necesitan consideración. ¿Qué comparación estaba en la mente de Jesús cuando dijo más que éstos? El lenguaje y la sintaxis admitirían tres comparaciones posibles
(1) ¿Me amas más de lo que amas a estos discípulos?
(2) ¿Me amas más de lo que amas a los botes, las redes y la pesca?
(3) ¿Me amas más de lo que estos discípulos me aman? (cf. Mr. 14:29; Lc. 22:33; Jn. 13:37).
Bien puede ser que lo que parezca una ambigüedad tiene realmente el propósito de ser una implicación de plena consagración.
El Maestro se proponía aclarar una exclusión general de todas las cosas que podían interferir con el amor de Pedro para su Señor. Es abundantemente cierto que el amor del cristiano a su Señor tiene que ser exclusivo, y es la única respuesta en la cual jamás se ha conocido un exceso. En el último análisis el “interrogatorio tiene referencia a una cosa solamente y ésta es el amor de Pedro por Jesús… Si él ama, es suficiente. Esa es la única condición esencial para el oficio apostólico y el ministerio”. La segunda pregunta aquí es discutida más tarde (17). Es: ¿Qué diferencia significativa existe, si la hay, en el uso de las distintas palabras (agapao y phileo) para denotar amor?
Es instructivo notar que Pedro, aun en la primera respuesta estaba dispuesto a someter la totalidad de su intención al escrutinio de su Señor—tú sabes. “Con el recuerdo de su fracaso Pedro no podía apelar a su propio récord, pero sí podía apelar a la comprensión de su Maestro.” Sin ninguna indicación directa de aceptación o rechazo de la respuesta de Pedro, Jesús le dijo: Apacienta (boske mis corderos (arnia) (15).
Una segunda vez Jesús hizo la misma pregunta ,
solamente omitiendo la comparación más que éstos, y usando un sinónimo en la asignación: Pastorea (poimaine, pastor) mis ovejas (probatia) (16). Jesús hizo la pregunta la tercera vez. La mayor parte de los comentadores concuerdan en que estas tres preguntas casi idénticas fueron hechas porque Pedro le negó en manera casi idéntica la misma cantidad de veces (Juan 18:17, 25–26). Las barreras levantadas por las negaciones personales del Señor no son rápidamente demolidas. Mientras se calentaba al fuego hecho por los enemigos de Jesús, Pedro negó tres veces al Señor. Ahora, alrededor de un fuego encendido por su Señor que lo ama, Pedro debe afirmar tres veces su amor.
La tercera pregunta y respuesta toman una forma ligeramente distinta.
Simón, hijo de Jonás ¿me amas? (phileis). Ante esta tercera pregunta, Pedro se entristeció (“profundamente herido”, Phillips) y dijo: Señor, tú lo sabes (oidas) todo; tú sabes (ginoskeis) que te amo (philo) (17). No sólo era un asunto de intuición divina sino absoluto conocimiento (oidas) acerca de Pedro; el conocimiento de Jesús estaba basado en su relación experimental (ginoskeis) y personal con él. Nuevamente el Señor dijo: Apacienta (boske) mis ovejas (probatia).
La mayor parte de los exégetas modernos sostienen que los dos verbos griegos que significan “amar” (agapeo y fileo) son empleados como sinónimos por Juan, no sólo en este pasaje sino en todo su Evangelio.
Sin embargo, Westcott sostiene que el cambio en el uso de las palabras tiene significado. El comenta: “Así que Pedro se sintió herido no solamente por la renovación de la pregunta pero porque esta tercera vez la frase fue cambiada… como para dar lugar a la duda de que tal vez él no pudiera proclamar correctamente ese amor modificado que él había profesado.”
En esta segunda parte del episodio sobre la costa del mar de Galilea, dos cosas surgen claramente. La primera es que el amor, el puro amor es la única base adecuada para el servicio apacienta mis corderos (cf. Juan 13:8–9, 34). Segundo, es que aquellos que son comisionados (Juan 20:21) tienen el mandato de Dios para ser pastores del rebaño que principalmente consiste en alimentar, y el cuidado vigilante de las ovejas.
Jesús tenía algo más que decirle a Pedro: Cuando eras más joven, te ceñías, e ibas a donde querías; mas cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará adonde no quieras (18).
Ha llegado para Pedro el fin de la irresponsabilidad moral. Hoskyns dice: “La libertad irresponsable y vocinglera de la juventud toca a su fin. Ya no podía actuar como lo había hecho y obrar como cuando se ceñía y abandonaba a medias la pesca y nadaba solo a la costa.” Las palabras extenderás tus manos fueron “una predicción inequívoca del martirio por la cruz”. Por cierto que Juan así lo entendió. Esto dijo Jesús, dando a entender con qué muerte había de glorificar a Dios 19).
Según Westcott “la crucifixión de Pedro en Roma está atestiguada por Tertuliano y otros escritores posteriores. Orígenes más adelante declaró que había sido crucificado cabeza abajo a su propia solicitud.” Antes de la crucifixión del Señor, Pedro había sostenido resueltamente su disposición a morir por su Señor. Pero Jesús había declarado la falta de capacidad de Pedro para seguirle y había pronosticado su negación (Juan 13:36–38). Ahora se había hecho la prueba de amor—una triple prueba (cf. Juan 13:34–35). Aparentemente la capacidad para seguir a Jesús “hasta el fin” está determinada no sólo por la propia disposición sino por la calidad del amor de la persona—el perfecto amor, porque ahora Jesús le dijo a Pedro: Sígueme (Juan 21:19). El hecho de que este mandato está en griego en tiempo presente indica que la acción debe ser continua, habitual, por costumbre. Ya no habría más negaciones.
3. Jesús y Juan (Juan 21:20–23)
Ordenado y comisionado para seguir a Jesús, Pedro volviéndose vio que les seguía el discípulo a quien amaba Jesús (20). Les seguía puede ser tomado de dos maneras. Juan andaba con Jesús y con Pedro por la costa. Pero esto no parece posible, porque no hay indicación de que fueran a alguna parte. Más plausible es que, teniendo en cuenta lo que había sucedido antes (Juan 21:18–19) Pedro sabía que Juan era el que tenía más percepción espiritual (cf. Juan 21:8; 21:7) y quien en el sentido más elevado y sincero estaba siguiendo a Jesús.
En vista del hecho de que seguir a Jesús, le costaría a Pedro ser crucificado (18), la curiosidad natural de Pedro se apoderó de él. Preguntó: Señor, ¿y qué de éste? (21). Jesús respondió: “Si es mi deseo [thelo] que él quede [menein] hasta que yo venga, ese no es asunto tuyo, Pedro. Tú debes seguirme” (22, Phillips). Llegar al martirio como un seguidor de Jesús era el destino de Pedro. Pero no es el martirio lo que constituye la gloria de un hombre. Esta es hacer la voluntad de Dios. Si quiero que él quede (23). De modo que no es asunto cómo muere un seguidor. La cosa es cómo vive, cómo cumple con la voluntad de Dios.
JUAN FINALIZA SU EVANGELIO: FIN, Juan 21:24–25
La conclusión del Evangelio de Juan es un testimonio de su autoridad. Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas, y escribió estas cosas (24). Es una certificación de la veracidad de su registro—Y sabemos que su testimonio es verdadero (24). La primera declaración, según la erudición conservadora, se refiere a Juan. El sabemos de la segunda declaración se refiere al testimonio de la comunidad cristiana.
Quimby dice: “Pero de la verdad de su libro ellos están tan seguros como del amanecer… Veinte centurias de experiencia cristiana, el único lugar donde la verdad del evangelio puede ser probada, lo ha confirmado.”
La declaración conclusiva es lo que Hoskyns llama “la expresión más apropiada de insuficiencia literaria”. ¡Qué gran verdad es que la Palabra Viva jamás podrá ser expresada en su plenitud en el lenguaje escrito! En este sentido ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir (25).