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biblias y miles de comentarios
CAPÍTULO SIETE
La remisión del pecado de las naciones
Francis Frangipane plantea una cuestión decisiva al observar: «Muchos santos se preguntan si los cristianos tienen autoridad para orar en contra de los principados y las potestades». Estoy seguro de que algunos de ustedes que leen este libro se están haciendo la misma pregunta. Se trata ciertamente de una pregunta legítima y de punto de partida necesario.
Estoy de acuerdo con la respuesta de Frangipane. «La posición de la Escritura—dice—no es sólo que contamos con la autoridad para librar una guerra contra esas potestades de las tinieblas, sino también ¡que tenemos la responsabilidad de hacerlo!» Y concluye: «Si no oramos contra nuestros enemigos espirituales, nos acabaremos convirtiendo en su presa».1
LA PROCLAMACION DE LIBERTAD DE LINCOLN
Muchos cuestionan lo apropiado de hablar de ofensiva espiritual contra principados y potestades puesto que la Biblia enseña que esos poderes ya han sido derrotados. Se nos dice que Jesús en la cruz despojó «a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente» (Colosenses 2:5). Si ya han sido derrotados, ¿quiénes somos nosotros para pensar que podemos añadir algo a la obra de Cristo en la cruz?
Naturalmente que no se puede añadir nada a la sangre de Jesús vertida en el Calvario. Su sacrificio se hizo una vez por todas. Satanás ha sido derrotado, Jesús ha vencido al mundo y el resultado de la guerra no está más en duda. Sin embargo, mientras tanto, tenemos que llevar a cabo operaciones de «limpieza». El reino de Dios está aquí y nosotros somos parte del mismo, pero no llegará en su plenitud hasta la segunda venida de Cristo. Entonces, y sólo entonces, Satanás será echado al abismo insondable y por último al lago de fuego. Hasta ese momento, él sigue siendo el príncipe de la potestad del aire, aunque se trate de un príncipe derrotado que tenga que retroceder constantemente mientras el evangelio se extiende por toda la tierra.
Para entender esto, pensemos en la Proclamación de Libertad para los Esclavos pronunciada por Abraham Lincoln y que entró en vigor el 1 de enero de 1863—hace 130 años—. Desde 1863, los negros norteamericanos gozan de libertad plena, ciudadanía e igualdad social con los demás estadounidenses. Nadie pone en tela de juicio la legalidad del decreto de Lincoln y toda la autoridad del Gobierno federal de los Estados Unidos lo respalda.
Sin embargo, los norteamericanos en su totalidad reconocen, y se sienten avergonzados de ello, que los afroestadounidenses son un grupo social que no disfruta en realidad de la plena igualdad con el resto de los ciudadanos del país. Ha requerido tiempo el llevar a la práctica lo que la firma del presidente Lincoln convirtió en ley de una vez por todas.
Durante muchos años, la vida no cambió en absoluto para las multitudes de negros que trabajaban en las plantaciones del Sur. Fue preciso casi un siglo para que algunos estados, de manera global, se deshicieran de las leyes de Jim Crow que prohibían a los negros votar y entrar en ciertos restaurantes, y que les obligaban a viajar en la parte de atrás de los autobuses.
Fue necesario que se incendiaran los ghettos urbanos en 1960 para que Estados Unidos empezase a comprender que la Proclamación de Libertad tenía que ser llevada a la práctica de un modo todavía más completo. Los dirigentes del movimiento de derechos civiles y los planificadores sociales son lo bastante realistas como para saber que sólo mediante un esfuerzo tenaz y concienzudo por parte de todos los norteamericanos se llegará a nivelar nuestra situación social en Estados Unidos con la intención legal plena de la Declaración de Libertad. Nadie sabe cuánto tiempo tardará en hacerse esto.
Entretanto, yo quiero ser de los norteamericanos que se esfuerzan ahora por conseguir la igualdad y la justicia social completa tanto para los afroestadounidenses como para cualquier otro grupo minoritario. La guerra de liberación se ganó en 1863, pero yo quiero también tomar parte en las batallas «de limpieza» por los derechos civiles en la década de los 90.
La muerte de Jesús en la cruz fue la proclamación de libertad para toda la raza humana, sin embargo, dos mil años más tarde hay aún multitudes sin salvar y enormes segmentos de la población mundial que viven en zonas de catástrofe social. De igual manera que quiero ver a las víctimas de la injusticia social en los Estados Unidos recibir su legítima libertad, deseo también ver a las víctimas de la opresión satánica en todo el mundo ser liberadas de sus garras malignas.
No obstante, para hacer tanto lo uno como lo otro, no basta con mirar hacia atrás a la legítima transacción legal que se realizó hace 130 o 2.000 años. El mal es demasiado grande y demasiado agresivo. Tom White, de Frontline Ministries [Ministerios de primera línea] dice: «Con demasiada frecuencia la iglesia actúa al contragolpe en esta invasión. Pero el papel de los redimidos es golpear primero, con valor, ideando estrategias que penetren y debiliten la influencia del mal y llevándolas a efecto».2
LA LUJURIA DE SATANÁS POR LAS NACIONES
Una de las cosas que Dios utilizó para mover a Cindy Jacobs a que estableciera su ministerio de Generales de la Intercesión, fue la necesidad desesperada que tenemos los cristianos de una estrategia propia. Jacobs expresa: «Vi claramente que el enemigo tenía una estrategia para cada nación y ministerio».3
Las Escrituras son muy claras en cuanto a la codicia que tiene Satanás por el poder sobre las naciones. En Apocalipsis 20 leemos que un día el diablo será atado durante mil años, y el texto menciona cierto efecto que tendrá ese aprisionamiento de Satanás cuando dice: «Para que no engañase más a las naciones, hasta que fuesen cumplidos mil años» (Apocalipsis 20:3).
Una vez que hayan transcurrido los mil años, Satanás será liberado, y lo único que se menciona es que saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra» (Apocalipsis 20:8, cursivas del autor).
Sabemos por el Antiguo Testamento que las naciones pueden ser culpables de pecados colectivos. Eso no era solamente cierto en el caso de ciertas naciones gentiles, sino también en el de Israel.
Ya he mencionado anteriormente a la ramera que controla a pueblos, muchedumbres, naciones y lenguas (véase Apocalipsis 17:15). Cuando la malvada ciudad de Babilonia es derribada, uno de los grandes gritos de regocijo que se oyen es que sus hechicerías no engañarán más a todas las naciones (véase Apocalipsis 18:23).
Satanás codicia ese poder sobre las naciones, o podría decirse que siente lujuria por dichas naciones. La razón para emplear este término es que más de una vez se nos dice que el espíritu malo al que se llama la «ramera» comete fornicación con los líderes políticos que tienen autoridad sobre las naciones (véase Apocalipsis 17:2; 18:3). Aunque esa fornicación sea en sentido figurado, la connotación no es ni más ni menos que de lujuria.
Esas naciones que Satanás desea controlar son los mismos reinos que él ofreció a Jesús cuando le tentó en el desierto y aquellas a las que el Señor hizo referencia en la Gran Comisión: «Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones» (Mateo 28:19). Jesús nos ordena que vayamos en su autoridad a recuperar las naciones que el diablo tiene bajo su dominio. No es extraño que nos encontremos en la guerra espiritual cuando nos entregamos con seriedad a la evangelización del mundo. Estamos amenazando a Satanás en un punto muy sensible y emocional para él: ¡Le estamos separando de sus amantes!
LAS FORTALEZAS DEL ENEMIGO
¿Cómo Satanás o los espíritus territoriales que él asigna a las naciones logran el control? Gwen Shaw, que durante mucho tiempo ha sido reconocida como una destacada intercesora en el nivel estratégico, dice: «Los espíritus gobernantes no tienen autoridad para entrar en un área sin permiso. Algunas condiciones les autorizan a establecer la base de su reino desde donde gobiernan sobre la gente de esa área».4 A estas condiciones es a lo que se denomina con frecuencia «fortalezas». George Otis hijo describe las fortalezas como ni más ni menos que centros de control y mando de Satanás».5
Cindy Jacobs argumenta que los «accesos legales que han permitido a Satanás establecer sus fortalezas en primer lugar» pueden considerarse como «las puertas de la ciudad», e indica que en tiempos bíblicos esas puertas eran «símbolo de autoridad», lugares donde los ancianos se sentaban para tratar del bienestar de la ciudad.6
Aquellos que están activos en un ministerio de guerra espiritual al ras del suelo saben que a menudo los demonios entran en los individuos a través del trauma, el abuso sexual, el aborto, las maldiciones, la adicción a las drogas, el ocultismo u otros puntos de apoyo. En muchos de esos casos, para que haya una liberación eficaz se precisa de la sanidad interior. Charles Kraft dice que mucha gente da pie a Satanás «aferrándose a sentimientos de amargura, resentimiento, deseos de venganza, miedo y otros semejantes». Y añade: «Creo que no hay dificultad que pueda tener una persona con un espíritu malo que no esté relacionada con algún problema interno».7 He oído a Kraft decir varias veces que los demonios son como ratas que se alimentan de basura. ¡Retire la basura y las ratas serán relativamente fáciles de echar!
Con frecuencia un fenómeno bastante parecido predomina en la guerra espiritual a nivel estratégico. Las naciones pueden globalmente albergar «basura» que necesita ser limpiada antes de poderse debilitar a los principados y las potestades.
Es bastante probable, por ejemplo, que la forma vergonzosa en que los primeros colonos americanos trataron a muchos indios haya proporcionado un número importante de fortalezas históricas a las fuerzas demoniacas que actúan en nuestros días y que intentan destruir la sociedad americana. Esta puede ser una de las razones por las que la actividad demoniaca es especialmente poderosa en algunos cementerios indios y sus alrededores.
Gwen Shaw enumera catorce de esas fortalezas nacionales o locales que han surgido con cierta regularidad en sus años de ministerio de intercesión a nivel estratégico. Entre ellas están: la idolatría, los templos paganos, el derramamiento de sangre inocente—en asesinatos, abortos o guerras—, la brujería, el control de la mente, la retirada de la oración de las escuelas, la perversión sexual, el abuso de las drogas, las luchas y el odio, los objetos de ocultismo, los juguetes cuestionables, la perversión de los medios de comunicación, las emociones incontroladas en las relaciones.8 La lista se podría ampliar casi hasta el infinito, pero basta con esto como muestra de aquellas fortalezas nacionales con las que puede que tengamos que habérnoslas antes de poder vencer a ciertos espíritus territoriales.
REMITIENDO LOS PECADOS
Suponga que esas fortalezas demoniacas existen de veras en una nación o una ciudad y que afectan a la sociedad en general y a la resistencia al evangelio en particular. ¿Qué podemos hacer?
Al igual que en el caso de individuos endemoniados, si el pecado está presente, se requiere arrepentimiento; si hay maldiciones en vigor es necesario romperlas; y si existen heridas emocionales se precisa de la sanidad interior.
Sabemos por el Antiguo Testamento que las naciones pueden ser culpables de pecados colectivos. Eso no era solamente cierto en el caso de ciertas naciones gentiles, sino también en el de Israel. Tanto Nehemías como Daniel son para nosotros ejemplos de personas que sintieron la carga de los pecados de su nación.
Al oír que el muro de Jerusalén estaba derribado y que sus puertas habían sido quemadas, Nehemías lloró, ayunó y oró. Confesó los pecados de los hijos de Israel en general, buscando la remisión de éstos para toda la nación. Y dijo: «Yo y la casa de mi padre hemos pecado» (Nehemías 1:6). He aquí el ejemplo de una persona confesando bajo la unción de Dios, y de una manera significativa, los pecados de una nación entera. Este es uno de los componentes de la guerra espiritual en el nivel estratégico. Sus oraciones obviamente tuvieron algún efecto, y Dios abrió determinadas puertas que sólo su poder podían abrir para que se reedificaran los muros y la ciudad.
Daniel, por su parte, llegó a comprender, mediante la lectura de las Escrituras, que los setenta años de cautividad de Israel estaban terminando. De modo que se puso delante del Señor «en oración y ruego, en ayuno, cilicio y ceniza» (Daniel 9:3), y confesó detalladamente los pecados de su pueblo diciendo: «Todo Israel traspasó tu ley apartándose para no obedecer tu voz» (Daniel 9:11). Más tarde expresó también que había confesado su pecado y el pecado de su pueblo (Daniel 9:20).
Es importante señalar que tanto Nehemías como Daniel, mientras estaban delante del Señor en nombre de toda su nación, confesaron, no sólo los pecados colectivos de su pueblo, sino también sus propias transgresiones individuales. Aquellos que remiten los pecados de las naciones no deben dejar de identificarse personalmente con las faltas que fueron o están siendo cometidas, aunque no sean tan culpables de ellas como de algunos otros pecados.
ARGENTINA Y AUSTRALIA
En su libro La reconquista de tu ciudad, [The Conquering Of Your City] John Dawson da ciertos ejemplos específicos de remisión de los pecados de naciones. Uno de ellos tuvo lugar en Córdoba, Argentina, en 1978, cuando Dawson y algunos otros obreros de Juventud con una Misión se sentían frustrados por la indiferencia de la gente al mensaje que proclamaban. Mediante la oración y el ayuno, lograron discernir que uno de los principados que gobernaban la ciudad era el orgullo; de modo que confesaron su propia arrogancia y se humillaron arrodillándose para orar en las aceras de algunas de las áreas más concurridas del centro de Córdoba. ¡Después de aquello comenzó la cosecha de almas! Dawson expresa: «La gente estaba tan receptiva que esperaba pacientemente en fila para que personalmente les autografiásemos los tratados evangelísticos».9
Dawson también nos cuenta de una reunión de oración a la que asistió en Sidney, Australia, en 1979, en la que había 15.000 personas congregadas. Habla de la sicología social australiana, caracterizada a menudo por un sentimiento de rechazo e injusticia, y de la liberación espiritual que experimentó aquella gente cuando uno de los líderes condujo a la multitud a perdonar a la Gran Bretaña por la injusticia infligida a sus antepasados al establecer Australia como territorio penal».10 Este es un caso de remisión de los pecados de una nación, y Dawson puede contar de la gran bendición que experimentaron las iglesias de Australia después de aquel suceso.
Pero una vez más John Dawson concuerda con Nehemías y Daniel en que, para remitir las faltas de las naciones, «debemos identificarnos con los pecados de la ciudad». Y expresa: «Usted pudiera ser una persona justa que no está involucrada de manera directa con los vicios presentes en su ciudad». Dawson cree, sin embargo, que debemos ir más allá: «Todos—dice—podemos identificarnos con la raíz de cualquier pecado».11
EL DESAFÍO DE JAPÓN
Nunca comprendí del todo lo que hicieron Nehemías y Daniel hasta que fui al Japón en el verano de 1990. He visitado ese país con mucha regularidad en los últimos años, porque creo que Dios me está dando una carga especial por él, junto con la Argentina, como nación en la que El quiere usarme y enseñarme en estos días.
Varias de mis visitas a Japón han sido en compañía de Paul Yonggy Cho, ya que me he unido a él en su visión de conseguir que haya diez millones de cristianos japoneses para el año 2000. Francamente me siento un poco sorprendido de registrar ese objetivo en este libro. Siempre enseño a mis alumnos en las clases de crecimiento de la iglesia que el establecer metas es importante, pero que constituye un tremendo error el que esas metas no sean realistas. En el terreno natural no hay nada realista en esperar que para el año 2000 existan diez millones de cristianos japoneses, cuando la base con que contamos en 1991 es todo lo más de un millón, y sólo un tercio de ellos son, probablemente, creyentes comprometidos de verdad. Paul Yonggy Cho tiene más cristianos comprometidos en su iglesia de Seúl, Corea, de los que hay en toda la nación japonesa.
Aunque en lo natural haya poca o ninguna esperanza de que este objetivo se cumpla, en lo espiritual tengo una fe sincera de que el mismo llegará a convertirse en realidad. No conozco los detalles de cómo lo hará Dios, pero estoy todo lo seguro que pueda estarse de que en esencia habrá algún tipo de combate espiritual: una guerra espiritual en el nivel estratégico que aumentará de manera extraordinaria la receptividad del pueblo japonés al evangelio. Los sociólogos se sorprendieron e incluso quedaron desconcertados por la rápida caída del Telón de Acero. Creo que algo igual de asombroso y repentino puede sucederle a la atmósfera espiritual del Japón. Si eso pasa, los diez millones pueden entrar en el Reino en un período relativamente corto de tiempo. Gran número de japoneses—tres de cada cuatro—dijeron que si tuvieran que escoger una religión elegirían el cristianismo.
El control demoniaco de una nación
Mientras proyectaba ir a Tokio en el verano de 1990 sentí una profunda inquietud acerca de los planes que se estaban haciendo para que el emperador Akihito se sometiera a la ceremonia del Daijosai el 22 y el 23 de noviembre de ese mismo año.
Este antiguo ritual sintoísta, en pocas palabras, invita abiertamente al control demoniaco sobre toda una nación. En el mismo, el nuevo emperador come arroz ceremonial escogido para él mediante brujería y mantiene una cita personal con el espíritu territorial más alto de los que gobiernan el país: Amaterasu Omikami—la Diosa del Sol—.
En un trono de paja especial, llamado por algunos «lecho de dios», el emperador lleva a cabo una relación sexual, literal o simbólica, con la Diosa del Sol, por la que se convierten en una sola carne; a raíz de lo cual él es considerado tradicionalmente como un dios y pasa a ser objeto de adoración. El emperador, como encarnación humana de todo el pueblo japonés, realiza este ritual ocultista en nombre de toda la nación.
Cuando fui al Japón en agosto, pocos meses antes del Daijosai, hice un llamamiento junto con muchos otros a la oración ferviente y al ayuno para que el emperador utilizara su prerrogativa de no pasar por la ceremonia ocultista. Yo no sabía, naturalmente, que mis peores temores se confirmarían y que el ritual se llevaría a cabo, como previsto, en el mes de noviembre.
Dos días antes de partir para Japón hablé a un grupo en el magnífico Congreso sobre el Espíritu Santo y la Evangelización Mundial, que se celebraba en la «Hossier Dome» de Indianápolis, y les desafié a orar durante los años siguientes para que el número de cristianos japoneses alcanzara los diez millones, y en contra de la perversa actividad espiritual relacionada con la proyectada ceremonia del Daijosai. Cuando terminé, el que dirigía la reunión invitó a Cindy Jacobs a pasar al frente a orar por mí y por el Japón.
Una oración profética
Cindy hizo entonces una oración profética que voy a transcribir íntegramente:
Señor, te doy las gracias porque envías a Peter Wagner al Japón. Padre, fue el pueblo norteamericano quien provocó allí una gran devastación cuando arrojaron las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki. Señor, te doy las gracias porque vuelves a mandar a un norteamericano para reparar la atrocidad que se hizo con aquellas ciudades. Padre, Peter será utilizado como una bomba nuclear en el Espíritu para deshacer las tinieblas que Satanás ha forjado contra el país de Japón y los japoneses.
Señor, te pido que cures al pueblo japonés del trauma causado por las consecuencias desastrosas de Hiroshima y Nagasaki. Padre, Tú quieres usar poderosamente al pueblo japonés para enviar misioneros por todo el mundo en el mover de tu Espíritu en los últimos tiempos. Señor, restaura los años que comieron la oruga y la langosta en la tierra del sol naciente. «Yo, el sol de justicia me levantaré con sanidad en mis alas para la tierra que amo».
Ahora, Señor, que tu unción esté poderosamente sobre Peter mientras expone tus palabras para unificar y traer restauración a tu cuerpo. En el nombre de Jesús. Amén.
En aquel momento no consideré la oración como nada fuera de lo corriente. Dejé en Indianápolis a mi esposa Doris, que era miembro del equipo intercesor que oraba por el congreso durante las veinticuatro horas del día, y volví a mi ciudad para dar mi clase de Escuela Dominical el domingo y partir esa misma tarde para Japón.
El domingo, por la mañana temprano, mientras me preparaba para la clase, sucedió algo extraño: al orar acerca de mi inminente viaje al Japón me puse a llorar por primera vez en mi vida, que yo recuerde, por una nación. Empecé echando mano a un pañuelo de papel y terminé con la caja entera encima de mi escritorio.
Cuando me calmé, sonó el teléfono. Era Doris que llamaba desde Indianápolis para decirme que ella y otras personas habían estado orando por Japón, y que sentían que el Señor quería que me arrepintiera por el pecado de arrojar la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki, un pensamiento que jamás se me había pasado por la cabeza.
Debemos identificarnos personalmente con los pecados de una cierta ciudad o nación si Dios ha de usarnos para remitir sus iniquidades.
Si lo que Dios quería era eso, yo estaba dispuesto a obedecerle; de modo que empecé a leer Nehemías sintiendo que debía compartir aquello con los japoneses. Podía ver claramente que la casa de mi padre había pecado lanzando las bombas atómicas. A pesar de admitir que la decisión de Truman fue una sabia estrategia militar, los norteamericanos aún eran responsables de haber derramado la sangre de miles de civiles japoneses inocentes. Sentía que podía confesar aquello con sinceridad.
«He pecado»
Lo que me causó problema fue la afirmación de Nehemías de que no sólo «la casa de mi padre» sino también «Yo había pecado» (Nehemías 1:6). Lo primero que me vino a la mente fue que yo no era más que un niño de quince años el día que terminó la guerra (de hecho el día de la victoria sobre Japón, el 15 de agosto de 1945, coincidió con mi decimoquinto cumpleaños). Yo no luché en la guerra, ni fabriqué ninguna bomba, disparé armas o maté a ningún japonés.
Luego sentí que el Espíritu Santo venía con poder sobre mí y me convencía profundamente de dos cosas: La primera de ellas era que yo había odiado a los japoneses con un odio pecaminoso. La segunda, que en Hiroshima y Nagasaki había también niños de quince años, tan inocentes como yo, que jamás habían disparado un arma o lanzado una bomba, y que ahora estaban muertos o habían quedado inválidos para siempre a causa de la bomba atómica. Mi llanto por el Japón comenzó de nuevo, dos veces más fuerte que antes. Y hasta el día de hoy no puedo compartir esta historia sin perder el control de mis emociones.
En aquel momento aprendí lo que John Dawson quería decir con eso de que debemos identificarnos personalmente con los pecados de una cierta ciudad o nación si Dios ha de usarnos para remitir sus iniquidades. Entendí por qué Nehemías se sentó y lloró e hizo duelo por algunos días (véase Nehemías 1:4).
Casualmente, el lugar en que me alojé en Tokio, el Hotel Imperial, fue el edificio que el general MacArthur utilizó como cuartel general mientras estuvo en Japón.
Está justo en frente de los jardines del Palacio Imperial, y el auditorio en que enseñaba la Palabra a unos 1.000 cristianos japoneses se encontraba al lado mismo de dichos jardines. Después de una o dos sesiones de enseñanza, pregunté a mi intérprete si podía ayudarme a localizar entre los asistentes a algunos cristianos que hubieran sufrido ellos mismos, o perdido a seres queridos, en Hiroshima y Nagasaki. Quería que representaran al pueblo japonés a quien tenía que pedir perdón.
Víctimas de la bomba atómica
Encontramos dos representantes de Hiroshima. El primero de ellos era un hombre asignado a la oficina militar de telégrafos de la ciudad, que había estado expuesto a la radiactividad y también prestado primeros auxilios a los heridos y retirado varios cadáveres. El segundo era una mujer cuya suegra no había sido herida físicamente en el bombardeo pero aún sufría las secuelas psicológicas del mismo.
También encontramos dos representantes de Nagasaki, el primero era un hombre cuya esposa y cuñada habían estado expuestas a la radioactividad. La cuñada había muerto a consecuencia de ello. El otro, una mujer cuya madre había ido a Nagasaki para ayudar como enfermera y sufrido quemaduras en los brazos y radiaciones secundarias de las que por último se recuperó.
Después de mucha enseñanza sobre la guerra espiritual en el nivel estratégico, y de remitir los pecados de las naciones relacionadas específicamente con la evangelización del Japón y la visión de los diez millones de cristianos japoneses para el año 2000, invité a los cuatro a ponerse a mi lado en la plataforma para explicarles en detalle lo que estaba haciendo. Luego me arrodillé humildemente delante de la congregación y a los cuatro que estaban en la plataforma, les pedí perdón por mis pecados y los pecados de mis padres. Lloré lágrimas de arrepentimiento, y cuando levanté la vista todo el auditorio estaba lleno de pañuelos. Dios estaba haciendo una obra colectiva poderosa. (Como escribió más tarde el pastor Hiroshi Yoshiyama: «La congregación se deshizo en lágrimas de arrepentimiento. Nunca antes habíamos tenido una conferencia como ésa».)
A continuación expresé: «Yo solía odiar a los japoneses, pero ahora los amo profundamente». Y tras pedir perdón por no saber hacer la reverencia japonesa adecuada dí a cada uno un abrazo americano.
Seguidamente, el dirigente japonés que actuaba como maestro de ceremonias guió a la congregación en una sesión espontánea y poderosa de arrepentimiento individual y colectivo por parte de su pueblo. Perdonaron a los norteamericanos y pidieron perdón también por pecados, según ellos, peores que ninguno que hubieran cometido jamás los estadounidenses. Paul Yonggi Cho, quien como coreano tiene su propia colección de sentimientos acerca de los japoneses, me dio un abrazo americano y me dijo que él también se había quebrantado y llorado bajo el poder del Espíritu Santo, sintiendo las importantes victorias espirituales que habían sido conseguidas ese día.
No es necesario decir que aquella fue una experiencia espiritual que jamás olvidaré.
¿Qué sucedió en realidad?
Hasta el día de hoy me siento humillado por el hecho de que Dios escogiera utilizarme a mí como instrumento para remitir los pecados de una nación. Pero ¿qué sucedió en realidad? ¿Qué efecto tuvo aquello?
En primer lugar, no creo que las relaciones políticas entre japoneses y norteamericanos cruzaran ningún umbral especial ese día. Pienso que para que eso llegara a pasar, los participantes tendrían que ser aquellos que ostentan la autoridad nacional, y no un simple profesor de seminario. Ciertamente mucho más se hizo en el terreno político algunas semanas después, cuando el Fiscal general de Estados Unidos, Dick Thornburgh, se arrodillo humildemente ante Mamuro Eto, un anciano pastor americano-japonés de 107 años de edad, en Washington D.C., y en una ceremonia oficial pidió perdón por las acciones de los Estados Unidos contra sus ciudadanos de origen nipón durante la Segunda Guerra Mundial. En dicha reunión Thornburgh entregó cheques de 20.000 dólares a cada uno de los nueve ancianos y dijo que otras 65.000 personas recibirían pronto pagos de compensación semejantes. Con motivo de aquello, el presidente Bush escribió: «Jamás podremos restituir plenamente los agravios del pasado, pero sí podemos tomar una postura clara a favor de la justicia y reconocer que durante la Segunda Guerra Mundial se cometieron injusticias serias contra los americanos-japoneses».12
Al mencionar esto, no estoy implicando que hubo una relación de causa y efecto entre lo que hicimos en Tokio y lo que sucedió en Washington. Pero opino que en Tokio algo sucedió en las regiones celestes. Hasta qué grado no lo sé, pero estoy seguro que los espíritus territoriales del Japón recibieron un importante revés. El diario Los Ángeles Times informa que en 1991 el Japón conmemoró el final de la II Guerra Mundial «en medio de un extraño florecer de contrición por su agresión en la guerra». (Los Ángeles Times, 13 de agosto de 1991, «World Report», p.1.) Se necesita mucho más arrepentimiento, confesión, perdón y humildad antes de que veamos los cambios radicales en cuanto a la receptividad del evangelio entre los japoneses por la que estamos orando.
Los cambios no son fáciles de medir. A medida que adquiramos experiencia en la oración de guerra esperamos aprender a ser más efectivos. Una de las cosas que tenemos que reconocer es el concepto de la relación espiritual entre lo visible y lo invisible.
LO VISIBLE Y LO INVISIBLE
John Dawson dice que hacemos bien en pedir a Dios que nos ayude a discernir las fuerzas espirituales invisibles que están detrás de los problemas visibles de la ciudad. Los cristianos, según él: «Leemos en el periódico noticias de violencia ocasionadas por pandilleros, otras sobre la corrupción del gobierno, y también sobre el maltrato de niños, sin establecer claramente la conexión con el verdadero conflicto en el reino invisible». Y añade: «Yo participo en la acción política y social, pero me doy cuenta que elegir a buenas personas para un puesto no es ni la mitad de importante que ganar la victoria sobre los principados mediante la oración unida».13
Un pasaje bíblico clave para comprender esto es la revelación general que encontramos en Romanos 1. Allí se nos dice que los atributos invisibles de Dios se ven claramente, siendo entendidos por medio de las cosas hechas (véase Romanos 1:20). Uno de los propósitos de la creación es manifestar la gloria del Creador. Sin embargo, Satanás y las fuerzas del mal han corrompido esto. Ellos «cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles» (Romanos 1:23). A consecuencia de ello, muchas cosas creadas ahora glorifican a Satanás en vez de a Dios, y la gente está «honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador» (Romanos 1:25).
Esto es exactamente lo que ha sucedido en Japón. Dios creó el sol para que reflejara su eterna gloria y majestad. Los espíritus territoriales que gobiernan sobre la nación nipona lo han pervertido, haciendo que Japón llegara a ser conocido como la «tierra del sol naciente». El único objeto de la bandera japonesa es el sol, y sin embargo en ese país no se exalta al eterno Dios que lo creó, sino a una criatura: Amaterasu Omikami, la diosa del Sol. Los dirigentes cristianos japoneses están orando para que esto cambie y el sol de la bandera japonesa represente al Dios eterno y no al principado perverso. Creen que el versículo: «Y temerán desde el occidente el nombre de Jehová, y desde el nacimiento del sol su gloria» (Isaías 59:19, cursiva del autor), se aplica proféticamente al Japón.
Para comprender la dinámica espiritual de la remisión de los pecados de naciones y ciudades es esencial actuar «no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas» (2 Corintios 4:18).
Aprender a ver lo eterno y lo invisible es una parte importante de la oración de guerra eficaz.
PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR
1. Haga usted una lista de los pecados que su país ha cometido contra otras naciones, y luego enumere algunos de los que otras naciones han cometido contra la suya.
2. Piense en uno de los segmentos de población más oprimidos de su país. Comente el concepto de remitir los pecados de las naciones y lo que podría suponer para las potestades espirituales sobre esa gente.
3. Si la muerte de Jesús en la cruz derrotó a Satanás, ¿por qué tiene el diablo tanto poder en nuestros días?
4. Suponga que identifica usted los pecados de una nación o una ciudad que necesitan ser remitidos. ¿Cómo sabría usted dónde o cuando debe hacerlo?
5. Dé algunos ejemplos de cómo alguna gente que usted conoce o de la que ha oído hablar «adora y sirve a la criatura antes que al Creador».
CAPÍTULO OCHO
Nombres y cartografía de las potestades
Mientras escribo este libro, el mundo se angustia por uno de los peores desastres naturales de los últimos tiempos. En mayo de 1991, Bangladesh fue asolada por un terrible ciclón que dejó un saldo aproximado de 200.000 muertos y millones de heridos, enfermos, empobrecidos, gente sin hogar y sin esperanza.
La revista Time reveló en un informe que de los diez huracanes más mortíferos ocurridos en el siglo XX, siete azotaron a Bangladesh. Los meteorólogos no se ponen de acuerdo en por qué el 70 por ciento de las peores tempestades han de suceder en un área específica, pero el poeta bengalí Rabindranath Tagore hace cien años ofreció una hipótesis que atribuye el fenómeno a Rudra, el dios indio de los huracanes.1
¿QUÉ HAY EN UN NOMBRE?
En este capítulo quiero referirme a los nombres de los seres espirituales en general y a los de los espíritus territoriales en particular. Considere los siguientes escenarios geográficos:
Calcuta, India. Robert Linthicum es pastor, erudito y consultor en temas de ayuda y desarrollo para World Vision. También ha escrito City of God; City of Satan [Ciudad de Dios, ciudad de Satanás], que constituye un extraordinario tratado teológico sobre la iglesia urbana.
Linthicum llega a Calcuta por primera vez y se siente casi abrumado por una siniestra sensación de maldad, tenebrosa y penetrante. A pesar de ser un viajero asiduo a muchas de las zonas metropolitanas del planeta percibe que aquello es diferente. Allí se encuentra la peor pobreza del mundo urbano, «una ciudad de sufrimiento, enfermedad e indigencia más allá de lo que ninguna palabra logre expresar con propiedad».
A lo largo de toda la semana, un cuadro corriente que contempla es el de jóvenes varones desfilando alegremente por las calles al son de una música muerte, tocando tambores y tirando petardos. Esos jóvenes estaban participando en la fiesta anual de la diosa hindú Kali, que controla la ciudad. La palabra Calcuta se deriva del nombre de ese espíritu. Linthicum expresa: «Esos jóvenes acababan de dejar el templo de Kali, en el cual habían prometido sus mismas almas a la diosa». A cambio de ello esperaban recibir bienes materiales que rompieran el círculo vicioso de la pobreza.
«¿Quién es Kali que reúne las almas de los jóvenes?»—pregunta Robert Linthicum—. «En el panteón hindú ella es la diosa de las tinieblas, del mal y de la destrucción, a quien toda la ciudad está dedicada».2
Anaheim, California. Larry Lea, reconocido como uno de los dirigentes más destacados del actual movimiento de oración, llega a Anaheim para dirigir el primero de lo que se ha convertido en una larga serie de «Ataques de penetración en la oración». Su propósito declarado es «infligir graves daños a las fortalezas [del enemigo] de esa ciudad».3
Antes de ir a Anaheim, Larry Lea buscó el rostro de Dios y, entre otras cosas, le pidió que le mostrara la identidad de las fortalezas satánicas en aquella parte del Sur de California, a fin de poder orar más específicamente. A través de la oración, Lea discernió que había cuatro principales espíritus batalladores sobre la zona de Los Angeles: espíritus de religión, de brujería, de violencia y de codicia. Una vez comprendido esto, guió a los 7.500 creyentes que asistían a aquella multitudinaria reunión de oración en el Centro de Convenciones de Anaheim, en la oración de guerra contra aquellos espíritus específicos.
Manaos, Brasil. Kjell Sjöberg, un antiguo misionero sueco en Pakistán y fundador de iglesias en Suecia, viaja ahora internacionalmente con equipos de oración especializados en la intercesión en el nivel estratégico.
Sjöberg llega a Manaos, capital del estado de Amazonas, Brasil, y empieza a enseñar a los creyentes cómo remitir los pecados de las naciones. Luego le dicen que en Amazonas hay una grave crisis del medio ambiente debido a la explotación y destrucción en masa de la extensa selva tropical tan importante para la ecología de aquella área.
Mientras él y otros creyentes oran a Dios pidiéndole que les revele las fortalezas del enemigo sobre esa zona, visitan la renombrada y lujosa Casa de la Ópera, construida por los magnates del caucho para usarla como templo en honor a la diosa Iara. Allí hay un enorme mural situado sobre el escenario, el cual representa a una mujer en un río, y que resulta ser una representación del espíritu territorial Iara, madre de los ríos, quien gobernaba el área mucho antes de que Colón descubriera América.
Cuando Sjöberg expuso a Iara como principado más alto sobre la región, el pastor anfitrión dijo: «Antes de ser cristiano yo era un adorador de Iara». Luego oraron juntos para que el poder de Iara fuera roto y se sanara la selva tropical de Amazonas.4
¿Tienen realmente nombres los espíritus?
¿Qué decimos al oír que ciertos dirigentes cristianos creen que han identificado realmente por nombre a los espíritus territoriales? ¿Qué se nos pasa por la cabeza cuando escuchamos hablar de Rudra o Iara, o del espíritu de codicia o de violencia? Puede parecernos extraño, hasta que recordamos que algunos de ellos son nombrados de un modo igual de específico en la Biblia.
Jesús mismo preguntó y descubrió el nombre de un espíritu muy poderoso llamado Legión (véase Lucas 8:30). Algunos dicen que se trata sólo de una descripción numérica, pero fuera lo que fuese, surgió como respuesta a la pregunta de Jesús: «¿Cómo te llamas?» y de manera específica, se nombra Diana (Artemisa) de los efesios. (véase Hechos 19:23–41). Y en Filipos, una chica esclava había estado poseída por un espíritu de adivinación—en griego «de pitón»—(véase Hechos 16:16).
Naturalmente, nosotros conocemos el nombre del principal espíritu maligno de todos: Satanás. Beelzebú (véase Lucas 11:15), el «señor de las moscas», tiene un rango tan elevado que algunos lo equiparan al diablo. En Apocalipsis leemos de nombres tales como Muerte (Apocalipsis 6:8), Hades (Apocalipsis 6:8), Ajenjo (Apocalipsis 8:11), Abadón o Apolión (Apocalipsis 9:11), la ramera Apocalipsis 17:1), la bestia (Apocalipsis 13:1), el falso profeta (Apocalipsis 19:20) y otros.
En el Antiguo Testamento, los nombres de espíritus tales como Baal (2 Reyes 21:3), Astoret (1 Reyes 11:5) y Milcom (1 Reyes 11:5) son bastante corrientes, y algunos de ellos tienen parientes espirituales como Baal-gad, señor de la buena fortuna (Josué 11:17), Baal-berit, señor del pacto (Jueces 8:33) o Baalat-beer, señora del pozo (Josué 19:8).
También se han llegado a conocer otros nombres de espíritus aparte de la Biblia, y aunque nadie sabe lo exactos que éstos puedan ser, aquellos con experiencia en el campo de la demonología y la angelología parecen haber alcanzado cierto consenso en cuanto a algunos como Asmodeo, prominente en el libro apócrifo de Tobías y al que se hace referencia como «el malvado demonio» (Tobías 3:8).
Markus Barth nos dice que «la literatura apocalíptica judía y los escritos sectarios describen a los demonios Mastema, Azazel, Sammael o el archienemigo Beliar (o Belial) por sus atributos correspondientes».5 En su Dictionary of Angels, Including the Fallen Angels (Diccionario de los ángeles, incluidos los ángeles caídos), Gustav Davidson enumera cientos de nombres de espíritus malos que han salido a luz desde tiempos antiguos.6 Otra de esas fuentes es el Dictionary of Gods and Goddesses, Devils and Demons, [Diccionario de dioses, diosas, diablos y demonios] de Manfred Lurker.7
No estoy enumerando estos nombres y fuentes con el objeto de glorificar a los espíritus malos, sino a fin de desenmascararlos y hacerlos más vulnerables al ataque. En este momento simplemente quiero argüir que muchos espíritus tienen realmente nombres. Estos, no sólo han sido conocidos a lo largo de la historia, sino que los antropólogos y los expertos en misiones que viven actualmente entre ciertos grupos étnicos del mundo descubren que los principados y las potestades son conocidos por sus nombres hoy en día.
Pocos visitantes de Hawaii, por ejemplo, no han sido informados de que el principado que domina la Gran Isla es la diosa del volcán, Pele. Vernon Sterk dice que los tzotziles, entre los que él trabaja en México, «conocen muy bien los nombres de muchos espíritus territoriales que habitan en el área y las aldeas de su tribu. Incluso son capaces de nombrar algunos de los que ocupan casas y arroyos».8 En Bolivia, donde trabajé durante años, el imponente poder espiritual de Inti, el dios sol, y Pachamama, la madre tierra, no tenía rival para la mayoría de la población. Y es del dominio público que algunos aborígenes australianos «pueden sentir los espíritus de la tierra: algunas veces los huelen, otras los oyen y otras los ven».9 Conocen sus nombres demasiado bien.
Llamar a los espíritus por sus nombres
El reconocer que los espíritus malos tienen nombres, suscita otras cuestiones tales como, cuán importante es conocer dichos nombres y, en caso de conocerlos, si deberíamos utilizarlos en la oración de guerra.
En primer lugar es útil distinguir entre los nombres propios y los nombres funcionales. Kali, Iara, Ajenjo, Artemisa y Pele son ejemplos de nombres propios. Un espíritu de violencia, el falso profeta o un espíritu de brujería son nombres funcionales que enfatizan lo que esos demonios hacen. John Dawson, por ejemplo, asocia con Nueva York un espíritu de amor al dinero, con Chicago uno de violencia, y con Miami uno de intriga política. Dawson dice: «No es necesario saber el nombre exacto de los demonios en cualquier nivel, pero sí es importante darse cuenta de la naturaleza específica o tipo de opresión».10
Esto es confirmado por muchos que tienen ministerios de liberación al ras del suelo. He observado algo así como un patrón de comportamiento con ciertos amigos míos que ejercen ministerios fuertes de liberación personal. Cuando empiezan, a menudo provocan a los demonios a que hablen de sí mismos y revelen sus nombres y actividades. Les parece que en este choque abierto pueden estar más seguros de si están obteniendo la victoria y en qué momento se va realmente el demonio. Creo que esto constituye una metodología válida. Sin embargo, a medida que obtienen más pericia, experiencia y discernimiento espiritual, muchos de estos ministerios abandonan tales métodos y atan a los espíritus negándose a permitirles que hablen, den sus nombres o se manifiesten de cualquier otro modo. Esta forma silenciosa parece ser igual o, en ciertos casos, incluso más eficaz.
Una vez dicho esto, hemos de reconocer que los que tratan de manera asidua con los niveles más altos del mundo espiritual concuerdan en que, aunque conocer los nombres propios tal vez no sea imprescindible en muchas ocasiones ayuda. Y la razón es que parece haber más poder en un nombre de lo que muchos de nosotros en nuestra cultura podemos pensar.
Rumpelstilchen
Muchos de nosotros recordamos el cuento de Rumpelstilchen, que nos contaron cuando éramos niños. Esta anécdota del folklore alemán se relaciona claramente con las fuerzas demoniacas. El «enano saltarín»11 tiene acceso al poder sobrenatural, lo que le permite hilar paja y convertirla en oro a fin de salvar la vida de la novia del rey. Obviamente, este poder sobrenatural no viene de Dios, ya que el precio de Rumpelstilchen por su servicio no es ni más ni menos que el primer hijo de la joven.
Al nacer el pequeño, la chica quiere volverse atrás, pero el enano sólo le permitirá hacerlo si cumple la improbable condición de adivinar su nombre. Cuando ella lo logra, el maleficio queda roto. La historia tiene un final feliz, y nos permite ver que en el mundo demoniaco, conocer un nombre propio puede resultar importante.
No estoy utilizando un cuento de hadas para demostrar un principio espiritual, sino sólo como ilustración bien conocida de la importancia que pueden tener los nombres en la visión del mundo de alguna gente (como por ejemplo los alemanes que vivieron antes de la era cristiana) que se encuentra bajo fuerte presión demoniaca. Clinton Arnold afirma que «la invocación de nombres de ‘poderes sobrenaturales’ era fundamental para la práctica de la magia» en el Efeso del primer siglo.12 Y Vernon Sterk dice que entre los tzotziles, «los chamanes presumen de invocar los nombres reales de cada uno de los diferentes espíritus y deidades cuando tienen casos difíciles».13
El Diccionario de Teología del Nuevo Testamento lo resume bien: «En la fe y el pensamiento de prácticamente todas las naciones, el nombre está inextricablemente ligado a la persona, ya sea el de un hombre, un dios o un demonio. Cualquiera que conoce el nombre de un ser puede ejercer poder sobre el mismo» (énfasis del autor).14
Los guerreros espirituales experimentados han descubierto que, por lo general, cuanto más específicos seamos en nuestra oración de guerra, tanta más eficacia tendremos.
Poniendo esto en práctica
Los guerreros espirituales experimentados han descubierto que, por lo general, cuanto más específicos seamos en nuestra oración de guerra, tanta más eficacia tendremos. Dean Sherman, de Juventud con una Misión, dice por ejemplo: «Dios nos mostrará cuál es el espíritu influyente en particular, de modo que nuestras oraciones puedan ser específicas. Entonces podremos quebrar esos poderes en el nombre de Jesús e interceder para que el Espíritu Santo venga y sane la situación». Sherman está de acuerdo en que: «Cuanto más específicos seamos al orar, tanto más eficaces serán nuestras oraciones».15
El urbanólogo Bob Linthicum insiste en algunos de sus talleres urbanos en que los participantes identifiquen al «ángel de su ciudad». Deben nombrarlo, describirlo y hablar de cómo se manifiesta en los diferentes aspectos de la vida local, incluyendo en sus iglesias. Linthicum expresa: «Este ejercicio siempre resulta lo más estimulante del taller». Y se tiene la sensación de que los participantes empiezan a comprender su ciudad de un modo más profundo. La conclusión de Bob Linthicum es que «ser capaz de nombrar al ángel de su ciudad y de comprender cómo actúa, desenmascara a éste y le capacita a usted para entender las dimensiones que debe tomar el ministerio de la iglesia para confrontar verdaderamente a los principados y las potestades».16 Esto tiene mucho que ver con el hecho de que el primer libro de la trilogía de Walter Wink sobre los principados y potestades se llame Naming the Powers (Los nombres de las potestades).
Dick Bernal, uno de los pioneros de la guerra espiritual contemporánea en el nivel estratégico, dice: «No puedo ser demasiado enfático: Al tratar con los principados y los gobernadores de las regiones celestes, debe identificarse a los mismos».17 Y cuando Larry Lea ora por su congregación, a menudo se dirige a los principados hacia el norte, el sur, el este y el oeste de la iglesia como si fueran personas. Lea dice, por ejemplo: «Norte, tienes gente que Dios quiere que llegue a ser parte de mi iglesia. Te ordeno, en el nombre de Jesucristo, que dejes libre a toda persona que tenga que convertirse en parte de este cuerpo».18
En resumen, que aunque no siempre sea necesario nombrar a las potestades, si pueden descubrirse sus nombres, ya sean funcionales o propios, por lo general esto ayuda a enfocar la oración de guerra.
LA CARTOGRAFÍA ESPIRITUAL
Un área relativamente nueva de investigación y ministerio cristiano que guarda estrecha relación con el nombrar a las potestades, es la llamada «cartografia espiritual». Las figuras clave en el desarrollo y la definición de este campo son David Barrett, de la Junta de Misiones Extranjeras de los Bautistas del Sur, Luis Bush, del Movimiento A.D. 2000 y George Otis hijo, de The Sentinel Group (Grupo de centinelas).
Barret, que editó la imponente World Christian Enciclopedia [Enciclopedia cristiana mundial] y posee la base de datos estadísticos más amplia acerca del cristianismo mundial jamás recopilada, pudo discernir un área que abarcaba desde el Norte de África, pasando por el Oriente Medio y algunos sectores de Asia, hasta el Japón. Sus cálculos, asistidos por ordenador, mostraban que por lo menos el 95 por ciento de la población mundial sin alcanzar y el número mayor de no cristianos residen en esa área.
La ventana 10/40
Luis Bush, por su parte, observó que esta zona estaba situada entre las latitudes 10° y 40° norte, y trazó un rectángulo en el mapa al que llamó «Ventana 10/40». Esta ventana está llegando a ser reconocida por los expertos en misiones como el área más decisiva en la que deben concentrarse las fuerzas de evangelización mundial durante la década de los 90. Dentro de dicha área se encuentran los centros del budismo, confucionismo, hínduismo, Islam, sintoísmo y taoísmo.
George Otis hijo dice: «Al albergar los centros neurálgicos de estas religiones—y al 95 por ciento de la población mundial aún no alcanzada—, los países y las sociedades de la Ventana 10/40 no pueden evitar convertirse en el principal campo de batalla espiritual de los años 90 y posteriores. Y cuando el épico conflicto se desvele, las operaciones del enemigo serán con toda probabilidad dirigidas desde dos poderosas fortalezas, Irán e Irak, situadas en el epicentro de la ventana».19 Otis señala que la guerra espiritual en el nivel estratégico parece estarse intensificando en el mismo lugar geográfico donde empezó: el huerto del Edén.
Esta clase de discernimiento es parte de la cartografia espiritual. Se trata de un intento de ver determinada ciudad, nación o el mundo entero «como es en realidad, no como parece ser».20 Está basado en la suposición de que detrás de la realidad natural se halla la espiritual, y toma en serio la distinción entre lo visible y lo invisible, como expliqué en el capítulo anterior. El apóstol Pablo dice: «No mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven» (2 Corintios 4:18).
Otis explica que la cartografia espiritual «implica superponer nuestra comprensión de las fuerzas y los acontecimientos en el terreno espiritual a ciertos lugares y circunstancias del mundo material». El resultado de ello es un mapa que difiere de cualquier otro que hayamos podido ver hasta ahora. «En este nuevo mapa del mundo—sigue diciendo—, las tres superpotencias espirituales que hemos examinado—el hinduismo, el materialismo y el Islam—no son entidades en sí mismas, sino más bien medios por los que una extensa jerarquia de poderosas autoridades demoniacas controlan a miles de millones de personas».21
Dean Sherman sugiere que una razón por la que debemos trazar mapas espirituales es que Satanás ya ha hecho los suyos. «Como cualquier buen general, los planes de Satanás para gobernar la tierra han comenzado con buenos mapas … el diablo conoce su campo de batalla». La experiencia de Sherman corrobora esto. «En Los Angeles—explica—, me he mudado de un suburbio a otro y he podido experimentar un cambio de territorio espiritual». Recomienda que estudiemos los mapas, ya que «orando geográficamente perturbaremos al diablo y obstaculizaremos sus planes».22
La cartografia espiritual en la Biblia
Algunos preguntarán naturalmente si tenemos alguna garantía bíblica para el trazado de mapas espirituales. Un apoyo teológico para ello gira en torno al concepto de lo visible y lo invisible, que ya mencioné anteriormente (véase el capítulo 7). En cuanto a ejemplos específicos la Escritura nos da por lo menos uno.
En un momento dado, Dios habló a Ezequiel y le dijo: «Tú, hijo de hombre, tómate un adobe, y ponlo delante de ti, y diseña sobre él la ciudad de Jerusalén» (Ezequiel 4:1). Ezequiel tenía que trazar un mapa sobre un pedazo de arcilla, el equivalente del papel en aquellos días. Luego, Dios le dijo: «Pondrás contra ella sitio». Obviamente no se trataba de una referencia a la batalla fisica, sino a la guerra espiritual. Seguidamente el profeta había de tomar una plancha de hierro y colocarla entre sí mismo y la ciudad a manera de muro, y también poner sitio contra éste.
Nuestros mapas espirituales de los años 90 no se trazarán sobre tablas de arcilla, sino que, sin lugar a dudas, serán generados por ordenadores e impresos mediante impresoras laser a color. Pero creo que Dios quiere que seamos como Ezequiel y pongamos sitio contra las fortalezas del enemigo, ya se encuentren éstas en ciudades como Jerusalén, en vecindarios, en grupos étnicos sin alcanzar o en naciones enteras.
El trazado de los mapas
La cartografia espiritual es un empeño tan nuevo, que todavía no tenemos ni cursos en los seminarios para adiestrar a esa clase de cartógrafos, ni manuales «hágalo usted mismo» para principiantes. Una cosa sabemos sin embargo, y es que los mapas espirituales precisos están basados en la investigación histórica de calidad. Varias de las personas que han adquirido cierta pericia en la guerra espiritual a nivel estratégico dan consejos valiosos para los investigadores.
La guerra espiritual en el nivel estratégico parece estarse intensificando en el mismo lugar geográfico donde empezó: el huerto del Edén.
Tom White, por ejemplo, dice: «Comience estudiando las ideologías, las prácticas religiosas y los pecados culturales que pueden invitar a los demonios a entrar y a perpetuar sus ataduras en la localidad donde usted reside. Las ciudades o los territorios pueden poseer atmósferas espirituales características». También es útil investigar las condiciones originales en las que se fundó una ciudad. Y lo mismo puede decirse de los edificios. White habla de una Facultad Teológica Presbiteriana en Taiwan que estaba teniendo visitaciones molestas de espíritus malos por las noches. La investigación mostró que la escuela había sido construida sobre un cementerio budista.23
A aquellos que tengan interés en saber más acerca de los métodos que se utilizan en la investigación espiritual, les recomiendo los libros de dos de los dirigentes más destacados en este campo: Possessing the Gates of the Enemy24, [Poseyendo las puertas del enemigo] de Cindy Jacobs, y La reconquista de tu ciudad, (The Reconquest Of Your City) de John Dawson.25 Cindy Jacobs presenta una lista de siete preguntas que deben hacerse y John Dawson otra de veinte.
Naturalmente, no todo se descubre mediante la investigación. El discernimiento de espíritus es un don espiritual sumamente valioso, ya que gracias a él el Espíritu Santo proporciona percepciones especiales a los cartógrafos. En muchos casos, ambas cosas van juntas: el estudio suscita preguntas que llevan a interpretaciones espirituales proféticas de los datos obtenidos. Como expresa Tom White: «Aprenda a hacer preguntas y escuche las respuestas del Señor».26
Los mapas de Guadalajara
No hace mucho visité por primera vez la ciudad mexicana de Guadalajara. Me habían invitado a dar una conferencia sobre el crecimiento de la iglesia a cerca de doscientos directivos denominacionales de la Iglesia de Dios Mexicana (Cleveland, TN).
Cuando llegué, me encontré con una ciudad de seis millones de habitantes que tenía sólo 160 iglesias evangélicas. Era algo asombroso, ya que se suponía que en la década de los 90 ningún área importante de América Latina contaba con menos de un 5 por ciento de población protestante. Muchas se hallaban entre el 10 y el 20 por ciento, y la vecina Guatemala alcanzaba el 30 por ciento. Con el citado mínimo del 5 por ciento, Guadalajara hubiera tenido 1.500 iglesias en vez de 160, y al nivel de Guatemala el número de las mismas habría sido de 9.000.
¿Qué era lo que pasaba?
Al sopesar la situación, una de las cosas que creo me mostró el Espíritu Santo fue que aquellos pastores mexicanos eran dirigentes cristianos de gran calidad. Imaginé el cuadro de los 200 ministros mexicanos en una habitación frente a 200 pastores guatemaltecos. Si los hubiera examinado en teología, ambos grupos habrían sacado aproximadamente la misma nota. De haberles hecho una prueba de moralidad no hubiera habido ninguna diferencia significativa. Y lo mismo habría sucedido si hubiese llevado a cabo un estudio sobre su espectro denominacional, sus métodos de evangelización o su motivación para evangelizar. ¿Cuál era entonces la variable? ¿Cómo podemos explicar el crecimiento explosivo de la iglesia a un lado de determinada frontera y la firme resistencia al evangelio del otro lado de la misma?
Me vino a la mente que los causantes de aquella disparidad en cuanto al crecimiento de la iglesia no eran los pastores mexicanos. Esos ministros no necesitaban que se les mostrara enfado, se les riñera o se les transmitiera un sentimiento de culpa de ninguna otra manera. ¡Ellos eran víctimas! Víctimas de las fuerzas espirituales perversas que habían sido aparentemente debilitadas en Guatemala pero permanecían afianzadas en Guadalajara.
Al comenzar a hablar a aquellos pastores sobre estos asuntos, me sentí sorprendido en cierto modo al comprobar que entre ellos había muy poca conciencia de la guerra espiritual en el nivel estratégico. No me hubiera asombrado tanto en caso de haberse tratado de bautistas o presbiterianos, pero ellos eran pentecostales.
“El rincón del diablo”
Volví a mi hotel muy inquieto y una vez allí oré a Dios pidiéndole que me diera discernimiento. Luego bajé por una taza de café y el Señor contestó mi oración antes de lo que yo esperaba.
Por casualidad tomé en mis manos una revista turística y en ella descubrí cuál era el trono de Satanás en Guadalajara. En el centro de la ciudad se encuentra la Plaza Tapatía, y en la lista de los lugares que se aconsejaba visitar en dicha plaza, estaba «El rincón del diablo» (The Corner Of The Diable).
Movido por la curiosidad, pregunté por el sitio al pastor que me estaba sirviendo de conductor para ir a la Plaza Tapatía. Cuando nos encontrábamos a tres o cuatro manzanas de casas de allí, oré en voz alta sentado en el asiento delantero del coche, pidiendo protección.
Pude ver que mi amigo se mostraba algo sorprendido de ello. Estacionamos el automóvil y atravesamos la plaza hasta «El rincón del diablo». Cuando vi lo que allí había sentí escalofríos en la columna vertebral. Hermosamente grabado en la acera de mármol había una brújula que señalaba hacia el norte, el sur, el este y el oeste. ¡Por medio de aquello, Satanás había reclamado simbólicamente control absoluto de la ciudad!
Volviendo luego al lugar de la conferencia, mi amigo expresó:«Ha sido una extraña experiencia para mí. He estado en la Plaza Tapatía cientos de veces y jamás he sentido como hoy esa cubierta de opresión espiritual sobre mí».
Yo le respondí: «No se asombre. Esos cientos de veces anteriores la visitó usted como turista y los principados no tienen problemas con que los turistas entren en su territorio. Pero esta vez ha ido usted como enemigo invasor, y aparentemente las fuerzas del mal lo sabían y han respondido en consecuencia». Entonces me dijo que ahora entendía por qué yo había orado pidiendo protección.
En mi siguiente sesión de enseñanza conté al grupo aquella experiencia de cartografía espiritual básica. Respondieron muy bien al relato señalando que probablemente ellos jamás habrían hecho tal cosa ya que no tenían conciencia de esa clase de enfoque.
Luego se levantó el pastor Sixto Jiménez, que era uno de los pocos del grupo que vivían en la misma Guadalajara y que ocupaba el cargo de superintendente de la región. Jiménez dijo que, sin saber mucho acerca de la oración de guerra, un grupo de sesenta pastores pertenecientes a diferentes denominaciones de toda la ciudad habían empezado a reunirse una vez al mes, medio año antes, para orar. «El domingo pasado—añadió luego—tuvimos 26 bautismos en nuestra iglesia, ¡el número más alto en toda la historia!» Me regocijé con ellos de que Dios ya estuviera debilitando a los principados y potestades que durante tanto tiempo habían mantenido cegados los entendimientos de los habitantes de Guadalajara.
DE REGRESO A ARGENTINA
A lo largo de este libro he hecho frecuentes referencias a Argentina como un laboratorio principal en el que algunos de nosotros estamos probando las teorías de la guerra espiritual en el nivel estratégico. Una de las claves de los importantes resultados evangelísticos en la ciudad de Resistencia fue nombrar a los espíritus que dominaban el lugar: Pombero, Curupí, San La Muerte, Reina del Cielo, brujería y Francmasonería (véase el capítulo 1). Bajo la instrucción particular de Cindy Jacobs, los pastores argentinos oraron vigorosamente y de un modo específico contra esos principados, y los tres grandes murales de la plaza principal ayudaron considerablemente a ello.
Cindy dijo de aquellos murales: «Esos paneles son como un mapa del reino espiritual que revela los planes y las intenciones del enemigo». Luego señaló que una enorme serpiente pintada representaba la brujería, la cual tenía ya varios peces cristianos en su estómago. Las aves volando significaban los espíritus religiosos y la figura ósea que tocaba el violín representaba a San La Muerte. Una silueta en forma de nube con el sol y la luna simbolizaba a la Reina del Cielo.27
El caso de Resistencia muestra que el nombrar a las potestades y la cartografía espiritual van juntos.
El siguiente objetivo para Harvest Evangelism [Cosecha de evangelización], de Edgardo Silvoso es un embate evangelístico de tres años de duración en la ciudad de La Plata, justo al sur de Buenos Aires. La cartografía espiritual de esta localidad de 800.000 habitantes le ha sido encomendada a Víctor Lorenzo, un joven pastor argentino con dones de discernimiento de espíritus.
Simbolismo masónico
Víctor Lorenzo ha descubierto que La Plata fue fundada hace poco más de un siglo por Dardo Rocha, un masón de alto rango. Rocha diseñó la ciudad según los dictados del simbolismo y la numerología masónica. Puso dos avenidas diagonales que cruzaban la ciudad formando una pirámide simbólica, y luego fue a Egipto, trajo de allá varias momias y las enterró en lugares estratégicos, tratando de garantizar que la ciudad permanecería bajo el control demoniaco que él estaba ayudando a manipular.
La enorme Plaza Moreno, en frente de la catedral principal, tiene cuatro estatuas de bronce de hermosas mujeres cada una de las cuales representa una maldición sobre la ciudad. Fueron encargadas a un taller de fundición de París regido por masones. La única otra estatua de la plaza es un musculoso arquero con un arco entesado. El arco apunta directamente adonde debiera estar situada la cruz de encima de la catedral, ¡pero la catedral no tiene cruz! Aparentemente debe entenderse que el malvado arquero ha eliminado a Cristo crucificado (con frecuencia los católicos utilizan un crucifijo en vez de una cruz vacía) del centro del cristianismo en esa ciudad.
En línea recta desde la fachada de la catedral están las sedes del poder: el Ayuntamiento, la Junta provincial, la Asamblea legislativa, la Jefatura de policía, el teatro municipal y otros edificios semejantes. Todos ellos se encuentran en lo que sería la 52a Avenida de La Plata, pero no hay calle. En cambio, por debajo de todos esos edificios pasa un túnel en el que se celebraban—y posiblemente aún se celebren—rituales masónicos.
El número seis resulta prominente en el trazado de la ciudad, y en la arquitectura de los edificios públicos aparece una y otra vez el 666. Grotescas caras demoniacas, maravillosamente pintadas y adornadas, forman una parte destacada de la decoración de muchas de las construcciones. Víctor Lorenzo ya ha descubierto muchas más pruebas, y Dios le proporcionará aún más a medida que continúe haciendo la cartografía espiritual de La Plata.
Necesito repetir lo que he dicho a menudo: El poder nombrar a las potestades y la cartografía espiritual no deben considerarse fines en sí mismos, ni mucho menos medios de glorificar a Satanás y a sus fuerzas malignas. En la guerra del Golfo Pérsico, por ejemplo, el descubrir y dibujar los planos de los centros neurálgicos de comunicaciones de Sadam Huseim no estaba destinado a glorificar a éste, sino a aplastarle y a despojarle de su poder. Del mismo modo, el propósito de nombrar a las potestades es atar al hombre fuerte y debilitar su poder sobre las almas de 800.000 personas de La Plata las cuales aún tienen que recibir a Jesucristo como Salvador y Señor.
Colectivamente nos queda todavía mucho que aprender en cuanto a los nombres de las potestades y a la cartografía espiritual, para alcanzar la excelencia que Dios quiere que logremos. En este capítulo simplemente he tratado de proporcionar una base para que otros sigan edificando encima. Mi conclusión es que el nombrar a las potestades y el trazar los planos de sus territorios puede proporcionar una herramienta nueva e importante que será usada por Dios en la extensión de su reino por toda la tierra en nuestros días.
PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR
1. ¿Cuán exacto puede ser, según usted, el atribuir fenómenos tales como los ciclones a fuerzas espirituales?
2. ¿Ha descubierto usted en sus estudios de historia o geografía algunos nombres que puedan identificar a espíritus territoriales? Hable de ellos.
3. ¿Podría usted tratar de identificar al «ángel de su ciudad»? ¿Cómo comprobaría o validaría su conclusión?
4. Exponga un posible «mapa espiritual» de su ciudad. ¿Cuáles serían algunos de sus límites territoriales más evidentes?
5. ¿Por qué se considera peligrosa la fascinación exagerada con la personalidad y las actividades del diablo?
27 Jane Rumph, We Wrestle Not Against Flesh and Blood (Informe de Argentina publicado privadamente, 1990), p. 67.