II Pedro: Aspectos Exegéticos y hermeneuticos
Aunque ha habido acerbas controversias acerca del autor de esta Epístola, no cabe duda alguna de que él mismo se identifica explícita y repetidamente como Pedro. La relativa falta de atestación histórica de la genuinidad de la Epístola está más que compensada por una abundancia de evidencias internas.
El escritor se denomina a sí mismo Simón Pedro (1:1).
Manifiesta que el Señor le había mostrado la inminencia y la forma de su propia muerte (1:14).
Afirma haber sido testigo presencial de la transfiguración (1:16–17), y registra la voz celestial escuchada cuando estaba presente con Cristo “en el monte santo” (1:18).
El escritor menciona haber escrito una epístola anterior a las mismas personas (3:1), y habla de su “amado hermano Pablo” como si estuviera íntimamente relacionado con él y sus escritos (3:15–16).
Puesto que estas alusiones autobiográficas coinciden con otras fuentes bíblicas de información acerca de Pedro, todo contribuye a afirmar la creencia de que él fue el autor de la epístola.
Mucho se ha hablado de que el griego de la segunda epístola es más pobre que el de la primera. Pero esto puede explicarse por la sugestión de que en la primera Pedro tuvo como secretario a Silas (1 P. 5:12), mientras que la segunda la escribió él mismo en la prisión.
La única alternativa en el caso de que Pedro no sea el autor de esta epístola sería afirmar que es una deliberada falsificación. Sin embargo, como ha señalado H. C. Thiessen, “si 2 Pedro es una falsificación, tenemos aquí una falsificación sin objeto, sin ninguna de las señales comunes de falsificación, y sin parecido alguno con falsificaciones indudables.”
Puesto que no hay una evidencia histórica concluyente contra la composición petrina, puesto que las alternativas plantean más dudas y cuestiones que las que resuelven, y puesto que el celo cristiano, el tono apostólico y las alusiones autobiográficas armonizan con otras fuentes de información acerca de Pedro, aquí se lo acepta sin reservas como autor de esta carta.
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B. OCASIÓN PARA ESCRIBIRLA
La Segunda Epístola de Pedro pretende ser una carta compañera de la anterior enviada a los mismos lectores (3:1). Esto significa que fue dirigida a cristianos judíos y gentiles en el norte de Asia Menor; esto es, “a los expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia” (1 P. 1:1; véase el mapa 1). Estos son, pues, los que han alcanzado “una fe igualmente preciosa” con Pedro y los otros apóstoles.
Entre una carta y otra había tenido lugar un cambio de circunstancias para esas personas.
Mientras la primera carta había sido escrita para prepararlos para el sufrimiento, tal vez a manos de un gobierno poco amistoso (1:7; 2:12–15; 3:14–17; 4:3–4, 12–16; 5:8–10),
La segunda los pone en guardia contra las acechanzas de falsos profetas (2:1–3, 10–15, 19–22; 3:3–7, 15–17).
Estos pseudo-líderes se asemejan a los falsos profetas que surgieron entre el pueblo en los tiempos del Antiguo Testamento, cuyas enseñanzas se caracterizaban por el engaño, la arrogancia, la caricatura, la burla y la mentalidad terrenal. Para los tales Pedro profetiza un castigo cierto y pronto, lo mismo que para aquellos que sucumban a su perniciosa influencia.
Vale la pena notar que estos falsos maestros hacían sus mayores esfuerzos y apelaciones entre los recién convertidos a Cristo, quienes no habían alcanzado la suficiente madurez y estabilidad para guardarse de sus engaños (2:18–20). A estas personas les dirige Pedro una palabra de aliento para que perseveren en su fe (1:12; 3:1–4, 17–18) y una advertencia acerca del juicio y la condenación que les esperan si vuelven a sus concupiscencias anteriores (1:9; 2:20–22).
Tales condiciones, junto con la anticipación de su propia muerte próxima (1:13–15) y el retorno de Cristo (3:3–13), daban un fuerte sentido de urgencia a la carta de Pedro.
Pedro no dice dónde estaba cuando escribió esta carta, pero al menos algunos de los datos importantes sugieren que estaba en Roma. Estaba aguardando su muerte para dentro de poco (1:14).
La tradición sostiene a veces que Pedro y Pablo pueden haber trabajado juntos en Roma antes de sufrir el martirio durante el reinado de Nerón. También hay cierta evidencia interna para esta opinión (3:1, 15).
C. FECHA
La fecha en que fue escrita está relacionada con la cuestión de la composición de Pedro, que aquí se acepta como verdadera. Se sigue, pues, que si Pedro escribió esta epístola, lo hizo después de haber escrito 1 Pedro (2 P. 3:1), después que Pablo había llegado a ser bien conocido entre los cristianos de su día (3:15–16), en vísperas de una erupción de enseñanzas heréticas (2:1–3), y poco antes de su propia muerte (1:14–15).
Como resultado de estas evidencias internas, generalmente se coloca la fecha de la escritura en el período del 65 al 67 D.C. La siguiente declaración de Merrill C. Tenney es el consenso de una cantidad de reputados estudiosos del Nuevo Testamento:
Fue su (de Pedro) última obra existente enviada poco antes de su muerte a las iglesias con las cuales se había comunicado en su primera epístola. La amenaza de persecución parece haber pasado, pues no se enfatiza para nada el sufrimiento de los cristianos.
Tal vez si la epístola fue despachada desde Roma alrededor del 65 al 67 D.C., Pedro comprendía que las perturbaciones que originalmente amenazaban afectar a las provincias habían sido de alcance local: habían surgido nuevos problemas que exigían su atención; el peligro de sus iglesias ahora era menos externo que interno.
D. CARACTERÍSTICAS DISTINTIVAS DE SEGUNDA DE PEDRO
Un rasgo característico de esta carta es la cantidad de palabras empleadas a menudo en el vocabulario de Pedro.
Hay 10 referencias a justo (a),
j usticia (1:1, 13; 2:5, 8 dos veces, 9, 15 dos veces, 21; 3:13) y 17
Referencias a conocimiento y entendimiento y sus derivados (1:2, 3, 5, 6, 8, 12, 14, 16, 20; 2:9, 20, 21 dos veces; 3:3, 16, 17, 18).
A Jesucristo como Salvador, Señor y Maestro tiene 16 referencias (1:1, 2, 8, 11, 14, 16; 2:1, 9, 11, 20; 3:2, 8, 9, 10, 15, 18), y
5 la piedad (1:3, 6, 7; 2:9; 3:11) en contraste con la impiedad (2:5–6; 3:7).
Los 5 llamamientos a recordar (1:12, 13, 15; 3:1, 2) apuntan a la enseñanza de Pedro de que, agregados al conocimiento de Jesucristo como Salvador y Señor, necesita haber frecuentes recordatorios para avanzar en una vida de justicia y piedad, para que los cristianos no volvieran a caer en la impiedad.
Esto está bien resumido en los dos últimos versículos de la carta: “Así que vosotros, oh amados, sabiéndolo de antemano, guardaos, no sea que arrastrados por el error de los inicuos caigáis de vuestra firmeza. Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (3:17–18).
Otra característica de esta carta es la fuerte apelación a la transfiguración de Cristo como una convalidación del mensaje profético y apostólico (1:16–18). Pedro considera la encarnación como el epítome mismo del significado de la persona y la obra de Cristo. El es la Figura central de la profecía (1:19–21), el mismo Patrón y Programa de la verdad. No es sorprendente, pues, que antes de lanzarse a una exposición de los falsos maestros, Pedro recuerde a sus lectores su propio lugar en el monte de la transfiguración. Como resultado, no vacila en denunciar como perniciosa la herejía que estaba seguro destruiría la piedad y la pureza cristianas (2:1–2, 11, 13–14, 18–19).
También impresiona al lector cuidadoso el lugar importante que ocupa en esta carta la historia del Antiguo Testamento.
La caída de los ángeles (2:4),
el Diluvio (2:5; 3:5–7),
la destrucción de Sodoma y Gomorra (2:6) y
la liberación de Lot (2:7) se citan en rápida sucesión como prueba de que los actos de Dios en el pasado garantizan la certidumbre de la profecía para el futuro.
Pedro está muy seguro de que la profecía es la historia del futuro, sea que esté hablando de falsos profetas que anticipan a los falsos maestros, o de juicios locales que anticipan el juicio final, o de escarnecedores del pasado que prefiguran los escarnecedores del presente y el futuro.
El tenor apocalíptico de Pedro, presente también en su primera carta, es una señal característica de la Segunda Epístola. En contraste con la teoría de que toda la historia se mueve en etapas firmes e ininterrumpidas, Pedro insiste en que el Diluvio, al suceder con súbita y catastrófica terribilidad, fue nada menos que una aterradora intervención del juicio divino.
Escribe también que Dios intervendrá una vez más en juicio, sólo que esta vez en un ardiente holocausto. Para tan inminente juicio, Pedro insiste en que sus lectores deben prepararse de inmediato, no sea que los encuentre desprevenidos (3:11).
Finalmente, una característica única de esta carta es que reconoce los escritos de un colega apóstol como parte de las Escrituras. Aunque el “amado hermano Pablo” escribió “de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen… para su propia perdición”, no obstante él es un intérprete válido de “la paciencia de nuestro Señor” en razón de “la sabiduría que le ha sido dada”. De este modo, pues, Pedro coloca los escritos de Pablo junto a “las otras Escrituras” y les concede así un lugar en el canon, un reconocimiento merecido, por cierto.
E. ENFASIS TEOLÓGICOS
De acuerdo con la enseñanza general de la Escritura, Pedro asevera que la justicia de Dios es la base para la obtención de una “fe preciosa” común a todos “en el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesús” (1:1–2).
Asimismo afirma Pedro la depravación de la humanidad caída, describiéndola como “la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia” (1:4). La liberación de los efectos de la Caída se opera por el conocimiento de Dios y llegando a ser partícipes de la naturaleza divina por medio de la fe (1:4–5). Esta liberación es preservada por una aplicación activa del principio de la fe a la promoción y ampliación de la vida cristiana (1:1–5).
En el segundo capítulo Pedro reitera una enseñanza que se halla a menudo en la Escritura, a saber, la segura condenación final de todos los que andan por camino de impiedad (2:4–9). Esto es así aun cuando algunos puedan haber gozado de una breve liberación de “las contaminaciones del mundo” antes de enredarse y ser vencidos de nuevo (2:18–22). Asimismo el énfasis sobre el retorno del Señor en juicio, como lo enseña Pedro en 3:10–13, es un asunto que sostiene en común con el resto de la Escritura.
Al mismo tiempo, sin embargo, Pedro contribuye con cierta enseñanza teológica que en ninguna parte se presenta en forma tan explícita. Su declaración de que “nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (1:21), es uno de los pasajes más definitivos sobre la inspiración que se hallan en el Nuevo Testamento. En términos inequívocos, Pedro declara que la profecía del Antiguo Testamento no es obra o palabra humana, sino la Palabra de Dios, y que debe ser aceptada como “una antorcha que alumbra en lugar oscuro” (1:19).
También la enseñanza escatológica de Pedro responde a la cuestión que tenía perplejos a tantos, de la aparente demora del retorno del Señor. A aquellos que pueden haber estado desilusionados porque el Señor no había retornado en sus días, y a los burladores que no podían concebir ninguna interrupción en el proceso del orden natural, Pedro les responde señalando que Dios había interrumpido los procesos ordenados del pasado por medio de un diluvio, y que volvería a hacerlo con fuego.
La demora en el retorno de Cristo no se debía a que la profecía fuera falsa, sino que más bien era una señal del deseo de Dios de dar al hombre una oportunidad más prolongada para arrepentirse (3:8–9). No obstante, el control divino del final del tiempo es tan seguro como la iniciación divina del comienzo.
Aunque puede que haya algunas alusiones a la experiencia de la santidad cristiana (1:3–4), los énfasis principales se ponen en su expresión (3:11–14) y su expansión (1:5–11). Pedro también se expresa indignado contra los falsos maestros cuya estrategia era explotar las cosas santas para sus propios malos propósitos (2:10–18).
Tal vez la falta de estabilidad espiritual de parte de los que eran engañados (2:14, 18–22) se debiera en parte a su falta de una medida plena de santidad interior, pero Pedro no lo dice explícitamente. Más bien atribuye su extremada susceptibilidad a las influencias engañosas de los falsos maestros, y a que eran relativamente nuevos en la vida cristiana (2:14, 18, 20–22). Esta es una razón más para el régimen espiritual que propugna (1:5–11), y que deben buscar (3:17–18).
Aunque las referencias explícitas a la entera santificación no son tan numerosas aquí como en algunas otras partes del Nuevo Testamento, Pedro escribe contra el trasfondo de la interpretación del cristianismo como una religión santa. El conocimiento de Dios tiene un efecto santo sobre el hombre (1:4). La firmeza en la disciplina cristiana intensifica el conocimiento de las cosas santas (1:8–11). La majestad y la gloria de Jesucristo hicieron del lugar de la Transfiguración un “monte santo” (1:18).
El Espíritu Santo descendía sobre los hombres santos para declarar las profecías del Antiguo Testamento (1:20–21). Los falsos maestros han apartado de un camino santo a algunos conversos recientes al cristianismo (2:21), atrayendo así sobre sí mismos el juicio y la ira de Dios santo (2:9–10). La palabra de los santos profetas y apóstoles advierte contra los burladores (3:2–3), y nada menos que “una santa y piadosa manera de vivir” es adecuada para el futuro (3:11–12). Así, pues, Pedro nos amonesta para que seamos hallados por el Señor “sin mancha e irreprensibles, en paz” (3:14)—señales de una vida santa en cualquier época.
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Bosquejo
I. Salutación, 1:1–2
A. El Que Saluda, 1:1a
B. A Quiénes Saluda, 1:1b
C. El Reconocimiento, 1:2
II. La Gracia y el Conocimiento de Dios, 1:3–21
A. Exhortación al Crecimiento Cristiano, 1:3–11
B. Un Llamado a Recordar, 1:12–15
C. La Verdad de la Palabra Profética, 1:16–21
III. La Gracia y el Conocimiento Amenazados por los Falsos Maestros, 2:1–22
A. Predicción de los Falsos Maestros, 2:1–3
B. Los Falsos Maestros Reservados para el Castigo, 2:4–10a
C. Caracterización de los Falsos Maestros, 2:10b–16
D. Los Falsos Maestros y Sus Víctimas, 2:17–22
IV. La Promesa de la Venida de Cristo, 3:1–18
A. Negación de la Venida del Señor, 3:1–7
B. Demora de la Venida del Señor, 3:8–10
C. Demandas de la Venida del Señor, 3:11–13
D. Diligencia Necesaria para la Venida del Señor, 3:14–16
E. Resumen y Exhortación Finales, 3:17–18
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