jueves, 7 de mayo de 2015

Alzaré mis ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi socorro?: Fuimos abrumados sobremanera más allá de nuestras fuerzas

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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                       ¡Caído, pero no Derrotado!

2 Corintios 1:1–11


“A ustedes les parece que no tengo mis altibajos, y que disfruto de un constante progreso espiritual con gozo y ecuanimidad ininterrumpida. ¡De ninguna manera! Con frecuencia estoy desalentado por completo y todo parece ser de lo más sombrío”.
Así escribió el hombre al que solían llamar “El más grande predicador en el mundo de habla inglesa”, el Dr. John Henry Jowett. Pastoreó iglesias destacadas, predicó a congregaciones muy numerosas, y escribió libros que fueron éxito de librería.
“Padezco de una depresión del espíritu tan aterradora que espero que ninguno de ustedes jamás padezca tanta desdicha como yo”.
Esas palabras fueron pronunciadas en un sermón por Carlos Haddon Spurgeon, cuyo maravilloso ministerio en Londres le hizo quizás el más grande predicador que jamás haya producido Inglaterra.
El desaliento no respeta a persona alguna. Es más, el desaliento parece atacar más a los que tienen éxito que a los que no lo tienen; porque mientras más alto subimos, mayor suele ser la caída. No nos sorprende, entonces, cuando leemos que el gran apóstol Pablo dice que “fuimos abrumados sobremanera más allá de nuestras fuerzas”, y que llegó incluso al punto de perder “la esperanza de conservar la vida” (2 Corintios 1:8). A pesar de la grandeza de su persona y ministerio, Pablo era tan humano como nosotros.
Si no fuera por su llamamiento de Dios y su interés por ayudar a las personas, Pablo podría haber escapado de estas cargas (2 Corintios 1:1). Había fundado la iglesia en Corinto y había ministrado allí por año y medio (Hechos 18:1–18). Cuando surgieron serios problemas en la iglesia después de su partida, envió a Timoteo para que los atendiera (1 Corintios 4:17) y luego escribió la carta que nosotros llamamos Primera de Corintios.
Desafortunadamente, las cosas empeoraron y Pablo tuvo que hacer una visita dolorosa a Corinto para tratar con los agitadores (2 Corintios 2:1 en adelante). Sin embargo no hubo solución. Entonces escribió una carta “dura y fuerte” que fue llevada por su compañero Tito (2 Corintios 2:4–9; 7:8–12). Después de mucha aflicción, Pablo nuevamente vio a Tito y recibió el informe de que el problema se había resuelto. Fue entonces que escribió la carta que nosotros conocemos como Segunda de Corintios.
Pablo escribió la carta por varias razones. Primero, quería animar a la iglesia a que perdonara y restaurara al miembro que había causado todo el problema (2 Corintios 2:6–11). También quería explicar el cambio en sus planes (2 Corintios 1:15–22) e imponer su autoridad como apóstol (2 Corintios 4:1–2; 10–12). Por último, quería animar a la iglesia a participar en la ofrenda de ayuda especial que estaba recolectando para los santos necesitados de Judea (2 Corintios 8–9).
La clave en esta carta es consuelo, estímulo o ánimo. La palabra griega, que está traducida así, quiere decir uno llamado al lado para ayudar. En su forma verbal se usa dieciocho veces en esta carta, y en su forma substantiva once veces. A pesar de todas las pruebas que atravesaba, Pablo podía (por la gracia de Dios) escribir una carta saturada de estímulo.
¿Cuál era el secreto de la victoria de Pablo cuando soportaba las pruebas? Su secreto era Dios. Cuando te halles desanimado y listo para darte por vencido, aparte de ti tu atención y enfócala en Dios. De su propia experiencia difícil, Pablo nos cuenta cómo podemos hallar ánimo en Dios. Nos da tres recordatorios sencillos.


  Recuerda lo que Dios es para ti (2 Corintios 1:3)

Pablo empieza su carta con una doxología. Ciertamente no podía alegrarse con respecto a sus circunstancias, pero sí podía alegrarse en Dios, el cual controla todas las circunstancias. Pablo había aprendido que la alabanza es un factor importante para alcanzar la victoria sobre el desánimo y la depresión. La alabanza cambia las cosas, tanto como la oración cambia las cosas.
¡Alábale porque él es Dios! La frase bendito sea Dios se halla en otros dos lugares del Nuevo Testamento: en Efesios 1:3 y en 1 Pedro 1:3. En Efesios 1:3 Pablo alabó a Dios por lo que él había hecho en el pasado, cuando “nos escogió en [Cristo]” (Efesios 1:4) y “nos bendijo con toda bendición espiritual” (Efesios 1:3). En 1 Pedro 1:3 Pedro alabó a Dios por las bendiciones futuras y por “una esperanza viva”. Pero en 2 Corintios Pablo alababa al Señor por las bendiciones presentes, por lo que Dios estaba realizando actualmente.
Durante los horrores de la Guerra de los Treinta Años, el pastor Martin Rinkart sirvió fielmente a la gente de Eilenburg, Sajonia. Oficiaba un promedio de 40 funerales al día, un total de más de 4.000 durante su ministerio. Sin embargo, a raíz de esta devastadora experiencia escribió unas palabras para que sus hijos las usaran para dar gracias antes de la comida. Estas todavía se usan como himno de acción de gracias:

    De boca y corazón load al Dios del cielo;
    Pues dionos bendición, salud, paz y consuelo.
    Tan sólo a su bondad debemos nuestro ser;
    Su santa voluntad nos guía por doquier.

¡Alábale porque él es el Padre de nuestro Señor Jesucristo! Es debido a Jesucristo que podemos llamar Padre a Dios, e incluso acercarnos a él como hijos suyos. Dios nos ve en su Hijo y nos ama así como ama a su Hijo (Juan 17:23). Somos “amados de Dios” (Romanos 1:7), debido a que somos “aceptos en el Amado” (Efesios 1:6). Todo lo que el Padre hizo por Jesús cuando éste estaba ministrando en la tierra, puede hacerlo por nosotros hoy. Somos amados por el Padre porque su Hijo es su Amado, y porque nosotros somos ciudadanos del “reino de su amado Hijo” (Colosenses 1:13). Somos preciosos para el Padre, y él cuidará que las presiones de la vida no nos destruyan.
¡Alábale porque él es el Padre de misericordias! Para los judíos la expresión padre de significa el originador de. Satanás es el padre de mentira (Juan 8:44) porque la mentira se originó en él. De acuerdo con Génesis 4:21, Jubal fue el padre de los instrumentos de música, porque originó el arpa y la flauta. Dios es el Padre de misericordias porque toda misericordia se origina en él y puede alcanzarse sólo en él.
Dios en su gracia nos da lo que no merecemos, y en su misericordia no nos da lo que sí merecemos. “Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias” (Lamentaciones 3:22). Las misericordias de Dios son muchas (Nehemías 9:19), tiernas (Salmos 25:6), y grandes (Números 14:19). La Biblia frecuentemente habla de la multitud de las misericordias de Dios, porque tan inagotable es su provisión (Salmos 5:7; 51:1; 69:13, 16; 106:7, 45; Lamentaciones 3:32).
¡Alábale porque él es el Dios de toda consolación! Las palabras consuelo y consolación (y sus derivados) se repiten diez veces en 2 Corintios 1:1–11. No debemos pensar del consuelo en términos de lástima, porque la lástima puede debilitarnos en lugar de fortalecernos. Dios no nos da una palmadita en la cabeza ni nos da un caramelo para desviar nuestra atención de los problemas. ¡De ninguna manera! Pone fortaleza en nuestro corazón para que podamos enfrentar las pruebas y triunfar sobre ellas. La palabra confortar procede de dos palabras latinas que quieren decir con fuerza. La palabra griega quiere decir venir al lado de alguien para ayudar. Es la misma palabra que se usa para el Espíritu Santo (“el Consolador”) en Juan 14–16.
Dios puede animarnos por su Palabra y por medio de su Santo Espíritu, pero algunas veces usa a otros creyentes para darnos el estímulo que necesitamos (2 Corintios 2:7–8; 7:6–7). ¡Qué maravilloso sería que a todos nosotros nos apodaran “Bernabé, …hijo de consolación!” (Hechos 4:36).
Cuando te halles desanimado debido a las circunstancias difíciles, es fácil que te concentres en ti mismo o que te enfoques en los problemas que te rodean. Pero el primer paso que debes dar es mirar por fe al Señor, y darte cuenta de todo lo que Dios es para ti. “Alzaré mis ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra” (Salmos 121:1–2).


  Recuerda lo que Dios hace por ti (2 Corintios 1:4a, 8–11)

El permite que vengan las pruebas. En el idioma griego hay diez palabras básicas para el sufrimiento, y Pablo usó cinco de ellas en esta carta. La palabra de más frecuente uso es thlipsis, que significa estrecho, confinado, bajo presión, y en esta carta se traduce como “tribulación” (2 Corintios 1:4, 8; 2:4; 4:17). Pablo se sentía oprimido por las circunstancias difíciles, y la única dirección en que podía mirar era hacia arriba.
En 2 Corintios 1:5–6 Pablo usó la palabra griega pathema, “aflicciones”, la cual también se usa para referirse a los sufrimientos de nuestro Salvador (1 Pedro 1:11; 5:1). Hay algunos sufrimientos que soportamos sencillamente porque somos humanos y estamos sujetos al dolor; pero hay otros sufrimientos que nos vienen debido a que somos el pueblo de Dios y queremos servirle.
Nunca debemos pensar que la aflicción es un accidente. Para el creyente todo es designio de Dios. Hay sólo tres posibles perspectivas que una persona puede tener en cuanto a las pruebas de la vida. Si nuestras pruebas son producto del destino o de la casualidad, entonces nuestro único recurso es darnos por vencidos. Nadie puede controlar el destino o la casualidad. Si somos nosotros mismos los que tenemos el control de todo, entonces la situación tampoco tiene esperanza. Pero si Dios controla, y confiamos en él, entonces podemos sobreponernos a las circunstancias con su ayuda.
Dios nos anima en todas nuestras tribulaciones enseñándonos por medio de su Palabra que es él quien permite que nos vengan las pruebas.
Dios está en control de las pruebas (v. 8). “Porque… fuimos abrumados sobremanera más allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida”. Pablo se sentía oprimido como una bestia de carga con un peso demasiado grande como para soportar. Pero Dios sabía exactamente cuánto podía soportar Pablo y mantenía la situación bajo control.
No sabemos cuál fue la tribulación específica, pero sí fue lo suficientemente grave para que Pablo pensara que iba a morir. Si fue peligro de parte de muchos enemigos (Hechos 19:21 en adelante; 1 Corintios 15:30–32), enfermedad grave, o ataque satánico especial, no lo sabemos; pero sí sabemos que Dios controlaba todas las circunstancias y que protegía a su siervo. Cuando Dios pone a sus hijos en el horno, mantiene su mano sobre el termostato y su ojo en el termómetro (1 Corintios 10:13; 1 Pedro 1:6–7). Pablo podía haber perdido la esperanza de salir con vida, pero Dios no había perdido la esperanza en cuanto a Pablo.
Dios nos capacita para que soportemos nuestras pruebas (v. 9). Lo primero que él tiene que hacer es mostrarnos cuán débiles somos por nosotros mismos. Pablo era un talentoso y experimentado siervo de Dios, que había atravesado diferentes clases de pruebas (2 Corintios 4:8–12; 11:23 en adelante). De seguro que toda esta experiencia debería ser suficiente para que Pablo enfrentara a estas nuevas dificultades y sobreponerse a ellas.
Pero Dios quiere que confiemos en él, no en nuestros talentos o capacidades, ni en nuestra experiencia o en nuestra reserva espiritual. En el momento preciso cuando nos sentimos confiados y capaces de hacerle frente al enemigo, fracasamos miserablemente. “Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Corintios 12:10).
Cuando tú y yo morimos a nosotros mismos, entonces el poder divino de la resurrección puede obrar. Fue cuando Abraham y Sara estuvieron casi muertos físicamente, que el poder divino de la resurrección los capacitó para tener el hijo de la promesa (Romanos 4:16–25). Sin embargo, morir a uno mismo no significa una complacencia ociosa, o quedarse sin hacer nada esperando que Dios lo haga todo. Puedes estar seguro de que Pablo oró, estudió las Escrituras, consultó con sus colegas, y confió en que Dios obraría. El Dios que resucita muertos es suficiente para cualquier dificultad en la vida. El todo lo puede, pero nosotros debemos estar a su disposición.
Pablo no negó lo que sentía, ni tampoco Dios quiere que nosotros neguemos nuestras emociones. “En todo fuimos atribulados; de fuera, conflictos; de dentro, temores” (2 Corintios 7:5). La frase “sentencia de muerte” en 2 Corintios 1:9 puede referirse a un veredicto oficial, tal vez una orden para el arresto y ejecución de Pablo. Ten presente que los judíos incrédulos acosaban a Pablo y querían eliminarlo (Hechos 20:19). En la lista de peligros no se debe soslayar los “peligros de los de mi nación” (2 Corintios 11:26).
Dios nos libra de nuestras tribulaciones (v. 10). Pablo vio la mano de Dios librándolo, sea que mirara hacia atrás, a su alrededor, o hacia adelante. La palabra que Pablo usó significa ayudarnos a salir del aprieto, salvarnos y protegernos. Dios no siempre nos libra de inmediato, ni tampoco de la misma manera. Jacobo fue decapitado, y sin embargo Pedro fue librado de la prisión (Hechos 12). Ambos fueron librados, pero de maneras diferentes. Algunas veces Dios nos libra de nuestras pruebas, y en otras nos libra en ellas.
La liberación divina vino en respuesta a la fe de Pablo, tanto como a la fe de las personas que oraban en Corinto (2 Corintios 1:11). “Este pobre clamó, y le oyó Jehová, y lo libró de todas sus angustias” (Salmo 34:6).
Dios se glorifica por medio de nuestras pruebas (v. 11). Cuando Pablo informó lo que Dios había hecho por él, un gran coro de alabanza y acciones de gracias ascendió de los santos al trono de Dios. El servicio más grande que tú y yo podemos rendir en la tierra es glorificar a Dios, y algunas veces ese servicio involucra sufrimiento. “El don concedido” se refiere a la liberación de Pablo de la muerte, ¡un maravilloso don en verdad!
Pablo nunca se avergonzó de pedir a los creyentes que oraran por él. En por lo menos siete de sus cartas mencionó su gran necesidad de apoyo en oración (Romanos 15:30–32; Efesios 6:18–19; Filipenses 1:19; Colosenses 4:3; 1 Tesalonicenses 5:25; 2 Tesalonicenses 3:1; Filemón 22). Pablo y los creyentes en Corinto se ayudaban mutuamente (2 Corintios 1:11, 24).
Un amigo misionero me contó sobre la liberación milagrosa de su hija de lo que se había diagnosticado como una enfermedad mortal. Precisamente cuando la niña estaba tan enferma, varios amigos en los Estados Unidos de Norteamérica estaban orando por la familia; y Dios contestó las oraciones y sanó a la niña. La más grande ayuda que podemos dar a los siervos de Dios es cooperar a favor de ellos en la oración.
La palabra sunupourgeo que se traduce “cooperando también vosotros”, se usa solo aquí en el Nuevo Testamento en griego, y está compuesta de tres palabras: con, bajo y obrar. Es un cuadro de un grupo de obreros bajo la carga, trabajando conjuntamente para realizar el trabajo. Es alentador saber que el Espíritu Santo también nos ayuda en nuestras oraciones y nos ayuda a llevar la carga (Romanos 8:26).
Dios cumple sus propósitos en las pruebas de la vida; si nos rendimos a él, confiamos en él, y obedecemos lo que nos dice que hagamos. Las dificultades pueden aumentar nuestra fe y fortalecer nuestra vida de oración. Las dificultades pueden acercarnos a otros creyentes según ellos sobrellevan con nosotros las cargas. Las dificultades pueden ser usadas para glorificar a Dios. De modo que, cuando te encuentres en las pruebas de la vida, recuerda lo que Dios es para ti y lo que Dios hace por ti.


  Recuerda lo que Dios hace por medio de ti (2 Corintios 1:4b–7)

En tiempos de sufrimiento la mayoría de nosotros nos inclinamos a pensar sólo en nosotros mismos y olvidarnos de los demás. Nos convertimos en cisternas en lugar de ser fuentes. Sin embargo, una de las razones para las pruebas es que tú y yo podamos aprender a ser fuentes de bendición para consolar y animar a otros. Debido a que Dios nos ha animado, nosotros podemos animar a los demás.
Uno de mis predicadores favoritos era el Dr. Jorge W. Truett, que pastoreó la Primera Iglesia Bautista de Dallas, Texas por casi cincuenta años. En uno de sus sermones cuenta de una pareja de personas inconversas cuyo bebé murió súbitamente. El Dr. Truett ofició en el funeral y más tarde tuvo el gozo de verlos a ambos confiar en Cristo.
Muchos meses más tarde una madre joven perdió su bebé; y de nuevo el Dr. Truett fue llamado para consolarla. Pero nada de lo que él decía parecía servir. En el culto del funeral, la madre recién convertida se acercó a la joven y le dijo: “Yo atravesé por esto, y sé por lo que estás pasando. Dios me llamó, y a través de las tinieblas vine a él. ¡Él me ha confortado a mí, y él te confortará!”
Él Dr. Truett dijo: “La primera madre hizo más por la segunda madre de lo que yo pudiera haber hecho tal vez en días y meses, por cuanto la primera madre había recorrido ella misma el camino del sufrimiento”.
Sin embargo, Pablo dijo claramente que no necesitamos experimentar las mismas pruebas para poder dar el consuelo divino. Si hemos experimentado el consuelo de Dios, entonces podemos “también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación” (2 Corintios 1:4b). Por supuesto, si hemos experimentado tribulaciones similares, éstas pueden ayudarnos a identificarnos mejor con otros y a saber mejor cómo se sienten; pero nuestras experiencias no pueden alterar el consuelo de Dios. Esta sigue siendo suficiente y eficaz sin que importe cuáles hayan sido nuestras experiencias.
Más adelante, en 2 Corintios 12, Pablo nos da un ejemplo de este principio. Padecía de un dolor descrito como “un aguijón en la carne”, tal vez alguna clase de sufrimiento físico que le fastidiaba constantemente. No sabemos qué era este “aguijón en la carne”, ni necesitamos saberlo. Lo que sí sabemos es que Pablo experimentó la gracia de Dios y entonces compartió ese estímulo con nosotros. Sin que importe cuál sea tu prueba, “Bástate mi gracia” (2 Corintios 12:9) es una promesa de la que puedes apropiarte. No tendríamos esa promesa si Pablo no hubiera sufrido.
El tema del sufrimiento humano no es fácil de entender, porque hay misterios en la obra de Dios que jamás captaremos sino hasta que estemos en el cielo. Algunas veces sufrimos debido a nuestro propio pecado y rebelión, como sucedía a Jonás. Algunas veces el sufrimiento nos guarda de pecar, como en el caso de Pablo (2 Corintios 12:7). El sufrimiento puede perfeccionar nuestro carácter (Romanos 5:1–5) y ayudarnos a participar del carácter de Dios (Hebreos 12:1–11).
Pero el sufrimiento también puede ayudarnos a ministrar a otros. En cada iglesia hay creyentes maduros que han sufrido y experimentado la gracia de Dios, y ellos son los grandes consoladores en la congregación. Pablo experimentó problemas, no como castigo por algo que había hecho, sino como preparación para algo que todavía tenía por hacer: ministrar a otros en necesidad. Simplemente piensa en las pruebas que el rey David tuvo que atravesar para darnos el gran estímulo que hallamos en los Salmos.
Segunda de Corintios 1:7 aclara que siempre hubo la posibilidad de que la situación pudiera invertirse: que los creyentes corintios pasaran por pruebas para poder animar a otros. Dios algunas veces permite que una familia de la iglesia experimente pruebas especiales para que pueda él otorgarles a ellos gracia especial en abundancia.
El ánimo misericordioso de Dios nos ayuda si aprendemos a soportar. El soportar con paciencia es una evidencia de fe. Si nos amargamos o criticamos a Dios, si nos rebelamos en lugar de someternos, entonces nuestras pruebas obran en contra nuestro en lugar de a favor nuestro. La capacidad para soportar pacientemente las dificultades, sin darnos por vencidos, es un rasgo de madurez espiritual (Hebreos 12:1–7).
Dios tiene que obrar en nosotros antes de poder obrar por medio de nosotros. Es mucho más fácil crecer en el conocimiento que crecer en la gracia (2 Pedro 3:18). Aprender la verdad de Dios y retenerla en nuestra cabeza es una cosa, pero vivir la verdad de Dios y hacerla parte de nuestro carácter es algo completamente diferente. Dios hizo que el joven José atravesara trece años de tribulación antes de hacerlo el segundo al mando en Egipto, ¡y qué gran hombre llegó a ser José! Dios siempre nos equipa para lo que él está preparando para nosotros, y una parte de esa preparación es el sufrimiento.
Visto desde esta perspectiva, 2 Corintios 1:5 es muy importante: ¡incluso nuestro Señor Jesucristo tuvo que sufrir! Cuando sufrimos en la voluntad de Dios, somos partícipes de los sufrimientos del Salvador. Esto no se refiere a sus sufrimientos vicarios en la cruz, por cuanto sólo él pudo morir por nosotros como el sustituto sin pecado (1 Pedro 2:21–25). Pablo se estaba refiriendo aquí a “la participación de sus padecimientos” (Filipenses 3:10), las pruebas que soportamos debido a que, como Cristo, somos fieles en hacer la voluntad del Padre. Esto es sufrir “por causa de la justicia” (Mateo 5:10–12).
Pero conforme aumenta el sufrimiento también aumenta la provisión de la gracia de Dios. La palabra abunda sugiere la figura de un río desbordándose. “Pero él da mayor gracia” (Santiago 4:6). Este es un importante principio que hay que captar: Dios tiene amplia gracia para todas tus necesidades, pero él no la otorgará por anticipado. Venimos por fe al trono de la gracia “para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:16). La palabra griega significa ayuda cuando la necesitas, ayuda oportuna.
Por ejemplo: leí acerca de un creyente devoto que había sido arrestado por su fe, y sentenciado a morir en la hoguera. La noche antes de su ejecución se preguntaba si tendría suficiente valor para convertirse en una antorcha humana; de modo que probó su valor poniendo su dedo encima de la llama de una vela. Por supuesto, se quemó y retiró la mano por el dolor. Estaba seguro de que jamás sería capaz de enfrentar el martirio sin claudicar. Pero al día siguiente, cuando sufría la hoguera Dios le dio la gracia que necesitaba, y tuvo un testimonio gozoso y triunfante ante sus enemigos.
Ahora podemos entender mejor 2 Corintios 1:9; porque si pudiéramos almacenar la gracia de Dios para usarla en emergencias, nos inclinaríamos a confiar en nosotros mismos, y no en “el Dios de toda gracia” (1 Pedro 5:10). Todos los recursos que Dios nos da pueden guardarse para uso futuro: dinero, alimento, conocimiento y otros, pero la gracia de Dios no puede almacenarse.
Más bien, conforme experimentamos la gracia de Dios en nuestras vidas diarias, ésta se la invierte en nuestras vidas como carácter piadoso (Romanos 5:1–5). Esta inversión paga dividendos cuando nuevos problemas se cruzan en nuestro camino, por cuanto el carácter piadoso nos capacita para soportar la tribulación para la gloria de Dios.
Hay compañerismo en el sufrimiento: puede acercarnos más a Cristo y a su pueblo. Pero si empezamos a revolcarnos en la autocompasión, el sufrimiento creará aislamiento en lugar de participación. Construiremos barreras y no puentes.
Lo importante es fijar nuestra atención en Dios y no en nosotros mismos. Recuerda lo que Dios es para ti: el “Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación” (2 Corintios 1:3). Recuerda lo que Dios hace por ti: él está contigo en medio de tus pruebas y hace que resulten para tu bien, y para su gloria. Finalmente, recuerda lo que Dios hace por medio de ti: y permítele que te use para animar a otros.

 
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