martes, 17 de marzo de 2015

Los protestantes han tenido temor de elogiar y estimar a María en todo lo que ella vale

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
 
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«¡SALVE MARÍA!», NO «¡AVE MARÍA!»
(Lucas 1:28)

 

Esta es la verdadera posición de María según está declarada y presentada por el ángel Gabriel. Este ángel había sido enviado del Cielo y había recibido instrucciones de Dios con respecto a lo que debía decir cuando llegara a saludar a María. Cuando Gabriel estuvo ante ella y la saludó, no le rindió adoración ni oró a ella: llegó a anunciarle un acontecimiento maravilloso, y la saludó de manera conveniente para los dos. Los católicos romanos han cambiado esta simple salutación en «Ave María», un término que denota adoración y trasmite una súplica. 

Ellos usan esta salutación al acercarse a ella: «María, te adoramos; oramos a ti». Aunque bien podemos suponer que la salutación del ángel fue hecha con una extraña y afable dignidad, como convenía a aquel que estaba en la presencia de Dios, para traer un mensaje a la mujer a quien Dios había escogido para ser la madre de Jesús, no da ni siquiera ningún indicio de que el ángel la haya adorado o le haya hecho una petición para recibir algún favor de ella. 

Se nos dice que «todos los ángeles de Dios adoraron» al Cristo resucitado; pero en ninguna parte en las Escrituras se nos dice que ellos alguna vez le hayan ofrecido adoración o suplicación a ningún mortal, ya sea hombre o mujer. El significado de la palabra «Salve» («chairoo») es gozo. En la forma imperativa en que se usa aquí, significa «gozo a ti». No es una oración, sino una salutación gozosa que tiene en sí la sugestión de las buenas nuevas o de un deseo de gozo para aquel que recibe la salutación. Era una comunicación que producía gozo a María, y no una solicitud de favor de parte de ella. El reverendo Hall con referencia a esta salutación dice de manera instructiva:

«El ángel saluda a la virgen; no ora a ella como si fuera una diosa. Para nosotros el saludarla como el ángel lo hizo sería una crasa presunción; porque nosotros no somos como era ella, ni ella es ahora como era entonces. Si aquel que era un espíritu saludó a aquella que era carne y sangre aquí en la tierra, nosotros, que somos carne y sangre, no tenemos que saludar a aquella que es un espíritu que está en el Cielo. Si nosotros oráramos a María con la salutación del ángel, cometeríamos un insulto para la virgen, para el ángel y para la salutación».

1. No para adoración: en ninguna de las referencias que se hacen a María en el Nuevo Testamento, hay algún pensamiento que exalte a María para convertirla en un objeto de adoración. Parecería que, previendo este movimiento del espíritu del anticristo, nuestro Señor ha hablado especialmente a ella y de ella en tal forma que muestre que aunque altamente honrada y grandemente amada como era con respecto a su relación con Dios y el hombre, ella no era más que cualquiera otra mujer salvada por la gracia, aunque escogida para el alto honor de ser la madre de Cristo. En el canto que elevó María en su visita a Elisabet aparece como una devota y humilde adoradora, no como la «Reina del Cielo» demandando adoración de parte de los demás. Reconoce que ha sido grandemente exaltada, pero no a un lugar de adoración.

a) María, el instrumento humano de Dios para la entrada de Jesús en la humanidad, ha sido víctima de las circunstancias que han obscurecido su carácter verdadero. La ignorancia, el prejuicio, la falta de conocimiento han jugado una parte en la obstrucción de la verdad. El odio hacia Jesús desató las más tremendas calumnias contra María; en el Talmud ha sido llamada la amante de Panthera, un soldado romano, y en el mismo libro a Jesús se le llama bastardo. 

Éste es el concepto más bajo que se ha tenido de María; pero no es difícil que algunas lenguas sueltas de Nazaret hicieran que ella sintiera la fuerza de esta calumnia cruel. Al principio José aparentemente tuvo este concepto de su prometida, cuando supo de su condición, «no queriendo exponerla a la ignominia pública, se propuso dejarla secretamente». como tenía derecho a hacerlo. El pensó en estas cosas como necesarias, como cualquier hombre recto y justo lo habría hecho.

b) Evidentemente, María no le había dicho a José como había llegado a estar en esta condición. Pero, aun así, ¿habría él creído si ella se lo hubiera dicho? No es difícil ver la perplejidad mental y la tensión que se posesionaron de José instantáneamente al descubrir que María, como el pensó, le había sido infiel. «José, hijo de David, no tengas recelo de recibir a María tu mujer; porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Y dará a luz un Hijo; y le llamarás Jesús; porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt. 1:19–21). De esta manera el ángel le habló a José, quien necesitaba mucho estas palabras de aliento. El relato de Mateo muestra que José cambió de opinión con respecto a María después del mensaje del ángel del Señor, cuando él creyó plenamente la palabra del ángel. Entonces tomó a su mujer, se casó con ella antes del nacimiento de Jesús. 

De esta manera Mateo niega la calumnia judía en cuanto a María, y declara el nacimiento virginal de Jesús. José no tuvo más dudas en cuanto a la pureza y la rectitud de María. Por tanto este es el primer problema acerca del cual debemos decidir, a saber: la rectitud del caracter de María.

c) La historia de Lucas referente al nacimiento de Jesús difiere grandemente en los pormenores de aquella que relata Mateo; pero está de acuerdo claramente en un punto referente al nacimiento virginal de Jesús y a la pureza consecuente del carácter de María. Aun más tarde, en el evangelio de Juan parece que tenemos un reflejo de la sospecha popular respecto del nacimiento de Jesús. En la fiesta de los tabernáculos los fariseos preguntaron burlonamente: «¿Dónde está tu padre? «(Jn. 8:19). Como si creyeran y aceptaran la idea común de que Jesús era el hijo de José. De modo que en Jn. 8:41 ellos le espetan a Jesús las siguientes palabras: «Nosotros no somos hijos de fornicación», como queriendo decir que Jesús si era. Esta mancha podría referirse a la historia relatada en el Talmud o a la idea de que Jesús había sido engendrado por José antes de su matrimonio con María.

2. La Experiencia que María tenía de Dios: no es frecuente el caso de que todo un sistema de religión esté basado en una palabra; pero, en este caso, la palabra es «María». María era judía, había adorado al distante Jehová en un templo; pero en este conocimiento ella no encontró consuelo, y en sus días de meditación no conoció a un Dios cercano ni amigable. Lucas relata la historia más completa de cómo María llegó a estar en posesión de Jesús. Lucas, con delicadeza y gracia, relata la historia de la entrevista del ángel Gabriel con María. Ella sabía, como lo sabían todas las doncellas judías, que un día el Mesías de la promesa alegraría el corazón de la madre escogida para esta elevada misión. Pero ella no se había apropiado este honor. La salutación del ángel fue tan extraña que María se quedó perpleja. 

El ángel la llamó «muy favorecida». Entonces el ángel, dándose cuenta de que María estaba perpleja, levantó el velo de ansiedad, diciéndole: «¡No temas, María, porque has hallado favor con Dios! Y he aquí concebirás en tu seno, y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. El será grande, y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de su padre David: Y reinará sobre la casa de Jacob eternamente; y de su Reino no habrá fin» (Lc. 1:30–33). 

Cuando el ángel la llamo por su propio nombre, «María», desde ese momento, ¿podría alguien hacerla creer que Dios era menos real, que estaba menos interesado en ella que un padre humano? Ella comprendió que Dios no es un gran creador interesado únicamente en el cumplimiento de las leyes inexorables; tampoco es una cosa vaga, como una envoltura de aire que cubre al mundo, como una substancia impersonal que impregna el espacio. María comprendió que Dios es un Dios personal, y que personalmente está interesado en los individuos a quien él ha creado. Ella, entonces y allí supo que Dios, llamándola «María», es un Dios que busca a los individuos y «los llama por nombre».

3. Fabricando un error: ¡Ay! La adoración a María es una invención humana y su ímpetu está en el anhelo humano por la maternidad. Reconocemos que si hay un mensaje, por sobre todos los demás, que la fiesta de la Anunciación tiene para la generación presente, es la distinción preeminente y la inefable santidad de la maternidad. Reconocemos que si Dios, el Creador y Sustentador de este vasto universo, despojándose de las circunstancias externas de su majestad, mediante la concepción de una mujer entró en nuestra raza para salvarnos y voluntariamente fue «contado entre los malhechores», entonces la importancia y las consecuencias de la maternidad son incalculables, son divinas. Cómo la adoración a la virgen—como la «madre de Dios», la cual es ahora el principal objeto de la devoción católica romana—ha venido a ocupar tan completamente a los feligreses de esa antigua iglesia es una ilustración de la sutil e insidiosa penetración de la tentación y de lo profundo del error en que caen los hombres que se aventuran a dejarse guiar por su propia voluntad y no se cuidan de entregarse por completo a la dirección de la voluntad de Dios …

a) La Iglesia Católica Romana sostiene que hay dos fuentes de revelación, las Sagradas Escrituras y la voz de la Iglesia, la cual es un consenso de opinión unificada y confirmada por el vocero autorizado de la iglesia, el papa reinante. Pero, sabemos que estas dos fuentes de revelación son la expresión de la misma mente, y que nunca pueden tener variación; y en lo concerniente al canon de la Escritura, está cerrado, concluido, y todos los cristianos declaran que la Biblia es la verdadera expresión de la voluntad de Dios; por lo tanto, cuando los hombres enseñan lo que no puede ser probado por la Sagrada Escritura, la inferencia natural es que tal enseñanza es errónea. La doctrina de la Biblia es fija e inalterable; por lo que es muy concebible que la opinión de la mayoría, aun de los cristianos vivientes, pueda estar tan equivocada y bajo la influencia de ideas humanas como para alejarse de la verdad. Que esto ha ocurrido en realidad en la tan difundida adoración a la bendita virgen es algo que se puede observar.

b) Se puede observar que desde el segundo siglo se presenta a Eva convertida en un tipo de la virgen; que el pecado vino por quien no hizo caso de la palabra de Dios, y la bendición vino por quien sí hizo caso de ella, Descubrimos también los síntomas de la «mariolatría» en el texto de la narración de la caída. La Vulgata Latina, es la única versión autorizada y recibida por la Iglesia Católica Romana. En dicha versión la promesa de Dios, de que nuestro Redentor aplastaría bajo su pie a nuestro adversario el diablo, y nos libraría de la esclavitud del pecado, está traducida como si se refiriera a la bendita virgen. Aunque el verbo hebreo es masculino y los traductores de la Versión de los Setenta así tradujeron al idioma griego la promesa, sin embargo la deliberadamente alterada traducción ha recibido la sanción del papa, y en las ediciones que existen de las Biblias católicas, el versículo dice: «Pondré enemistad entre ti y la mujer y entre tu simiente y la simiente suya, ella herirá (aplastará) tu cabeza y tú herirás (estarás acechando) su talón»; lo que ellos declaran es una profecía de la exaltación de la virgen.

c) Por un proceso muy quisquilloso, que es característico de los teólogos romanos, se definen tres clases de adoración: «dulía, hiperdulía, y latría».
—Dulía es la adoración rendida a los santos y a los ángeles.
—«Hiperdulía», una palabra acuñada por Tomás de Aquino, es ofrecida a la virgen.
—Mientras que «latría», que significa adoración a Dios, servicio divino, está reservada para Dios mismo.
Ahora, aunque las diferencias de estas tres fases de la adoración estén claras posiblemente para los teólogos eruditos, en la mente popular no hay tal discriminación. Y lo que es notable es que allí no hay ningún intento de advertir a la gente del peligro de cometer el pecado de idolatría. Esto no es parte de la confesión, a ningún penitente se le pregunta jamás sobre este punto, y a nadie jamás se le ha impuesto penitencia por ofrecer divinos honores a una criatura o a objetos creados. Es algo lamentable ver a los millones de seguidores de esa antigua iglesia, que sin ninguna restricción ni advertencia de sus directores espirituales como los atenienses de antaño están «completamente dados a la idolatría». La misma palabra mariolatría expresa lo que sucede en la práctica, pero esta es la costumbre católica, derivada de María y «latría», así la adoración rendida a Dios es también la adoración rendida a María.

4. Opacando a Dios: lejos esté de nosotros ridiculizar a los miembros de una gran comunidad religiosa citando las monstruosas leyendas, increíbles visiones tenidas por la virgen María, aserciones extraordinarias atribuidas literalmente a veintenas de santos, las cuales abundan en la literatura católica romana, y ciertamente de las cuales está compuesta …

a) Quizás ya se ha dicho lo suficiente—y no he dicho nada de las visiones de la virgen, del «ángelus», de los escapularios, de las iglesias, de los altares del mes de mayo, de las peregrinaciones, de las cofradías, de los inacabables atavíos de la mariolatría—para demostrar que el ritual de la Iglesia Católica Romana da el mismo honor y la misma adoración, y aún más a la virgen que el que se rinde al Salvador. Ciertamente en el sistema romano a María se le ha dado el lugar del Espíritu Santo, cuya bendita presencia ha sido completamente eclipsada por la exaltación humana de la madre de nuestro Señor. Seguramente el Espíritu Santo sabía que Satán extraviaría tanto a los hombres, que él mismo hizo que los santos hombres escribieran las Sagradas Escrituras de tal manera que apenas si mencionan a la virgen María.

b) Solamente una vez se alude a María en los Hechos de los Apóstoles, y después nunca más se vuelve a encontrar su nombre en el Nuevo Testamento. Pablo nunca la menciona, y parece que nunca la vio. El Señor no sólo se abstuvo de asignarle a ella cualquier participación en la obra de él, sino que cuando ella se aventuró a sugerirle que no había vino. en las bodas, la respuesta de él ciertamente tiene una pequeña parte de reprensión: «¿Qué tengo yo contigo, mujer? Mi hora no es venida». Y más tarde en su ministerio, cuando las multitudes se apeñuscaban para escucharlo y verlo, sabiendo que su madre y sus hermanos estaban ansiosos de llegar a él, él evidentemente no los atendió, sino que declaró que aquellos que escuchan la palabra de Dios eran para él como sus parientes más cercanos.

c) Los sacerdotes católicos romanos y sus adherentes dicen que no rinden adoración divina a María, sin embargo le atribuyen omnipresencia y omnisciencia, porque esperan que oiga y atienda los millares de peticiones que se elevan hacia ella de todas partes al mismo tiempo, cuando no tenemos evidencia ni siquiera una sugestión de que ella, o los santos puedan escuchar cualquier voz de nosotros.

d) Aunque debemos protestar con todo nuestro poder contra esta adoración anticristiana de María, no es necesario rebajarla de ninguna manera del elevado y santo lugar que ella siempre debe tener en el afecto y en el respeto de los creyentes de todos los siglos. María siempre será para nosotros la más dulce entre las mujeres, la más santa entre las madres el tipo más perfecto de la maternidad y de la feminidad, y un ejemplo de fe humilde y obediente, y de dulce humildad y gracia. Es verdad María fue altamente favorecida, pero ese favor también comprendió gran aflicción y sufrimiento, porque una espada atravesaría su corazón. 

Sin embargo, Dios no llama al sufrimiento y a la responsabilidad sin otorgar bendiciones compensadoras. Ella era la más humilde entre las mujeres, y por razón de su alto destino llegó a ser la más grande entre todas ellas. «Todas las generaciones», dijo ella en su canto «me llamarán bienaventurada». Ahora los romanistas han cambiado esto para hacer aparecer como que Dios, en aquel momento y en aquel lugar la deificó sobre todas las mujeres; cuando más bien esto fue una sencilla declaración de que entre las mujeres ninguna había sido considerada digna de tener un honor tan elevado. Débora dijo con respecto a Jael: «Sobre las mujeres bendita sea en la tienda» (Jue. 5:24). María es bendita entre todas ellas, escogida y altamente favorecida; pero no elevada por sobre ellas como un objeto de adoración. Su bienaventuranza consistió en que se le permitiera concebir en su cuerpo al Dios hecho carne, y por causa de él, y en la santificación que vino a ella por medio de este favor, poner delante de nosotros en su propia persona y en su carácter el primero, el más elevado y dulce ejemplo de feminidad y maternidad: un tipo de santidad que ha honrado a todas las mujeres en todos los tiempos.

CONCLUSIÓN: 
Si los católicos romanos dan tanta importancia a María y le dan también un lugar exaltado, los protestantes que le dan un lugar demasiado bajo, la han descuidado. Los protestantes han tenido temor de elogiar y estimar a María en todo lo que ella vale, por temor de ser acusados de inclinarse demasiado en simpatía con los católicos. 

De aquí que ha resultado que la más noble de todas las madres es todavía la más mal entendida de todas las madres y de todas las mujeres. Por una parte, ella es objeto de todo descuido, y por la otra es objeto de una adoración inmerecida que honra su memoria en frías estatuas. En estos tiempos. cuando incontables millones adoran a María como si fuese Dios, que los protestantes se opongan a la mariolatría y prediquen de manera enérgica, como nunca antes, la realidad evangélica de que el Hijo que María concibió es el verdadero Hijo de Dios, el único Salvador del género humano.
 
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