Dios nos ha dado dones y capacidades para usarlas en su servicio.
Dios siempre nos equipa para hacer lo que él nos llama a hacer.
Si usted no es talentoso en cierta área, probablemente Dios no lo ha
llamado a ministrar en esa área. (vea Romanos 12:6-8, 1 Corintios12:1-11
y Efesios 4:11-13 para listas de dones espirituales y una discusión de
ellos).
Recuerde que el propósito definitivo de Dios para todos
nosotros es que Él sea glorificado (1 Corintios 10:31) y que el
evangelio y el reino de Dios se expanda (Génesis 50:20 y Filipenses
1:12).
Nuestra vida consiste en una serie de decisiones.
Aunque algunas son de poca importancia, otras tienen gran significado y
traen consecuencias de largo alcance. En cierto momento, cada uno de
nosotros define su postura con respecto a tres asuntos fundamentales.
Primero, decidimos el papel que Dios y la religión tendrán en nuestra
vida. Segundo, escogemos la carrera o profesión con que nos ganaremos el
sustento diario. Tercero, resolvemos si nos casaremos o no y quién será
la persona con quien formaremos un hogar.
A medida que avanzamos en la vida, seguimos
haciendo decisiones. ¿Dónde estudiaremos y qué título obtendremos? Al
completar los estudios, ¿buscaremos empleo o trabajaremos de manera
independiente? ¿En qué localidad nos radicaremos? ¿De qué manera
emplearemos nuestras ganancias? Si nos casamos, ¿tendremos hijos o no?
¿Y cuántos?
A través de los siglos, los seres humanos han
utilizado diversos métodos para tomar decisiones. Algunos buscan el
consejo de amigos de experiencia o consejeros de confianza. Otros abren
la Biblia al azar para encontrar un pasaje orientador o consultan a
adivinos.
Como cristianos, queremos hacer la voluntad
de Dios cada vez que nos encontramos frente a decisiones significativas.
Cuando hablamos con el Señor en oración, a menudo repetimos las
palabras del Padrenuestro, que incluye esta petición: “Hágase tu
voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10). ¿Qué
nos enseña la Biblia acerca de la voluntad de Dios?
El significado de la palabra voluntad
La palabra “voluntad” tiene tres significados básicos, que se aplican tanto a Dios como a los seres humanos.
Voluntad: la capacidad y el poder de elegir.
Dios posee la capacidad de decidir y la ha ejercido siempre. En cierto
momento decidió crear el universo y poblarlo con seres inteligentes.
También escogió ordenar este planeta y crear a Adán y a Eva para vivir
en él. Más tarde eligió a Abraham y a sus descendientes para que fueran
su pueblo especial. Asimismo decidió venir a este mundo como ser humano
en la persona de Jesucristo para rescatarnos del pecado mediante su
muerte y resurrección.
Dios nos creó con la capacidad de tomar
decisiones, lo que constituye una parte importante de haber sido
formados “a imagen de Dios”. De ahí que podemos elegir obedecerle o
desobedecerle con consecuencias previsibles. (Ver Deuteronomio 30:15,
19, 20; Apocalipsis 3:20.) Dios respeta y protege nuestra libertad
individual de escoger. Él anhela que, al tomar decisiones, elijamos bien
y de esa manera desarrollemos nuestro carácter.
Voluntad: el deseo de realizar algo o de alcanzar un objetivo.
Dios, cuyo carácter es perfecto amor y perfecta justicia, siempre desea
lo bueno para sus criaturas (Jeremías 29:11) y nunca se siente
inclinado hacia el mal (Santiago 1:13). Él desea, por ejemplo, que todos
los seres humanos alcancemos la vida eterna (1 Timoteo 2:3, 4) y que
crezcamos espiritualmente (Colosenses 1:9, 10).
Los seres humanos también sentimos el deseo
de realizar algo o de alcanzar un objetivo en la vida. Con frecuencia,
por causa del pecado que nos afecta, elegimos actuar de manera egoísta y
perjudicial. El apóstol Pablo era consciente de su inclinación al mal:
“No hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago” (Romanos 7:15,
20).
Voluntad: propósito firme, determinación o plan. Pablo
se refiere al plan de Dios, quien “hace todas las cosas según el
designio de su voluntad” (Efesios1:11). Su plan de salvación, por
ejemplo, fue diseñado antes de la creación del mundo (1 Pedro 1:18-20).
Cristo vino a este planeta en el momento preciso en la historia de la
redención (Gálatas 4:4, 5). Dios conoce el día y la hora en que Cristo
regresará en gloria a este mundo (Mateo 24:26, 27). También ha escogido
el día en que juzgará a los seres humanos de todos los tiempos (Hechos
17:31). En algunos casos, Dios ha revelado aspectos importantes de su
gran plan mediante profecías cuyo cumplimiento es preciso. Y en el
capítulo 2 del libro de Daniel, por ejemplo, encontramos una secuencia
de los poderes que han venido dominando al mundo desde el imperio
babilónico hasta el fin de la historia. Y en el libro de Apocalipsis
capítulos 2 y 3 se bosquejan las principales etapas de la historia del
cristianismo.
Uno de los temas más interesantes para los
cristianos es reflexionar sobre cómo Dios llevará a cabo su plan de
acuerdo con su voluntad soberana, mientras permite que cada ser humano
ejerza su libre albedrío. Esto inspiró al apóstol Pablo a exclamar: “¡Oh
profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios!
¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!”
(Romanos 11:33).
¿Por qué es importante?
Algún lector podrá preguntarse por qué es importante conocer la voluntad de Dios para nuestra vida.
Debemos reconocer que en nuestra condición
natural no nos interesa ni nos importa conocer la voluntad de Dios. Y
aunque supiéramos lo que él anhela para nosotros, tenderíamos a rechazar
o a oponernos a sus mejores deseos. Por naturaleza, estamos en rebelión
contra él. Sin embargo, Dios anhela que cambiemos nuestra actitud.
Quiere ser nuestro Salvador y nuestro Amigo. Desea que le conozcamos,
amemos y obedezcamos, para que nos vaya bien en la vida. Por eso el
Espíritu Santo habla constantemente a nuestra conciencia. Nos invita:
“Dame, hijo mío, tu corazón y miren tus ojos por mis caminos”
(Proverbios 23:26). Quiere guiar nuestras decisiones para nuestro bien
(Salmo 32:8, 9). El apóstol Pablo nos anima a volvernos especialistas en
conocer la voluntad de Dios (Efesios 5:16, 17). Si la obedecemos, nos
asegura que pasaremos la eternidad en su compañía (Mateo 7:21; 1 Juan
2:17).
Por eso Satanás procura que permanezcamos
separados de Dios y en rebelión contra él. Y aunque hayamos decidido
obedecer a Dios, Satanás sigue intentando que le desobedezcamos. Este
proceso de prueba se conoce con el nombre de tentación y es
permitido por Dios. Cada día de nuestra vida se libra en nuestra
conciencia este drama de consecuencias eternas.
Mediante el Espíritu
Santo, Dios nos invita a que alineemos nuestra voluntad con la suya,
mientras Satanás trata de convencernos de que Dios no nos ama y no
quiere que disfrutemos de la vida. Sin embargo, cuanto más tiempo
obedecemos a Dios, tanto más se debilitan las tentaciones, porque Dios
fortalece nuestra capacidad de elegir lo bueno.
Cuando entendemos la guerra mortal en que
estamos involucrados, también llegamos a comprender por qué Dios está
tan interesado en nuestra salud física y mental. El desea que nada
afecte nuestra capacidad de elegir consciente y libremente entre
obedecerle o desobedecerle. Por eso nos aconseja que mantengamos el
cuerpo libre de sustancias que disminuyen nuestra capacidad de razonar y
que conservemos nuestra mente libre de las influencias negativas que
nos llegan a través de lo que leemos, miramos u oímos. Nada debe impedir
que escuchemos con claridad la voz de Dios en nuestra conciencia.
¿Cuáles son las condiciones?
Dios ha establecido tres condiciones básicas para conocer su voluntad para nuestra vida.
Confianza en que Dios existe, que es bueno y justo, y que desea lo mejor para nosotros (Hebreos 11:6).
Obediencia: Decidir obedecer a Dios
en todo aquello en que ya haya revelado su voluntad para nosotros. Esto
requiere desterrar de nuestra vida todo pecado conocido. Dice el
salmista: “Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor
no me habría escuchado” (Salmo 66:18). Por otra parte, “si pedimos
alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye” (1 Juan 5:14).
Sumisión: Estar dispuestos a
obedecer lo que Dios nos revele de su voluntad. Esto requiere una
actitud especial, porque nuestra tendencia natural es decirle al Señor:
“Muéstrame tu voluntad y después déjame que decida si la voy a obedecer o
no”. Se cuenta que un joven elevó a Dios una oración parecida: “Señor,
quiero servirte como misionero. Estoy listo a ir a cualquier parte que
tú me envíes, con tal que el sueldo sea bueno y el clima agradable”.
Esta actitud tragicómica se basa en dos falacias: Creer que sabemos
mejor que Dios lo que nos conviene y pensar que él no desea nuestra
felicidad ni nuestra salvación eterna.
¿Cuáles son los siguientes pasos?
Existen cinco factores que nos ayudan a conocer la voluntad de Dios y aplicarla a nuestra vida. Vamos a repasarlos.
1. La Biblia: En este libro inspirado Dios comunica su voluntad para todos los seres humanos de todos los tiempos.
La Biblia nos provee instrucción específica sobre la voluntad de Dios.
También encontramos en ella ejemplos sobre las bendiciones de la
obediencia y los tristes resultados de la desobediencia. Por eso nos
conviene estudiarla cada día, individualmente y en grupos. Ella contiene
enseñanzas sobre la salvación, la familia, el trabajo, las finanzas,
los hábitos de vida y muchos otros temas importantes.
Pablo dice que en las Escrituras podemos
hallar todo lo necesario para vivir una vida digna y alcanzar la vida
eterna (2 Timoteo 3:15-17). Los cristianos encontramos en los Diez
Mandamientos (Éxodo 20:3-17) los grandes principios morales que definen
nuestra relación con Dios y con nuestros semejantes (Lucas 10:27).
Cuando aceptamos a Jesucristo como Salvador y Amigo, orientamos nuestra
existencia en base a esos principios como una expresión de nuestro amor
hacia él (Juan 14:15). Jesús no sólo presentó un modelo perfecto de cómo
se viven esos principios, sino que también explicó sus implicaciones
para la vida real (ver Mateo capítulos 5 al 7).
2. El Espíritu Santo: Dios se comunica con nosotros mediante el Espíritu Santo hablando a nuestra conciencia.
El Espíritu Santo es Dios mismo apelando a nuestra voluntad (Isaías
30:21). Sin embargo, la conciencia no es siempre ni necesariamente la
voz de Dios, porque puede estar deformada o cauterizada. Aunque el
Espíritu Santo venía actuando en el mundo desde la Creación, cuando
Cristo completó su ministerio en esta Tierra y ascendió al cielo, nos
dejó el Espíritu Santo para cumplir una misión especial (Hechos 1:8).
Hay momentos cuando escuchamos la voz del
Espíritu de Dios con más claridad. Esto sucede cuando oramos y
permanecemos silenciosos aguardando la respuesta de Dios. También ocurre
cuando estudiamos un pasaje de la Biblia, meditamos sobre su
significado y le pedimos al Espíritu Santo que nos enseñe a aplicarlo a
la vida. Además, podemos sentir las impresiones de Dios cuando
participamos con otros cristianos en la adoración, el canto
congregacional, la oración pública y cuando escuchamos la exposición de
la Palabra de Dios con poder.
Es el Espíritu Santo quien nos hace entender
las verdades espirituales (Juan 16:13) y nos capacita para hacer lo que
Dios desea (Filipenses 2:13; Hebreos 13:20, 21. El Espíritu también
estimula nuestro pensamiento para imaginarnos el gozo que
experimentaremos cuando hagamos la voluntad de Dios (Salmo 37:3-6).
3. Los eventos de la vida: Dios nos ayuda a discernir su voluntad al interpretar con sabiduría lo que nos acontece.
Cuando tomamos una decisión que nos parece correcta y avanzamos en
cierta dirección, Dios con frecuencia abre o cierra las puertas de la
oportunidad delante de nosotros. Por ejemplo: Solicitamos admisión en
tres universidades y una de ellas nos acepta y además nos ofrece una
beca. Pedimos trabajo en dos empresas y una de ellas nos invita, con el
sábado libre. Conocemos a alguien, aparentemente por casualidad, y ese
encuentro abre oportunidades inesperadas.
En la Biblia encontramos varios casos en que
Dios utiliza los eventos para llevar adelante su plan. Cuando los
hermanos de José están a punto de matarlo motivados por la envidia, una
caravana de mercaderes pasa cerca de ellos en el momento oportuno y lo
compran como esclavo (Génesis 37:12-28). Años más tarde, cuando José
había llegado a ser el primer ministro del faraón en Egipto, les dice a
sus hermanos que Dios, en su providencia, lo había enviado a esa tierra
extraña para salvarles la vida a ellos y a toda su familia (Génesis
45:7, 8).
Rebeca llega a buscar agua para su rebaño
justamente cuando Eliezer, siervo de Abraham, se acerca al mismo pozo
después de haber orado a Dios para que le ayudara a encontrar una esposa
para Isaac (Génesis 24:12-46).
Dos eventos en la vida de Pablo muestran la
providencia divina en acción. Durante uno de sus viajes misioneros, el
apóstol decide dirigirse a una región de Asia Menor para predicar el
evangelio, pero el Espíritu Santo le impide hacerlo y en cambio lo guía
hacia Europa con ese fin (Hechos 16:6-10). Algún tiempo después Pablo se
propone viajar a Roma para comunicar el cristianismo en la capital del
vasto imperio (Hechos 19:21). Eventualmente llega a Roma a predicar las
buenas nuevas de salvación, pero como prisionero de las autoridades
romanas (Hecho 23:11; Filipenses 1:12, 13).
En cada caso, sin embargo, debemos
interpretar los eventos y las circunstancias asegurándonos de que no
contradicen los principios de la Biblia y que coinciden con la
orientación del Espíritu Santo.
4. Consejeros cristianos: Personas de
experiencia y buen juicio que pueden ayudarnos a aplicar los principios
de la Palabra de Dios a nuestra vida. Cuando estamos frente a una
decisión importante, nos beneficiaremos mucho al escuchar el consejo de
quienes nos conocen bien, como nuestros profesores y mentores
(Proverbios 11:14). Nuestros padres, si son cristianos, también pueden
orientarnos con sabiduría (Proverbios 23:22). De la misma manera, es
valioso el parecer de pastores, capellanes y líderes de confianza.1
(El apóstol Pablo prestó atención al consejo de sus amigos durante los
disturbios en Efeso y de esa manera probablemente salvó su vida. Ver
Hechos 19:30, 31.)
El diálogo con personas de experiencia ofrece
la ventaja de que pueden evaluar nuestra situación con cierta
objetividad. Además, pueden hacernos preguntas que aclaren nuestro
pensamiento y sugerir opciones que no habíamos considerado. Por
supuesto, si ya hemos formado nuestro hogar, debemos conversar con
nuestro cónyuge e incluso con nuestros hijos, evaluando el pro y el
contra, puesto que ellos también serán afectados por la decisión que
tomemos.
5. La reflexión personal: Evaluamos con oración los cuatro factores anteriores y tomamos una decisión.
Ahora que hemos satisfecho las tres condiciones –confianza en Dios,
obediencia a su voluntad y sumisión a lo que él nos indique– integramos
los cuatro factores. Tomamos en cuenta los principios bíblicos, las
impresiones del Espíritu Santo, el sentido de dirección que nos indican
los eventos y el consejo de personas en quienes confiamos. La lista
titulada “Antes de tomar una decisión importante” puede ayudarnos en el
proceso.
Esto es esencial, porque no debemos confiar
demasiado en nuestro juicio, que con frecuencia es parcial y limitado:
“No te apoyes en tu propia prudencia. No seas sabio en tu propia
opinión” (Proverbios 3:5, 7), aconseja Salomón. “Hay camino que parece
derecho al hombre, pero su fin es camino de muerte” (Proverbios 16:25).
Sin embargo, la decisión final debe ser nuestra.
A pesar de haber tomado cuidadosamente estos
cinco pasos, es posible que cometamos errores y hagamos decisiones
incorrectas. Pero Dios es paciente con nosotros (Salmo 103:13, 14).
Debemos pedir perdón, volver atrás y comenzar de nuevo el proceso.
Conclusión
Durante su ministerio, Jesús repitió varias
veces un relato con variaciones. Es la parábola del dueño de una
hacienda que, antes de partir hacia una tierra lejana, llama a su
mayordomo y le pide que se haga cargo de toda su propiedad mientras él
se encuentra ausente. Cuando el dueño regresa le pide al mayordomo un
informe sobre cómo ha desempeñado sus responsabilidades. En otra
versión, Jesús cuenta el relato de un hombre rico que confía su fortuna a
varios de sus empleados y después de un tiempo les pide cuentas.
La esencia de estos relatos es la misma: Dios
nos ha confiado vida, talentos, oportunidades y opciones para la
acción. Nos provee orientación y se alegra cuando tomamos buenas
decisiones. Su promesa es segura: “Este Dios es Dios nuestro eternamente
y para siempre; él nos guiará aun más allá de la muerte” (Salmo 48:14).
Por eso, cuando hacemos frente a una decisión importante y queremos
conocer la voluntad de Dios, podemos orar como David: “Examíname, oh
Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si
hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (Salmo
139:23, 24).
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