Título
EL COMIENZO DE LA IGLESIA EN LA TIERRA
Hechos 1:1–6:7
Hechos 1:1–8
Ya hemos mencionado que Lucas habla de dos libros, haciendo del segundo la continuación del primero. Tuvo a su disposición mucha información para certificar la veracidad de sus afirmaciones. Además, por lo menos tres personas—según nosotros podemos observar—podían serle de mucha ayuda: Marcos, Pedro y Pablo. Éstas son claves, sobre todo en los trayectos de los viajes de Pablo. Además, había muchas otras fuentes de información que estaban disponibles, algunas conocidas y otras ni siquiera insinuadas en el libro, pero que conocían la historia desde sus comienzos (21:16).
Al leer cuidadosamente lo que Lucas quiere explicar a Teófilo nos encontramos de inmediato con las dos etapas del ministerio de Cristo. En el primer tratado habló acerca de lo que Jesús comenzó a hacer y a enseñar. Ahora, le seguirá mostrando lo que realizó como Cristo ascendido y glorificado. Miremos el cuadro que sigue.
ESCRITOS DE LUCAS
El cuadro señala la continuidad del ministerio del Señor Jesucristo tal como lo muestran los dos libros, dándole a la ascensión una posición trascendente. En el Evangelio está el principio y fin de su trabajo en Palestina. En Hechos describe el comienzo y desarrollo de la obra mundial.
Desde el siglo II, y a causa de esto, el título tradicional del libro ha sido “Hechos de los apóstoles”, y en algunos casos “Los hechos de los apóstoles”. Sin embargo, preferimos decirle simplemente “Hechos”, como parece que fue la tendencia en algunos manuscritos antiguos. Debido a la relación que tiene con el Espíritu Santo, tal como lo señalamos en el cuadro, muchos otros preferirían denominarlo “Los hechos del Espíritu Santo”. La base para esto último radica en las muchas maneras en que el Espíritu opera a lo largo de todo el escrito que abarca aproximadamente unos treinta años de historia.
Si somos equilibrados en nuestro juicio veremos que todas estas alternativas son ciertas. Si nos detenemos a ver los trabajos de Pedro y Juan (cap. 1–8), las giras de Pedro (cap. 10–12), Santiago—o Jacobo—en Jerusalén (cap. 15) y las extensas actividades de Pablo (cap. 9, 13–28), probablemente optemos por “Los hechos de los apóstoles”; pero si pensamos en los muchos otros que sin serlo (en el sentido de los doce o Pablo) fueron y vinieron llevando el evangelio, nos quedaremos sorprendidos. De modo que en un sentido sustancial es el Espíritu Santo quien opera, pero en otro, lo hace por medio de testigos y enviados que obedecen aun a riesgo de sus vidas.
Es por esta razón, reiteramos, que hemos preferido referirnos a este libro simplemente con el nombre de Hechos.
Los primeros dos versículos tratan de explicar los hechos del Señor Jesús “por medio del Espíritu Santo”, y muestran la vitalidad del evangelio a diferencia de lo que enseña cualquier religión. Para dichas creencias, los hechos de sus iniciadores son pasados. Todas las prácticas se relacionan con los años en que ellos vivieron.
En nuestro caso, tal como Lucas lo desea expresar, la vida del Señor fue solamente un comienzo. La preposición “hasta” con que comienza el v. 2 abre un capítulo inmenso para la historia del cristianismo que el mismo Lucas no pudo ver, ni aun millones y millones después de él.
Lo que se inició con la resurrección del Señor Jesús y su ascensión, sobrepasó la vida de todos los historiadores, porque constantemente el Espíritu ha revitalizado el ministerio de los hombres que levanta. Las lecciones que aprendemos del Jesús histórico se ensanchan con las del Jesús “kerygmático” (el Cristo proclamado), y se convierten en la fuerza transformadora del evangelio.
A. Los mandamientos
El texto dice que fue recibido arriba, después de haber dado mandamientos por el Espíritu Santo. Es decir que los apóstoles recibieron instrucciones muy expresas sobre el futuro que comenzarían a vivir. Al leer nuevamente sobre la relación entre Jesús y ellos, nos damos cuenta de la importancia de ser apóstol.
a. Los apóstoles habían sido escogidos por Él
Al relatar la elección de los doce, Lucas dice que Jesús había pasado “la noche” orando a Dios. A la mañana “llamó a sus discípulos [seguidores], y escogió a doce de ellos, a los cuales también llamó apóstoles” (Lc. 6:12–13). La multitud estaba animada por tener un profeta hacedor de milagros, pero él tenía los ojos puestos en ese puñado de hombres a quienes enviaría a discipular las naciones.
Necesitaba sacarlos y prepararlos para que miraran a las gentes y aprendieran a identificarse con sus necesidades. Lucas dice que después de nominados, Jesús descendió con ellos del monte y “se detuvo en un lugar llano, en compañía de sus discípulos y de una gran multitud de gente”.
Al escribir Hechos, Lucas utiliza por segunda vez el verbo eklego̅ (separar, seleccionar, elegir) cuando los hermanos eligen a dos personas para ocupar el espacio dejado por Judas. Oraron diciendo: “Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muestra cuál de estos dos has escogido” (1:24). La tercera vez que utiliza esta palabra es en el incidente de la conversión de Saulo y la resistencia de Ananías a asistirlo. El Señor le dijo a Ananías: “Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre” (9:15) (comp. 22:14–15).
De modo singular, Lucas describe una característica básica del propósito del Señor, que sus apóstoles fueran todos llamados al ministerio por él o por su expreso deseo, evitando interferencia extraña en el mensaje.
b. Los doce habían recibido una revelación especial
Marcos dice que el Señor “llamó a sí a los que él quiso; y vinieron a él. Y estableció a doce para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar” (Mr. 3:13). La doble intención que señala el escritor fue que tuvieran un mensaje basado en una relación con Jesús y no simplemente con datos pasajeros o una información tradicional.
Desde un comienzo Jesús quiso preparar testigos y no solamente comunicadores. Lucas dice que su escrito es para documentar cosas que eran “ciertísimas” entre ellos. Los predicadores del evangelio son embajadores y no sólo informantes. Los discípulos no componían la masa de seguidores desvinculados de la realidad, sino que eran un grupo selecto a quienes él les daría la oportunidad de conocerlo íntimamente para que posteriormente fueran sus testigos.
Los doce eran el fundamento de la nueva comunidad. Sabían cosas del Señor que nadie había oído (Mt. 13:11) y conocían secretos sobre su muerte y resurrección que nadie sabía. El candidato a ocupar el lugar de Judas debía saber tanto como lo que el traidor sabía, es decir, haber estado con Jesús “comenzando desde el bautismo de Juan hasta el día en que de entre nosotros fue recibido arriba” (1:22).
Era necesario que todos por igual tuvieran evidencias de que la persona resucitada era la misma que habían visto crucificar. Tanto los evangelistas (Ej. Pablo—1 Co. 15:2–7) como los demás tenían que conocer el poder de la resurrección. Tenían que saber con claridad que había tenido entrevistas con varias personas y tanto su amor como su ética era la del Jesús que los había llamado.
Ya vemos cuán importante era que tuvieran más que una simple información sobre lo sucedido. Es la presencia de Cristo lo que destruye las dudas y pone las cosas en su lugar. Durante sus apariciones (en distintas circunstancias y a diferentes personas) por cuarenta días, les fue dando muestras de su poder y comunicando nuevas dimensiones de sus propósitos.
Lucas dice que les habló acerca del “reino de Dios”. Como este asunto ya lo había abordado durante los tres años anteriores, es justo pensar que ahora con “las pruebas indubitables” en sus manos podía enseñarles algo más sobre el tema, especialmente en lo relacionado con la predicación del evangelio (8:12; 28:23, 31).
Lo trascendente de todo lo que oyeron de él es que pudieron aprender y aplicar algunas lecciones que no habían entendido antes.
Lucas mismo dice que cuando les predijo su muerte y de su resurrección “ellos nada comprendieron de estas cosas” (Lc. 18:34). Pero también dice que el día que resucitó les abrió el entendimiento a los dos que iban a Emaús “para que comprendiesen las Escrituras” (Lc. 24:45). Posiblemente ésta sea la prueba más indubitable para los once (Jn. 2:22; 12:16), porque pudieron asociar lo que les repetía ahora con algunas enseñanzas que habían olvidado.
c. Les dio un mandato distinto (v. 4)
Antes de morir les había dicho: “que os améis unos a otros” (Jn. 13:34; 15:12). Ahora los mandamientos o instrucciones se extienden a otros campos. El v. 4 dice que “estando juntos” (posiblemente en una de las habituales comidas) les mandó que no se ausentaran de Jerusalén, es decir que no pusieran en actividad su propio programa de extensión del reino de Dios, sino el que estaba establecido (comp. Lc. 24:17).
La primera fase del programa era esperar el cumplimiento de la promesa. Ésta era la venida del Espíritu Santo (Lc. 24:49), del cual muchas cosas les había explicado la noche en que fue entregado (Jn. 14:26; 15:26; 16:7–13).
Como es el Espíritu de verdad, necesitaban ser guiados por él para caminar el camino de la verdad.
Para ellos esperar era quedarse “dando vueltas” por Jerusalén. Este verbo (en gr. perimeno̅) que se utiliza aquí por única vez, les daba a entender el valor que tenía para el Señor la observación de las circunstancias, mucho más que simplemente “dar vueltas”. El Señor los invita a mirar alrededor, observar los detalles y ver la manera de actuar de Dios. Todo lo que se mueve a nuestro alrededor es una demostración de que Dios está en actividad.
B. La promesa (vv. 4–5)
La “promesa del Padre” tenía siglos de vida (Is. 32:15; Jl. 2:28). Los grandes profetas creían que algún día Dios visitaría a su pueblo. Los que vivieron en el exilio (como Ezequiel por ejemplo) esperaban que Dios les mostrase cuándo ocurrirían los grandes cambios en los corazones de la nación (comp. Ez. 36:27) porque observaban que el pueblo no entendía la voz del Señor (Zac. 12:10).
El Señor Jesús les había anticipado que el cumplimiento de la promesa estaba cerca (Lc. 24:49). Él mismo sería el medio para que se cumpliese: “He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros …” El “derramamiento” de Joel 2:28 es como un “vestido” en los labios del Señor Jesús. La promesa los investiría con poder (Ro. 13:14. Comp. 1 P. 3:3–4) y los uniría en un grupo.
Lucas volvió a repetir lo que ya había escrito en su primer tratado con el fin de enfatizar los puntos básicos. Dos temas sobresalientes ocuparon la atención de los cuarenta días: el reino de Dios y el cumplimiento de la promesa. No tenemos ningún síntoma de cómo relacionó a los dos, pero en el curso de nuestro estudio observaremos que el poder del Espíritu actuando de varias maneras era fundamental para la extensión del reino. Por esta razón sigue explicando “la promesa”.
Lo que en principio parecía ser un vestido es ahora similar a un bautismo. Juan había confirmado que su mensaje no admitía personas neutrales. Los que lo aceptaban tenían que bautizarse en señal de arrepentimiento y confesión. Los que no lo hacían, aunque demostraron estar de acuerdo, de hecho no aplicaban lo que oían. El bautismo de Juan dividió a su audiencia en dos: los que aceptaban y los que rechazaban.
Con el cumplimiento de la “promesa”, y el recibimiento del “don”, también tendría lugar el “bautismo en el Espíritu Santo”. Los que sabían cómo había sido con Juan, no podían evitar reconocer el “antes y el después” del bautismo en el Espíritu Santo que ocurriría “dentro de no muchos días” (1:5). Era el momento en que serían vestidos “con poder de lo alto”.
“Los que se habían reunido” (v. 6) interrumpieron la enseñanza con la misma duda que los había acompañado durante todo el tiempo que estuvieron con él. Lucas inicia el nuevo párrafo con una modalidad que utiliza a lo largo de todo su escrito. Nuestra versión la traduce como “entonces”, “así que” o “pero los que”, etc. (1:8; 2:41; 5:41; 8:4, 25; 9:31; 11:19; 12:5; 13:4; 15:3, 30; 16:5; etc.)
La duda era profunda y no se había disipado con las explicaciones que les había dado. Ellos querían saber si lo que habían oído era el mecanismo para la restitución del reino a Israel. De modo que la pregunta podría formularse así: La restitución del reino a Israel ¿viene juntamente con el Espíritu Santo o es un hecho aislado?
El término “restituir” significa volver a poner en su lugar (He. 13:19). De modo que lo que querían saber en realidad era: “Señor ¿volverás a reponer el rey sobre Israel? ¿lo hará el Espíritu Santo?” El Señor no contestó la pregunta formulada en estos términos porque se hubiera apartado de los objetivos presentes del reino de Dios (comp. 1 Ts. 5:1; Tit. 1:2).
Les respondió algo así como: “no es competencia de ustedes saber lo que Dios ha reservado para sí” (comp. Dt. 29:29). Les habló de “los tiempos” como el espacio que mediaba entre ellos y el día que esperaban; y las “sazones” como a los sucesos que habían de acaecer durante ese tiempo.
Si pusiéramos esa respuesta en el idioma de hoy diríamos: “no les corresponde a ustedes saber cuánto tiempo hay entre este momento y la venida del rey, ni tampoco cuáles serán los hechos que lo caracterizarán (comp. Mt. 24:36).
La instauración del reino de Israel es algo futuro por lo cual no deben luchar ahora”. Es un tema que el Padre “ha determinado por su propia autoridad” (comp. 17:26).
Sin embargo, los apóstoles estaban aún equivocados porque confundían el reino de Israel con el reino de Dios. Lo que el Señor les respondió está relacionado con el reino de Dios para la promoción del cual les había preparado.
Convendría dejar aclarados algunos detalles:
a. El reino de Dios es actualmente espiritual
Lucas señala cómo el pueblo anhelaba ardientemente la venida del Mesías libertador (Lc. 2:25, 38; 23:51). Durante su ministerio, el Señor Jesús proclamó la “entrada” al reino por medio del arrepentimiento y la fe.
El término aramaico malkuth es más propiamente “soberanía”, es decir un estilo de gobierno más que un espacio territorial. “Buscar primeramente el reino y su justicia” es preparar el camino para el gobierno de Dios y esperar que por su medio venga todo lo demás (comp. Mt. 6:33). En Marcos 10:23–24 leemos de la reacción del Señor Jesús al rechazo del joven rico. Dijo que era muy difícil que entraran al reino los que confían en sus riquezas. Mas adelante al leer el v. 30, advertimos que para él (Cristo), entrar en el reino de Dios es igual a entrar en la vida eterna.
Según Lucas mismo lo explicó, en Jesucristo el reino se presentó como un mensaje de poder, respaldado por milagros y prodigios. Al narrar la gira de los setenta, dice que el Señor les dio instrucciones precisas sobre las labores: “Sanad a los enfermos que en ella haya, y decidles: Se ha acercado a vosotros el reino de Dios”. Si eran rechazados cometían el grave pecado de despreciar el reino: “Sabed, que el reino de Dios se ha acercado a vosotros” (Lc. 10:9–11).
Al volver, los setenta dieron un informe triunfalista de la gira, señalando que hasta los demonios se les sujetaban en el nombre de Cristo. Fue una buena ocasión para que Jesús les recordara que no debían regocijarse sólo por esto sino más bien porque podían agradecer la procedencia de la autoridad con que se manejaban y administraban (Lc. 10:20).
Ahora nuevamente estamos en vísperas de una labor misionera y otra vez se plantea el tema del poder y autoridad. Pero es diferente. El poder (gr. dynamis) que recibirían cuando viniera el Espíritu Santo es resistente y no temporal, como en el caso de la gira. Habría de operar en ellos una inmediata transformación porque los convertiría en testigos habilitados para dar sus vidas por el nombre de Cristo.
El reino no necesitaba espadas o armaduras humanas para la conquista; necesitaba testigos con poder interior que demostraran con sus vidas la potencia transformadora del Cristo resucitado (comp. 2:32; 3:15; 5:32; 10:39; 13:31; 22:15).
b. El reino de Dios no está vinculado a un solo pueblo
La explicación del propósito de Dios que habían recibido era distinta a lo que imaginaban. No debían confundir el reino de Israel con el reino de Dios, porque este último hacía que cada súbdito fuera testigo “hasta lo último de la tierra”. El Señor les trazó los círculos de actividad comenzando desde Jerusalén donde “el reino” había sido rechazado, y desde allí seguirían avanzando (13:47). Algunos creen que para aquellos días “lo último de la tierra” era llegar a Roma. Si así fuera, Lucas cumple su propósito trabajando hasta que Pablo llegó a la capital del imperio.
El libro se puede dividir en:
(1) Jerusalén (caps. 1–7);
(2) Judea y Samaria (8:1–25);
(3) “hasta lo último de la tierra” (8:26–28:31).
Cada lugar es un nuevo descubrimiento, cada persona un desafío distinto. Judíos, samaritanos, griegos, religiosos, paganos, siervos, libres, varón o mujer, etc., todos ingresan al reino cumpliendo los mismos requisitos. Para evitar la separación que podrían provocar los nacionalismos o los intentos étnicos de superioridad, Dios estableció que “nuestra ciudadanía está en los cielos” (Fil. 3:20) y no en el Imperio Romano o en algún otro lugar de la tierra.
Componemos una comunidad de salvados. Estamos dentro del reino de Dios y el reino está dentro de nosotros. Esto nos lleva a otro tema que el Señor Jesús también explicó.
c. El reino de Dios está delante de nosotros como una misión
La pregunta de “los que se habían reunido” no tenía relación alguna con la expansión del mensaje del evangelio. En cambio, la respuesta concordaba con lo que habían oído en Cesarea de Filipo acerca de las “llaves del reino” (Mt. 16:19). Se trataba de que la nueva comunidad fuera testigo de Dios abriendo puertas para muchos corazones sedientos.
Por siglos ya, desde aquellos días el reino ha vivido la expansión, algunas veces visible y otras veces invisible. Pero la manera en que se extendió fue extraordinaria. Si pensamos en que eran sólo ciento veinte los reunidos cuando vino el Espíritu (1:5) y en Pentecostés se agregaron como tres mil más (2:41), nos damos cuenta del rigor con que Dios comenzó a operar. Pero a esto le sumamos cinco mil más algunos días después (4:4) y la sorpresa de las autoridades religiosas por la conmoción. Las cosas siguieron adelante (4:32–6:1, 7) y después de la persecución en los días de Esteban, Samaria recibió el mensaje (8:14) y los que habitaban en Lida y Sarón se convirtieron al Señor (9:35). También muchos en Jope (9:42) oyendo el mensaje eran salvos, y los esparcidos por la persecución en los días de Esteban salieron por todas partes, algunos de los cuales llegaron a Siria. En Antioquía una multitud recibió al Señor (11:21). No sabemos qué ocurrió con los que fueron en otras direcciones.
Posteriormente, Saulo y Bernabé salieron a predicar por Galacia y esparcieron el mensaje por toda la región (13:48–49). Desde Antioquía de Pisidia y por toda el Asia Menor se extendía el evangelio en numerosas iglesias que aumentaban constantemente en número (16:5). Pero el mensaje ingresó también en Europa, y los puntos más duros de Grecia se conmovieron por la predicación (Filipos, Tesalónica, Berea y Corinto—16:10; 17:4, 12; 18:10) y desde allí a muchos otros lugares hasta llegar a Roma (Ro. 15:19; Hch. 19:2; 28:24).
Miles y miles de personas de diversas lenguas, culturas y dialectos entraron en el reino de Dios alabando por la gracia de la vida eterna.
Hemos podido constatar que en el propósito de Dios “hasta lo último de la tierra” no es Roma sino el mundo entero. La historia sigue mostrando que todo el mundo está bajo el ojo de Dios. Él se encarga de preparar y enviar a sus siervos a los lugares más remotos para que se cumpla el mandato: “Id y haced discípulos a las naciones”. A medida que los embajadores caminan, aprenden nuevas verdades sobre el poder de Dios.
Así llegamos hasta nuestro día. Como aquellos discípulos nosotros también solemos abandonar nuestra responsabilidad de ser testigos. Nos acostumbramos a ser ciudadanos de nuestras patrias terrenales y nada más. Pero es posible que al estudiar estos versículos, también aprendamos a recrearnos en lo que debemos hacer, y no a tratar de seguir buscando argumentos para permanecer paralíticos.
C. La misión (v. 8)
Para confirmar la misión el Señor les anunció que recibirían poder del cielo cuando viniera sobre ellos el Espíritu Santo.
Para nosotros, como seres humanos, nada es más estimulante que poseer fuerza. No la podemos crear, pero nos encanta reunirla de todos modos y dominar. Son los elementos que hacen posible que seamos grandes y los demás nos sirvan. No obstante, aquí el Señor Jesús no les está prometiendo poder físico como el de Sansón o el del ejército romano, posible de ser controlado por los hombres. No, les anuncia la venida del poder de Dios que los controlaría a ellos. Es el poder proveniente de la unión vital con el Dios eterno. En ese momento quedaría totalmente cumplida la promesa que tendría siempre evidencias frescas y renovadas.
El Espíritu los capacitaría de tal modo que podrían vivir y explicar a otros las maravillas de Dios. Los seres humanos que no conocían la verdad serían impactados por el modo de reprochar del Espíritu y se convertirían al Señor.
Para los apóstoles en aquella hora como para nosotros ahora, la presencia del Consolador cambia todas las cosas. La enseñanza y la guía a toda la verdad (Jn. 16:13) son una garantía para el ministerio en terreno desconocido y lleno de adversidad. Su sabiduría y su poder son también una evidencia de la presencia de Dios.
El es el Morador permanente que abre el sentido y santifica las conciencias para hacer la voluntad de Dios.
a. Todos serían ordenados como testigos
La venida del Espíritu no sólo sería una prueba de la fidelidad de Dios en cumplir su promesa. Sería además una preparación para esparcir el evangelio al mundo. El soplo (gr. pneuma) de Dios que podía unirlos en un cuerpo, también los constituía en testigos competentes (2:32; 3:15, etc.) Una de las características de estas personas es la valentía para decir lo que han visto y oído. Exponer ante el juez en presencia de los acusadores la verdad de lo que está en curso y demostrar que no solamente hablan sino que también viven lo que dicen.
b. Todos deberían operar bajo el poder del Espíritu
El poder les había sido necesario para subsistir hasta ese presente. Pero el que habrían de recibir era la credencial del evangelio (4:33; 6:8) para vivir la victoria. El Señor Jesús dejó bien claro los principios de autoridad con que se manejaba el reino de Dios. Operamos bajo esos principios y cumplimos los estatutos que agradan a sus planes.
c. Todos tenían que transmitir el conocimiento de Cristo
“Me seréis testigos” significa mucho más que simplemente ser “testigos míos”. Significa más vale que “ustedes son los testigos que yo pongo para que me representen”. No se limitarían únicamente a una ceremonia forense o judicial sino a hablar en todas partes lo que Jesucristo era y había hecho. Así como un buen cuadro es el mejor testimonio para un artista, o un buen libro para un autor; los santos son los mejores testigos del Señor. Tales testigos saben y hablan de Cristo y para Cristo, con experiencias personales de su amor y poder.
d. Todos tenían que moverse en un campo amplio de labor
Era muy difícil el servicio que el Señor Jesús les proponía. Ser testigos en Jerusalén era casi imposible bajo las condiciones imperantes después de lo acontecido con el Señor Jesús.
Sin embargo, las condiciones cambiarían muy pronto. El testimonio sería difícil pero no imposible, y muchos opositores se convertirían al evangelio: Jerusalén sería el lugar para la recepción del Espíritu y también el sitio donde los testigos comenzarían a actuar.
La promesa se cumplió en la tierra prometida y allí también se vivió por primera vez la plenitud del gozo. Posteriormente, otros lugares blancos para la siega (Jn. 4:35) tuvieron la experiencia de los hebreos, y así se expandió la obra misionera tal como lo veremos más adelante.