viernes, 28 de febrero de 2014

Lo divino y lo humano de la Biblia: Dos aspectos muy ...

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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Pistas para descubrir el verdadero sentido de las Escrituras

Las lenguas, su origen y su incidencia en el sentido
La evolución de las lenguas. Las lenguas son como los seres vivos: nacen, crecen (cambian), se multiplican y mueren. Mientras existen, están en continua evolución; se transforman con los tiempos y las culturas que las utilizan para transmitir sus ideas, valores y realidades. Se modifican, pues, continuamente, y en algunos casos sus cambios son tan radicales que dan origen a nuevas lenguas o dialectos, y desaparecen convirtiéndose en lenguas muertas. Tal es el caso del griego y hebreo bíblicos, que hoy ya no se hablan, y del latín, que dio origen a las que llamamos lenguas romances (de Roma, a saber: francés, español, portugués, italiano, rumano), antes de desaparecer como lengua viva. El latín hoy se utiliza solo en los documentos y ritos de la iglesia católica romana. Estos hechos nos hacen pensar que las lenguas son, en efecto, acumulaciones de palabras y frases que un conglomerado humano o comunidad de personas utiliza para comunicar sus pensamientos y sentimientos. Las lenguas nacen del medio ambiente social y cultural, y se concretizan a través de las palabras como expresión de los pensamientos y vivencias de la gente que constituye esos grupos y culturas.
W.D. Whitney afirma que:

  Las lenguas no tienen existencia fuera de las mentes y las bocas de quienes las usan. Están formadas de signos separados y articulados, cada uno de los cuales representa, por asociación mental, una idea. Estos signos se han elegido en forma espontánea y arbitraria, y su contenido o valor representativo depende de la aceptación y acuerdo entre los hablantes y oyentes de la lengua que forman.

Entonces, para entender la lengua de un hablante cualquiera, debemos primero conocer el significado que él mismo le da a las palabras que usa. Como hemos dicho, este sentido o significado puede cambiar; por eso es importante que el intérprete de una lengua conozca el significado inicial o primitivo de las palabras, y el significado que han adquirido con el tiempo y el uso.


Las palabras y su significado primario

Significado primario o etimológico. El sentido o significado primitivo de las palabras es el que llamamos «etimológico», y lo hallamos regresando a la lengua materna u originaria. Por ejemplo, en español debemos ir al latín, al griego o al árabe, que son las lenguas que dieron origen al español. La palabra «teléfono» sabemos que viene de dos palabras en griego: telle (distancia) y fonos (sonido), «comunicación a la distancia»; «fumigar» (del latín fumus: humo y gare: esparcir, regar), «desinfectar algo a través de humo o gases esparcidos». El nombre de mi esposa, Atha-la, me dicen que proviene de dos términos árabes: At (regalo) y Alá (Dios), «regalo de Dios». El sentido primitivo o primario de las palabras es, pues, el que llamamos «sentido etimológico», es decir, sentido de origen.

El sentido primario nos remonta a los orígenes del idioma y es muy útil para conocer la historia de las palabras y sus significados. Nos dice además el porqué de ese significado; es importante para estudiar la filosofía y la historia de la lengua. Muchos de los conceptos que manejamos en nuestras doctrinas y enseñanzas se comprenden mejor cuando desmenuzamos los términos y palabras que utilizamos para representarlos. Tomemos, por ejemplo, la palabra griega ekklesía, muy frecuente en el Nuevo Testamento, que ordinariamente traducimos como «iglesia», compuesta de dos palabras: ék (fuera de) y kalein (llamar o convocar). Inicialmente se usó para indicar la asamblea de ciudadanos convocados para tratar negocios de interés público. La preposición ék indicaba que era un grupo selecto de ciudadanos conocedores de sus derechos e interesados en el bienestar de sus conciudadanos; no de masas de gente sin ninguna conexión o propósito o multitudes anónimas incapaces de deliberar con libertad y juicio.

El término kaleín indica que la asamblea fue convocada legalmente para deliberar con plenos poderes legales, tal como se expresará después en relación con la iglesia cristiana en Hechos 19:39: «Si tienen alguna otra demanda, que se resuelva en legítima asamblea». Esta palabra se hizo común para designar la comunidad de creyentes venidos del judaísmo y del mundo gentil. Todo el poder significativo de ék y kaleín se conservó. El viejo concepto de la asamblea griega ekklesía vino a significar ahora la iglesia de Dios o del Señor, «comprada con su sangre» (Hechos 20:28); la congregación de los que han sido «llamados a ser santos» (Romanos 1:7) y «como linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios» llamados «de las tinieblas a la luz » (1 Pedro 2:9).

  Cambios de significado en el uso de términos o palabras
La filología y sus ciencias auxiliares nos ayudan a descubrir interesantes desarrollos de una palabra en varias lenguas, que toman diferentes formas y usos. Por ejemplo, a las palabras hebreas ab (padre) y ben (hijo) se les puede seguir el rastro en todas las lenguas semitas y mantienen el mismo significado en todas ellas. La palabra griega para «corazón», kardía, aprece también en sánscrito, hrid; en latín, cor; en italiano, cuore; en español, corazón; en portugués, coraçao; en francés, coeur; y en inglés core. Sin embargo, algunaspalabras cambian de significado cuando pasan de una lengua a otra. De modo que el significado de la misma palabra, por ejemplo, en siríaco o árabe, no es el mismo que tiene en hebreo aunque las tres lenguas son semitas. Es el caso delverbo hebreo Yatsab, «estar firme, permanecer de pie», que conserva el mismo significado en árabe y etiope de «erigir una columna o establecer algo»; en caldeo, «levantarse»; pero en siríaco esta palabra se usa para significar la acción del bautismo. Algunos dicen que es porque el candidato debe permanecer en pie mientras le echan el agua; otros interpretan que la razón es porque el bautismo confirma y establece a la persona en la fe. Otros verbos hebreos para expresar esta misma idea son amad (Salmo 1:1) y qum (Salmo 1:5). El hecho concreto es que una misma palabra puede tener varios significados en diversas lenguas y se debe tener mucho cuidado en el uso de las etimologías.

Los apaxlegómena.
Estas son palabras que aparecen solo una vez en la Biblia y cuyo origen prácticamente se ha perdido. Para el Nuevo Testamento no es difícil trazar el rastro de estas palabras debido a la abundante literatura griega que poseemos. En hebreo es más difícil porque la lengua hebrea estuvo limitada a un país muy pequeño e insignificante en la geografía del Oriente, y no son muchos los documentos en hebreo que poseemos fuera de las Sagradas Escrituras. Un ejemplo de apaxlegomenon lo tenemos en el término sulam (Génesis 28:12), que no aparece en ninguna otra parte en hebreo. Hay que buscarle sinónimos o términos parecidos en otras lenguas, como por ejemplo, la palabra árabe sullum, que significa escalas o escalera. En efecto, se trata de la escalera que Jacob vio en su sueño, que se extendía de la tierra al cielo.
En el Nuevo Testamento podemos dar muchos ejemplos como epioúsion, que se usa en el Padre Nuestro (Mateo 6:11; Lucas 11:3). Esta palabra no se usa en ningún escrito de la literatura griega excepto solamente aquí en la Biblia. Podría venir de épi y lévai; o ser un participio del verbo epeimi: ir hacia o acercarse, lo que nos daría el significado de «danos nuestro pan venidero», el pan de mañana. Etimológicamente parece correcto, pero no se compadece con la expresión sémeron: «este día», que tenemos en el mismo versículo, y hasta cierto punto contradice las enseñanzas de Jesús en el versículo 34 del mismo capítulo 6 de Mateo. Por eso otros proponen un origen diferente para esta palabra: épi y oúsia, que tiene que ver con la existencia diaria o subsistencia, y significa «aquello que es necesario»: «nuestro pan esencial».

Demos un último ejemplo de palabras muy difíciles (apaxlegomena): pistikós, que se usa solo en Marcos 14:3 y Juan 12:3. Describe el perfume de nardós (nardo) con que María ungió los pies del Señor. Encontramos esta palabra en manuscritos de Platón, Gorgias y Aristóteles, escritores griegos del siglo V a.C. Se han ensayado innumerables teorías para explicar la palabra pistikós aplicada a «nardo», que es un licor, que significa el lugar de origen del perfume, etc. La más aceptable parece traducir pistikós como fiel, genuino, puro. Es decir, se trataba de «nardo genuino», «nardo puro», como lo traduce la NVI.

Formas diversas del sentido literal

El sentido literal:
es el que se expresa directamente por las letras, palabras o expresiones concretas del lenguaje, tal como lo entiende y usa el autor. Responde a la pregunta: ¿qué es lo que el autor o escritor nos quiere decir con estos términos o palabras?
Al sentido literal se le dan diferentes nombres según sus características:

Sentido literal histórico:
es el que quiso darle el autor en el momento de escribir, de acuerdo con el uso y sentido que las palabras tenían en ese entonces. Como hemos visto, el lenguaje cambia y evoluciona, y es bien posible que el mismo sentido literal de una palabra o expresión cambie. Por eso, para entender el sentido que un autor quiso darle a sus escritos, debemos conocer el momento y medio históricos cuando escribió y el sentido o significado que las palabras tenían en ese entonces. El evangelista Lucas, al igual que otros autores del Antiguo y Nuevo Testamentos, usan, por ejemplo, la expresión ándra oú gnoskó (conocer varón) en uno de los sentidos que se le daba en su tiempo, siguiendo la tradición y uso semita, de «tener relaciones sexuales». Las versiones modernas deben ajustar este sentido literal histórico al sentido actual, cuando el verbo «conocer» ya no se usa para lo que María quiso decirle al ángel en Lucas 1:34. La NVI traduce: «¿Cómo podrá suceder esto, … puesto que soy virgen?»

Sentido literal obvio.
Se le llama así porque es el sentido más inmediato y obvio que se desprende de las palabras usadas por el autor. Es lo que a primera vista y en primer lugar dice el texto. Algunos piensan que el sentido literal puede expresarse no solo de modo explícito, sino también implícito. Es decir, se puede deducir de las palabras del autor. Por ejemplo, la preexistencia de Dios y de Cristo están implícitamente incluidas en la expresión: «En el principio», que aparecen en Génesis 1:1 y Juan 1:1.

Sentido literal lógico y gramatical. 
 Se le llama así al sentido literal porque es la forma regular que se utiliza para establecerlo. Son las leyes gramaticales y lógicas las que nos ayudan a señalar este sentido, ya que el sentido literal es el que natural y primariamente tienen las palabras, según las reglas de la lógica y la gramática. Por ejemplo: la palabra «perro» la encontramos muchas veces en las Escrituras; la mayoría de las veces con el sentido literal del animal de cuatro patas que todos conocemos: Éxodo 11:7; 22:31; Mateo 15:26; Lucas 16:21. Pero en otros casos «perro» se usa en sentido figurado: 2 Samuel 16:9; Filipenses 3:2; Apocalipsis 22:15. Abundaremos más en el estudio del sentido literal en el capítulo especial que le dedicaremos más adelante en este libro. Si hemos presentado estas primeras nociones y ejemplos de dos de los sentidos básicos bíblicos es para mostrar la importancia del estudio semántico y lingüístico de los términos, que nos ayudan a descubrir el sentido exacto de las palabras. Queda así mismo evidente la importancia de la ciencia de la hermenéutica, de la cual forma parte precisamente el estudio de los diversos sentidos. Por eso es pertinente estudiar un poco las tareas y fines de la hermenéutica bíblica.


Tareas y fines de la hermenéutica bíblica

La hermenéutica posee unos fines y desempeña una tarea muy específica en el estudio de las Escrituras. Vamos a señalar tres de las más importantes:

1. La interpretación histórica.
Las raíces de la fe cristiana y bíblica radican en la Biblia. Si queremos conocer el origen del pueblo hebreo, debemos acudir al Antiguo Testamento; lo mismo debemos hacer si queremos llegar a los orígenes históricos del cristianismo: debemos estudiar el Nuevo Testamento. La hermenéutica tiene una función histórica que nos ayuda a descifrar el origen del judaísmo y del cristianismo, sus bases y su origen. Es como descubrir la partida de nacimiento de la religión judeo-cristiana. En buena parte estas dos confesiones son una «religión del libro». Esto es válido para todas las ramas de la confesión cristiana, pero de manera especial para la rama evangélica reformada y protestante. En la raíz misma de la religión cristiana están los escritos de sus fundadores, que fueron los que dieron origen al Nuevo Testamento. Estos, después de ser aceptados por la iglesia primitiva, adquirieron un carácter canónico, es decir, un valor normativo para todos los adeptos de la religión cristiana en todo el mundo y en todos los tiempos. El Nuevo Testamento se unió al Antiguo, que había sido previamente aceptado por los judíos, incluyendo a Jesucristo y sus apóstoles, como parte de la verdad revelada.

Ahora bien, se da en las Sagradas Escrituras una circunstancia especial que guarda relación con el tiempo de su origen. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento proceden de un ambiente cultural y lingüístico que pertenece a tiempos lejanos que hoy ha llegado a ser extraño para nosotros. El Antiguo Testamento nació de la mentalidad y lenguaje semíticos del Antiguo Oriente; el Nuevo Testamento nació del ambiente helenístico que prevalecía en todo el Imperio Romano cuya lengua y cultura fueron en un principio y por muchos años, aún después de la conquista romana, la lengua y la cultura griegas. De hecho, el Nuevo Testamento fue escrito en griego. Pero las cosas se complican cuando sabemos que la mayoría de los autores del Nuevo Testamento pertenecieron, en su modo de pensar y vivir, al mundo semítico-judío. Surge aquí un problema hermenéutico que hoy en día es muy discutido: En qué medida influye la ascendencia semítica del autor en su obra escrita en griego? Piensa en una forma semítica o griega occidental?

Veámoslo en un ejemplo concreto: el Evangelio de Juan, que comienza con la frase: «En el principio ya existía el Verbo» (én arké én ó lógos). El buen exegeta se pregunta de inmediato: en qué sentido quiere el autor que se entienda la palabra logos? Para el pensamiento filosófico estoico griego, logos representa a la razón del universo, la que rige y domina el mundo y todos los seres. Es este el sentido que quiere darle el evangelista Juan cuando usa este término al principio de su Evangelio?

O está identificando más bien «la Palabra» divina como fuerza creadora, tal como se define en el primer capítulo del Génesis cuando dice repetidamente: «Y dijo Dios» y apareció la luz, la vida, los animales y el hombre? Podría haber una tercera significación o sentido: el concepto de la antigua mitología según el cual el Logos era un ser parecido a Dios, un ser intermedio entre Dios y el mundo, una especie de «segundo dios». Por otra parte, si vamos a los diccionarios, encontraremos una rica variedad de acepciones de la palabra logos: palabra, revelación, sentencia, afirmación, debate, orden, noticia, narración, evaluación, motivo, movimiento, expresión oral, lenguaje, discurso, proposición, rumor, discurso, definición, máxima, proverbio y muchos sentidos más. Este solo ejemplo nos muestra cómo el exegeta debe hacer un esfuerzo amplio y profundo de investigación para desentrañar el auténtico significado de las palabras del texto. Para ello necesita del estudio de diferentes disciplinas bíblicas, desde la filología y la lingüística hasta la historia, la antropología y la filosofía de la religión. Todo esto está implicado en la clarificación del significado que Juan quiso darle a la palabra logos en su Evangelio. Gracias a Dios que los expertos en todas estas disciplinas vienen trabajando con el texto bíblico por muchos siglos desde el momento mismo en que se produjo, y nos han legado los resultados de sus estudios e investigaciones en manuales, textos y escritos que hoy podemos usar para desentrañar el verdadero sentido del texto. Por esa razón es indispensable valernos de estos instrumentos en nuestro estudio de investigación: utilizar sin prejuicios todos los medios que están a nuestra disposición, tales como: léxicos, concordancias, gramáticas, diccionarios y comentarios de buenos autores bíblicos.

2. La Interpretación existencial.
Esta interpretación tiene que ver con la situación del lector o receptor del mensaje bíblico frente al texto o mensaje de las Escrituras, qué posición adopta frente al mismo y las verdades y misterios que transmite la Biblia. Un ejemplo nos ayudará a entender mejor el significado de esta segunda función hermenéutica: una persona va a entenderse a sí misma de manera muy diferente si acepta y cree en la «eternidad» o en «otro mundo» diferente al presente. La idea que un ateo materialista tiene de sí mismo es distinta de la que tiene el creyente que acepta como cierta la existencia de un Dios eterno y de otra vida y otro mundo después de la muerte. Y esta posición tiene consecuencias significativas sobre la manera de vivir el presente y sobre las decisiones más íntimas e individuales de cada persona.

Quienes aceptamos la Biblia sostenemos que esta nos ayuda a todos a comprendernos a nosotros mismos, a tener una idea más clara y segura de nuestra propia identidad y de las realidades temporales y eternas que rodean nuestra vida. Y esta es una de las tareas que debe cumplir la hermenéutica bíblica moderna. Es lo que podemos llamar «interpretación existencial de las Sagradas Escrituras». La frase del Evangelio de Juan: «el Verbo se hizo carne» debe llevarnos no solo a reflexionar ante la realidad de un Dios encarnado, sino a comprender mejor nuestra propia realidad humana en la que se encarna el mismo Hijo de Dios, y a pensar seriamente en las posibilidades que este hecho crea: las de mejorar la imagen y la realidad de nuestra propia humanidad. La encarnación de Cristo nos abre la posibilidad, como lo dice el mismo Juan, de llegar a ser nosotros mismos «hijos de Dios» (Juan 1:12).

Esta segunda tarea de la hermenéutica de «interpretación existencial» de la Palabra puede definirse sencillamente como la de «hallar la relación que la Palabra de Dios tiene con la existencia concreta del hombre y la mujer». Es casi lo que los viejos manuales de exégesis llaman la «aplicación del texto» y su mensaje a la realidad cotidiana. ¿Qué luz arroja sobre mi existencia este pasaje o texto? El teólogo G. Ebeling afirma: «El principio hermenéutico es el hombre como conciencia». Mediante el encuentro con la Palabra de Dios, la comprensión de sí mismo que hasta ahora tenía el hombre es confusa y desorientada. Esta comprensión es sometida a una aclaración crítica, y el resultado puede y debe ser una verdadera comprensión de sí mismo delante de Dios.

El objetivo de la interpretación existencial de las Sagradas Escrituras es que prosiga mejor este proceso para purificar la comprensión de sí mismo. Ahora podemos comprender que las dificultades que hoy tenemos para comprender el texto nacen no solo de sus orígenes históricos y lingüísticos, sino de la poca o nula relación que el hombre contemporáneo tiene con el mensaje bíblico. Lo cierto es que la interpretación de las Sagradas Escrituras es un proceso recíproco: yo interpreto el texto, pero el texto me interpreta a mí. Y este es precisamente el objeto de la interpretación existencial: el texto me deja ver que su mensaje me atañe a mí, me interroga, me hace reflexionar sobre mi ser y mi vida, mi proceder y pensar, y sobre mi propia realidad existencial. Es así como me coloco bajo la Palabra de Dios, y puedo experimentar cómo esta Palabra, de una manera misteriosa, puede iluminar mi vida, enderezar mi existencia, curar mis males íntimos, juzgar mi proceder y afectar lo más íntimo de mi ser: mi corazón y mis sentimientos, mi pensamiento y mis emociones. «Uno que no cree o no entiende se sentirá reprendido y juzgado por la voz profética de la Palabra, y los secretos de su corazón quedarán al descubierto. Así que se postrará ante Dios y lo adorará, exclamando: «¡Realmente Dios está entre ustedes!» (1 Corintios 14:24–25).

3. Interpretación histórico-kerigmática.
La interpretación existencial de la Biblia es una necesidad de este tiempo, pero no es la única. Si la Palabra de Dios ha de poder cumplir su función curativa y restauradora, debemos pensar en lo que los expertos llaman la «interpretación histórico-kerigmática» de la Palabra, que es la que conduce al encuentro con el misterio divino de la salvación. Kerigma es el resumen del mensaje de salvación que encontramos en multitud de pasajes de la Biblia. Volvamos al texto de Juan 1:14: «Y el verbo se hizo hombre»; a continuación se añade: «y habitó entre nosotros». ¿Qué significa esta afirmación? Nos anuncia la presencia del Verbo divino encarnado entre los hombres en la persona de Jesucristo. Aquí el hermeneuta está ante una doble tarea: ha de mostrar que se trata del cumplimiento de una promesa del Antiguo Testamento (interpretación histórica: lo que nos dice el texto de la historia de la salvación); pero al mismo tiempo debe captar y trasmitir el mensaje kerigmático del texto: el misterio de la salvación que el texto quiere comunicar al lector. La razón de ser de la encarnación es procurar la salvación del hombre. Dios se ha puesto en Jesús al alcance del hombre. Jesús es ahora para el hombre muchas cosas que representan y realizan su misión salvadora: es pan de vida (Juan 6); es agua viva, que apaga la sed de salvación (4:14; 7:37–38); es el tronco vital que sostiene las ramas (15:1–6) etc., etc.

Conclusiones y observaciones generales

De todo lo estudiado hasta aquí podemos colegir varias cosas: una de ellas es que extraer todo el sentido del texto es una tarea difícil que exige estudio y perseverancia y no debe tomarse a la ligera. Otras razones se explican a continuación.

  El sentido literal y los sentidos supraliterales
Determinar el sentido de un escrito es tanto como determinar lo que pensaba su autor cuando lo escribió. Sin embargo, la Palabra escrita asume a veces su vida propia adquiriendo una carga significativa que el autor no intentó darle. Al llegar al lector, después de muchos años, este descubre otros significados. De ahí que la moderna crítica literaria, sin abandonar la búsqueda de lo que el autor original quiso decir con su escrito, le dé importancia a lo que, de hecho, el escrito comunica al lector individual de hoy en día. Sin embargo, esto no elimina la posibilidad de que el principal cometido de la interpretación se centre en hallar el sentido que el autor original intentó transmitir.

¿Qué significa el sentido que el autor intentó transmitir?

En la Biblia, descubrir el sentido intentado originalmente por el autor resulta a veces muy complicado por varias razones. En primer lugar, como ocurre con muchos otros libros antiguos, la época del autor, sus modos de expresión y su mentalidad distan mucho de ser los nuestros. El mismo concepto de«autor» significa algo diferente ahora de lo que significó en la antigüedad. En lo que se refiere a los libros bíblicos, podemos contar por lo menos cinco relaciones diferentes con la persona a cuyo nombre va unido un libro o escrito. Por eso cuando hablamos del «sentido de lo que el autor intentó transmitir», debemos delimitar la extensión de este concepto. Esto tiene que ver con la llamada «pseudonimia», que consiste en atribuir a uno o varios autores el contenido de un escrito por diferentes razones, como vamos a explicar a continuación.

Diferentes niveles de autoría de libros de la Biblia
Podemos diferenciar por lo menos cinco niveles distintos en la atribución de un libro o escrito bíblico a un determinado autor o autores.

Primero: Se consideraba autor, como hoy también ocurre, a la persona que había escrito de su puño y letra la obra. Algunos autores bíblicos afirman esta clase de autoría cuando se identifican como los redactores inmediatos del libro. Es el caso de Lucas, quien se identifica como autor directo de su Evangelio (Lucas 1:3) y del libro de los Hechos (Hechos 1:1).

Segundo: Se consideraba autor a quien dictaba el contenido de un escrito o libro a un amanuense, quien copiaba al pie de la letra el dictado. Ciertamente no era la forma más adecuada y funcional por lo difícil y pesada que resultaba ser para quien dictaba y para quien copiaba. Sabemos, sin embargo, que algunos autores bíblicos la utilizaron. Podemos mencionar a Jeremías, quien usó a su secretario Baruc como amanuense a quien dictaba su profecía (Jeremías 36:1–6); Pablo también dictó parte de sus cartas. Estos dos niveles de autoría siguen siendo admisibles y legítimos hoy en día.

Tercero: Algunos libros revelan las ideas de una persona a quien se identifica como el autor, aunque estas ideas hubieran sido recogidas por alguien más, encargado de ponerlas por escrito. Muy posiblemente es el caso de la carta de Santiago, escrita en un perfecto griego literario difícil de entender si provenía directamente de un sencillo campesino galileo cuya lengua materna era el arameo. La moderna exégesis y hermenéutica resuelven el problema afirmando que muy probablemente un copista o amanuense, en este caso más bien redactor o editor cercano al apóstol Santiago, recogió las ideas y el mensaje de este y las presentó con su nombre.

Cuarto: Se consideraba autor de un libro a quien proporcionaba el cuerpo de enseñanza o doctrina y las ideas fundamentales del escrito, aunque fueran sus discípulos o seguidores los que compilaran esas ideas y le dieran redacción final. Era requisito indispensable que el contenido del escrito respondiera fielmente a las ideas, términos y espíritu del autor. Este era reconocido como tal inclusive en los casos en que su obra hubiera aparecido en público un tiempo después de su muerte. Algunas partes de Isaías y Jeremías, así como también partes del Evangelio y las cartas de Juan, podrían caer en esta categoría. Lo cierto es que alrededor de los profetas y de algunos apóstoles y maestros como Juan y Pablo, se creó una corona de seguidores y discípulos que atesoraron sus enseñanzas y cuidaron de que se transmitieran a la posteridad. Estas son las que llamamos «escuela paulina o juanina», grupos de seguidores y discípulos que bien pudieron ser los responsables de complementar al menos parte de las cartas de Pablo y de los escritos de Juan.

Quinto: De una manera muy amplia se consideraba autor a un personaje famoso a quien se le atribuía un cuerpo de doctrina o enseñanza, o un género específico de literatura, como es el caso de Moisés, a quien se atribuye la autoría del Pentateuco, aunque sabemos que era física y cronológicamente imposible que Moisés mismo hubiera redactado los cinco primeros libros de la Biblia, ya que estos tardaron varios siglos para componerse en su totalidad, y en ellos se habla inclusive de la muerte de Moisés. Pero Moisés fue el gran jefe, legislador y representante de la Ley (Toráh) y, como tal, se le atribuye esta, como si él fuera su autor. Es el mismo caso de David, reconocido como el gran cantor, poeta y salmista, autor del Salterio, aunque sabemos que muchos de los Salmos fueron escritos por varios autores. En el mismo sentido se le atribuye a Salomón toda la literatura sapiencial.

El sentido original y el largo período de redacción de los libros
Es un hecho que los diferentes libros de la Biblia se redactaron en un período largo de tiempo. Este hecho complica la tarea de determinar el sentido real que el autor intentó dar, especialmente si descubrimos que no una sino varias mentes humanas intervinieron en su composición. Las llamadas «variantes» deben también tenerse en cuenta: cambios introducidos por escribas y copistas al reproducirlos o al traducirlos. Es aquí donde funciona la crítica textual, como una disciplina y técnica que nos permite hoy acercarnos al texto original más depurado posible, comparando los miles de manuscritos que poseemos de las Escrituras. Un ejemplo interesante es el del libro de Isaías, cuya composición duró no menos de doscientos años, según los expertos. No solo se agregaron partes al Isaías original, sino que se introdujeron cambios al punto que muchos identifican no dos, sino tres Isaías. Los últimos capítulos de Amós son adiciones al Amós original. Este es un libro bastante pesimista en general, en contraste con su final, que introduce una tónica de optimismo. En estos casos se debe identificar no solo el sentido original, sino el que adquirió el escrito después de las modificaciones o cambios sufridos.

El Autor divino y el autor humano de la Biblia

Este es el factor más complicado en la interpretación de las Escrituras. Cada palabra y versículo de la Biblia es fruto de un autor humano, que presta su mente y su lenguaje para la transmisión del Autor final y definitivo del texto sagrado: Dios. Como afirma el Concilio Vaticano II en su declaración Providentissimus Deus, y que otros cristianos de varias denominaciones podemos suscribir: Dios movió de tal manera a los autores humanos a escribir, y los asistió mientras escribían, que expresaron fielmente las cosas que él dispuso. Nos hallamos, pues, ante un doble desafío: ¿qué intentó comunicarnos el autor divino y qué tan fiel a este pensamiento e intención divinos fue el autor humano? El estudio de los diversos sentidos de las Escrituras que vienen a continuación nos ayudará a dilucidar muchas de estas cuestiones y problemas.


El hombre podría casarse con su hermana: ¿Interpretaste bien el mensaje?

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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 Durante mi ministerio  entre la gente indígena de México, llegó la noticia de que uno de los creyentes indígenas se había apartado de la fe. ¡Decía que yo enseñaba que el hombre podría casarse con su hermana! Se ofendió por esto.

Pronto recordé el caso: él me había preguntado dónde consiguió Caín a su esposa. Refiriéndome a Génesis 5:4, le dije que ella era, sin duda, su hermana. Había procurado decirle que todas las personas de aquel tiempo habían nacido del primer matrimonio, Adán y Eva. Pero este creyente indígena no pudo entender la situación histórica; se equivocó también, creyendo que lo que era necesario o aceptable en la historia antigua podría hacerse en la actualidad.

De vez en cuando encontramos pasajes bíblicos cuyo sentido completo se nos escapa, aun cuando su mensaje principal sea claro. Con frecuencia tales textos se aclaran cuando entendemos las circunstancias históricas. Esto puede incluir las maneras y costumbres, las leyes y la filosofía de la gente, su historia, geografía, leyendas, artes y artesanías, herramientas y todo lo que incluía su cultura.

Esta información se podrá encontrar en libros de consulta que describen los tiempos antiguos. El intérprete hará bien consiguiendo varios libros de este tipo, tales como los que se mencionan en la lista de “Libros Recomendados para la Biblioteca del Intérprete”. De otra manera el estudiante debe reservar una libreta especial en la que apunte datos de esta índole. Cuando encuentra alguna circunstancia que explica algún texto difícil, debe apuntar en ella la cita bíblica, la circunstancia que lo explica, junto con la fuente de su información. Así podrá localizar los datos más tarde. Luego, de esta libreta debe pasar los datos a un archivo más permanente.

Será conveniente estudiar la vida diaria de los judíos: su ley—no solamente la de Moisés, sino la ley tradicional escrita en el Talmud; su historia—tanto de los libros apócrifos2 y la historia secular, como de la Biblia misma. Todos los datos que puedan explicar los textos difíciles, deben apuntarse en la libreta, y guardarse en el archivo especial.

Los siguientes pasajes ilustran la manera en que el entendimiento de las circunstancias contribuye a la interpretación correcta. El consejo que Raquel le dio a Jacob, puede confundir u ofendernos:

   He aquí mi sierva Bilha; llégate a ella, y dará a luz sobre mis rodillas, y yo también tendré hijos de ella (Gn. 30:3).

Recordamos que también Sara le pidió a Abraham que tomara a Agar su sierva, con el mismo fin. Debemos entender que las leyes de la ciudad de Ur de los Caldeos, de donde habían salido para ir a Canaán, permitían estas relaciones. Sin duda por la influencia de aquella gran ciudad, la costumbre era reconocida y usada en todo el mundo antiguo.

En Génesis 31:19 leemos que “Raquel hurtó los ídolos de su padre”, y no estamos seguros de por qué lo hizo. A primera vista parece que quería usarlos en su culto particular. Pero si ésta fuera la única razón o la verdadera, dejaría sin explicar la seriedad del acto; es decir, por qué Labán se enojó tanto por la pérdida de ellos. ¿Acaso perseguiría a Jacob y a su familia para recobrar unos cuantos ídolos de barro?
Según el texto hebreo, los ídolos eran realmente terafines y los terafines no eran solamente ídolos; eran objetos asociados con el hogar. Según la ley horea de Seir (Gn. 36:20, 21) la posesión de los terafines le garantizaba a Raquel la posesión de la propiedad de su padre para Jacob. Sin embargo, Jacob no supo lo que Raquel había hecho, y nunca quiso aprovecharse de esa manera.

En Deuteronomio 27:11–14 leemos que Moisés ordenó que la mitad de la gente se parara sobre el monte Gerizim para bendecir a la nación, y que la otra mitad estuviera sobre el monte Ebal para pronunciar la maldición, “hablando en alta voz”. Surge la duda: ¿cómo podrían hablar para que su voz se oyera desde la ladera de un monte hasta la del otro? Aun cuando un grito en la serranía se puede oír desde lejos, no es fácil entender las palabras.

En este caso los dos montes mencionados están tan cerca el uno al otro, que se puede oír la voz en la forma indicada. Y cuando consideramos que no era una sola voz sino la de una multitud hablando en concierto, las palabras de bendición y maldición debieran entenderse con suficiente claridad. Observemos que este problema se ha resuelto considerando las varias circunstancias bajo las cuales las palabras fueron dichas.
Una circunstancia semejante se ve en Jueces 9:7, donde leemos que Jotam “se puso en la cumbre del monte de Gerizim, y alzando su voz clamó …” a los habitantes de Siquem que estaba situado más abajo. ¿Cómo podría ser oída su voz desde la cumbre de Gerizim hasta el pueblo de Siquem? Resulta que hay una cumbre no muy alta sobre el pueblo y una prominencia donde Jotam podía haberse colocado para hablar como afirma el texto. En este caso, como en el otro, el problema está resuelto por medio del conocimiento de la topografía de aquella región.

En algunos casos el Antiguo Testamento mismo contiene la explicación de algunos puntos oscuros de la historia del evangelio. En la parábola del tesoro escondido (Mt. 13:44), el comportamiento del hombre que encontró el tesoro en el campo se pone en duda. Compró el terreno para hacerse dueño del tesoro que encontró. Quizá pensamos que hubiera hecho mejor buscando al dueño para entregárselo; o acaso, avisarle antes de comprarlo.

Sin embargo, los judíos no pensaban así. Los tesoros eran la propiedad del individuo que los encontrara (Job 3:21; Pr. 2:4). Si alguien tuviera la dicha de encontrar un tesoro en su propiedad, nadie negaría su derecho de quedarse con él.

Por supuesto, este punto no es parte de la parábola; fue relatada con el fin principal de dar énfasis al gran valor del tesoro, que representa el mensaje de salvación, y el interés que tuvo el hombre en quedarse con él.
Otro caso semejante ocurre en Mateo 12:1, donde leemos que Jesús y sus discípulos arrancaron espigas de trigo al pasar por un sembrado, cuyo dueño era desconocido. ¿Era lícito comer así de lo ajeno? ¿No fue una especie de hurto, aunque sin mucha importancia?

La ley judía permitía al caminante o forastero hambriento coger del grano para comerlo, aunque no le permitía cosecharlo (Dt. 23:25). Esa ley fue hecha para el bien público, en reconocimiento de las bases espirituales de la vida nacional. Jesús y sus discípulos no cometieron ninguna falta contra la ley de Dios ni en contra de los hombres.

Las costumbres usadas entre los judíos también explican algunas cosas extrañas. En Lucas 10 leemos de la ocasión cuando el Señor envió a los setenta a anunciar el evangelio, dándoles también algunas instrucciones para su viaje. En el v. 4 dice: “… y a nadie saludéis por el camino”.

Nos extraña que el Señor haya requerido algo aparentemente antisocial en la obra de anunciar el mensaje de Dios.

Pero los saludos de aquellos tiempos eran muy largos. Al encontrarse en el camino los judíos se saludaban con un lento Shalom (paz), doblegándose desde la cintura hacia el lado derecho. Luego lo repetían hacia el lado izquierdo. Seguía, entonces, una plática amistosa sobre los asuntos del día; y al separarse, se saludaban como al principio. Los saludos solían durar media hora o más.

Será fácil entender que esta costumbre podría hacerle al mensajero del evangelio perder mucho tiempo, especialmente si encontraba a varios amigos por el camino. Esta instrucción que prohíbe el saludo, realmente indica que el evangelista no debiera demorarse llevando tan importante mensaje.

Un ejemplo de esta situación se encuentra en la historia de Israel. Eliseo había enviado su ayudante a la casa de la viuda para poner su bordón sobre la cara del niño que había muerto (2 Reyes 4:29). No debía saludar a nadie, ni contestar si otro le saludaba; el asunto que lo llevaba requería mucha prisa.

Otro caso que señala una costumbre rara de los judíos, se encuentra en Mateo 8:21. Uno que quería seguir a Jesús quiso posponer su obediencia al llamamiento del Señor, y ofreció lo que nos parece era una disculpa justa: “Señor, permíteme que vaya primero y entierre a mi padre.” Pero el Señor le respondió: “Sígueme; deja que los muertos entierren a sus muertos” (v. 22).

Claro es que el Señor hablaba figuradamente cuando dijo que los que estaban muertos debieran encargarse de enterrar a sus muertos. Se refería a los que estaban muertos espiritualmente; ellos debían cumplir los deberes familiares y sociales al respecto. Pero esto no es el problema principal. ¿Por qué no permitió el Señor que este discípulo enterrara a su padre?

La razón es que ¡su padre no había muerto! La expresión “enterrar al padre” no tenía relación con el acto de sepultar su cadáver, sino con su continuada presencia en casa hasta la muerte del padre. Este hombre quería aplazar su obediencia al Señor hasta que cumpliera con su imaginada obligación a su padre mientras viviera. El Señor dijo que dejara ese cumplimiento a los que no habían experimentado la vida espiritual ni oído el llamado del Señor a su servicio.

El estudiante debe familiarizarse con las costumbres de los hebreos antiguos, y con toda circunstancia que pueda afectar la interpretación de las Escrituras.


PARA EL ESTUDIANTE

  1.      En Génesis 19:3 leemos que Abraham “coció panes sin levadura” para sus visitantes angélicos. ¿Por qué preparó pan sin levadura? ¿Fue, acaso, porque los ángeles requerían pan que no tuviera “el símbolo de la maldad”?
  2.      Cuando Abraham compró la cueva de Macpela a Efrón, leemos que “pesó … cuatrocientos siclos de plata, de buena ley entre mercaderes” (Gn. 23:16). ¿Por qué dice que pesó esos siclos de plata en lugar de contarlos?
  3.      Según Génesis 29:23, Labán dio a Jacob su hija Lea en lugar de Raquel. ¿Cómo es que Jacob no supo que su novia no era Raquel? Recuerde las condiciones rurales, las costumbres del casamiento, y la fiesta, para explicar lo que sucedió.

Vive con ustedes y Estará en ustedes: La Promesa del Señor Jesucristo

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6



 
 
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Dios y el ser humano son diferentes. Hay entre ambos un profundo abismo, que los separa. La historia de la salvación no es otra cosa que el insistente esfuerzo de Dios por saltar ese abismo. Desde los días de Adán y a lo largo de todos los tiempos del Antiguo Testamento, vemos a Dios visitando a su pueblo una y otra vez, pero siempre con él de un lado del abismo y sus criaturas del otro lado. No obstante, el Creador se muestra como tomando siempre la iniciativa para trazar un puente de reconciliación entre él y sus criaturas. Manifestándose como el Ángel del Señor, Dios se apareció a los seres humanos y el Espíritu del Señor obró a través de ellos y sobre ellos, en tiempos del Antiguo Testamento. Pero el abismo no desapareció.
En Cristo, por fin, Dios mismo cruzó el abismo. Esto ocurrió cuando “el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros” (Jn. 1:14). Fue entonces que el abismo desapareció definitivamente para todos aquellos que por fe se han atrevido a transitar el puente hacia él, construido con la cruz de su Hijo. Después de la ascensión de Jesús, Dios, en el Espíritu Santo, vino a morar con y en su pueblo redimido, conforme a la promesa y afirmación de Jesús: “vive con ustedes y estará en ustedes” (Jn. 14:17). Esto destaca la importancia de un entendimiento claro de la persona y obra del Espíritu Santo.
El propósito de la encarnación fue revelar al Padre; la misión del Espíritu es la de revelar al Hijo. La Biblia enseña claramente que el Espíritu Santo es el intérprete de Jesucristo. No es que él ofrezca una revelación nueva, sino que más bien aclara la mente del ser humano, capacitándolo así para descubrir un significado más profundo en lo que respecta a la enseñanza, la vida y la obra de Cristo. Así como el Hijo no habló de sí mismo, sino de lo que había recibido del Padre (Jn. 8:26, 28), así tampoco el Espíritu habla de sí mismo, como si fuera una fuente distinta de información, sino que declara todo lo que oye en la vida interior de la Trinidad (Jn. 16:13).
Todo esto destaca la importancia de un entendimiento claro de la persona y obra del Espíritu Santo. Sin embargo, hay dos cuestiones preliminares que debemos considerar.


LA NEGLIGENCIA EN LA CONSIDERACIÓN DEL ESPÍRITU

En primer lugar, no se ha prestado suficiente atención al Espíritu Santo. En verdad, si bien se ha hablado mucho acerca del Espíritu Santo en las últimas décadas, la doctrina cristiana del Espíritu no ha sido suficientemente desarrollada.

  Stanley Romaine Hopper: “La doctrina del Espíritu Santo es al mismo tiempo la más central y la más descuidada de la fe cristiana. Es la más central en el sentido de que todo en los Evangelios está energizado y motivado por y a través de su agencia. El Nuevo Testamento, como lo señala un comentarista, ‘es preeminentemente el libro del Espíritu Santo’ (R. Birch Hoyle, ERE, vol. 11; p. 791 b). Esto puede ser expresado incluso más dramáticamente: mientras que se nos puede permitir pecar contra Jesucristo, el pecado contra el Espíritu Santo es imperdonable. No obstante, mientras el cristianismo es así tan firmemente pneumo-céntrico como Cristo-céntrico, la doctrina ha permanecido como periférica a lo largo de la mayor parte en la larga historia del pensamiento doctrinal.”


Causas para la negligencia del Espíritu

Se pueden apuntar por lo menos tres causas para dar cuenta de esta negligencia:

Razones relacionadas con el Espíritu mismo. Por un lado, hay razones que están relacionadas con el Espíritu Santo mismo. Así, pues, está el carácter del Espíritu. La actitud y tarea fundamental del Espíritu mismo es señalar a Jesucristo y dar testimonio de él en lugar de llamar la atención sobre sí mismo (Jn. 15:26). A la luz de esta verdad, se justifica el relativo silencio que la iglesia ha guardado en torno a esta experiencia y doctrina. Está, también, la naturaleza del Espíritu. Esto tiene que ver con quién es él, de modo que el descuido apuntado no se debe tanto a la indiferencia en hablar sobre el tema como a que es difícil definir al Espíritu Santo, pues éste es la vida, el poder, la potencia, la actividad misma de Dios. Y, además, está la revelación del Espíritu. Fue él quien inspiró las Sagradas Escrituras, pero no hay en ellas un tratado de neumatología explícito. Es difícil sistematizar las enseñanzas de la Biblia sobre el Espíritu Santo, dada la diversidad de pasajes que tratan el tema en forma diferente. Como indica Van A. Harvey: “Propiamente hablando, no hay una doctrina del Espíritu Santo en el NuevoTestamento, si bien el lenguaje específico acerca de ello proveyó los materiales para la elaboración teológica posterior.”

Razones relacionadas con nosotros mismos. Por otro lado, hay razones que están relacionadas con nosotros mismos como cristianos. Históricamente, el cristianismo no ha dado definiciones claras de la persona y obra del Espíritu Santo. En un sentido muy real, cuando se estudia la historia del testimonio cristiano, da la impresión que siempre o casi siempre se ha esquivado el tema. La Confesión de Westminster (confesión de fe calvinista de 1648, de gran influencia para muchos evangélicos en América Latina) no tenía originalmente una sección sobre el Espíritu Santo, y recién se puso algo sobre el tema dos siglos después de su aceptación.
Además, nos molesta algo que no podemos controlar y que quiere controlarnos a nosotros. Tememos que el Espíritu interrumpa nuestros programas tan cuidadosamente planeados y nuestros procedimientos tradicionales tan cómodos y aparentemente seguros. Este fue el caso de Pedro. Como buen judío de sus días, Pedro estaba configurado para detestar ceremonialmente cualquier tipo de relación con los gentiles. Las normas religiosas establecían con claridad la necesidad de abstenerse de todo tipo de contacto con los gentiles, y en su contexto histórico, especialmente con los romanos invasores. Fue necesaria una intervención bien dramática y directa del Espíritu Santo para cambiar la cosmovisión de Pedro (Hch. 10:19–20).
Debemos tener presente, no obstante, que corremos el riesgo de perder la “libertad del Espíritu” (ver 2 Co. 3:17), simplemente por permitir que el prejuicio, la ignorancia y la sospecha nos llenen de temor.

  Samuel Escobar: “El temor a los excesos del movimiento carismático, el conservadorismo de formas más que de esencias, y el desconocimiento de la riqueza de la Palabra de Dios, explican que cuando se menciona el tema del ‘Espíritu Santo’ una cierta inquietud recorra mentes y corazones. La gente se pone en guardia, como para ver si aparece la temida herejía, y si el que habla se sale de la línea. Se tiene la sensación de que cunde un cierto miedo a la libertad del Espíritu. Y esto puede ser trágico, porque si el Espíritu no tiene libertad de acción, no hay iglesia ni hay misión.”

Razones relacionadas con nuestra relación con el Espíritu. Finalmente, el Espíritu hace demandas sobre nosotros personalmente y le resistimos. Cada vez que se acerca a nosotros y rechazamos sus indicaciones, nuestra resistencia se aumenta. Nuestra consciencia de él disminuye y llegamos a desconocerlo o a no ver su acción. En Efesios 4:30, el apóstol Pablo nos advierte seriamente de esta actitud: “No agravien al Espíritu Santo de Dios, con el cual fueron sellados para el día de la redención.”
Como podemos ver, la consideración de la experiencia y de la doctrina del Espíritu Santo es sumamente compleja por muchas razones. Y en buena medida, esto explica por qué el tratamiento reflexivo de la persona y obra del Espíritu brilla por su ausencia en muchos ámbitos del pueblo del Señor. La neumatología es una disciplina de manejo complicado, y a la mayoría de nosotros no nos gustan las cuestiones complicadas.

  H. Wheeler Robinson: “Ninguna doctrina de la Biblia es más kaleidoscópica que la del Espíritu Santo, ya sea que escojamos pensar en los elementos fragmentarios que muestran la sabiduría de Dios en toda su diversidad (Ef. 3:10), o en las transformaciones elusivas que sufre la doctrina dentro de los mil años de su evolución histórica, o en su fascinación al verla reflejada hacia atrás y hacia adelante entre Dios, el ser humano y la sociedad humana.”

miércoles, 26 de febrero de 2014

puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros: ¿Quiénes son "vosotros"?

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 

 
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Resurrección y Responsabilidad

Juan 20:1–21:25

“Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, vino Jesús, y puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros” (Juan 20:19)

“Como me envió el Padre, así también yo os envío” (Juan 20:21).

En el Antiguo Testamento, cuando se quería hacer hincapié en el poder de Dios, siempre se hacía referencia al éxodo. La mano poderosa del Señor se había hecho muy evidente en la noche de la pascua y en todos los años de la peregrinación.
Al pasar al Nuevo Testamento, los autores, siempre bajo la dirección del Espíritu Santo, citaban la resurrección como una prueba contundente del poder divino. El capítulo 20 de Juan testifica de ese poder y sus consecuencias. Los que niegan la resurrección de Cristo se oponen también a los cuatro evangelios, al resto del Nuevo Testamento y a los profetas del Antiguo. La resurrección es una doctrina central en la enseñanza bíblica y en nuestra fe.


EL DESCUBRIMIENTO
20:1–29


María Magdalena 20:1
Es fácil de entender la devoción que esa mujer tenía por Señor. Las Escrituras dicen que es la misma de quien Cristo había sacado siete demonios, por lo que su gratitud era inmensa. Estuvo presente ante la cruz con otros amigos fieles. Aunque acompañada por otras mujeres (Lucas 24:1), Juan indica que ella fue la primera en llegar a la tumba “el primer día de la semana… siendo aún oscuro…” (20:1).


EL VALOR DE QUIENES NO SE ESPERABA,
CONTINUÓ MANIFESTÁNDOSE: JOSÉ,
NICODEMO Y LAS MUJERES.



Cuál fue su sorpresa cuando “vio quitada la piedra del sepulcro” (v. 1). Su conclusión natural fue que alguien había violado la tumba, aunque la cueva había sido sellada la noche anterior con una especie de puerta, además del sello oficial puesto por las autoridades. La puerta en sí consistía de una piedra redonda, grande y, por supuesto, muy pesada. Imagínese una gran rueda de piedra que descansaba en una ranura o zanja angosta. Dicha ranura pasaba por la entrada en un plano descendente, su parte más baja quedó directamente frente a la abertura de la cueva.
Antes de ser usada la tumba, tal vez la piedra estaba en la parte alta (siempre en su ranura), sostenida en su lugar por una cuña. Al cerrar la tumba se debe haber quitado la cuña, haciendo que la piedra se deslizara hacia abajo en su ranura, cubriendo así la abertura. Las mujeres, encaminándose hacia el sepulcro, iban preocupadas pensando quién les ayudaría a mover semejante mole de piedra otra vez hacia arriba para abrir la tumba. Al llegar allí, dice Juan que encontraron la piedra “quitada”, o sea, removida, fuera de la ranura, que era el lugar correcto.

Pedro y Juan 20:2–10
María les avisó de su hallazgo y ellos corrieron al sepulcro. Juan llegó primero, pero no necesariamente porque fuera mejor atleta, aunque sí era más joven. Por otro lado, es posible que Pedro cargara con el peso extra de su conciencia que le remordía. Sin duda, en el camino ambos iban pensando que María se había equivocado. Como dice un comentarista: ¡Nadie se apresura a un cementerio para ver a los muertos! Tampoco esperaban que la resurrección hubiera ocurrido.
Su reacción a lo que encontraron al llegar a la tumba la podemos resumir en tres versículos que enfatizan el verbo “ver.”
Juan “bajándose a mirar, vio los lienzos puestos allí, pero no entró” (v. 5). La palabra que el Espíritu guió a Juan a usar quiere decir “percibir y entender”. Entonces, el discípulo no sólo dejó que sus ojos grabaran la escena, reportando los detalles a la mente. Desde el principio, ¡Juan entendió la magnitud del hecho! Lo que vio no era resultado de un robo; ¡Cristo había resucitado!
Pedro “entró en el sepulcro, y vio los lienzos puestos allí, y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte” (vv. 6–7). Esta vez el Espíritu Santo que inspiró a los que escribieron la Biblia, vuelve a usar la palabra “vio”, que significa “presenciar”, como alguien cuando va al teatro.
Juan entró también “y vio y creyó” (v. 8). La palabra combina “ver” y “saber”. Quiere decir que Juan supo con certeza, y creyó de la misma manera, que Cristo había resucitado, aun antes de verlo personalmente.
Estos hombres no habían entendido lo que Cristo les había enseñado acerca de la resurrección (v. 9), pero la visita a la tumba vacía empezó a levantar la neblina de su mente.

¡LA TUMBA VACÍA ES LA EVIDENCIA
INCONTROVERTIBLE DE QUIÉN ES CRISTO!


María y Cristo resucitado 20:11–18
María regresó a la tumba con un pequeño ajuste de perspectiva. Aparentemente ya no pensaba tanto en un robo, sino en que algún amigo se había llevado el cuerpo a otra parte, tal vez para preservarlo. De todos modos, el cuerpo había desaparecido, y ella dio rienda suelta a sus lágrimas. Es asombroso que no se asustara al ver a los ángeles (v. 12), sino que tuvo valor para explicarles su sentir. En eso, dio la vuelta y vio a Jesús sin saber quién era.
No fue hasta que oyó su nombre pronunciado por los labios de su Señor que supo quién era. Juan traduce “Raboni,” como “Maestro” para sus lectores no judíos. Pero para ellos, quería decir “mi propio maestro, muy querido”. La reacción muy natural de María, que pensaba que había “perdido” a su Maestro para siempre al morir, fue de abrazarlo y detenerlo para no dejar que se fuera otra vez. El Señor no permitió que su reacción continuara, y le dio dos razones: Primero, que todavía no había ascendido y tenía algo pendiente que hacer. Antes debía ascender al Padre para presentarle oficialmente su sangre derramada en propiciación por los pecados en el Lugar Santísimo, ante la presencia de Dios en el cielo. La segunda razón que le dio para que desistiera de su actitud, fue que tenía una encomienda especial para ella (v. 17): Ir a reportarlo todo a sus “hermanos”.

Los discípulos y Cristo resucitado en dos domingos 20:19–29
Los discípulos. El grupo de sus seguidores todavía no había entendido completamente la realidad de su resurrección. No disfrutaban del gozo que debieran tener, sabiendo que ésta se había realizado, sino que sufrían por miedo a los judíos. En eso estaban cuando milagrosamente Cristo apareció entre ellos saludándolos en su forma característica: “Paz a vosotros”. ¡Cómo la necesitaban! Los eventos de los últimos dos o tres días los habían lanzado a una tempestad de distintas emociones. Y ahora, sin pasar por la puerta, llegaba Cristo poniéndose en medio de ellos. Sí, les hacía mucha falta la paz.
El Señor les mostró las evidencias de su muerte en la cruz y “se regocijaron viendo al Señor” (v. 20). Fue entonces que les recordó que les había dado una comisión. Para cumplir con esa tarea era necesario un poder especial. Entonces “sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (v. 22). En esa ocasión les dio lo que necesitaban para ser sus representantes mientras llegaba el día de Pentecostés. Fue un período único, el lapso entre la ascensión de Cristo y la venida del Espíritu.
“A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos” (v. 23). La facultad de perdonar pecados sólo pertenece a Cristo. A sus seguidores corresponde anunciar al mundo que en Cristo hay perdón. Este versículo no enseña que un hombre puede perdonar el pecado. Tampoco es el principio de una ordenanza o sacramento. Es una comisión de predicar la remisión de pecados por la sangre de Cristo. Al no hacerlo, “les son retenidos.”


¡CON CADA PRIVILEGIO, CRISTO
NOS DIO UNA RESPONSABILIDAD!



Tomás. Tomás se había perdido de la bendición maravillosa que los otros habían experimentado. Aun con toda la evidencia que se había ido acumulando, expresó su duda. El quería practicar un examen físico de la evidencia. Precisamente el domingo siguiente tuvo su oportunidad. Estando él presente con los demás discípulos en el mismo lugar que antes, Cristo volvió a aparecer y extendió a Tomás la invitación para que tocara sus heridas, pero éste no aceptó. Con sólo ver, declaró: “¡Señor mío, y Dios mío!”

El propósito del cuarto evangelio 20:30–31
En cierto sentido, el encuentro con Tomás representa el clímax del libro. Su confesión es exactamente lo que Cristo buscaba de todos sus oyentes. Esto concuerda con el objetivo de Juan al escribir el libro. Véase la primera lección que trató acerca de este tema.
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EPÍLOGO: ¡A SERVIR!
21:1–25


El último capítulo es un suplemento, una especie de apéndice que trata algunos asuntos pendientes entre los discípulos. No cabe duda que el tema principal de la obra termina en 20:31. Sin embargo, el mismo autor, probablemente en el corto plazo, agregó una conclusión a su obra maestra. No hay ningún manuscrito original entre los que existen que no tenga el capítulo 21 como parte integral del evangelio. Debemos dar gracias a Dios porque aclaró varios puntos sobre los que hubieran quedado dudas. Tal vez esto es precisamente lo que Juan tenía en mente.

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Los pescadores y Cristo resucitado 21:1–14
La escena cambia de Jerusalén a Galilea. Según el mensaje angelical de Mateo 28:7, el Señor prometió encontrarlos allí. Además, debido a la inseguridad que sentían los discípulos en aquellos días, no les pareció mala idea regresar “a casa”.
Siete de ellos, bajo la influencia del siempre impetuoso Pedro, decidieron salir a pescar, tal vez porque estaban cansados, aburridos, o por necesidad económica; no hubo nada malo en ello. El Señor no los regañó, pero, como que esos expertos ya habían perdido “el toque”, porque aunque estuvieron fuera toda la noche, no pescaron nada.
Una figura indistinguible en la playa les preguntó si habían recogido algo a lo que respondieron en forma típica de pescadores frustrados, con un fuerte, lacónico, y desanimado “¡No!” Entonces la voz autoritaria de la misma figura les dijo: “Echad la red a la derecha de la barca y hallaréis” (v. 6). En eso, Juan reconoció al Señor, y Pedro se lanzó al agua para llegar hasta él.
Los peces abundaban en la red (v. 11), pero Pedro estaba más interesado en estar al lado de Cristo. Eso fue lo que caracterizó a Pedro en toda la historia del ministerio terrenal de Cristo. El Señor también manifestó algo típico de él: hizo provisión para los suyos y les preparó el desayuno.

¡PENSEMOS!

 Cristo tiene un gran propósito para los suyos. El plan incluye la geografía, o sea el lugar donde debemos estar. En el caso de los discípulos, tenían una cita en Galilea. El plan de Dios se nos revela a través de su Palabra. La voz que vino por sobre las aguas del lago, dijo: “Echad la red a la derecha” y es la misma que nos habla por toda la Biblia. El plan también considera las necesidades de los suyos y hace la provisión necesaria. ¡Cómo han de haber saboreado aquel desayuno delicioso en la playa! Sin duda, les gustó más porque Cristo estaba presente. El Señor también atiende las necesidades de los suyos en esta época: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Filipenses 4:19). Este es parte de su plan.

“El pescador” y Cristo resucitado 21:15–19
Es interesante notar que los elementos “pescado” y “fuego” se mencionan siempre en relación con los seguidores de Cristo. Su reclutamiento inicial ocurrió cuando se dedicaban a la pesca. Al final de la historia, Pedro sufrió una derrota ignominiosa alrededor de una fogata ante una sirvienta. Aquí, alrededor de otra fogata, Cristo tiernamente habla con el discípulo apenado y arrepentido.
Con Pedro, Cristo hizo hincapié en el amor. Claro que era imprescindible responder positivamente a la luz que Cristo arrojaba. Los fariseos no lo hicieron. La doctrina que el Hijo enseñó venía del cielo, desde donde él vino a revelar la obra y carácter de Dios.
La doctrina tiene una gran importancia. Pero, al fin y al cabo, uno tiene que enamorarse de Cristo. Este no es un factor adicional a la doctrina, o a la luz. El amor viene por obra del Espíritu, a través de la doctrina y la luz, y crece en una vida de obediencia a ellas. La prueba del carácter cristiano y grado de fe que uno profesa está en el amor que tiene por Cristo.


EL CRISTIANISMO ES CRISTO.
SER CRISTIANO ES SOSTENER UNA
RELACIÓN PERSONAL CON ÉL.
ESTA RESULTA EN AMOR, QUE A SU VEZ
PRODUCE SERVICIO.



Pedro el pescador, ya reconciliado con su Maestro, recibió una nueva comisión. La figura que el Señor emplea ya no es de pescador, sino de pastor de ovejas, a las que le encomendó que apacentara. ¡Gracias a Dios por su misericordia! Sin duda, Pedro diría como Pablo: “Doy gracias al que me fortaleció, a Cristo Jesús nuestro Señor, porque me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio” (1 Timoteo 1:12).
Durante los momentos cuando confiaba más en sí mismo (Juan 13:37), Pedro había dicho que estaba dispuesto a poner su vida por Cristo. En ese entonces no sabía cuán débil era. Ahora, al lado del mar de Galilea, con un espíritu mucho más humilde, escuchó al Señor prometerle una muerte semejante a la suya. No obstante las dificultades, la oposición y el odio del mundo, o la muerte en forma de cruz, le dijo: “¡Sígueme!”. Dios pudo hacer uso de Pedro como relata Hechos 1 y 2, porque obedeció de corazón lo que Cristo le dijo.


Dos discípulos y dos rutas qué seguir 21:20–23
Dios tiene un solo plan, pero los detalles no son idénticos para todos los creyentes. El Señor había señalado la forma en que Pedro moriría. Dando muestras de que no había cambiado totalmente, el Pedro de antes señaló a Juan y preguntó a Jesucristo: “¿Y qué de éste?” La contestación del Señor originó el rumor de que Juan no moriría, sino que quedaría vivo hasta su segunda venida.
Pero Cristo no lo dijo así, y Juan mismo lo aclaró: “Jesús no le dijo que no moriría, sino: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti?” (v. 24). Perceptivo como siempre, Juan reconoció que todo dependía de la voluntad de Dios y que su plan era personal y oportuno. A ellos les tocaba dedicarse a vivir su propia vida, siempre con el poder del Espíritu Santo, sin preocuparse de los detalles del plan que Dios tenía para los demás.

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Comentario final 21:24–25
Las penúltimas palabras representan el testimonio de otro autor, tal vez procedente de los hermanos de Efeso. El último versículo alude al muchísimo material que no se incluyó en ninguno de los evangelios. Los tres años y medio de ministerio de Cristo produjeron más de lo que se podría incluir en una biblioteca completa de libros.
Sin embargo, tenemos en la Biblia exactamente lo que Dios quiso. Es más; él no nos responsabiliza por lo que no está incluido en su Libro, sino por lo que sabemos de su voluntad y la manera en que lo ponemos en práctica.

¡PENSEMOS!

 Principiamos el presente estudio diciendo que el Evangelio de San Juan presenta leche y viandas a la vez. Para los nuevos creyentes, hay leche y pueden disfrutar de los aspectos más sencillas de, por ejemplo, Juan 3:16. Este mismo versículo ofrece también vianda para el creyente más maduro. Ni este libro ni la Biblia nos defraudan nunca. Cada vez que se abre, hay más tesoros que debemos apropiarnos.

sirviendo al Señor con toda humildad, y con muchas lágrimas

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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El llamado de andar digno de la vocación celestial
Dr. Ernesto Johnson
Seminario Bíblico Río Grande
Pablo está para lanzar la última mitad de la epístola con un fuerte énfasis sobre la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, en acción y el andar cristiano. Después de desplegar la gracia soberana de Dios en el Gran Designo (Efesios 1:11), le toca el andar del creyente de acuerdo de la misericordia y la gracia de Dios manifestadas en la Cruz y es como un eco de Romanos 12:1, 2: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, and agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”. 
El creyente no es tan solo un individual salvo sino un miembro de la Iglesia, el Cuerpo de Cristo. Además no es tan solo un gentil o judío sino ahora Dios ha hecho “de ambos un solo y nuevo hombre”, Israel y los gentiles (Efesios 2:14,15; 3:8-11).  Pentecostés ha inaugurado el “misterio” de la Iglesia desde antes escondido, pero ahora revelado por el llamado divino del Apóstol Pablo. Este es el momento, pues, de introducir el tema principal de la carta, la Iglesia tanto en su forma mística y universal como local y el andar que les corresponde.
Mateo registró en medio del ministerio terrenal de Jesús una promesa algo enigmática pero definitiva y sin explicación.  En dicho momento crítico, Jesús se dirigió a Pedro y a los discípulos: “Y yo también te digo, que tú eres Pedro [“petros” arameo por Cefas], y sobre esta roca [petrai – precipicio o retallo fuerte] 1Mateo 7:24] edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mateo16:18).  Esta declaración fuerte fue tanto una profecía como una promesa que se realizaría en el Día de Pentecostés y por delante. Cristo sabía porque había venido al mundo–para ser Cabeza de la Iglesia.
La Apelación fuerte al andar de los efesios    Efesio 4:1
 Pablo vuelve a dirigirse a los efesios casi como se presentó en el capítulo anterior.  En Efesios 3:1 dijo: “Por esta causa yo Pablo, prisonero de Cristo Jesús por vosotros los gentiles”. Se presenta como  el encarcelado en Roma por haber apelado a Roma bajo la presión de acusaciones falsas por el evangelio (Hechos 21: 26-29).  Pero en 4.1 hay un cambio bien notable: “Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis  como es digno de la vocación con que fuisteis llamados” [otra vez un eco de Romanos 12:1, 2].
Pasa de ser prisonero en Roma a su llamado divino de “ser preso en el Señor”. ¡Qué gran cambio de perspectiva!  No hay queja ni suspiro sino más bien el alto privilegio de ser representante del Señor mismo ante el mundo. No se ve como la víctima de César sino como el digno embajador del cielo. Pablo respira la misma dignidad del llamado divino.
En esta majestuosa vocación celestial, Pablo se ve y les hace ver la perspectiva de que son embajadores de Cristo. “Así que, como somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros, rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios” (2 Corintios 5: 20). Ojalá que captemos ese espíritu de dignidad en la misericordia extendida a nosotros, los inmerecidos.
En este espíritu Pablo ruega o apela a los efesios que se den cuenta de esta alta vocación en Cristo, la Cabeza de la Iglesia. De ninguna manera es como si hubiese algún valor inherente en nosotros. Muy al contrario, el llamado celestial se nos exige tal andar. Andamos acorde de la importancia de nuestro Mensaje de la Cruz.  Andamos a compás de nuestro alto honor.
Toma nota de la frecuencia del verbo “andar” que incluye todo aspecto de la vida cotidiana. Es verbo de acción “andar” que será la palabra clave en el resto de la epístola: “Os ruego que andéis como es digno . . . .”  Marcará las secciones principales: 1) “ya no andéis como los otros gentiles (4:17);  2) “Y andad en amor (5:2);  3) “andad como hijos de luz” (v.8);  4) “Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sin como sabios” (v. 15).
El uso de la palabra “andar” es una apelación fuerte y Pablo escoge el aoristo (tiempo pasado).  Este tiempo, muy interesante en griego, subraya el aspecto de un nuevo punto de partida, definitivo y decisivo e irrepetible.  Pero también a veces el aoristo tiene el sentido de dar resumen de manera de recoger toda una idea en un solo concepto más bien que en un punto específico de tiempo.2  De esta  manera Pablo les llama la atención a esta apelación clave y permanente.
Tres Característicos Sobresalientes del creyente ante la Iglesia     Efesios 4: 2-4
 Primero    la humildad y la mansedumbre     Efesios 2: 2a
Pablo introduce lo práctico de la epístola dando tres signos y virtudes sobresalientes. En el resto de la carta, entrará en gran detalle nombrando lo que no deben hacer y el “cómo” pueden salir avante. Pero estas tres virtudes son las cualidades espirituales que han de distinguir siempre  al creyente.
** “que andéis . . . con toda humildad y mansedumbre (v.2 a). La humildad tiene que ser la clave  del andar del creyente.  Si la hay, no puede haber ni división ni rencor, ya que la marca distintiva de la Iglesia es la unidad. Se puede decir esto con plena confianza porque fue la virtud exhibida en Jesús en la última cena con sus discípulos. “Sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba, se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjaguarlos con la toalla con que estaba ceñido” (Juan 13:3-5).
Siendo la última vez reunidos los discípulos y aun antes de darles cuatro hermosos capítulos de enseñanza divina, les mostró la virtud que sobrepasa todas las virtudes y todas las enseñanzas. Claro su encarnación fue en sí un acto de profunda humildad—nacido en un pesebre, saludado por los humildes pastores en un mesón. Pero el sermón más poderoso de todos los sermones que jamás Jesús predicó fue el de tomar una toalla como siervo  y les lava los pies. ¡Aun más, le lavó con el mismo cariño a Judas Iscariote los pies!
En otra ocasión llamativa Jesús dijo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi jugo sobre vosotros, y aprended de mí por soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11:28-30). Jesús mismo se definió en estas dos virtudes. Si mora Cristo en nosotros, no podemos ser más que humildes y mansos de modo creciente.
Otra vislumbre de la preeminencia de la humildad de Jesús y luego en el antes orgulloso fariseo Pablo fue en su última despedida de los mismos ancianos de Éfeso. “Enviando, pues, desde Mileto a Éfeso, hizo llamar a los ancianos de la iglesia. Cuando vinieron a él, les dijo: “vosotros sabéis cómo me he comportado entre vosotros todo el tiempo, del primer día que entré en Asia, sirviendo al Señor con toda humildad, y con muchas lágrimas . . . (Hechos 20:17-19).
Debemos recordar que Pablo pasó tres años entre ellos. Al apelar a su conducta y a su carácter ante aquellos que mejor lo conocían, reveló la integridad y la humildad de Pablo. No apeló primero a sus milagros ni proyectos ni éxito sino solo a toda su humildad. La esencia de la humildad es lo bajo ante Dios y ante sí mismo–la buena voluntad de ser siervo, ausente el “yo” tan destructivo.
Podemos comprender esto solo a base de su co-crucifixión con Cristo en Romanos 6:6. Su lema—“ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20). “Para mí el vivir es Cristo” (Filipenses 1:21). Pablo encarnó su mensaje. Sin una verdadera muerte al “yo”, no puede haber la humildad.  Lo hermoso es que en la Cruz Dios ya dio el golpe cósmico al orgullo y al egoísmo. Nos es cuestión de solo creer y contarnos muertos y vivos y andar por fe (Romanos 6:1,6, 10-14).
Pablo también menciona la mansedumbre la cual es virtud muy al estilo, gemela de la humidad. Si la humidad es esencialmente nuestra posición vertical ante la santidad de Dios, la mansedumbre es nuestra actitud horizontal hacia nuestro prójimo.  La mansedumbre es la ternura, la bondad, el espíritu servicial ante el otro, no importa quien sea.
Segundo    el soportarnos el uno al otro      Efesios 4:2b
** “andéis . . . soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor(v.2b). Esta es el segundo característico  que destaca el creyente ante la unidad maravillosa de la Iglesia. En cierto sentido lo que sigue es la misma verdadera humildad, pero ya en plena acción.  En este contexto el humilde aguanta a su hermano(a) en el Cuerpo de Cristo porque son miembros el uno del otro bajo Cristo. Compartimos en común la vida de la Cabeza de la Iglesia.  Así nuestro andar significa la paz en toda relación, reacción y contacto en toda circunstancia sin excepción.  Pero Pablo agrega “con paciencia”, allí está la prueba.
Pablo reconoce implícitamente que habrá tensiones entre los hermanos, aun los unidos en Cristo. Él dijo: “y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias” (2 Corintios 11: 28). El creyente tendrá que mantener largamente  siempre esa actitud correcta delante de Dios y de otros. Solo podrá hacerlo en amor, la cualidad divina al alcance nuestro en unión con Cristo.” El amor es sufrido, es benigno . . . todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Corintios 13:4,7).
El verdadero punto de partida es que Dios tiene que hacer la obra de crucificar nuestro orgullo y ya lo hizo de una vez en la Cruz, tal es la obra acabada de Dios.  El verdadero humilde es el primero en reconocer de corazón aquello en su propia vida. Si no lo reconoce, ni es humilde, sino secretamente es orgulloso por su dizque “espiritualidad”. Claro que no nos cuesta nada decir públicamente que no somos perfectos.  Pero tantas veces nos comparamos y muy adentro no soportamos al otro.
Si puedo compartir uno de los tratos más profundos de mi vida. Desde muy joven me dediqué al Señor y con ciertos honores académicos y reputación de “consagrado” anduve sincero  pero muy  ignorante y engañado en cuanto a lo que veía en mí Dios.  En mi primer pastorado (1949-1954) empecé una serie en Romanos 6  con la esperanza de que Dios obrara más profundamente en mis miembros. En medio de mi prédica en Romanos 6: 6, el mismo Espíritu me dijo a mi espíritu: “Ernesto, tú eres hipócrita;  no sabes nada de esto.” ¡Qué golpe!  Ellos eran los que necesitaban este mensaje, yo no.
Después de unos meses se me sorprendió al ser invitado a ser conferencista (1952) por primera vez. Después de mi primer mensaje  domingo en la mañana sobre la Consagración entera, otro conferencista iba a hablar en la tarde. No oí nada de su mensaje sino que Dios me mostró mi propia maldad. Dios me reveló a mí el profundo “orgullo espiritual” y la derrota en mi vida. Por primera vez me vi, en parte, lo que Dios veía. Me quebrantó de corazón. Pero en lugar de dejarme guardar lo revelado, me dijo a mi espíritu: “Ponte en pie y diles qué hipócrita eres tú.”
No hubo otra salida. Lo hice y después de una confesión pública, no pude más.  Me quedé llorando y me senté quebrantado. Pero ya libre por primera vez  de mi máscara espiritual que antes yo no veía. Pero en ese momento entré en mi muerte con Cristo  (Romanos 6:6—“conociendo esto que Ernesto Johnson fue co crucificado con él . . .”). Me vida dio una vuelta de 180 grados.
Pero Dios todavía me tiene mucho terreno que ocupar para delante. Ahora puedo soportar a mi hermano en cualquier situación como Dios me soportó a mí.  Identificado el creyente en su muerte con Cristo y tomando por fe la nueva vida resucitada con Cristo, bien puede cumplir con este requisito.
Dios solo sabe de todas las tristes divisiones y pleitos que deshonran su nombre en la iglesia local. Pero hay solución en esa muerte y resurrección bien abrazadas. Así Pablo pone el cimiento de la unidad de la Iglesia que viene siendo la marca preeminente entre un mundo de divisiones carnales.
Tercero     comprometidos a guardar la unidad del Espíritu   Efesios 4:3
** Andéis . . . solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. Se debe notar primero que la traducción “solícito” según el Diccionario de la Real Academia Española es “hacer diligencias o gestionar  negocios propio o ajenos.”  Pablo dijo a Timoteo: “procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de Dios” (2 Timoteo 2:15).  A los Tesalonicenses dijo: “ . . . tanto más  procuramos con mucho deseo ver vuestro amor” (1Thesalonicenses  2:17) .
Lo que sobresalir a primera lectura es que el Espíritu Santo ya forjó la unidad. No nos toca crearla ni mejorarla. Pero que sí nos toca guardarla como nuestro alto deber, como un andar que implica vigilancia, esfuerzo y compromiso a toda costa. 
Una cosa negativa es el individualismo tan prevaleciente en ciertas culturas. En América Latina ha habido el caudillismo o el caciquismo. Es una reconocida y estudiada realidad en la historia de la Américas post colonizadas. En Argentina hubo Rosas, en Venezuela Vicente Gómez, en Ecuador García Moreno,  en Nicaragua Somoza, en México Santa Ana y  Porfirio Díaz, etc. [Saqué mi maestría en la literatura y la historia de Latinoamérica].
Puede haber en la iglesia local una familia que manda por la influencia del dinero o por haber tenido larga historia en el templo. Ese tipo de control en sí va en contra de Cristo, la Cabeza y los miembros solícitos de la unidad del Espíritu.
A vez el pastor “orquestra” se ve haciéndolo todo y manejándolo todo. Otro gran peligro hoy es el rol de líder de la mega-iglesia que, a veces pero no siempre, sirve más de caudillo y los miles le siguen con el entretenimiento de los cantores. Muchos de estos han caído. El patrón bíblica es el líder siervo como Cristo estuvo entre los suyos. “Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve” (Lucas 22: 27).
Pablo introduce el resto de Efesios con estas cualidades básicas, cualidades que surgen de la vida de Cristo consumada en la Cruz. Murió por nosotros. Pero mucho más, muriendo nos llevó consigo mismo a morir al pecado, el “yo” o el orgullo para que llevemos una vida en novedad de vida.  Tal vida está definida como la que sirve con humildad y mansedumbre, soportándonos todos sin excepción y comprometidos en guardar y defender la unidad del Espíritu.


martes, 25 de febrero de 2014

Enseñar en la Iglesia, Escuela Dominical, colegio: Pedagogía para maestros

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
Información
CONTENIDO
Cómo Usar Este Manual, 3
Sugerencias Para el Estudio en Grupo, 3
Introducción, 5
Objetivos del Curso, 6
1. Una Introducción A Enseñanza, 7
2. Un Maestro Venido De Dios: La Misión, 17
3. Un Maestro Venido De Dios: El Mensaje - Parte I, 29
4. Un Maestro Venido De Dios: El Mensaje - Parte II, 34
5. Un Maestro Enviado Por Dios: Los Métodos - Parte I, 51
6. Un Maestro Enviado Por Dios: Los Métodos - Parte II, 63
7. Ayudas Didácticas, 78
8. Analizando El Público, 84
9. Declarando Objetivos, 98
10. Planeando la Lección, 105
11. Evaluación, 117
12. Selección del Plan de Estudios, 123
13. Enseñando a Los Estudiantes Analfabetos, 132
14. Adiestrando Maestros, 136
15. Una Introducción A Predicación, 143
16. Planeando Un Sermón, 151
Respuestas de la Sección “Prueba Personal”, 165

El asunto de este curso es "Tácticas de Enseñanza." "Enseñanza" es el acto de instruir a otra
persona. La enseñanza bíblica incluye impartir el conocimiento y demostrar cómo aplicar ese
conocimiento a la vida personal y ministerio. "Tácticas" son los métodos que logran una meta,
propósito, u objetivo. En el ejército, el asunto de "tácticas" enseña a los soldados cómo usar
sus  armas  para  lograr  una  ventaja  sobre  el  enemigo.  El  mismo  es  verdad  en  el  mundo
espiritual.  Si  nosotros  aplicamos  los  métodos  de  Dios  o  Sus  "tácticas",  nosotros  podemos
conquistar a los enemigos espirituales que incluyen el mundo, la carne y Satanás con todo sus
poderes.

En "Tácticas de Enseñanza" usted aprenderá a usar una gran arma espiritual. Esa arma es la
espada  del  Espíritu  que  es  la  Palabra  de  Dios  (Efesios  6:17).  Usted  aprenderá  tácti cas  de
predicar y enseñar la Palabra de Dios con el propósito de derrotar al enemigo. Este curso usa
la Palabra de Dios, la Biblia, como la revelación en que toda la enseñanza es basada. En la
enseñanza Bíblica el maestro, el asunto, y los métodos deben todos estar en armonía con la
Biblia.

Enseñar  no  es  sólo  la  comunicación  de  doctrinas  o  informaciones.  Los  estudiantes  deben
experimentar  a  Dios,  no  sólo  aprender  informaciones  sobre  Él.  Enseñar  es  la  transmisión
[impartir] tanto de la vida cuanto del estilo de vida. La vida a ser impartida a los estudiantes
es la nueva vida en Jesucristo a través del nuevo nacimiento espiritual (Juan 3). El  estilo de
vida  a ser impartido es aquel del Reino de Dios. Debemos enseñar a los estudiantes cómo vivir
como "ciudadanos" en este Reino, mientras aprendiendo los privilegios y responsabilidades de
su posición.

A  veces,  nosotros  hemos  estado  satisfechos  en  pedir  prestado  los  sistemas  educativos
artificiales, hechos por los hombres, en lugar de aprender y aplicar lo que la Palabra de Dios
revela  sobre  la  enseñanza.  Este  curso  enfoca  en  el  mensaje  Bíblico  y  en  los  métodos  de
enseñar.  Usted  aprenderá  y  aplicará  los  métodos  del  maestro  supremo,  Jesucristo. 

 Usted entenderá las funciones de Dios el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo en su enseñanza.
En  este  curso  son  dadas  directrices  para  analizar  el  público,  declarar  objetivos,  planear  la
lección,  usar  métodos  de  enseñanza  diferentes,  y  evaluar  su  enseñanza.  La  relación  entre
enseñar y predicar se examina y se dan pautas para predicar mensajes Bíblicos. Usted también
aprenderá  a  entrenar  otros  para  enseñar  y  cómo  adaptar  su  enseñanza  a  las  personas
analfabetas [aquellos que no pueden leer o escribir].

Al concluir este curso usted será capaz de: 
  1. Explicar la diferencia entre la posición de un maestro, el don de enseñar, y el orden a todos los creyentes para enseñar. 
  2. Resumir la misión y métodos del maestro supremo, Jesucristo. 
  3. Explicar las funciones del Padre, Hijo, y Espíritu Santo en la enseñanza. 
  4. Usar métodos Bíblicos de enseñanza. 
  5. Explicar la misión del maestro. 
  6. Listar las calificaciones Bíblicas para maestros. 
  7. Analizar el público. 
  8. Declarar objetivos educacionales. 
  9. Enseñar una lección Bíblica. 
  10. Explicar la relación entre enseñar y predicar. 
  11. Predicar un mensaje de la Biblia. 
  12. Desarrollar y usar ayudas audio-visuales. 
  13. Evaluar su enseñanza y predicación. 
  14. Adiestrar otros para enseñar. 
  15. Seleccionar y/o desarrollar un plan de estudios Bíblico. 
  16. Adaptar su enseñanza a aquellos que son analfabetos.

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