B. Oración
9. La claúsula de Pablo que contiene 218 palabras comienza aquí en el versículo 9 y llega hasta el versículo 20. Sin embargo, la preeminencia de Cristo se establece comenzando con el versículo 15, continuando hasta el versículo 20.
Por lo tanto, 1:9–14 puede considerarse como una unidad de pensamiento por sí mismo, una conmovedora descripción de la oración que Pablo y sus asociados elevan por los colosenses. En el original, esta parte de la claúsula—seis versículos en total—contiene 106 palabras.
Esta sección empieza como sigue: Y por esta razón, es decir, no sólo a causa del amor que se mencionó en el versículo que precede en forma inmediata, sino sobre la base de todas las evidencias de la gracia de Dios en la vida de los colosenses, como se describen en los versículos 3–8, desde el día que lo oímos jamás hemos cesado de orar por vosotros.
Pablo quiere decir que él y sus asociados (Timoteo, véase v. 1; Epafras y otros que también son mencionados en 4:10–14) comenzaban ahora a orar “como nunca antes habían orado”; esto es, concediendo que antes habían estado orando por esta iglesia, las noticias que habían llegado hasta el apóstol con la llegada de Epafras habían producido un notable aumento de oración, intercesión ferviente, y esto con gran regularidad (“jamás hemos cesado de orar”). Esto nos trae a la mente la vez que la predicación de Pablo acreció en Corinto después de la llegada de Silas y Timoteo (Hch. 18:5).
El apóstol creía firmemente en “la comunión en oración”: a. él (y sus asociados) estaba orando por los destinatarios, y b. a su vez se les pedía a los destinatarios que oraran por él. Para el punto a. véase la columna 1; para el b. la columna 2. Nótese como en cada uno de los ejemplos que vienen a continuación tanto la certeza de que Pablo ora por los destinatarios como la petición (expresa o tácita) de que ellos oren por él, aparece en la misma carta:
1. 2.
Ro. 1:9 15:30
Ef. 1:16 6:18, 19
Fil. 1:4 3:17a; 4:9 (tácita)
Col. 1:9 4:3
1 Ts. 1:2 5:25
2 Ts. 1:11 3:1
Flm. 4 22
En base a las bendiciones que ellos ya habían recibido, el apóstol pide favores adicionales. Animado por las evidencias de la gracia de Dios que ya estaban presentes, pide por pruebas adicionales. Ese es el significado de “Y por esta razón”, etc. El Señor no desea que su pueblo pida por demasiado poco. El no desea que vivan pobremente y con mezquindad en la esfera espiritual. ¡Que vivan rica y suntuosamente, en armonía con el Sal. 81:1!
Ahora bien, la oración que aquí se registra en los versículos 9b–14 debe compararse con las oraciones de Pablo que se hallan en las otras epístolas de su primer encarcelamiento en Roma (Ef. 1:17–23; 3:14–21; Fil. 1:9–11). Al combinarlas, nos damos cuenta de que el apóstol ora que aquellos a quienes se dirige sean enriquecidos en cosas tales como sabiduría, conocimiento, poder, paciencia, longanimidad, gozo, gratitud y amor. Además, notamos que Jesucristo (aquí “el Hijo de su amor”) es considerado como aquel a través de quien son derramadas estas gracias sobre el creyente, y que la gloria de Dios (aquí, “dando gracias al Padre”) es reconocida como el propósito máximo de todas las cosas. Verdaderamente, de ninguna forma puede uno permitirse ignorar las lecciones de Pablo sobre la vida de oración.
Pablo acaba de usar la palabra orar. Ahora añade pidiendo. El término más general y comprensivo es “orar”, el cual señala cualquier forma de expresión reverente dirigida a la deidad, sin importar si “nos asimos de Dios” mediante una intercesión, súplica, adoración o acción de gracias. Pero pidiendo es mucho más específico, pues indica que se está haciendo una petición definida y humilde.
Véase también Fil. 4:6; 1 Ti. 2:1 para varios sinónimos de oración. La oración continúa como sigue, que seáis llenos con el conocimiento claro de su voluntad (conocimiento que consiste) en toda sabiduría y entendimiento espiritual. En vano trataremos de servir a Dios si no sabemos qué es lo que desea de nosotros (Hch. 22:10, 14; Ro. 12:2). Ahora bien, el conocimiento al que se alude aquí no es un conocimiento abstracto o teórico. Tal conocimiento meramente teórico puede ser obtenido por un cristiano nominal, y en efecto hasta cierto punto por un incrédulo declarado y aun por Satanás mismo. Pablo tampoco tiene en mente un depósito de información oculta, tal como el conocimiento de algunas contraseñas.
Este conocimiento tampoco es del género de la gnosis misteriosa que los maestros del tipo gnóstico pretendían tener para sus “iniciados”. Por el contrario, es una comprensión profunda de la naturaleza de la revelación de Dios en Jesucristo, una revelación maravillosa y redentora; y es un discernimiento que produce fruto para la vida practica, como lo indica también el contexto inmediato (v. 10).
Este conocimiento fluye de la comunión con Dios y lleva a una comunión aún más profunda. Por tanto, este conocimiento claro (ἐπίγνωσις) trasforma el corazón y renueva la vida. Todas las veces que esta palabra se usa en el Nuevo Testamento, tiene este sentido definido: Ro. 1:28; 10:2; Ef. 1:17; 4:13; Fil. 1:9, 10; Col. 1:9, 10; 2:3; 3:10; 1 Ti. 2:4; 2 Ti. 2:25; 3:7; Tit. 1:1; Flm. 6; He. 10:26; 2 P. 1:2, 3, 8; 2 P. 2:20; y cf. el verbo de la misma raíz en 1 Co. 13:12.
Compárese también el trasfondo del Antiguo Testamento: “El principio de la sabiduría es el temor a Jehová” (Pr. 1:7; cf. 9:10; y también Sal. 25:12, 14; 111:10). Pablo ora para que los destinatarios sean llenos del conocimiento rico, profundo y experimental de la voluntad de Dios. No hay duda de que aquí se alude intencionalmente al error gnóstico, con el cual los falsos maestros estaban tratando de desviar a los colosenses del camino correcto. Es como si Pablo estuviese diciendo: “El conocimiento claro de la voluntad de Dios (que es lo que principalmente estamos pidiendo para vosotros) es incomparablemente más rico y satisfaciente que el conocimiento o gnosis que los defensores de herejías les ofrecen”. Este conocimiento penetrante, que es parte del equipo espiritual del cristiano, consiste en “toda sabiduría y entendimiento espiritual”.
Esa sabiduría es la habilidad de usar los mejores medios para alcanzar la meta más alta, a saber, una vida para la gloria de Dios. Y equivale a un entendimiento que es a la vez espiritual y práctico. Tal entendimiento pues, no se deja engañar por las tretas de Satanás, la seducción de la carne o las presuntuosas pretensiones de los falsos maestros. Semejante sabiduría y entendimiento—para la combinación de estas dos palabras, véase Ex. 31:3; 35:31, 35; Is. 10:13; 11:2; etc.—es la obra del Espíritu Santo en los corazones humanos. Para las características de la verdadera sabiduría véase también el precioso pasaje de Stg. 3:17.
10–12. El propósito práctico o el resultado que se espera de este conocimiento claro (el cual es el punto de partida de la oración de Pablo por los colosenses) se expone a continuación: de modo que viváis vidas dignas del Señor (cf. Ef. 4:1; Fil. 1:27; 1 Ts. 2:12; 3 Jn. 6). El apóstol y los que están con él oran pidiendo que los colosenses puedan “andar” (cf. Gn. 5:22, 24; 6:9, etc.) o conducirse en armonía con las responsabilidades que su nueva relación con Dios les impone, y en armonía con las bendiciones que esta nueva relación proporciona.
No debe haber nada de indiferencia en esta forma de vida. Por el contrario, debe ser de (su) completo agrado (véase además sobre 3:22), debe ser un esfuerzo consciente por agradar a Dios en todo (cf. 1 Co. 10:31; 1 Ts. 4:1). El hecho de que esta conducta que glorifica a Dios será efectivamente el resultado de haber sido lleno del conocimiento claro de su voluntad, es algo fácil de ver, ya que mientras más le amen, más desearán obedecerle en pensamiento, palabra y obra.
El apóstol pasa ahora a describir esta vida de santificación mediante cuatro participios:
(1) en toda buena obra llevando fruto.
Pablo atribuye a las buenas obras un inmenso valor cuando son consideradas como el fruto—no la raíz—de la gracia. Ef. 2:8–10 es su propio comentario.
(2) y creciendo en el conocimiento claro de Dios.
Nótese que el apóstol hace del conocimiento claro de Dios tanto el punto de partida (v. 9) como también la característica resultante (v. 10) de la vida que agrada a Dios. Esto no debe extrañarnos, ya que el conocimiento verdadero y experimental de Dios produce siempre una creciente medida de esta misma gracia. Por esto, aunque desde el mismo principio de la historia, Job ya conocía a Dios, con todo después de un tiempo considerable él pudo testificar:
“De oídas te había oído;
Mas ahora mis ojos te ven.
Por tanto me aborrezco,
Y me arrepiento en polvo y ceniza” (Job 42:5, 6)
Los siguientes pasajes tienen un significado muy similar: “Irán de poder en poder” (Sal. 84:7). “Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto” (Pr. 4:18). El apóstol mismo, a pesar que ya conocía a Cristo, sigue todavía orando por un conocimiento más grande: “a fin de conocerle” (Fil. 3:10).
(3) siendo fortalecidos con toda fortaleza.
La sentencia que dice “el conocimiento es poder” es una verdad en la vida espiritual más que en ninguna otra parte. Cuando una persona crece en el conocimiento claro de Dios, su fuerza y valor aumentan. La divina presencia que mora en él lo capacita para decir, “todo lo puedo en aquel que infunde poder en mí” (Fil. 4:13). Pablo añade, en conformidad con su glorioso poder. “En conformidad con” es una expresión mucho más fuerte que “de” o “por”. Cuando un multimillonario da algo “de” sus riquezas para una buena causa, bien podría estar dando muy poco; pero si dona “en conformidad con” sus riquezas, la cantidad será cuantiosa.
El Espíritu Santo no sólo da “de” sino que da “en conformidad con”. Ef. 1:19–23 nos muestra por qué el poder de Dios es, por cierto, “glorioso”. Aquello para lo cual es capacitado el cristiano por esta fuerza en acción (κράτος) se declara por las palabras de forma que podáis ejercer toda clase de paciencia y longanimidad. La paciencia es la gracia de poder permanecer firme, es la valentía de perseverar en la ejecución de la tarea que uno ha recibido de Dios a pesar de todas las dificultades y aflicciones, es el rehusarse a sucumbir a la deseperación o a la cobardía. Es un atributo humano, y se manifiesta en relación a las cosas, esto es, en relación a las circunstancias en que una persona se ve envuelta: aflicción, sufrimiento, persecución, etc.
La longanimidad caracteriza a la persona que, en relación con aquellas personas que se le oponen o afligen, ejercita paciencia, rehusando rendirse a la pasión o a la explosión de ira. En los escritos de Pablo se la relaciona con tales virtudes como la bondad, la misericordia, el amor, la benevolencia, la compasión, la mansedumbre, la humildad, la clemencia, y con un espíritu perdonador (Ro. 2:4; Gá. 5:22; Ef. 4:2; Col. 3:12, 13). A diferencia de la paciencia, esta longanimidad no sólo es un atributo humano, sino también es un atributo divino. Se le atribuye a Dios (Ro. 2:4; 9:22), a Cristo (1 Ti. 1:16), como también al hombre (2 Co. 6:6; Gá. 5:22; Ef. 4:2; Col. 3:12, 13; 2 Ti. 4:2). Otra distinción es que la longanimidad se muestra en nuestra actitud hacia las personas y no hacia las cosas. Consideradas como virtudes humanas, tanto la paciencia como la longanimidad son dones de Dios (Ro. 15:5; Gá. 5:22), y ambas son estimuladas por la esperanza, por la certeza de que Dios cumplirá sus promesas (Ro. 8:25; 1 Ts. 1:3; 2 Ti. 4:2, 8; He. 6:12).
(4) con gozo dando gracias al Padre.
Gracias a la fuerza que Dios les imparte, los creyentes pueden, aun en medio de tribulaciones, dar gracias con gozo y regocijarse con acción de gracias (cf. Mt. 5:10–12; Lc. 6:22, 23; Hch. 5:41; 2 Co. 4:7–17; Fil. 1:12–21). Esta acción de gracias se dirige al Padre, ya que él es quien nos da libremente todas las cosas (Ro. 8:32) a través del “Hijo de su amor” (v. 13). Pablo enfatiza la necesidad de dar gracias una y otra vez (2 Co. 1:11; Ef. 5:20; Fil. 4:6; Col. 3:17; 1 Ts. 5:18). Por lo que respecta a este contexto, las razones por las que los colosenses deben dar gracias al Padre se expresan en los versículos 12b, 13. Aquí, pues, se hace notar que el Padre es quien os hizo aptos para participar de la herencia de los santos en la luz.
Así como el Señor en la antigua dispensación proveyó para Israel una heredad terrena, la cual fue distribuida por suerte entre las varias tribus y unidades más pequeñas de la vida nacional (Gn. 31:14; Nm. 18:20; Jos. 13:16; 14:2; 16:1, etc.), de la misma forma ha provisto para los colosenses una porción o parte en la heredad que es mejor.
Esta gente provenía principalmente del mundo gentil (véase Introducción III B), y en un tiempo estuvieron “separados de Cristo, alienados de la república de Israel y extraños a los pactos de la promesa, no teniendo esperanza y sin Dios en el mundo”. Pero “ahora, en Cristo Jesús, vosotros, que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido acercados por la sangre de Cristo” (Ef. 2:12, 13).
El hecho de que esta participación es un asunto de gracia soberana y que nada tiene que ver con el mérito humano, está bien claro, ante todo, por la palabra misma que se usa, a saber, herencia: uno recibe una herencia como una dádiva; uno no la gana. Además, este hecho también se enfatiza por las palabras, “quien os hizo aptos”. El mejor comentario de este versículo es la declaración que Pablo hace en 2 Co. 3:5: “nuestra suficiencia viene de Dios”. Es Dios quien hace dignos a aquellos que en sí mismos no son dignos, y quien los capacita en esta forma para participar de la herencia.
La herencia de los santos quiere decir la herencia de los creyentes redimidos, esto es, de aquellos individuos humanos que, habiendo sido sacados fuera de las tinieblas y colocados en la luz, están consagrados a Dios. Aunque algunos comentaristas son de la opinión de que aquí, en Col. 1:12, la palabra santos se refiere a ángeles, sin embargo no existe ninguna base que sostenga este punto de vista. Pablo ama la palabra santos, y vez tras vez la usa en sus epístolas. Ni una sola vez la usa para referirse a ángeles, sino siempre para los redimidos (véase Ro. 1:7; 8:27; 12:13; 15:25, 26, 31; 16:2, 15; 1 Co. 1:2; 6:1, 2; 14:33, etc.). Ni 1 Ts. 3:13 es una excepción a la regla; véase C.N.T. sobre este pasaje.
Esta herencia “de los santos” es al mismo tiempo la herencia “en la luz”. Esta es “la luz del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Co. 4:6). Es “el amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo” (Ro. 5:5); “la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento” (Fil. 4:7); el “gozo inefable y lleno de gloria” (1 P. 1:8).
El hecho de que en la Escritura la palabra luz efectivamente se usa para expresar en una forma metafórica todas esas ideas y muchas más, está claro por los siguientes pasajes, en cada uno de los cuales la palabra luz es usada en un contexto que la interpreta:
La palabra luz se usa en conexión con:
(1) santidad, ser santificado (Hch. 20:32; 26:18, 23). Estos pasajes son de especial importancia, ya que aparecen en declaraciones pertenecientes a Pablo.
(2) la revelación divina: verdad, y penetración en esa revelación: conocimiento (Sal. 36:9; 2 Co. 4:4, 6).
(3) amor (1 Jn. 2:9, 10).
(4) gloria (Is. 60:1–3).
(5) paz, prosperidad, libertad, gozo (Sal. 97:11; Is. 9:1–7).
Dado que Dios mismo en su mismísimo ser es santidad, omnisciencia, amor, gloria, etc., y dado que él es para su pueblo la fuente de todas las gracias que hemos mencionado arriba en los puntos (1) al (5), él es luz en sí mismo. “Dios es luz, y en él no hay ningunas tinieblas” (1 Jn. 1:5). Jesús dijo, “Yo soy la luz del mundo” (Jn. 8:12). Como tal Dios es en Cristo la salvación de su pueblo. La luz y la salvación son, por tanto, sinónimos (Sal. 27:1; Is. 49:6). Lo mismo sucede con la luz y la gracia o el favor divino (Sal. 44:3).
Lo contrario a la luz son las tinieblas, las que, por consiguiente, son el símbolo de Satanás y sus ángeles; por lo tanto, son también el símbolo del pecado, la desobediencia, rebelión, ignorancia, ceguera, falsedad, odio, ira, vergüenza, lucha, carencia, esclavitud y tristeza, como lo muestran varios de los pasajes que hemos citado arriba, bajo (1) al (5), y muchos otros también.
Por lo tanto, lo que el apóstol está afirmando aquí en Col. 1:12 es que el Padre de su amado Hijo Jesucristo—y por consiguiente, nuestro Padre también—en virtud de su gracia soberana, ha hecho a los colosenses dignos de y competentes para participar de la herencia de los santos en el reino de la salvación plena y libre.
No es difícil contestar la siguiente pregunta: “¿este reino es presente o futuro?” En principio los colosenses ya están en él. Ya han sido “transferidos al reino del Hijo de su amor” (Col. 1:13; cf. Ef. 2:13). La posesión plena, sin embargo, pertenece al futuro. Es “la esperanza que está reservada en los cielos para vosotros” (Col. 1:5). Del Señor recibirán la recompensa, a saber, la herencia (Col. 3:24). Véase también Ef. 1:18; Fil. 3:20, 21; y cf. He. 3:7–4:11. Pablo ora—porque debe recordarse que esto todavía es parte de su oración—que los colosenses puedan constante y gozosamente dar gracias a Dios por todo esto.
13, 14. Los versículos 13 y 14 resumen la obra divina de la redención. Los detalles de la misma siguen en los versículos 15–23. Esto nos recuerda el libro de Romanos, donde 1:16, 17 resume lo que se describe con grandes detalles en Ro. 1:18–8:39.
El corazón de Pablo estaba en su escrito. Nunca escribió en el abstracto cuando hablaba de las grandes bendiciones que los creyentes tienen en Cristo. Siempre estuvo profundamente consciente del hecho de que sobre él también, a pesar de ser completamente indigno, el Padre había derramado estos favores. Por tanto, no nos debe extrañar que, al ser afectado profundamente por lo que estaba escribiendo, haya cambiado la expresión de “vosotros” a “nosotros”: “quien os hizo …” (v. 12); “y quien nos rescató …” (v. 13).
Nótese, además, cómo todas las ideas principales de los versículos 12–14—tinieblas, luz, herencia, perdón de pecados—aparecen también en Hch. 26:18, 23, pasaje que narra la experiencia propia de Pablo y que predice también la experiencia de los gentiles a quienes era ahora enviado.
De modo que, al describir la gracia otorgada a los colosenses, a él mismo y a sus asociados (sí, y a todos los pecadores redimidos), el apóstol hace eco de las palabras mismas que el Salvador usara para dirigirse a él, que era “Saulo”, el gran y terrible perseguidor:
“Yo soy Jesús, a quien tú estás persiguiendo; pero levántate y ponte sobre tus pies, ya que con este propósito me he aparecido a ti … librándote del pueblo y de los gentiles, a los cuales yo te envío para que abras sus ojos, a fin de que se vuelvan de las tinieblas a la luz, y del poder (o, jurisdicción) de Satanás a Dios; para que reciban perdón de pecados y una herencia entre los santificados por la fe en mí” (Hch. 26:15b–18, citado en parte).
Por esto, pues, Pablo escribe: y quien nos rescató. El Padre nos atrajo hasta él, liberándonos de nuestra miserable condición.
El verbo rescató del presente contexto, implica tanto la oscuridad y miseria del todo irreparable, en la cual, al estar apartados de la misericordia de Dios, “nosotros” (los colosenses, Pablo, etc.) estuvimos andando a tientas, como también la gloriosa pero ardua labor redentora que era necesaria para libertarnos del estado desdichado en que nos encontrábamos.
El Padre nos rescató mediante el envío de su Hijo, quien se hizo hombre (Col. 1:22; 2:9; cf. Gá. 1:15, 16; 4:4, 5), con el propósito de:
a. morir por nuestros pecados en la cruz (Col. 1:22; 2:14; cf. Gá. 2:20; 6:14), y
b. resucitar y subir al cielo, desde donde derrama su Espíritu dentro de nuestros corazones (Col. 3:1; cf. 2 Ts. 2:13; Jn. 16:7), para que nosotros, habiendo sido llamados (Co. 1:6, 7; cf. Gá. 1:15, 16; Fil. 3:14), fuésemos “vivificados” (Col. 2:13; cf. Ef. 2:1–5; Jn. 3:3; Hch. 16:14), y aceptásemos a Cristo Jesús como nuestro Señor mediante un acto de conversión genuino, y fuésemos entonces bautizados (Col. 2:6, 12; cf. Hch. 9:1–19).
Todo este proceso se incluye en las palabras, “nos rescató”, y esto del dominio de las tinieblas, la esfera en la que Satanás ejerce la jurisdicción que usurpara (Mt. 4:8–11; Lc. 22:52, 53; cf. Hch. 26:18), dominando sobre los corazones, las vidas y las actividades de los hombres, como también sobre todos “los poderes del aire” y “las huestes espirituales de maldad en los lugares celestiales” (Ef. 2:2; 6:12). (Para el significado de luz y tinieblas véase arriba sobre el v. 12)
Eramos esclavos impotentes sin esperanza, encadenados en la prisión de Satanás por nuestros pecados … hasta que vino el Conquistador para rescatarnos (cf. 2 Co. 2:14). Dios nos rescató en Cristo y nos trasladó al reino del Hijo de su amor.
Nos sacó del oscuro y lúgubre reino de los ideales falsos e imaginarios para introducirnos en la tierra bañada por el sol del conocimiento claro y la expectación realista; nos sacó de la aturdidora esfera de los deseos pervertidos y los apetitos egoístas al bienaventurado reino de los anhelos santos y las gloriosas abnegaciones; nos sacó de la miserable mazmorra de cadenas intolerables y agudos lamentos al palacio de una libertad gloriosa y de hermosas canciones.
“De servidumbre, noche y dolor
Vengo, Jesús, vengo, Jesús;
A libertad, solaz, luz y amor
Vengo, Jesús, a ti.
De mi pobreza y enfermedad
A tu salud y prosperidad,
A ti con toda mi gran maldad.
Vengo, Jesús, a ti.
Ya de la tumba y de su terror
Vengo, Jesús, vengo, Jesús;
Al hogar tuyo de luz y amor
Vengo, Jesús, a ti.
De mi inquietud y falta de paz,
A tu redil y dulce solaz;
Al cielo do podré ver tu faz
Vengo, Jesús, a ti”.
(W.T. Sleeper)
Es probable que esta sobresaliente expresión figurada fuera una que los desinatarios—tanto gentiles como judíos—entendiesen fácilmente. Ellos sabían que los gobernantes terrenales a veces trasladaban al pueblo conquistado de una tierra a otra (2 R. 15:29; 17:3–6; 18:13; 24:14–16; 25:11; 2 Cr. 36:20; Jer. 52:30; Dn. 1:1–4; Ez. 1:1; véase también Introducción, II. La ciudad de Colosas, C). De la misma forma, también “nosotros” hemos sido trasladados, y esto no de la libertad a la esclavitud, sino de la esclavitud a la libertad. Por tanto, permanezcamos firmes en esta libertad. No vayamos a pensar que nuestra liberación es tan sólo de un carácter parcial, o que por medio de ritos místicos, penosas ceremonias, culto a ángeles o cualquier otro medio (tanto en ese entonces como ahora) debemos lograr lentamente nuestra salida del pecado a la santidad. Hemos sido libertados de una vez por todas. No hemos sido trasladados de las tinieblas a una especie de semitinieblas, sino de la oscuridad lúgubre a la “luz maravillosa” (1 P. 2:9). Ya estamos en este momento dentro “del reino del Hijo de su (del Padre) amor”. Aquí tenemos lo que podría verdaderamente llamarse “escatología realizada”. En esta vida presente ya estamos en principio participando de la gloria prometida. Dios ya comenzó una buena obra en nosotros, y por lo que respecta al futuro cada uno de nosotros puede testificar:
“Tu obra en mi corazón
Tendrá de ti la perfección”
(Sal. 138:8; Fil. 1:6).
“Nosotros” hemos recibido el Espíritu Santo. Y las “arras” (primera cuota y prenda) de nuestra herencia (Ef. 1:14; cf. 2 Co. 1:22; 5:5) consisten en su presencia morando en nosotros. Es la garantía de una gloria venidera que es aún mucho más grande. Esto se desprende también del hecho de que Cristo, quien mereciera esta gloria para nosotros, es “el Hijo del amor del Padre”.
El es tanto el objeto de su amor (Is. 42:1; Sal. 2:7; Pr. 8:30; Mt. 3:17; 17:5; Lc. 3:22) como la manifestación personal de éste (Jn. 1:18; 14:9; 17:26). ¿Cómo, pues, el Padre no nos dará “juntamente con él” todas las cosas libremente? (Ro. 8:32). Hemos sido trasladados al reino del Hijo del amor de Dios, en quien tenemos nuestra redención, esto es, nuestra liberación como resultado del pago de un rescate.
Así como en conformidad a la antigua ley de Israel, la vida que estaba condenada y destinada a la muerte podía ser liberada por un precio (Ex. 21:30), de la misma forma también nuestra vida, perdida a causa del pecado, fue rescatada por el derramamiento de la sangre de Cristo (Ef. 1:7).
También podemos añadir la observación de A. Deissmann, “Cuando alguien escuchaba la palabra griega λύτρον, precio del rescate (en la cual está basada la palabra ἀπολύτρωσις, redención, rescate o liberación por el pago de un precio) … era cosa natural que pensara en el dinero que compraba la emancipación de los esclavos”. Por lo tanto, “en él”, esto es, mediante nuestra unión espiritual con él (Col. 3:1–3), tenemos redención plena y libre. Por consiguente, esta redención es emancipación de la maldición (Gá. 3:13), y particularmente de la esclavitud al pecado (Jn. 8:34; Ro. 7:14; 1 Co. 7:23), una liberación que resulta en una verdadera libertad (Jn. 8:36; Gá. 5:1). Por el pago que Cristo hizo del rescate y mediante nuestra fe en él, hemos obtenido del Padre el perdón o remisión (cf. Sal. 103:12) de nuestros pecados.
Las cadenas que nos tenían atrapados han sido rotas. Aunque sólo aquí y en Ef. 1:7 (perdón de … transgresiones) el apóstol usa esta expresión “perdón de pecados” (la cual aparece con mucha frecuencia en el Nuevo Testamento), y aunque Pablo generalmente nos transmite una idea similar por palabras y frases que pertenecen a la familia de la “justificación por la fe”, con todo él conocía bien la idea del perdón de los pecados, como se puede ver por Ro. 4:7; 2 Co. 5:19; y en Colosenses por 2:13 y 3:13. De hecho, en Colosenses la idea del perdón hasta es enfatizada. Véase la nota 131.
La justificación y la remisión son inseparables. Así también lo son la redención y la remisión, aunque a veces esto fue negado. Así, Ireneo en su obra Contra herejías I.xxi.2, escrita cerca de 182–188 d.C., nos habla acerca de ciertos herejes de sus días, que enseñaban que en esta vida la salvación se llevaba a cabo en dos etapas, que son las siguientes:
a. La remisión de pecados en el bautismo, que fue instituido por el Jesús visible y humano;
b. La redención en una etapa subsecuente, mediante el Cristo divino, el que descendió sobre Jesús. En esta segunda etapa, la persona a la cual ya se le habían perdonado sus pecados, alcanzaba la perfección y la plenitud.
Es posible, considerando pasajes como Col. 2:9, 10; 4:12, que los maestros del error ya estuviesen diseminando en Colosas este concepto o bien uno similar. Sea como fuere, el apóstol escribió estas palabras en virtud del Espíritu Santo, quien conoce todas las cosas aun antes que acontezcan, y que, por lo tanto, puede dar advertencias que sean aplicables tanto en el futuro como en el presente. Sus palabras indican claramente que cuando un pecador es sacado fuera de la potestad de las tinieblas y trasladado al reino de luz, él debe ser considerado como habiendo sido redimido, y que esta redención implica el perdón de los pecados.
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