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viernes, 28 de febrero de 2014

Lo divino y lo humano de la Biblia: Dos aspectos muy ...

Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6


 
 
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Pistas para descubrir el verdadero sentido de las Escrituras

Las lenguas, su origen y su incidencia en el sentido
La evolución de las lenguas. Las lenguas son como los seres vivos: nacen, crecen (cambian), se multiplican y mueren. Mientras existen, están en continua evolución; se transforman con los tiempos y las culturas que las utilizan para transmitir sus ideas, valores y realidades. Se modifican, pues, continuamente, y en algunos casos sus cambios son tan radicales que dan origen a nuevas lenguas o dialectos, y desaparecen convirtiéndose en lenguas muertas. Tal es el caso del griego y hebreo bíblicos, que hoy ya no se hablan, y del latín, que dio origen a las que llamamos lenguas romances (de Roma, a saber: francés, español, portugués, italiano, rumano), antes de desaparecer como lengua viva. El latín hoy se utiliza solo en los documentos y ritos de la iglesia católica romana. Estos hechos nos hacen pensar que las lenguas son, en efecto, acumulaciones de palabras y frases que un conglomerado humano o comunidad de personas utiliza para comunicar sus pensamientos y sentimientos. Las lenguas nacen del medio ambiente social y cultural, y se concretizan a través de las palabras como expresión de los pensamientos y vivencias de la gente que constituye esos grupos y culturas.
W.D. Whitney afirma que:

  Las lenguas no tienen existencia fuera de las mentes y las bocas de quienes las usan. Están formadas de signos separados y articulados, cada uno de los cuales representa, por asociación mental, una idea. Estos signos se han elegido en forma espontánea y arbitraria, y su contenido o valor representativo depende de la aceptación y acuerdo entre los hablantes y oyentes de la lengua que forman.

Entonces, para entender la lengua de un hablante cualquiera, debemos primero conocer el significado que él mismo le da a las palabras que usa. Como hemos dicho, este sentido o significado puede cambiar; por eso es importante que el intérprete de una lengua conozca el significado inicial o primitivo de las palabras, y el significado que han adquirido con el tiempo y el uso.


Las palabras y su significado primario

Significado primario o etimológico. El sentido o significado primitivo de las palabras es el que llamamos «etimológico», y lo hallamos regresando a la lengua materna u originaria. Por ejemplo, en español debemos ir al latín, al griego o al árabe, que son las lenguas que dieron origen al español. La palabra «teléfono» sabemos que viene de dos palabras en griego: telle (distancia) y fonos (sonido), «comunicación a la distancia»; «fumigar» (del latín fumus: humo y gare: esparcir, regar), «desinfectar algo a través de humo o gases esparcidos». El nombre de mi esposa, Atha-la, me dicen que proviene de dos términos árabes: At (regalo) y Alá (Dios), «regalo de Dios». El sentido primitivo o primario de las palabras es, pues, el que llamamos «sentido etimológico», es decir, sentido de origen.

El sentido primario nos remonta a los orígenes del idioma y es muy útil para conocer la historia de las palabras y sus significados. Nos dice además el porqué de ese significado; es importante para estudiar la filosofía y la historia de la lengua. Muchos de los conceptos que manejamos en nuestras doctrinas y enseñanzas se comprenden mejor cuando desmenuzamos los términos y palabras que utilizamos para representarlos. Tomemos, por ejemplo, la palabra griega ekklesía, muy frecuente en el Nuevo Testamento, que ordinariamente traducimos como «iglesia», compuesta de dos palabras: ék (fuera de) y kalein (llamar o convocar). Inicialmente se usó para indicar la asamblea de ciudadanos convocados para tratar negocios de interés público. La preposición ék indicaba que era un grupo selecto de ciudadanos conocedores de sus derechos e interesados en el bienestar de sus conciudadanos; no de masas de gente sin ninguna conexión o propósito o multitudes anónimas incapaces de deliberar con libertad y juicio.

El término kaleín indica que la asamblea fue convocada legalmente para deliberar con plenos poderes legales, tal como se expresará después en relación con la iglesia cristiana en Hechos 19:39: «Si tienen alguna otra demanda, que se resuelva en legítima asamblea». Esta palabra se hizo común para designar la comunidad de creyentes venidos del judaísmo y del mundo gentil. Todo el poder significativo de ék y kaleín se conservó. El viejo concepto de la asamblea griega ekklesía vino a significar ahora la iglesia de Dios o del Señor, «comprada con su sangre» (Hechos 20:28); la congregación de los que han sido «llamados a ser santos» (Romanos 1:7) y «como linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios» llamados «de las tinieblas a la luz » (1 Pedro 2:9).

  Cambios de significado en el uso de términos o palabras
La filología y sus ciencias auxiliares nos ayudan a descubrir interesantes desarrollos de una palabra en varias lenguas, que toman diferentes formas y usos. Por ejemplo, a las palabras hebreas ab (padre) y ben (hijo) se les puede seguir el rastro en todas las lenguas semitas y mantienen el mismo significado en todas ellas. La palabra griega para «corazón», kardía, aprece también en sánscrito, hrid; en latín, cor; en italiano, cuore; en español, corazón; en portugués, coraçao; en francés, coeur; y en inglés core. Sin embargo, algunaspalabras cambian de significado cuando pasan de una lengua a otra. De modo que el significado de la misma palabra, por ejemplo, en siríaco o árabe, no es el mismo que tiene en hebreo aunque las tres lenguas son semitas. Es el caso delverbo hebreo Yatsab, «estar firme, permanecer de pie», que conserva el mismo significado en árabe y etiope de «erigir una columna o establecer algo»; en caldeo, «levantarse»; pero en siríaco esta palabra se usa para significar la acción del bautismo. Algunos dicen que es porque el candidato debe permanecer en pie mientras le echan el agua; otros interpretan que la razón es porque el bautismo confirma y establece a la persona en la fe. Otros verbos hebreos para expresar esta misma idea son amad (Salmo 1:1) y qum (Salmo 1:5). El hecho concreto es que una misma palabra puede tener varios significados en diversas lenguas y se debe tener mucho cuidado en el uso de las etimologías.

Los apaxlegómena.
Estas son palabras que aparecen solo una vez en la Biblia y cuyo origen prácticamente se ha perdido. Para el Nuevo Testamento no es difícil trazar el rastro de estas palabras debido a la abundante literatura griega que poseemos. En hebreo es más difícil porque la lengua hebrea estuvo limitada a un país muy pequeño e insignificante en la geografía del Oriente, y no son muchos los documentos en hebreo que poseemos fuera de las Sagradas Escrituras. Un ejemplo de apaxlegomenon lo tenemos en el término sulam (Génesis 28:12), que no aparece en ninguna otra parte en hebreo. Hay que buscarle sinónimos o términos parecidos en otras lenguas, como por ejemplo, la palabra árabe sullum, que significa escalas o escalera. En efecto, se trata de la escalera que Jacob vio en su sueño, que se extendía de la tierra al cielo.
En el Nuevo Testamento podemos dar muchos ejemplos como epioúsion, que se usa en el Padre Nuestro (Mateo 6:11; Lucas 11:3). Esta palabra no se usa en ningún escrito de la literatura griega excepto solamente aquí en la Biblia. Podría venir de épi y lévai; o ser un participio del verbo epeimi: ir hacia o acercarse, lo que nos daría el significado de «danos nuestro pan venidero», el pan de mañana. Etimológicamente parece correcto, pero no se compadece con la expresión sémeron: «este día», que tenemos en el mismo versículo, y hasta cierto punto contradice las enseñanzas de Jesús en el versículo 34 del mismo capítulo 6 de Mateo. Por eso otros proponen un origen diferente para esta palabra: épi y oúsia, que tiene que ver con la existencia diaria o subsistencia, y significa «aquello que es necesario»: «nuestro pan esencial».

Demos un último ejemplo de palabras muy difíciles (apaxlegomena): pistikós, que se usa solo en Marcos 14:3 y Juan 12:3. Describe el perfume de nardós (nardo) con que María ungió los pies del Señor. Encontramos esta palabra en manuscritos de Platón, Gorgias y Aristóteles, escritores griegos del siglo V a.C. Se han ensayado innumerables teorías para explicar la palabra pistikós aplicada a «nardo», que es un licor, que significa el lugar de origen del perfume, etc. La más aceptable parece traducir pistikós como fiel, genuino, puro. Es decir, se trataba de «nardo genuino», «nardo puro», como lo traduce la NVI.

Formas diversas del sentido literal

El sentido literal:
es el que se expresa directamente por las letras, palabras o expresiones concretas del lenguaje, tal como lo entiende y usa el autor. Responde a la pregunta: ¿qué es lo que el autor o escritor nos quiere decir con estos términos o palabras?
Al sentido literal se le dan diferentes nombres según sus características:

Sentido literal histórico:
es el que quiso darle el autor en el momento de escribir, de acuerdo con el uso y sentido que las palabras tenían en ese entonces. Como hemos visto, el lenguaje cambia y evoluciona, y es bien posible que el mismo sentido literal de una palabra o expresión cambie. Por eso, para entender el sentido que un autor quiso darle a sus escritos, debemos conocer el momento y medio históricos cuando escribió y el sentido o significado que las palabras tenían en ese entonces. El evangelista Lucas, al igual que otros autores del Antiguo y Nuevo Testamentos, usan, por ejemplo, la expresión ándra oú gnoskó (conocer varón) en uno de los sentidos que se le daba en su tiempo, siguiendo la tradición y uso semita, de «tener relaciones sexuales». Las versiones modernas deben ajustar este sentido literal histórico al sentido actual, cuando el verbo «conocer» ya no se usa para lo que María quiso decirle al ángel en Lucas 1:34. La NVI traduce: «¿Cómo podrá suceder esto, … puesto que soy virgen?»

Sentido literal obvio.
Se le llama así porque es el sentido más inmediato y obvio que se desprende de las palabras usadas por el autor. Es lo que a primera vista y en primer lugar dice el texto. Algunos piensan que el sentido literal puede expresarse no solo de modo explícito, sino también implícito. Es decir, se puede deducir de las palabras del autor. Por ejemplo, la preexistencia de Dios y de Cristo están implícitamente incluidas en la expresión: «En el principio», que aparecen en Génesis 1:1 y Juan 1:1.

Sentido literal lógico y gramatical. 
 Se le llama así al sentido literal porque es la forma regular que se utiliza para establecerlo. Son las leyes gramaticales y lógicas las que nos ayudan a señalar este sentido, ya que el sentido literal es el que natural y primariamente tienen las palabras, según las reglas de la lógica y la gramática. Por ejemplo: la palabra «perro» la encontramos muchas veces en las Escrituras; la mayoría de las veces con el sentido literal del animal de cuatro patas que todos conocemos: Éxodo 11:7; 22:31; Mateo 15:26; Lucas 16:21. Pero en otros casos «perro» se usa en sentido figurado: 2 Samuel 16:9; Filipenses 3:2; Apocalipsis 22:15. Abundaremos más en el estudio del sentido literal en el capítulo especial que le dedicaremos más adelante en este libro. Si hemos presentado estas primeras nociones y ejemplos de dos de los sentidos básicos bíblicos es para mostrar la importancia del estudio semántico y lingüístico de los términos, que nos ayudan a descubrir el sentido exacto de las palabras. Queda así mismo evidente la importancia de la ciencia de la hermenéutica, de la cual forma parte precisamente el estudio de los diversos sentidos. Por eso es pertinente estudiar un poco las tareas y fines de la hermenéutica bíblica.


Tareas y fines de la hermenéutica bíblica

La hermenéutica posee unos fines y desempeña una tarea muy específica en el estudio de las Escrituras. Vamos a señalar tres de las más importantes:

1. La interpretación histórica.
Las raíces de la fe cristiana y bíblica radican en la Biblia. Si queremos conocer el origen del pueblo hebreo, debemos acudir al Antiguo Testamento; lo mismo debemos hacer si queremos llegar a los orígenes históricos del cristianismo: debemos estudiar el Nuevo Testamento. La hermenéutica tiene una función histórica que nos ayuda a descifrar el origen del judaísmo y del cristianismo, sus bases y su origen. Es como descubrir la partida de nacimiento de la religión judeo-cristiana. En buena parte estas dos confesiones son una «religión del libro». Esto es válido para todas las ramas de la confesión cristiana, pero de manera especial para la rama evangélica reformada y protestante. En la raíz misma de la religión cristiana están los escritos de sus fundadores, que fueron los que dieron origen al Nuevo Testamento. Estos, después de ser aceptados por la iglesia primitiva, adquirieron un carácter canónico, es decir, un valor normativo para todos los adeptos de la religión cristiana en todo el mundo y en todos los tiempos. El Nuevo Testamento se unió al Antiguo, que había sido previamente aceptado por los judíos, incluyendo a Jesucristo y sus apóstoles, como parte de la verdad revelada.

Ahora bien, se da en las Sagradas Escrituras una circunstancia especial que guarda relación con el tiempo de su origen. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento proceden de un ambiente cultural y lingüístico que pertenece a tiempos lejanos que hoy ha llegado a ser extraño para nosotros. El Antiguo Testamento nació de la mentalidad y lenguaje semíticos del Antiguo Oriente; el Nuevo Testamento nació del ambiente helenístico que prevalecía en todo el Imperio Romano cuya lengua y cultura fueron en un principio y por muchos años, aún después de la conquista romana, la lengua y la cultura griegas. De hecho, el Nuevo Testamento fue escrito en griego. Pero las cosas se complican cuando sabemos que la mayoría de los autores del Nuevo Testamento pertenecieron, en su modo de pensar y vivir, al mundo semítico-judío. Surge aquí un problema hermenéutico que hoy en día es muy discutido: En qué medida influye la ascendencia semítica del autor en su obra escrita en griego? Piensa en una forma semítica o griega occidental?

Veámoslo en un ejemplo concreto: el Evangelio de Juan, que comienza con la frase: «En el principio ya existía el Verbo» (én arké én ó lógos). El buen exegeta se pregunta de inmediato: en qué sentido quiere el autor que se entienda la palabra logos? Para el pensamiento filosófico estoico griego, logos representa a la razón del universo, la que rige y domina el mundo y todos los seres. Es este el sentido que quiere darle el evangelista Juan cuando usa este término al principio de su Evangelio?

O está identificando más bien «la Palabra» divina como fuerza creadora, tal como se define en el primer capítulo del Génesis cuando dice repetidamente: «Y dijo Dios» y apareció la luz, la vida, los animales y el hombre? Podría haber una tercera significación o sentido: el concepto de la antigua mitología según el cual el Logos era un ser parecido a Dios, un ser intermedio entre Dios y el mundo, una especie de «segundo dios». Por otra parte, si vamos a los diccionarios, encontraremos una rica variedad de acepciones de la palabra logos: palabra, revelación, sentencia, afirmación, debate, orden, noticia, narración, evaluación, motivo, movimiento, expresión oral, lenguaje, discurso, proposición, rumor, discurso, definición, máxima, proverbio y muchos sentidos más. Este solo ejemplo nos muestra cómo el exegeta debe hacer un esfuerzo amplio y profundo de investigación para desentrañar el auténtico significado de las palabras del texto. Para ello necesita del estudio de diferentes disciplinas bíblicas, desde la filología y la lingüística hasta la historia, la antropología y la filosofía de la religión. Todo esto está implicado en la clarificación del significado que Juan quiso darle a la palabra logos en su Evangelio. Gracias a Dios que los expertos en todas estas disciplinas vienen trabajando con el texto bíblico por muchos siglos desde el momento mismo en que se produjo, y nos han legado los resultados de sus estudios e investigaciones en manuales, textos y escritos que hoy podemos usar para desentrañar el verdadero sentido del texto. Por esa razón es indispensable valernos de estos instrumentos en nuestro estudio de investigación: utilizar sin prejuicios todos los medios que están a nuestra disposición, tales como: léxicos, concordancias, gramáticas, diccionarios y comentarios de buenos autores bíblicos.

2. La Interpretación existencial.
Esta interpretación tiene que ver con la situación del lector o receptor del mensaje bíblico frente al texto o mensaje de las Escrituras, qué posición adopta frente al mismo y las verdades y misterios que transmite la Biblia. Un ejemplo nos ayudará a entender mejor el significado de esta segunda función hermenéutica: una persona va a entenderse a sí misma de manera muy diferente si acepta y cree en la «eternidad» o en «otro mundo» diferente al presente. La idea que un ateo materialista tiene de sí mismo es distinta de la que tiene el creyente que acepta como cierta la existencia de un Dios eterno y de otra vida y otro mundo después de la muerte. Y esta posición tiene consecuencias significativas sobre la manera de vivir el presente y sobre las decisiones más íntimas e individuales de cada persona.

Quienes aceptamos la Biblia sostenemos que esta nos ayuda a todos a comprendernos a nosotros mismos, a tener una idea más clara y segura de nuestra propia identidad y de las realidades temporales y eternas que rodean nuestra vida. Y esta es una de las tareas que debe cumplir la hermenéutica bíblica moderna. Es lo que podemos llamar «interpretación existencial de las Sagradas Escrituras». La frase del Evangelio de Juan: «el Verbo se hizo carne» debe llevarnos no solo a reflexionar ante la realidad de un Dios encarnado, sino a comprender mejor nuestra propia realidad humana en la que se encarna el mismo Hijo de Dios, y a pensar seriamente en las posibilidades que este hecho crea: las de mejorar la imagen y la realidad de nuestra propia humanidad. La encarnación de Cristo nos abre la posibilidad, como lo dice el mismo Juan, de llegar a ser nosotros mismos «hijos de Dios» (Juan 1:12).

Esta segunda tarea de la hermenéutica de «interpretación existencial» de la Palabra puede definirse sencillamente como la de «hallar la relación que la Palabra de Dios tiene con la existencia concreta del hombre y la mujer». Es casi lo que los viejos manuales de exégesis llaman la «aplicación del texto» y su mensaje a la realidad cotidiana. ¿Qué luz arroja sobre mi existencia este pasaje o texto? El teólogo G. Ebeling afirma: «El principio hermenéutico es el hombre como conciencia». Mediante el encuentro con la Palabra de Dios, la comprensión de sí mismo que hasta ahora tenía el hombre es confusa y desorientada. Esta comprensión es sometida a una aclaración crítica, y el resultado puede y debe ser una verdadera comprensión de sí mismo delante de Dios.

El objetivo de la interpretación existencial de las Sagradas Escrituras es que prosiga mejor este proceso para purificar la comprensión de sí mismo. Ahora podemos comprender que las dificultades que hoy tenemos para comprender el texto nacen no solo de sus orígenes históricos y lingüísticos, sino de la poca o nula relación que el hombre contemporáneo tiene con el mensaje bíblico. Lo cierto es que la interpretación de las Sagradas Escrituras es un proceso recíproco: yo interpreto el texto, pero el texto me interpreta a mí. Y este es precisamente el objeto de la interpretación existencial: el texto me deja ver que su mensaje me atañe a mí, me interroga, me hace reflexionar sobre mi ser y mi vida, mi proceder y pensar, y sobre mi propia realidad existencial. Es así como me coloco bajo la Palabra de Dios, y puedo experimentar cómo esta Palabra, de una manera misteriosa, puede iluminar mi vida, enderezar mi existencia, curar mis males íntimos, juzgar mi proceder y afectar lo más íntimo de mi ser: mi corazón y mis sentimientos, mi pensamiento y mis emociones. «Uno que no cree o no entiende se sentirá reprendido y juzgado por la voz profética de la Palabra, y los secretos de su corazón quedarán al descubierto. Así que se postrará ante Dios y lo adorará, exclamando: «¡Realmente Dios está entre ustedes!» (1 Corintios 14:24–25).

3. Interpretación histórico-kerigmática.
La interpretación existencial de la Biblia es una necesidad de este tiempo, pero no es la única. Si la Palabra de Dios ha de poder cumplir su función curativa y restauradora, debemos pensar en lo que los expertos llaman la «interpretación histórico-kerigmática» de la Palabra, que es la que conduce al encuentro con el misterio divino de la salvación. Kerigma es el resumen del mensaje de salvación que encontramos en multitud de pasajes de la Biblia. Volvamos al texto de Juan 1:14: «Y el verbo se hizo hombre»; a continuación se añade: «y habitó entre nosotros». ¿Qué significa esta afirmación? Nos anuncia la presencia del Verbo divino encarnado entre los hombres en la persona de Jesucristo. Aquí el hermeneuta está ante una doble tarea: ha de mostrar que se trata del cumplimiento de una promesa del Antiguo Testamento (interpretación histórica: lo que nos dice el texto de la historia de la salvación); pero al mismo tiempo debe captar y trasmitir el mensaje kerigmático del texto: el misterio de la salvación que el texto quiere comunicar al lector. La razón de ser de la encarnación es procurar la salvación del hombre. Dios se ha puesto en Jesús al alcance del hombre. Jesús es ahora para el hombre muchas cosas que representan y realizan su misión salvadora: es pan de vida (Juan 6); es agua viva, que apaga la sed de salvación (4:14; 7:37–38); es el tronco vital que sostiene las ramas (15:1–6) etc., etc.

Conclusiones y observaciones generales

De todo lo estudiado hasta aquí podemos colegir varias cosas: una de ellas es que extraer todo el sentido del texto es una tarea difícil que exige estudio y perseverancia y no debe tomarse a la ligera. Otras razones se explican a continuación.

  El sentido literal y los sentidos supraliterales
Determinar el sentido de un escrito es tanto como determinar lo que pensaba su autor cuando lo escribió. Sin embargo, la Palabra escrita asume a veces su vida propia adquiriendo una carga significativa que el autor no intentó darle. Al llegar al lector, después de muchos años, este descubre otros significados. De ahí que la moderna crítica literaria, sin abandonar la búsqueda de lo que el autor original quiso decir con su escrito, le dé importancia a lo que, de hecho, el escrito comunica al lector individual de hoy en día. Sin embargo, esto no elimina la posibilidad de que el principal cometido de la interpretación se centre en hallar el sentido que el autor original intentó transmitir.

¿Qué significa el sentido que el autor intentó transmitir?

En la Biblia, descubrir el sentido intentado originalmente por el autor resulta a veces muy complicado por varias razones. En primer lugar, como ocurre con muchos otros libros antiguos, la época del autor, sus modos de expresión y su mentalidad distan mucho de ser los nuestros. El mismo concepto de«autor» significa algo diferente ahora de lo que significó en la antigüedad. En lo que se refiere a los libros bíblicos, podemos contar por lo menos cinco relaciones diferentes con la persona a cuyo nombre va unido un libro o escrito. Por eso cuando hablamos del «sentido de lo que el autor intentó transmitir», debemos delimitar la extensión de este concepto. Esto tiene que ver con la llamada «pseudonimia», que consiste en atribuir a uno o varios autores el contenido de un escrito por diferentes razones, como vamos a explicar a continuación.

Diferentes niveles de autoría de libros de la Biblia
Podemos diferenciar por lo menos cinco niveles distintos en la atribución de un libro o escrito bíblico a un determinado autor o autores.

Primero: Se consideraba autor, como hoy también ocurre, a la persona que había escrito de su puño y letra la obra. Algunos autores bíblicos afirman esta clase de autoría cuando se identifican como los redactores inmediatos del libro. Es el caso de Lucas, quien se identifica como autor directo de su Evangelio (Lucas 1:3) y del libro de los Hechos (Hechos 1:1).

Segundo: Se consideraba autor a quien dictaba el contenido de un escrito o libro a un amanuense, quien copiaba al pie de la letra el dictado. Ciertamente no era la forma más adecuada y funcional por lo difícil y pesada que resultaba ser para quien dictaba y para quien copiaba. Sabemos, sin embargo, que algunos autores bíblicos la utilizaron. Podemos mencionar a Jeremías, quien usó a su secretario Baruc como amanuense a quien dictaba su profecía (Jeremías 36:1–6); Pablo también dictó parte de sus cartas. Estos dos niveles de autoría siguen siendo admisibles y legítimos hoy en día.

Tercero: Algunos libros revelan las ideas de una persona a quien se identifica como el autor, aunque estas ideas hubieran sido recogidas por alguien más, encargado de ponerlas por escrito. Muy posiblemente es el caso de la carta de Santiago, escrita en un perfecto griego literario difícil de entender si provenía directamente de un sencillo campesino galileo cuya lengua materna era el arameo. La moderna exégesis y hermenéutica resuelven el problema afirmando que muy probablemente un copista o amanuense, en este caso más bien redactor o editor cercano al apóstol Santiago, recogió las ideas y el mensaje de este y las presentó con su nombre.

Cuarto: Se consideraba autor de un libro a quien proporcionaba el cuerpo de enseñanza o doctrina y las ideas fundamentales del escrito, aunque fueran sus discípulos o seguidores los que compilaran esas ideas y le dieran redacción final. Era requisito indispensable que el contenido del escrito respondiera fielmente a las ideas, términos y espíritu del autor. Este era reconocido como tal inclusive en los casos en que su obra hubiera aparecido en público un tiempo después de su muerte. Algunas partes de Isaías y Jeremías, así como también partes del Evangelio y las cartas de Juan, podrían caer en esta categoría. Lo cierto es que alrededor de los profetas y de algunos apóstoles y maestros como Juan y Pablo, se creó una corona de seguidores y discípulos que atesoraron sus enseñanzas y cuidaron de que se transmitieran a la posteridad. Estas son las que llamamos «escuela paulina o juanina», grupos de seguidores y discípulos que bien pudieron ser los responsables de complementar al menos parte de las cartas de Pablo y de los escritos de Juan.

Quinto: De una manera muy amplia se consideraba autor a un personaje famoso a quien se le atribuía un cuerpo de doctrina o enseñanza, o un género específico de literatura, como es el caso de Moisés, a quien se atribuye la autoría del Pentateuco, aunque sabemos que era física y cronológicamente imposible que Moisés mismo hubiera redactado los cinco primeros libros de la Biblia, ya que estos tardaron varios siglos para componerse en su totalidad, y en ellos se habla inclusive de la muerte de Moisés. Pero Moisés fue el gran jefe, legislador y representante de la Ley (Toráh) y, como tal, se le atribuye esta, como si él fuera su autor. Es el mismo caso de David, reconocido como el gran cantor, poeta y salmista, autor del Salterio, aunque sabemos que muchos de los Salmos fueron escritos por varios autores. En el mismo sentido se le atribuye a Salomón toda la literatura sapiencial.

El sentido original y el largo período de redacción de los libros
Es un hecho que los diferentes libros de la Biblia se redactaron en un período largo de tiempo. Este hecho complica la tarea de determinar el sentido real que el autor intentó dar, especialmente si descubrimos que no una sino varias mentes humanas intervinieron en su composición. Las llamadas «variantes» deben también tenerse en cuenta: cambios introducidos por escribas y copistas al reproducirlos o al traducirlos. Es aquí donde funciona la crítica textual, como una disciplina y técnica que nos permite hoy acercarnos al texto original más depurado posible, comparando los miles de manuscritos que poseemos de las Escrituras. Un ejemplo interesante es el del libro de Isaías, cuya composición duró no menos de doscientos años, según los expertos. No solo se agregaron partes al Isaías original, sino que se introdujeron cambios al punto que muchos identifican no dos, sino tres Isaías. Los últimos capítulos de Amós son adiciones al Amós original. Este es un libro bastante pesimista en general, en contraste con su final, que introduce una tónica de optimismo. En estos casos se debe identificar no solo el sentido original, sino el que adquirió el escrito después de las modificaciones o cambios sufridos.

El Autor divino y el autor humano de la Biblia

Este es el factor más complicado en la interpretación de las Escrituras. Cada palabra y versículo de la Biblia es fruto de un autor humano, que presta su mente y su lenguaje para la transmisión del Autor final y definitivo del texto sagrado: Dios. Como afirma el Concilio Vaticano II en su declaración Providentissimus Deus, y que otros cristianos de varias denominaciones podemos suscribir: Dios movió de tal manera a los autores humanos a escribir, y los asistió mientras escribían, que expresaron fielmente las cosas que él dispuso. Nos hallamos, pues, ante un doble desafío: ¿qué intentó comunicarnos el autor divino y qué tan fiel a este pensamiento e intención divinos fue el autor humano? El estudio de los diversos sentidos de las Escrituras que vienen a continuación nos ayudará a dilucidar muchas de estas cuestiones y problemas.


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