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sábado, 28 de julio de 2012

Como Ilustrar los Sermones: La Busqueda de una ilustracion


biblias y miles de comentarios
 
En busca de una ilustración
Nuestro objetivo no es poner la gente a dormir, sino hacerles vivir una verdad bíblica.
En busca de una ilustración
Por tus palabras serás justificado y por tus palabras serás condenado.
Mateo 12:37
En el seminario, en una clase de oratoria, estudiábamos el tema de las ilustraciones. El profesor asignó una tarea que todos debíamos llevar a la próxima clase: escoger un pasaje de la Biblia, extraerle una frase importante y emplear una ilustración que le diera mayor claridad.
Al siguiente día, un compañero llamado Delbert, fue el primero en dar su ilustración. Nos contó acerca de la aventura de un joven estadounidense que visitó Londres por primera vez.
Antes de emprender el anhelado viaje, su madre le pidió encarecidamente que visitara a una tía y a unos primos que vivían en aquella ciudad lejana, para ello le dio la dirección de la casa de los familiares. Al llegar a Londres, lo primero que hizo el joven, como era de esperarse, fue dirigirse a los lugares turísticos más reconocidos —lo cual era el propósito principal de su visita—, luego trató de conocer otros parajes y por último se aventuró a encontrar a sus parientes.
En el hotel le dieron una idea general de cómo llegar, indicándole que no estaba muy lejos, que podía ir a pie, pero le advirtieron que se fijara bien en los letreros de los postes en cada esquina, los cuales indicaban el nombre de las calles.
Iba a medio camino cuando —inesperadamente— se percató de la densa neblina londinense que cubría la ciudad. Abriéndose paso entre ella, se paraba en cada esquina intentando leer el letrero del poste, pero el ambiente seminublado le dificultaba sus intentos más y más. Al fin creyó llegar a la calle que buscaba, y se aferró al poste. Lo trepó para poder leer la dirección, y se encontró con que el letrero decía: «Recién pintado. ¡No tocar!»
Interrumpiendo las carcajadas que invadieron la clase, mi amigo Delbert dijo: «No sé cuál texto de la Biblia ilustré, pero me parece una extraordinaria ilustración».
Nuestro interés en este libro es doble: (1) Ayudar al predicador que desea aprender a ilustrar, es decir, aquel que trata de aclarar las verdades que anuncia con relatos, reseñas, referencias, descripciones y dichos; (2) mostrarle cómo puede embellecer o hacer más amena e interesante su predicación, introduciendo material que aclara a la vez que deleita al que escucha.
¿Cómo describir, entonces, el libro que ahora está en sus manos?
Si tomamos el sentido literal de la palabra homilética (del griego homiletikos, que se traduce «conversación afable») entonces lo que enseñaremos en este libro es aplicable y, por lo tanto, útil. Aquí tratamos acerca de las maneras de hacer amena la predicación, de añadir ilustraciones a una plática para que esta sea gustosamente entendida. Si entendemos la palabra homilética en su sentido estricto —la forma en que se elabora un sermón— entonces este no es el texto que usted necesita, ya que solo trata de un aspecto del tema general de la predicación. Entendámonos bien. Nuestra determinación es clara: Al terminar de leer esta obra, usted habrá aprendido el arte de ilustrar, no el de predicar.
Así que el libro es homilético solo en el sentido de que enseña cómo amenizar una predicación. Es hermenéutico (arte de interpretar textos de la Biblia correctamente) solo en el sentido de ayudar al predicador a adornar lo que interpreta. Es retórico (arte del bien decir) solo en la medida en que ayude al orador a embellecer el contenido de los conceptos que proclama.
Lo que nos motiva es que muchas veces, mientras el predicador expone su sermón, muchos están sentados en la iglesia, con los brazos cruzados, los ojos cerrados y disfrutando un profundo sueño. Y como que la iglesia no debe ser el sitio para echarse una siestecita, en estas páginas pretendemos ayudar al pastor a encontrar maneras de añadir interés a lo que predica con ilustraciones que en verdad comuniquen lo que se quiere hacer llegar al público. El contenido de este libro, pues, tiene que ver solo con esta parte del sermón: la ilustración. Es decir, exponer las maneras de hacer claro el mensaje mientras el predicador lo proclama. Queremos hacer desaparecer esa cantidad incontable de sermones secos que adormecen a la gente.
El predicador tiene dos problemas
Al articular un sermón de la mejor manera posible para presentarlo ante una audiencia, el predicador enfrenta un reto especial: tiene que interesar al público al que se dirige con lo que dice. Si escoge un tema que no es de interés para la audiencia, «destruye» el sermón antes de comenzar. Pero si selecciona uno apropiado, si desea mantener el interés del público respecto al tema que predicará, si busca maneras de aclarar los puntos más difíciles, tal predicador es probable que acepte las sugerencias que aquí ofrecemos. Es necesario hacer una advertencia: No lea lo que escribimos pensando que todo lo que necesita son dos o tres buenos y graciosos cuentos. Eso no es lo que se entiende por ilustrar.
Demos el concepto de una vez, y de inmediato veremos que hay muchas otras definiciones. Por ilustrar queremos decir:
1.     La acción y el efecto de dar luz al entendimiento.1
2.     Explicar un punto o materia.2
3.     Alumbrar interiormente a la criatura con luz sobrenatural.3
4.     Depositar un nido de ideas en la mente.4
5.     Captar la atención en medio de una distracción.5
6.     Contar una historia, presentar un relato, un chiste, un dicho, una lectura que logre establecer una buena relación con la audiencia, persuadiéndoles de la verdad que se les predica, y sobre todo, enseñar.6
7.     Aquello que ayuda a desarrollar ideas, a ampliar el horizonte, a llegar a aceptar opiniones nunca antes imaginadas, y que a veces hasta lleva el oyente a conclusiones contradictorias.7
Y a estas se podrían añadir muchas más. Lo importante es reconocer que el reto para nosotros es captar la atención de los que nos escuchan mediante ilustraciones interesantes. Comencemos, pues, con una simple pero a la vez entendible premisa.
La mayoría de las ilustraciones que hallaremos se caracterizan por uno de dos problemas:
1.     Son inadecuadas: blandas, flojas, sin vida.
2.     No vienen al caso.
Por ejemplo, en la escuela dominical —después de una discusión en la clase—, y para calmar a los alumnos, la maestra le pidió a Juanito que orara. El muchacho oró así: «Señor, haz que los malos sean buenos y que los buenos sean simpáticos». Ahí tenemos un suceso gracioso y a la vez real. Pero, ¿dónde cabe?
Seguramente, si como predicador ha intentado ilustrar sus pláticas, ya habrá confrontado estas dos realidades: ilustraciones inadecuadas o las buenas pero que no tienen nada que ver con lo que se predica.
Primero pensemos en un predicador que no puede encontrar las ilustraciones apropiadas. ¿Qué hace? Puede ser que decida no emplearlas en su sermón. Todos los domingos los escuchamos —¡sermones sin ilustraciones! Por ejemplo, este domingo pasado fui a una iglesia y escuché un buen sermón que el pastor tituló: La gracia de Dios, basándose en Efesios 1:3–14. El esqueleto del sermón era excelente. El predicador escogió los puntos apropiados, y los explicó a su mejor manera. Seleccionó los textos con sumo cuidado, los hizo leer, seguidos por comentarios adecuados. Pero —como muchos predicadores— carecía de ilustraciones, las que le habrían dado vida y carne al esqueleto.
Mientras predicaba observé a varios adolescentes sentados en la audiencia. Bostezaban. Agarraban el himnario. Lo hojeaban. Leían un himno aquí, otro allá. Lo colocaban de nuevo sobre el asiento. Reclinaban la cabeza sobre el banco de enfrente y por largos ratos contemplaban el piso, como si estuvieran contando hormigas —todo ello evidencia clara del puro aburrimiento. Lo paradójico era que se predicaban algunas de las más sublimes verdades del evangelio, pero a aquellos jóvenes no los estaba alcanzando.
¿Es que a los jóvenes les faltaba interés en las cosas espirituales? No lo creo. ¿Es que eran indiferentes a la Palabra de Dios? Tampoco lo creo. Es que el predicador no intentó «ponerse en onda» con ellos. No comunicaba la verdad de una manera que la captaran. La razón básica es que ¡le faltaban ilustraciones!, —ese tipo de prédicas que hacen vivir una verdad bíblica y que activan la imaginación de los que la escuchan.
El Dr. Osvaldo Mottesi afirma: «El uso de lenguaje abstracto condena la predicación al fracaso. Esto no es un problema meramente comunicativo, sino también teológico. No es solo que nuestros oyentes no entiendan o que les cueste demasiado seguir los argumentos puramente abstractos y por consiguiente se aburran y se desconecten de la predicación, sino que nuestro Dios se revela a la humanidad a través no de abstracciones sino de personas y situaciones concretas de la vida diaria».8
¿De qué hablamos? De la necesidad de avivar nuestra predicación, haciéndola amena, llena de esos elementos retóricos que cautivan la atención, el más importante siendo ilustraciones apropiadas.
Ejemplo de una buena ilustración
Comencemos con la misma palabra «gracia» del sermón ya mencionado. Si usted predicara sobre ese tema, ¿cómo lo haría? Quizás se le ocurra correr al diccionario, dar la definición clásica de la palabra gracia y seguir adelante con el sermón. ¡Espere! No tan rápido. Las definiciones de diccionario tienen su lugar, pero también pueden ser muy secas y demasiado técnicas para gente no estudiosa. Además, una explicación de diccionario no es una ilustración —es solo y simplemente una definición. Hablamos de la técnica de crear un eslabón comunicativo con los que nos escuchan, ¡no ponerles a dormir! Mejor sería dejar al diccionario en el anaquel un rato y buscar una solución más atractiva.
Ya que pusimos el diccionario a un lado, ¿a dónde debemos ir? Pregúntese, ¿qué es lo que —sobre todas las cosas— nos interesa más? ¡La gente! Sí, a la gente, al homo sapiens, a nosotros que somos de la propia especie humana. Walt Disney, para lograr que los niños se queden pegados al televisor, usa animales, ¡pero les da personalidad humana! Es más, para hacerlos atractivos, los coloca en situaciones muy humanas. Hace uso de toda la gama de emociones, temor, amor, sospecha, desánimo, lágrimas y alegrías propias del ser humano —todo para captar nuestra atención. El secreto de su éxito es esa humanización de sus personajes. Lo que digo es que a todos nos gusta oír de gente, de cosas que nos suceden, de experiencias que tenemos, de tristezas o goces que sentimos.
Otro ejemplo. ¿Por qué es que las mujeres se quedan tan pegadas a las telenovelas? Lo que ven son crisis, pleitos, celos, envidias, rollos —todos puros inventos que se toman de situaciones humanas típicas. ¿A quién les interesa? ¡A todas! La verdad es que a todos nos interesan las situaciones humanas —aunque sean inventadas como las de la televisión—, esas que perduran en la imaginación. El hombre secular sabe usar los medios para atraer la atención. ¿Por qué nosotros no? Estos principios están igualmente a nuestro alcance.
Ahora bien, si usted como expositor de la Biblia puede tomar un concepto abstracto —por ejemplo, este de la gracia de Dios— y envolverlo en humanidad, ¿no aseguraría la atención de todos que escuchan el sermón?
Recordemos a Natán cuando fue ante el rey David para condenarlo. El concepto abstracto sobre el cual el profeta tuvo que «predicarle» al rey tenía que ver con su pecado de infidelidad. ¿De qué manera habría de captar la atención del rey?
Por ejemplo, el profeta podría haber llegado con un pergamino hebraico enmarcando la definición mosaica del…¡ahem!… adulterio y su terrible castigo. Si así hubiera hecho, me imagino que David —al estilo del famoso presidente Clinton— habría traído a sus mejores abogados para defenderse con un sinnúmero de tecnicismos legales. No. Natán humanizó el pecado contando una historia. Creando un cuento. Y así describió con lujo de detalles a un poderoso abusador y cómo se aprovechó despiadadamente de un débil infortunado. Tan cautivado estaba David con la historia que, sin darse cuenta, se condenó a sí mismo. Natán admirablemente logró su objetivo.
Imitar el estilo de Natán es lo que buscamos cuando ilustramos —¡es preferible a consultar un diccionario! Ahora bien, buscar tal tipo de ilustración humana para avivar un sermón es lo que distingue a los grandes predicadores de los ordinarios. Pues, encontrar tal tipo de ilustración es lo que consume tiempo y trabajo (mucho más complicado que irse corriendo al diccionario). Recordemos que, aparte de exponer con claridad el sentido bíblico, nuestro intento como predicadores es asegurarnos que los adolescentes que nos oyen dejen de bostezar y los ancianos de cabecear. Como dice el famoso comunicador, el Dr. Steve Brown: «El regalo más preciado que una audiencia puede obsequiarle es su tiempo. Una vez que lo reciba, no lo despilfarre hablando de cosas que no necesitan escuchar».9
Para seguir con nuestra meta de ganar la atención ¿cómo, entonces, podríamos hacerlo al tratar el tema ya mencionado de ese sermón acerca de la gracia que resultó aburrido para los jóvenes? Primero, percatémonos de que para que el público de veras preste atención al sentido de la palabra gracia necesitamos un incidente humano que nos sirva para explicar lo que se entiende bíblicamente. ¿Cuál? ¿Dónde hallarlo?
En busca de una ilustración eficaz
Del diccionario nos enteramos que gracia quiere decir «un favor inmerecido». Es el sentido de esa palabra —gracia— lo que queremos destacar. Como primer paso no vamos a ir a un libro de ilustraciones para ver qué nos dicen Spurgeon o Moody acerca de la palabra gracia. Entendamos que no es que ellos no supieran ilustrar, al contrario, lo hicieron perfectamente es sus días. Pero la vida actual es muy distinta, y lo que le interesa a la gente es algo que esté ocurriendo en sus vidas hoy, no lo que ocurrió hace 100 años.
Busquemos algo que se identifique con nosotros hoy, cosas que conocemos y sentimos… que tengan que ver con gracia, algo valioso que una persona recibió aunque no lo mereciera. Para esto hagamos una lista de posibilidades que se nos ocurran, todas con ese elemento de «favores inmerecidos»:
1. Por ejemplo, el artículo que leímos esta mañana en el diario acerca del deportista desconocido, sin esperanzas de éxito, que accidentalmente fue visto por un entrenador famoso. Este, reconociendo sus dotes, lo hizo firmar un contrato con un importante equipo y un salario increíble.
2. Otro, quizás más exótico. Si lo hizo Natán el profeta, y si los directores de televisión lo pueden hacer, también nosotros —eso es, dar rienda suelta a la imaginación en busca de un relato ficticio. Imaginemos a una joven que en un mercado se encuentra improvisadamente ante un príncipe. A primera vista, este es cautivado por la hermosura de la chica. La persigue, le regala prendas costosas y la enamora con pasión. Al fin, una noche bajo los rayos de la luna, él le expresa su amor, y ella lo acepta como su enamorado. A los meses se casan, y de un día al otro ella, que esperaba solo conocer la pobreza, se convierte en una mujer famosa y rica.
3. O, nos acordamos de la conmovedora historia de un niño de la calle, de doce años de edad, abandonado por sus padres. La prensa relata que a este chico lo capturaron robando la casa del pastor de la Iglesia Metodista, el reverendo Rubén García. Lo sorprendente del relato es que este pastor, en un gesto singular, en vez de acusar al muchacho ante la policía, con el consentimiento de su esposa, pide la custodia del delincuente con el propósito de adoptarlo como hijo.
Ya que buscamos una ilustración adecuada para describir lo que es gracia, recordemos que la Biblia es una gran fuente de ilustraciones. ¿Qué relatos podríamos encontrar en la Biblia que ilustren este tema de la gracia?
4.     El ladrón en la cruz que a último momento halló el perdón de Jesús y la entrada al cielo.
5.     Ester, la hermosa y bella joven judía escogida como reina por el rey Asuero.
6.     Saulo, el perseguidor de la iglesia, sorprendido por Jesús en el camino a Damasco, y gloriosamente transformado en el gran apóstol.
Cómo evaluar la ilustración adecuada
Ahora, con las seis posibilidades anteriores, comenzamos el proceso de escoger la ilustración apropiada. Ya hemos visto que hay una gran diferencia entre una seca definición de diccionario —gracia, favor inmerecido— y una ilustración viva que seguramente atraería la atención de todos, incluso a los adolescentes.
Indicamos hace un momento que el predicador tiene dos problemas:
1.     Ilustraciones inadecuadas —blandas, flojas, sin vida.
2.     Ilustraciones que no vienen al caso.
Así que buscamos esa buena ilustración que describa gracia, favor inmerecido. Examinemos la primera:
Un deportista desconocido, sin esperanzas de alcanzar la fama, es accidentalmente visto por un entrenador famoso. Este, reconociendo sus dotes, le hace firmar un contrato con un importante equipo y un salario increíble.
¿Define eso lo que significa gracia en su sentido bíblico?
Necesitamos ir al diccionario —no para leer la definición al público, sino para asegurarnos de que literalmente entendemos el sentido de la palabra (o frase) que nos proponemos ilustrar.
Nos sorprende encontrar que el diccionario común define gracia como un don natural que hace agradable a la persona que lo tiene.10 Obviamente ese no es el sentido bíblico. Por tanto, ya que se trata de un concepto importante de la Biblia, vayamos a un diccionario bíblico.11 Allí leemos: «Gracia: la generosidad o magnanimidad de Dios hacia nosotros, seres rebeldes y pecadores… [L]as Escrituras son vigorosas al afirmar que el hombre no puede hacer nada para merecerla». De ahí la abreviada definición que tantas veces oímos: Gracia, don o favor inmerecido. (Repito: como predicadores debemos tener bien clara la definición sagrada, no para leérsela al público —cosa que ya enfatizamos— sino para saber qué es lo que debemos enseñarle a la congregación.)
Apliquemos la definición bíblica a la primera ilustración. ¿Hay algo en el «deportista desconocido» que le haría merecedor del puesto que le ofrece el entrenador? Lamentablemente sí lo hay. Dice el relato «reconociendo sus dotes». Le da el puesto y el salario porque se lo merece. Esta ilustración, por tanto, no nos sirve, puesto que el deportista se merecía el reconocimiento. Gracia es favor inmerecido.
Veamos la segunda ilustración:
Una joven improvisadamente se encuentra ante un príncipe. A primera vista, este cae presa de su hermosura, la enamora y se casan; de un día al otro ella, que solo conocía la pobreza, es rica.
¿Ilustra esto la gracia inmerecida? De nuevo tenemos que rechazarla (a pesar de que pudiera haber sido atractiva para las jóvenes que estuvieran en la audiencia). El príncipe la busca por los méritos de su belleza. Si es por gracia, no hay cabida a mérito personal alguno.
La tercera ilustración:
Un niño de la calle, abandonado por sus padres, un día se mete a la casa de un pastor metodista y le roba algunas cosas de valor. Este, en lugar de llevarlo a la policía, lo lleva de nuevo a su hogar. Como no tiene hijos, decide adoptarlo con el consentimiento de su esposa, y darle abrigo, amor y un nombre.
¿Tiene algún mérito este niño? ¡Lo que merece es una buena paliza! Ahora sí tenemos una ilustración válida, pues describe a perfección lo que es la gracia de Dios. Lo que tenemos que decidir, entonces, es si esta es la ilustración que queremos usar. Quizás podríamos encontrar una más apasionante, más impactante, más apropiada al sermón que vamos a exponer. Sea como sea, la ilustración es válida.
De las tres posibles ilustraciones extraídas de la Biblia, vemos que tanto la cuarta como la sexta llenan los requisitos. La quinta no, porque de nuevo vemos que el rey Asuero escoge a Ester por su increíble hermosura. La Biblia enseña que Dios nos escoge a nosotros puramente por gracia: somos como el ladrón crucificado al lado de Jesús, llenos de pecados, y sin mérito alguno para ir al paraíso. Nos parecemos a Saulo, quizás muy religiosos, muy celosos de los méritos que poseemos, pero indignos de esa gracia y favor divinos. Si uno llega a Dios con méritos personales, estos —por decirlo así— intentan anular o desacreditar los gloriosos atributos de Cristo en su obra de redención.
Es así que, al preparar el sermón sobre el tema de la gracia, podríamos usar cualquiera de estas tres: (a) la del niño que es adoptado, (b) el ladrón penitente, o (c) el orgulloso y autosuficiente Saulo. La decisión la tomaríamos de acuerdo a la que más nos guste. Es decir, si una ilustración explica el sentido de la verdad bíblica que exponemos, se puede usar. Por supuesto, al contar la historia el predicador puede repetir varias veces la definición gramatical: «La gracia es un regalo inmerecido». Pero lo que va a atraer la atención, a la vez que aclarará el sentido, es la ilustración especial que cuidadosamente se escoja.
Unos comentarios generales
Ahora puedo percibir horror y espanto en los ojos de los pastores. Se están diciendo: ¿Tengo que atravesar ese proceso para seleccionar cada ilustración? Dios mío, ¡no tengo tiempo para hacer todo eso!
Mi respuesta es sencilla. Tiene que decidir entre sermones fáciles con gente dormida todos los domingos, o dinámicos que mantienen la atención de la congregación. La decisión es suya; y los que sentirán la diferencia serán los que le escuchan domingo tras domingo. Usted tiene que decidir si desea ser un elocuente predicador del evangelio, o un predicador común que la gente escucha por obligación.
Hemos indicado que el propósito de la ilustración es: (1) atraer la atención y (2) aclarar el sentido.12 Si como predicadores hemos trabajado horas preparando un sermón, de ninguna manera queremos que los que han de llegar para escucharlo se lo pierdan. Es por eso que desde que comenzamos el mensaje necesitamos tener algo excepcional para que los que nos escuchan salgan de su ensueño (creo que la gente siempre trae sueño cada vez que llega a la iglesia). Cuando el predicador sabe tirar un anzuelo retórico, desde el principio capta la atención de todos.
A su vez, esa herramienta retórica no debe traspasar los límites de propiedad. La iglesia no es un salón de entretenimiento, es la Casa de Dios. Jamás, como mensajeros divinos, podemos olvidarnos de la dignidad que acompaña nuestro llamado. Como regla, parafraseamos la admonición de San Pablo: «Todo lo que es verdadero, todo lo honorable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre, si hay virtud alguna, si hay algo que merece alabanza, de esto predicad» (Filipenses 4:8).
Pero hay un segundo punto que necesitamos destacar antes de concluir este capítulo. No solo predicamos para captar la atención, predicamos para expresar el significado del texto bíblico. Es lo que San Pablo llama «la palabra de la cruz». Para los que no conocen a Dios, tal tipo de predicación es «locura»; pero para los que amamos al Señor es «palabra de vida».
Como dijo el gran predicador Ralph Sockman, pastor de la Iglesia Metodista de Cristo en Nueva York: «La esperanza del púlpito descansa en la profundización del mensaje para que llegue hasta la verdadera crisis espiritual en que vive la gente hoy día, y nunca en esa frivolidad que se acostumbra en un intento por captar la atención de los que no están interesados».13 Por tanto, queremos predicar lo que los corazones vacíos y perdidos necesitan y no lo que la gente quiere oír. A su vez, tenemos que predicar con tal pasión y contenido que la gente nos escuche. La verdad salvadora tiene que ser presentada de tal forma que sea ineludible.
Además, casi siempre surge la inquietud: «¿Cuán extenso debe ser el sermón o cuánto tiempo debe tomar?» En Christian Science Monitor [El observador de la ciencia cristiana] apareció hace un par de años un artículo sobre lo prolongado de los sermones. Se llegó a la conclusión de que, debido a que la gente hoy día no escucha, el sermón nunca debe pasar de quince minutos. ¡Imagínense! Los míos promedian los cincuenta minutos. ¿Qué respuesta doy a tal conclusión?: «Si no se está diciendo nada, esos quince minutos parecerán una eternidad. Pero si algo significativo se está diciendo, cincuenta minutos parecerá un poquito más de quince minutos».
El problema de la gran mayoría de los sermones no es su extensión, es su falta de contenido. Hoy, como lo hizo Ezequiel en su día (Ez 13:8), se puede hablar de los pastores que «hablan vanidad» —predican sermones vacíos, con falta de contenido. Estos, como añade Jeremías, son «pastores que destruyen y dispersan las ovejas [del] rebaño» (Jer 23:1), pues al no tener mensaje de Dios, sustituyen con palabras vacías lo que Dios hubiera querido que oyera su pueblo. La consecuencia, créanlo o no, es que por su falta de contenido guían falsamente a la congregación, pues no dan ni dirección ni instrucción.
Una ilustración, por buena y conmovedora que sea, nunca puede sustituir el contenido del mensaje. Lo que hace la buena ilustración es enfatizar la gran verdad que anuncia el predicador, dándole vida. Cuán maravillosa es la naturaleza de una buena ilustración que puede tomar una enseñanza declarada hace dos mil años y contemporizarla —dándole una dimensión y aplicación moderna.
Regresemos al mensaje de la gracia
Ya que hemos destacado la importancia de tener un buen contenido, ¿por qué no regresar al tema de la gracia tratado por Pablo en Efesios 1? Al hablar de la gracia de Dios, notemos el reto que se nos presenta: no solo es definir el sentido de la palabra misma, sino también dar a conocer todas las ramificaciones de esa gracia en nuestras vidas. En el texto, San Pablo nos indica que la gracia de Dios:
1.     Nos bendice con toda bendición espiritual (Ef 1:3)
2.     Nos escoge para ser el pueblo santo de Dios (Ef 1:4)
3.     Nos adopta como hijos de Dios por Jesucristo (Ef 1:5)
4.     Nos hace aceptables a Cristo, perdonándonos los pecados (Ef 1:6–7)
5.     Nos da a conocer la voluntad de Dios para nuestras vidas (Ef 1:9–10)
6.     Nos da una herencia eterna en la gloria (Ef 1:11–12)
7.     Nos sella con el Espíritu Santo de la promesa (Ef 1:13)
¡Siete facetas importantes de la gracia, el número bíblico que indica perfección! ¡Cuán perfecta es esa gracia de Dios! Ahora, en el sermón, nos toca tratar estas siete cualidades increíbles, aclarándolas de tal forma que ni los jóvenes bostecen ni los viejos se duerman. Más bien, que tanto jóvenes como ancianos, salgan del servicio rebosando de gozo por lo que significa ser objetos de la gracia de Dios.
El desafío retórico espiritual
Al predicar un sermón, nuestro reto es definir y explicar con brillante lucidez lo que significa en forma práctica:
1.     Recibir «toda bendición espiritual»,
2.     Ser «pueblo santo»,
3.     Ser «adoptados» por Dios,
4.     Ser «aceptados» como resultado del perdón,
5.     «Conocer la voluntad de Dios»,
6.     Tener una «herencia» en el cielo, y
7.     Ser «sellados» por el Espíritu Santo.
¡Imagínese, encontrar una excelente ilustración para cada uno de estos siete puntos! ¿Cómo hacerlo? Comenzamos tomando cada uno de estos siete elementos y examinándolos uno por uno.
1. Recibir «toda bendición espiritual»
¿Qué es una bendición espiritual? No lo compliquemos, creando un místico encuentro con Dios —por ejemplo, una visión; una aparición de un ángel, etc. Nada de eso es lo que enseña el apóstol Pablo. ¿Qué beneficios espirituales ha recibido usted por la gracia de Dios?
a)     La Biblia, que contiene el mensaje del Dios que nos ama
b)     Jesucristo, que vino a este mundo para morir por mis pecados
c)     La iglesia, donde acudo a escuchar el mensaje de Dios
d)     La salvación que tengo por la fe en Cristo
e)     El perdón de mis pecados
f)     La presencia del Espíritu Santo que camina conmigo día tras día.
g)     La promesa de estar para siempre en el cielo con Cristo.
¡Siete bendiciones! Ciertamente una de ellas emociona. No tiene que ir ni a Spurgeon ni al libro de ilustraciones de Moody, porque tiene algo personal mucho más impactante —¡el día en que usted mismo recibió a Cristo! Los detalles, los sucesos que ocurrieron alrededor de ese encuentro, es lo que harán la ilustración interesante. ¿No cree usted que a los jóvenes de su congregación les gustaría escuchar acerca de esa bendición espiritual que recibió por la gracia de Dios? Y ¡ahí tiene la ilustración que necesitaba para este punto! Recuerde que la ilustración no es el mensaje, así que estos comentarios que hace deben ser breves, aunque emotivos.
2. Ser «pueblo santo»
Vemos que el sermón se crea por sí mismo. Lo que se está haciendo es una exposición, verso por verso, de lo que dice el apóstol. Cada frase se está analizando, explicando e ilustrando. Es así que llegamos a la segunda bendición, la de ser un pueblo santo, es decir:
a)     Lavado por la sangre de Cristo
b)     Apartado del pecado
c)     Que no busca su placer en lo que Dios prohibe
d)     Que vive para agradar a Dios.
Para destacar esa verdad y hacerla viva para el día de hoy, se busca una ilustración que de forma ineludible toque el corazón de todos los presentes, algo con que se pueden identificar al pensar en la importancia de ser «pueblo santo». En algunos casos las ilustraciones negativas son útiles, por ejemplo:
Me contaban hace poco acerca de un joven de 17 años de edad, nacido y criado en la iglesia, que se apartó del Señor. Se unió a un grupo de amigos inconversos. Pronto, junto a ellos, se involucró en consumo de cocaína y toda la vida inicua que eso representa. Su madre, una fiel cristiana, maestra de escuela dominical, no tenía control sobre las decisiones de su hijo. Días atrás fue despertada por la policía que le anunció que su hijo había matado a un hombre a tiros. La esperaban a ella en el comando policial para identificar a su hijo. (El predicador, entonces, con breves comentarios, establece el peligro de dejar al Señor, de ir por caminos de iniquidad, junto con el valor de ser «pueblo santo»; ¡recuerde que la ilustración no es su sermón! Siga con Pablo, no con los delincuentes.)
3. Ser «adoptados» por Dios,
Aquí está la gran doctrina paulina, que enseña que la manera en que Dios nos hace «hijos» es por adopción. Somos hijos naturales de Adán, heredamos todas sus características pecaminosas. El pecado es parte y costumbre nuestra. Cuando Cristo nos salva, nos saca de la familia de Adán y nos adopta legalmente, comprándonos con su sangre, para colocarnos en la familia de Dios. Ahora nos pone en un ambiente sano, santo, puro. Y nos da poder (Juan 1:12) para vencer las tendencias pecaminosas que aún fluyen por nuestras venas, pues hasta que muramos seguimos siendo de la raza humana, hijos de Adán por naturaleza (por esto es que los cristianos también pecan). Pero como hijos adoptivos de Dios nuestro Padre, tenemos sus promesas, su poder y su perdón continuo.
La ilustración: Hoy en día muchas familias adoptan hijos. Imagínense un niño nacido en un hogar pecaminoso, con toda clase de costumbres y hábitos oprobiosos, que es adoptado por una familia cristiana. Fíjese en todo lo que tiene que aprender. La nueva familia no le permite blasfemar, mentir, ni reunirse con compañeros de mala reputación. Lo mismo sucede cuando somos adoptado por Dios. Tenemos que dejar los hábitos del pasado, tenemos que aprender un vocabulario nuevo, tenemos que comportarnos de acuerdo a lo que Dios pide. El problema de muchos cristianos es que no quieren abandonar por completo su vida del pasado. ¡Quieren tener un pie en el mundo y otro en el cielo! Dios pide que comprendamos lo que significa ser adoptados en su familia, para que comencemos a comportarnos de acuerdo a ello.
4. Ser «aceptados» como resultado del perdón
Habiendo visto cómo tratamos un pasaje, ¿cree que puede hacerlo? ¿Qué quiere decir ser «aceptado» como resultado del perdón que nos da Jesucristo? Haga una lista de posibilidades. Como ilustración sugiero la última pareja que se casó en la iglesia. Allí hubo un caso de doble aceptación: el novio aceptado por la familia de la novia y viceversa. Las ilustraciones siempre salen o fluyen naturalmente del tema que se enfatiza, y nunca se imponen sobre el mismo. En otras palabras, no se comienza con la ilustración, se comienza con el tema. Al ir elucidando el sentido del tema, la ilustración fluye naturalmente.
Las ilustraciones están por todos lados. Cada semana ocurren mil cosas que pueden ser usadas para ilustrar verdades. Lo que como predicadores tenemos que aprender es a reconocerlas —a tener ojos que capten lo extraordinario y lo distingan de lo ordinario. Pónganse, pues, a pescar y, de paso, tiren esos libros de ilustraciones que tienen en su biblioteca, al menos colóquenlos en un rincón. Hoy la gente en su congregación no quiere oír de Spurgeon ni de Moody, quieren oír de la manera en que usted lucha con la vida y aprende de sus experiencias.
Asegúrese de sus interpretaciones bíblicas
Para estar seguros de que interpretan correctamente el texto divino (esta siempre debe ser la gran preocupación del predicador), es sabio consultar algunas obras de eruditos bíblicos. En este caso podríamos referirnos al Diccionario Bíblico Caribe (allí encontrarán excelentes explicaciones del significado de todas las palabras clave mencionadas en ese pasaje, con la excepción de los términos «aceptados» y «voluntad de Dios».
Cada predicador debe poseer un buen diccionario bíblico. Además del diccionario, sugiero que se consulte un buen comentario que trate acerca del pasaje bíblico escogido (por ejemplo, Editorial Portavoz tiene dos comentarios: Epístola a los Efesios, por Ernesto Trenchard y Pablo Wickham; y otro que se titula Efesios: la gloria de la iglesia, por Homer A. Kent —debe poder conseguirlos en su librería ). Estos comentarios le ayudarán a conocer lo que el apóstol quiso decir en este pasaje, y le darán la base necesaria para seleccionar buenas ilustraciones.
Cuando se consulta un comentario, nuestra tendencia es simplemente citar lo que dice ese autor. Eso no se debe hacer, a menos que allí se encuentre algo tan extraordinario que mejore su propia explicación. Los comentarios más bien deben servir para el estudio personal. Su tarea como predicador es estudiar esos textos, leyéndoles vez tras vez , buscando clara explicación para cada frase, luego le toca masticar y remasticar el pasaje. Entonces, con oración y confianza en Dios, tomar todas esas explicaciones y ponerlas en sus propias palabras, usando su propio estilo y vocabulario al predicar.
Sus oyentes —a menos que sean profesores— no están interesados en las implicaciones escatológicas ni de la parousia, ni en el supralapsarianismo, ni en palabras griegas que no pueden pronunciar, ni en la praxis, ni el escatón, y mucho menos la extensión de su vocabulario personal. Hoy la gente quiere que se les hable en castellano simple y claro. Ya que usted es el pastor de ellos, conocido por ellos, la persona en la cual confían, les interesa saber qué es lo que usted entiende por los textos citados. Recuerde que aunque somos predicadores no somos cotorras, repitiendo lo que otros dicen. Somos seres inteligentes que estudiamos, conocemos y llegamos a nuestras conclusiones.
Luego de hacer todo el estudio, puede que al preparar el sermón la cantidad de material que resulte sea mucha y se percata de que requerirá más tiempo de lo que se le puede dedicar en un servicio. La solución es simple: dedicarle dos o tres domingos al tema. Lo que se clasificaría como imperdonable sería tratar un tema (como el que hemos usado como base para nuestro aprendizaje, la de la sublime gracia de Dios) de una forma tan superficial que contribuyésemos a los bostezos y los ronquidos —una predicación vana— que espiritualmente entumece los corazones de los oyentes en lugar de avivarlos.
Qué importante, pues, es la manera en que damos a conocer la Palabra de Dios. De ninguna forma es fácil la preparación de un buen sermón. Les confieso que, después de 45 años que he estado predicando, la preparación de un sermón todavía me lleva un promedio de 14 horas de trabajo concentrado. Ah, sí, y aún lo sigo haciendo con mucho gozo por tres razones: primero, el más beneficiado y bendecido por medio del estudio soy yo. En segundo lugar, me gusta predicar de tal forma que capto la atención especialmente de los jóvenes (si ellos me entienden, sé que todos en la iglesia me habrán entendido). En tercer lugar, como San Pablo, «No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación». Me deleito en ver a creyentes transformados por medio de la Palabra de Dios.
Por último, me gusta buscar ilustraciones para dar a entender las verdades de Dios. Creo que estas, en gran parte, se parecen a los condimentos que mi esposa utiliza para hacer sabrosa su cocina, pero de esto hablaremos en otro capítulo. Lo que ahora me ha interesado es hacerle consciente de lo importante que son para su predicación, especialmente si no quiere ver a los jóvenes bostezar y a los ancianos roncar.
Esto me lleva a expresar que si las ilustraciones son tan importantes y logran fines tan excelentes ¿podríamos decir que mientras más las usemos, mejor será el sermón? Siga leyendo, pues de eso trata el capítulo que sigue.
1 Julio Casares, Diccionario ideológico de la lengua española, Editorial Gustavo Gili, S.A., Barcelona, 1959, p 462.
2 Ibid.
3 Ibid.
4 Frank S. Mead, Encyclopedia of Religious Quotations, Fleming H. Revell Co., Westwood, N.J., prefacio.
5 Saul Bellow, George Plimpton, Writers at Work, 1967.
6 Steven & Susan Mamchak, Encyclopedia of Humor, Parker Publishing Company, West Nyack, N.Y., 1987.
7 Ralph Emerson Brown, The New Dictionary of Thought, Standard Book Co., 1957.
8 Osvaldo Mottesi, Predicación y misión, LOGOI, Miami, Florida, p. 250.
9 Steven Brown, Cómo hablar, Baker Book House, Grand Rapids, Michigan, p. 114. El doctor Brown es profesor de Homilética en el Seminario Reformado de Orlando, Florida.
10 Real Academia Española, Diccionario de la Lengua Española, 1970.
11 Diccionario Ilustrado de la Biblia, Editorial Caribe, Miami, Florida.
12 El Dr. Osvaldo Mottesi indica que hay trece propósitos que cumplen las buenas ilustraciones: 1) captar y mantener la atención, 2) aclarar las ideas, 3) apoyar la argumentación, 4) dar energía al argumento, 5) hacer más vívida la verdad, 6) persuadir la voluntad, 7) causar impresiones positivas, 8) adornar verdades majestuosas, 9) proveer descanso frente a la argumentación abstracta, 10) ayudar a retener lo expuesto, 11) reiterar o dar variedad a la repetición de un concepto, 12) aplicar indirectamente la verdad, 13) hacer práctico el sermón. (Predicación y mision, p. 256.)
13 Paul Butler, editor, Los mejores sermones de 1964, p. 19.



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