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Oración retórica contra oración activa
Estoy muy interesado en la relación entre la oración y el crecimiento eclesiástico. He sido profesor de crecimiento eclesiástico, por más de 20 años, en el Seminario Fuller, y los últimos cinco los he dedicado a la investigación acerca de la oración. He hablado con muchos pastores a través del país acerca de esto y ahora algunos patrones resultan claros.
Uno de ellos es la diferencia entre lo que he llegado a llamar «oración retórica» y «oración activa».
La oración y el crecimiento eclesiástico
Creo que lo que voy a decir es preciso, aunque admito que no tengo mucha información estadística para probarlo. Empero, suponga que seleccioné un grupo variado de 100 pastores de iglesias en crecimiento. Suponga que les hice a cada uno esta pregunta: En su experiencia, ¿qué papel ha jugado la oración en el crecimiento de su iglesia?
Estoy bastante seguro de que casi todos ellos responderían: «Oh, la oración ha jugado una función central en nuestro crecimiento».
También estoy razonablemente seguro de que para 95 de los 100 pastores esa respuesta sería nada más que retórica. Con eso no quiero decir que no crean en la oración o que en manera alguna estaban tratando de ofrecer una respuesta engañosa. Pero sí quiero decir que si se hiciera un estudio cuidadoso de la vida de oración de sus iglesias, no me sorprendería si se hallara poca o ninguna diferencia entre ellos y la vida de oración de las iglesias que no están creciendo en la misma comunidad.
¿Estaré equivocado? Por supuesto. Hasta espero estarlo. Conociendo el poder de la oración, anticipaba encontrar una estrecha correlación entre cantidad y calidad de oración y grados de crecimiento eclesiástico. No es que la correlación esté completamente ausente. Investigaciones de C. Kirk Hadaway sugieren que el aumento en la oración ha acompañado el crecimiento en algunas iglesias Bautistas del Sur.1 Por eso es que permití unas hipotéticas 5 iglesias de 100 que podrían verdaderamente mostrar una correlación entre su vida de oración y su crecimiento. Ofreceré algunas ilustraciones de esto a su debido tiempo. Pero en general, temo decir que mi observación es correcta.
Lo «que debe ser» y lo que «es»
Permítame reforzar mi punto con un poco de ironía. Hasta donde sé, la persona que ha tomado la iniciativa en intentar investigar de manera seria este asunto es Terry Teykl, pastor de la Iglesia Metodista Unida Aldersgate en College Station, Texas. Su libro, Pray and Grow [Ore y crezca]2 es el único libro que conozco que se ocupa de la relación de la oración con el crecimiento de la iglesia. Este sólo es el comienzo de la investigación de Teykl y la sección estadística a la cual hice referencia todavía no se ha realizado. De más está decir que Teykl concuerda conmigo en que debemos hallar una correlación y escribe su libro sobre esa premisa.
Pero, ¿y qué de estos pastores hipotéticos? Aparentemente, si no los presionamos preguntándoles de forma directa qué función juega la oración en el crecimiento de sus iglesias, es posible que no lo mencionarán. Esto se afirma en el prefacio al libro de Terry Teykl, escrito por Ezra Earl Jones de la Junta General de Discipulado Metodista Unida, una agencia en contacto directo con pastores metodistas a través de la nación.
Ezra Earl Jones cita algunas investigaciones, que de hecho se han realizado. Ellos seleccionaron iglesias metodistas que están creciendo y le pidieron a los pastores de esas iglesias que evaluaran, en orden, los 10 principales factores que contribuyen a su crecimiento. Aquí están en orden: servicios de adoración robustos, comunión, el pastor, ministerios planificados de manera precisa, ministerios de alcance mundial y entre la comunidad, educación cristiana, planificación para el crecimiento eclesiástico, instalaciones físicas y localización, ministerios laicos y esfuerzos evangelísticos. ¡Ni siquiera uno de los diez es la oración!
Por supuesto, estos pastores pudieron haber sentido que era inadecuado mencionar la oración, pero la ironía es que el prefacio en un libro que propone que la oración debería ser un factor predominante en el crecimiento produce evidencia de que ese no es el caso. Al menos no es algo que los pastores de iglesias en crecimiento expresarían como importante.
¿Qué es lo que queremos decir con retórica?
Espero que sea claro que no estoy criticando a estos pastores metodistas. Simplemente estoy tratando de proveer una descripción precisa de la situación actual entre muchas iglesias estadounidenses. ¿Qué quieren decir los pastores de iglesias en crecimiento cuando dicen que la oración es una clave para su crecimiento, aunque no la incluirían en la lista de los 10 factores principales?
Estoy seguro de que quieren decir que:
• El poder de Dios está detrás de nuestro crecimiento. Jesús dijo: «Edificaré mi iglesia» (Mt 16:18). Pablo dijo: «Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios». Nuestra iglesia está creciendo, no primordialmente debido al esfuerzo humano, sino mediante la bendición de Dios.
• Predico acerca de la oración a menudo. No es que he ofrecido muchos sermones completos acerca de ella, pero la menciono con frecuencia y le enseño a mi pueblo que ella es extremadamente importante para nuestras vidas personales y la vida de la iglesia.
• Oro regularmente por la iglesia, por su vida y por su crecimiento. Muchos otros en la congregación también oran frecuentemente por ella.
Aunque las declaraciones anteriores son verdaderas y admirables, si la vida de oración de una y otra semana de tales iglesias se evaluara en una escala de 1 a 10, estarían bastante bajas, aun si la evaluación fuera realizada por los pastores mismos.
No sé cuántas veces he escuchado a pastores decir: «El servicio de oración vespertina de los miércoles es la reunión más importante de la semana en nuestra iglesia». Pero, con raras excepciones, realmente no lo es. Es la reunión más tediosa, a la que menos personas asisten, la más rutinaria y más aburrida de la semana. En la mayoría de los casos, la iglesia crecería al mismo nivel con o sin la reunión vespertina de oración los miércoles.
La conclusión sincera es que la mayoría de las iglesias en crecimiento, al menos en los EE.UU., están creciendo debido a la aplicación consciente o inconsciente de principios sólidos de crecimiento eclesiástico acompañados por un nivel bastante bajo de oración. Todavía no he encontrado una iglesia que no crea en la oración y que la practique hasta cierto punto. Sin embargo, concuerdo con Terry Teykl. Creo que el crecimiento de esas iglesias sería mucho más dinámico si estuviera acompañado por un alto nivel de oración. Ahora mismo son autos de ocho cilindros corriendo con cuatro o cinco cilindros.
En este libro, deseo animar a los pastores para que hagan la transición de la oración retórica a la oración activa.
Creo que la oración puede:
• Ayudar a las iglesias en crecimiento a aumentar su nivel de crecimiento y a profundizar la calidad espiritual de sus iglesias.
• Renovar iglesias que no están creciendo.
• Cambiar la atmósfera espiritual de la comunidad en su totalidad para que haya más justicia social y receptividad evangelística.
De la retórica a la acción
Me considero en cierta medida un experto en la oración retórica. La practiqué de manera constante durante los primeros 25 años de mi carrera como ministro ordenado. Luego de varios años de transición, ahora estoy tratando de practicar la oración activa. Los últimos 5 años de mi ministerio han sido definitivamente los más excitantes y gratificadores de todos. La oración activa ha hecho la diferencia.
A medida que analizo la transición de la oración retórica a la oración activa, señalaría al menos tres áreas sobre las cuales las iglesias y los líderes eclesiásticos harían bien en concentrarse. Indudablemente hay muchas más, pero estas me parecen de suprema importancia. Las tres áreas son: (1) comprender la naturaleza de la oración; (2) reconocer el poder de la oración; y (3) seguir las reglas de la oración.
Cómo comprender la naturaleza de la oración
Las personas, por lo general, piensan que la oración es pedirle a Dios algo. Pero esto es sólo una parte de lo que es orar; no describe de manera precisa la esencia de la oración. La manera más útil de comprender la oración activa es percatarse de que básicamente es una relación. Moramos en Dios a través de la oración. La oración nos acerca a la intimidad con el Padre. Es una relación personal.
Cuando Jesús le enseñó a sus discípulos a orar, les dijo que comenzaran, «Padrenuestro que estás en los cielos» (Mt 6:9). Esta es una declaración no sólo de una relación, sino de una relación familiar. Lo más extraordinario acerca de la oración es que nos lleva hasta la presencia de Dios, no como si estuviéramos sentados en un estadio mirando su figura allá abajo en una plataforma, sino como si estuviéramos sentados juntos en nuestra sala.
La oración agrada a Dios
El libro de Apocalipsis habla de la oración sólo dos veces, y ambas la describen como incienso. En Apocalipsis 5, estamos mirando a la majestuosa escena del salón del trono en donde Jesús toma un pergamino sellado con siete sellos del Padre. Los 24 ancianos se postran a adorar y cada uno tiene «copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos» (Ap 5:8). Entonces de nuevo en Apocalipsis 8, aparece un ángel en el altar para ofrecer incienso junto con las oraciones de todos los santos. «Y de la mano del ángel subió a la presencia de Dios el humo del incienso con las oraciones de los santos» (Ap 8:4).
A medida que el apóstol Juan escribe esto en Apocalipsis, ciertamente está familiarizado con el Salmo 141:2: «Suba mi oración delante de ti como el incienso, el don de mis manos como la ofrenda de la tarde». Esta era una referencia al altar del incienso en el tabernáculo. Aarón, el sacerdote, quemaba incienso allí todas las mañanas y todas las noches para simbolizar la relación diaria entre Dios y su pueblo.
Gracias a Jesucristo y a su muerte en la cruz, no tenemos que depender de un sacerdote como Aarón que queme incienso para recordarnos de nuestra relación con Dios. Nuestras oraciones en sí mismas son esa relación. Y cada uno de nosotros puede ir directamente a Él.
Dios disfruta de esta relación de oración. Le agrada la atmósfera producida por el incienso. Casi parece arrogante decirlo, pero Dios es bendecido por nuestras oraciones. Debido a Jesús tenemos el abrumador privilegio de una relación Padre-hijo con nada más y nada menos que el Creador del universo. Nos sentamos con Él en nuestra sala.
La oración activa es de dos direcciones
Aunque algunos pudieron no haber pensado en definir la oración como intimidad con el Padre, pocos de los que lean esto estarán en desacuerdo. Pero hay una implicación que va junto con el entendimiento de la oración como intimidad que muchos no aceptan de manera consciente. Si la oración es una relación, esta debe ir en dos direcciones, no sólo en una.
El Nuevo Testamento nos instruye a relacionarnos con Dios como Padre nuestro y asume que sabremos cómo hacer esto mediante lo que hemos aprendido a través de nuestras relaciones humanas. Al momento de escribir esto, mi padre tiene 87 años y vive a más de 4.800 kilómetros. Le dediqué este libro. Mantenemos nuestra relación mediante un sustituto funcional para la oración: el teléfono. Lo llamo al menos una vez a la semana, pero cuando lo hago hablamos los dos. Ni siquiera en una ocasión he esperado hablar en todo momento.
Sin embargo, a través de mis años de oración retórica, eso es más o menos lo que hacia con mi Padre celestial; era en una sola dirección. Le hablaba y jamás escuchaba para obtener respuesta. Oh, buscaba respuestas a mis oraciones, principalmente mediante circunstancias alteradas en mi vida. Pero, ¿escuchar su voz? Sabía que Juan dijo: «Lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo» (1 Jn 1:3), pero jamás concluí que, como parte de nuestra relación, Dios deseaba una conversación mutua.
Escuchar la voz de Dios es tan importante para la oración activa que me voy a ocupar de ella con cierto detalle en el próximo capítulo.
Cómo reconocer el poder de la oración
Para que la oración retórica llegue a ser oración activa, es esencial reconocer una verdad sencilla: ¡la oración da resultados!
Con eso quiero decir que cuando oramos correctamente vemos respuestas a la oración. Las respuestas no siempre vienen de la manera que esperamos, pero con frecuencia vienen. Las respuestas no siempre llegan en el momento que las esperamos, pero frecuentemente llegan. Algunas veces las respuestas son parciales, pero a menudo no sólo satisfacen nuestras expectativas, sino que las exceden.
Se sabe que Dios «es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos» (Ef 3:20).
Estoy plenamente consciente de que muchos de los que están leyendo esto ya son personas que oran de manera activa y no hace falta convencerlos de que la oración da resultados. Es difícil para alguien creer que en nuestro mundo evangélico actual hay quienes nos desanimarían para que no le pidiéramos a Dios algo en oración esperando que, en respuesta, Él lo conceda. Pero así es.
¿Nos deberían excitar las respuestas a la oración?
Casi siempre evito las controversias, y continuaré haciéndolo aquí cambiando los nombres y los lugares. Pero creo que este asunto es absolutamente crucial para la participación total en el gran movimiento de oración de nuestros días, y por lo tanto voy a aclarar el asunto de manera tan precisa como pueda. Para identificarlo, diré que estoy citando un editorial oficial en una prominente publicación evangélica, conservadora, escrito y publicado dentro de los últimos 5 años.
El trasfondo del editorial fue un experimento de oración que recibió bastante publicidad realizado por el cardiólogo Randolph C. Byrd del Hospital General de San Francisco. Hice referencia al estudio en mi libro How to Have a Healing Ministry [Cómo tener un ministerio sanador] (Regal Books). Byrd dividió 400 pacientes cardíacos al azar en 2 grupos de 200. Más nadie, ni los pacientes ni el personal médico, sabían quién estaba en qué grupo. Un grupo de cristianos renacidos oraba por un grupo y nadie oró por el otro grupo. El grupo por el cual se oró desarrolló muchísimas menos complicaciones y murieron menos de ellos.
La mayoría de los cristianos que conozco se regocijarían con este hallazgo. Pero este editor en particular sintió que debía advertir a sus lectores en cuanto a un peligro que acechaba tras esa evidencia. Él contiende, por ejemplo, que no debemos utilizar este tipo de evidencia para enseñarle a nuestros hijos a orar. Si así lo hacemos, pueden ignorar la lección de más importancia: la obediencia. «Primero oramos para obedecer», dice, «no para ganancia».
Tampoco, sugiere él, debemos usarla para convencer a nuestras amistades para que oren más. Si así lo hacemos y luego alguna oración no es respondida, la oración en general puede perder su atractivo. Él piensa que difundir las buenas nuevas acerca de la oración respondida es como darle dulces a nuestros hijos. Puede saber bueno en ese momento. «Pero una dieta continua de dulces no es realmente una buena nutrición».
El editor resume su posición diciendo, «Reducir la oración a una técnica de complacencia propia enfermará nuestra teología».
La perpetuación de la oración retórica
La noción de que estamos más saludables teológicamente hablando si no esperamos respuesta a nuestras oraciones está vivita y coleando. No sé de ninguna otra cosa que contribuya más a perpetuar la oración retórica. Fui programado en esta manera de pensar en mi entrenamiento para el ministerio, pero dudo que alguno de mis profesores fueran tan atrevidos. Me pregunto cuál hubiera sido la respuesta del editor si su esposa, por ejemplo, hubiera sido uno de esos pacientes cardíacos que recibió oración.
Un estudio reciente de Margaret Poloma y George Gallup, hijo halló que aunque 88% de los estadounidenses oran a Dios de una u otra manera, menos de la mitad (42%) le piden cosas materiales que podrían necesitar. Y sólo 15% experimentan de manera regular la recepción de respuestas a peticiones específicas de oración.3 Una de las razones por las que tan pocas personas practican la «oración suplicante» podría muy bien ser que la teología de nuestro amigo editor domina la escena en nuestros días, incluyendo a los evangélicos.
Poloma y Gallup encontraron que «muchos de los que piden reciben aquello por lo cual oraron». Su comentario: «Una cosmovisión moderna y racional podría considerar a la oración suplicante como una forma de magia, pero es una forma de oración para la cual hay innumerables ejemplos bíblicos».4
Yo añadiría que un ejemplo bíblico primordial de orar por cosas materiales es el Padrenuestro, en el cual Jesús nos instruyó a orar, «El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy» (Mt 6:11).
La soberanía de Dios y la ley de la oración
Si mal no recuerdo, en el seminario se me enseñó que la función más importante de la oración era cambiarme y moldearme. Dios jamás cambia. Es soberano y hará lo que desea ore yo o no. Una voz santa de ayer, la de R. A. Torrey, parece que estuviera hablando hoy. Torrey lamenta que las iglesias de sus días no oraban. Los cristianos, dice él, «creen en la oración como algo que tiene una benéfica «influencia refleja», es decir, algo que beneficia a la persona que ora … pero que la oración cause algo que no hubiera sucedido a no ser que hubiéramos orado, eso no lo creen, y muchos de ellos lo dicen francamente».5 La oración retórica también era común en aquel entonces.
Por fortuna, las actitudes acerca de la oración están cambiando rápidamente en nuestros días. El gran movimiento de oración no estaría barriendo el globo si la oración no funcionara. Los proponentes de la oración activa no cuestionan de manera alguna la soberanía de Dios. Pero en base a la Escritura entienden que el Dios soberano ha establecido una ley de oración. Dios desea hacer muchas cosas, pero no las hará a menos que o hasta que el pueblo cristiano, mediante el uso de su libertad otorgada por Dios, ore y le pida que lo haga (véase Stg 4:2). Y esa oración no viola nuestra obediencia a Dios; es justamente lo opuesto. Se hace en obediencia a Dios (véanse Mt 6:8; 7:7–11; Lc 11:9–13).
Nadie puede cambiar a Dios, pero nuestras oraciones pueden influir directamente lo que Dios hace o deja de hacer. Esta es la manera en la cual Él mismo ha estructurado la realidad. «Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces» (Jer 33:3). Suponga que no clamemos. La respuesta es demasiado obvia como para declararla.
Cuando oro, no le estoy diciendo a Dios qué hacer; Él no puede hacer nada en contra de su voluntad. Estoy orando para que lo que Él desee hacer se efectúe en realidad. Presumo que si no oro, algo que Dios desea no se realizará. Me encanta el título de un capítulo en la obra muy popular de Jack Hayford, Oración a la conquista de lo imposible (Editorial Clie): «Si no lo hacemos, Él no lo hará».
Ningún grupo estima la soberanía de Dios más que los calvinistas. Por eso es que creo que la opinión de mi amigo Alvin Vander Griend acerca de esto es tan importante. Alvin proviene de la denominación Cristiana Reformada, que ha dado nombre a su seminario teológico en base a Juan Calvino. Vander Griend dice:
Dios aguarda a que se le pida no porque es impotente sino debido a la manera en que ha elegido ejercitar su voluntad. No somos peones en un gigante tablero de ajedrez. Estamos involucrados. Sólo un punto de vista frío, duro y mecánico de la soberanía de Dios y la predestinación asume que Dios descuenta nuestra oración y simplemente se mueve de acuerdo con un plan determinado de una vez y para siempre. Ese no es el punto de vista bíblico acerca de Dios; se parece más al punto de vista fatalista, parecido al musulmán, que la Biblia repudia.6
La oración cambia la historia
Nadie lo ha dicho mejor que Richard Foster en su clásico, Alabanza a la disciplina: «Estamos trabajando con Dios para determinar el futuro. Ciertas cosas sucederán en la historia si oramos de manera correcta».7
Uno de los libros acerca de la oración que estoy recomendando a mis estudiantes en el Seminario Fuller tiene un título llamativo: And God Changed His Mind [Y Dios cambió de parecer]. Lo escribió el hermano Andrés, que dice: «Los planes de Dios para nosotros no están cincelados en concreto. Sólo su carácter y naturaleza son incambiables; ¡sus decisiones no!»8
La Biblia ofrece varios ejemplos de Dios cambiando sus planes debido a la intercesión. Uno fue su afán de derramar su ira y consumir a Israel cuando Moisés regreso del Sinaí con las tablas de la Ley. Pero Moisés intercedió a favor de los israelitas. «Entonces Jehová se arrepintió del mal que dijo que había de hacer a su pueblo» (Éx 32:14).
Es importante que nos percatemos de que todo lo que sucede en este mundo no es la voluntad de Dios. No es un pensamiento agradable, pero Satanás es descrito nada menos que como «el dios de este siglo» (2 Co 4:4). Por ejemplo, Dios quiere que nadie perezca (véase 2 P 3:9), pero muchos perecen debido a que el dios de este siglo les ha enceguecido sus mentes (véase 2 Co 4:3, 4).
En la Escritura se nos dice que Daniel oró y Dios respondió a su oración el mismo día. Empero, la respuesta se tomó 21 días, no porque Dios fuera lento, sino porque el «príncipe de Persia» logró retrasarla (véase Dn 10). Al ocuparse de esto, Walter Wink sugiere: «Este nuevo elemento en la oración, la resistencia de los poderes a la voluntad de Dios, señala un rompimiento decisivo con la noción de que Dios es la causa de todo lo que sucede».9 Si Daniel no hubiera continuado ayunando y orando, ¿acaso hubiera llegado la respuesta? Probablemente no. Por eso es que la oración es tan importante y porqué la historia le pertenece a los intercesores, como diría Wink.
El Centro de Vida Cristiana
El Pastor Waymon Rodgers fundó el Centro de Vida Cristiana en Louisville, Kentucky, a comienzos de los ochenta. El Centro creció hasta 500 personas, pero entonces decreció de forma abrupta a unas 200. Rodgers se desanimó y comenzó a buscar otra iglesia. Entonces vino una palabra de Dios: «Te he llamado a Louisville, y te daré las llaves de la ciudad».
Resultó que la llave era la oración. Rodgers, que ahora está con el Señor, retó a 7 diáconos para que oraran con él 1 hora al día. Presentó la necesidad a la congregación y 100 de los 200 accedieron a orar regularmente por la iglesia. Comenzó a orar y mantuvo una cadena de oración 22 horas al día. La iglesia creció en fe y compró 154 hectáreas para instalar una montaña de oración estilo coreana con grutas de oración, cuartos estilo motel y una capilla. Designaron cada jueves como día de oración y ayuno.
En el Centro de Vida Cristiana, la oración no era mera retórica, era acción viva. La iglesia cambió casi instantáneamente. Creció casi a 2.000 y luego a 6.000. Para ese entonces se había convertido en el centro desde el cual se plantaron 55 nuevas iglesias en el estado.
La oración es poderosa. ¡Da resultados!
Cómo seguir las reglas de la oración
He perdido la cuenta de cuantos libros acerca de la oración he leído durante los últimos años. Una de las cosas más sorprendentes es que difícilmente hay dos iguales. Es posible que la oración sea un tema inagotable. Existen muchas «reglas de oración», pero deseo señalar las cuatro a las que aquellos que hemos estado practicando la oración retórica tenemos que prestarle atención particular si deseamos entrar en la oración activa.
Las cuatro reglas de oración que considero cruciales son:
• Orar con fe.
• Orar con un corazón puro.
• Orar con poder.
• Orar con persistencia.
Primera regla: orar con fe
Santiago nos dice que si nos hace falta sabiduría debemos pedírsela a Dios (véase Stg 1:5). Entonces añade: «Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento» (Stg 1:6). ¿Cuán importante es esto? Santiago dice que hace un mundo de diferencia. El que duda no debe pensar en recibir «cosa alguna del Señor» (Stg 1:7). Es claro que la fe es una regla importante para la oración.
Jesús le enseñó a sus discípulos acerca de la fe mediante el uso de un ejemplo gráfico: con fe podían decirle a una montaña que se echara al mar y así ocurriría (Mt 11:23). Entonces dijo: «Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que los recibiréis, y os vendrá» (Mc 11:24).
¿Qué es la fe? «Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve» (Heb 11:1). Naturalmente, no le pedimos algo a Dios que ya tenemos, sino algo que todavía no tenemos. Lo esperamos. No lo vemos. Pero si tenemos fe, las cosas invisibles por las cuales esperamos tendrán sustancia. Esta no puede ser material, debe ser espiritual, pero aun así es sustancia. Si no le damos sustancia a las cosas que esperamos, dudaremos como las olas del mar y nuestras oraciones no serán respondidas. Habremos violado una regla de la oración.
A muchos les desagrada esta enseñanza. Creen que es peligrosa porque no da demasiada responsabilidad. No les agrada confrontar el hecho de que algunas veces (ciertamente no siempre) somos los culpables de que nuestras oraciones no sean respondidas. La acción activa requiere fe. ¿Permite Dios en algún momento excepciones a esta regla? Afortunadamente, para la mayoría de nosotros, incluyéndome a mí, sí lo hace. Pero seamos claros, esas son las excepciones, no la regla.
La teología de la prosperidad
Por años, he escuchado críticas del campo a la «superfé» o la «teología de la prosperidad». Pero según mi opinión, sus mejores proponentes simplemente están tratando de equilibrar la iglesia mediante el énfasis de una verdad bíblica que muchos de nosotros hemos tendido a ignorar, a saber, la función crucial que tiene nuestra fe humana para que se realice la voluntad de Dios.
También he escuchado críticas a la práctica de la «visualización». Cuando escuché por vez primera acerca de la visualización de amistades íntimas como David Yonggi Cho y Robert Schuller, sólo podía admitir que estas personas sabían algo que yo no sabía. Me ayudaron a entender lo que quería decir Hebreos 11:1 con «sustancia», y les agradecí.
¿Han ido muy lejos algunas de las personas de la superfé o de la visualización? Indudablemente así ha sido, pero se debe esperar esto cuando llega una gran corrección al Cuerpo de Cristo. ¿Han ido muy lejos algunos presbiterianos con la predestinación? ¿Han ido muy lejos algunas personas de la Iglesia de Cristo con la regeneración bautismal? ¿Han ido muy lejos algunos nazarenos con la santidad? ¿Han ido muy lejos algunas personas de las Asambleas de Dios con la glosolalia? ¿Han ido muy lejos algunos luteranos con la ley y el evangelio? Por supuesto.
El equilibrio llegará. Algunos en el campo de la prosperidad ya han reconocido que han exagerado la función de la fe en la oración respondida. Algunos se han percatado de que existió el peligro de sentirse que podían manipular a Dios; ellos saben que no deben hacer eso. Algunos han reconocido que la línea entre la prosperidad dada por Dios y la codicia desenfrenada se desvaneció un tanto. Algunos han confesado que han pedido y no han recibido porque pidieron de manera equivocada para «gastar en vuestros deleites» (Stg 4:3).
Sin embargo, teniendo en cuenta los riesgos, debemos concordar que orar con fe es una regla cardinal de la oración. Las respuestas llegarán o serán refrenadas en base a ello.
¿Cómo podemos orar con más fe?
La clave principal para orar con fe es conocer la voluntad de Dios. Juan nos dice: «Que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, Él nos oye» (1 Jn 5:14).
El gran «si»
Algunas personas no han sabido cómo tratar la oración con fe y su vida de oración ha sufrido, por consiguiente. Se han preocupado tanto en cuanto a los peligros de la presunción y de manipular a Dios que han desarrollado un método garantizado de orar. Han descubierto que cuando introducen de manera prudente la palabra «si» en puntos estratégicos de su oración no necesitan preocuparse si reciben respuesta o no.
En su libro, El poder de la oración tenaz, John Bisagno tituló un capítulo «Si es tu voluntad». Y escribió: «Muchas oraciones maravillosas no han recibido respuesta porque se hicieron impotentes con la palabra «si» en medio de ellas». ¿Por qué hacen esto las personas? Bisagno sugiere la verdadera razón de fondo: «Realmente no creemos que Dios vaya a hacer nada así que tenemos una manera fácil de escaparnos en caso de que así sea: una cláusula de escape en palabras minúsculas».10 En otras palabras, muchas personas no tienen una fe bíblica.
Juan Calvino concordaría con Bisagno. En sus Instituciones de la religión cristiana, Calvino se pregunta en cuanto a qué clase de oración sería algo como esto: «Señor, dudo que desees escucharme, pero ya que estoy ansioso, escapo hasta ti para que, de ser digno, me puedas ayudar». Calvino asevera que las oraciones de los santos en las Escrituras no siguen este patrón. Nos amonesta a seguir las instrucciones del Espíritu Santo de acercarnos «confiadamente al trono de la gracia» (Heb 4:16). Juan Calvino dice, «La única oración que Dios acepta nace, por así decirlo, de tal presunción de fe, y se basa en una seguridad inconmovible de esperanza».11
A menudo hay una sutil suposición detrás de la frase: «Si es tu voluntad». La suposición es que no es posible conocer la voluntad de Dios antes de que oremos. Algunos citan Santiago 4:15: «En lugar de lo cual deberíais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello», para justificar la suposición, quizás sin percatarse de que el contexto planifica un viaje de negocios, y no se dirige al Padre en oración.
Cómo conocer la voluntad de Dios
Pero, ¿podemos conocer la voluntad de Dios antes de que oremos?
Ciertamente. Dos grandes maneras de conocer la voluntad de Dios son: (1) leerla en la Escritura (véase 2 Ti 3:15, 16); y (2) pedirle a Él y obtener una respuesta (véase Jn 14:26; 16:13; 2 Ti 2:7; Stg 1:5–7).
La mayoría de lo que necesitamos saber acerca de la voluntad de Dios se nos revela en la Biblia. Conocemos su voluntad acerca de alimentar a los hambrientos, el sexo antes del matrimonio, la justicia para los oprimidos, el pago de los impuestos, la obediencia a nuestros padres y la armonía de las razas. La Biblia es clara en cuanto a estas cosas, así que cuando oremos en cuanto a ellas sabemos que estamos orando la voluntad de Dios.
En algunos círculos se está haciendo popular pasarse una buena proporción del tiempo de oración Praying the Scriptures [Orando las Escrituras], para usar el título de un excelente libro acerca del tema por Judson Cornwall. En su obra, Cornwall sugiere que el texto bíblico puede convertirse en la oración que recemos. Y dice: «Cuando se utiliza como el vehículo de nuestras oraciones, la Palabra de Dios puede declarar profundos deseos internos y pensamientos del alma-espíritu».12 Cuando utilizamos las palabras de la Escritura para nuestras oraciones estaremos orando la voluntad de Dios.
La segunda manera de orar según la voluntad de Dios es pedirle que la determine antes de que oremos. Jesús dijo que Él sólo hizo lo que vio al Padre hacer (véase Jn 5:19). Nosotros debemos hacer lo mismo.
La clave principal para conocer la voluntad del Padre es pasar tiempo con Él. ¿Podemos conocer la voluntad de nuestro cónyuge? Luego de más de 40 años viviendo con mi esposa, es mejor que la sepa, y así es. Y ella conoce la mía. El día de nuestra boda ninguno de nosotros sabía lo que hoy sabemos. Pero aprendimos y pronto descubrimos que mientras más pronto aprendiéramos más felices seríamos. Lo mismo ocurre con nuestro Padre celestial. Mientras más tiempo pasemos con Él, más seguros estaremos de lo que es y no es su voluntad.
En el próximo capítulo se explicará cómo podemos escucharle mientras pasamos tiempo con Él.
Cuando conozcamos la voluntad de Dios, ya sea mediante la Escritura o a través de la comunicación directa con Él, entonces podremos orar con toda la fe que se espera de nosotros y ver las correspondientes respuestas a nuestras oraciones.
Segunda regla: cómo orar con un corazón puro
Al recordar que la esencia de la oración es una relación íntima con el Padre, llega a ser obvio que cualquier pecado que obstruya esa relación, aunque sea de forma parcial, reducirá la efectividad de nuestras oraciones.
Isaías afirma el deseo de Dios de escuchar y responder a nuestras oraciones: «He aquí que no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha agravado su oído para oír» (Is 59:1). Empero, el pecado puede prevenir que suceda. «Pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír» (Is 59:2). Ocuparse del pecado y tener un corazón puro es una regla establecida de la oración.
Jesús reconoció esto cuando, en el Padrenuestro, nos instruye a orar diariamente: «Perdona nuestros pecados» (Mt 6:12). (Las palabras más comunes, «deudas» o «transgresiones» son obsoletas y encubren el verdadero mensaje contemporáneo de esta oración.) Ya que todos los cristianos pecan de vez en cuando, tenemos que asegurarnos de que el registro esté limpio todos los días si esperamos respuesta a nuestras oraciones. Pedro nos recuerda: «Porque los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a sus oraciones; pero el rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal» (1 P 3:12).
La confesión del pecado y el arrepentimiento son esenciales para orar bien. Asimismo lo es no pecar en el futuro, y por eso es que Jesús quiere que oremos, «no nos dejes caer en tentación» (Mt 6:13). Eso contribuye en mucho a purificar el corazón. Pero parece que de todos los pecados por los cuales nos tenemos que ocupar para orar bien, hay algo que está por encima: el perdón.
Perdonar a otros
La segunda parte de esta sección «perdona nuestros pecados» es, «así como perdonamos a aquellos que pecaron contra nosotros» (Mt 6:12). La razón por la cual dijo que el perdón está por encima de los pecados para orar bien es que esta es la única parte del Padre nuestro que Jesús enfatiza inmediatamente después de ofrecerla. Él dice: «Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas» (Mt 6:14, 15).
Suponga que realmente ha sido herido. Suponga que usted verdaderamente es una víctima. Suponga que usted no tuvo la culpa, pero que fue herido de manera severa por esa otra persona. Suponga que ellos rehúsan admitir que lo sienten. Suponga que ellos le dicen a otros que fue culpa suya. Qué debe hacer.
¡Perdonarlos! Así hizo Jesús.
Si perdona, su corazón será purificado. Las respuestas a sus oraciones no dependen de lo que su adversario haga o deje de hacer. Dependen de lo que haga usted.
Santiago 4 se ocupa de las oraciones que no reciben respuesta porque violan la regla del corazón puro. «Pedís, y no recibís» (Stg 4:3). ¿Por qué? Porque usted
• Tiene deseos incorrectos. Codicia, pelea y envidia (véase Stg 4:2).
• Tiene motivos incorrectos. Pide mal. No pide de acuerdo con la voluntad de Dios así que está fuera de rumbo (véase Stg 4:3).
• Tiene objetivos equivocados. Pide para satisfacer sus deleites. Es egoísta (véase Stg 4:3).
El fruto del Espíritu Santo en nuestras vidas enfocará de nuevo la manera en la cual venimos a Dios. El Espíritu Santo nos dará: (1) el deseo correcto: intimidad con el Padre; (2) el motivo correcto: glorificar a Dios; y (3) el objetivo correcto: hacer la voluntad de Dios. Esto nos ayudará a alinearnos, utilizando la regla de orar con un corazón puro.
Tercera regla: orar con poder
Una de las razones por las cuales tendemos a no tener fe en nuestras oraciones es que no nos percatamos por completo de cuánto poder tenemos cuando venimos al Padre en nombre de Jesús. Una regla de oración que debemos seguir es usar el poder que ya se nos ha otorgado.
La diferencia entre una oración poderosa y una débil es el Espíritu Santo. Este fue la fuente del milagroso poder de Jesús (véanse Mt 12:28; Lc 4:1, 14–18; Hch 2:22; 10:38), quien les dijo a sus discípulos que ellos tendrían el mismo poder y que harían las obras que Él hizo (véase Jn 14:12). Antes de abandonar la tierra, Jesús les dijo a sus discípulos que eso era para su ventaja porque sólo entonces podrían recibir el pleno poder del Espíritu Santo (véase Jn 16:7–14). Les instruyó que aguardaran en Jerusalén hasta que recibieran este poder (véase Lc 24:49). Entonces justo antes de que Jesús se fuera al cielo, dijo: «Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo» (Hch 1:8).
Aunque cada cristiano renacido disfruta de la presencia del Espíritu Santo en su vida, no todos la disfrutan en la misma medida. Algunos están llenos del Espíritu Santo en cualquier momento dado, mientras otros no. Yo podría estar lleno con el Espíritu Santo hoy, pero mañana tendré que renovar mi relación con Él (véase Ef 5:18). Algunos lo llaman bautismo en lugar de infusión. Distintos grupos le adjudican adornos doctrinales y prácticos. Pero el fenómeno es el mismo: aunque todos tenemos la presencia genérica del Espíritu Santo, la cantidad de poder de Él podría variar (véanse 1 Ti 4:14; 2 Ti 1:6).
Pedro fue uno de esos que fue lleno «del Espíritu Santo» (Hch 2:4) el día de Pentecostés. Pedro, sin embargo, fue «lleno del Espíritu Santo» de nuevo en Hechos 4:8 para su ministerio ante el Sanedrín. Aparentemente una vez no fue suficiente.
Nuestra diaria y constante renovación de la presencia del Espíritu Santo nos ayuda en los otros aspectos de la oración. Él nos ayuda a mantener un corazón puro porque una de sus obras es convencernos de pecado (véase Jn 16:8). Él nos ayuda a asegurarnos de que conocemos la voluntad de Dios a medida que entramos en la oración porque nos acerca al Padre (véase Ro 8:16; Gl 4:6). Él edifica nuestra fe porque somos animados al ver fluir el poder sobrenatural a través de nosotros y tocando a otros.
Cuando tenemos al Espíritu Santo, podemos orar verdaderamente con poder.
Cuarta regla: orar con persistencia
Anteriormente mencioné que algunas veces las respuestas a nuestras oraciones no llegan tan rápido como esperamos. Cuando sucede esto, debemos continuar orando. Daniel, como hemos visto, oró 21 días antes de que llegara la respuesta a su oración (véase Dn 10:12, 13). Él nos demostró la regla de orar con persistencia.
Jesús habló acerca de «la necesidad de orar siempre, y no desmayar» (Lc 18:1), y entonces lo ilustró con la parábola de la viuda y el juez injusto. Aunque el juez no procuraba ocuparse del caso de la viuda, a la larga cambió de parecer debido a su persistencia. Este era un juez indecente, pero la persistencia pagó. Sin embargo, Dios no es indecente; es bueno. Si la persistencia fuera apropiada en el peor de los casos, cuanto más lo será con un Dios inclinado hacia el amor y la compasión.
Obviamente, se pudiera exagerar la persistencia. Creo que si tenemos fe y un corazón puro, nuestro patrón debería ser continuar orando hasta que suceda una de tres cosas.
Deje de orar cuando vea la respuesta. Esta es la más obvia de las tres.
Recuerdo que durante un receso en una conferencia que estaba ofreciendo en Texas, se me acercó un hombre que obviamente se le hacía difícil respirar. Él sabía que era un ataque de asma que podía amenazar su vida. Poco después de que comencé a orar por él tosió de manera ruidosa y fuerte, una misteriosa nube blanca salió de su boca y se evaporó en la atmósfera, y comenzó a orar de manera normal.
Menciono esto porque fue uno de esos momentos cuando en realidad podía ver respuesta a mi oración. Así que dejé de orar, alabé al Señor junto con él, y estuvo bien durante el resto de la conferencia. Jamás volví a orar por él.
Deje de orar cuando el Espíritu Santo le asegure que se ha ganado la batalla espiritual. Un pastor de Zambia que había estado estudiando en el Seminario Fuller por un tiempo finalmente hizo arreglos para traer a su esposa y sus cinco hijos a los EE.UU. Al comienzo del curso de 2 semanas, nos pidió que oráramos para que su familia obtuviera asientos reservados en el avión, de otra manera tendrían que viajar sólo si había espacio disponible. Y sería difícil hallar asientos vacíos.
El primer día que oramos, la familia del pastor no obtuvo los asientos en el avión. Pero persistimos y oramos cada día durante esa primera semana. En dos ocasiones más se le rehusaron asientos a su esposa. El lunes de la segunda semana, gentilmente le sugerí que continuáramos orando por ella. Pero el pastor dijo que no debíamos orar. Dios le había dicho durante el fin de semana que había respondido a nuestras oraciones, y sintió que si continuaba orando mostraría falta de fe en la certeza que Dios le había dado. Dijo que era tiempo de cambiar de la fe a la esperanza.
Esta clase de experiencia era nueva para mí, pero no para el pastor de Zambia. Los africanos pueden saber cosas que los estadounidenses no conocen. Seguí su sugerencia, y Dios fue fiel. ¡La familia vino en el próximo avión!
Deje de orar cuando Dios diga que no. El apóstol Pablo deseaba desprenderse de su aguijón en la carne, cualquiera haya sido. Fue lo suficientemente persistente como para pedirle al Señor tres veces que lo eliminara. En este caso Dios dijo que no y, aunque no siempre hace eso, se lo explicó a Pablo. Dios le dijo que necesitaba el aguijón en la carne para que no se exaltara desmedidamente (2 Co 12:7).
Por supuesto, no es un principio orar tres veces como hizo Pablo en este caso. Dios podría desear que oremos 30 ó 300 veces. Creo que nuestra tendencia humana es concluir que la respuesta es no antes de así mostrarse. Yo casi hice ese error al orar por la salvación de mi padre y de mi madre. Fue después de 42 años de persistencia (debo confesar que fue irregular en ocasiones) que entregaron sus vidas a Jesucristo.
Nuestra oración retórica puede llegar a ser oración activa, y estoy viendo pasar esto en iglesias a través de los EE.UU. y en otras partes del mundo. A medida que el pueblo cristiano se sintonice de manera más precisa con la naturaleza de la oración, a medida que se muevan en el poder de la oración y mientras sigan las reglas de ella, veremos muchas de nuestras iglesias transformarse y nuestras comunidades abrirse al evangelio.
Preguntas de reflexión
1. ¿A qué se debe que muchos pastores dirían que la oración es la actividad más importante de su iglesia cuando en realidad no lo es?
2. Si concordamos en que la verdadera esencia de la oración es intimidad con el Padre, ¿cuáles son algunas de las aplicaciones concretas que tendrán que realizarse en nuestras vidas personales de oración?
3. Algunos sienten que debemos difundir las respuestas tangibles a la oración con entusiasmo, otros proponen una actitud más modesta y reservada hacia el deseo de respuestas explícitas. Discuta las ventajas y las desventajas de cada lado.
4. ¿En qué sentido hace la oración que Dios «cambie de parecer» como dice un autor? ¿Qué acerca de Dios no puede alterarse a pesar de las iniciativas humanas?
5. «Que se haga su voluntad» a menudo es parte de nuestras oraciones. Presente algunas ocasiones cuando esto es apropiado y otras en las que podría ser inapropiado.
1 C. Kirk Hadaway, Church Growth Principles [Principios del crecimiento de la iglesia], Broadman Press, Nashville, Tennessee, 1991, p. 51.
2 Terry Teykl, Pray and Grow, Discipleship Resources, P.O. Box 189, Nashville, Tennessee 37202, 1988.
3 Margaret M. Ploman y George H. Gallup, hijo., Varieties of Prayer [Variedad de oración], Trinity Press International, Filadelfia, PA., 1991, pp. 26,52.
5 R.A. Torrey, The Power of Prayer, [Poder de la oración], Zondervan Publishing House, Grand Rapids, Michigan, 1955, p. 15.
6 Alvin Vander Griend, The Praying Church Sourcebook [Manual para la iglesia que ora], Church Development Resources, 2850 Kalamazoo Avenue, S.E., Grand Rapids, Michigan 49560, 1990, p. 7.
7 Richard J. Foster, Alabanza a la disciplina, Editorial Betania, Miami, FL., 1995, p. 35 del original en inglés.
10 John Bisagno, El poder de la oración tenaz, Casa Bautista de Publicaciones, El Paso, TX., 1973, (pp. 19, 20 del original en inglés).
11 Juan Calvino, Institución de la religión cristiana, Nueva Creación/Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1988, Libro III, capítulo XX:2, (pp. 864–865 del original en inglés).
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