RECUERDA
Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6
¿Qué propósitos tuvo Juan para escribir el Evangelio? Las Señales
Juan tuvo un propósito teológico al escribir "SU" Evangelio - comprender las señales
La intención que Juan tenía al escribir el Evangelio es muy clara. Nos dice explícitamente:
«Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios y para que, al creer, tengáis vida en su nombre» (Juan 20:30, 31).
Esta declaración de principios dirige nuestra atención hacia las «señales» que Jesús hizo, al hecho de que Juan hace una selección de «todas ellas» y al propósito teológico y evangelístico que dirige todo el libro.
Juan escribe sobre muchos temas:
el ministerio de Juan el Bautista,
los discursos de Jesús,
la magnífica historia sobre lo que aconteció en el aposento alto,
la última noche de la vida de Jesús,
historias sobre acontecimientos tanto esperanzadoras como decepcionantes,
llegando al clímax con la pasión y la resurrección.
Pero al resumirlo todo en una frase, Juan destaca las «señales» . Creo que este hecho no implica que Juan considere las señales como la parte más importante del Evangelio. Sin embargo, es evidente que, cuando él quiso aclarar el propósito global, las utilizó.
Las señales
Juan tiene su propia forma de utilizar la palabra «señal» .
Es una palabra importante que indica algo que la trasciende. Cuando se usa para hablar de un milagro, se entiende que el hecho no es un fin en sí mismo. Tiene un significado que se completa con otros aspectos, además del milagro.
Por supuesto, Juan no es el único que utiliza este término. Los Sinópticos también lo usan a menudo.
En Mateo lo encontramos trece veces,
en Marcos siete y
en Lucas once.
Sin embargo, más bien lo utilizan para explicar la «señal» que el ángel dio a los pastores de que encontrarían a un niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre (Lucas 2:12), o la «señal» del cielo que los fariseos pedían a Jesús. (Marcos 8:11).
Jesús condenó a sus contemporáneos como «generación adúltera y perversa» por buscar una señal, y llegó a decir que la única señal que verían sería la del profeta Jonás. Dios había obrado en Jonás y, por lo tanto, él era una «señal». De igual manera que el reluctante profeta estuvo tres días y tres noches en el vientre del pez, Jesús dijo que el Hijo del Hombre estaría «en la tierra tres días y tres noches» (Mateo 12:38–40).
En otra ocasión, cuando los saduceos y los fariseos se unieron para pedirle a Jesús una señal, Él les reprochó que pudieran interpretar la climatología, sabiendo leer en el cielo las señales de buen o mal tiempo, y no pudieran interpretar «las señales de los tiempos». De nuevo, la misma «generación adúltera y perversa» busca una señal, pero no recibirán nada aparte de la «señal de Jonás» (Mateo 16:1–4).
Los discípulos de Jesús podían buscar señales. Le preguntaron: «¿Cuándo sucederá esto y qué señal habrá cuando todas estas cosas se hayan de cumplir?» (Marcos 13:4, cf. Lucas 21:7). Mateo lo expresa de la siguiente manera: «¿Cuándo sucederá esto y cuál será la señal de tu venida…?» (Mateo 24:3).
En el discurso que Jesús pronunció a continuación no solamente habló de «la señal«, sino de una multiplicidad de grandes señales y maravillas que aparecerían en el tiempo (Mateo 24:24, Marcos 13:22, Lucas 21:25–28), aunque Mateo habla específicamente de «la señal del Hijo del Hombre» que aparecerá en el cielo» (Mateo 24:30).
Puede ser importante notar que la demanda siempre es de una señal, no de señales. Nadie le pide a Jesús que realice una multitud de milagros. La razón que puede explicar este hecho es que «la señal» constituiría una prueba irrefutable de que Él venía de Dios. Nadie menciona qué tipo de señal era la que se esperaba, de modo que aparentemente, no esperaban nada específico que la constituyera.
Sin embargo, la gente pensaba que si ocurriera algo incuestionable que mostrara como un rayo de luz que Jesús era un ser celestial, las cosas estarían más claras. Ése era precisamente el tipo de señal que Jesús se negaba inmediatamente a dar.
Él debía ser reconocido por quién y qué era y por lo que habitualmente hacía. Existían señales para los que tenían ojos para ver, pero no había una actuación deslumbrante que implicara ningún tipo de creencia por parte de los espectadores. La demanda de una señal se fundamenta en la idea de que Dios tenía que actuar de acuerdo con las previsiones de los escribas y de los fariseos, y esto es hacer de él un dios en términos humanos. Por esto Jesús llama a los que demandaban una señal de este tipo una «generación perversa y adúltera».
Las señales en el Evangelio de Juan
Juan utiliza la palabra semeion 17 veces, de las cuales 11 se refieren a milagros de Jesús. Puede ser una referencia general, como la que tenía Nicodemo en la cabeza: «Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede hacer las señales que tú haces si Dios no está con él» (Juan 3:2). Es importante observar que Nicodemo distingue que los milagros no son un fin en sí mismos (son «señales») y contempla este hecho como una prueba de que Jesús «venía de Dios» (Nicodemo entiende correctamente el significado de «señal»).
Encontramos una actitud parecida en algunos fariseos cuando Jesús sanó al ciego de nacimiento. La opinión de uno de ellos era: «Este hombre no viene de Dios porque no guarda el día de reposo». Pero otros compañeros decían: «¿Cómo puede un hombre pecador hacer tales señales?» (Juan 9:16). Esta opinión no se rebatió, pero aquellos que pensaban de otra manera tampoco cambiaron de idea. Los que exteriorizaron las palabras, entendieron que Dios estaba actuando en Jesús, y esto tenía más importancia de lo que los fariseos, en general, no podían entender sino como una violación del día de reposo.
Las señales podían llevar a la gente hacia Jesús, como los 5.000 a los que alimentó con los panes y los peces (Juan 6:2). Acercarse a Jesús por ese motivo no es el ideal, pero Él no rechaza a nadie, incluso a los que se le acercan por tales motivos.
Incluso más adelante se queja de los que vienen a Él con motivos más bajos: «Me buscáis no porque hayáis visto las señales, sino porque habéis comido de los panes y los peces y os habéis saciado» (Juan 6:26).
La fe que se apoya en las señales no es la clase de fe más elevada, pero es de lejos mucho mejor que acercarse a Jesús para obtener una buena comida. Las señales deben provocar la fe, y Jesús acoge a los que reaccionan a ellas creyendo en Él. Esto no significa que buscara hacer una señal que no diera posibilidad a la gente de no creer en Él.
Un poco más tarde en la misma situación le preguntaron: «¿Qué pues, haces tú como señal para que veamos y creamos?». Pero el Jesús del cuarto Evangelio se negaba a realizar tales señales, igual que el Jesús de los Sinópticos.
Las señales podían, y solían, traducirse en fe. Pero nunca fueron el arma que aplastase de manera definitiva a la oposición. Siempre cabía la posibilidad de que la gente se negara a ver la mano de Dios en las señales y que, por lo tanto, no creyeran. Solamente aquellos que estaban abiertos a lo que Dios decía, respondían con fe. Y esas personas querían y respondían de esta manera.
La palabra «señal» en sí misma no tiene necesariamente una connotación sobrenatural.
Puede ser utilizada como «una indicación en el paisaje que señala direcciones». Utilizando la palabra en estos términos,
Pablo escribe a los Tesalonicenses que el saludo con su propia mano es «una señal distintiva en todas mis cartas» (2 Tesalonicenses 3:17).
También habla de la circuncisión como una «señal» (Romanos 4:11) y, por supuesto, ésta es una señal divina institucionalizada: Desde antaño Dios instituyó la circuncisión como señal del pacto que hizo con Abraham y sus descendientes (Génesis 17:10–14). Esto nos lleva al uso más característico del término en la Biblia, su uso en conexión con la presencia de Dios. En este caso, puede referirse, como la circuncisión, a algo que Dios ha ordenado y que tiene importancia para la práctica de la religión, o a algo que Dios mismo hace.
Un ejemplo importante y característico es la expresión «señales y milagros» para describir lo que Dios hizo para sacar a Israel de Egipto (Deuteronomio 26:8). Al mismo tiempo que el término no perdió su antigua connotación secular usado para todo aquello que se pueda discernir como importante, llegó a tener un significado especial para los religiosos, una «señal» podía mostrar la actividad de Dios.Es esta «presencia de Dios» la que se busca en los pasajes de Juan donde aparece este término.
Nicodemo se dio cuenta porque cuando se acercó a Jesús le saludó con las palabras: «sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede hacer las señales que tú haces si Dios no está con él» (3:2). Es este momento de la narración, no sabemos a qué señales se está refiriendo Nicodemo.
Dado que Juan solamente ha mencionado la transformación del agua en vino en las bodas de Caná, no es probable que el fariseo de Jerusalén se refiera a este incidente rural. Pero Juan nos enseña que Jesús hizo un gran número de señales visibles para los habitantes de Jerusalén (2:23), y, evidentemente, Nicodemo había oído hablar de ellas. No solamente había oído hablar de estas señales, sino que supo reconocer su significado. De esta manera estaba reconociendo el origen celestial de Jesús.
Me gustaría pasar a comentar otras cosas que Juan dice sobre Jesús y sobre lo que sus señales nos enseñan. Pero antes de esto, me gustaría recalcar que las señales nos dicen mucho sobre Dios.
Nadie en su sano juicio intentaría minimizar el papel de Jesús en el cuarto Evangelio, pero lo que debe quedar muy claro es que este Evangelio sitúa a Dios en el lugar más alto. A través de estas señales es Dios mismo el que se muestra y actúa. C. K. Barret resalta una importante diferencia entre escritores como Filón y los gnósticos por un lado y Juan por otro.
Tanto Filón como los gnósticos comenzaron entendiendo la naturaleza de Dios: Él debe entenderse como pura bondad o un ser puro, como Omnipotente y, consecuentemente, capaz de hacer cumplir su voluntad. Se preguntan cosas como: «¿Cómo puede un Dios así amar y redimir a criaturas que no merecen ser amadas y que, por lo general, no desean salvarse?». De esta forma desarrollan «elaborados sistemas de mediación» para explicar cómo el Dios por el que postulan puede llevar a cabo estas cosas.
Pero Juan comienza con el Mediador, el Mediador que acerca al pueblo «al Dios de la tradición bíblica quien, a pesar de estar en las alturas, es el Creador de todas las cosas, siempre activo en las cuestiones humanas y siempre listo para morar en aquel que tenga un espíritu apesadumbrado y contrito.
Debe quedar claro que el cuarto Evangelio no es una teoría espiritualizada sobre la naturaleza de Dios y de cómo ese Dios acorta distancias entre Él y su creación. Existe un Mediador, uno que en lo que es y en lo que hace nos revela al mismo Dios. Y el Dios que encontramos en este Evangelio es un Dios que se interesa por su creación, que ama a su pueblo, que nunca abandona a los que ha creado. Este Dios que actúa consigue su propósito a través de Jesús. En la tumba de Lázaro Jesús oró: «para que crean que Tú me has enviado» (Juan 11:42). No estaba buscando nada para Él de la señal que iba a acontecer, buscaba que las personas vieran que Dios le había enviado. Juan hace una vívida descripción de Jesús. Pero también tranquiliza a sus lectores con el Dios vivo.
Las señales nos hablan sobre cómo Dios trabaja y cómo la mano de Dios está presente en ellas. Pero también nos muestran algo sobre Jesús. Según la versión de Juan, las señales eran tan especiales que ni siquiera un hombre piadoso podría hacerlas, a no ser que tuviera una relación muy especial con Dios. Son una indicación de la superioridad de Jesús con respecto a los hombres piadosos, no una prueba de que el lugar de Jesús estuviera entre ellos.
R. Schnackenburg, tras estudiar el significado teológico de las señales, cree que «finalmente nos conduce a asumir una conexión intrínseca entre la encarnación y la revelación de Jesucristo en “señales”, algo que presenta y hace posible». Las señales nos indican lo que Dios hace, pero su objeto es mostrar lo que Dios hace en Jesús, no en toda la humanidad.
Y lo que Dios hace en Jesús es consumar el decisivo acto de la salvación de los pecadores.
Se está revelando: gracias a lo que hizo en Jesús sabemos que «Dios es amor» (1 Juan 4:8, 16).
Pero también está expiando, porque su amor implicaba entregar a su propio Hijo «para que todo aquel que crea en Él no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3:16). Las señales apuntan hacia este acto decisivo. Por esto Alan Richardson puede decir de la primera señal que Juan recoge, la transformación del agua en vino, que «implica un simbolismo muy sugerente, y hay un sentimiento como si todo el Evangelio girara en torno a este hecho». Indica también que en el capítulo 3 Nicodemo «aprende lo inadecuado del Judaísmo y la necesidad de nacer de nuevo en Cristo.
El significado del milagro de Caná es que el Judaísmo debe ser purificado (cf. Juan 2:6) y transformado para encontrar plenitud en Cristo, el que trae la nueva vida, la vida eterna de Dios que ahora se ofrece al hombre a través de Su Hijo». El significado de una señal individual sólo puede entenderse dentro del gran plan de salvación que Dios lleva a cabo a través de su Hijo. J. D. G. Dunn insiste en ello. Puede decir: «El significado real de los milagros de Jesús es que apuntan hacia su muerte, resurrección y transformación, hacia la transformación producida por un nuevo espíritu, y por lo tanto nos llevan a creer en Jesús el (crucificado) Cristo, el (resucitado) Hijo de Dios». Puede que muchos no estén dispuestos a admitir esta visión de las señales, pero no cabe duda de que el hecho de que ellas apunten hacia la obra salvadora de Jesús no ofrece lugar a dudas.
Es importante resaltar que, a veces, Juan dice que las personas creyeron simplemente por las señales. Éste fue el caso del milagro de las bodas de Caná. Después de esta señal vemos cómo los discípulos «creyeron en Él» (Juan 2:11). No hubo discurso ni enseñanza sobre lo sucedido.
Simplemente fue la señal y después, la fe. Exactamente igual que en la sanación del hijo del oficial del rey. Cuando el oficial del rey supo que su hijo había sanado en Capernaum en el mismo momento en el que Jesús pronunció sus palabras en Cana, «creyó él y toda su casa» (Juan 4:53). De nuevo, sin discursos, Jesús no explica que Dios está en todo el proceso, y tampoco demanda fe. Simplemente hace la señal, que viene seguida de fe.
Había también una diferencia entre algunos de los oponentes de Jesús: los que le preguntaban: «Ya que haces estas cosas, ¿qué señal nos muestras?» (Juan 2:18) y los que le decían «¿Qué, pues, haces tú como señal para que veamos y te creamos?» (Juan 6:30).
El primer ejemplo tiene lugar después de limpiar el templo y es una muestra de que, a través de lo que Jesús hizo ese día, estaba mostrando alguna prueba evidente de su carácter divino.
La petición era que Jesús diera pruebas de que Dios estaba en lo que hizo. Si no conseguía probarlo, la conclusión sería que su actividad era meramente humana y por lo tanto no debían prestarle atención. Pero si conseguía producir una «señal», entonces las cosas cambiarían. Sabrían que Dios obraba en Jesús y se darían cuenta de lo que hacía. Ésta era su reclamación.
Pero el segundo pasaje hace dudar de la sinceridad de los oponentes porque la demanda de una «señal» se hizo después de la alimentación de los 5.000, como si este milagro no fuese suficiente señal. Lógicamente, Jesús se queja de su actitud en el discurso que pronunció en aquella ocasión cuando dijo, entre otras cosas: «En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque hayáis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado» (Juan 6:26).
La satisfacción física de disfrutar de una buena comida podía atraerles, pero eran incapaces de percibir la «señal» que Jesús estaba haciendo. Lo triste es que, además, esta señal nos enseña una gran verdad: que Jesús provee para nuestras necesidades espirituales más profundas y que esta provisión solo se encuentra en Él.
En otra ocasión, Jesús señaló que sus oyentes no creerían a no ser que vieran «señales y prodigios» (Juan 4:48). Buscaban actos espectaculares y milagrosos y, hasta que no los vieran, no verían al Mesías. Preferían elegir ese tipo de actos. Uno piensa que la serie de «señales» recogidas en este Evangelio son una prueba suficiente del poder milagroso, pero los enemigos de Jesús no estaban convencidos.
Con el tiempo llegaron a reconocer que Jesús hacía milagros, incluso aplicaron la palabra «señal» para describirlos: «Este hombre hace muchas señales» (Juan 11:47). Pero aún reconociendo esto, no descubrieron la mano de Dios y seguían dispuestos a enfrentarse a Jesús.
Por supuesto, desde la Antigüedad, personas ajenas al pueblo de Dios realizaron milagros (como los magos egipcios en la época de Moisés), e Israel fue advertida de no dejarse engañar por esta gente ni por sus hechos (Deuteronomio 13:1–5). Evidentemente, los líderes judíos tenían este punto de vista sobre las señales de Jesús: las reconocían como el tipo de cosas que la gente corriente no podía hacer, pero no aprendían nada sobre la persona de Jesús ni sobre su relación con Dios. No acertaron a ver la mano de Dios en todo ello.
En otras palabras, no entendieron nada. R. T. Fortna señala que: «presenciar un milagro, incluso beneficiarse de él y buscar a su autor… y seguir sin entender que se trata de una “señal” es no comprender nada. Una señal, para ser entendida o “vista”, debe ser entendida con todo su sentido teológico».
Algunas personas vieron cómo Jesús alimentaba a una multitud con cinco panes y dos peces, e incluso participaron de la comida, y aún así seguían insistiendo en pedir una señal (Juan 6:30). Habían visto el milagro.
Se habían beneficiado personalmente de él, pero habían fracasado a la hora de entender su significado; no habían sabido entender que Dios estaba actuando en lo que hacía Jesús. No habían sabido entender la señal.
Lo que Juan dice es que deberían haberlo entendido. Lo que Jesús hacía no era simplemente milagroso (Juan nunca utiliza teras, «milagro» para describirlo); era significativo. Los signos o señales no tenían como objetivo mostrar lo bellísima persona que era Jesús, su objetivo era enseñar sobre Dios, mostrar cómo Dios actuaba a través de Jesús, y retarles a responder a esta iniciativa divina con fe.
El problema con los líderes judíos es que no podían ver la mano Dios cuando actuaba delante de ellos. Vieron que había una conexión entre los milagros y la fe: «Este hombre hace muchas señales. Si le dejamos seguir así, todos van a creer en Él» (Juan 11:47, 48). Pero negaban tanto la realidad de los milagros como su poder para provocar la fe. Negaban la mano de Dios en ellos. Consideraban solo como obras de poder aquello que debía haberles llevado a la fe (aunque utilizaban la palabra «señal» no entendían su significado). Y dado que los milagros no eran más que obras de poder, el resultado era endurecimiento, no fe.
En un importante pasaje, Juan señala este fracaso como el cumplimiento de una profecía. Dice de Jesús: «Aunque había hecho tantas señales delante de ellos, no creían en Él, para que se cumpliera la palabra del profeta Isaías, que dijo: Señor, ¿quién ha creído nuestro anuncio…?» (Juan 12:37, 38).
Juan cita Isaías 53:1, y añade Isaías 6:10. Estaba convencido de que las señales de Jesús apuntaban a Dios, y que la gente debía reconocer esto y actuar en consecuencia. Pero también estaba seguro de que la gente malvada nunca se había distinguido por su obediencia a Dios, como los profetas documentan exhaustivamente. Por esto Juan halla apoyo en Isaías para sus convicciones sobre la lentitud de muchos judíos en aceptar a Jesús. Simplemente estaban viviendo un ejemplo clásico de incredulidad.
A la cita de Isaías le siguen las siguientes palabras: «Esto dijo Isaías porque vio su gloria y habló con Él» (Juan 12:41). La idea de la gloria está específicamente entrelazada con algunas de las señales.
De este modo, en la primera señal Jesús «manifestó su gloria» (Juan 2:11), y cuando le informaron sobre la enfermedad de Lázaro, Él dijo: «Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por medio de ella» (Juan 11:4). Más tarde le dijo a Marta: «¿No te dije que si creías verías la gloria de Dios?» (Juan 11:40). En este Evangelio la gloria es compleja e incluye la idea de la gloria que vemos en la bajeza, para que la cruz sea el lugar donde Jesús es glorificado. Pero además de reconocer todo esto, Juan aclara que es en las señales donde el creyente puede discernir la gloria que de verdad pertenece a Cristo.
Dios no actúa sólo a través de las obras. El evangelista recoge las palabras «de muchos» que se acercaron a Jesús en la zona del país en la que había tenido su ministerio Juan el Bautista, «Juan no hizo ninguna señal» (Juan 10:41). No hay lugar a dudas de que la mano de Dios estaba presente en Juan el Bautista tal y como lo describe el cuarto Evangelio. Dios puede obrar y obra en personas sin necesidad de que tenga que aparecer lo milagroso. Pero Él obró en Jesús de una forma especial; así lo muestran las señales. Y lo que las señales muestran es lo que preocupa especialmente a Juan.
Por lo tanto, es muy importante la forma en la que Juan usa el término «señal». Para él, es un modo de resaltar la mano de Dios en el ministerio de Jesús. Juan no intenta ser comprensivo: simplemente recoge un grupo de señales que muestran lo que hizo Dios en Jesús. Es importante que estas cosas no se entiendan simplemente como milagros. Juan nunca describe lo que hizo Jesús como un teras (milagro).
Para él, el hecho de que el milagro sea inexplicable no es lo importante. Es cierto que un milagro no se puede explicar con premisas humanas, pero a Juan le preocupa más resaltar que lo de verdad importa en un milagro es que lleve el sello de Dios. No olvidemos que Juan el Bautista, que era sin lugar a dudas un hombre piadoso, no hizo ninguna señal. Las señales eran algo especial.
No pertenecían a los hombres piadosos en general, sino a Jesús. Lo que era importante era lo que Dios hacía en Jesús. Él estaba presente en Jesús de una manera en la que no estaba presente en ningún otro ser humano. Esto es lo importante para Juan, y las señales son la prueba de ello.
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