En El Principio era El Verbo... y el Verbo era Dios ¿Quién es el Verbo según Juan? En el principio siempre fue el Verbo, y el Verbo siempre estuvo junto a Dios cara a cara: y el Verbo siempre fue Dios mismo. Juan 1:1 (Versión libre) La piedra de toque para toda doctrina El mensaje de la Biblia es esencialmente Cristocéntrico (es decir, que Cristo es el centro del mensaje, todo converge hacia Él). Y una de las características de todo error es que de un modo u otro tiende a mermar algo de la grandeza o suficiencia de Cristo. Se han introducido doctrinas que reconocen la grandeza de la persona de Cristo y que Él es mucho, pero no es todo, por cuanto empequeñecen su obra, diciendo que es el Mediador, pero no es el único. Otros dicen que Cristo salva, pero que es preciso guardar la Ley, como los antiguos judaizantes que se oponían al apóstol Pablo y a quienes este escribió la carta a los Gálatas. De una manera u otra, pues, todos los errores atacan la grandeza de Cristo, sea a su persona, sea a su obra. Por lo tanto, cuando una doctrina se nos abre paso para su consideración, preguntémonos: ¿qué lugar ocupa Cristo en ella? Además, otro principio que hay que tener en cuenta para una recta interpretación de la Biblia es que la Palabra de Dios forma una unidad. Toda la Biblia debería ser leída a la luz de todo el contenido. No debemos desarrollar solamente una parte en detrimento de las otras partes de la Escritura. Porque la Biblia es una unidad perfecta. En efecto: este sistema es el mejor medio que vemos y lo más práctico para combatir las herejías, porque los argumentos bíblicos de los «Testigos de Jehová» no resisten la interpretación total y objetiva de toda la Biblia. Un tesoro de nuestra Fe «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios» (Jn 1:1). Este texto es un verdadero tesoro para los creyentes cristianos por su profundo contenido doctrinal. Con tan pocas palabras y con esta expresión tan breve como sencilla, que constituye el prólogo de su Evangelio, el apóstol Juan se remonta hasta la misma eternidad y afirma la existencia del Verbo en el mismo tiempo a que se hace referencia en Génesis 1:1, cuando Dios creó los cielos y la tierra. Él, el Verbo, ya existía cuando lo que no existía antes comenzó a existir. Su existencia es, pues, sin principio: eterna. El Verbo no fue creado. Esta es una deducción lógica de la declaración de Juan, y también es sugerida por el verbo gramatical que se emplea, como veremos después. Este texto de Juan 1:1 nos revela grandes verdades teológicas. Veámoslo:
La eternidad del Verbo. Es decir, su preexistencia: «En el principio era el Verbo».
La personalidad distinta del Verbo. O sea, su coexistencia.
Y también su relación única con Dios el Padre: «y el Verbo era con Dios».
La naturaleza y la esencia de la deidad del Verbo. Es decir, su consustancialidad, la cual lleva inherente su propia divinidad: «y el Verbo era Dios».
Además, este versículo tan monumental refuta también de un solo golpe tres graves errores:
«En el principio era el Verbo»: que por llevar intrínseca la Deidad misma, derriba el ateísmo (refutando así a aquellos que niegan la existencia de Dios).
«Y el Verbo era con Dios»: esta declaración va contra Sabelio (quien negaba la distinción de Personas en la unidad de la Trinidad divina).
«Y el Verbo era Dios»: se replica a Arrio (el cual negaba la deidad de Jesucristo).
Una falsificación diabólica Sin embargo, intencionadamente, la Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras vierte Juan 1:1 de la siguiente manera:
«En (el) principio la Palabra era, y la Palabra estaba con el Dios, y la Palabra era un dios».
Así, los llamados «Testigos de Jehová» tratan de demostrar que Cristo no es Dios. Pero ¿es admisible esta traducción textual que ellos presentan? No, si nos atenemos a las reglas de la gramática griega y a los contextos bíblicos correspondientes. Porque solo el diablo puede tener un interés maquiavélico en atacar la verdad más fundamental de la Biblia: la deidad de Jesucristo. Análisis gramatical de Juan 1:1 Vayamos ahora al texto original. Mi Nuevo Testamento griego, basado en los textos críticos del profesor Eberhard Nestle, de Westcott y Hort, y de Bernhard Weiss, todos ellos reconocidas autoridades en el griego de los documentos novotestamentarios, dice: «En arkhe en ho Logos, kai ho Logos en pros ton Theon, kai Theos en ho Logos» .Vamos a tratar de traducir lo más literalmente posible: «En principio era el Verbo, y el Verbo estaba con el Dios, y Dios era el Verbo». Aunque la segunda cláusula quizá podría traducirse mejor así: «Y el Verbo estaba junto al Dios» o «y el Verbo estaba con el Dios». Porque el artículo masculino definido «ton» («el»), que precede al primer nombre «Dios», es acusativo. Además, parece ser, según algunos exegetas, que la idea literal del griego es que el Verbo estaba «dentro de Dios», o más bien que estaba «habitando en Dios». Por lo que a la luz de ello, y sin forzar la exégesis ni torcer la armonía de los contextos correspondientes, la tercera cláusula invita a ser traducida perfectamente de la siguiente manera: «y el Verbo era Dios mismo ». LOS TESTIGOS AL ATAQUE: Ahora bien: los «Testigos de Jehová» argumentan de esta forma:
el segundo nombre «Dios» no va precedido de artículo determinado, y esto indica que no se trata del mismo Dios. Por consiguiente, al escribirse la segunda vez el nombre de Dios sin artículo, se nos enseña con respecto al Verbo que Juan se refería a un «dios» de menor categoría, de calidad inferior y no igual al verdadero Dios.
Por otra parte —dicen—, existen copias de manuscritos griegos del Evangelio de Juan, en los cuales el segundo nombre «Dios» de este texto aparece escrito con inicial minúscula, lo que —siempre según ellos— viene a confirmar que el Verbo era un «dios» de segunda clase.
Además, en la gramática griega no existen los artículos indeterminados; se suponen cuando su morfología textual lo permite. Los nombres usados en griego sin artículo se traducen sin él o con el artículo indefinido. De ahí que, muy arbitrariamente, y cegados por su propia interpretación convencional, los «Testigos» hayan optado por traducir que «el Verbo era un dios».
Pero ese sistema de razonar es una hábil argucia, una artimaña sutil ideada por los traductores de la versión Nuevo Mundo para atacar la divinidad de Cristo y engañar así a quienes desconocen las reglas de la gramática griega. Porque, como veremos a continuación, la distinción que se aduce de «el Dios» y «Dios», esgrimida para apoyar y justificar una traducción que carece de fundamento escriturístico, no establece diferencia básica alguna en nuestro texto. La gramática griega se distingue de la inglesa y de la española en varios aspectos, y el uso del artículo es uno de ellos. Tanto en español como en inglés existe el artículo definido el y el artículo indefinido un. En griego, por el contrario, como ya hemos dicho, solamente existe el artículo determinado ho. Asimismo, sabemos que una palabra acompañada del artículo definido (el) expresa identificación; y una palabra acompañada del artículo indeterminado (un) es indefinida. Pero en griego no es así. La presencia del artículo en el idioma griego identifica a la persona u objeto. La ausencia del artículo enfatiza la cualidad de la persona u objeto. Aunque puede también omitirse el artículo en las máximas, sentencias y expresiones de carácter general. A continuación citamos la explicación que sobre el artículo griego aparece en Un Manual de la Gramática del Griego del Nuevo Testamento, por H. E. Dana y Julius R. Mantey: «La función del artículo es señalar un objeto o llamar la atención a este. Cuando el artículo aparece, el objeto es ciertamente definido. Cuando el artículo no se usa, el objeto puede o no ser definido… La función básica del artículo griego es señalar la identidad individual» (pág. 137). «Algunas veces, con un nombre que el contexto comprueba ser definido, EL ARTÍCULO NO SE USA. Esto hace que la fuerza recaiga sobre el aspecto cualitativo del nombre en lugar de su sola identidad. Un pensamiento puede concebirse desde dos puntos de vista:
identidad, y
cualidad.
Para indicar el primer punto de vista, el griego usa el artículo; para el segundo, el anathorous (sin artículo) es usado. También en expresiones que han sido tecnificadas o estereotipadas, y en salutaciones, el artículo tampoco se usa» (pág. 149).En conclusión: la gramática griega enseña que la ausencia del artículo no hace al nombre necesariamente indefinido, por las siguientes razones:
El nombre en griego tiene definitividad intrínseca.Puede suprimirse el artículo al lado de ciertos nombres comunes que designan seres únicos en su especie y de NOMBRES PROPIOS.
Cuando un nombre se usa sin el artículo, el autor desea enfatizar la cualidad o carácter de ese nombre.
Gramaticalmente, un predicado nominal formado por un verbo copulativo (ser o estar) carece de artículo porque no lo necesita.
Y este es precisamente el caso de la oración sustantiva del verbo ser de Juan 1:1, donde el predicado «Theos» es nominativo al igual que el sujeto «Logos». Por otra parte, la palabra «Dios» se escribe aquí sin el artículo masculino en nominativo («ho»), de que está habitualmente precedida, porque esta omisión se imponía por tener, al propio tiempo, el sentido de un adjetivo, y el vocablo desempeña en la frase el papel de atributo y no de sujeto (por las razones gramaticales expuestas), no designando a la persona, sino —como ya se ha dicho— la cualidad, el carácter, la esencia, la naturaleza de ella, que en el caso que ocupa nuestra consideración es precisamente la de la Deidad misma. En consecuencia, pues, la palabra «Dios», sin el artículo, y en conexión aquí con la palabra «Verbo», sugiere que ambos son coparticipantes de la misma esencia, coiguales en sus atributos o cualidades divinas, y consustanciales en cuanto a propia naturaleza. Además, escribiendo el nombre «Theos» de la tercera cláusula precedido por el artículo, Juan habría identificado la Palabra y el Dios (o sea, el Padre), minimizando así la distinción que acababa de hacer en la segunda cláusula al decir que «el Verbo era con el Dios», distinción de persona, aunque no de esencia, que los cristianos aceptamos en nuestro concepto de el Padre y el Hijo, pues no somos «sabelianos». Dios era el Verbo Pero todavía hay algo más aquí. Nótese que el texto griego no dice que «el Verbo era Dios», como en la versión castellana, sino: «kai Theos en ho Logos»: «y Dios era el Verbo». Es decir, que la palabra «Dios» ocupa el primer lugar en esta frase, el predicado precede al sujeto, está en la posición de mayor énfasis. Es una ley fundamental en las reglas del idioma griego que, cuando se desea recalcar una idea básica, la palabra que la especifica se coloca en primer término. El orden, pues, en el que las palabras se suceden en el texto original tiene una importancia ineludible, ya que tiende precisamente a hacer recaer todo el peso del énfasis en la plena divinidad de la Palabra, o sea: Cristo. Por eso, para lograr dicha enfatización, el predicado precede al sujeto. Por lo tanto, al decir que «Dios era la Palabra» se indica que la Palabra divina es Dios mismo. Equivale al mismo tipo de afirmación que: «Juan es médico» (obsérvese la ausencia del artículo determinado por tratarse de un predicado nominal con el verbo copulativo). Y usando un término bíblico para ilustrar más claramente nuestro ejemplo, véase cómo la construcción de la frase «y Dios era el Verbo» es precisamente la misma que la de Juan 4:24 («Dios es Espíritu»), donde el vocablo «Espíritu» es enfático y se emplea para definir la naturaleza y la esencia de Dios. (Algún exégeta había propuesto, un tanto ingeniosamente, dar a la parte final de nuestro texto el significado de: «y el Verbo era divino». Pero la palabra que, enfáticamente, en griego expresa la idea de divino es «theios», y no «Theos»). Ahora bien: si leyendo el texto griego de Juan 1:1 hemos podido constatar que no aparece ningún artículo indefinido que autorice traducir: «y el Verbo era un dios», sino todo lo contrario, ¿por qué los «Testigos de Jehová», habiendo interpolado el artículo indeterminado un en su versión Nuevo Mundo, no lo han encerrado entre corchetes? Ahí se ve bien patente la mala fe con que han obrado los traductores para hacer creer al lector ingenuo que dicha partícula indefinida se halla contenida en el texto original. Ausencia total del artículo «un» Sin embargo, a la luz de todo lo expuesto se llega a la conclusión de que los «Testigos» desconocen muchos de los matices morfológicos y sintácticos que presentan las leyes gramaticales griegas. Porque en el griego novotestamentario sí existen unas partículas que suelen usarse como equivalentes a artículos indeterminados para expresar la idea de un, uno y una. Nos referimos a los adjetivos numerales cardinales y a los adjetivos indefinidos, por cuanto implican unidad predicamental, o también trascendental (unidad en sí misma, indivisible en su estructura), y como tales se emplean en muchos pasajes del Nuevo Testamento. Veamos algunos ejemplos prácticos. Mateo 8:19: «eis grammateús»: «un escriba» (eis: un; masculino). Lucas 10:25: «nomikós tis»: «un intérprete de la ley» (tis: un; masculino). Mateo 19:5-6: «sarka mían», «sarx mía»: «una carne» (mían, mía: una; femenino). Juan 10:30: «en esmen»: «somos uno» (en: uno; neutro). Aquí la partícula neutra se expresa como “un”. Por lo tanto, el griego no permite traducir: «y el Verbo era un dios», pues para esto Juan tendría que haber escrito: «kai eis Theos en ho Logos» o: «kai Theos tis en ho Logos», ya que aquí un significaría uno entre otros varios posibles, y el griego no introduce adjetivo numeral alguno. De modo que la filología nos indica claramente que se trata de dos distintos, pero que ambos son divinos. Es decir, que en este texto se nos habla de dos Personas que poseen la misma y única naturaleza divina. Para acabar de disipar las dudas que el lector sincero pudiera tener en este sentido, demostraremos una vez más —y ruego se nos disculpe tanta insistencia— que la ausencia del artículo delante del nombre no hace que este sea necesariamente indefinido, como los traductores de la versión Nuevo Mundo pretenden hacer ver en Juan 1:1. Hasta aquí creemos haber probado suficientemente que el esfuerzo puesto en juego para convertir el vocablo «Dios» en indefinido por carecer del artículo no obedece sino al deliberado propósito de los traductores russellistas de negar la deidad de Cristo. Mateo 4:4; 5:9; 6:24. Lucas 1:35 y 78; 2:14 y 40; 20:38. Juan 1:6, 12 y 18; 16:30. Romanos 8:8 y 33. 1 Corintios 1:1. 2 Corintios 1:21. Gálatas 1:3; 2:19. En todos estos textos aparece la palabra «Dios» sin el artículo. ¿Podríamos traducir «un Dios»? Como el lector podrá comprobar por sí mismo, intercalar el artículo indefinido un delante del nombre «Dios» en los versículos citados resultaría absurdo y totalmente antiexegético. Pero aún hay más . En Juan 1:18; 20:28, Hebreos 1:8 y 1 Juan 5:20, Jesucristo es llamado «Dios». ¡Y EL VOCABLO «DIOS», APLICADO A JESÚS, VA ACOMPAÑADO EN EL ORIGINAL GRIEGO DEL ARTÍCULO DETERMINADO! ¿Se quiere prueba más contundente de que a Cristo se le identifica con Dios mismo? Un argumento que no vale Referente al hecho de escribir la palabra «Dios» con mayúscula o minúscula, no vale la pena que nos entretengamos en refutarlo; es algo que, por carecer de valor escriturístico y no tener la importancia que se le ha querido dar, nada demuestra. (¡A qué subterfugios y detalles insignificantes se ven obligados a recurrir los «Testigos» para negar lo que es innegable!). Porque los textos más antiguos escriben todas las letras mayúsculas (códices unciales) o todas con minúsculas (códices cursivos o minúsculi), así que la diferencia no procede del original, sino de copistas de siglos posteriores que empezaron a usar mayúsculas y minúsculas a su libre antojo. Una preposición iluminadora Ahora bien, antes de concluir con este argumento es necesario, de conformidad con el significado de los términos griegos que estamos estudiando, profundizar un poco más en nuestro comentario analítico de Juan 1:1. «Y el Verbo era con Dios» es una cláusula que nos interesa mucho, pues la palabra griega «pros» («con») es una preposición que tiene categoría de relación; se trata de una preposición de movimiento en una frase sustantiva porque está el verbo ser, y la idea que expresa está completada en la cláusula siguiente, cuyo sentido es que «el Verbo comunicaba en la naturaleza divina». En efecto: la preposición que Juan usa aquí no es la acostumbrada preposición griega «para», que significa «al lado de», «estar junto a», sino una que tiene el sentido de «estar cara a cara» y sugiere el compañerismo más íntimo como iguales, indicando simultaneidad, coigualdad entre el Verbo y Dios. Es decir, que el vocablo en cuestión no quiere decir solamente que el Verbo estaba junto a Dios en sociedad, sino que nos lo presenta en movimiento constante hacia Él y expresa la idea de íntima unión, de estar estrechamente apegado a Dios en un contacto activo y dinámico, pero con una unión tan estrecha que ambos comunicaban en la naturaleza divina, eran consustanciales, sin otra distinción que la personal. Este matiz se halla nuevamente en el v. 18: «A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo (o “el unigénito Dios”), que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer». Juan vuelve a emplear la misma preposición en su 1.a Epístola 1:2: «(Porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó)». Ante una verdad tan portentosa como profunda, el doctor G. N. Clark, conocido teólogo evangélico, escribió: «Por supuesto, la encarnación no quiere decir que Dios fue quitado del universo y localizado en Jesús. Ni quiere decir, tampoco, que el Logos fue separado de Dios al ocuparse en efectuar la encarnación. Erramos si pensamos que el Logos es capaz de una sola actividad a un tiempo. Él es capaz de toda la actividad de Dios. La encarnación no es una división de Dios. La verdad es más bien esta: que el Dios que en su actividad despliega una variedad infinita añadió a las expresiones de su carácter otra manera de revelarse haciéndose hombre, lo que es una forma adicional de actividad, en la cual pudo entrar sin retraerse de ninguna otra actividad». «En principio era el Verbo». La palabra «arkhe» («principio») significa aquí principio en sentido absoluto. Compruebe el lector que en el original griego el nombre sustantivo no tiene artículo, lo cual viene a confirmar, en efecto, que el escritor sagrado quiere expresar duración sin tiempo, sinónimo de eternidad. El principio de Juan 1:1 halla, pues, su contexto armónico en el principio de Génesis 1:1. Es evidente, por tanto, que se trata de la misma idea y que ambas expresiones nos sitúan en el vértice de la eternidad misma, donde el Verbo existía eternamente, y en el momento en que los cielos y la tierra, cuando eran inexistentes, comenzaron a existir en virtud del poder creador de Aquel que es eterno por sí mismo. Pruebas de la inspiración verbal Los cristianos netamente evangélicos creemos en la inspiración verbal de la Biblia según el texto en su lenguaje original. Con esto queremos decir que la Biblia no solo fue inspirada en su contenido general, sino que cada palabra fue escogida e inspirada por el Espíritu Santo como si hubiera sido dictada por Él. Como una evidencia notable y concluyente de esta inspiración sobrenatural, vamos ahora a considerar dos verbos griegos por medio de los cuales suele expresarse la idea de existencia, significando uno de ellos la existencia juntamente con la idea de origen, y el otro significando existencia sin ninguna idea semejante. En los vs. 1 y 2 del capítulo primero del Evangelio según San Juan, aparece cuatro veces una palabra especial: es la palabra usada y traducida «en» («era»). En los versículos citados, la palabra usada y traducida «era» es la forma imperfecta de la tercera persona del singular del verbo «eimi», que equivale en su significado a nuestros verbos ser, estar o existir, pero no implica que el sujeto del cual se habla tenga un principio, pues el tiempo imperfecto en que se halla indica una acción continua en tiempo pasado. Si se hubiera querido indicar un principio o existencia con origen, se hubiese usado un aoristo, que pertenece al tiempo secundario, y al ser indefinido es el tiempo histórico por excelencia. En tal caso, según los gramáticos, se hubiese empleado, concretamente, el aoristo indicativo, que corresponde a nuestro pretérito indefinido e indica esencialmente una acción que tuvo lugar en el pasado y con principio temporal. O se hubiese usado el tiempo perfecto, que expresa la acción ya terminada. Ahora pasemos al v. 3. Allí aparecen las palabras «fueron», «ha sido» y «fue». Consecuentemente, pues, cuatro son las formas del verbo ser que encontramos en los tres primeros versículos de Juan 1. Pero las palabras traducidas como «fueron», «ha sido» y «fue», en Juan 1:3, son completamente distintas. Esto es: «egeneto». Y la palabra «egeneto», también traducida era, fue, es la tercera persona del singular de «ginomai», y siempre, sin excepción, implica un principio. La palabra significa «engendrar» o «principiar», viene del verbo «ginomai», que también se traduce «engendrar» o «ser creado», «venir a la existencia», «nacer» y «descender». Por lo tanto, la palabra «egeneto», cuando es usada, implica existencia de un sujeto con un tiempo definido de principio, antes del cual no existía. Ahora bien: los dos primeros versículos, en los cuales la palabra «era» ocurre cuatro veces, se refieren al Creador. Y cuando Juan habla de Cristo como Creador, usa la palabra «en», una forma del verbo «eimi», que significa «existir», pero SIN NINGUNA REFERENCIA DE PRINCIPIO O DE FIN. Esto equivale a: «YO SOY», «YO SIEMPRE FUI». Es decir, denota existencia sin ninguna insinuación o sugerencia de un principio. Así pues, cuando Juan se refiere a la deidad preexistente de Jesús, siempre emplea la forma del verbo «eimi», que, como venimos enfatizando, indica existencia sola, sin mencionar origen temporal alguno. Pero en el tercer versículo notamos las palabras «fueron», «ha sido» y «fue», que se refieren a la creación. Y cuando Juan habla de la creación que Cristo hizo, entonces sí que la palabra «egeneto» es utilizada, y el uso de este verbo indica la existencia de lo que fue creado y por consiguiente tuvo un principio, denotando que la creación no siempre existió, sino que, como su nombre indica, fue creada, significando, por tanto, el vocablo «egeneto»: EXISTENCIA CON UN PRINCIPIO U ORIGEN BIEN DEFINIDO. Pasemos ahora al v. 4 y notemos que Juan, al hablar otra vez de Jesús, vuelve a usar nuevamente el verbo SER (en griego «en») (SER SIN PRINCIPIO), utilizada en los vs. 1 y 2, pues está hablando de Jesús el Creador. Pero notemos ahora la presencia de la forma de los verbos ser, estar o existir, la palabra «hubo», en el v. 6. Aquí la palabra traducida «hubo» es el término griego «egeneto», que denota principio, porque este versículo habla de Juan el Bautista, quien fue un hombre con un principio, por cuanto tuvo un origen humano al nacer. Véase lo que luego se añade en el v. 8. El verbo griego que denota la existencia de Cristo se usa aquí acompañado del adverbio negativo «no», para distinguir a Juan como hombre de Jesús como Dios. Pasemos al v. 10. Aquí está el texto que habla tanto del Creador como de lo creado. Pero no hubo error al escoger las palabras usadas. El Espíritu Santo utiliza cuidadosamente la forma del verbo «eimi», denotando eterna preexistencia, cuando se refiere a Jesús, y la palabra «egeneto», significando un principio o génesis, cuando se refiere a lo creado. Ahora llegamos al texto cumbre, la evidencia indiscutible de la divina inspiración de las Escrituras. El versículo 14. La Palabra «fue» en este versículo es el término «egeneto», aplicado al cuerpo físico de Jesucristo. Se refiere a su nacimiento, a su encarnación, cuando la naturaleza humana de Jesús tuvo su principio. Consideremos el v. 15. Juan el Bautista dice que Jesús existió antes que él. Ahora bien: esto no se refiere al nacimiento humano de Jesús, porque el Bautista fue concebido en el vientre de su madre seis meses antes de que Jesús fuera concebido en el seno de María (Lc 1:26). Jesús, como hombre, fue seis meses menor que Juan el Bautista (Lc 1:36). Por lo tanto, Jesús existió después y antes que Juan. En efecto: como hombre nació después que Juan; pero como Dios existió antes que él. Examinemos un último ejemplo: «Jesús les dijo: “De cierto, de cierto os digo: antes que Abraham fuese, yo soy”» (Jn 8:58). La palabra traducida «fuese», en este versículo, es «genesthai», y el verbo puede traducirse: «Antes que Abraham naciera, existiera o llegase a ser». Pero en la última parte del versículo, Jesús dijo: «Yo soy». Y la palabra traducida «yo soy» viene del mismo vocablo traducido «era» en Juan 1:1. Este es el término «eimi» («Yo soy»), de la raíz de la palabra griega «en», siempre usada para la existencia eterna de Cristo. Por tanto, Jesús afirmó aquí: «Antes que Abraham naciera, YO YA EXISTÍA». Vendremos más adelante a una más detenida consideración de este verso. Mala gramática y peor teología Así pues, a la luz de todo lo dicho con respecto al análisis gramatical del texto griego de Juan 1:1, la conclusión es obvia: la traducción «y la Palabra era un dios» no es más que una invención de los traductores de la versión Nuevo Mundo, y, además, como ya se ha demostrado, esta traducción de los «Testigos de Jehová» va contra todas las reglas de la gramática griega, por cuanto según las leyes gramaticales del idioma griego no solo resulta imposible dicha versión, sino que es antigramatical traducir «y la Palabra era un dios». Teniendo en cuenta todos los antecedentes considerados, y sobre todo comparando Juan 1:1 con los correspondientes contextos escriturísticos, la traducción de los «Testigos» fuerza la sintaxis griega de una manera antinatural y, en consecuencia, no puede aceptarse bajo ningún concepto. No debemos confundir los términos. Una cosa es la exégesis (leer lo que dice el texto). Otra cosa muy distinta, practicada por el comité de traducción de la versión Nuevo Mundo, que confiesa haber permitido que sus creencias religiosas influyeran en sus componentes al traducir su «Biblia», es la «eiségesis» (leer lo que uno desea que diga el texto). El Logos en los Targums judíos Sabemos ahora que la teología judaica de Palestina del primer siglo después de Cristo fue cosa más preciosa de lo que antes se suponía. El helenismo se casó con el judaísmo en Alejandría. Ya en Alejandría, había adoptado la doctrina estoica del Logos como Razón y Verbo, y la había usado abundantemente. La misma usanza había ocurrido, antes que él, en los libros del Antiguo Testamento, donde la personificación de la Sabiduría es común. Y puesto que la Sabiduría de Dios estaba ya personificada en los escritos sagrados de los judíos, no necesitamos sorprendernos de que Juan use el término «Logos». En Éfeso, donde probablemente el anciano apóstol escribió su Evangelio, la obra del filósofo griego Heráclito fue bien conocida. De ahí que Moffat aún sugiere que un estoico muy bien podría haber escrito: «En el principio era el Logos, y el Logos era Dios». Ciertamente nos permitimos pensar que Juan, muy alerta para aprovecharse del pensamiento de los eruditos de su día, se alegraba de usar esta terminología judaica-platónica-estoica: Logos, para ayudarse a exponer la naturaleza y misión de Jesús en el universo. Es «una forma intelectual» del mundo grecorromano, justamente como «Mesías» pertenecía al mundo judío; pero con esta diferencia: de que la idea de Logos ya estaba aceptada también en el mundo judío. Es, sin embargo, muy difícil traducir «Logos» al español, a causa de la idea doble, en él, de Razón y Expresión. El poeta laureado Robert Bridges traduce estas palabras en su nuevo libro así: «En el principio era la mente». Y esto, por cierto, es posible. Pero lo que es imposible es derivar el Logos de Juan del de Filón, del de Platón o del de Heráclito, aunque, fuera de toda duda, rasgos de cada uno pueden hallarse en el uso de Juan, además del término dado a la Sabiduría en el libro de los Proverbios de Salomón. Por otra parte, es bien sabido que los judíos contemporáneos de Jesús ya no hablaban el hebreo, el lenguaje de las Sagradas Escrituras, sino el arameo. No obstante, en sus sinagogas, las Escrituras se leían siempre en el hebreo original; pero para que el pueblo pudiera comprenderlas se hicieron muchas traducciones al arameo. Estas traducciones se conocen bajo el nombre de Targums. Ahora bien: los judíos observaban escrupulosamente el mandamiento de no tomar el nombre de Dios en vano y, en un maravilloso intento de evitar el mismo uso del nombre divino, lo sustituyeron por perífrasis muy reverentes, tales como: «el Señor», «el Bendito», «el Eterno» y otras expresiones similares que en la mayoría de los casos se reducían a la de «el Logos». O sea, que se usaba libremente la palabra aramea «Memra» («Verbo») como una personificación de Dios y para referirse a Jehová. “Memra” = “Palabra”. Esto es muy común en los Targums, y de esta manera leemos que nuestros primeros padres «oyeron la voz del Logos que se paseaba en el huerto» (Gn 3:8), y que Jacob tomó «al Logos del Señor como su Dios» (Gn 28:21). Así que, allí donde se usaban los Targums, el pueblo estaba acostumbrado a identificar el Logos de Dios con Jehová mismo. El tema central del Evangelio según San Juan es demostrar la divinidad del Mesías, y el apóstol, conocedor de la común costumbre de usar esta perífrasis escritural entre los judíos de su tiempo para designar a Jehová, la emplea en sus escritos para probar la deidad de Cristo y su eternidad. Además, por si esto fuera poco convincente, sabemos también que los judíos, especialmente los rabinos, sabían que el Mesías tenía que ser divino, y debido a esto la antigua sinagoga reconocía que Jehová era uno de los nombres del Mesías. Por lo tanto, la conclusión no puede ser más obvia y lógica: si a Jehová se le llamaba «el Verbo», y al Mesías se le aplicaba el nombre de Jehová, se evidencia claramente que ambos son un mismo Ser. La Escritura no conoce dos dioses de categoría diferente Todo lo hasta aquí expuesto está, pues, en perfecta armonía con nuestra exégesis de Juan 1:1. El Verbo era (y es) Dios mismo: Jehová. Y los siguientes contextos son una confirmación contundente de que el Verbo en modo alguno podía ser «un dios», como pretende inútilmente demostrar la secta de los «Testigos» con sus malabarismos atextuales y malévolas artimañas:
«Ved ahora que yo, yo soy, y no hay dioses conmigo» (Dt 32:39).
«Mas yo soy Jehová tu Dios desde la tierra de Egipto; no conocerás, pues, otro dios fuera de mí, ni otro salvador sino a mí» (Os 13:4).
«Vosotros sois mis testigos, dice Jehová, y mi siervo que yo escogí, para que me conozcáis y creáis, y entendáis que yo mismo soy; antes de mí no fue formado dios, ni lo será después de mí. Yo, yo Jehová, y fuera de mí no hay quien salve» (Is 43:10-11).
«Así dice Jehová Rey de Israel, y su Redentor, Jehová de los ejércitos: “Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios… No hay Dios sino yo. No hay Fuerte; no conozco ninguno”» (Is 44:6 y 8).
Según la interpretación de los «russellistas», resulta que hay un Dios grande y un dios pequeño, el Todopoderoso, que es Jehová, y el Poderoso, que es Cristo; y, por consiguiente, el Dios grande creó al dios pequeño. ¡Absurdo y ridículo politeísmo! Pero ¿qué se infiere de estos textos que acabamos de citar? Pues que Jehová nunca creó otro dios y que no hay otro Salvador aparte de Él. Por lo tanto, el Verbo jamás podía ser un dios: TENÍA QUE SER DIOS MISMO.
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